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¿Hacia un libro decadente?

Si escribo un nuevo libro será, muy probablemente sobre la decadencia. Es de lo que sé y voy sabiendo cada vez más, pero también de lo que más conviene a mis emociones y a mis curiosidades. Si algo emprende una carrera próspera, sea la bolsa o las ventas de Larsen, de Auster o de Muñoz Molina, dejan de interesarme por el solo hecho de que se va de mis gastadas manos. La novela -género que detesto en su convención- se aleja tanto de mi como yo la contemplo como un signo al que no deseo incorporarme, hoy menos que ayer. La vida es un compendio cerrado e imposible de recuperar etapas y prácticas pasadas. Yo amo y amaré el tenis, pero ya no puedo jugar ni siquiera dobles y sus golpes resuenan como un pasado muy feliz que, irremediablemente no volverá. Sonido de golpes como besos son hoy un género ajeno que contemplo alejado en la televisión. Somos, fuimos, nos revelamos, nos amamos y nos identificamos, más o menos, con una época que por fuerza se ha agusanado y a nadie interesa su condición. Nosotros mismos la contemplamos como un pretérito sin redención. Pretérito de arena que vuela fácilmente como en el Sahara o en Maspalomas, con el sol iluminando fieramente su desaparición. El tiempo pasa y nos lleva consigo cónsul embate pero no lo hace a la vez con todas las circunstancias que nos hicieron felices y vivaces. La trayectoria exige prescindir de objetos inservibles y pesados, rudimentarios y anacrónicos, cargados de una piel con escamas y excrecencias aburridas. De otra parte, aun intentando nadar, nos estancaríamos como feos bactracios en esas  balsas donde al agua putrefacta se añaden plantas turbias como helechos o filamentos que disuaden los ojos.

Un viejo estanque es el pasado donde antes, en vez de su pestilente agua turbia, había una pista de baile y resonaban las músicas de moda. También lucían sobre esa plataforma los cutis de las chicas que tanto nos atraían y que ahora  sus vestidos de flores serían ropas de payasos escogidas en un guardarropía de alcanfor. Esta es pues una parte de la existencia de nosotros los mayores, demasiado mayores, para infiltrarnos en las redes, los bites, las it girls o en las rendijas que se hacen amenidades increíbles, sólo para nosotros que, a nuestro pesar, seguimos creyendo en el pecado y su transgresión.

La decadencia poseyó siempre un gran contenido romántico. Lo poseyó al menos hasta ahora. Pero no hay que mostrarse seguros. El pasado es hoy, ante todo, obsolescencia. No hay ya demasiada legitimidad para complacerse en la decadencia porque ni llegamos a oponer nuestros gustos al gusto de ahora ni conocemos a quienes van formando un mundo distinto ni nos hacemos cargo de cómo vivir en la actualidad.

¿La novedad? He aquí el término asesino. No estamos para celebrar las novedades que, por su naturaleza, nos parecen como poco estrafalarias y, al cabo,  nos perjudican incluso el tracto intestinal. La novedad nos parece es ahora una pieza tan ligera como metabólicamente pesada y esta contradicción se resuelve en el hecho de que ni apreciamos en sus estamos preparados para apreciar la liviandad como para metabolizar su extrañeza. He aquí el asunto de mi próximo libro si es que logro librarme  de la muerte antes de empezarlo o de llevarlo al final. La decadencia, en fin, ha dejado de tener aquel encanto decadente al estilo de las doradas películas que Burt Lancaster interpretaba con Visconti en su madurez fuera Condidencia o El gatopardo. Aquella decadencia daba pie a una obra de arte. Pero ahora, aún siendo tan pronunciadas como antes las pérdidas las trasformaciones, me falta la convicción poética para imbuirlas de toda razón. Pero ya se verá. Ahora prefiero pintar que escribir aunque advierto que mientras pinto voy escribiendo una historia de cine que pugna con el manifiesto de la muerte, antes de llegar.   

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14 de julio de 2015
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La bolsa hormonada

Con la mandíbula apretada y el alma encogida en el auricular del teléfono, los brókers que estos días deben soportar como tiembla el mercado después del caos griego corren un severo peligro: ser víctimas del cortisol, una hormona que aumenta cuando el estrés asfixia. Y también de la testosterona que tanto envalentona. La neurociencia siempre ha secundado la tesis defendida por la literatura desde aquella novela de Rona Jaffe, Lo mejor de la vida, que inspiró Mad men, en la cual las primeras mujeres que se incorporaban a la vida profesional tenían que sobreponerse no tanto a su inexperiencia como al combate con una masculinidad agitada y temeraria que por un lado quería alcanzar el cielo y por otro las trataba como ceniceros. El hombre del traje gris, de Sloan Wilson, relata la experiencia de aquellos norteamericanos que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, confundidos por el materialismo del progreso, los dry martinis y, de nuevo, el cortisol, que les hacía ganar mucho dinero y perder a la familia. El mito de los valores masculinos frente a los femeninos ?competitividad contra empatía, sueños napoleónicos frente al aprovechamiento de recursos, riesgo ante prudencia? ha dado mucho de sí. No son pocos los gurús empresariales que apuestan por la horizontalidad de sus organizaciones, los horarios racionales y la transformación de viejas estructuras por nuevas (y flexibles) fórmulas. Pero este no es, de ningún modo, el ánimo que late en Wall Street. El año en que estalló la crisis, el 2008, un profesor de neurociencia de Cambridge demostró que los brókers con niveles más altos de testosterona eran también los más aguerridos ante el riesgo, y quienes provocaban una mayor inestabilidad en las bolsas. Endocrinólogos y economistas se han puesto de acuerdo ahora para examinar las causas de la volatilidad de esa abstracción llamada mercado de valores, que rige el orden económico mundial, a menudo mediante decisiones irracionales engendradas por un subidón de ?hombría?. Carlos Cuevas, profesor en la Universidad de Alicante, que convirtió su laboratorio en un simulacro de la City londinense, acaba de publicar su estudio en Scientific Reports: los voluntarios que se pusieron el traje del bróker, tomaron cortisol y se aplicaron gel de testosterona ganaban en optimismo y temeridad, asumiendo mayores riesgos y desafiando incluso a dudosos activos. El economista Cuevas ha sugerido una solución para que el baile de cotizaciones y precios no dependa de las subidas hormonales de los varones: contar con más mujeres brókers, a quienes el estrés les afecta de otra manera, afinando su prudencia. Puede que la atenta mirada de Merkel y Lagarde sea después de todo una medida profiláctica. Ahí está el repetidísimo chiste hembrista de Lehman Sisters. ¡Ay, la crisis, sí! La de la hormona. (La Vanguardia)

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13 de julio de 2015
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Per Olov Enquist o la novela abisal. La biblioteca del capitán Nemo

A finales del siglo pasado hubo un desembarco de escritores nórdicos en España, entre los que destacaba Per Olov Enquist, al que tuve la suerte de conocer.

Enquist era un hombre delgado y largo, al estilo del actor Max von Sydow. Su rostro esculpido me pareció de una expresividad tan dolorosa como incisiva.

Enquist era amable y a la vez escurridizo. Apostaba por la parquedad; era muy observador y sabía escuchar. Con apacible claridad nos habló de Suecia y de esa variante del cristianismo que obliga a los fieles a imaginarse dentro de las llagas de Cristo. Llagas que se presentan como las cuevas benignas del Dios Hijo en las que poder refugiarse de la ira del Dios Padre, eternamente torturador y castigador.

También nos habló de la endogamia rural de la Suecia que el conoció, de los subnormales, de los pueblos aislados y terribles, de la desolación y de la mezquindad. Finalmente nos habló de El ángel caído: una narración cruzada sobre la conciencia en sus límites más atroces: la conciencia de los que saben que les miran como a monstruos por sus deformaciones físicas, o sus deformaciones psíquicas, o su melancolía mortal.

¿Como puede ser la conciencia de un ser que lucha desesperadamente para que reconozcan su humanidad? La respuesta está en El ángel caído, que dentro de su brevedad es una novela total. (No hacen falta miles de páginas para apresar la plenitud más abismal del mundo). Lo he dicho mil veces y lo vuelvo a repetir.

Más tarde leí, esta vez en francés, su visión de Fedra en tallados versos libres (Pour Phèdre) y la novela La visita del médico de cámara, donde explora la vida del príncipe loco Cristian VII, que tanto nos recuerda a Hamlet. Una vez más, Enquist volvía a adentrarse con coraje en los límites de la normalidad y los límites de la monstruosidad.

En la época en que lo conocí, Enquist me habló especialmente de la novela La biblioteca del capitán Nemo como una de sus preferidas, y que este año ha sido publicada en español por Nórdica-Libros en una excelente traducción de Martín Lexell y Mónica Corral Frías. Él mismo Enquist me regaló un ejemplar de la edición francesa, que devoré en una noche de sofocante calor. Me entusiasmó, y mientras la abordaba comprendí todo lo que nos había dicho su autor sobre la Suecia rural y sobre ese Dios que “significaba la eternidad aterradora”.

También percibí que una vez más Per Olov Enquist nos colocaba ante un ángel caído (y sustituido por su propio doble), evolucionando en un mundo en el que una parte del ser vive es una especie de exilio estremecedor, que nos conduce al universo íntimo e intimidador de Bergman. En ese universo, el protagonista (que sólo protagoniza su doble alienación) busca en el mito del capitán Nemo un universo donde los excluidos hallan el refugio submarino y poéticamente enlazado al de las llagas del Hijo torturado por el Padre.

Per Olov Enquist es dueño de un estilo elíptico, de frases cortas y cortantes, que avanzan formando líneas quebradas, a la vez que ascienden y descienden creando círculos concéntricos de naturaleza absorbente.

 

Su lectura supuso para mí una experiencia parecida a la lectura de Bajo el volcán. El mismo Enquist nos dijo que escribió el libro tras salir de un infierno de alcoholismo y desesperación. Acabé de leerlo al amanecer y miré por la ventana. El cielo parecía una imagen de la aurora boreal como la que se desvanece al final de La biblioteca del capitán Nemo.

Gracias, señor Enquist, por haber escrito libros tan espléndidos.  

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13 de julio de 2015
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Krahe

La muerte de Javier Krahe puede que en nada se parezca a la mía en cuanto al modo -aunque nadie los sabe. pero tiene mucho que ver con el concepto. ¿Morir hallándose en la cima de un premio Nobel o morir escondido en las entrañas o morir paseando por la superficie como un recorrido por la superficie que llega a dejar de ser. Es decir, más o menos, haciendo lo mejor que uno puede felizmente dar de sí y, a al vez, recelosos con Edmundo por no haber conseguido un  relumbre planetario. En esta franja de morir sin la asistencia pulmonar de la fama ni el prestigio literario para el hígado desfila la clase de su muerte y la mía. No importa el cuándo. Un día para unos y  días mas tarde para otro. La concepción, sin embargo, es la misma. No morimos por empacho ni por menesterosidad. Ni por orgullo ni por humillación. Morimos como  ciudadanos que, como él dice,  desearon explorar lo mejor de sí  y la  agradable comunicación con los demás.  Cuando los periódicos lo califican hoy de "bueno", buena gente,  no es sino toda la verdad.  Quisieron destacar siendo buenos como un deber de una enorme gratitud por vivir, componer o escribir. Muy vivida pero, por ello, glorificada.

 

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13 de julio de 2015
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La deconstrucción del catalanismo

Artur Mas pasará a la historia, al menos, por su capacidad para desunir a los catalanes. Hay políticos que unen incluso con políticas divisivas y los que hay que hacen exactamente lo contrario, con discursos aparentemente unitarios producen efectos centrífugos. Pujol y Mas, sin ir más lejos. Es difícil hablar de Pujol y situarle como referencia comparativa con Mas, a quien engendró políticamente, instruyó en el oficio y designó como sucesor. Pero no hay más remedio que hacerlo, a pesar del gravísimo estigma que pesa todavía sobre el ex presidente de la Generalitat y su familia. Pujol hizo converger a los nacionalistas alrededor de una sola coalición, que se asentó en el centro de la política catalana y abrazó desde el independentismo hasta el autonomismo, desde el liberalismo y la democracia cristiana hasta la socialdemocracia. Siendo un político polarizador, supo graduar el abrazo y el estrangulamiento en sus tratos con la izquierda, especialmente la socialista. Como resultado de su capacidad de pacto con todos, dentro y fuera, la UCD de Suárez, el PP de Aznar y por supuesto el que más, el PSOE de González, consiguió que el consenso catalanista impregnara la vida catalana entera y penetrara en todos los partidos. Ni los suyos se lo reconocen ahora. Hoy lo que se lleva es la desmemoria, el adanismo y la reinvención posmoderna del relato nacionalista. Los logros del pujolismo quedan minimizados: mero regionalismo burgués, pactos secretos y corruptos en los despachos, españolismo disfrazado... El esfuerzo de abstracción es colosal. A pesar de los recortes autonómicos y de la crisis financiera, las recentralizaciones y el ahogo presupuestario, la realidad histórica que solo el presentismo más frívolo puede ocultar es que Cataluña nunca había gozado de unos niveles de autogobierno, una capacidad de proyección e influencia y una presencia de su lengua en las instituciones y en la vida pública como la que goza ahora, exactamente ahora, en plena mayoría absoluta del PP. Todo los avances del autogobierno de las tres últimas décadas se deben a la claridad estratégica y a la firmeza de las convicciones de Pujol, acompañada de su pragmatismo y su capacidad para unir a los catalanes y encontrar amigos y aliados en el resto de España, y sobre todo en Madrid, pero también en Bruselas y en el mundo. Artur Mas ha deshecho en apenas cinco años una parte nada desdeñable de esta obra. Como una trituradora, ha dividido la coalición y arruinado a su partido casi hasta la extinción, ha sembrado la discordia dentro del catalanismo y ha cortado amarras con los partidos españoles. Se ha quedado sin amigos ni aliados fuera de su gobierno y del mundo soberanista. En vez de propugnar políticas unitarias para enfrentarse a las intenciones más aviesas y bien evidentes del PP respecto a la autonomía catalana, ha preferido el enfrentamiento polarizador, que ha radicalizado al gobierno conservador español, retroalimentándose así mutuamente los dos polos nacionalistas, el catalán y el español, en sus provocaciones y en sus propuestas excluyentes. No lo ha hecho solo. El entorno soberanista convergente le ha jaleado como si fuera un genio salvador, preparado para la entrega de su persona en el altar del martirio patriótico. El presidente, para colmo, se lo ha creído, con los devastadores efectos psicológicos que una actitud así ocasiona en la personalidad de un dirigente político. Ha querido ser el Ferran Adrià del catalanismo y es ya clamoroso su fracaso. Ha conseguido ciertamente todas las fórmulas de la deconstrucción catalanista: dividir el país entre soberanistas y unionistas, independentistas y dependentistas; distinguir entre el Estado propio y el Estado enemigo; apostar por las estructuras del hipotético Estado independiente frente a las políticas autonomistas ya superadas; imaginar una lista civil sin políticos, como la lista no del presidente sino con el presidente o, si no hay más remedio, sin el presidente, aunque a ser posible finalmente otra vez con el presidente en su calidad de político que se presenta por última vez y es ya por tanto ex político. Insuperable. ¿Se imaginan una lista en la que figuren famosos del deporte, la cultura y el arte, o famosillos del mundo mediático, esté o no trufada finalmente de políticos o sea toda íntegra para unos figurantes, que luego, incluso con otras elecciones a celebrar inmediatamente, deberán ceder de nuevo el paso a la casta política desprestigiada? Mas no ha llegado a Ítaca pero ya ha alcanzado una cima de la genialidad táctica y la imaginación creativa, al fin y al cabo dentro de una tradición bien reconocida del catalanismo (Salvador Dalí y Francesc Pujols) y del marxismo (Groucho).

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13 de julio de 2015
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La balada de Sam

Es muy de agradecer que de cuando en cuando algún novelista español se decida a situar la trama de su relato muy lejos de los escenarios habituales. Puesto a buscar un ambiente distinto, Javier Márquez ha optado por mandar a su narrador a Triunfo, un pueblecito mexicano situado en la frontera entre los estados de Sonora y Chihuahua. Es decir,  un lugar que en el fondo es  sólo moderadamente exótico porque esa inmensa zona desértica al norte y al sur del Río Grande nos resulta relativamente próxima, primero porque hubo una época en que fue España y segundo porque más tarde jugó un papel destacado en el desarrollo de la Revolución mexicana y la creación del moderno Estado de México; años después pasó formar parte de Estados Unidos (El Álamo, etc), y en la actualidad, y a fuerza de colar un interminable (y trágico) reguero de emigrantes, México parece estar recuperando sus antiguos territorios hasta el extremo de que recientemente los pobladores hispanos han sobrepasado en California a los  norteamericanos (allí conocidos como anglos), aparte de que en la mayor parte de las ciudades del lado norteamericano de la frontera el español es la lengua más hablada y a veces el idioma oficial.

 Tanto la literatura como el cine de México y Estados Unidos han narrado tan profusamente los paisajes, los personajes y las duras condiciones de vida en esa frontera que en cierto modo han creado algo muy próximo a una narrativa de género. En el caso de Estados Unidos, gente como John Ford, Howard Hawks, John Wayne, Sam Peckinpah,  o más modernamente Clint Eastwood (sin olvidar a los Zane Grey, Cormac McCarthy y un larguísimo etcétera, o a los entrañables integrantes de la Banda de la tenaza entre otros muchos) han contribuido decisivamente a crear una mística equivalente a lo conseguido desde el otro lado por los Pancho, Villa, Emiliano Zapata y todos los directores y actores de la generación del Indio Fernández, aunque quizá hayan contribuido aún más decisivamente a esa mística de la frontera las rancheras y corridos, muy presentes en esta novela por medio de intérpretes como Freddy Fender y su “Before the next teardrop falls”, José Alfredo Jiménez y Vicente Fernandez, o canciones hace años muy populares en Televisión Española, como “Dos arbolitos”.

Aparte de buscar un escenario distinto del habitual pero al mismo tiempo muy próximo, Javier Márquez ha buscado deliberadamente no apartarse del género, y tanto los personajes como las situaciones permiten reencontrar a viejos conocidos: el narrador es ese periodista que bebe y trabaja en exceso y que a fuerza de ausentarse tanto de casa consigue que su mujer le engañe con su mejor amigo; la chica es una joven reportera que de entrada castiga al narrador  con su indiferencia aunque la atracción es mutua e instantánea  y no tardará en manifestarse como cabe imaginar; también está la hermosa cantinera que carga con una pesada, y por ello evidente, historia de amor mal consumado; el idolatrado director de cine norteamericano que rodó alguna de sus mejores películas en Triunfo y que ahora, gracias a una acción conjunta de las fuerzas vivas locales y los mismos estudios cinematográficos norteamericanos que son dueños de los derechos de sus películas, años después de su muerte va a recibir un falso homenaje; y se dice falso porque la estatua y los festejos programados en su memoria encubren de hecho una operación comercial de mucho calado; también están el Indio Fernández y la curiosa, furiosa  y variopinta fauna que ayudaba al famoso director a rodar sus películas.

Un integrante fundamental de esa fauna era Chico Montes, el difunto padre del narrador y personaje de confusa y muy contradictoria trayectoria vital (un padre abyecto y huidizo al decir de la ex esposa y madre del narrador, pero adorado y enaltecido por todos cuantos le conocieron en Triunfo). Desvelar la verdadera personalidad del padre es otro de los hilos narrativos principales y ocasión de algunos de los pasajes más lucidos de la narración.  

Y como no podía ser menos, tratándose de México, está la muerte. El pueblo es hijo de la Revolución (sus cimientos se remojaron en sangre) y en la actualidad vive bajo la influencia de dos familias, también hijas de la Revolución, que arrastran desde entonces una interminable serie de enfrentamientos, odios, muertes y venganzas, algunas tan recientes que las viudas y huérfanos de los muertos siguen vivos y reclamando justicia. Y como no podía ser menos, los actos de homenaje al cineasta que puso a Triunfo en el mapa han sido programados justo a día siguiente del emblemático Día de Difuntos, aunque cabe decir a su favor que Javier Márquez no abusa de esa fiesta y su simbología. 

Dado que en conjunto, contando personajes presentes y pasados, hay casi una veintena de trayectorias vitales que se entrecruzan a lo largo de un tiempo que apenas hace distingos entre presente y pasado porque uno y otro son un continuo de borracheras, peleas, canciones y tiroteos,  se agradece que tanto el paisaje como los hechos o las fiestas resulten reconocibles porque el lector sabe en todo momento dónde está y lo que cabe esperar de los amores y odios manifestados entre inasequibles cantidades de tequilas, corridos y balaceras.

 

La balada de Sam

Javier Márquez Sánchez

Editorial Alrevés  

               

 

 

 

 

 

 

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12 de julio de 2015
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Jarrones chinos

El uno pasó de oficiar de seductor a convertirse en un aguafiestas, mientras el otro hizo el camino inverso: de insulsa sombra a maraton man. Uno de los teóricos de la condición de expresidente, predecesor de ambos, Felipe González, desenfundó aquella teoría de los incómodos ?jarrones chinos? en casas pequeñas. ¡Cuánta gracia nos hizo aquello! En los comideros aún gusta bambolear con lo de reina madre o el jarrón de la dinastía Ming al que hay que buscarle un sitio adecuado, para que, una vez colocado, sólo tenga que lucir. Todo lo contrario que los ex presidentes españoles, llámense González, Aznar o Zapatero, que padecen de incontinencia oral y se resisten a pasar a la hemeroteca. Cómo les gusta que en Casa Lucio les pongan la servilleta en las rodillas y les llamen ?presidente? mientras cenan con el Rey emérito, que difundieron la foto ellos mismos. ?Con cariño?. Los mismos que tanta energía emplearon en clavarse palillos en los ojos compartiendo huevos estrellados y complicidades, acicalando la soledad real. Aznar, castellano iron man, lleva años criticando al delfín Rajoy y su PP, y abogando por el cambio. Cada vez se parece más a un trainer de élite: aparece y reaparece haciendo valer su caché, cobra caras las conferencias y enfoca su metalenguaje al votante de derechas trémulo y abatido como si le diera una palmada en la espalda: ?Chaval, tienes razón. Hay que sacar a Rajoy?. Con qué énfasis riñó al partido por portarse mal con su doña, y esquinarla. Ahí sí se puso en plan Frank Underwood, de House of cards, aunque con prosa débil: ?Querida alcaldesa, querida Ana, enhorabuena y gracias?. Zapatero, tras unos años de admirable y a la vez recomendado silencio, está en campaña, rememorando la ley del Matrimonio Homosexual o la de Memoria Histórica, rescatada por Carmena en Madrid. Zapatero es un jarrón, sí, pero no chino sino de Lladró. Al igual que Felipe ?que en su día lo despreciaba, como hoy a Pedro Sánchez?, se ha rebelado contra la candidata madrileña del secretario general del PSOE. Ambos siguen moviendo los hilos de la opción Madina, que no cuajó en primarias a fin de conseguir no sé sabe qué. Cuando eran líderes, no aceptaron disensiones y exigían cuadrarse a la coreana ante ellos. Hoy demuestran hasta que punto los establishment de los partidos se mantienen. Si no, la ejecutiva de Ferraz no recuperaría a Jordi Sevilla y otros vestigios de Zapatero de cara a las generales, y Rajoy podría reírse de las puyas de Aznar en vez de tener que hacerle la pelota. Algo funciona mal cuando estos exlíderes siguen repitiendo estilo mantra ?¡qué bien lo hicimos!? en lugar de ayudar a remendar las costuras abiertas de nuestra democracia: de la unidad de España a la desigualdad social, de la corrupción al inmovilismo constitucional, del envejecimiento del sistema político al despiadado desempleo. ¿Porcelana china? No, agua y arcilla. Y Tania dijo «Sí» / Tania Sánchez

Hay mujeres que colocan las piernas de forma impecable cuando salen en la tele: simétricas e inclinadas. Tania Sánchez, en cambio, lo hace con las manos: las junta, aladas, estirando los brazos, y así dulcifica su piercing. Cuando saltó a la arena político-mediática nos pareció muy lista, muy rubia y muy prometedora, distinta a la ancienne politique. Hasta que empezó a hablar como por walkie-talkie: ?No, punto. No vamos a entrar en Podemos, punto?. Su mayor problema ha sido su exnovio, del que se separó o la separaron, ese hombre de mirada helada y aura de predicador, cuyo afán de protagonismo le hace incluso bailar la conga en el Orgullo Gay. Ahora, limpia de mácula judicial, anuncia lo todos sabíamos: que se integra en las filas moradas como una superheroína de Marvel. En mayúsculas / Leopoldo Rodés

Leopoldo Rodés, entre otras muchas y descomunales cosas, fue un hombre de sonrisa giocondana. Bastaba con un minúsculo rictus para sonreír estando serio. Mucho se ha glosado el empaque de su figura. Pero acaso lo más asombroso era esa cordialidad con la que lograba alejar la exquisitez de la intimidación. Ayudó a mucha gente, sin atajos, sostenidamente. Empleó sus dotes conciliadoras y tendió puentes con el mismo encanto con qué regó las 69 cenas que le valieron a Barcelona los Juegos Olímpicos. De lo que más se jactaba últimamente era de cómo preparaba los dry martini: lo hacía con un cuidado exquisito, como una forma más de querer a los amigos y alcoholizar atinadamente la conversación. Para él, vivir no era una condición sino un arte, junto a la mujer que amaba. Caleidoscopio / Carlos Puig Fotografiar lugares por donde caminas y multiplicar su belleza: ese es el punto de partida del proyecto Being Psicoldelic de Carlos Puig, diletante y multitasking, anfitrión durante años en París de fashionistas presto a conseguirles la mejor mesa. Hasta finales de agosto, en los ventanales del hotel Majestic, cuelgan sus fotos, que se empeñan en reinventar lugares alterando la percepción del tiempo. El placer de la repetición, magnético como las teclas del piano de Glenn Gould o los versos de Perec, atrapa en estas visiones de París, Lisboa, Barcelona o Bahia. ?Un ejercicio de papiroflexia virtual?, dice Outumuro. ?Imágenes que beben indistintamente del constructivismo ruso como de las psicodelias de los sesenta?, asegura Juan Gatti. La vida es una alterada composición de fragmentos.

La Vanguardia

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11 de julio de 2015
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