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Sinfonía napoleónica

Va de desmesuras. Porque no se dirá que no es desmesurado que un autor, en este caso Anthony Burgess, escriba una novela da casi 450 páginas basada en una sinfonía, concretamente la Heroica, dedicada a Napoleón por un ilusionado Beethoven y retirada dicha dedicatoria por un Beethoven desilusionado porque el belicoso corso no había cumplido ni la mitad de lo que prometía. Tampoco es poca desmesura que el autor espere a la página 443 para decirle al lector, encima en verso, que tiene en las manos una novela cómica, que no será en vano leerla como tal y que ha de tomársela como provechosa y a la vez  infructuosa. De paso el lector es informado de que la primera intención fue titularla Sinfonía cómica de Napoleón, pero que se quitó lo de cómica para evitar conjeturas previas a la lectura.

            No está mal, hablando de exageraciones, el tour de force que le habrá supuesto a Agustina Luengo traducir esta obra a mitad de camino entre lo experimental y lo gamberro (de qué otra forma se puede calificar la insistencia en llamar Polución Nocturna al señor de la guerra y domeñador de Europa). O la de vueltas que habrá dado hasta decidirse por Prometapoleón para seguir el paralelismo que traza Burgess entre Prometeo y Napoleón y su pretensión de haber unido a los dos personajes en uno solo.

            Y al final la desmesura del editor (el admirado Jaime Vallcorba) capaz de asumir el coste de apostar por la calidad, la inteligencia y lo inusual. Claro que lo mismo cabría decir de sus Montaigne e Stefan Zweig y la última vez que los miré iban camino de las veinte ediciones.

            Con respecto a la novela misma, lo primero que cabe hacer es repasar a conciencia la tercera sinfonía de Beethoven. Por descontado que las audiciones que se hagan no van a mejorar la lectura porque aun suponiendo que Burgess fuese un caso extraordinario de sinestesia (me refiero a esa gente privilegiada que es capaz de oír colores,  oler palabras, ver sonidos o, ya puestos, poner una sinfonía en letra de imprenta) la música y la literatura son una fuente infinita de inspiración pero sin relación ni traducción posible. Aun así, escuchar la Heroica tratando de imaginar las emociones y los sentimientos que estaría provocando en Burgess cada movimiento puede resultar muy creativo.  Por qué en el primer movimiento se alternan las cuitas amorosas con noticias de batallas en diversos frentes e intrigas en París. Por qué el segundo movimiento indujo a Burgess a construirlo en torno a esa marcha fúnebre que fue la catastrófica invasión de Rusia. Por qué en el tercer movimiento la figura del Emperador se funde con la de Prometeo cuando ya se  dibujan en el horizonte Elba y Waterloo. O de dónde le salió, en el cuarto y último movimiento, la figura del anciano cuidando el jardín en Santa Elena sin más compañía que unos sueños decididamente vacuos.

            La respuesta, en parte, se encuentra en la conveniencia de acudir a los mejores textos para dar un repaso en profundidad a la figura del Emperador y su entorno según se avanza en la lectura. Sólo así se puede apreciar oor ejemplo que las descripciones de algunas batallas, a veces en clave de comedia, son tan rigurosas que complacerán a cualquier estudioso de la estrategia napoleónica, o que muchos de los personajes y personajillos que le acompañaron en su peripecia (empezando por su infiel y casquivana caribeña y terminando con el bando de aves de presa carroñeras que eran sus hermanos y hermanas) se parecen mucho más a sus modelos de lo que puedan dar a entender algunas parodias, a veces algo pasadas de rosca.

            No es una novela fácil de leer, pero sí muy rica y entretenida, y un reto para quien gusta de distinguir realidad y ficción, retrato fiel y alegría paródica.

 

Sinfonía napoleónica. Una novela en cuatro movimientos.

Anthony Burgess

Traducción de Agustina Luengo

Acantilado

 

 

 

 

 

 

 

 

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28 de enero de 2015
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Consejos para no aburrirse

Me pregunta en Facebook  un joven estudiante reticente a los libros, si le puedo aconsejar cómo hacer para no aburrirse leyendo. Le he escrito que lo primero que debe aprender es a diferenciar entre aquellos libros que aburren, y los que no. Y para eso no tiene más remedio que experimentar, abriendo las páginas de un libro divertido  e intrigante, que los hay, y muchos,  y meterse de cabeza dentro de ese mundo imaginario donde todo es verdad y al mismo tiempo todo es mentira, pero que al mismo tiempo despierta risa, y curiosidad.

En mis tiempos del colegio, dudaba en abrir un libro que el profesor me habían puesto a leer como tarea porque temía aburrirme. Y si por fin empezaba, es probable que tras un buen rato de honrado intento por seguir adelante los párpados se me cayeran de sueño, porque la lectura trabajosa me había narcotizado en lugar de despertar mi interés en saber qué ocurriría en la página siguiente.

El amigo estudiante que me pregunta debe aficionarse a los libros entretenidos, aquellos que podemos leer volviéndonos cómplices del escritor: los libros que nos intrigan, que nos deparan sorpresas, que nos divierten, que nos causan risa. Que haya libros que no nos interesen, es muchas veces culpa de quienes nos los ponen como lectura,  porque no saben explicarnos bien qué placeres vamos a encontrar en ellos. O deberían decirnos: de este libro que es un bodrio, no leerás.

El Quijote, por ejemplo, que puede asustarnos por su peso y volumen, no es un tratado de ideas filosóficas, ni un manual de buen comportamiento, ni un texto de gramática, sino un libro lleno de situaciones cómicas y disparates con el que podemos pasarnos riendo una tarde entera, pues se trata nada menos que de la historia de un hombre cualquiera, serio y bien portado, que de pronto pierde la cabeza y le entra la locura de andar por los caminos, montado en su flaco caballo Rocinante y armado de un escudo y una lanza, desafiando a duelo a gigantes malvados que sólo existen en su mente.

Va en busca de aventuras, disfrazado como los caballeros andantes, personajes que para entonces ya hace tiempo habían dejado de existir, o nunca existieron. Es como si alguien saliera hoy a la calle vestido de El hombre araña, y quisiera escalar las paredes, o de Supermán, y pretendiera volar por los aires. Y no sólo reta gigantes. Prueben a leer el capítulo donde obliga a liberar a un león que llevan a un zoológico del rey, porque se cree el más valiente entre los valientes, y ya sabrán cómo termina esa aventura, una de las tantas que sale a buscar, y siempre termina por hallar a lo largo de su camino.

Hay dos cosas que rara vez se suman en un novelista: que sea muy bueno como escritor, y a la vez que sea muy popular. Lo consiguió Cervantes con El Quijote, que fue un best-seller en su tiempo, como lo afirma uno de los mismos personajes de la novela, el bachiller Sansón Carrasco, en la segunda parte, una vez que la primera ha sido leída, releída, y traducida a muchos idiomas: "los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: «Allí va Rocinante». Y los que más se han dado a su lectura son los pajes: no hay antecámara de señor donde no se halle un Don Quijote".

Le he dicho a mi amigo de Facebook que pruebe con El Quijote, que en lugar de ser un libro culto, es un libro popular. Que se salte los sonetos que están al comienzo; que no es obligatorio leer el primer capítulo, ya volverá después a él; y que vaya directamente al episodio del león, o a aquel otro donde el caballero andante termina creyendo que todo lo que se representa en el retablo de Maese Pedro es cierto (que es lo que debemos hacer como lectores siempre, creer que lo que se nos cuenta en una novela es verídico y que así mismo sucedió), y por eso descabeza a los títeres mandoble en mano, y los hiere mortalmente a cuchillada limpia, tomándolos por enemigos.

Esa es la mejor manera de leer. Y le digo a mi amigo estudiante que una vez que haga la prueba, me escriba de nuevo y me cuente cómo le fue.

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28 de enero de 2015
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Un hombre joven de 40 años

Las avenidas se han llenado de capuchas, zapatillas deportivas y camisetas rotas. Un aire de campus polideportivo reina en las horas punta, y no sólo por la mañana, cuando los runners y los caminantes activos cumplen con rigor con su primer mandamiento: “Soy lo que corro”. No importa la edad ni la clase social, ni tan siquiera la profesión, jóvenes y séniors prefieren sin complejos la licra a la seda o las mallas al pantalón de lana fría, sin que por ello acusen dejadez en su atuendo. Las madres acuden a la salida de los colegios con chalecos multibolsillos, pitillos elásticos y unas vistosas New Balance; y, en los aviones, los famosos visten como hacían antes las folklóricas para pasar desapercibidas: chándal, gorra y gafas de sol. Unos y otros, en su desparpajo casual, abominan de la etiqueta sustrayendo autoridad a la moda. Health goth, le llaman a la última tendencia que quiere suceder al normcore (vestir de forma anodina). Importa la comodidad, pero sobre todo hay que procurar sensación de ligereza para rejuvenecer -que parece una opción más asequible, y menos ingenua, que reinventarse-. Algo ocurrió cuando la sudadera de capucha, o hoodie, una prenda básica de la cultura hip-hop afroamericana, empezó a seducir a los diseñadores. Los movimientos subculturales y de protesta la habían coronado como santo y seña, con un mensaje claro: “Soy desobediente. Lejos del mundo de la oficina, del hombre del traje gris, o de la distancia con el poder y todo lo que signifique opresión, hoy la moda ha logrado banalizar sus aspiraciones y convertirla en una ofrenda del culto a la juventud. De Eminem a Mark Zuckerberg. Por ello no sólo son los indignados sino también los conformados quienes la lucen hoy. Incluso las hay de cachemira. Entre las razones, acaso la más clara sea una pregunta-diagnóstico con la que el antropólogo social Carles Feixa cierra su libro De la Generación @ a la Generación # (Ned Ediciones): ¿Asistimos al fin de la juventud? Feixa, que empezó su brillante trayectoria estudiando las tribus urbanas de los 80 y las bandas juveniles de los 90, investiga con tanto rigor como empatía el actual tránsito de la era digital a la hiperdigital y su impacto en nuestros jóvenes. Asegura que los ritos de paso han sido sustituidos por los ritos de impasse, y es cierto que los locutores dicen “un hombre joven de 40 años”. Los adolescentes amenazan con adelantar a los adultos gracias a su dominio del mundo digital, mientras estos se sienten jóvenes con sesenta. Los valores intrínsecos de la juventud se han generalizado: su urgencia, su ensimismamiento, su militancia, su desesperación. ¿O acaso es que alguien quiere ser viejo? Definitivamente, la juventud ha muerto de éxito. (La Vanguardia)

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28 de enero de 2015
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La amistad y su barranco

Uno de los atributos centrales  de la amistad es la correspondencia. Siendo como todo es en este mundo un intercambio, la amistad actúa como un fuerte sello de garantía. Garantía de que. En el canje de afectos, seremos tratados con atención y paralela correspondencia. Incluso, podría ser que la amistad, galopando de vez en cuando, llegara a otorgarnos de un lado un favor muy superior al que hemos ofrecido nosotros porque la amistad, en lo que tiene de sustancia amorosa, carece de volumetría precisa aunque  indudablemente posee unos lindes más netos que la pasión amorosa. El amor empasta mientras que la amistad, relativamente, aclara. Nos aclara el yo pero permite a la vez  que ejerzamos de clarividentes, en críticas coyunturas. 

Duele por tanto  mucho la no correspondencia del amigo porque esto mina gravemente la vinculación. Pero, además, ¿a qué atribuir su negligencia? ¿Su personalidad es así y ya lo sabíamos al confiarle nuestro afecto? ¿O soy yo quien frente a él, desdichadamente no ha logrado la suficiente importancia en su vida?

Tanto en el desequilibrio amoroso como en el desnivel amistoso empieza el barranco del dolor. El desnivel tiende a hacernos víctimas. Sin embargo ¿cómo no celebrar los excesos, los saltos y el desequilibrio, la falta de medición cuando nos exaltan? Los aceptamos como fiestas del alma humana si nos engalanan pero los sufrimos como perros, sin remedio, cuando parece que el otro -aun provisionalmente- nos ha olvidado.

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26 de enero de 2015
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China: pura fascinación

Desde 1976 en que salió el primer número del EPS ningún otro país en el mundo ha cambiado más y ha cambiado a mejor, ha crecido tanto ni ha repartido recursos a tanta gente, como lo ha hecho China en esos 38 años. Desde entonces, ha añadido nada menos que 400 millones de habitantes a los 937 que tenía, pero a la vez ha multiplicado 45 veces su riqueza y ha convertido en clases medias a 500 millones de chinos que vivían bajo los umbrales de la pobreza. China fascinaría solo por estas cifras tan elementales. Pero el milagro es que esta transformación se ha hecho mediante la integración de la economía china en la economía global, la apertura de sus mercados y la adopción de los elementos más fundamentales del capitalismo, incluida la competencia y el consumo a gran escala, y sin modificar, en cambio, el sistema político centralizado y de férreo control de la sociedad por parte del Partido Comunista, en un rígido sistema de monopolio del poder. Hay una fascinación lógica con la emergencia de China como superpotencia del siglo XXI, situada en el corazón de un continente, el asiático, hacia donde se están desplazando el poder y la riqueza mundiales, en detrimento sobre todo de una Europa de escaso crecimiento económico, enorme estancamiento demográfico y pérdida sobre todo de voluntad política de existir como tal. Pero hay otro tipo de fascinación más perversa entre las clases dirigentes occidentales, europeas sobre todo, que envidian la capacidad de las autoridades chinas para tomar decisiones impopulares gracias al control político que tienen sobre los ciudadanos. La fascinación por China viene de muy lejos. Antes de que China se abriera al mundo, las ideas de Mao Zedong, e incluso la terrorífica purga política que lanzó el Gran Timonel bajo el nombre de Revolución Cultural entre 1966 y 1976, ya suscitaban admiración e incluso gestos de emulación entre intelectuales y jóvenes izquierdistas occidentales. Fascinó en 1972 la entrevista entre los presidentes Mao y Nixon en Pekín, fruto de una inteligente estrategia de aislamiento de la Unión Soviética promocionada por su secretario de Estado, Henry Kissinger. Y todavía fascinó más su sucesor Deo Xiaoping, el Pequeño Timonel, padre de las reformas capitalistas emprendidas en 1978 que dieron paso a la China actual y autor de una sentencia emblemática que adoptó inmediatamente Felipe González: Gato blanco, gato negro, lo que importa es que cace ratones. Hay incluso una fascinación china por China: la de un país que se sintió en el centro del mundo hasta el siglo XVIII y se vio después humillado por la colonización e incluso el descuartizamiento, y ahora regresa a lo alto de la relevancia mundial, después de recuperar las que fueron colonias de Hong Kong, en 1997, y Macao, en 1999, bajo un lema de ?un país, dos sistemas?, muy buena también para describir la simbiosis entre comunismo y capitalismo. El Partido Comunista de China superó en 1989 el enorme bache histórico que se llevó por delante primero al bloque socialista y a los dos años a la propia Unión Soviética. Al contrario de lo que hicieron casi todos los regímenes comunistas europeos, los dirigentes chinos resolvieron las protestas populares en demanda de democracia con el recurso expeditivo y brutal de las armas, y lo hicieron incluso unos meses antes de que el hundimiento del Muro de Berlín arrastrara al entero sistema socialista. La represión del movimiento estudiantil de la plaza de Tiananmen es un acontecimiento de alcance histórico que constituye todavía un tabú para la opinión oficial china y una referencia secreta para las mentalidades autoritarias sobre cómo abordar los movimientos en demanda de democracia. La atracción que ejerce China en países donde prosperan nuevas formas de autoritarismo, como es el caso de la Rusia de Putin, tiene que ver también con la resolución expeditiva de la transición hacia el capitalismo adoptada por los comunistas chinos. Obliterada dentro por la censura y fuera por la primacía de los intereses económicos, a la fascinación autoritaria que pudiera suscitar Tiananmen le sucedió a mitad de los años 90 la nueva fascinación por una China que se estaba convirtiendo en la fábrica del mundo; ya al borde del 2000 por el crecimiento colosal de sus ciudades; y, una vez en el siglo XXI, por su capacidad de consumo y su proyección económica internacional, como inversionista y sobre todo como comprador de materias primas. China fascina ahora porque a su manera también se ha convertido en una superpotencia imprescindible: lo es por su crecimiento para la economía mundial y lo es por el peso que tiene Pekín en la difícil gobernanza del nuevo mundo multipolar. (Esta es mi contribución als número 2.000 de EPS --El País Semanal--, que salió este domingo 25 de enero bajo el título de 'Dos mil domingos contando historias')

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26 de enero de 2015
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