La última novela de Patrick Modiano publicada en castellano, Libro de familia (Anagrama), publicado...

La última novela de Patrick Modiano publicada en castellano, Libro de familia (Anagrama), publicado...
Si se va a ver, la vida es como un obligado paseo. Sólo un paseo en cuanto no dura una eternidad y un obligado merodeo en cuanto que nadie ha escogido apuntarse en esta accidentada excursión.
Un paseo es un ir y venir en un tiempo breve y sólo por estirar las piernas. Si se dice del muerto que estirado la pata casi con la misma estimación se previene el paseo.
Paseamos para estirar las piernas y las piernas al cabo nos estiran como cadáveres. Una vez yertos, por tanto, lo consecuente es el almacenaje. Como los bacalaos secos, como los tochos de acero, como los troncos coleccionados del bosque.
Entre la incalculable población que discurre a nuestros lados a lo largo del paseo unos u otros, agotados, malheridos o infartados, van cayendo al suelo como peregrinos exhaustos. Caminantes que obtienen la ventaja de precipitarse sobre la tierra y reposar a solas y el inconveniente de ser considerados infaustos. No importa del todo la edad. Esta infausta flaqueza aparece cuando menos se la espera y por eso evoca debilidad y finura. La flaqueza se desliza flacamente entre los intersticios musculares y salvada la primera barrera de la piel pueden inmiscuirse en cualquier parte orgánica. Es el consabido proceder de la enfermedad. Nos sentimos bien y sin esperar nada, algo extraño va introduciendo en el cuerpo. No se ve, no se pesa, no se mide pero puede terminar por hacernos fallecer con su flaqueza.
El paseo presenta numerosas inconveniencias. Al recorrer el camino cualquier eventualidad puede hallarse al acecho en las cunetas, lugares especialmente concebidos para acunar cualquier clase de extraños elementos. Sencillos unos, complejos otros, en su totalidad brozas sin nombre.
La cuneta es, en el paseo, la nemotecnia de una larga y asidua tumba. No un fragmento esporádico de fosa sino una fosa permanente al hilo de nuestros pasos y lista para ir dando cabida a los desfallecidos o fallecidos. Esta cuneta se corresponde tanto con el paseo como con el paso por la vida. Todos pasamos mientras paseamos.
En mi portal, sobre el muro donde se hayan los ascensores hay pegada una esquela que anuncia el fin vital de un amigo con quien he paseado y reído mucho tiempo. Su facultad primordial era pasear contando historias, todas desternillantes debido a su entonación y al timbre de su voz. Paseábamos y nos carcajeábamos. De hecho, su mayor atracción entre los que le conocíamos y queríamos era su facultad para contar episodios mientras pisábamos el mundo.
Otra víctima pues del grave paseo por este mundo. Empezaron a infiltrársele las flaquezas y llegó el día en que una operación de las cuerdas vocales le hizo perder el habla. Perdida el habla, perdió a su vez el cariño por la senda. El camino se estrechó insidiosamente mientras la cuneta se convirtió en un cauce imantado para albergar su muerte. Era tan generoso que "se estiraba"· con nosotros. Ahora estirado y sólo ya no parece él ni tampoco nosotros. No fuimos sino paseando acompañados, no nos ejercitamos sino abrazados a las palabras. Hoy, por ello, nos vemos como subsidiarios solitarios al borde de la alcantarilla.
Todos hemos escuchado en tertulias y redes, nuestro patio de vecinos, que mejor nos habría ido si las primaveras árabes hubieran fracasado y ahora tuviéramos todavía a los guardias de la porra vigilando a los fundamentalistas. En Egipto ya ha sucedido: Al Sisi hace las veces y mejor que Mubarak. En Yemen puede que vaya a suceder en los próximos días: Salé hijo puede suceder a Salé padre. La guerra civil cabalga a sus anchas en Libia y también en Siria, donde propiamente se han abierto las puertas del infierno o, lo que es lo mismo, de un califato sangriento, cumpliéndose así la amenaza del caos con la que todo dictador enfrenta la demanda de democracia. Vladimir Putin es quien mejor ha contado esta historia, como un cuento moral por persona interpuesta: Ramzan Kadirov, jefe de clan y gánster caucásico, su hombre fuerte en Chechenia y presidente regional, ha reunido a centenares de miles de sus conciudadanos en una manifestación para protestar contra Charlie Hebdo y defender el honor del profeta Mahoma. Kadirov combatió contra la guerrilla separatista, ha eliminado a disidentes y periodistas molestos, mantiene bajo vigilancia los brotes jihadistas y carga la autoría de los asesinatos de París a los servicios occidentales, a los que acusa de crear el Estado Islámico. La fábula contraria es la que nos cuenta el presidente de Nigeria, Jonathan Goodluck, que se solidariza con Francia por la matanza de París pero hace como que no se entera de la muerte de 2.000 personas y la destrucción hasta los cimientos de una ciudad por parte de Boko Haram en el norte de su país, para no estropear su campaña electoral. Su ejemplo encaja con la narrativa de Putin: a eso llevan la democracia, la libertad de expresión y las conspiraciones occidentales. Esta es una larga historia, que no cabe en la percepción presentista que estimulan los medios digitales. Nada de lo que está sucediendo se entiende sin la crisis de las viñetas de Mahoma publicadas por el diario danés Jylland-Posten en 2005. Los dictadores que ahora alguien echa en falta, normalmente socios y aliados occidentales, incluso en las sucias tareas del antiterrorismo, son los que lanzaron a las masas islámicas a manifestarse contra las caricaturas. Lo acreditan los cables de Wikileaks, donde se documenta como el Gobierno sirio dio órdenes a los imames para que convocaran manifestaciones al salir de la plegaria del viernes y luego organizaran los tumultos hasta la destrucción de consulados y embajadas. Al igual que el gobierno egipcio de Hosni Mubarak, que encabezó la ofensiva internacional contra Dinamarca como advertencia dirigida a Washington ante las presiones democratizadoras. La fábula que ha saltado por los aires es la de los lobos solitarios, criados y crecidos en los suburbios marginales. Surgen de las puertas del infierno, que cuentan con satánicos conserjes, aliados nuestros, por cierto, y perfectamente instruidos sobre cuándo y cómo hay que abrirlas.
Entre los pensadores griegos, algunos privilegiaron el testimonio de los sentidos a la hora de buscar un fundamento a la diversidad natural (fuego, agua...) y otros, por el contrario, consideraron como realidad física última lo que los sentidos no podían percibir (átomos, figuras geométricas puramente ideales). Un tiempo incluso pudo pasar desapercibido el hecho de que en este segundo caso el único testigo de que había una realidad primordial era precisamente el intelecto. Pero el problema sin embargo acabó por estallar: surgió un combate entre los sentidos y el intelecto, reflejado en un célebre fragmento atribuido por Galeno a Demócrito:
"Por mera convención nos referimos al color, y también por convención hablamos de lo dulce, por convención asimismo nos referimos a lo amargo; en realidad sólo hay átomos y vacío" aserta el intelecto. Mas al escuchar tal cosa los sentidos (aistheseis) responden al intelecto: "Pobre intelecto, pretendes vencernos a nosotros que somos las fuentes de tus evidencias. Tu victoria será tu derrota" (Diels B 125).
De hecho el intelecto podría responder: Incluso el que afirma que aquello a lo que todo se reduce es algo perceptible, como el agua o el aire, está haciendo que legisle el intelecto. Pues los sentidos perciben el agua pero no perciben que todo sea agua. Y lo mismo ocurre cuando, gracias al discurrir del intelecto, se erige en verdad científica que el planeta Tierra gira en torno al Sol. A lo cual los sentidos podrían ciertamente responder que no hubiéramos razonado al respecto sin la percepción sensible, para la cual es el sol el que se desplaza...
¿Es este debate sobre el intelecto y los sentidos un debate científico? Lo único seguro es que se trata de un debate concomitante a la ciencia, un debate que no se hubiera dado fuera de la disposición de espíritu que conduce a la ciencia, encarnada por los físicos jónicos. Y en ello difiere radicalmente de las consideraciones sobre el alma humana que surgen en otros contextos. Pero la ciencia no plantea este debate, la ciencia ha tomado partido aun in saberlo, ha priorizado el intelecto. Darse cuenta de que es así y focalizar sobre tal asunto la atención ya no es cosa de la ciencia sino precisamente apertura a la filosofía.
Y no se trata tanto de un debate entre "realismo" e "idealismo" (ambas partes reivindican lo suyo como real y acusan a la otra parte de vivir entre fantasmas), salvo si por real se entiende lo que daría soporte a todo lo demás, lo que es condición del resto sin que la recíproca sea cierta, y en suma: lo incondicionado. Para el atomista tal estatuto ha de ser otorgado al vacío y los átomos. Pero estos candidatos sólo están representados por el intelecto, de tal manera que, en última instancia, lo incondicionado sería el intelecto mismo, es decir, una facultad específica del hombre. Y como acabo de indicar escapan de hecho a tal conclusión los que afirman como incondicionado algo material como el agua. La única manera de evitar el poner al intelecto en el centro sería dejar de hacer ciencia, dejar de hacer lo que hicieron, Tales, Anaximandro, Anaxímenes...O bien hacer ciencia y no preguntarse por lo que has hecho, no dar el paso a la filosofía.
¿Quiero ello decir que si retornamos a la mera confianza en los sentidos, evacuaríamos al intelecto y con él al hombre? En absoluto. El enfermo de ictericia, a quien la miel sabe amarga, posibilitará que surja la interrogación filosófica y ésta, por un camino diferente conducirá de nuevo al hombre. Pues si la miel es dulce para uno y amarga al otro, pero nos negamos a que el intelecto legisle respecto a qué es la miel en sí... sólo vale la mera subjetividad. Mas entonces entra en juego la conocida sentencia de Protágoras según la cual todas las cosas tienen en el hombre el patrón de medida (Pánton xremáton métron èstin ántropos... DK 8ob1) La sentencia precisa que se trata tanto de medida "de las cosas que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son".
Muchas son las interpretaciones que se han dado de la frase y no todas van en el sentido del relativismo subjetivista. Aquí mismo he aludido a una posible interpretación fuerte según la cual el ser humano constituiría la condición de que las cosas tengan no sólo una significación y un peso en una escala de valores, sino incluso una determinación precisa. Pero en cualquier caso estaríamos también debatiendo sobre la centralidad del ser humano.
Los asuntos del ser humano también ocuparon a los llamados fisiócratas, y que eran de hecho los que reflexionaban sobre la naturaleza, o sea, los físicos de la Antigüedad. Algunos de sus sucesores dejaron ya de ocuparse de la primera parte, dejaron de ser físicos. Entre unos y otros alimentaron un debate que, emulando a Platón, puede calificarse como "lucha de gigantes en torno al ser". En tal combate sigue hoy la filosofía en ocasiones brotando asimismo de la física, del trabajo de los físicos, los nuevos Tales, Anaximandro, Anaxímenes ...
Cuando la reflexión sobre el hombre no es paralela al conocimiento de la naturaleza, sino que surge precisamente de ésta, cuando la exigencia misma de determinar la physis conduce a tomar muy en serio la hipótesis de la irreductibilidad del hombre a una especie natural entre otras especies naturales, entonces el humanismo es filosófico. Diferencia radical respecto a las actitudes en las que la consideración de la trascendencia del hombre procede de una pulsión del espíritu directamente opuesta al acto de conocer.
Ciertas mentes positivistas han reprochado siempre a la filosofía una suerte de caída en la tentación de absoluto que la haría sospechosa a los ojos del ascético rigor de la ciencia. Lo más curioso es que esas mismas mentes nada tienen que objetar a la promesa de absoluto cuando se presenta desnuda. Una sería la causa de la verdad científica y otra la causa de la verdad religiosa. La filosofía, meramente, se niega a esta dicotomía; la filosofía busca en la razón misma la confianza en que las vicisitudes de la vida empírica no agotan la cosa cuando del hombre se trata.
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