El escritor noruego Karl Ove Knausgaard recibió en Berlín el
Welt Literaturpreis que otorga...

El escritor noruego Karl Ove Knausgaard recibió en Berlín el
Welt Literaturpreis que otorga...
Para los hombres empieza a ser ya tan triste como desesperante. Todavía la relación en la cama sigue transcurriendo, para ellas, como si el cuerpo masculino no tuviera otro elemento sexuado que el sexo.
En situaciones límite decimos que ?nos agarramos a un clavo ardiendo?. Es una imagen terrible: hierro que bulle, y aun así es el único resorte capaz de contener nuestra desesperación. Igual de terrible que colgarse de una cornisa, embarazada, para escapar de los kaláshnikov, como la joven parisina que consiguió, gracias a otro héroe sin nombre, salvarse de la matanza de Estado Islámico en el Bataclan, cuyo onomatopéyico nombre es más difícil de pronunciar una vez arrasado por la tragedia. ¿Qué podríamos sentir usted o yo en esa situación, con las manos agrietadas, aguantando todo el peso del cuerpo que en cualquier momento puede caer a plomo en el asfalto? ¿De dónde sacaríamos fuerzas de flaqueza? ¿Pensaríamos en los que queremos o en la manera de saltar sin despedazarnos? ¿Rezaríamos? ¿Nos convenceríamos de que podemos salir de esa apelando al pensamiento positivo cuando han volado ya los zapatos? En la congoja, azuzada por la halitosis del peligro, la escapatoria es lugar remoto. A menudo no hay salida, pero el conmovedor instinto de supervivencia olfatea una rendija de vida. En el fatal atentado fascista-islamista de París sólo nos reconfortan los ejemplos de hombres y mujeres que se tendieron la mano, incluso que se amaron hasta el último aliento, como Ángela Reina, la española que permaneció junto al cuerpo inerte de su marido, Alberto. ?Nos tumbamos, y yo puse mi cabeza encima de su pecho?. Según una bella idea de María Zambrano: en el interior de la vida hay un hueco que es sólo nuestro, de cada uno. Pero cuando avanzas en el filo de la vida, sientes perderlo. Los de los ?de momento? 129 muertos en París son huecos de vida arrebatada por la barbarie, y exhiben de manera sangrante lo que el filósofo Zizek denomina la grieta insostenible ?entre liberales anémicos y fundamentalistas apasionados? en Islam y modernidad (Herder), una lectura muy recomendable. Nunca el ser humano había estado tan pendiente de su mismidad. Según publicaba The New York Times hace unos días, el año 2015 será el de la identidad. Desde aquella mujer blanca que vive como negra porque se siente espiritualmente como tal, que tanta polémica levantó en EE.UU. este verano, hasta la más famosa de las transexuales, hoy mujer: Caitlyn Jenner, en su vida anterior Bruce. Pero al otro lado, más oculto, están esos jóvenes aburridos que un día deciden arriesgar y chatearse con integristas islámicos por Facebook. Ellas cambian el flequillo y los pendientes por el burka, ellos aprenden a manejar armas y explosivos, bien lejos del abrigo de la cultura. No sé si se interrogaron sobre el clavo ardiendo al que se agarraban, pero lo peor es que nosotros no lo hicimos. (La Vanguardia)
No hay nada como una boda gay para soltar los demonios. Un paraíso habitado por la alegría de camisa abierta y caderas excitadas. Es asombrosa esa iconografía festiva con la que rinden tributo a lo hortera consiguiendo revertirlo. Porque ante todo prevalece el amor universal que descorchan cuando están en su salsa, borrando siglos de crueles persecuciones, de estigmas, de bullying, de baladas de la cárcel de Reading? De hipocresía y silencio. Por supuesto que persiste un sambenito del gay divertido, igual que les ocurre a los andaluces: como si se levantaran de la cama con la guitarra y los lunares puestos. Homosexuales taciturnos, melancólicos o aburridos los ha habido y los habrá siempre, como sevillanos deprimidos. Pero la gozosa desinhibición gay a menudo rompe muros de contención, y se contagia. Bien lo sabía Miquel Iceta cuando protagonizó el momento más Priscilla, reina del desierto de la campaña catalana haciendo temblar el entarimado con Don´t stop me now, de Queen. Me confesó que le entró el subidón. Que se dejó ir, con la rumba suficiente en el cuerpo para no poder dejar de moverse, sorprendiendo a un Pedro Sánchez cuya transgresión frente a las cámaras incluye algún gin-tonic y poco más. ?El listón está tan bajo que te sacan bailando en un mitin y haces el momento estelar de lacampaña?, comentaban en las redes. Nadie discute que el matrimonio gay, gracias al gobierno de Zapatero, es una realidad consumada, y un modelo de éxito que está siendo copiado en todo el mundo, barriendo un espantoso ridículo que ha confundido el amor con los pantalones y la dignidad humana con la identidad sexual. Hace unos días me encontré con Jesús, el viudo de Pedro Zerolo, y lo recordamos de la manera que se hace con aquellos que pasaron cerca de nosotros como un ángel. Al despedirnos me dio su teléfono: ?Jesús de Zerolo?, me dijo. Así se escribe la historia en minúsculas. Y luego están las escenificaciones. Que a veces resultan imprescindibles para exorcizar fantasmas recalcitrantes. Como el alegato de la historia del movimiento gay que por fin ha hecho suyo el PP, y su presidente, Mariano Rajoy, en la boda de Javier Maroto. Una nueva etapa. Un callar bocas. Un puñado de votos. Muchos hemos sido los ciudadanos que no hemos dejado de lamentar cuántas fatigas nos hubiéramos ahorrado si Javier Maroto y su ya marido se hubieran casado antes. Si hubieran anticipado unos años su fiesta eurovisiva, enfebrecida con el Building bridges, de Conchita Wurst, los clásicos de ABBA, e incluso el La, la, la, de la Masielona; la demostración de una realidad por fin aceptada por la derecha mainstream. Que en los medios sigan apareciendo listados de políticos gays, indica que aún hablamos de excepción. Pero su visibilidad, la tan manida salida del armario, ha conseguido su efecto benefactor. El último es Eric Fanning, homosexual declarado que ha sido nombrado por Obama como jefe del Ejército de Tierra de los EEUU; ahí es nada. La política no debería dimitir de estos compromisos pendientes con la sociedad. Aunque en el caso de las lesbianas los armarios siguen llenos. ?Cada cual debe manifestarse como es. Y si está normalizado que, directa o indirectamente, las mujeres y hombres que se dedican a la política se manifiesten como heterosexuales, igual derecho tenemos los homosexuales, transexuales y bisexuales?, sostenía Zerolo. La ovación cerrada al matrimonio, y a la realidad homosexual, en la España de hoy se debe al activismo de hombres y mujeres resistentes a los prejuicios y a favor de la igualdad en todas sus variantes. Como Pedro Zerolo, pionero en la lucha, que sonreiría con su bondad universal al ver a Rajoy bailando la conga con el YMCA, de Village People. (Icon)
El editor de la estupenda Libros del Asteroide, Luis Solano, conversa con Matías Néspolo de ?El...
En los últimos meses me he dedicado a recorrer y repasar, por razones investigadoras, miles de páginas de poesía actual. A veces el esfuerzo merece la pena, a veces no. Esta acumulación lectora revela de pronto hilos escondidos entre libros lejanos, con el consiguiente descubrimiento de que no todos esos hilos son áureos. Por ejemplo, centrándome en un aspecto mejorable, reparo en que uno de los problemas de la poesía española contemporánea es que no pocos poetas le dan demasiada importancia a cosas, momentos, gestos o costumbres que no tienen en realidad ningún valor, sublimándolos en su estima sólo porque al vivirlos (al encontrarse en ciertos lugares, al realizar ciertas actividades) es cuando sienten el impulso de escribir poesía, con lo que el poema deviene un mero retrato del momento en que les arribó el apetito lírico. Se sobrevalora la anécdota y se eleva a tema literario sólo porque para el autor funcionó como espoleta de la escritura.
Del mismo modo que en la mayoría de las novelas autoficcionales asistimos una y otra vez a la exposición de las causas y motivos por los que el autor se decidió a escribir (se decidió a escribir esa historia, se decidió a escribir literatura), parte de la poesía actual se limita muchas veces a exponer, de forma tan predecible como cansina, una excusa justificadora, una poética de la legitimación.
Rodrigo Fresán escribe en Letras Libres sobre la película The End Of The Tour, basada en la vida del...
El repentino silencio de una voz a la que estabas habituado y escuchabas con simpatía produce una sensación de impotencia como la que te asalta si una mañana constatas que alguien ha talado el gran fresno al que saludabas todos los días. Quizás consigas que el arboricida acabe en la cárcel, pero eso no te devolverá el árbol. Así me sentí el otro día al conocer la muerte de André Glucksmann. Su voz me ha acompañado toda la vida, desde 1968, cuando éramos maoístas (que ya son ganas de ser algo), hasta su efímera colaboración con Sarkozy.
Con Glucksmann lo de menos era estar de acuerdo con sus ideas o no, lo admirable era el luchador, un hombre capaz de enfrentarse a los comunistas cuando era comunista, a los socialistas cuando era socialista y a la derecha cuando por puro hartazgo de la majadería izquierdista acabó colaborando con el adversario. Lo que atraía de Glucksmann era su coraje, la indiferencia con que encajaba los peores insultos, la evidente soberanía de su conciencia frente a la de los burócratas, los parásitos del aparato, los trepadores de la prensa, los mercenarios de la idea, los gregarios, los mercaderes del odio.
Y otra virtud que por desdicha cada día es más difícil de defender, Glucksmann era un escritor que pertenecía a la gran familia clásica francesa, un lector cuidadoso de Racine y Pascal, un crítico capaz de comprender la nobleza de una prosa como la de Céline sin ignorar sus desvaríos políticos. No en vano había sido ayudante, durante su época universitaria, de Raymond Aron, uno de los prosistas más apolíneos del ensayo francés contemporáneo. Siempre lo tuve por un espíritu familiar, como si fuera el Fernando Savater del norte. O sea, de más al norte.
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