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Lo que supone que el saber exija tiempo

Los  años (digo bien años) que exige, mero ejemplo,  la inmersión en la Ciencia de la Lógica de Hegel  equivalen al periodo  de formación de un físico o un biólogo. De ello son bien conscientes los científicos que se acercan a la filosofía, imposibilitados de arrancar a sus investigaciones específicas ese tiempo empírico que la filosofía exige. Obviamente, la recíproca es cierta: el que lucha simplemente  por seguir a Kant en los meandros  de su triple Crítica, sabe que tal perseverancia supondrá probablemente  la  renuncia a integrarse en un laboratorio a fin de aprehender de manera concreta el enorme enigma ontológico que suponen dos fotones en situación de entrelazamiento (es decir para los cuales existe una fórmula identificadora de la pareja que forman, pero no una fórmula identificadora de su individualidad). Pues una cosa es entender el proceso simbólicamente, es decir matemáticamente, cosa a la que el filósofo de formación puede acceder perfectamente, y otra es percibir que efectivamente la naturaleza posibilita tal sorprendente comportamiento.

Y sin embargo, el esfuerzo del filósofo por no ignorar lo esencial de la ciencia responde a un imperativo de la filosofía misma, el cual exige  un esfuerzo que puede llegar a ser baldío. Pues  el filósofo ha de luchar contra la dificultad empírica, marcada de entrada por la limitación de tiempo, pero también contra la pluralidad de modos de simbolización que la diversidad de las ciencias exige.

Y luchará desde luego contra el olvido; luchará  contra esa devastación que constituye para los símbolos y conceptos tan duramente conquistados  la inmersión hacia el centro de gravedad de una suerte de pantano del cual sólo con un esfuerzo aun mayor pueden a veces ser rescatados; ese olvido contra el que se debatía la Emilie du Châtelet de Kaija Saariaho, de la que me ocupaba aquí hace unos meses. Transcribo las frases (con alternancia de lenguas) que el libretista del mono-drama de Saariaho pone en boca de la protagonista :  "Les couleurs me manquent déjà,/ I already miss the colours,/ I miss the dreams, /I miss the dreams,/ I miss the dreams,/ Les rêves me manquent, manquent, /La vie me manque, Et je redoute de sombrer/ Sombrer avec livre et enfant/Dans le vertige de l'inconscience,/ Dans le vertige,/ Dans le puits de l'oubli. (Hecho ya de menos los colores. Ya he perdido los colores. He perdido los sueños. He perdido los sueños. He perdido los sueños. Hecho de menos los sueños. Hecho de menos la vida. Y tengo miedo de abismarme. Abismarse con el libro y el niño. En el vértigo de la inconsciencia. En el vértigo. En el pozo del olvido").

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26 de enero de 2016
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Pestilencias

Los viejos políticos han esnifado a los nuevos políticos y arrugado la nariz: ?Oléis mal?, les han reprochado. Curiosamente, y en un primer vistazo, han asociado indumentaria y pelambrera con hedor, como si de las axilas y la entrepierna de individuos encorbatados no emanara un tufo acebollado, agrio, muy persistente. En ocasiones se te sientan al lado en un avión, y al más mínimo movimiento se expande por el ambiente empastándolo de notas hediondas, grotescas, capaces de invalidar tu libertad olfativa. No puedes ignorarlo con unos auriculares, como se hace con un ruido molesto, ni girar la cabeza igual que cuando una visión te disgusta porque el mal olor es totalizador y contamina el momento, incluso la visión del día; se cuela en tu burbuja. Agradecida me siento hacia los chavales alérgicos a la lavadora que en sus primeros pasos por la Cámara del Congreso han traído a la actualidad este asunto. Nadie se hubiera atrevido a echárselo en cara a los miembros de una formación clásica: a decirles a los del PP o a los del PSOE ?apestáis?. Pero la defensa del decoro también exige autoexamen. Porque la alta permisividad con la que muchos seres humanos se relacionan con la pestilencia siempre me ha parecido un generoso acto de consentimiento. En oficinas y supermercados, en los vagones del tren, museos, tiendas de todo a 1 euro, pero también en las salas de juntas y las oficinas, el mal olor se instala con más alevosía que la del okupa. En plena era de glorificación del perfume, cargado de valor simbólico, en la que no sólo los individuos nos sentimos identificados por un aroma y no otro, sino que hoteles, cadenas de ropa o firmas de coches crean su propio olor corporativo ?a modo de firma inmaterial capaz de construir una experiencia y una marca?, abundan las zonas secuestradas por el mal olor. Mientras la ideología del bienestar invita a sentir placer a través de la fragancia, la falta de higiene sigue siendo una constante cotidiana. No sé cómo debe oler el Parlamento francés, teniendo en cuenta que el 43% de los franceses no se ducha a diario. Le Figaro reveló que la cantidad de jabón que utilizan sus compatriotas no supera los 600 gramos anuales (mientras los alemanes, por ejemplo, consumen el doble). En Indonesia, varias empresas de mototaxis han impuesto la condición de que sus conductores demuestren su pulcritud: una empleada se ocupa de oler sus axilas y emite veredicto. Pocas palabras como pudor ? hedor en catalán? expresan con tanta precisión fonética su significado, se resiste a la nueva sensualidad que emiten los altavoces del marketing. La higiene fue una de las grandes victorias del progreso, por ello la vida maloliente es una atrofia, producto de la dejación. Porque si algunos fueran capaces de olerse, saldrían corriendo de sí mismos. (La Vanguardia)

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25 de enero de 2016
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El ordenador como animal doméstico

Se mueve, se expresa, se irrita, obedece, reclama, acompaña. No pocos de los atributos que posee el animal doméstico los comparte el ordenador. No los poseía la vieja máquina de escribir que sería más culta pero indiscutiblemente más inerte.
Sin embargo, ahora, la misma impaciencia que los amos experimentan por ver a sus mascotas cuando regresan a casa la sienten momentos antes de abrir la pantalla. Efectivamente, a unas y a otros se les puede prestar más o menos atención pero, al cabo, los dos forman parte del mismo espacio doméstico donde las relaciones afectivas se enredan o entrecruzan.

De hecho, la interacción es capital para definir la naturaleza del ordenador porque si se comportara como la radio o el televisor de siempre no sería tanto un animal doméstico. La radio o la televisión se ensimisman en sus emisiones, pero un ordenador, gracias a los mails y las redes sociales que lo animan, es todo menos un bulto.

Por todo esto ("y mucho más") el ordenador traspasa fácilmente la condición de objeto y se expone con algunos caracteres propios de un sujeto. En su proceder se reúnen, los amores, las ofensas, los halagos o las estupideces de otros usuarios y será ya imposible ignorar sus compulsiones. Tan vivo, imaginariamente, como un animal doméstico al que se le dan órdenes y tan sensible como para devolvernos sucesos sentimentales.

Todos los días, a cada minuto, aumentan los hogares donde reside una mascota convencional (un caniche, una tortuga, un gato) pero ahora se incorpora el ordenador que, significativamente, cuando se avería, su trastorno evoca el malestar que se padece ante un pariente enfermo. De hecho, una vez aposentado en casa, el ordenador podrá manifestarse mucho menos vivaz que un perro pero resulta incomparablemente más correcto porque, aún maltrecho, ni defeca ni vomita.
Se halla expuesto, desde luego, como todo ser vivo, a infecciones, intoxicaciones y virus pero no mancha, ni grita ni suspira. Al perro lo cuidamos para que se encuentre en la mejor forma posible y el ordenador reclama de vez en cuando que lo formateemos.

¿Una exageración animista? Sería, acaso, animismo o idolatría si a este aparato se le respetara como a una figura sagrada pero, lejos ello, tratamos al ordenador como a uno más y, a diferencia de lo que se hacía con el televisor o la radio, la familia no lo venera con tapetes de ganchillo ni seleccionados adminículos.

En definitiva, el ordenador puede parecer un artefacto por fuera pero dista de ser un autómata por dentro. No es de carne y hueso pero ¿quién supone que amamos a los animales requiriéndoles que posean carne y hueso? Lo decisivo es su afección, su compañía, su lealtad. Porciones de vida exterior que enriquecen, sin querer, nuestra existencia para beneficio del entendimiento y la amenidad del corazón.

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25 de enero de 2016
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Irán-Estados Unidos, como la España de Franco

Pactan los gobiernos, los partidos, incluso las naciones. Las causas no pactan. No pacta una revolución. Difícilmente pactan los sistemas, los regímenes, las ideologías, atenazados por los principios irrenunciables. Los valores y los principios no se pactan. Quienes lo hacen aparecen como traidores. Solo se pacta lo que se puede cuantificar. El número de prisioneros que se intercambia. Las centrifugadoras nucleares que se desmontan. Los reactores que se paralizan. Las toneladas de uranio enriquecido que se guardan a buen recaudo. O las sanciones que se levantan.

Eso es lo que ha sucedido entre Irán y Estados Unidos. Han pactado. ¡Y vaya pacto! El acuerdo nuclear es la almendra. Pero hay más. Hay un acuerdo de intercambio de prisioneros, tejido en secreto durante dos años y medio. Si el acuerdo nuclear ha sido pactado en un marco diplomático multilateral, en el que han participado China, Rusia y naturalmente la UE, el intercambio de prisioneros es un acuerdo bilateral negociado por una vía paralela entre servicios secretos. Todo un ejercicio de mutua confianza entre dos países enemistados desde 1979, y el auténtico gesto de deshielo entre Washington y Teherán.

Del acuerdo sale un mundo más seguro, tal como ha subrayado el presidente Obama; y una experiencia de lucha contra la proliferación nuclear por medios diplomáticos: sanciones y negociación en vez de bombas y guerra. Cundirá si el éxito le va acompañando. También se normaliza la situación de un gran país como es Irán, aislado y en un entorno hostil que estimulaba sus reflejos más agresivos. No cabe descartar que el ?Estado profundo? iraní continúe por los caminos terroristas que ha practicado históricamente: todavía pesa la sospecha de su implicación en el atentado contra la Asociación Mutual Israelita de Argentina de Buenos Aires en 2004, e incluso en la muerte hace un año del fiscal Alberto Nisman que la investigaba. Pero la realidad de la actual oleada terrorista que afecta a todos los continentes es que no tiene que ver con el chiísmo y con Irán, como en otras épocas, sino que es estrictamente suní, inspirado en el adoctrinamiento violento del wahabismo saudí y con financiación de origen en los países del Golfo. Henry Kissinger dijo hace unos 10 años que Irán debía elegir si quería ser una nación o una causa. Ahora está claro que el Gobierno iraní ha elegido a la nación, aunque una parte de su élite religiosa, política y militar sigue prefiriendo todavía que sea una causa.

Los españoles tenemos a mano en nuestro pasado reciente un ejemplo para comprender lo que ha pasado entre Irán y EE. UU., y es el régimen de Franco, que en 1942 era todavía un país amigo e incluso aliado del eje fascista, que suministraba minerales para su armamento, hombres para el frente ruso y se preparaba para el nuevo mundo hitleriano, y apenas 11 años después restablecía relaciones con Washington, abría bases y puertos a sus militares, y recibía a su presidente con gestos de amistad.

Ahora se abre un margen para que el régimen evolucione, algo nada fácil ni obvio. España tardó 23 años en el plano político, pero menos en el económico: en 1959 empezó la apertura que terminó conduciendo a la democracia década y media más tarde. Para que evolucione un régimen hace falta que tenga el germen en su interior. Estaba en España: el dirigente comunista Santiago Carrillo distinguía dentro de la élite franquista entre ultras y evolucionistas. Ahora vale para Irán, donde hay un gobierno económico moderno y con ansias de apertura, evolucionista, que es el que preside Rohaní y ha conseguido los márgenes para negociar el acuerdo, y luego hay unas instituciones políticas, que son las que controlan la seguridad, la defensa, las relaciones exteriores, la ideología y los medios, y que son los ultras, las fuerzas del statu quo, de la reacción.

En el caso de Irán, si también se acelera la apertura política, el país persa se convertirá muy pronto en una economía emergente. Lo tiene todo para conseguirlo: una población instruida, con talento y apertura al mundo, una cultura milenaria, es una potencia energética. Menos su sistema político, que es insostenible. Nos fijamos en el Guía Supremo, el ayatolá Jamenei, pero hay que ver el entramado institucional inventado por los revolucionarios islámicos para perpetuarse en el poder, y evitar que avancen los evolucionistas en las elecciones. La democracia islámica iraní es lo más parecido que hay ahora a la democracia orgánica del franquismo, con sus instituciones de nombres solemnes y poderes concentrados en evitar cualquier desviación y evolución democrática.

Los pactos con EE. UU. recibirán un primer bautismo político el 26 de febrero, con motivo de unas elecciones dobles: las generales, en las que se eligen los diputados para el legislativo, el Majlis, y las que eligen a los 88 componentes de la Asamblea de Expertos por un mandato de ocho años, un organismo que tiene como única función velar por el Guía Supremo y por su sucesión. Esta vez coinciden por primera vez y en un momento especial, no tan solo por el acuerdo con Washington, sino también por la edad de Jamenei, 76 años. La Asamblea que salga el 26 será muy probablemente la que tendrá que nombrar su sucesor. Pero los evolucionistas lo tendrán muy difícil, gracias al derecho de veto a los candidatos que tiene el reaccionario Consejo de Guardianes, formado por 12 expertos, la mitad de ellos nombrados por el Guía de la Revolución.

Además de las elecciones iraníes, pesará sobre la evolución de las relaciones entre Teherán y Washington el resultado de la elección presidencial estadounidense. Obama ha podido sortear al Congreso para alcanzar el acuerdo, pero con un republicano extremista en la Casa Blanca la normalización podría torcerse. También depende de cómo evolucione la región. Israel vigilará, pero los saudíes boicotearán. Cuanto mejor vayan las cosas a Irán peor le irá a la Casa de Saud y a todos los monarcas del Golfo que, con excepción de Kuwait, gobiernan como reyes medievales, sin apenas instituciones ni contrapoderes. La idea de un Irán próspero y abierto al mundo, que evolucione hacia la democracia y la libertad, es un ejemplo y por ello también una pesadilla que atormenta a los príncipes saudíes.

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25 de enero de 2016
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La curiosa paradoja de Marcel Schwob

La felicidad estos días ha sido mi descubrimiento tardío de Marcel Schwob (1867-1905). Pese a tener en mi biblioteca un ejemplar de Vidas imaginarias desde hace más de diez años, no lo leí hasta que la semana pasada llegó por correo la edición de sus Cuentos completos que acaba de publicar la editorial Páginas de Espuma, en una maravillosa edición y traducción de Mauro Armiño. Pensé equivocadamente que el escritor francés era autor de un solo libro, pero luego descubrí que esos cinco años intensos en los que se concentra prácticamente toda su obra -de 1891 a 1896- fueron suficientes para seis libros notables y setecientas páginas sin desperdicio.

Hay una curiosa paradoja en Schwob: escribía obsesivamente sobte la antigüedad grecolatina y la edad media, pero lo hacía rompiendo con las formas decimonónicas al uso y apuntando más bien a varios de los caminos por los que circularía la narrativa del futuro: en Vidas imaginarias están sus relatos inventados de personajes conocidos, de Empédocles a Petronio, a los que el Borges de La historia universal de la infamia les debe muchísimo; La cruzada de los niños es una historia contada a través de múltiples perspectivas, un modelo para el Faulkner de Mientras agonizo; en El libro de Monelle hay un prólogo que bien puede haber servido de punto de partida para todos los manifiestos vanguardistas del siglo veinte: "Esta es la palabra: Destruye, destruye, destruye. Destruye en ti mismo, destruye alrededor. Haz sitio para tu alma y para las demás almas... Destruye, pues toda creación viene de la destrucción... Y para imaginar un nuevo arte, hay que romper el arte antiguo... Pues toda construcción está hecha de escombros, y nada es nuevo en este mundo más que las formas".

Schwob coqueteaba con los movimientos simbolistas y decadentes, pero guardaba su mayor admiración por el rigor narrativo y la imaginación desbordada de Stevenson: de ese cruce salieron sus mejores textos, que hurgan en torno a miedos y ansiedades viscerales, insinuando que la verdad más oculta puede que esté al interior de nosotros mismos ("El hombre doble", "El hombre velado"). Sus cuentos están escritos con una prosa siempre deslumbrante y precisa y muestran una gran capacidad para la composición descriptiva: "El rey enmascarado de oro se levantó del negro trono donde estaba sentado desde hacía horas, y preguntó la causa del tumulto... Alrededor del brasero de bronce también se habían puesto de pie los cincuenta sacerdotes de la derecha y los cincuenta bufones de la izquierda, y las mujeres, en semicírculo ante el rey, agitaban sus manos" ("El rey de la máscara de oro").

Si bien Schwob se movía con comodidad en el pasado, en algunas ocasiones se atrevió a situar la acción en un tiempo por venir: en "El terror futuro" habla de "máquinas galopantes" hechas para la destrucción y parece estar imaginando las grandes guerras del siglo veinte: "... y de golpe la tempestad sangrienta, encendida... Estalló a la señal de un largo cohete llameante que brotó del Ayuntamiento en el cielo negro". Tanto al escribir sobre épocas remotas como sobre el futuro, Schwob era un visionario.

 

(La Tercera, 24 de enero 2016)

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24 de enero de 2016
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Un filósofo clama en los tribunales

A ver: ¿quién ha ordenado suprimir la filosofía del bachillerato? Venga. Díganlo. ¿Cómo se llama? ¿A qué se dedica? ¿Por qué se esconde? ¡Cuánto me gustaría hablar contigo! Tengo algo que contarte y debo hacerlo antes de que sea demasiado tarde. Para empezar: te has equivocado si crees que la filosofía inocula en los chavales la sutileza de pensar con precisión, la destreza de hablar con elocuencia, la certeza del imperativo ético y la devoción por la sabiduría. ¡Qué va, hombre! Nunca habías estado tan equivocado. Presta atención: aunque la virtud del discernimiento sea un estorbo en los planes de estudio que te han encargado reformar, estoy seguro de que tú, estratega, la utilizas de vez en cuando. Escúchame y saca de ello el mejor provecho.

Esta es la historia de un joven doctor en filosofía que aspira a una plaza de profesor en la Universitat de les Illes Balears. Pierde el concurso, pide explicaciones y pone un recurso contencioso en los tribunales. Lo gana. Pero la Comisión de Contratación de la Universidad (de las Islas Baleares) no ejecuta la sentencia (¡por dos veces y con gran asombro del juez!). Entonces, los profesores del departamento de Filosofía se conjuran para dar un escarmiento al aspirante. Irritados por la insolencia del filósofo que los pone en cuestión, le arrojan tres demandas civiles por injurias.

La gracia del asunto reside en la razón esgrimida por los profesores para acusar a Miguel Comas. ¿Qué grave perjuicio ha causado el joven doctor a su mancillado honor? En defensa de sus reclamaciones tuvo la osadía de citar el dictamen emitido por la Sindic de Greuges de la propia Universitat de las Illes Balears. Joana María Petrus reclama la reforma del sistema de contratación del profesorado, para “impedir arbitrariedades, limitar la subjetividad y prescribir la desviación de poder”. La Sindic denuncia que ni siquiera se redactan los criterios para valorar los méritos de los candidatos, lo cual “limita la igualdad de oportunidades, no garantiza la necesaria objetividad de los actos administrativos y otorga un poder desmesurado a las comisiones de contratación”. (A ver qué hacen los jueces con el acertijo: ¿por qué los profesores de la UIB no demandan directamente a la Síndic de Greuges de la UIB?)

Camilo José Cela Conde, que fue profesor del joven doctor, y lo considera con méritos académicos sobradamente probados, lamenta en una carta el “descabellado” argumento utilizado por el departamento para justificar su nepotismo. A Miguel Comas se le ha rechazado como candidato experto en “Corrientes críticas del pensamiento contemporáneo” por afirmar que Jürgen Habermas pertenece a la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt.

Los profesores del departamento de Filosofía de la UIB dicen que no, que Habermas no pertenece a la Escuela de Frankfurt. Su juicio suena atronador, inapelable. Pero el Director del Instituto de Investigación Social de la Johann Wolfang Goethe Universität de Frankfurt, Dr. Axel Honneth, expresa en una larga carta su “más profunda perplejidad” y el “estado de shock” que le produce tal afirmación. Cita el parecer de “los eruditos serios de todo el mundo” y se extiende confirmando y respaldando el criterio del joven doctor Miguel Comas.

¿Te das cuenta de lo que quiero decirte, estratega que eliminas la filosofía de los planes de estudio? Tú te habrás creído muy listo y con razones para temer a la filosofía, pero ya ves: hete aquí a todo un departamento –los custodios de Platón, Spinoza, Kant y Hegel- demostrándote lo contrario. No hay nada que temer. Al contrario: lo que debes hacer es promocionar a los profesores de filosofía que se querellan contra los filósofos.

(Publicado en El País, Catalunya, 24 enero 2016) 

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24 de enero de 2016
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Véra Nabokov, el largo amor

Pasan los años, amor, y con el tiempo nadie sabrá lo que tú y yo sabemos?. Vladimir Nabokov le dedicó esta frase a su esposa, Véra, en su autobiografía Habla memoria. En ella cristalizaba un sentimiento que se traslada a lo largo de los cientos de misivas que conforman su correspondencia, publicada cuarenta años después de su muerte. Cartas a Véra (RBA) es una exaltación del largo y bello amor, Nabokov en estado puro: una loa a la vida, chispeante, hiperbólica, arrebatada, indolora. Vladimir y Véra se conocieron en Berlín, en un baile de máscaras, el 8 de mayo de 1923, y ella empezó a recitar de memoria sus versos. Fue un autentico flechazo. Se casaron dos años más tarde, en Praga, con apenas dos testigos. ?No hay nadie que ame a otro del modo en que nosotros nos amamos?, le escribía ya al inicio de la relación. Asistieron al derrumbe de un mundo privilegiado que los convirtió en apátridas, errantes por media Europa (y después en EE.UU.) en busca de una casa con la que nunca llegarían a reemplazar el paisaje de la infancia ni a contrarrestar la nostalgia de la pérdida. Aún así, hicieron gala de una capacidad infatigable para ser felices, y vivieron sus últimas dos décadas frente a la plata pálida del lago Lemán. La mujer que salvó Lolita de la hoguera, correctora, editora, traductora, la que negociaba contratos y le acompañaba a cazar mariposas, recibió una prueba máxima de amor: todos los libros de Nabokov están dedicados a ella. ?Ama, almita, dulce amor, mi felicidad, mi soleado arcoíris?, le escribe. Su correspondencia es un catálogo de encabezamientos; aunque chocantes, algunos son interpretables ??colchoncito, cosita cálida, ovillito…??, pero otros resultan más extraños: ?grumito o verdecita?. Quien fuera un notable entomólogo explora el reino animal para crear un alfabeto íntimo: ?gansita, chimpancita, gorrioncín, mosquitín?, incluso ?larga ave del paraíso de preciosa cola?. Las cartas, líricas a ratos, irónicas otros, como la obra del autor, transpiran una fiera voluntad de permanencia en la que ambos manifiestan sacudidas de deseo. ?Hay cosas de las que cuesta hablar: es como si les quitases su maravilloso polen al rozarlas con las palabras?, razona el escritor cuando estrenan caricias. Pero a lo largo de cincuenta y cuatro años de relación, irá levantando las pátinas de polen y misterio para transformarlos en cotidianeidad. En una ocasión le fue infiel con la actriz Irina Guadanini; duró poco, él quedó más devastado que Véra. Se arrodilló y le escribió: ?Tú has sido, eres y serás mi único amor?. La biógrafa de Véra, Stacy Schiff, asegura que incluso sus detractores admiten que participó en la obra de su marido en un grado sin precedentes. ?Fue una auténtica colega creativa, nada habría sido posible sin ella?. Y sin embargo ?no era más que una esposa?. El tipo de esposa con la que todo escritor sueña. ?¿Cómo explicarte a ti, mi dicha, mi admirable felicidad de oro, hasta qué punto soy tuyo, con todos mis recuerdos, poemas, arrebatos, torbellinos interiores? Explicarte que no soy capaz de escribir una sola palabra sin escuchar cómo la pronunciarías tu?. De sus incansables horas frente a la máquina pasando a limpio todas las cuartillas de su marido y traduciendo su obra, a Véra le salió una joroba además de un sereno brillo en la mirada que se anegó cuando la desahuciaron del hotel Montreux Palace, por renovación. Sobrevivió a Nabokov catorce años y está enterrada en el pequeño cementerio suizo de Clarens, junto a su marido, cerca del muelle florido por donde paseaban cada mediodía antes de tomar un Tío Pepe. ?Mi felicidad?, se llamaban el uno al otro. La activista / Cher

En el corazón de EE.UU. no tienen agua potable desde que en 2014 las autoridades decidieron sacar agua del contaminado río Flint para ahorrar. Cher, que siempre ha seguido a rajatabla el mantra de Rimbaud (?Il faut être absolument moderne?), se ha apuntado al activismo, ha donado más de 180.000 botellas de agua a los ciudadanos afectados por el agua contaminada de plomo, y ha reñido al gobernador. Tras su iniciativa, Obama ha aprobado un programa de ayuda con un fondo de 5 millones de dólares. Golpe seco / Gabriela Ybarra

Resulta irónico que en una sociedad que pretende vivir de espaldas a la muerte, aumente la producción editorial sobre la pérdida y el vacío. El comensal (Caballo de Troya), de la joven Gabriela Ybarra, ha sido recibido como un descubrimiento. En él cuenta el asesinato de su abuelo, Emilio Ybarra ?a quien no conoció? a manos de ETA, y el cáncer de su madre. Sin cursilería y con solemnidad, consciente de que ?para construir algo y seguir adelante? hace falta valor y distancia. La opción de la ONU / Michelle Bachelet

Justo en un año, Ban Ki Mun dejará su cargo como cabeza visible de la ONU y ya hay voces que reclaman una mujer para sustituirle: en los 70 años de la organización nunca ha habido una secretaria general. La excusa de que no había ninguna candidata lo suficientemente cualificada hoy ya no sirve, y enseguida ha saltado el nombre de Michelle Bachelet, avalada por su largo recorrido, además de su carisma y compromiso, pero las diplomacias de guante fino no entienden de currículums. (La Vanguardia)

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23 de enero de 2016
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