Mayra Santos FebresLa revista virtual Literofilia ha elaborado una lista con libros a tener en...

Mayra Santos FebresLa revista virtual Literofilia ha elaborado una lista con libros a tener en...
Aunque su origen está en el grupo venezolano Chekales, la semana pasada se presentó en España una compleja obra de arte conceptual con eco mediático. La pieza consistía en una sólida mujer que amamantaba a su hijo en un Parlamento democrático, mientras, en paralelo, un fino mozo faenaba abrazado a su hija en una plaza de toros. La pieza exigía un cambio de roles sexuales y denunciaba la fijeza burguesa de género. Así, el niño y la madre escarnecían la Pietá cristiana en un medio laico, en tanto que la niña y su padre hacían lo propio con el Minotauro en terreno altamente ritualizado.
La Pietá laica se formó sin problemas, aunque uno de los gerentes del arte conceptual caraqueño tomó al niño de brazos de su madre como si quisiera asaltar los cielos. Fue pronto reducido y el niño no sufrió daño. El grupo del Minotauro, en cambio, no pasó apuros. La vaquilla era menos silvestre que los seguidores del grupo venezolano y tenía menos peligro que una bicicleta con sillín infantil.
Diversos colectivos de grupos artísticos conceptuales (todos enemigos entre sí) se lanzaron al día siguiente a criticar con aspereza, unos al niño del hemiciclo y otros a la niña del ruedo. Unos veían un insulto a la dignidad y el sueldo de los diputados compararlos con un bebé que chupaba sin freno, otros aullaron contra la rebaja del macho feminizado por una niña. Se puso de los nervios un cura andaluz, como viene siendo habitual cuando hay criaturas, y denunció, pero sin consecuencias.
Quien desee saber más sobre este tipo de arte puede acudir a El arte expandido, de Mario Perniola, que acaba de aparecer en España. Será imprescindible para los políticos españoles tal y como está el patio.
Vuelvo ahora al tema evocado en una columna anterior sobre el nacimiento en Jonia tanto de la ciencia como de la filosofía. Leyendo a autores eminentes (algunos ya citados), que se acercan al asunto desde la historiografía filosófica, pero a veces también desde la ciencia, se tiene la impresión que explican más bien el nacimiento de la ciencia que el nacimiento de la filosofía. En otros términos: parece relativamente fácil distinguir la reflexión sobre la naturaleza que llevan a cabo los pensadores jónicos (y que tiene los rasgos esenciales de lo que nosotros llamamos ciencia), no sólo de otras formas de aproximación a la naturaleza, sino incluso de otras formas de conocimiento de la misma, a saber las que se darían en Egipto, China o Mesopotamia. Pero entra la sospecha de que no llegamos a saber muy bien en qué consiste la filosofía.
El entendimiento humano, a través de la comparación, el juicio, la deducción, la inducción y el silogismo conceptualiza las cosas del mundo, y gracias a ello puede eventualmente modificarlas, forjando tanto las técnicas necesarias a la subsistencia, como las que tienen como objeto el confort o la belleza, es decir, tanto lo que nosotros llamamos técnica como lo que nosotros llamamos arte (designadas en Griego por la misma palabra, techne). Una interrogación determinada por exigencias prácticas puede dar lugar a conocimientos sofisticadísimos, de los cuales las técnicas de agrimensura en Babilonia o en Egipcio son una expresión cabal.
Pero en cualquier caso es una tesis ampliamente aceptada (aunque genere reacciones cuando es llevada a extremos) que en Jonia se fragua una de las más singulares peripecias de la razón humana, a saber, simplemente la conversión de interrogaciones vinculadas a las mencionadas exigencias prácticas, en interrogaciones liberadas de toda función, cuya eventual respuesta podía tan sólo satisfacer al espíritu.
Y se añade que sólo en este paso a una interrogación que no tendría otro objetivo que la mera inteligibilidad, el entender por el hecho de entender, cabría ver el origen mismo de la ciencia, tal como la palabra resuena en boca de científicos que se reconocen en la disposición de espíritu de los pensadores jónicos, forjadores de hipótesis que de entrada, sólo podrían despertar el escepticismo de sus contemporáneos. Por el carácter desinteresado de esta etapa, el entendimiento tiende a concebir la esencia y el comportamiento de cosas que, como los astros, no son susceptibles de ser modificadas por la técnica, ni de ser puestas a nuestro servicio, separando así lo que es un abordaje técnico de un abordaje que cabe llamar científico, el cual puede entonces extenderse a cosas que sí podrían ser útiles pero que en la nueva disposición de espíritu son contempladas bajo otro prisma.
Así Tales habría tenido razones muy serias para sostener que tras la aparente diversidad de los fenómenos hay un elemento común, que él denomina agua. Y tal sería el caso de Anaxímenes cuando reduce las apariencias a fenómenos de condensación o de rarefacción de otro elemento primordial. En la actitud de ambos puede el científico de nuestro tiempo encontrar analogías con su propio proceder.
Pero con el esfuerzo de estos pensadores prístinos se está asimismo fraguando en Asia Menor una vía que, dispersándose por la Italia meridional o Tracia, acabará confluyendo en Atenas, y que constituye algo realmente sin precedentes, a saber, la filosofía, la cual es ante todo expresión de que el intelecto humano no se conforma. Esta no conformidad puede esquemáticamente reflejarse como exigencia de una actividad del intelecto irreductible tanto a la disposición del hombre de arte, el technites como del físico, aunque tenga en la misma el arranque.
Pues un momento esencial de la segunda etapa, la ciencia, es que el entendimiento se apercibe de lo poco de fiar que, en ocasiones, son los sentidos como testigos de la naturaleza, y en consecuencia repara en su propio papel en las actividades anteriores, dando cabida a la idea de que este papel no es quizás despreciable. Se abre así la posibilidad de una auténtica inversión de jerarquía: lejos de que el intelecto sea mero reflejo de las propiedades de las cosas conducidas hacia él a través de los sentidos, sería quizás el intelecto quien, al menos parcialmente, determinaría las auténticas propiedades.
En 1794 el escritor saboyano, aunque ruso de adopción, Xavier de Maistre escribió un delicioso relato, Viaje alrededor de mi habitación, en el que se describe de modo autobiográfico la vida de un oficial que, obligado por una convalecencia a permanecer 42 días encerrado en su cuarto, viaja con su imaginación por un territorio riquísimo en referencias y en pensamientos. El protagonista del texto es un verdadero cosmopolita, un ciudadano del mundo en el sentido literal, a pesar de que está recluido entre cuatro paredes. Me acuerdo con frecuencia del libro de Xavier de Maistre cuando escucho los balances que muchos hacen de sus travesías del mapamundi en viajes organizados, y en los que se plantea una situación inversa a la del argumento literario de aquél: recorren vastos espacios pero su imaginación -o su falta de imaginación- los atrapa en un territorio pobrísimo, tanto en referencias como en pensamientos. Consumen grandes cantidades de kilómetros aunque, como viajeros, atesoran una escasa experiencia de sus viajes. Son, por así decirlo, la vanguardia de los provincianos globales y, en ningún caso, al contrario del oficial convaleciente de Xavier de Maistre, son cosmopolitas ni aspiran a serlo.
El provinciano global es una figura representativa de una época, la nuestra, que empuja al cosmopolita hacia una suerte de clandestinidad. El cosmopolita, personaje en extinción, o quizá provisionalmente retirado a las catacumbas del espíritu, es alguien que desea habitar la complejidad del mundo. Es un amante de la diferencia, ansioso siempre de explorar lo múltiple y lo desconocido para volver a casa, si es que vuelve, con el bagaje de los sucesivos saberes que ha adquirido. El cosmopolita, al no soportar la excesiva claustrofobia de la identidad propia, busca en el espacio absorto de lo ajeno aquello que pueda enriquecer su origen y sus raíces. El hijo pródigo de la parábola bíblica encarna a la perfección ese anhelo: el conocimiento de los otros es finalmente el conocimiento de uno mismo. El cosmopolita quiere saber.
El provinciano global quiere acumular mientras, simultáneamente, elimina o aplana las diferencias. Hay muchos signos en nuestro tiempo que señalan en esa dirección, sin que se adivine cómo el que todavía posee la vieja alma del cosmopolita pueda oponerse. Por su espectacularidad y por su carácter reciente el turismo de masas es, sin duda, uno de esos signos. Cada vez se elevan más voces proclamando el carácter pandémico de un fenómeno que, paradójicamente, en sus inicios se consideró liberador porque el igualitarismo del viaje parecía la continuación lógica de la creencia ilustrada en el igualitarismo de la educación. Sin embargo, cualquiera que se pasee por las antiguas ciudades europeas o, con otra perspectiva, por las zonas aún consideradas exóticas del planeta, puede percibir con facilidad el alcance de una plaga que está solo en sus comienzos. Los centros históricos de las urbes ya son casi todos idénticos, como idénticos son los resorts en los que se albergan los huéspedes de los cinco continentes. La diferencia ha sido aplastada, dando lugar al horizonte por el que se mueve con comodidad el provinciano global.
Con respecto a la información -otra de nuestras deidades, si no la principal- Heráclito, hace 2.500 años, ya dejó dicho que no proporcionaba la comprensión. No parece probable que variara de posición, deslumbrado por nuestras tecnologías. La misma paradoja que afecta al turismo masivo, enfermo de velocidad y cuantificación, afecta a esa humanidad más informada que nunca pero proclive a la amnesia. Como lo demuestran hechos recientes, tal las guerras de Siria o de Ucrania, es imposible que la llamada opinión pública sepa tan poco de aquello que debería saber tanto en la era de la información total. El provinciano global quiere disponer de resortes informativos, si bien es dudoso que quiera saber. Quizá tampoco está en condiciones de hacerlo. Aquellos que detentan el poder, dirigentes políticos y económicos, están en la misma situación. Cuando a menudo nos lamentamos de la falta de estatistas en la política mundial aludimos, en realidad, al dominio del provincianismo global.
La desfiguración de la cultura cosmopolita puede ser clave a la hora de entender buena parte del desconcierto actual. Lo que hemos denominado globalización, vinculada a las grandes migraciones y a las nuevas tecnologías, ha sido, en parte, un fenómeno fructífero, al poner en relación tradiciones ajenas entre sí y al facilitar nuevas posibilidades frente a la desigualdad; no obstante, paralelamente, ha supuesto una devastación cultural de grandes proporciones al destrozar buena parte del sutil tejido de la diferencia. La uniformidad socava los alicientes que alberga toda visión cosmopolita.
Una de las grandes metáforas de este proceso en nuestra época es la rápida, universal y consentida mutilación de centenares de idiomas en favor de un idioma avasalladoramente hegemónico. Con toda probabilidad, hace solo tres décadas, nadie se hubiese aventurado a insinuar que para participar en un congreso en Lisboa sobre Camões -poeta nacional portugués- había que intervenir en inglés, o que en cualquiera de nuestras universidades se puede asistir al espectáculo de que un profesor explique a Baudelaire o a Goethe en medio inglés a un público estudiantil que entiende el inglés a medias. Y aún menos, desde luego, se hubiese podido imaginar que se llegaría a la situación de que un entero país -Corea del Sur- pretenda alcanzar a poseer el inglés, como nueva lengua propia, mediante el ingenioso método de llevar a las embarazadas a clases en aquel idioma, de modo que el feto pueda ya adaptarse a lo que prima en el cada vez más reducido universo lingüístico. Obviamente no tengo nada contra lo que los cursis llaman "lengua de Shakespeare" sino contra el reduccionismo que, al maltratar a todos los demás idiomas, también empobrece a la propia lengua inglesa: recientemente, un catedrático de Oxford me contaba que, mientras la mayoría de sus colegas apenas conocen otros idiomas que no sean el suyo, los escritores británicos contemporáneos utilizan una lengua drásticamente empobrecida.
Este sería un buen retrato del provinciano global: aquel que aspira a hablar un solo idioma, lo más utilitario posible, sin importarle la destrucción de los mundos que habitan en los otros idiomas; aquel que se mueve continuamente de aquí para allá, obseso coleccionista de imágenes, al tiempo que es incapaz de fijar la mirada, y no digamos el pensamiento, en paisaje alguno; aquel que está permanentemente informado con aludes de noticias y mensajes que sepultan su capacidad de comprensión. Es posible que un individuo de tal naturaleza se considere a sí mismo un cosmopolita. Pero vive en una pequeña aldea que ha confundido con el mundo.
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Las juezas acababan de ratificar el banquillo para la infanta Cristina de Borbón, y una mujer del barrio de Salamanca me confiesa las dudas que le asaltan cuando piensa que un marido puede arrastrarte al abismo. ¿Es ese el caso de la infanta, ciega de amor e impasible ante las alarmas? ¿Deben de ser juzgadas las mujeres por las conductas de sus maridos? ?A veces me lo planteo. Cuántas veces José me ha dicho: ?Cari, firma aquí; ve al notario; haz un poder notarial mi vida??. La otra noche, mientras veía una película, me dijo que acababa de vender un hotel?, me cuenta. Las mujeres de corruptos, estafadores, tunantes, abusadores de mujeres o simplemente idiotas no sólo son sometidas a procesos judiciales por los delitos de sus maridos, que las implican, sino que también se exponen al juicio popular. El dedo acusador se posa sobre ellas asumiendo su consentimiento y complicidad, imaginándose cómo, enlazadas de las manos de sus hombres, cruzaron la orilla salvaje. Algunas no tenían matrimonios felices, incluso dormían en camas separadas y conocían el nombre de la amante. Otras muchas pasaron por la cárcel. Recuerdo a una de las pioneras, la doctora Blanca Rodríguez-Porto, la segunda esposa de Luis Roldán, con quien convivía cuando fue detenido en Laos. Ella era una mujer con buena imagen, mucho mejor que la del ex director general de la Guardia Civil: lucía abrigos cámel, elegante, sin maquillaje. Cuando la llevaron detenida, los aullidos del pueblo hicieron sangrar tímpanos y corazón. Fue condenada a cuatro años por encubrimiento y el Tribunal de Justicia de la Unión Europea validó el proceso. Hace unas semanas un magistrado norteamericano desestimó la petición de los abogados del cómico Bill Cosby de que su esposa no declarase en un caso de demanda por difamaciones contra siete mujeres en el estado de Massachusetts. A menudo, Camille ha sido cuestionada por la opinión pública: ?¿Cómo puede seguir con un cerdo??. Pero ella siempre ha cerrado filas: ?Somos una pareja unida?. En el The Washington Post aseguran que ha afirmado: ?Mi marido no merece la cárcel, pero se merece el infierno por el que está pasando?. A Hillary Clinton, el pasado infiel de su marido la enviste de nuevo, con la miserable hiel de Trump, que ha comparado al expresidente Clinton con Bill Cosby. ?Espero que Bill Clinton empiece a hablar de los derechos de las mujeres para que los votantes puedan ver qué hipócrita es y cómo Hillary también abusó de esas mujeres!?, tuiteó. Su nueva cruzada consiste en demostrar que sigue casada con un ?abusador? de alto voltaje y que su silencio a cambio de poder la convierte en copartícipe de los ultrajes. Hillary, de momento, calla, y aunque su silencio sea tan cegadoramente opuesto al de Camille Cosby o al de la infanta Cristina, de todas ellas se espera, como triunfo moral de una sociedad vapuleada, que condenen a quienes amaron o siguen amando. (La Vanguardia)
Ahora lo sabemos finalmente: un grupo de historiadores y antropólogos orientales y occidentales han descubierto que tras los guerreros chinos de la tumba del primer emperador, Qin Shi Huang, se hallan las proporciones griegas, trasladadas directamente a las urbes de las rutas comerciales por Alejandro Magno. Algunas de esas rutas tenían su origen en China, y las novedades que circulaban por ellas podían llegar con cierta velocidad al Imperio del Medio.
Queda desvelado el misterio de por qué los chinos pasaron de una escultura tosca y totémica, como era la estatuaria china en tiempos del primer emperador, a una imagen del hombre habitada por las proporciones clásicas y tremendamente figurativa y realista.
Algunos artistas de la China del Norte captaron pronto el mensaje que habían trasportado hasta extremo oriente los escultores que acompañaban a Alejandro Magno, y lo hicieron suyo de inmediato.
He aquí un buen ejemplo de cómo las culturas son sistemas abiertos además de ser vasos comunicantes.
Asombra pensar que de no haber sido Alejandro un monarca tan abierto, y de no haber llevado a cabo su travesía hasta el Indo, ahora no veríamos esos guerreros tan enigmáticos, tan serios, tan vivos. El helenismo deslizándose en el sepulcro del primer emperador de los chinos. Occidente penetrando estéticamente en Oriente, y no en cualquier sitio: en el sepulcro del Hijo del Cielo.
Se trata de uno de esos milagros que cuando se producen te reconcilian súbitamente con el género humano.