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La casta y el ?lomanismo?

Madrid es portentoso en sus mezclas, sobre todo porque no son forzadas, ni tan siquiera estratégicas, sino que surgen de forma espontánea como si un superglue uniera con suavidad los extremos más resistentes. Veamos sino: En el afrancesado barrio de Chamberí Carmen Lomana reúne en su salón admirablemente tapizado a Juan Carlos Monedero, Cristina Cifuentes, Elena Benarroch, las Nancys Rubias, militares de la casa del Rey, inspectores de Hacienda y algunas señoras “muy carcas”. Lomana es una dama encantadora y divertida, con un físico californiano -una mezcla de Linda Evans y Gwyneth Paltrow-, aunque fuera niña de Donosti (con abuelos que hicieron las Américas) y le chifle Cataluña, de donde era su madrina, Pepita Valerí, “procedían de Cadaqués, pero vivían en la calle Balmes”. Se quedó viuda a los 46 años y se entregó al vestuario y las antigüedades. Hasta que, bien pasados los 50, inició una nueva vida sin proponérselo. Puede que algunos reparos hacía ella procedan de su habla parsimoniosa y engolada. Pero ningún prejuicio de pija boba la amedrenta: “Aldeanismo y punto”. No los tuvo Monedero cuando, tras llamarle ella en Twitter “impertinente y curilla” y añadir que tenía muchas preguntas que hacerle, la respondió “te tiro el guante, cuando y donde quieras”. Se citaron en el Pepe Botella de Malasaña y ambos quedaron satisfechos y sorprendidos: “Parece un trotskista malhumorado, pero tiene mucho encanto, es interesante y humilde”. La aleación Lomana-Monedero es una estampa mediática de alto voltaje. Él, un profesor brillante con look postadolescente a los cincuenta tacos, que completó su formación en Alemania -nada menos que en Heidelberg y con Klaus von Beyme- necesita epatar, algo común entre la plana mayor de Podemos, un partido asambleario y buenrollista, pero con egos por todo lo alto. Además, uno de los diktats internos consiste en acercarse a caras conocidas e influencers para derribar muros preconcebidos. Lomana -que votaba al PP y ahora no los quiere ni ver, “han mentido y abandonado a los españoles”- ha ejercido estos días de analista política en las radios: “Los quieren machacar. ¡Y venga con el sambenito bolivariano! Él ha cobrado por un trabajo, no como los otros que han cobrado por nada. Y, además, ha traído el dinero a España”. Y continúa, con una lógica imparable: “Esto les ha sobrepasado; no ganarán las elecciones, aunque tengan mucho tejido social que empatiza con ellos… Aún no están para gobernar. Igual dentro de cuatro años”. Podemos recuerda a una start-up. No tanto por su factor de innovación, ya que rescatan L’estaca, pero sí por su cuadrilla de entregados partidarios que echan horas a destajo sin remuneración material mientras a sus jefes, consultores bien pagados a quienes les buscan muertos en el armario, no les mueve tanto la vocación de servicio público como demostrar que representan la intelligentsia patria y saben que uno de los grandes errores de esta vida es ser un descastado. Gitano vertical / Kelian Jiménez En Casa Patas nadie deja las maderas tan curtidas como Kelian Jiménez, gitano de Caños Rotos, el barrio más flamenco de Madrid y cuna de artistas, donde se crió con los grandes y aprendió con ellos. El suyo es un baile tan rabioso como vertical.Tan doloroso como soberano. Rizos suaves y brillantes, foulard de lunares, de negro y perfumado y con sus tacones cuadrados para doblarse a compás, sin que la técnica (virtuosa) mate al duende, el bailador es capaz de crear nuevas sombras chinescas que hacen llorar a los japoneses más aflamencados. Con Arrieritos somos, su compañía, ha coreografiado historias del éxodo, o las 13 rosas. Kelian no es marketing. Es una suerte encontrar tanta delicadeza y majestuosidad en la escena: un rey gitano puro. Rififí en el PP / Luis Bárcenas No sé si se acordarán de las películas de gángsters de Delon, Belmondo y compañía allá por los setenta: Círculo rojo, El clan de los sicilianos o Borsalino. Solían comenzar con la salida de prisión del protagonista -Delon, evidentemente-, para sobresalto de sus enemigos. Hace dos noches me las devolvió a la mente la excarcelación de Bárcenas, Luis el cabrón, de Soto del Real. Sobre todo sus palabras para Rajoy (y eso que no tenía “mensajes para nadie”): “Le he hecho caso y he sido fuerte. El PP no tiene nada que temer”. Y levantó los cuatro dedos, en homenaje a sus excompañeros del pabellón 4. Si el final de la historia se parece también a los de aquellos polars, en Génova deben estar haciendo ya sesiones de cineclub. Romance remake / Lara y Fernando Nunca he entendido a las guapas televisivas que se maquillan los párpados de día como si fuera de noche. Con lo hermosas que lucen sin tanto maquillaje ni esas uñas largas que asustan a los niños. Pero su receta debe funcionar porque pasan de una cadena a otra con vértigo y ritmo, sobre todo si han ejercido como Lara Álvarez de periodista deportiva sexy reconvertida en presentadora sexy. Álvarez protagoniza ahora un romance-secuela del de su colega Sara Carbonero. Tras los coqueteos con Sergio Ramos, ha cambiado no sólo de cadena sino la hierba por el paddock, ennoviada ahora con Fernando Alonso. Los amores de revista a la velocidad de la fórmula 1 y al decir de Sabina: “La frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta”. (La Vanguardia)

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24 de enero de 2015
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Descenso al abismo de la pesadilla japonesa

El exitoso novelista japonés Haruki Murakami, mencionado insistentemente como candidato al Nobel de literatura, publicó en 1997 Underground, un reportaje periodístico sobre los atentados con gas sarín en el metro de Tokio. Ahora lo publica en español su editorial de siempre, Tusquets. Con su elegante ribete negro, el libro se parece a cualquiera de sus grandes novelas. Y en cierta forma, lo es.

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 “Es 20 de marzo de 1995. Lunes. Una mañana agradable y despejada de principios de primavera. El viento aún es fresco y la gente sale a la calle con abrigo (…) Uno de esos días imposibles de diferenciar en el transcurso de una vida, calcado a muchos otros hasta que cinco hombres clavan la punta afilada de sus paraguas en unos paquetes de plástico que contienen un líquido extraño….”

Estamos en el prólogo de Underground, una doble colección de entrevistas a propósito de lo que pasó esa mañana en cinco estaciones de metro y una de tren en el agitado hormiguero subterráneo de la capital japonesa.

La primera parte, que Murakami publicó como libro dos años después del atentado, es un emotivo viaje al desconcierto, el miedo y las secuelas físicas y psicológicas de la experiencia. Con la pericia de un fogueado periodista profesional pero también con el oído atento a la frase que ‘pinta’ al personaje que habla o que abre la puerta a un mundo oculto, el novelista se acerca a los sobrevivientes y les pregunta qué les pasó ese día y los siguientes.

En la letanía de minucias domésticas y burocráticas (como era temprano en la mañana, la mayoría eran trabajadores de rango bajo y medio y estudiantes, como en los trenes de Atocha en 2004), Murakami traza un sosegado panorama de la mente del trabajador medio en el Japón de finales del siglo XX. El valor inmenso de tener un trabajo, aunque sea mal pagado y de desesperante repetición. La mayoría de los viajeros, por ejemplo, estaban llegando al menos una hora antes a sus oficinas.

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A partir del momento en que huelen algo fuera de lo normal (ninguno sabe qué es), las historias se vuelven terroríficas, y el modo púdico, despojado de Murakami de entrevistarlos nos permite atisbar en el horror que puede acechar en el momento más banal. Su última pregunta siempre se refiere a qué sienten por los miembros de la secta Aum y su mesiánico líder Shoko Asahara. De las respuestas surge un verdadero tratado práctico de reacciones ante un ataque injusto e incomprensible, desde el deseo de venganza, el perdón como forma de seguir adelante o la absoluta imposibilidad de pensar en los perpetradores.

De lejos, la entrevista más impactante es la de Shizuko Akashi, que como otros, es un seudónimo. Akashi había dedicado todas sus energías al trabajo, o formó una familia y ahora estaba al cuidado amoroso de su hermano. Sus gravísimas secuelas le impiden hablar con claridad y se mueve con mucha dificultad. Muchas de las cosas que dice en su media lengua las debe traducir el hermano. Pero Murakami logra anudar con ella una conexión profunda, donde el sentimiento llena de sentido sus monosílabos.

“Durante el proceso de escritura de este libro he pensado mucho en la que en mi opinión es la gran pregunta: ¿qué significa estar vivo?”, se plantea el escritor. “Si yo estuviera en la piel de Shizuko, ¿tendría la misma fuerza de voluntad,  esa fuerza impresidndible para estar vivo? ¿Tendría su coraje, su perseverancia, su determinación? ¿Podría tomar la mano de alguien con esa misma calidez? ¿Me salvaría el amor de los demás? No lo sé. Sinceramente, no estoy seguro”.   

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La segunda parte surge de una serie de entrevistas que una revista de actualidad encargó a Murakami posteriormente: son seguidores de Aum, todos de rango medio y bajo. Aquí el libro se torna más complejo, más oscuro: estos fanáticos tímidos y correctos son espeluznantes.

En un breve instante el autor abre una puerta: tal vez estos hombres y mujeres dispuestos a seguir a un líder demente hasta matar o morir sean una puerta para pensar en esa sociedad japonesa que se lanzó a la conquista sangrienta de Asia en la Segunda Guerra Mundial. Como a los japoneses de los cuarenta, los atenaza un extraño y poderoso deseo de dos cosas aparentemente irreconciliables: el ceder totalmente el discernimiento y la voluntad a una voluntad superior, y al mismo tiempo el encontrar un oasis de espiritualidad en un mundo yermo de materialismo.

Underground es un relato verídico de un hecho que sucedió en las antípodas y hace casi dos décadas.  Pero como lo cuenta el gran novelista Haruki Murakami, es una fuente de pesadillas y preguntas para el aquí y el ahora, y para siempre. 

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23 de enero de 2015
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Mi amigo Álvaro

Si se va a ver, la vida es como un obligado paseo. Sólo un paseo en cuanto no dura una eternidad y un  obligado merodeo en cuanto que  nadie ha escogido apuntarse en esta accidentada excursión.

Un paseo es un  ir y venir en un tiempo breve y sólo por estirar las piernas. Si se dice del muerto que estirado la pata casi con la misma estimación se previene el paseo.

 Paseamos para estirar las piernas y las piernas al cabo nos estiran como cadáveres.  Una vez yertos, por tanto, lo consecuente es el almacenaje. Como los bacalaos secos, como los tochos de acero, como los troncos coleccionados del bosque.

 Entre la incalculable población que discurre a nuestros lados a lo largo del paseo unos u otros, agotados, malheridos o infartados, van cayendo al suelo como peregrinos exhaustos. Caminantes que obtienen la ventaja de precipitarse sobre la tierra y reposar a solas y el inconveniente de ser considerados infaustos.  No importa del todo la edad. Esta infausta  flaqueza aparece cuando menos se la espera y por eso evoca debilidad y finura. La flaqueza se desliza flacamente entre los intersticios musculares y salvada la primera barrera de la piel pueden inmiscuirse en cualquier parte orgánica. Es el consabido proceder de la enfermedad. Nos sentimos bien y sin esperar nada, algo extraño va introduciendo en el cuerpo. No se ve, no se pesa, no se mide pero puede terminar por hacernos fallecer con su flaqueza.

El paseo presenta numerosas  inconveniencias. Al recorrer el camino cualquier eventualidad puede hallarse al acecho en las cunetas, lugares especialmente concebidos  para acunar cualquier clase de extraños elementos. Sencillos unos, complejos otros, en su totalidad brozas sin nombre.

 La cuneta es, en el paseo, la nemotecnia  de una larga y asidua tumba. No un fragmento esporádico de fosa sino una fosa permanente al hilo de nuestros pasos y lista para ir dando cabida a los desfallecidos o fallecidos. Esta cuneta se corresponde tanto con el paseo como con el paso por la vida. Todos pasamos mientras paseamos.

En mi portal, sobre el muro donde se hayan  los ascensores hay pegada una esquela que anuncia el fin vital de un amigo con quien he paseado y reído mucho tiempo. Su facultad primordial era pasear contando historias, todas  desternillantes debido a su entonación y al timbre de su voz. Paseábamos y nos carcajeábamos. De hecho, su mayor atracción entre los que le conocíamos y queríamos era su facultad para contar episodios mientras pisábamos el mundo.

Otra víctima pues del grave paseo por este mundo. Empezaron a infiltrársele las flaquezas y llegó el día en que una operación de las cuerdas vocales le hizo perder el habla. Perdida el habla, perdió a su vez el cariño por la senda. El camino se estrechó insidiosamente mientras la cuneta se convirtió en un cauce imantado para albergar su muerte. Era tan generoso que "se estiraba"· con  nosotros. Ahora estirado y sólo ya no parece él ni tampoco nosotros. No fuimos sino paseando acompañados, no nos ejercitamos sino abrazados a las palabras. Hoy, por ello, nos vemos como subsidiarios solitarios al borde de la alcantarilla.   

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22 de enero de 2015
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Las puertas del infierno

Todos hemos escuchado en tertulias y redes, nuestro patio de vecinos, que mejor nos habría ido si las primaveras árabes hubieran fracasado y ahora tuviéramos todavía a los guardias de la porra vigilando a los fundamentalistas. En Egipto ya ha sucedido: Al Sisi hace las veces y mejor que Mubarak. En Yemen puede que vaya a suceder en los próximos días: Salé hijo puede suceder a Salé padre. La guerra civil cabalga a sus anchas en Libia y también en Siria, donde propiamente se han abierto las puertas del infierno o, lo que es lo mismo, de un califato sangriento, cumpliéndose así la amenaza del caos con la que todo dictador enfrenta la demanda de democracia. Vladimir Putin es quien mejor ha contado esta historia, como un cuento moral por persona interpuesta: Ramzan Kadirov, jefe de clan y gánster caucásico, su hombre fuerte en Chechenia y presidente regional, ha reunido a centenares de miles de sus conciudadanos en una manifestación para protestar contra Charlie Hebdo y defender el honor del profeta Mahoma. Kadirov combatió contra la guerrilla separatista, ha eliminado a disidentes y periodistas molestos, mantiene bajo vigilancia los brotes jihadistas y carga la autoría de los asesinatos de París a los servicios occidentales, a los que acusa de crear el Estado Islámico. La fábula contraria es la que nos cuenta el presidente de Nigeria, Jonathan Goodluck, que se solidariza con Francia por la matanza de París pero hace como que no se entera de la muerte de 2.000 personas y la destrucción hasta los cimientos de una ciudad por parte de Boko Haram en el norte de su país, para no estropear su campaña electoral. Su ejemplo encaja con la narrativa de Putin: a eso llevan la democracia, la libertad de expresión y las conspiraciones occidentales. Esta es una larga historia, que no cabe en la percepción presentista que estimulan los medios digitales. Nada de lo que está sucediendo se entiende sin la crisis de las viñetas de Mahoma publicadas por el diario danés Jylland-Posten en 2005. Los dictadores que ahora alguien echa en falta, normalmente socios y aliados occidentales, incluso en las sucias tareas del antiterrorismo, son los que lanzaron a las masas islámicas a manifestarse contra las caricaturas. Lo acreditan los cables de Wikileaks, donde se documenta como el Gobierno sirio dio órdenes a los imames para que convocaran manifestaciones al salir de la plegaria del viernes y luego organizaran los tumultos hasta la destrucción de consulados y embajadas. Al igual que el gobierno egipcio de Hosni Mubarak, que encabezó la ofensiva internacional contra Dinamarca como advertencia dirigida a Washington ante las presiones democratizadoras. La fábula que ha saltado por los aires es la de los lobos solitarios, criados y crecidos en los suburbios marginales. Surgen de las puertas del infierno, que cuentan con satánicos conserjes, aliados nuestros, por cierto, y perfectamente instruidos sobre cuándo y cómo hay que abrirlas.

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22 de enero de 2015
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Asuntos Metafísicos 82: Tras la ciencia…Humanismo filosófico

Entre los pensadores griegos, algunos privilegiaron el testimonio  de  los sentidos  a la hora de buscar un fundamento a la diversidad natural (fuego, agua...) y  otros, por el contrario, consideraron como realidad física última lo que los sentidos no podían percibir (átomos, figuras geométricas puramente ideales). Un tiempo incluso pudo pasar desapercibido el hecho de que en este segundo caso el único testigo de que había una realidad primordial era precisamente el intelecto. Pero el problema sin embargo acabó por estallar: surgió un combate entre los sentidos y el intelecto, reflejado en un célebre fragmento atribuido por Galeno a Demócrito:

"Por mera convención nos referimos al color, y también por convención hablamos de  lo dulce, por convención asimismo nos referimos a  lo amargo; en realidad sólo hay átomos y vacío" aserta el intelecto. Mas al escuchar  tal cosa los sentidos (aistheseis) responden al intelecto: "Pobre intelecto, pretendes vencernos a nosotros que somos las fuentes de tus evidencias. Tu victoria será tu derrota" (Diels B 125). 

De hecho el intelecto podría responder: Incluso el que  afirma que aquello a lo que todo se reduce es algo perceptible, como  el agua o el aire, está haciendo que legisle el intelecto. Pues los sentidos perciben el agua pero no perciben que todo sea agua.   Y lo mismo ocurre cuando, gracias al discurrir del intelecto,  se erige en verdad científica  que el  planeta  Tierra gira en torno al Sol. A lo cual los sentidos podrían ciertamente responder  que   no hubiéramos razonado al respecto sin la percepción sensible, para la cual es el sol  el que se desplaza...

¿Es este debate sobre el intelecto y los sentidos  un debate científico? Lo único seguro es que se trata de un debate concomitante a la ciencia, un debate que no se hubiera dado fuera de la disposición de espíritu que conduce a la ciencia, encarnada por los físicos jónicos. Y en ello difiere radicalmente de las consideraciones sobre el alma humana que surgen en otros contextos. Pero la ciencia no plantea este debate, la ciencia ha tomado partido aun in saberlo, ha  priorizado el intelecto.  Darse cuenta de que es así y focalizar sobre tal asunto la atención ya no es cosa de la ciencia sino precisamente apertura a la filosofía.

Y no se trata tanto  de un debate entre "realismo" e "idealismo" (ambas partes reivindican lo suyo como real y acusan a la otra parte  de vivir entre fantasmas), salvo si por real se entiende  lo que daría soporte a todo lo demás, lo que es condición del resto sin que la recíproca sea cierta, y en suma: lo incondicionado.  Para el atomista tal estatuto ha de ser otorgado al vacío y los átomos. Pero estos candidatos sólo están representados por el intelecto, de tal manera que, en última instancia, lo  incondicionado sería el intelecto mismo, es decir, una facultad específica del hombre. Y como acabo de indicar escapan  de hecho a tal conclusión los que afirman como   incondicionado algo material como el agua. La única manera de evitar el poner al intelecto en el centro sería dejar de hacer ciencia, dejar de hacer lo que hicieron, Tales, Anaximandro, Anaxímenes...O bien hacer ciencia y no preguntarse por lo que has hecho, no dar el paso a la filosofía.

¿Quiero ello decir que si retornamos a la mera confianza en los sentidos, evacuaríamos al intelecto y con él al hombre? En absoluto. El enfermo de ictericia, a quien la miel sabe amarga, posibilitará que surja  la interrogación filosófica y ésta, por un camino diferente conducirá de nuevo al hombre. Pues si la miel es dulce para uno y amarga al otro, pero nos negamos a que el intelecto legisle respecto a qué es la miel en sí... sólo vale la mera subjetividad. Mas entonces entra en juego   la conocida sentencia de Protágoras según la cual todas las cosas tienen en el hombre el patrón de medida (Pánton xremáton métron èstin ántropos... DK 8ob1)  La sentencia precisa que se trata tanto de medida "de las cosas que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son".

Muchas son las interpretaciones que se han dado de la frase  y no todas van en el sentido del relativismo subjetivista. Aquí mismo he aludido a una posible    interpretación fuerte según la cual  el ser humano constituiría la condición de que las cosas tengan no sólo  una significación y un peso en una escala de valores, sino incluso una determinación precisa.  Pero en cualquier caso estaríamos también debatiendo sobre la centralidad del ser humano.

Los  asuntos del ser humano  también ocuparon a los llamados fisiócratas, y que eran de hecho  los que reflexionaban sobre la naturaleza, o sea, los físicos de la Antigüedad. Algunos de sus sucesores dejaron ya de ocuparse de la primera parte, dejaron de ser físicos. Entre unos y otros alimentaron un debate que, emulando a Platón, puede calificarse como "lucha de gigantes en torno al ser".  En tal combate sigue hoy la filosofía en ocasiones brotando asimismo de la física,  del trabajo de  los físicos, los nuevos Tales, Anaximandro, Anaxímenes ...

Cuando la reflexión sobre el hombre no es paralela al conocimiento de la naturaleza, sino que surge precisamente de ésta, cuando la  exigencia misma  de determinar la physis  conduce a tomar muy en serio la hipótesis de la irreductibilidad del hombre a una especie natural entre otras especies naturales, entonces el humanismo es filosófico. Diferencia radical respecto a las actitudes en las que la consideración de la trascendencia del hombre procede de una pulsión del espíritu directamente opuesta al acto de conocer.

Ciertas mentes positivistas han reprochado siempre a la filosofía una suerte de caída en la tentación de absoluto que la haría sospechosa a los ojos del ascético  rigor de la ciencia. Lo más curioso es que esas mismas mentes  nada tienen que objetar a la promesa de absoluto cuando se presenta desnuda. Una sería la causa de la verdad científica y otra la causa de la verdad religiosa. La  filosofía, meramente, se niega a esta dicotomía; la filosofía  busca en la razón misma la confianza en que las vicisitudes de la vida empírica no agotan la cosa cuando del hombre se trata. 

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22 de enero de 2015
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