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El sucedáneo

El arte es indefinible tanto como inaprensible. Sólo dialoga con la contemplación y sólo se expresa en alto cuando efectivamente comprobamos que no podemos llegar a él. Existe, por tanto, para hacernos capaces de ser nada menos que ajenos a nosotros mismos. Y no existe sino en un ámbito de belleza donde la humanidad queda humillada (o moralmente enjoyada) en la aceptación de su  condición insuficiente. En suma,  nadie, ningún artista puede atribuirse cabalmente el resultado de su  "creación". No hay  creación humana en sentido pleno.  Crear se confunde, a menudo o siempre, con el sucedáneo de haber estado allí, tan presentes como vacilantes durante la realización.   

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4 de noviembre de 2015
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Tal vez todavía es tiempo

La joven periodista nicaragüense Dora Luz Romero, quien hace su maestría en la afamada Escuela de Periodismo de la Universidad Autónoma de Madrid, carrera que cuenta con el respaldo de El País, me hizo para este periódico una entrevista "En Corto", uno de esos interrogatorios a quemarropa al que hay que dar contestaciones breves y certeras, sin andarse por las ramas, todo un ejercicio gimnástico que deja sin aliento a la mente, y deja también un a cauda de dudas acerca de la corrección, o propiedad de las respuestas, sobre todo cuando uno las lee ya impresas y no hay remedio.

Me preguntó, entre otras cosas, qué libro me había cambiado la vida, y dije que Los condenados de la tierra de Fran Fanon, que leí a los veinte años; ¿con quién me gustaría sentarme en una fiesta? Con Meryl Streep vestida como Sarah Woodrof en aquella película inolvidable, La mujer del teniente francés. Acerca de mi lugar favorito en el mundo: "mi casa de madera de pino en Masatepe, junto a una quebrada, rodeado de árboles que se estremecen con el viento"... ¿Qué me deja sin dormir? "A veces una foto, como la de José Palazón, los emigrantes africanos subidos a la cerca y abajo los apacibles e indiferentes jugadores de golf".

Pero hay una de mis respuestas que ha provocado entrañables comentarios de mis amigos: ¿Qué cambiaría de usted mismo? Y dije: "Me faltó aprender a bailar. Tal vez todavía es tiempo". Cristina Pacheco,  escritora y periodista, esposa, además, del poeta ya ido José Emilio Pacheco, Premio Cervantes, y que mantiene desde hace muchos años el mejor programa de entrevistas culturales en el canal 11 de México, me puso este mensaje:

"La breve entrevista que te hicieron y apareció en la edición de hoy de El País me obliga a escribirte. Estoy emocionada por tus respuestas.  Por favor, por lo que más quieras, aprende a bailar, Estás muy a tiempo.  Bailar es algo maravilloso.  José Emilio nunca aprendió a hacerlo y lo lamentó mucho.  Poco antes de que todo terminara lo convencí de que bailáramos un danzón.  La experiencia no duró ni 30 segundos pero fue encantadora, maravillosa.  Nos divertimos mucho y él se rio de una manera que me permitió imaginarlo de niño."

Yo le respondí: "Tu mensaje me ha llegado hasta Praga y me ha iluminado el día. Te doy las gracias con esa misma alegría. Un día te contaré mi historia de no saber bailar que empieza porque de adolescente ya tenía mi estatura completa  de seis pies y las niñas me despreciaban por eso cuando las sacaba a bailar en las fiestecitas...para ellas yo era, me decían, muy alto. Tulita, en cambio, es una tremenda bailarina. Imagínate que par de bailarines de mambo hubiéramos hecho Jose Emilio y yo. Pero te hago la promesa, pediré a mis nietas que me enseñen".

A partir de ese lejano episodio que conté a Cristina, cuando me convencieron que ser larguirucho era una anormalidad, mis posibilidades para el baile se cegaron y empezó a atormentarme la idea de que lo peor que puede haber en el mundo es hacer el ridículo en público. Esta idea se convirtió años más tarde en horror cuando en las campañas políticas en que anduve se puso de moda que los candidatos tenían que bailar en la tarima durante las manifestaciones, aunque fueran bailarines nulos, y lo peor, ritmos endiablados. Una de esas veces me tocó hacerlo a los acordes furiosos de la Sonora Dinamita. El padre César Jerez, mi leal y vigilante amigo, mandó a decirme con Tulita: "Decile a Sergio que mejor no baile en público, no es necesario". Para qué quería más.

Y otra vez Cristina, de en su mensaje de respuesta: "Por favor, hazme ese favor, aprende a bailar. Sólo es cosa de sentir la música en la cadera, según me aconsejó Ninón Sevilla".

Entonces he caído en estado de pánico, un pánico filmado en blanco y negro, al sólo imaginarme bailando con Ninón Sevilla, con su vestido de rumbera de nutridos vuelos y en la banda de sonido la orquesta de Pérez Prado que toca La múcura que está en el suelo, en un cabaret nutrido de gente que nos hace rueda.

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4 de noviembre de 2015
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Alufrar

Me invitaron los amables amigos de la Menéndez y Pelayo de Huesca a juntarme con un grupo de estudiosos del género autobiográfico y como he escrito tres, a cuál más falsa, acudí encantado. Había más artistas (sobre todo fotógrafos) que escritores. La fotografía, desde que Sophie Calle inventó el carnet de identidad móvil, tiene mucha tirada para lo autobiográfico.

Visité la catedral (cerrada), el claustro de San Pedro el Viejo (de pago) y los ultramarinos La Confianza, donde se compran las castañas de mazapán y ya de paso una secallona de El Grao que había caído por allí. Satisfecho con el deber cumplido fui a la Diputación a escuchar a Nora Catelli, una de las más sagaces críticas literarias de este condenado país. Antes de entrar en la sala me quedé boquiabierto y tuve que tomar asiento, lo que era imposible porque no lo había. Sobre mi cabeza extendía sus doscientos metros cuadrados una obra maestra del arte español, la enorme Elegía de Antonio Saura.

Esta pieza es una de las mejores del mejor pintor de la posguerra y solo por ella vale la pena acercarse a Huesca. Se la encargó la Diputación cuando los socialistas aún sabían hacer política cultural y se inauguró en 1987. Saura diseñó la gran estancia con unas cuantas tumbonas de Mies van der Rohe para que los visitantes pudieran tenderse y mirar el techo sin marearse. Duraron poco. Ahora hay que partirse el cuello para seguir la loca danza de figuras y manchas multicolores. Porque el mural es un estallido de alegría como el Boogy-woogy de Mondrian. "El ritmo y el color, en realidad, cuentan más que el propio espacio en el que se propagan", dice Saura en el catálogo. Es como una maravillosa novela con cien personajes. Y es autobiográfica, claro.

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3 de noviembre de 2015
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Encajar, dicen

Lo ilustra sonoramente la pronunciación de la propia palabra: dices encajar, y al soltar la erre te embarga un sentimiento de plácida eficacia parecido al que experimentas cuando la última bolsa entra en el maletero. ?Ni hecho a medida?, exclamamos. O, ?como anillo al dedo?; y es que en verdad no hay nada más aciago en una boda que que a la novia no le entre la alianza. Porque la glorificación de las hechuras cortadas al milímetro aspira a sublimar la experiencia cotidiana, de ahí a que una élite actúe igual que nuestros antepasados al esculpirse un traje sobre las proporciones de su cuerpo. En la vida siempre precisamos de un clic o un clac para resolver nuestros actos. El sonido tranquilizador que informa del final de la misión: al cerrar un aparato, apagar un interruptor, sellar la cartera? A los niños les gusta tanto encender y apagar botones como jugar con sus piezas de madera, que van encajando de menor a mayor. Es su manera de sentir que controlan su pequeño mundo y autoafirmarse. De mayores, esa sensación a menudo se convierte en un pilar de nuestra autoestima, mientras que su pérdida, el caos, produce una amargura propia de quienes se resisten a aceptar que vivimos a merced de fuerzas incontrolables. ?Cosas que encajan perfectamente en otras?, se titula un Tumblr que exalta la improbable fusión de objetos comunes: ahí están el iPhone que cabe en un hueco al lado de la palanca de cambio del coche o el colador que entra en un bol mezclador como si se encontraran por fin dos objetos hechos el uno para el otro. También el sofá que encaja milimétricamente en el ancho de la pared del salón o la moneda que ocupa el espacio exacto del aro del llavero, que tanto placer nos produce al encajarla y desencajarla dentro del bolsillo del abrigo. Que las personas encajen es un asunto más complejo. El voltaje que recorre el cableado mental puede quemar fusibles o alimentar circuitos, y aun así insistimos en la idea de completarnos el uno al otro. Hay imágenes evocadoras, desde la pareja que duerme haciendo el cuatro a las piernas de los bailarines que se entrelazan y avanzan igual que agujas del reloj. Pero no duran para siempre. Veamos qué ocurre con Catalunya, y de qué manera la España más perfumada habla del deseable encaje para que unos y otros nos sintamos cómodos. Y es que ya no se trata de conciliar proporciones o medidas, sino de entender que las naciones poco tienen que ver con juego de matrioskas, a pesar del placer que produce encerrar una dentro de otra manifestando la humana ilusión de control. El encaje de bolillos, en política, ha sido reactivo y torpón: desde el desacreditado autonomismo, pasando por el publicitado federalismo hasta el catalán que ha hablado el PP en la intimidad y que en lugar de empatizar ha causado un auténtico desencaje: el de romper España con el clic tajante y sordo de unas tijeras podadoras. (La Vanguardia)

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2 de noviembre de 2015
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Posesión y terror absoluto

Los cuatro elementos tienen dueño: el aire, el fuego, el agua, y sobre todo los tiene la tierra. Lo decía Lawrence de Arabia en Los siete pilares de la sabiduría: “La gente suele considerar el desierto como una tierra baldía, sobre la que cualquiera puede poner la mano; pero la realidad es que cada colina y cada valle tenía a alguien que era reconocido como su propietario y que estaba inmediatamente dispuesto a afirmar los derechos de su familia o de su clan contra cualquier intento de usurpación. Hasta los pozos y los árboles tenían sus propietarios.”

La información de Lawrence me recordó la obra de Ernest Becker La negación de la muerte, a la vez que me hizo pensar en la posesión y en sus vínculos con la destrucción. ¿Colocamos nuestras posesiones como una barrera ante la muerte, ignorando que la muerte no entiende de fuertes y fronteras? Poder y posesión tienen la misma raíz, y el poder que nos confiere una posesión nos crea la ilusión de que nos va a proteger de la muerte.

La TMT, Teoría del Manejo del Terror, postula que las mentes rígidas, cerradas y excluyentes están más obsesionadas con la muerte que las mentes abiertas y tolerantes. Y también más obsesionadas con la posesión.

La misma teoría vincula el miedo a la muerte con el tribalismo, con el instinto grupal y con la creación de masas. Las masas protegen y a la vez matan (Canetti), como protegen y matan las naciones cuando instauran la religión del terror: esa religión vinculada a la tribu y a la raza (nosotros contra los otros) que se apoderó de Europa desde 1914 a 1945. Unos cien millones de personas murieron en las dos contiendas, a las que hay que añadir el medio millón que murieron en la guerra civil española, que hizo de puente entre las dos guerras más racistas de la historia.

Puede que los tribalismos sean la única causa de que no se asiente entre nosotros una verdadera conciencia de la especie. Con tantas tribus y fronteras es difícil asimilar que somos una sola especie, y que nuestro único enemigo común es la muerte: la muerte de cada uno, y la muerte integral de la especie, que sería algo parecido al terror absoluto.

Lawrence de Arabia, Los siete pilares de la sabiduría, Huerga & Fierro, 2006, Ediciones B, 1997.

Ernest Becker, La negación de la muerte, Kairos, 2003

Elías Canetti, Masa y poder, Galaxia Gutenberg, 2002

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2 de noviembre de 2015
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La emoción en llamas

Si el izquierdismo es la enfermedad infantil del comunismo (Lenin), el romanticismo es la enfermedad senil del raciocinio. No hay más que echar un vistazo a nuestra época: segunda versión, cien años después, de "lo romántico". Loco amor a la diferencia nacional (o del yo) y con ella, el culto superlativo a los sentimientos, como zócalos o muros decisivos.  

Así, con varias semejanzas resucitadas, las emociones desafían a la razón, los himnos a la cordura y los emoticones al lenguaje adulto. El universo de las redes sociales refleja bien el imponente dominio del sentimentalismo y sus múltiples vicisitudes, vicios, virtudes o simples quincallas del yo. Amarse en la red se tiene por una falacia pero justamente esta ligereza le permite la propagación de los incontables "amigos" supuestos y los  infinitos "me gusta" sin razón cabal. 

O, en suma, nuestra cultura es ahora eminentemente emotiva. Se manifiesta en la publicidad (motion-emotion) o lo explotan los líderes sin gramos de ideología y kilos de gestualidad. El romanticismo pictórico del siglo XIX derivó al fin en un meloso simbolismo y en un pálido prerrafaelismo, pero incluso una de sus corrientes se llamó, a las claras,  "decadentismo".

No hay mejor caldo para animar el pasado decaído que la melancolía convertida en una forma de infusión triste y utópica. De ahí que a esta época ebria y convulsa se la tenga por lo peor: la crisis, las migraciones, la corrupción, la injusticia, las desigualdades, el falso cáncer del chorizo y el salchichón. Ni la prosperidad de la mejor ciencia puede con todo esto  porque la ciencia es de razón y lo demás es de corazón. Nuestro tiempo se halla tan desprestigiado que quien desea librarse de él corre ocasionalmente hacia atrás  porque ¿quién podría augurar que, visto lo visto, no empeore el futuro? ¿No se comprende pues a los independentistas catalanes? Claro que sí. Ellos son los hijos naturales del "decadentismo", los amantes de los dibujos animados, los representantes del temor a un porvenir complejo y multicultural.

En la literatura, en los programas de la tele, en las series y novelas históricas, en la reciente moda del vermut o en el miedo a la integración va reinando la cultura de la nostalgia y la peregrinación hacia el útero magnificado.

 En casi todas partes,  en Turquía,  en Francia, en Estados Unidos o en Rusia, cunde una derecha que huye, por un lado, del malvado izquierdismo (enfermedad infantil del comunismo) y, por otra del racionalismo ilustrado, promotor de la universalidad e igualdad entre todos los seres humanos (animales incluidos también).

Abroquelarse, sollozar, victimizarse, enarbolar banderas he aquí el aspecto más perverso de estos años románticos. El panorama es tan propicio a la  incertidumbre que el miedo empuja a los más ignorantes y enardecidos a quemarse en una ofuscada hoguera  tribal.  Ojalá que llueva café.     

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2 de noviembre de 2015
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La huerta del mar

Esta mañana envío unos cuadros a la feria de Miami Basel. Tiendo a acompañarlos con el deseo de que sean amorosamente apreciados, pero un inmenso mar hace que la relación se disipe -se diluya- poco a poco y pronto, dentro de unos días, no sabré si están en este mundo, en Florida o en los jardines de la imaginación. Muerte entre las flores.

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2 de noviembre de 2015
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