En Puerto Rico se está llevando a cabo el VII Congreso de la Lengua Castellana y Cervantes, de quien...

En Puerto Rico se está llevando a cabo el VII Congreso de la Lengua Castellana y Cervantes, de quien...

Javier Calvo no solo es un excelente escritor español sino que es uno de los mejores traductores de...

Lo excepcional, único y original sigue habitando las casillas de las aspiraciones sublimes. Digamos que nadie sueña con transformarse en lo que acostumbramos a llamar un ?ciudadano de a pie? o ?la vecina de al lado? sino que prefiere soñarse como héroe o incluso ángel, o, al menos, poseer cierta virtud que lo distinga del resto. Estándar le decimos a lo que se iguala y se repite, a lo conocido, a lo normal, mientras deluxe o premium identifican una categoría superior, como ocurre con las habitaciones de hotel. Hubo décadas que premiaron la diferencia, e incluso hoy los cánones estéticos se han ablandado en la pasarela: si tienes algo raro puedes ser una estrella, parece rezar el nuevo eslogan. Pero, al mismo tiempo, nunca la normalidad se había propuesto llegar tan lejos. Mientras escribo esto, la prensa recoge una encuesta que concluye que a los trabajadores españoles les gustaría tener de jefe a personas normales, como Bertín Osborne o Dani Rovira. Lo que ocurre es que se trata de una falsa percepción, porque ¿de verdad cree usted que son personas normales? Aunque su capacidad para transmitir bonhomía ?cada uno a su manera? sea aplaudida, es absurdo suponer que ambos personajes con sus vidas detrás de platós ?donde casi nada es normal y casi todo está preparado? representen al ?hombre normal?. Si hoy en día tenemos claras nociones como la de ?estatura normal? o ?salario medio? se debe, en buena medida, a que un belga llamado Adolphe Quetelet decidió cambiar las matemáticas por una disciplina entonces naciente: el comportamiento social. Europa experimentaba entonces lo que desde nuestro punto de vista 3.0 podríamos denominar una primera ola de big data: los estados creaban y engrasaban sus maquinarias burocráticas, y entonces comenzaron a recogerse y analizarse todo tipo de datos acerca de sus contornos a fin de hallar el punto medio. En el otro extremo de lo normal, se encuentra lo raro, inútil y a menudo bello que se adhiere al concepto de exclusividad. De la moda a la poesía, se crean universos que nos hacen sentir un pellizco de emoción que nada tiene que ver con lo común y anodino. ?El poeta besa el pico de un pavo real / y cree que al hacerlo vuela / el ave se burla de su ingenuidad / pero el poeta ya se encuentra / a tres metros sobre tierra?. Son versos de Carla Badillo, premio de poesía Fundación Loewe a la creación joven. Decía Badillo en la entrega de unos galardones que se han convertido en una especie de Planeta de la poesía que en todo riesgo existe una poética, y es cierto. Cada vez que salimos de la zona trillada y gris de la normalidad y cruzamos una avenida que nos es ajena nos abrimos al descubrimiento, del que tanto necesita nuestra rutina. (La Vanguardia)

Se celebra en Puerto Rico el VII Congreso Internacional de la Lengua, y al responder acerca de la utilidad de una convocatoria como esta, empiezo por decir que se trata de celebrar un idioma que hablan más de 400 millones de personas, dato que puede parecer un lugar común, pero del que no puedo prescindir.
El castellano, español, o castilla, como aún se dice en las lejanías rurales de Centroamérica, es la tercera lengua del mundo, tras el mandarín y el inglés, sin tomar en cuenta a aquellos que lo usan como segunda lengua, o lo hablan de manera insuficiente, con lo que este universo se abriría a 560 millones, según cálculos de los entendidos.
Con semejante envergadura no puede ser una lengua a la defensiva, en proceso de fragmentación, ya no digamos de extinción. Muta y se transforma, agresiva, y avanza cubriendo distancias; y además de eso, o por eso, es una lengua invasiva.
El inglés es una hermosa lengua literaria en el ámbito contemporáneo, sin duda, y podemos comprobarlo sin necesidad de alejar nuestra mirada del Caribe insular donde se alzan las espléndidas voces de dos premios Nobel, Derek Walcott y V.S. Naipul.
Pero además domina las torres de control de los aeropuertos, y ahora la comunicación digital. Y la cultura que produce tecnología es la que designa por ley natural sus instrumentos y procedimientos. Así, el español abre sus valvas para recibir esas palabras ajenas y volverlas propias.
De esa misma cultura anglosajona recibimos también la avalancha de términos que tienen que ver con el insaciable mercado, con las modas y los espectáculos, el comer y el vestir, la música de punta, la parafernalia del cine y la televisión, y demás artilugios enlatados, o descodificados, manufacturados en inglés.
Y es también, por su lado, una lengua invasiva que afecta y modifica al español con una fuerza que no puede ser ignorada; pero no la sustituye, ni menos la extingue. Es una lingua franca de los menesteres tecnológicos en el mundo, pero no lo es para nosotros ni en la literatura, ni en la calle, ni en la intimidad de los hogares, ni aún entre los más de 50 millones de hispanohablantes dentro de Estados Unidos.
Al hablar de la calidad expansiva del español me refiero al fenómeno de las migraciones hacia Estados Unidos, motivadas sobre todo por razones de marginación y de violencia, y que crean una resistencia xenofóbica que raya en la locura, sino recordemos el muro orwelliano, o soviético, que pretende levantar el señor Trump.
El español es una lengua que atraviesa fronteras bajo la necesidad. Es la necesidad la que somete a quienes emprenden el éxodo, expuestos a iniquidades, despojos, secuestros, y a la muerte, por asfixia, hacinados dentro de vagones de carga y furgones, por sed e insolación en la travesía del desierto. O asesinados. La lengua es también un pasajero clandestino del tren de la muerte que va de Tierra Blanca a Sonora.
En ningún otro momento como ahora el español ha estado sometido a tan amplios traspasos culturales, determinados por la globalización, y cada vez más es territorio de los jóvenes que dominan las cotas demográficas en proporciones nunca antes vistas, y que, además, son los que más emigran. Pero al atravesar la frontera en busca del sueño americano, ocurre un choque cultural, que es también un choque de lenguas, que nunca deja de ser creativo, y que termina en fusión.
¿Es el mismo español? Ya no. Pero no es cierto que a resultas de su encuentro con el inglés se haya corrompido o degradado. Términos que un día ofenden el oído, mezclas de vocablos, neologismos, terminan entrando indefectiblemente en las páginas del diccionario, porque la lengua no expresa sino la vida. Marqueta por mercado, grosería por grocery, tuna por atún, soques por calcetines, sopa por jabón, carpeta por alfombra, un día reclamarán carta de legitimidad.
Surgirán más expresiones, más palabras híbridas o neologismos desconcertantes. Pero tampoco el español del Río de la Plata fue nunca ya el mismo después de mezclarse con el italiano, lengua de inmigrantes, ni, mucho antes, el español peninsular siguió siendo el mismo después de tantos siglos de mezclarse con el árabe.
Esa lengua desde la que vengo, y hacia la que voy, en la que escribo, se halla en continuo movimiento y me lleva consigo de una a otra frontera, de uno a otro territorio, reales o verbales.
Una lengua que es capaz de ser siempre otra siendo siempre la misma.

El escritor portorriqueño Luis Rafael Sánchez inauguró hoy el VII Congreso de la Lengua Española que...

Si es usted persona entrada en años o tiene padres en semejante situación, pero, sobre todo, si su madre o abuela van alcanzando los 80, es posible que conozca o le suene el nombre de Elena Fortún. Fue una de las mujeres más destacadas de la Segunda República y ha sido del todo olvidada. Ganó notoriedad gracias a unos cuentos infantiles protagonizados por una niña llamada Celia que se convirtió en ídolo de la población femenina.
La vida de Fortún fue bastante agobiada, en parte por su relación con Matilde Ras en una época poco educada. Eso no le impidió llevarse bien con su marido (Madrid era Bloomsbury), de quien tuvo dos hijos. Los tres murieron de mala manera, pero lo que la derribó a ella fue la revolución. Acaba de publicarse una novela, la última de Celia, que nunca antes pudo ver la luz, excepto en una rareza bibliófila de 1987. Su título, Celia en la revolución, pone un final tristísimo a aquella muchacha sensible, lista, ingenua y amable a la que la revolución comunista torturó y la revolución fascista expulsó al exilio.
¿Y cómo ha tardado 70 años en publicarse un documento tan interesante sobre la Guerra Civil? Pues porque Elena Fortún, como explica Andrés Trapiello en su prólogo, aunque leal a la República, no era ni comunista ni fascista y eso entonces te costaba la vida. Todavía hoy está bastante penado, aunque los actuales fratricidas adopten nombres majos.
El libro es un documento conmovedor porque asistimos al horror desde los ojos de una niña y sabemos que todo lo que cuenta es verdad. Hambre, fusilamientos, enfermedad, asesinatos, frío, persecución, latrocinio, todos los caballos del Apocalipsis cabalgaron sobre aquella dulce criatura hasta aplastarla. Es honroso devolverle algo de dignidad.

El escritor de mozambique Mia Couto ha publicado con Alfaguara La confesión de la leona y en Babelia...

La carencia de vicios añade muy poco a la virtud, pensaba Antonio Machado. Y tenía razón. A lo largo de mi vida he conocido a ciertas personas sin vicios.
Recuerdo a un individuo que conocí en los confines de China que no bebía, no fumaba, no practicaba el sexo. Su dieta era extremadamente frugal y únicamente bebía un té venenoso que le iba momificando el cuerpo.
Su único alimento era una especie de sémola con una cucharadita de aceite de soja. Su sabor era indeciblemente vomitivo. La antigastronomía elevada a la enésima potencia.
El problema llegaba cuando estabas junto a él: era la imagen más pavorosa que he visto del vacío, y al mismo tiempo su personalidad me parecía una muralla neolítica.
Y no me refiero a esa vacío sustancial y sutilísimo del que hablan los ascetas, ni me refiero a la muralla que algunas almas colocan ante la corrupción y la avaricia.
Me refiero a un vacío sin sustancia, sin aliento, sin respiración. Me refiero a una muralla tras la cual sólo se veían las amplísimas dimensiones de la nada.
Y es normal, a través de las pasiones, positivas y negativas, el cuerpo se pone en movimiento y se revolucionan la cabeza y el corazón.
Y ahora sabemos que también el corazón tiene neuronas, y que a su manera piensa. (Ya lo habían adivinado los griegos, como tantas otras cosas).

Ya no estamos hablando de la bronca política de siempre, amenizada por las bancadas pateando la tarima del Congreso, ni de las esgrimas dialécticas que requieren escupidero y acaban por empequeñecer más al matón que al conejo. Hoy, el clima de odio, de hostia seca y planchada, arrecia entre la clase política y el electorado más militante del tal forma que llega a resultar incómodo que los contrarios se sienten en una misma mesa, donde antes comían todos. La falta de entendimiento para gobernar se gesticula con brusquedad y plantones, elevando el volumen del insulto, enfrentando a hermanos políticos pero también a familias biológicas. Es el resultado de una radicalización de posiciones, de bandos territoriales e ideológicos desprovistos de voluntad de sutura, que desconsuela a aquellos que pretendemos que la vida sea más fácil porque al fin y al cabo todos moriremos. Los gatos más viejos permanecen atónitos ante la pelea, con la misma mirada que Luis de Guindos cuando lo del beso entre Iglesias y Domènech, y los primeras espadas sudan la camisa y tiran de coraje y mala baba. Todos dan calabazas a Sánchez y a Rivera, como si fueran cónyuges despechados que evitan hablarse. Y reproducen ese mal rollo de escena de dormitorio congelada y muda, cortada por cuchillos en el aire. La nueva izquierda le saca a los partidos sénior sus peores antepasados: manos manchadas frente a manos lavadas con Lux. En Barcelona, la alcaldesa Ada Colau se arroja a los militares en un escenario tan blanco como el Saló de l?Ensenyament y les pide que mejor se larguen con su stand. ?Ya sabes que nosotros como Ayuntamiento preferimos que no haya presencia militar en el salón?. El folklore izquierdista causa estragos y demuestra que no logra jubilar la idea de un ejército de otra época, aunque hoy sea la institución más valorada de la sociedad española y hace unos años le pasara revista una mujer embarazada. Buenos y malos, militares y civiles, rastafaris y casta, nos enfrentamos a un panorama desalentador para la convivencia, arremangado por ese costumbrismo de derechas que se pone muy mal educado y arrufa las narices ante el cambio. Las sacudidas del odio embrutecen pero a la vez mueven el mundo; algunas provocan salvajadas y otras logran auténticas heroicidades. La editorial Adriana Hidalgo acaba de publicar una antología de textos misántropos de grandes autores: Oda al odio, que compila y prologa Ariel Magnus. En su prólogo escribe: ?Preferir al misántropo puro, casi tautológico, ese que no tiene razones personales para su aversión, no debe impedirnos comprender que también otras causas, por muy individuales, y en este sentido, despreciables que sean, pueden gestar un odio sincero y bello?. Dicen que el odio puede ser una forma de expresar amor, pero nuestros líderes políticos demuestran que el suyo tan sólo es una forma de repulsión.

Los grandes transatlánticos cambian de rumbo con enorme lentitud. Solo las embarcaciones ligeras dan golpes de timón. Lo mismo sucede en el orden político, donde no se puede rectificar bruscamente el rumbo de una nave en la que se halla embarcada la parte más sustancial y visible de una sociedad y sobre todo cuando se ve impulsada por la inercia de cinco años en la misma dirección.
La gran rectificación o cambio de rumbo del movimiento independentista ha empezado ya, discretamente, sin exhibiciones, que serían perjudiciales para la causa a la que se dice servir, pero con señales suficientes y claras para quien quiera leerlas. La primera se ha producido en el ritmo temporal y la ha expresado quien sigue siendo el maestro de obra ahora en la sombra, el ex presidente Artur Mas, cuando ha señalado que la independencia no se obtendrá al final de los 18 meses marcados como límite para el gobierno de Junts pel Sí que preside Carles Puigdemont. Ya no hay prisas. Eso va para largo.
La segunda se ha producido en el renovado énfasis sobre el derecho a decidir que reaparece tras su eclipse a favor de la independencia. Pasamos pantalla, pero hacia atrás. Juntos, pero para la consulta. Esto no es irreversible y caben nuevos retrocesos.
Hay razones objetivas que invitan a moderar las prisas. Unas son nuevas: la principal, el ensanchamiento de los márgenes de acción y transacción en la política española, en la que la idea del derecho a decidir se va abriendo camino, incluso en el sindicalismo de simpatías socialistas. Pero hay otras inscritas en la naturaleza del proceso: la más clara, los resultados de las elecciones del 27S, con dos lecturas por el lado independentista, una en clave de mantener rígidamente el rumbo y otra en clave de rectificación.
La retórica lacónica de Gabriel Rufián sintetiza el tenaz esquematismo de la lectura políticamente correcta: el 27S los catalanes ejercieron el derecho a decidir y lo hicieron a favor de la independencia, que ganó por un amplio margen, 47'8 a favor, 39 en contra, 9 por ciento indeterminados. A tan favorable resultado de las elecciones plebiscitarios, se añaden los hechos insólitos de un parlamento y de un gobierno independentista, de forma que solo falta redactar la constitución y ratificarla en un referéndum que será también de autodeterminación y precederá inmediatamente a la proclamación de la independencia.
Una versión más afinada o menos tosca, que es la de CDC, considera que este 47'8 por ciento no es la mayoría que permite conseguir la independencia, que precisa al menos el 7 por ciento del campo de CSQP. Hay que regresar a la pantalla anterior, o incluso aglutinar aquel famoso 80 por ciento que alguna vez estuvo a favor del derecho a decidir. El referéndum sobre el futuro de Catalunya acordado con el Gobierno de Madrid vuelve a aparecer así después de un largo eclipse, concretamente desde que la constitución de Junts pel Sí dejó descolgados del procés y desatendidos electoralmente a quienes habían votado en el proceso participativo del 9N pero no lo habían hecho por la independencia. Y para remachar, ya nos ha dejado claro Artur Mas que la Convergència refundada no será independentista sino que se quedará en el soberanismo, con vocación de recoger votos entre quienes no quieren la independencia pero sí la consulta. Es decir, que pronto volveremos al Estado propio de 2012, sea cual sea su significado, dentro, fuera o a mediopensionista respecto a España.
De esta doble lectura surgen más dos actitudes que dos programas. Los programas, en realidad, son lo de menos porque se igualan en su inviabilidad. De la nueva actitud dialogante y dispuesta a obtener resultados que está empezando a esbozar Convergència es el comienzo de la rectificación. Ahora hay que esperar que el tiempo haga su labor: aparecerá la oportunidad de acuerdos políticos, estimulados por la necesidad, que puede ser muy intensa (un paréntesis solo para evocar el estímulo al pacto que surge del pésimo estado de las finanzas catalanas). También contribuirá poderosamente la clarificación del escenario político español: si hay gobierno todo se precipitará, pero si hay nuevas elecciones seguirá o se acentuará la confusión.
En todo caso, la rectificación está en marcha. La mano mueve el timón y el barco vira con parsimonia, tan lento que los pasajeros apenas lo perciben. Llegará un momento, no tardará mucho, en que se darán cuenta de pronto que la costa que estaba a la derecha ahora está a la izquierda. Pero hay que virar lentamente, no fuera caso que el pasaje se maree y luego quiera bajarse del barco.
