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Joan Didion, cool girl.-  Joan Didion ha sido elegida como la…

Joan Didion, cool girl.-  Joan Didion ha sido elegida como la nueva modelo de la marca Céline, noticia que ha sido celebrada en The Guardian y comentada en sus blogs, como el de Rachel Cooke, quien se muestra muy entusiasmada, o el de Hadley Freeman, quien no parece estar de acuerdo que la inteligencia sea usada para vender accesorios. También pueden leer la noticia en Revista Ñ, comentada por Mauro Libertella. 

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16 de enero de 2015
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Masacrar al pobre

Aleccionado por los ensayos norteamericanos que relacionan el éxito a la persistencia y la infatigable tenacidad, hago ejercicios diarios de perseverancia al ver que no sale fácilmente el tapón de una botella o no logro desatascar un cajón o no consigo hallar el programa idóneo que ha desaparecido del ordenador. Estos ejercicios en los se pone tanta fe, insistencia y optimismo, vienen a ser como una escuela, a pequeña escala, de lo que profesional o amorosamente se anhela y todavía no nos ha salido bien. De hecho un saber común de hace siglos empujaba a no desmayar en los cortejos porque el no de ella sólo cambiaría en sí tras haberla asediado con el mayor calor, ternura y diligencia. Igualmente, en los estudios de ingreso a las Escuelas Técnicas o a las diferentes oposiciones del Estado, se reclamaba mucha tenacidad y un ánimo en el estudio siempre dispuesto a reemprender la conquista empollona del objetivo.

La idea, en fin, de que todo se logra si se desea fieramente y si se empeñan todas las superfuerzas es la misma que Nike recuerda en su lema: "nada es imposible". Todo sería posible mediante el trabajo duro, junto a la voluntad y la humildad consecuentes. Humildad para no sentirse demediado por los primeros fracasos. Voluntad repetida, incesante y firme, para lograr que la resistencia llegue a rendirse aunque fuera tan sólo por librarse de una tabarra insoportable.

Los calvinistas parecen seguros de que "trabajar mucho y duro" es el camino directo hacia el amor de Dios y el  amor que el Creador nos procure -al aceptarnos de los suyos- será como un resplandor. El primer destello procede del buen quehacer individual  pero en cuanto se consiga, por los propios medios, abrir el tapón, a recompensa no será ya a base de raciones sino a granel. El reino de los cielos, una vez desatrancada la puerta, se derramará sobre nosotros y de este modo los pasos siguientes sería iguales a discurrir por una senda florida y plagada de luz. De hecho a los triunfadores calvinistas, experimentan este proceso en sus carreras, sean musicales, periodísticas, novelísticas o financieras, como el cumplimiento de un cuento sagrado sin fantasía ni  exageración.

 Destaponada la botella no hacen más que aparecer fragancias de un elixir cuyas vaharadas, en ocasiones, son tan intensas y precoces que (como sucede con no pocos iconos) no hay más remedio que suicidarse para quedar en paz. El elixir es veneno. El triunfo es una carroza desbocada. La ascensión es un alpinismo de una superlativa gravedad. ¿Triunfar? Precisamente en Estados Unidos triunfar es una norma cívica y religiosa elemental. Los loser, los perdedores, no son tan sólo desgraciados sino malditos ante los ojos de Dios. De ahí que poco a poco, haciéndose el mundo un planeta americano, no hay perjuicio para quemar a los vagabundos y desarrapados, apalear a las mujeres indigentes o viejas que en su miseria arrastran todo lo que poseen en un carrito de supermercado o, si llega el caso -que llega- acercarse a disparar sobre un "maldito" negro cuya negritud sería ya la incontestable prueba de no haber sido bañado por la claridad de Dios. 

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16 de enero de 2015
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Y este cuento se ha acabado

El relato es lo importante. Avanza y vence quien tiene relato y pierde quien se queda sin él. Durante al menos cuatro años nos han contado un único cuento. El de la Transición ya quedó viejo. No digamos ya el de la España que se modernizó y casi alcanzó el G7, tal como nos lo contó José María Aznar. Regresó el cuento de siempre, el de la vieja España, la del pelo de la dehesa, y se deshilachó en cambio el relato de la España plural y tolerante, en la que por vez primera convivían en paz y armonía los viejos pueblos y lenguas, desmentido por boicots, campañas de firmas, sentencias del Constitucional y al final, por la polarización y la división entre independentistas y unionistas. El cuento de España terminaba de nuevo mal y por eso surgían otros cuentos maravillosos. Así es como creció ese nuevo cuento, potente, bien ensayado, desde abajo y desde arriba, con crowdfunding y con presupuesto público, como era el de que Cataluña iba a declararse independiente ?tenemos prisa decían? y que iba a ser ya, ahora, enseguida. En fechas señaladas, además: en el 2014 del tricentenario de aquel 1714 de la Nueva Planta que pasó como una apisonadora sobre la lengua y unas instituciones medievales en las que los historiadores más perspicaces han visto un incipiente sistema parlamentario a la inglesa, ahogado in nuce por el centralismo borbónico. O, como más tarde, en el primer 23 de abril del año siguiente, el actual 2015. Y que se produciría casi automáticamente, al estilo de una máquina expendedora: usted echa las monedas de una fuerte voluntad popular debidamente organizada y manifestada en las urnas y cae inmediatamente una burbujeante, dulce y fresca independencia que deja satisfechos a quienes la disfrutan, desconcertados a quienes la rechazan y maravillados a todos por la capacidad catalana para producir milagros históricos. El final del cuento es conocido. Hay un perro y un gato, que son Mas y Junqueras: no importa para el argumento entrar en más detalles sobre cuál de los dos es felino y cuál cánido, porque basta con señalar, como ha visto todo el mundo y especialmente sus partidarios, que se comportan como perro y gato. Son perro y gato. El cuento se ha terminado por muchas razones. En primer lugar, porque el cuentacuentos que es la historia nos está contando tres cuentos más que interfieren con el cuento único vigente hasta hace bien poco tiempo. En segundo lugar porque el relato de la independencia se ha revelado finalmente que era lo que es siempre el cuento político: una simple y brutal pelea por el poder. Todos estos cuentos, curiosidad de la historia, empiezan por P, como Podemos, la fuerza que desorganiza primero el mapa español y luego, sin líderes ni siquiera, hace lo mismo con el catalán. Ese cuento le dice a Artur Mas que también él es casta. Le arroja a la cara el caso Pujol y le refriega a Esquerra su celo escasísimo en la depuración de responsabilidades políticas por el escándalo que afecta al expresidente y a toda su familia. Recuerda a todos, también a Iniciativa per Catalunya, que el eje derecha e izquierda todavía existe y que los fervorines soberanistas no deben ocultar los recortes y las actitudes antisociales. E incluso rememora para uso de sus partidarios catalanes y también de lo que queda del socialismo catalán cuánto vale el impacto de alguien que quiere emular a Felipe González en la Cataluña metropolitana. La segunda P ya ha salido y es la confesión de Pujol. No iba a afectar al proceso, claro que no, y así pudo comprobarse en el siguiente 11-S. Pero ha sido la piedra en el zapato de los acuerdos entre Mas y Junqueras y lo seguirá siendo. Incluso puede que crezca y se haga cada vez más incómoda. Ciertamente lo es conocer que Oriol Pujol, todavía nominalmente número dos de Convergència hasta mitad de julio pasado, se haya negado a declarar ante el juez por su caso de corrupción en el mismo momento en que Mas y Junqueras estaban a punto de alcanzar de nuevo uno de sus muchos acuerdos históricos de la temporada. Ese cuento deshace el sortilegio de otro cuento, el de que los catalanes éramos especiales, distintos, mejores en definitiva. La tercera P es la peor de todas y es el relato que, desgraciadamente, rompe más por lo sano con los cuentos de hadas, el catalán, el español y el europeo. París y sus matanzas, de caricaturistas y de franceses de identidad judía, nos recuerda a los catalanes el cariz de las libertades que de verdad están amenazadas en Cataluña en particular y en Europa, España incluida, en general. No las amenaza Madrid ni el PP, por cierto. No son colectivas ni nacionales, sino mucho más apreciables y concretas: son individuales, políticas, de conciencia, de expresión, derecho a la vida incluido. Es la libertad, entera, mayúscula, la hermana de la fraternidad y de la igualdad en la república de los valores europea y occidental. Difícil a estas alturas del siglo XXI y de la globalidad averiada seguir con el cuento de las viejas naciones del siglo XIX con el que nos han aturullado unos y otros en los cuatro últimos años. Llegamos así al cuarto cuento, el cuento del poder que se nos contaba disfrazado de cuento de emancipación nacional. Lo ha reconocido con palabras precisas un intelectual independentista de los más encendidos, como Héctor López Bofill, al formular en el diario El Punt/Avui, el más conspicuo portavoz periodístico del proceso, dos dudas trascendentales: ?¿La verdadera intención de Mas es alcanzar la independencia o instrumentalizar la ambición independentista para mantenerse en el poder? ¿La voluntad de ERC es consumar la secesión o ganar unas elecciones autonómicas e hilvanar un nuevo gobierno de izquierdas que esta vez provoque la desintegración de CiU (a diferencia de la tentativa fracasada que significó el tripartito en esta dirección)??. Con cuatro cuentos en competencia y uno de ellos, el hasta ahora cuento único, revelado como cuento por el poder, todo será distinto. El proceso sigue en la medida en que sus protagonistas han preferido no matarlo. Pero se ha resquebrajado. La grieta está a la vista de todos, incluidos los más fervientes soberanistas. Sus dirigentes saben que la independencia que han venido vendiendo durante cuatro años de machacona campaña y de relato único es un cuento de hadas. No quiere decir esto que su programa independentista no pueda obtener un apoyo muy amplio en las elecciones del 27 de septiembre, ni siquiera que no pueda obtener la mayoría. Lo que es seguro es que no habrá mayorías para aventuras. Quienes tenían prisa mejor que se sienten. Quienes creían en fáciles automatismos, mejor que revisen sus ecuaciones infalibles. Quienes esperaban milagros de la internacionalización y lecturas audaces del derecho internacional, mejor que vuelvan a los libros, think tanks y seminarios universitarios. Lo que va a quedar es lo que había y lo que debía quedar. Hay una opinión independentista que se ha ensanchado hasta un límite que muy difícilmente puede seguir creciendo, con su plusmarca en el 9-N. Con ella se pueden hacer muchas cosas, pero no la independencia según los planes apresurados de sus dirigentes. Se puede intentar, al estilo quebequés o escocés y tras demostrar, cosa ahora dudosa, que existe efectivamente una mayoría en favor de la independencia, la celebración de una consulta dentro de la ley y en perfecta negociación con todas las partes, es decir, rehacer el camino que se ha hecho mal y unilateralmente hasta ahora. Se puede defender el actual nivel de autogobierno de la erosión que está sufriendo como efecto de la crisis y también de la acción gubernamental del PP. Se puede negociar un incremento de los techos de autogobierno. Pero no se puede declarar la independencia a fecha fija y unilateralmente ni se puede mantener a la ciudadanía entera colgando de un hilo durante años y además sin dar palo al agua a la hora de gobernar. No hay relato de España, es verdad. El de Cataluña tiene la consistencia que hemos visto. Y el único que nos valdría, el relato de Europa, está en peligro. Habrá que optar y espabilar, si es que somos capaces. Pero en todo caso, antes hay que tener las cosas claras y saber que el cuento se acabó con el perro y el gato, como dice la cláusula final de los cuentos tradicionales en catalán, el equivalente del colorín colorado: ?Vet aquí un gos, vet aquí un gat, i aquest conte s?ha acabat!?.

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16 de enero de 2015
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Europa, en guerra

Hay un problema de seguridad interior, sin duda. Centenares de jóvenes han hecho una peculiar 'mili' terrorista en Siria e Irak, quizás también en Yemen, Libia o Mali, y están preparados para actuar en las ciudades y suburbios europeos en cualquier momento. Quienes les dirigen aprovechan las facilidades de las sociedades abiertas y el espacio sin fronteras de la UE, más aun en la época de la revolución tecnológica, para atacar a las fuerzas de seguridad, a los blancos de sus odios irracionales o meramente sembrar el pánico. Hay también un peligro de enfrentamiento y polarización entre grupos de ciudadanos en razón de su religión o su origen, hasta dinamitar todo sistema de integración de los inmigrantes en un continente absolutamente necesitado de ellos. Esto es lo que se proponen quienes rigen las acciones terroristas, que quieren facilitar la llegada al poder de unas extremas derechas xenófobas y racistas que conviertan a Europa en el continente opresor, excluyente y fascista fabricado por sus delirantes fantasías de propaganda antieuropea y antioccidental. Pero hay dos peligros todavía mayores, escondidos detrás de los más visibles. El primero es el que representa el conjunto del yihadismo desplegado en un arco de países muy próximos a Europa, en el que queda englobada la entera geografía árabe, Africa subsahariana y Oriente Medio en su acepción más amplia, hasta Pakistán; aunque con una extensión a no despreciar en potencial conflictivo, que es todo el islam asiático, hasta Indonesia y Malasia. La aspiración del yihadismo, sea Al Qaeda o sea Estado Islámico, es erigirse en vanguardia y dirección política de todo el conjunto, en detrimento de liderazgos superados, como el chiita iraní o el sunita saudí, para sacar rendimientos políticos, sobre todo instalando regímenes directamente inspirados en su ideología, como fue el de los talibanes en Afganistán. Matanzas como las de París constituyen asaltos en la retaguardia dentro de una guerra global que, por cierto, Europa no tiene ni siquiera conciencia de que exista. La razón es muy sencilla: el enemigo que combaten los yihadistas y al que quieren vencer en su propia casa desde todo este collar explosivo que rodea a Europa es Europa misma, como proyecto, como idea y como continente. Manuel Valls, el primer ministro francés, ha sido de los primeros en decir las cosas por su nombre al respecto. Este es el cuarto y el mayor peligro que no debiera pasar desapercibido, a pedar del despiste en que estamos sumidos los europeos. Claro que quieren atentar y minar nuestra seguridad interior. Pero con un objetivo: que renunciemos a nuestras ideas y valores. Para que accedamos a restricciones en nuestras libertades y formas de vida en nombre de la seguridad. Para que discriminemos a los musulmanes y a los inmigrantes, tal como ha advertido con alarma Angela Merkel. O para que admitamos la censura y la imposición autoritaria en nombre de un supuesto apaciguamiento de las minorías religiosas. La victoria yihadista en esta guerra, de producirse, ni siquiera sería por las armas, sino exclusivamente por la debilidad y el desistimiento de alguien que no quiere defenderse. Es cosa de los europeos, de todos nosotros, que no sea así.

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15 de enero de 2015
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Pesadilla

Una de las palabras más estúpidas del diccionario es "pesadilla". Pesadilla, connota acústicamente con peladilla, con maravilla, con calderilla y sin tener en absoluto parentela alguna con ellas. Casi todas las voces terminadas en "illa" se refieren a cosas menores o relucientes mientras la pesadilla nomina a todo lo contrario: pesado, tormentoso, peor. ¿Será que los sueños, con su mala fama, achican el valor de su terror sin importar su significado freudiano? Alguien sabrá, sin duda, explicar de qué viene este desorientado término que si se trata de una música evoca la tonadilla, si se refiere a un alimento nos lleva al bocadillo y si se trata de un fuego recae sobre al cerilla. En fin, cosas pequeñas o se segunda fila. Cabe, en todo caso, aceptar -lo digo por decir algo- que al ser el episodio efímero y relativamente veloz durante el sueño se le asocie a la carrerilla o la aguadilla. Pero, en todo caso, habiendo como hay tantas palabras que dicen su verdad interior ¿cómo puede persistir en pie una mentira tan tonta, perversa y amarilla?  

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15 de enero de 2015
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