Jesús Ferrero
La cabeza restaurada
Intenté fugarme de nuevo, pero los hombres de negro me atenazaron, me arrastraron fuera del cine y me condujeron a mi propia casa para recuperar la cabeza de Murnau. El calor africano que envolvía la ciudad había hecho milagros y he aquí que la calavera de Murnau había recobrado su tamaño original. Los alemanes se sorprendieron ante el prodigio. Les tranquilicé susurrando con amable y aterciopelada voz:
-Las altas temperaturas han inflamado la cabeza de nuestro adorado y ya no va a hacer falta utilizar productos regeneradores que además son muy caros.
-Perfecto, ¿tiene en su casa alguna nevera portátil?
-La tengo.
-Pues meta en ella la cabeza y pongámonos en marcha.
Como en una ópera de dos centavos
Obedecí sus órdenes y pregunté:
-¿Puedo saber a dónde vamos?
-¿No lo adivina? A Berlín, al gran Berlín, al dulce, febril y festivo Berlín; al Berlín eterno, al Berlín tétrico y vil; al Berlín de siempre, al Berlín de la vida y la muerte; al Berlín de la puerta de Brandenburgo y el París Bar; al Berlín del tango, el tecno y el chachachá; al Berlín de la belleza y la maldad; al Berlín de Marlene Dietrich y algunos más. ¿No siente ya un calor especial, un calor irreal, un calor que da vértigo? ¿No lo siente ya?
Uno de los hombres se puso a bailar conmigo mientra el otro cantaba un tango:
Corrientes y calambrazos
siento en el ascensor
que me sube al cadalso
en lo alto, alto, alto
del hotel, hotel Edén…
Corrientes y calambrazos
siento en el ascensor…
-¿Es una canción de terror? -pregunté mientras bailaba muy pegado a mi opresor.
-No. Es una canción de amor. La cataba mi abuela en el año 24.
-¿Dónde?
-Pues en el salón de baile del hotel Edén. Desde sus ventanales se veía el Tiergarten.
Pensé que o bien me hallaba ante dos locos o bien se estaban burlando de mí. Me aparté del policía que bailaba conmigo y rugí:
-¿Puedo saber cómo se llaman ustedes?
El más delgado de los dos, que tenía la cara cuadrada, ojos negros y la nariz como el pico de un cuervo contestó:
-Yo me llamo Mog.
El otro, rubio y de ojos grises y mortecinos dijo:
-Yo me llamo Mek.
-¿Mog y Mek? No creo que haya gente que pueda llamarse así, ni siquiera en Alemania -les advertí.
Ellos se echaron a reír mientras cataban.
Yo me llamo Mog, yo me llamo Mek,
¿y usted cómo se llama
si es que se puede saber?
¿No nos va a decir,
camarada,
que se llama como Cristo
y se apellida Smith?
-¿Y por qué no puedo
llamarme así?
¿Está prohibido? -canté.
Ellos recibieron con júbilo mi respuesta y cantaron a la vez:
Yo me llamo Mog, yo me llamo Mek
y él se llama Smith.
Qué bien, qué bien, qué bueno,
y nos vamos los tres a Berlín.
Avión de Mongolia y belleza oriental
Los hombres de negro me empujaron hacia la calle, me metieron en su coche y salimos a toda velocidad de Madrid, en dirección al aeródromo de Cuatrovientos. No sabía entonces que me esperaba un viaje alucinante junto a aquellos dos hijos de infierno.
Llegamos al aeródromo. El sol caía a plomo sobre la pista y ante nosotros se veían algunas avionetas destartaladas y un único avión azul y negro, en el que decía, con grandes letras amarillas:
MONGOLIAN AIRLINES/ FOREIGN SERVICE
Con gran violencia me arrastraron hacia el avión. Al final de la escalera nos esperaba una azafata de gran belleza. Parecía una damisela de la dinastía Ming.