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Banderas tóxicas

Por todas las banderas se han cometido atrocidades. Detrás de cada bandera, junto con humildes y esforzados ciudadanos contentos de sentir que pertenecen a una tierra y a un grupo, medran los miserables. Ya lo decía Samuel Johnson en el siglo XVIII: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”. No hay rincón del mundo donde falten los fanáticos, los violentos, los abusones arropados por una bandera colorida. Son banderas de guerra, banderas de machos: “Banderas de nuestros padres”.

Clint Eastwood lo expresó muy bien con sus dos películas sobre la misma batalla, vistas desde dos banderas. La segunda película, “Cartas desde Iwo Jima”,  también podría haberse llamado “Banderas de los padres de los japoneses”. Envueltos en la bandera y en nombre de las banderas, la masacre. 

Pero no todas las banderas son iguales. Hay banderas de causas nobles e inclusivas, como la bandera del arco iris: la liberación y los derechos de las minorías.  

Y finalmente están las banderas tóxicas: las banderas que perpetúan el odio, la denigración y desprecio del otro. La bandera nazi. La bandera negra del Estado Islámico. La bandera preconstitucional española: la que glorifica el sistema dictatorial del franquismo. No hay dos formas de ver y vivir estas banderas: son malas sin remedio, porque están pintadas para excluir y destruir al otro. Deben ser prohibidas y denunciadas.

Recuerdo la primera vez que viajé a Atlanta, en el sur de Estados Unidos. Visité el museo local, y allí, disfrazado de orgullo del perdedor, encontré la épica sin escrúpulos del lado del Sur en la Guerra Civil. Como si haber perdido la guerra le diera algún sustento moral, las banderas confederadas ondeaban al viento. En las calles de Georgia, los blancos de corbata mandaban y los negros limpiaban las calles o pedían limosna. En las banderas, la nostalgia de la esclavitud.

Mírenla bien. Parece más bonita y armoniosa que la extraña bandera con el recuadro de las estrellas. Pero es una bandera tóxica. Es la ignominia de un país que se creó como lugar de libertad por próceres dueños de esclavos. Estados Unidos tiene que prohibir esa bandera. Su ausencia no garantizará que no vuelva a ocurrir el horror de Charleston, pero al menos sus admiradores, como los neonazis en Europa y los neofranquistas en España, sabrán que van contra los valores básicos de la democracia. Con su bandera tóxica y contra las banderas de la inclusión y la igualdad.  

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26 de julio de 2015
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Crónicas de la ciudad de los malos

Éste es un libro de buena fe, lector. Te advierte de entrada que no tiene otro propósito que reunir las historias de los mejores malos de América latina. Aquí están, en poco más de quinientas páginas abrazadas por su cubierta azul esperanza, once malos y tres malas que desfilan en armonía. La caníbal pasa delante del jefe de presos, el despiezador de cadáveres después de la policía torturadora, la entrenadora de perros violadores detrás del cocinero desaparecedor de cuerpos  de asesinados, abre la procesión el jefe de la policía pinochetista, y la cierra un violador y asesino de catorce mujeres. “En fin, veo por nuestro ejemplo, que la sociedad de  los hombres se mantiene y acomoda al precio que sea. En cualquier postura que se les ponga, ellos se apilan y ordenan, moviéndose y amontonándose como los cuerpos mal unidos que se ensacan sin orden encuentran ellos mismos la manera de juntarse y situarse los unos entre los otros, a menudo mucho mejor de lo que el arte hubiera sabido disponerlos. El rey Filipo reunió a los hombres más malos e incorregibles que pudo hallar, y los alojó a todos en una ciudad que les hizo construir y que llevaba su nombre. Pienso que a partir de los propios vicios establecerían una contextura política entre ellos y una sociedad justa y cómoda”.
 
Me acordé de este pasaje de Montaigne y la mítica Ponerópolis, (“la ciudad de los malos” de la que habla Plutarco), en cuanto comencé a leer este libro. Aquí está Leila Guerriero en el papel de rey Filipo, y catorce autores emplazados para que aporten al volumen su mejor malo, a poder ser el más emblemático y mentado en su momento y país. Cada autor ha administrado su personaje desde su propia trastienda, con frecuencia se trata de un malo que ya tenía trabajado, un caso del que ya escribió en los periódicos y que ahora vuelve a indagar y perfilar. Gran documento, libro memorable, narrativa excelente, edición superior, es lo que hay.
 
Los catorce relatos conforman una sección transversal que recorre de punta a cabo el muestrario de la maldad reciente y documentada en América latina, y ofrece un testimonio más irisado y poderoso que cuanto pudieran los compañeros poetas, me urge, qué tipo de adjetivos, por no hablar de los valerosos noveladores. Dentro de nada, este libro será como esas muestras de hielo glaciar que contienen tiempo encapsulado y lo revelan al curioso lector. Le sucederá ese misterio literario, quedará.
 
Primero porque es un documento sin par; luego, porque está muy bien escrito. Nadie hable, por ejemplo, de El Salvador si no ha leído “El Niño y La Bestia”, de Oscar Martínez. Ahí tiene información que no imaginó y un relato formidable. Bueno, y ¿cómo de malos son estos malos? Una vez leídas las maldades, el lector puede imaginar de qué malo le disgustaría más la cercanía y así establecer un baremo. El momento vertiginoso más logrado del volumen podría estar en ese instante del relato de Alejandra Matus sobre la entrenadora de perros violadores en que acude a su casa a entrevistarla: “la sentí, de pronto, demasiado cerca. Me pareció que me miraba con lascivia. Tuve urgencia de irme…”
 
Es digna de meditación la absoluta capitalidad que tiene en la producción neta de maldad el ansia mejoradora de la humana condición. Once de los catorce casos nacen al abrigo de la voluntad desaforada de exterminar comunistas, antirrevolucionarios y malos en general por el bien de la humanidad, hasta los esquizofrénicos y oidores de mandatos aniquiladores se inspiran en ansias de mejora, como el Cartel de Pernambuco que predicaba el anticapitalismo y la contención demográfica mediante la matanza e ingestión de úteros malditos. En esa buena voluntad de maldad a favor de la bondad suprema se hermanan pinochetistas y senderistas autoabastecidos con monstruos de fabricación propia, y es notable la facilidad de estos malos para reconvertirse de matarifes y torturadores en los predicadores iluminados que ya eran. En muchos casos son malos difuntos, encarcelados, viejos, su maldad pasó, está consumada. Quedamos nosotros para saberlo.
 
Pero aguarden porque lo mejor del libro lo constituyen los grandes personajes secundarios que pueblan el escenario. Estos malos tienen unos secundarios muy buenos. Algunos, en efecto, maravillas de bondad y elocuencia inolvidable, como la señora de los ladrillos en medio del ruido —la historia del Pozolero no sólo es relato excelente, también un documental admirable de polvo, pobreza y piedad—, o la hija de la Chancha. También cruzan el fondo secundarios mucho más malos que el malo protagonista, lo que da siempre una tercera dimensión, también de paisaje y paisanaje, que permite asomarse a una perspectiva inagotable. Y salen pobres muchos más pobres que el pobre malo, más miserables que él, más esquizofrénicos y más desgraciados, y todos van matizando el gran relato total. Una mujer que acude a la cárcel a amar al violador asesino lo dice clarito “hay tantos hombres malos fuera”. ¿Estamos dentro o fuera? ¿En la ciudad de los malos o en su prisión? En el relato de Alejandro Meza sobre qué es una cárcel venezolana y quién manda allá, se ejemplifica el caso de la maldad dentro de sí misma también por el bien de la humanidad, hasta se sugiere al lector echar un vistazo al youtube carcelero que le quitará el sosiego. La contextura, que dijo Montaigne.
Los malos
Leila Guerriero (ed.)
Ediciones Universidad Diego Portales
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25 de julio de 2015
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1927: Un verano que cambió el mundo

Me  ha parecido  apropiado inaugurar este aleatorio ciclo de “Lecturas de verano” con el estupendo libro de Bill Bryson  1927: Un verano que cambió el mundo.  Hay fechas que ejercen una influencia decisiva en el imaginario popular: el año Cero porque el nacimiento de Jesús sirvió  muchos siglos después para numerar todos los grandes acontecimientos mundiales ya ocurridos o por ocurrir desde entonces; y 1492, año del descubrimiento de América, es fecha nuy señalada porque se decidió elegirla para señalar el nacimiento de la historia moderna universal. Por su parte, los países suelen acotar una serie de fechas para recordar algún hecho local que permita a sus ciudadanos reconocerse a sí mismos y darse a conocer a los demás. El 25 de octubre en la extinta URSS, el 26 de julio en la Cuba castrista, etc.

Quede claro, de entrada, que si bien el año 1927 fue movido y muy rico en sucesos vistosos, emocionantes y de significada importancia, no es posible destacar en ese verano un solo acontecimiento comparable en importancia y trascendencia a cualquiera de los más arriba mencionados. Pero quienes le conocen bien, saben que Bill Bryson no se iba a dejar amilanar por un detalle tan circunstancial e insignificante y que iba a poner en juego sus bien probados (y sobrados) recursos  para confeccionar un libro de casi seiscientas páginas repletas de informaciones vertiginosas, personajes extravagantes, los asesinos más patosos que  imaginarse pueda, múltiples apuestas económicas insensatas que dieron lugar a fracasos previsibles pero también a logros inverosímiles y docenas de historias más, por lo general  tiernas, jocosas y alucinantes. Muchas de dichas historia podrían tacharse de increíbles (por no utilizar un término tan feo como es “inventadas”). Sin embargo, se puede acusar a Bill Bryson de tener una visión del mundo decididamente surrealista y una forma de contar las cosas tan desenfadada que cuesta creer lo que cuenta. Pero difícilmente se le podrá cazar haciendo trampas, o demostrar que ha tratado un suceso sin haberse informado previamente del mismo con todo rigor.  

El ingente material reunido (previsiblemente por un nutrido pelotón de scouts), Bryson lo ha dividido en cinco apartados, cada uno dedicado a un mes entre mayo y septiembre de 1927 y cada uno presidido por un personaje o suceso que le permiten estructurar ese y los apartados siguientes. Mayo tiene como personaje y suceso principal a Charles Lindbergh y su primer vuelo trasatlántico a bordo del Spirit of St. Louis. En junio predominan el asombroso jugador de béísbol Babe Ruth y sus no menos asombrosos logros deportivos de aquel verano en el que su enorme panza, consecuencia de los excesos cometidos durante toda la vida (parece que su apetito genésico solo era comparable a su voracidad en la mesa) hacía presagiar una hecatombe y en cambio resultó ser el cénit de su trayectoria con los míticos Yankees de Nueva York. En julio tuvo lugar, entre otros sucesos, la dimisión del presidente Calvin Coolidge, tan inesperada que incluso su esposa se enteró de ella por los periódicos. Agosto está dominado por el ominoso final de los anarquistas de origen italiano Sacco y Vanzetti, mientras que septiembre sirve de cierre a los (literalmente) centenares de historias abiertas en el desarrollo de los principales temas precedentes.

Bryson posee un excelente instinto narrativo y una visión comercial no menos aguda, y sabe por lo tanto que en lugar de contar las historias como si fueran bloques sucesivos e independientes es mucho más eficaz irlas dosificando a lo largo de los capítulos. Con ello no sólo consigue imprimirle a lo que cuenta una gran agilidad y amenidad sino que encima los cortes o hiatos entre unas historias y otras los puede aprovechar para ir colando una  información adicional que además de entretener contextualiza el suceso principal. Así por ejemplo, el logro de Lindbergh le da pie a la exposición del panorama histórico y contemporáneo de la aviación en Estados Unidos, con el consiguiente desfile de una inimaginable variedad de tipos estrafalarios e insensatos capaces de emprender las aventuras más locas  con tal de alcanzarla gloria. De paso, y aprovechando que el suceso tuvo lugar no lejos del campo de aviación donde Lindbergh guardaba su avión, Bryson cuenta el terrible pero estrambótico “Crimen del contrapeso de la ventana de guillotina”, ocurrido unos años antes pero cuyos autores, Ruth Snyder y su amante, fueron ejecutados en el verano de 1927 casi al mismo tiempo que electrocutaban a Sacco y Vanzetti. Hay incluso  una fotografía de la señora Snyder por aquello del morbo que supone contemplar el rostro de una mujer que está en vísperas de terminar sus días en la silla eléctrica. Ese afán por no dejarse nada en el tintero lleva a Bryson, por ejemplo, a contar de pe a pa el argumento de un espectáculo de Broadway (espeluznantemente banal y dispartatado, por otra parte) por el solo hecho de que Lindbergh estuvo a punto de ir a verlo, aunque al final desistió porque los partes meteorológicos anunciaban una mejoría sustancial del tiempo y en lugar de ir al teatro prefirió subirse al avión y estar al acecho de un hueco en las nubes que le permitiera despegar rumbo a París. Lo mismo cabe decir de la historia de Al Capone y la  Ley Seca o del fabuloso desarrollo del cine y de Hollywood, traídos a colación, con todo lujo de detalles, con una excusa u otra. Y puede decirse lo mismo de los restantes capítulos, en los que van reapareciendo los Charles Lindbergh, Babe Ruth o Calvin Cooligde entreverados de nuevas y sugestivas ocurrencias veraniegas.  

Quede claro  por lo tanto que 1927: Un verano que cambió el mundo es una hábil combinación de reportajes periodísticos, crónicas de sociedad y sucesos, análisis económicos y políticos, biografías apresuradas de personajes singulares y sucesos sobresalientes que no cambiaron el mundo (al menos no aquel verano). Lo que ocurre es que, seleccionados y contados por Bryson dan como resultado un libro muy dentro de la línea de otros ya conocidos y muy celebrados de este autor, ideales para ser leídos en la playa o debajo de un pino.

 

1927: Un verano que cambió el mundo

Bill Bryson

Traducción de Ana Mata Buil

RBA

 

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25 de julio de 2015
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Hablar

No se debe hablar demasiado cuando el otro relata sus penas. Lo amoroso es callar. El silencio del que escucha conlleva aprecio, interés y cordialidad. El corazón donde cabe una cama más.

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24 de julio de 2015
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La nueva guerra europea

No es solo Alemania la que ha cambiado. Hace ya más de dos décadas que Helmut Kohl y François Mitterrand se preguntaban angustiados sobre el rumbo que tomaría Europa una vez desapareciera la última generación que conoció y quiso evitar la repetición de la guerra entre europeos, es decir, los auténticos orígenes del proyecto de ?unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa?. Angela Merkel encarna plenamente el nuevo espíritu generacional, olvidadizo respecto a los orígenes del proyecto común. Justo cuando empezó la crisis de la deuda soberana el anciano Kohl, hoy muy enfermo, le dijo a un amigo que Angela Merkel estaba destruyendo su Europa (?Die macht mir mein Europa kaputt?). Dos hechos bien conocidos están en el origen de la mutación. El más evidente es la unificación alemana, que desequilibró la ecuación sobre la que ha basculado todo el peso de la construcción europea entre Francia y Alemania. El segundo es la ampliación hasta 28 países socios, con la incorporación de multitud de enanos políticos que hace más sobresaliente y solitario el papel de una Alemania dominadora en el plazo comercial y financiero. Sin el impulso del motor franco-alemán y con un mosaico de intereses nacionales variopintos y alejados, el proyecto europeo común ha ido perdiendo inspiración y sentido, hasta el punto de que el euroescepticismo británico pugna ahora por borrar de los tratados esa ?unión cada vez más estrecha? consagrada por los padres fundadores. Jacques Delors, ahora ya nonagenario, se lamentaba al poco de abandonar la presidencia de la Comisión en 1995 sobre la pérdida del sentido de familia entre los países socios. Hoy es un hecho. Apenas queda nada del espíritu de familia y de la solidaridad obtenida a través del gradualismo de las pequeñas solidaridades. La cumbre del euro del pasado 13 de julio es el mejor ejemplo del punto al que se ha llegado, en el que la enemistad y el rencor sustituyen a la responsabilidad compartida y las solidaridades entre socios. Tsipras rompió la baraja con el disparo de un referéndum que le salió por la culata. Lo mismo les puede suceder a Schäuble y Merkel con un rescate impuesto a Grecia que dejará heridas incurables y permite las teorías demenciales de una imposición imperial donde antes se hablaba de soberanías compartidas o el diktat de un IV Reich sobre una Europa alemana. Europa ha dejado atrás la etapa de la construcción de su unidad política y se adentra en otra de mera competición geoeconómica, guiada por los intereses desnudos de cada socio, en una nueva especie de guerra sin violencia, a través del comercio, la innovación y las finanzas. Edward Luttwak acuñó el término en 1990 en un ensayo en National Interest y Hans Kundnani lo ha aplicado a la Alemania de la actual crisis en su excelente ensayo The Paradox of German Power, donde asegura que ?Alemania es única en la combinación de una gran firmeza económica con su abstinencia militar?. Esta es la gran mutación europea. La guerra, incluso si es geoeconómica, es la suma cero, exactamente lo contrario del método sinérgico que ha hecho a Europa. Por eso ahora se nos está deshaciendo a ojos vista.

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23 de julio de 2015
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Intuir, dijo ella

El conocimiento, como dice Schopenhauer, llega con la intuición y, después, ya veremos. El enamoramiento es una prueba. No un accidente sino una esencia. Nos enamoramos de golpe y de ese insobornable impulso provienen, para bien o para mal, las consecuencias de la película vital.

La razón es como una gallina de corral. No decepciona su comportamiento pero con su doméstica versión nos aburriríamos. La razón (gallina de corral) nace de la necesidad de controlar las pasiones pero ¿por qué meterlas en un recinto acotado?

Una regla social muy prominente induce a comportarse así. A proceder y a pensar mediante el corral del intelecto. Pero ¿qué es el intelecto sino una inclinación del alma hacia su degradación? Todas las civilizaciones que han perdurado desarrollaron sus principios de acuerdo a una razón superior. Y la máxima razón, al cabo, es Dios convertido en Biblia y sagrada Constitución. Las  civilizaciones, sin embargo,  que nos fascinan vencieron y murieron jóvenes gozando  de la intuición. Fueron creadoras, artistas descarriladas pero ofrecieron a la Historia la esperanza de lo mejor de lo mejor. No hay ser humano que no termine  encadenado si adora el principio de la razón. La Ilustración es decadencia. El neoclasicismo es nostalgia. Lo perdido en el proceso es la pasión. Todos vamos hacia el barranco de la muerte pero ¿cómo no abominar de su lógica o de su triste explicación?       

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23 de julio de 2015
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Mujeres que confiesan

Me pregunto qué circunstancias confluyen ahora para que tantas mujeres confiesen haber sido víctima de abusos sexuales. No solo en el Occidente de Bill Cosby ?aumentan los testimonios de aquellas jóvenes a quienes violó con la ayuda de la metacualona? sino también en Pakistán o Egipto, donde la agresividad empieza en un cruce de miradas por la calle y acaba incluso en muerte. Ahí está el testimonio de la artista y activista india Sapna Bhavnani, que ha sorprendido a propios y extraños relatando una violación masiva cuando tenía veinticuatro que ni tan siquiera había contado a su madre. Dice que sintió que ya no podía callárselo más, acuciada por una honestidad con la que pretendía aceptarse de una vez por todas al compartirlo con otras mujeres que siguen sintiéndose sucias e incompletas cuando el sabor metálico del miedo les recuerda su pesadilla.No hay conflicto bélico donde el cuerpo de las mujeres no haya servido como arma de guerra: violaremos a vuestras mujeres, les haremos hijos-enemigos, os humillaremos y destrozaremos psicológicamente para el resto de vuestras vidas, parecen decir los verdugos. Los extremistas islámicos secuestran y ultrajan a escolares, a quienes, para empezar, condenan al analfabetismo. Incluso se regodean en la hipocresía de casarse con ellas por un día a fin de violarlas sin culpa. Los narcos latinoamericanos, antes de despedazar a las reinas de la belleza a quienes han colmado de diamantes y champán, les marcan sus iniciales sobre los pechos con un hierro caliente. En España ha saltado a los medios el caso del reputado psiquiatra sevillano Javier Criado, que presuntamente abusó de, al menos, 18 pacientes, que han referido versiones idénticas de los hechos sin conocerse entre ellas. Mujeres de buena familia vulnerables, presas de la ansiedad o de la angustia existencial, medicadas hasta las trancas por el doctor para poder mantener relaciones no consentidas con ellas, abusando de enfermas doblemente desorientadas, que incluso llegaron a tratar de suicidarse. Así lo ha contado la aristócrata Matilde Solís, exmujer del actual duque de Alba, en Facebook. A pesar del pavor que produce sabernos rodeados de predadores y secretos sórdidos en un juego de espejos donde pocos son quienes dicen ser, el outing de las víctimas es una gran noticia. Si confiesan ahora es porque el nivel de tolerancia ante la violencia sexual se ha reducido globalmente y ésta por fin ha adquirido la categoría de delito execrable. No son ellas quienes tienen que temerle a la vergüenza, al tabú, a la debilidad, sino esos diablos descontrolados que han creído que la sexualidad de las mujeres era su campo de batalla.

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22 de julio de 2015
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