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El genio burlesco de César Moro

Por 4 de agosto de 2015 Sin comentarios

Julio Ortega

¿Qué sería de las vanguardias sin el ánimo polémico que las enciende?

 

Casi todos los vanguardistas ejercitaron con entusiasmo la animosidad mutua. Hoy, más civiles, hemos perdido ese talento polemista, quizá porque ya no reclamamos la originalidad como principio estético. Pero desde sus orígenes hasta su disolución, la vanguardia hizo de los ismos una piedra de afilar el ingenio del sacrificio. Ya el primer sismo surrealista, necesariamente contra Bretón, produjo el famoso contramanifiesto “Un cadáver.” Acusar al otro de muerto en vida fue casi un saludo parisino.

 

Los estudios académicos y los cronistas emotivos han convertido a las vanguardias en una galería de santones que abandonaron la furia innovadora por las buenas maneras. Desde Tzara y sus espectáculos de destrucción de cualquier artista sacramentado hasta Bataille y su culto de lo horrendo o transgresivo (acusó a los poetas líricos de haberse refugiado en “tierra de cobardes¨); pasando por Marinetti, que fue fusilado varias veces en cuerpo ausente, la ardorosa biografía de la vanguardia está hecha por su propia refutación.  Estas batallas perdieron convicción al pasar al español, si bien la exquisita malediciencia de Juan Ramón Jiménez debe haberse alimentado de su noción de lo nuevo, heredada de su maestro, Rubén Darío, y acendrada en el cuello de Neruda (“gran poeta malo,” dijo) y en los riñones de Aleixandre (“poeta incompleto,” lo llamó, porque le faltaba uno). 

 

En América Latina la pasión panfletaria brilló gracias a dos poetas notables, el peruano César Moro (1903-1956) y el chileno Vicente Huidobro (1893-1948).  A pesar de que la polémica, desatada por Moro, derivó en el vejamen, y hasta en el golpe bajo por ambas partes, no sólo es memorable por el talante de los personajes enfrascados en  duelo por varios años, sino por el fecundo arte de injuriar.

 

César Moro (su nombre fue Alfredo Quíspez Asín) es el único poeta del mundo hispánico que formó parte del movimiento surrealista desde 1925 hasta 1933, en que dejó París y volvió a Lima, a la que en burlas veras llamó “la horrible.” Su leve huella se extiende  en las actividades colectivas, revistas y documentos del primer surrealismo.  Huidobro estuvo en París antes, en los albores de las vanguardias, y se sintió una de las fuentes del creacionismo. Moro estuvo poseído por la fecunda sintonía con el surrealismo, y ejercitaba el gusto por el desplante antiburgués y libérrimo.  Huidobro era un aristócrata rico y mundano, amigo de los grandes de su tiempo, y a quien los artistas como Moro veían como una suerte de Jean Cocteau, ligeramente decorativo y teatral. Huidobro escandalizó a su sociedad al huir con una novia de 13 años a París; Moro escandalizó a sus amigos con sus poemas a un teniente del ejército mexicano.

 

No debe haber sido gratuito sino todo lo contrario, meticulosamente coreografeado, el primer asalto de la polémica, iniciado por Moro en la Academia Alcedo de Lima, en 1935. Al coincidir allí unos amigos suyos, artistas chilenos afines a las vanguardias, decidió montar la Primera Exposición Surrealista en América Latina.  Fue mayúscula la sorpresa de estos pintores al descubrir que el catálogo, escrito por Moro con ayuda de su amigo y co-conspirador, Emilio Adolfo Westphalen (1911-2001), contenía un Aviso en el que se cuestionaba la originalidad de Huidobro. Se le acusaba de haber saqueado un texto de Luis Buñuel y de ser imitador de Pierre Reverdy. Cincuenta años más tarde, en una nota sobre esta polémica, Westphalen todavía aseguraba que la motivó el “plagio” hecho por Huidobro de un texto de Buñuel. Huidobro se sentía absolutamente original, por haber forjado la idea de lo nuevo en español; y pleno fundador, verdadero padre del creacionismo, el estilo basado en la capacidad asociativa de la imagen.  Huidobro respondió desde el Olimpo, y ardió Troya.

 

Que el pensamiento poético sólo pueda expresarse en la polémica florida demuestra que el artista no está todavía socializado por la institución literaria ni mucho menos procesado por el liberalismo bienpensante del desarrollo del mercado.  Justamente, esta polémica ilustra el desasosiego del artista contra el Museo y el Mercado, cuando su oficio amenaza en hacerse  nacional e institucional.  A nombre de la originalidad, hasta la parodia, la apropiación y la glosa, consagraban la reproducción mecánica de la copia y el pastiche.  Cuando Duchamp le puso bigotes a la Mona Lisa nadie asumió que se trataba de la Mona Lisa sino de su mera reproducción. Las variaciones del joven Dalí, sólo podían condenarlo, a pesar de su genio temprano, a la trivialidad del peor de los mercados, el del entretenimiento.

 

Moro es de otra grandeza, intrínseca al proyecto surrealista subversivo, que tuvo en él a uno de sus cultores más fieles. Su poesía es celebratoria de los sentidos, exploratoria de la lengua, desplegada más como escritura que como voz. Escribió casi todo en francés, quizá para liberarse de la pesadumbre de un español normativo y reductivo. Prefirió los márgenes, entre la pobreza y el exilio, pero siempre con humor surrealista. En casi todas las historias del surrealismo es una nota al pie de la página. Y aunque se separó de su viejo camarada Breton (lo acusó de compartir la mesa con cretinos)  organizó con él  y con su amigo Wolfang Paalen, en 1940, en México, la primera Exposición Internacional del Surrealismo.  Fue, además, pintor exquisito, en la ruta del primer Chirico, mucho antes de que éste terminara imitándose, fasificando cuadros del Chirico de los años 10, que eran sus más cotizados; ya habrá algún energúmeno que lo consagre como inventor de la intertextualidad.

 

La edición de su Obra poética completa en la colección Archivos (U. de Poitiers) permitirá recuperar el humor y la gratuidad que alientan en su poesía como certidumbre ardiente y breve.

 
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Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

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