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¿Dónde están los ?curvies??

No hay día en que no aparezca una noticia sobre las curvies, ni que la prensa de moda bien intencionada imprima el fenómeno en su portada con tipografías vistosas, a menudo en cursivas, a fin de interpretar más literalmente el movimiento de unas caderas estridentes. Bien diferente sería que, en lugar de curvies, las llamaran gordas, palabra de mal llevar que solo cuando es nombrada en primera persona, reconocida por una misma con humor o amargura, se exime de ánimo vejatorio. Curvy es un nombre rumboso que aporta un toque de novedad a la expresión tallas grandes. Grande es un eufemismo de gordo que equivale a de color por negro o a pompis por culo, aunque este último es un término fieramente recuperado por la hipermodernidad. Culo 10 se denomina a los módulos de entrenamiento para fortalecer, subir y ampliar el culo, siguiendo la enfebrecida tendencia de Kim Kardashian. Pero tanto el fenómeno curvy como el del culo 10 dejan tras de sí un hueco, o brecha, si lo prefieren, de género: ¿dónde están ellos? Los onerosos modelos con carnes prietas y rasgos perfectos no tienen ni portadas ni sección en los grandes almacenes, determinando, pues, que los hombres gordos sienten una profunda desafección no solo por la moda sino por sí mismos. En la alfombra roja, las panzas de Alec Baldwin, Russell Crowe, John Travolta o Leonardo DiCaprio forman despreocupadamente parte del establishment. Y nadie se atrevería a llamarles gordos como a Mariah Carey o Adele. «¿Qué panzó?», se preguntan como mucho acerca de esos tipos esbeltos que perdieron la cintura en algunas redes latinoamericanas, donde la apostura masculina sigue siendo velluda, pectoral y engominada. Las carnes derramadas de los Faletes del mundo no son tomadas en serio, y producen incluso mayor rechazo que las femeninas. Cero tolerancia a la gordura masculina en la imaginería contemporánea. Lo máximo que se permite es la existencia viral de los skinny fat (del-gordo), que es como se denomina a aquellos delgados con tendencia al sobrepeso, y cuyo encanto con ropa se esfuma cuando se la quitan. Un hombre que no va al gimnasio es un valor a la baja, un sujeto sospechoso cuya delgadez con su cuerpo pone en duda otras cualidades. Los hombres aún ganan a las mujeres practicando deporte. Juegan al pádel o al fútbol, levantan pesas, nadan cincuenta largos, corren por la ciudad y admiten que el paso del tiempo es una carrera de fondo en la cual no hay que desfallecer. Los mismos que no entienden la vida sin una toalla en la cintura. Ni ese baile de hormonas que provoca la acumulación de tejidos adiposos, ni tampoco arrugas en el canalillo. Los hombres envejecen mejor, se dice, y en ello puede que radique el freudiano complejo de la envidia del pene. La cuestión es que quienes juzgan más severamente a los hombres no son las mujeres, sino los propios varones, que compadecen la existencia de un hermano curvy. De momento, a unos los tienen encerrados en el armario, y a los otros, en los consejos de administración fumándose un puro. (La Vanguardia)

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3 de abril de 2015
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Ayotzinapa: Seis meses y ni un día de silencio

Cuarenta y tres estudiantes en  un remoto colegio rural de México. Estudiaban para ejercer el oficio más necesario para construir una democracia: como maestros. Y un alcalde corrupto en connivencia con el narcotráfico los manda matar. Eso pasó hace seis meses en Ayotzinapa.

Estos crímenes vienen produciéndose desde hace dos décadas en el maravilloso y cruel México. Pero algo ha cambiado. Han pasado seis meses y ni un día se han callado las voces que reclaman justicia, verdad y cambio. Primero, los padres y madres de estos normalistas. Recorren el país clamando por sus hijos. ¿Dónde están? ¿Qué les hicieron? ¿Por qué? ¿Quién da la cara?

Con ellos empezó a despertarse el país. Contra el gobierno nacional, del PRI. Contra el alcalde, del PRD. Contra el ex presidente, que prometió apagar el fuego del narco y le echó petróleo, del PAN. Los tres partidos que se reparten el poder mientras el pueblo sufre y el país se hunde. “Todos somos Ayotzinapa”.

Y se despertaron también los periodistas, un colectivo que había permanecido sumiso y callado demasiados años. Ante una Plaza del Zócalo del DF llena, la minúscula figura y la voz quebrada de Elena Poniatowska leyó las mini-biografías de los 43 ausentes que había confeccionado el joven periodista París Martínez. Una leyenda viva del periodismo mexicano se alía con uno de los mejores reporteros de la última horneada.

La generación de Martínez está amenazada: según informes de Reporteros sin Fronteras, es más peligroso ser periodista en México que en Afganistán. Pero siguen en la lucha, han formado equipos y colectivos para investigar, publicar y defender sus derechos.

El que más me impacta es uno formado por mujeres: Periodistas de a pie. En estos días armaron un libro digital para recordar y seguir peleando. Convocaron a periodistas mexicanos y de otros países. Nos pidieron que eligiéramos una foto o una imagen y que escribiéramos un texto breve. La mayoría habla de las víctimas y de sus familiares.

Yo elegí una aguafuerte de Goya, de su tremenda serie Los desastres de la guerra. Se llama Enterrar y callar.

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Francisco de Goya (1746-1828) se hizo famoso con sus perspicaces retratos de la corte de Carlos IV y sus alegres estampas de las costumbres del pueblo, los majos y las majas de Madrid. Pero en sus últimos años, con la vejez y la sordera, amargado y abandonado de los poderosos, se convirtió en el furibundo y lúcido dibujante de los males, las hipocresías y las crueldades de una sociedad injusta.

Primero, los Caprichos: sueños y pesadillas de hambrientos y hastiados, escenas tragicómicas de jovencitas inocentes y viejos libidinosos, burlas precisas de burros con levita y con sotana. No vendió casi ninguno. Después, los Disparates y una serie breve dedicada a la Tauromaquia. Pero los más impresionantes y precursores son los Desastres de la guerra. En ellos Goya se internó en el horror como ningún otro pintor haya hecho antes o después.  

La guerra que le tocó fue la de guerrillas (la primera de la historia) contra el invasor francés en 1908. En Zaragoza, Goya fue testigo directo de los levantamientos del pueblo contra las tropas napoleónicas y la feroz represión de los invasores. En uno de los grabados muestra a una madre que huye con su niño y escribe: “Yo lo ví”. En otro, que muestra a tres soldados que ahorcan a un hombre tirando de sus piernas, pregunta: “Por qué?”

El invasor francés dejó España después de matar y torturar y desmembrar, pero el pueblo no ganó: ganaron los terratenientes y la Iglesia. Estos grabados, una mezcla técnicamente impresionante de aguafuerte y aguatinta, son como todas las grandes obras realistas, documentos históricos de su tiempo y a la vez un grito sobre el todos los tiempos y sobre hoy mismo.

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Dice el académico Sigrun Paas-Zeidler en su comentario a la edición completa de los grabados goyescos que “estos horrores de la guerra, escenas de violaciones, de fusilamientos, carnicerías, mutilaciones, campos sembrados de cadáveres, heridos, muertos, ejecuciones con el garrote, hombres que huyen, saqueos de iglesias”, no presentan en ningún caso escenas de lucha militar. Son el pueblo, es “la experiencia del hombre concreto”.

Goya escribía muy mal: su editor tuvo que poner a un ayudante a corregir los errores ortográficos y gramaticales de los textos que escribía debajo de los grabados. La maestría en contar y en opinar de Goya está en sus oleos y sus dibujos. Pero el título de este grabado, el número 18, muestra la forma en que podía titular con maestría: “Enterrar y callar”.

Goya es insoportablemente actual: en México, el crimen de Ayotzinapa, hoy mismo, tiene el amargo sabor de estos grabados. Goya está en Siria. Y en Gaza. Los cuerpos retorcidos, mancillados. La muerte impúdica. El pudor y la dignidad de los deudos.

 

En la España de Goya y en el México de hoy, este mensaje es elocuente porque dice todo lo contrario de lo que aparenta. Enterrar es desenterrar y callar es gritar. Porque mostrar con la pluma es destapar los crímenes y echar luz sobre los criminales. Y porque dibujar así a las víctimas es gritar su silencio.  

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2 de abril de 2015
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Guerra cuatro, paz cero

La guerra vence a la paz por cuatro a cero. Con la de Yemen, son ya cuatro las que hay en marcha en el mundo árabe. La primera y más antigua es la de Irak, que empezó en 2003 gracias a Bush (aunque no es la más antigua del mundo islámico, que es la de Afganistán, también iniciada por Bush y todavía viva). La segunda es la de Libia, que empezó propiamente hace cuatro años cuando Gadafi reprimió militarmente las revueltas contra su régimen y obtuvo la contundente respuesta aérea de la OTAN, sin que siguiera esfuerzo alguno para estabilizar el país y obligar a las distintas facciones a sentarse y gobernar juntos en vez de embarrarse en una guerra civil que todavía sigue. La siguió al poco la tercera, también declarada por el dictador sirio Bachar el Asad contra su propio pueblo, al que bombardeó incluso con armas químicas, convirtiendo así una revuelta pacífica en guerra civil. Parece que la cuarta, la de Yemen, haya estallado justo ahora, pero tiene viejas raíces en las luchas tribales y también en el derrocamiento en 2011 del presidente Ali Abdulá Salé, 33 años en el poder, que ahora se manifiestan en forma de conflicto internacionalizado, chiitas contra sunitas y árabes contra persas. Cuatro guerras y ningún acuerdo de paz. La que siempre se espera y nunca llega, entre israelíes y palestinos, se halla ahora más lejos todavía. Y la que cuenta con plazos, la guerra fría entre Washington y Teherán, va superando las fechas sin que lleguen a cerrarse las negociaciones. Cada uno de las cuatro guerras tiene trazos en común. Responden a divisiones tribales y sectarias de gran capacidad destructiva para las frágiles estructuras de Estado existentes e incluso las fronteras coloniales. No se entienden sin las intervenciones extranjeras, decisivas en la aniquilación de las instituciones, como fue el caso del ejército iraquí disuelto justo al culminar la ocupación del país por Estados Unidos. En ellas se enfrentan por procuración las distintas potencias regionales e incluso internacionales: los muertos los ponen los locales, pero los intereses geoestratégicos los extranjeros. Y lo hacen según una geometría variable, en la que son aliados o enemigos según el lugar donde se encuentran. Turquía y Arabia Saudita son aliados en Siria y Yemen pero apoyan bandos distintos en Libia. EE UU se enfrenta con Irán en Yemen y es su aliado en Irak. El antaño gran amigo de Washington que es Arabia Saudí pretende frenar a la vez las aspiraciones de Irán con la creación de una OTAN de los árabes y arrebatar a los terroristas del Estado Islámico, sea por las armas sea por la predicación de sus imames, la popularidad entre los jóvenes musulmanes. Israel dice temer más a un Irán nuclear que al Estado islámico vecino de Siria e Irak. Las cuatro guerras y la paz que siempre falla son hijas del vacío político y del retraimiento de EE UU y Europa de la región. Y si anuncian algo parecido a un orden nuevo, será menos occidental y probablemente más inestable.

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2 de abril de 2015
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28. Algunas lecturas

He pasado un buen rato leyendo los relatos delirantes de Alekséi N. Apujtin, Porfiri P. Infántiev, Veleri Y. Briúsov y Serguéi R. Mintslov incluidos en Pioneros de la ciencia ficción rusa (selección y traducción de Alberto Pérez Vivas, Alba, Madrid, 2013). En rigor son de ciencia ficción los últimos cuatro relatos, pues el primero, de Apujtin, "Entre la vida y la muerte" aborda un conocido motivo de la literatura fantástica. En algún momento se desliza algún delicioso error chauvinista, como cuando los prisioneros de los extraterrestres en medio de África descritos por Briúsov se fugan de su reclusión para buscar "vodka" (p. 211), cuyo hallazgo en las proximidades de las cataratas Victoria debía ser algo, en efecto, de ciencia ficción. Los aficionados al género disfrutarán de estos relatos, pese a (o precisamente por) cierta ingenuidad y varios excesos melodramáticos; los no aficionados pueden acercarse al volumen como aperitivo, en el que encontrarán algunas anticipaciones de Infántiev que les dejarán asombrados y un relato de Briúsov en el que una ciudad sufre un síndrome de "contradicción" (que puede recordar algo al Ensayo sobre la ceguera de Saramago, pero en realidad es más interesante).

 

Tenía razón José Luis Rey cuando decía que "En Gimferrer, la expresión es refractaria, tanto en castellano como en catalán. Y procede siempre por imágenes y símbolos y mediante máscaras. Gimferrer no practica la confesión: sí puede haber, en ocasiones, una voz poética que juega a ser y no ser el autor, recordando experiencias, comentando asuntos de una vida que parece propia, con lo cual entremos en el terreno de una experiencia ficticia, de un monólogo dramático cuya máscara no es cultural, sino vital. Es éste un recurso frecuente en la etapa catalana, en Els miralls, en Mascarada. Se trata de lo que llamaré la máscara vital, para diferenciarlo de la máscara cultural, más frecuente en la etapa castellana" (J. L. Rey, Caligrafía del fuego. La poesía de Pere Gimferrer, 1962-2001; Pre-Textos, Valencia, 2005, p. 181). Y, en efecto, en El Castell de la puresa (2014), escrito en catalán en el original, con versión al castellano de José María Micó, también asoma la máscara vital apuntada por Rey: "Así es nuestra vida: una leyenda, / una máscara de rojo terciopelo"; (Pere Gimferrer, El castillo de la pureza; Tusquets, Barcelona, 2014, p. 29). Lo que demuestra, tantas décadas después, una profunda coherencia en la obra gimferreriana.

 

Pocas literaturas tan inclasificables como la del guatemalteco Estuardo Prado, un escritor de culto en su país por su radicalidad y su extrañeza. Quizá la única forma de definir su narrativa es utilizando una categoría mencionada por él mismo en Los amos de la noche (e/X, Guatemala, 2011), la "teología de la alucinación" (p. 95), pues estamos ante una mezcla imposible de los paraísos artificiales baudelaireanos con la escatología -en ambos sentidos- de los Cantos de Lautréamont, pasados por los tamices de la ciencia ficción y del realismo sucio y de las letras oníricas del rock más ácido -en ambos sentidos también-. Disculpen si no soy muy preciso, pero no sé cómo serlo. Intento explicarles que Prado es inexplicable, que leerle es una especie de aventura en la que sabes que te vas a encontrar muchas drogas y paranoia philipkdickiana y mucha iconografía, pero la almendra es cómo el autor mezcla distintos elementos delirantes en un texto que hay que leer como un sueño o como una pesadilla, según el caso. Les cuento un argumento de uno de los relatos de sus Vicio-nes del exceso (e/X, 1998, visión redux 2015): su alucinante tesis es que la Tierra no está dominada por la especie humana, sino por los gusanos; ellos nos dominan y nos dejan crecer para que engordemos y poder así alimentarse de nuestros cuerpos al morir, de la misma forma en que nosotros comemos a las vacas o a los cerdos; los gusanos, seres superiores provenientes del espacio exterior, más inteligentes que nosotros, son los que a la postre triunfan, al devorar a todas las demás especies. Su autor, que tuve la oportunidad de conocer en persona, no es menos extravagante que su obra: he oído que en una feria del libro guatemalteca, que resultó ser especialmente calurosa, dedicaba a las señoras su libro pasándose la mano por su pelo teñido de azul para estampar una huella añil en las primeras páginas del volumen. Si non è vero...

 

Termino con un autor cubano, Jorge Enrique Lage, cuyo libro de microrrelatos Vultureffect (Unión, La Habana, 2011) incluye algunas piezas magistrales, ya sea por su agudeza al mirar o por su destreza al construir brevísimas historias cuya instantenidad no desprecia la resonancia épica. Dentro del primer grupo me parece especialmente significativa e ingeniosa este microcuento, titulado "Hemisferios" (p. 80):

 

Resulta tentador especular sobre la posibilidad de que una parte importante de la simulación objetiva sea realizada por el hemisferio derecho del cerebro. Numerosas observaciones prueban que las funciones cognitivas incluso complejas, no están inmediatamente ligadas a la palabra o algún otro medio de expresión simbólica. Se pueden citar los estudios realizados sobre diversos tipos de afasias. Las experiencias de los sujetos cuyos hemisferios cerebrales han sido quirúrgicamente separ

 

 

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1 de abril de 2015
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El bolso o la vida

Dicen: “Las mujeres siempre estáis buscando algo en el bolso”. La cabeza abocada en su oscura cavidad, revolviendo aún más su desorden, al encuentro de aquello que nos complete o nos calme, de algo que necesitamos imperiosamente. La mano agitando un revoltijo de llaves, kleenex, crema de cacao, un bloc de notas, toallitas húmedas, una chocolatina… A veces una madre en clase de ballet pregunta: “¿Tenéis un clip para el pelo?”. Y un brazo solidario lo saca de su milagroso fondo como de una chistera. También está el que recibe su ibuprofeno, paracetamol u omeprazol, porque de todo hay en esa mezcla de farmacopea y maletín de la señorita Pepis, un asidero gracias al que sostenerse. El bolso en la vida de la mujer es un territorio en sí mismo, un microcosmos, una señal tanto de su jerarquía vital como de su recogimiento. Ejerce de botiquín de primeros auxilios, pero también de contenedor que define su yo más íntimo e incluso revela o enmascara su personalidad. El filósofo Peter Sloterdijk afirma en Has de cambiar tu vida -una obra reveladora, capaz de adaptar el pensamiento clásico a nuestros gaseosos tiempos- que uno “se forja una forma de subjetividad enclavada en su interior, donde está ocupada prioritaria y permanentemente consigo mismo y sus estados internos. Se transforma en una especie de pequeño Estado…”. Y cita al espiritual y docto Marco Aurelio: “Piensa, finalmente, en retirarte hacia aquella pequeña región que eres tú mismo, y sobre todo no te disperses”. Claro que esos pequeños estados son tan provisionales como su propia subjetividad. Cualquier mujer podría rehacer su cronología a través de los distintos bolsos en los que ha transportado una parte de sí misma, aquello con lo que es capaz de recomponerse ante una nueva escena. Su sentido de pertenencia es casi inviolable. “Mi bolso”, decimos, con la misma rotundidad que “mi casa”. Si nos lo roban o lo perdemos, el efecto resulta devastador. ¿Cómo puede tacharse de frívola una representación tan sucinta de lo que proyectan las mujeres con sus bolsos colgados en bandolera, en el antebrazo, empuñados con firmeza o despreocupación? A pesar de que la alianza entre tecnología y biología, capitaneada por David Eagleman y otros neurocientíficos punteros, ha supuesto una auténtica revolución sensorial -capaz de devolver la vista implantando en la lengua un pequeño dispositivo eléctrico que envía señales al cerebro, por ejemplo-, la sensación de raigambre de una mujer que agarra su bolso o bien lo deja, indolente, sobre cualquier sitio, es tan terrenal como sensitiva, irreproducible por el misterio que perpetúa. (La Vanguardia)

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1 de abril de 2015
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Paul Thomas Anderson y Pynchon

Hacía mucho tiempo que Paul Thomas Anderson quería adaptar el mundo de Thomas Pynchon al cine. Lo intentó con Vineland, una de sus novelas más accesibles, pero no pudo. Encerrado un par de días para leer Vicio propio apenas fue publicada, pensó que esa novela tampoco funcionaría. Se parecía demasiado a El gran Lebowski, "la mejor película de la historia", ¿y para qué meterse con ella? Vicio propio, sin embargo, no se le iba de la cabeza, así que un día se sentó a escribir el guión haciendo de cuenta que El gran Lebowski no existía. El proyecto era audaz: por algo Pynchon no había sido llevado hasta entonces al cine.

Pynchon es un escritor emblemático de los setenta, y con razón: su tiempo es el de Nixon, de paranoia y conspiraciones a grandes dosis, fuerzas ocultas que controlan las acciones por detrás, "ambición y miedo" capaces de disfrazarse de amor y entusiasmo para engañar a la gente. A eso se suma una mente siempre dispuesta a llenar la página de códigos secretos que llevan a códigos aun más secretos -la realidad está llena de capas, y nunca damos con la definitiva--, junto a una preferencia por el absurdo y un humor disparatado, adolescente: personajes que se ponen a cantar de pronto, policías que quieren ser actores de cine.

Todo esto está en Vicio propio, que se burla del género detectivesco: Doc Sportello, el detective encargado de solucionar un caso enrevesado que involucra a ex-amantes, magnates del negocio inmobiliario y a cárteles de heroína (¿o un negociado de dentistas para no pagar impuestos?), vive bajo una nube de yerba, esnifando todo lo que encuentra en su camino -eso sí, evita las drogas duras--. Vicio propio coquetea con clásicos del género, desde El largo adiós hasta Chinatown, pero Pynchon es demasiado idiosincrático para escribir algo convencional. El caso, más que irse simplificando a partir del descarte de opciones, se torna cada vez más complejo, hasta que el lector se pierde y entiende que la trama no es lo más importante sino un punto de partida para admirar la capacidad de Pynchon para construir su versión tan detallada y evocativa de la California de los años setenta, y para observar con agudeza, cinismo y desolación la derrota de las utopías sociales de los sesenta. En Vicio propio, los hippies viven engañados por una realidad filtrada por la droga. No es que la pasen mal viviendo ese engaño.

El problema principal de Anderson con Pynchon es que lo respeta demasiado. La voz de Sortilège (Joanna Newsom) que narra la película al principio, prácticamente lee, palabra tras palabras, el primer capítulo de la novela. Y Joaquin Phoenix es el actor ideal para encarnar a Sportello, con sus patillas largas y ese aire de que el mundo está a punto de llevárselo por delante, que aquí le sirve para capturar el ethos de un detective que es sobre todo un experto en distinguir calidades y tipos de yerba. Son indicios de lo bueno que está por venir. Pero se quedan ahí, sin que la película sea capaz de trascender a su modelo. No era fácil, y quizás tampoco era parte del plan. 

Anderson sabe que parte de la diversión de una novela de Pynchon consiste en perderse en los hilos sueltos de la trama y en el exceso de información (tanto la relevante como la irrelevante), y ha hecho una versión fiel a ese espíritu; el problema es que eso que funciona tan bien en la página impacienta al ser transferido al lenguaje del cine. La película funciona a la perfección durante los primeros cuarenta y cinco minutos, es decir, hasta el momento en que el espectador comienza a perderse en el laberinto sin salida de Pynchon. Vicio propio es un muy buen ejemplo de que ser reverente con el original no siempre es el mejor camino para una adaptación cinematográfica.

 

 (La Tercera, 29 de marzo 2015)

 

 

 

 

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1 de abril de 2015
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Asuntos Metafísicos 91: Contradicción en cada concepto.

"Vive el fuego la muerte de la tierra; también el aire vive la muerte del fuego; el agua vive la muerte del aire, la tierra la del agua". Una persona con la que he tenido ocasión de hablar de estos asuntos metafísicos me hace llegar este fragmento de Heráclito ( en versión  de Agustín García Calvo) pensador del que ha venido el último tiempo ocupándose. Fragmento al que se añade este otro más difícil quizás de interpretar: "Vueltas de fuego, lo primero mar, y de mar a su vez, la una mitad tierra y la otra mitad tormenta"

Vuelvo a la tesis dialéctica según la cual la identidad sólo es posible al precio de la diferencia, la cual a su vez supondría oposición y finalmente contradicción. Señalaba que esta concepción alcanza su cenit en la Ciencia de la Lógica de Hegel: la contradicción, verdad de toda diferencia, sería como el aceite del motor del  mundo, motor identificado por Hegel a lo que el llama razón. Aplico en esta nota la idea general  a la determinación misma de las especies.

El hombre es un animal bípedo, mientras que el caballo no lo es. En el seno de la animalidad las diferentes especies se distinguen precisamente por lo que Aristóteles llamaba "diferencias específicas", las cuales en la clasificación contemporánea se expresan en términos de diferencias genéticas sin que conceptualmente el asunto cambie gran cosa: el hombre tiene tal determinada mutación en el gen Fox P2, mientras que el bonobo o el macaco tienen una mutación diferente en ese mismo gen.

Ahora bien: nadie ha visto jamás el animal, lo que vemos es el animal en tal o tal especie, es decir nadie ha visto el animal sin diferencia específica. En consecuencia  las polaridades  del tipo mutación x versus  mutación y que distinguen al hombre del bonobo (o las análogas para otros ejemplos) son inherentes a la idea misma de animalidad.  Mas entonces la conversión de la diferencia en oposición y de esta última en contradicción afecta a la animalidad misma. 

El género animal engloba las especies, es como el todo de las partes que serían las mismas. Mas si animal se percibiera como agotándose en  el conjunto de polos de oposiciones que constituyen bípedo y cuadrúpedo, vertebrado e invertebrado  etcétera; si recíprocamente, estos polos de oposiciones no fueran disociados de la animalidad (u otro concepto genérico) en la que se suprimen sus diferencias y así se pierden...; si así fuera, la escisión  que para la unidad del género, supone concretizarse en especies aparecería como  verdad única del género mismo: esa animalidad en la que el bonobo y el hombre coinciden, llevaría ya dentro una quiebra.

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31 de marzo de 2015
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