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Series en serio

A mi alrededor todos hablan de las series televisivas, y todo el mundo las ve, por capítulos sueltos o en paquetes de temporadas. Creo que son muy buenas, las americanas, pero yo no las veo. Me falta el tiempo, un tiempo de la imagen que dedico al cine, visto en los cines, que me resultan, hoy por hoy, más ilusionistas que los cuartos de estar de la casa de uno. Y para demostrar que el séptimo arte aún sigue siendo el mayor depositario de "moving pictures" de calidad en todos los frentes, desde el cine de autor al cine-espectáculo, ahí están, en el terreno serial, dos maravillas disfrutadas recientemente, ‘El despertar de la fuerza' y ‘Spectre'. El cine mudo, en 1913, popularizó las series con las cinco entregas del ‘Fantomas' de Louis Feuillade, que fascinaba tanto a los poetas más exquisitos de las vanguardias como al público llano, y la edad contemporánea no ha dejado de cultivarlas, en Hollywood sobre todo, ligadas al género de la ciencia ficción (‘Star Trek', ‘Alien', ‘El planeta de los simios', ‘Matrix', ‘Mad Max') y el espionaje aventurero (‘Misión imposible', ‘Indiana Jones'). En España contamos, sin género definido más allá de la astracanada borde, con los cinco ‘Torrentes' de Santiago Segura, que tengo la impresión de que gustan más en los minicines de barrio que en las torres de marfil.

       Tanto ‘El despertar de la fuerza' como ‘Spectre' suponen la recuperación de dos sagas languidecientes en su largo recorrido. A ‘La guerra de las galaxias', iniciada en 1977 por George  Lucas, que dirigió cuatro de las siete y creó una mitología para mi gusto estupendamente materializada de forma táctil en su colección de figuritas de los personajes, que conservo de mis tiempos mitómanos, le hizo daño, creo, el enredo y planetario y las constantes vueltas atrás de los episodios, sin perder nunca el aura espectacular y edificante, de una filosofía moral algo pueril aunque encantadora. En este episodio VII, con los actores encanecidos y engordados por el paso del tiempo, volvemos a lo de siempre, pero los autores del guión, Lawrence Kasdan y el propio director del film, J.J. Abrams, se permiten un recurso auto-referencial que posiblemente se inspire en la segunda parte de ‘Don Quijote', y cuya expresión más divertida es el momento en que al mencionarse la inminente llegada del en su día héroe adolescente Luke Skywalker, el personaje joven de Kylo Ren exclama: "¡Luke Skywalker! Creía que sólo era un mito".

   La diferencia de la mucho más prolongada James Bond (se inició en 1962) es, naturalmente, que los actores han ido cambiando en su totalidad, ya que era imposible tener un seductor infalible como 007 con más de ochenta años y enteramente calvo. La sustitución de Sean Connery fue un trauma generacional, sobre todo para las espectadoras, y entre sus herederos quien le ha dado de nuevo carisma es el último, Daniel Craig, favorecido extraordinariamente, él y nosotros, por la dirección de Sam Mendes, que tanto en ‘Spectre' como en la anterior, ‘Skyfall', logran las mejores películas.

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7 de marzo de 2016
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¿Universidad?

Pocas veces ha sido mi tema la piedad. Pero trato de mostrar piedad ahora por todo el mundo universitario de buena voluntad, profesores y alumnos que se encuentran en esa bendita institución y cuyo universo va cayendo en pedazos, algunos mefíticos. Mi memoria  de la Universidad de los años sesenta (aún bajo el franquismo) es tan gloriosa y la de mi padre tan excelente que cualquiera se sentiría tan humillado, defraudado y atormentado hoy por  el nivel, la categoría, las intrigas, la mediocridad y el desaliento de quienes hoy componen esa organización. Siempre hay excepciones, por supuesto, pero es el tufo que desprende su generalidad es igual a ingresar en una atmósfera entre podrida y miserable. Insalubre, desalentadora, mezquina, ignorante, canalla. Así es como ahora veo a la Institución y estimo a tantos de sus directores. Gentes responsables a las que con tanta veneración admiré y con tanta ilusión correspondida obtuve de sus conocimientos, su trabajo y su dignidad. ¿Adiós a todo esto? No lo padezco directamente pero sus efluvios me llegan como un tósigo que jamás pude llegar a imaginar.   

 

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7 de marzo de 2016
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1 y último. Volverse.

 

Hay un momento en Volver al mundo, la novela de González Sainz, en que un joven abandona la ciudad donde ha vivido con sus padres. Si mal no recuerdo, el chico se gira desde el autobús para verlos: allí están sus progenitores, despidiéndole, diciéndole adiós cada vez más lejos, meciendo los brazos en el aire. La escena se alarga unas páginas, describiendo una y otra vez el hecho, en una retardación proustiana que explica cómo esa imagen ha permanecido congelada en el cerebro del chico durante años; la demora muestra que el chico sigue volviéndose y volviéndose hacia esa imagen del recuerdo, que se torna para mirarla sin descanso, porque no quiere olvidar sus orígenes.

 

Para no olvidar, en suma, quién es. Es conveniente mirar atrás, repasar, recuperar. Dice Lorenzo García Vega: "Vuelvo la cabeza, veo. (...) ¿Por qué todo se vuelve hacia otras tardes, hacia otros años"[1]. Si uno desprecia lo ya hecho, es como si ese pasado nunca hubiera existido. Frente a la tradición de la mujer de Lot, son quienes no miran atrás los que se convierten en estatua de sal; hay que ser valiente, como Orfeo en el Hades, para girar la cabeza y observar nuestra espalda. "La lengua del escritor es menos un fondo que un límite extremo; es el lugar geométrico de todo lo que no podría decir sin perder, como Orfeo al volverse, la estable significación de su marcha y el gesto esencial de su sociabilidad"[2]. Girarse como acto de valentía: cuando decimos que hay que afrontar lo que venga, pocas veces recordamos que las malas noticias y los golpes también vienen del pasado. Girarse hacia él es también dar la cara, al tiempo que se tuerce el gesto.

 

Allí, a nuestra espalda, se encuentra lo que somos, porque de allí venimos ("involuntariamente me giraría hacia el sonido del yo"[3]), quizá no hay otro modo de mirarse que girándose: "si vuelvo la cabeza, / si abro los ojos, si / tiendo las manos al recuerdo"[4]. La memoria conforma al yo de hoy, que lee -que debe leer- el libro que dejan sus huellas.

 

El paisaje se invierte, mirado al girarse; difractadas en el espejo del tiempo, vemos las cosas muy diferentes a como las percibíamos mientras pasábamos por ellas, mientras las recorríamos al vivirlas.

 

"Mirar atrás, / aprovechar estos y otros azares para mirar atrás, / porque es la única dirección en la que se ve algo / digno de contarse"[5].

 

Escribir es girarse, es volver sobre la experiencia, aunque sea para descartarla. Si guardamos en el texto algo de nuestra experiencia la escritura deviene autobiográfica, como escritura girada, vuelta, devuelta, de vuelta. "Vuélvete a mirar y pierdes para siempre / eso que es ya pasado"[6]. Como siempre hay en la escritura ficción, en mayor o menor grado, el autor acaba por desconocerse. "El escritor, y siempre me refiero al creador, posee los ojos desobedientes de la mujer de Lot y los ojos intemperantes del profeta. Todo creador tiene cuatro ojos sobre los que rueda con gozo y llanto. Con los que mira hacia atrás, contemplará la destrucción de la ciudad; con los que mira hacia delante, la destrucción del templo. Y tantas veces se pregunte por él mismo, le responderá la estatua de sal y la cabeza segada: Nadie"[7].

 

Nos quedamos. Nos queda el pasado: compensa y recompensa. "Por eso, cuando el tiempo me trajo pena y llanto, / volvía la mirada"[8], porque siempre hay peces que pescar en ese lago.

 

Cien pasos son cien personas, cien entregas de escritura son cien personas componiendo el libro de una vida. "Y cuando el viajero que al alejarse por la senda de la mina trata de recomponer su dignidad (...) vuelve la vista atrás (...) aún tiene ocasión de gozar de todo el sonrojo de que es capaz de procurarle su sangre"[9]. Cien textos son cien regresos, hacia el escritor que uno era en cada hito del camino centenario.

 

Para Peter Handke, el hecho de volverse es casi una poética en La Gran Caída: "Cuando el actor abandonó el calvero y salió del bosque en dirección a la ciudad, dio los últimos pasos de espaldas. Eso ya me había llamado la atención en él varias veces, (...) y yo me preguntaba si aquel caminar de espaldas, aquel alejarse de un lugar teniéndolo ante la vista, no sería un deporte inventado por él. (...) Al marcharme de espaldas de este sitio quiero pedirle disculpas'"[10]. Nos recuerda un poco a la niña Momo, del cuento infantil de Michael Ende; Momo cruza la calle Jamás caminando hacia atrás, para conservar el tiempo y huir de los hombres grises. Sigue Handke: "Los primeros pasos al entrar en la ciudad los dio otra vez el actor de espaldas: era como si no lo hubiera atravesado un momento antes sino en tiempos inmemoriales, o nunca".

 

Ser ciento, ser múltiple, ser un múltiplo de diez.

 

Hay cuadros famosos con figuras giradas; quizá el más conocido es el de "La joven de la perla" de Vermeer, o el benjaminiano Angelus Novus de Paul Klee, que camina hacia atrás llenándose los ojos de Historia. Balthus, en El pintor y su modelo (1982) se reproduce a sí mismo de espaldas, y Luigi Amara dedica su poemario Nu)n(ca a la foto de una mujer vuelta, cuyo rostro siempre ignoraremos. Sin embargo, mientras que en la literatura no nos importa prescindir del rostro de los personajes, en el arte preferimos que el giro nos incluya, deseamos que la torsión se dirija hacia nosotros para ver las caras: Javier Moreno describe un cuadro renacentista y en él la madonna "se gira para mirarnos, a nosotros / mudos"[11]. El que se vuelve se encuentra, por lo general, con el silencio.

 

Durante 100 entregas hemos intentado en este blog crear una especie de libro virtual, un libro a la intemperie, compuesto de un centenar de piezas muy distintas entre sí, que tienen en común solamente su gusto por la escritura y la lectura; una lectura cruzada de escrituras, en continuos pasadizos, pues los textos también se giran para mirarse unos a otros, también retroceden y miran hacia los maestros antiguos. "¡Ay, ese ruido tan particular de los pasos hacia atrás, un ruido como solo viene de un mundo de acá abajo, nuevo y saludable!"[12].

 

Pero llega el momento del fin. "El larguirucho y su chica reaccionaron de forma ejemplar: (...) se dirigieron hacia la salida, arrastrando los pies y mirando hacia atrás con ‘desesperación'"[13]. Así nos encaminamos nosotros hacia la salida ahora, pero no desesperados, sino tranquilos, esperanzados, porque al final del camino hay un espejo, y en él vemos la imagen devuelta (de vuelta) de los cien lugares recorridos, con la satisfacción que procura caminar con la precisión del peregrino, que no quiere llegar a un lugar, sino a un estado.

 

La salida estaba aquí. He llegado al final.

 

Tengo un pie ya fuera, el cuerpo está punto de cruzar la frontera, es entonces cuando me vuelvo y miro:

 

Lo ideal para comenzar este descenso de 100 peldaños es hacerlo tratándolos como si fuesen una obra de ficción. Esto es, abriendo un círculo.

 

 

 

 

 

 

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[1] Lorenzo García Vega, "Amarte en la lluvia", Lo que voy siendo. Antología poética; Ediciones Matanzas, Playa, Cuba, 2009, p. 101.

[2] R. Barthes, El grado cero de la escritura seguido de Nuevos ensayos críticos; Siglo XXI, Madrid, 2005, p. 18.

[3] Evan Dara, El cuaderno perdido; Pálido Fuego, Málaga, 2015, p. 26, traducción de José Luis Amores.

[4] Carlos Sahagún, Poesías completas (1957-2000); Renacimiento, Sevilla, 2015, p. 25.

[5] Mariano Peyrou, La voluntad de equilibrio.

[6] Esperanza López Parada, Las veces; Pre-Textos, Valencia, 2014, p. 73.

[7] Francisco Pino, En no importa qué idioma; Junta de Castilla y León, 1986.

[8] Concha Lagos, Antología 1954-1976; Plaza y Janés, Madrid, 1976, p. 293.

[9] Juan Benet, Volverás a Región; Bibliotex, Madrid, 2001, p. 163.

[10] Peter Handke, La Gran Caída; Alianza, Madrid, 2014, pp. 67 y 84.

[11] Javier Moreno, La imagen y su semejanza; La Garúa, Santa Coloma de Gramenet, 2015, p. 16.

[12] P. Handke, op. cit., p. 125.

[13] Mircea Cărtărescu, Lulu; Impedimenta, Madrid, 2013, p. 82; traducción de Marian Ocha de Eribe.

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6 de marzo de 2016
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Dietario de un cínico / 1

 

Lunes.

En la conversación que mantuvo con Gina Lollobrigida, en Nueva York, en 1963, Robert Graves reconoce sentirse consternado por las estudiantes que acuden a oír sus conferencias. “Ver a todas esas bellísimas jóvenes, inteligentes, amables, tan bien cuidadas, con sus medias brillantes, junto a unos acompañantes sucios y desaliñados, que hablan únicamente de béisbol. ¡Y cuando pienso que todas esas muchachas tan lindas tienen que escoger entre esa gente a sus maridos!”.  

Redactaré la proclama de una campaña feminista: Mujeres del mundo entero, por favor, no seáis hombres. En lugar de imitar sus hábitos, descartadlos. En vez de adoptar sus poses, ridiculizadlas. A cambio de compartir sus logros mundanos, despreciadlos. Sólo de este modo os librareis de ellos.

No estaría mal un spot o un video clip en el que la misma Gina, alentada por el viejo poeta inglés, recitara con elocuencia dramática, y gran pasión escénica, esta declaración. Aunque me temo que mi ocurrencia haya llegado tarde. Las cuotas femeninas que se negocian en las altas instancias financieras y gubernamentales demuestran que el modelo de macho alfa les ha contagiado su inconfundible estilo de primate irritado.

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5 de marzo de 2016
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Elegancia insumisa

El péndulo de la vida la llevó de las tierras minadas por las que trataban de huir los judíos y otros perseguidos por los nazis, donde salvó a un soldado moribundo y fue herida por las balas, hasta las exquisitas boiseries de los despachos con buena calefacción en los que gobernó como directora de Vogue Paris durante dieciséis años, inspiradora y visionaria de una moda a punto de parir a Saint Laurent y a Karl Lagerfeld. Acaso sea una manera sensacionalista de introducir la vida de esta periodista y escritora ?premio Goncourt 1966 y autora del libro más brillante sobre Chanel, L?irrégulière, ou mon itinéraire Chanel? que falleció hace un mes y medio con 95 años y una vida formidable. Porque en verdad Charles-Roux fue una revolucionaria con perlas que alternaba el lirismo con los tacos. De orígenes acomodados, de Neuilly-sur-Seine, la periferia más lamida de París, pertenecía a una familia de ricos fabricantes marselleses de jabones y aceites. Su padre, François Charles-Roux, diplomático y miembro del Instituto de Francia, fue también un próspero hombre de negocios (el último presidente de la compañía del Canal de Suez). Nada más estallar la Segunda Guerra Mundial, y aunque fuera un gaullista convencido, sirvió al régimen de Vichy durante unos dubitativos meses, hasta dimitir. Ella, idealista y justiciera, se enroló en la Resistencia. En Francia existe una indócil tradición de hijos que se revuelven contra sus orígenes patricios ?de Louis Malle a Hervé Bazin?, y la joven Edmonde fue un buen ejemplo en femenino. Recibió la Cruz de Guerra y la Legión de Honor en 1945, por su coraje como enfermera, pero al terminar la contienda las familias bien la miraban con un mohín precavido, como si apestara a cloroformo y comunismo. Pasó de repartir el correo en la redacción de la revista Elle a recibir la oferta de dirigir Vogue. Convocó a grandes fotógrafos y les instó a que utilizaran la moda como coartada para componer y crear historias visuales de gran calidad, desde Guy Bordin a Avedon, pasando por Irving Penn. Abundando en la tradición literaria de las revistas de moda o femeninas ?por las que pasaron J.L. Borges, Oscar Wilde, Stéphane Mallarmé o Sylvia Plath?, puso a escribir en las páginas de Vogue a Roland Petit o Colette, hasta erigirse en juez y parte de una corriente ética y estética que en los años sesenta empezaría a desnudar a las mujeres. Amiga de Coco Chanel o Isabelle Eberhardt, y tan contradictoria entre exquisitez e ideología, al estilo de Marguerite Duras, nunca quiso tener hijos y se sintió cómoda llevando la contraria, protegiendo su independencia sentimental e intelectual. ?Me convertí en una persona abominablemente libre?. En 1973, con 53 años, camino de una década después de su despido en Vogue ?por haber querido publicar en portada una modelo negra (algo que no sucedería hasta veinte años más tarde, con Naomi Campbell)? Edmonde se casó con Gaston Defferre, alcalde de Marsella y posteriormente ministro del Interior de Miterrand. ?Un político es un hombre de acción, por ello es tan útil y enriquecedor tener al lado a alguien que te invita a la reflexión, alguien intelectual, crítico, honesto?, decía Defferre a la televisión francesa sobre su mujer. Mitterrand se rindió ante ella, y la convirtió en una de sus máximas asesoras, sobre todo con su hierro literario. Dice de ella el académico Marc Lambon que no tenía frío en los ojos, que amaba La arlesiana de Bizet y los vestidos de Lacroix, que detentaba una fidelidad de estatua. Fue una pasajera de la gran vida ?presidenta de la Academia Goncourt desde 2002, recibió innumerables homenajes y el reconocimiento de sus compatriotas?, pero nunca dejó de sentirse como un polizón a bordo. Nueva chica Mango / Liu Wen Aún resuena la reivindicación de afroamericanos y latinos en la última gala de los Oscar a fin de conjurar el cánon ortodoxo, occidental y blanco, pero ¿y los asiáticos? A pesar de su ascendencia global, son pocos los nombres mediáticos y menos en la pasarela. En su creativa apuesta en hacer campaña de una tendencia cada mes, Mango reivindica en marzo el Soft Minimal que encarna su nueva modelo: una mujer de ojos rasgados y espíritu slow, la top oriental Liu Wen, tan dulce como magnética. Afrontar el cáncer / Gloria Vergés Desde que se creó la Fundación Ricardo Fisas ?el fundador de Natura Bissé?, enfocada a los tratamientos de estética oncológica, se ha atendido ya a más de 1.200.000 personas (en 3.500 hospitales de 24 países). Abordar los efectos de la quimioterapia forma parte de la misión que encabeza Gloria Vergés, viuda de Fisas, una mujer que desborda humanidad y carisma, y que consigue mejorar la vida de tantas mujeres sin recursos a base de un compromiso firme, y sin megáfonos. Visión y lujo / Enrique Loewe Knappe En España viven más de catorce mil centenarios, y Enrique Loewe Knappe, con sus 103 años, era uno de ellos. El hombre que impulsó uno de los pilares más lujosos de la marca España, el que apostó por la artesanía exquisita y los curtidos al acabar la Guerra Civil inaugurando la icónica tienda de la Gran Vía madrileña, ha fallecido esta semana. En los ochenta devolvió a España su nombre en la moda, aunque después sus herederos llevarían el made in Spain al holding de lujo de LVMH. Genio y figura. (La Vanguardia)

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5 de marzo de 2016
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Malas sábanas

 

Nos dieron dos juegos de sábanas usadas para que duraran lo que la estancia en la finca. Pero no fue así. La ínfima calidad y la poca limpieza pasaron factura. A los dos días Víctor despertó con la espalda comida por los ácaros. A la semana hubo que amputársela. Sin espalda mal le fueron las cosas. Le puse algodón, empapado en mercromina, sujeto al pecho con esparadrapo. El remedio no sirvió, supuraba y lo echaron del trabajo. Aburrido, ocupaba las horas persiguiendo a las chinches; se convirtió, eso sí, en un hábil cazador, las envolvía en los jirones de las sábanas que se amontonaban en el suelo. Pensamos en una venta directa. Gustaban las chinches (y las liendres) en ese pueblo. Montamos un tenderete en la plaza pero descubrieron la mala calidad de los jirones de las sábanas y fracasamos. Ahora, de vuelta a casa, Víctor sin trabajo y sin espalda, no hago más que pensar en lo tonta que fui, que por ahorrarme unos pesos he traído la desgracia.   

 

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4 de marzo de 2016
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Fin de semana

Fin de semana

Puesto que todos guardamos un secreto, somos como dioses. 

 

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Atormentarse

La gente cree, en general, que sus iguales son menos desdichados que ellos y los miserables quedan muy lejos. Eso aumenta el pesar aquí.

 

***

 

¿Estar solos?

 

Nos necesitamos tanto, unos a otros, que nos confundimos todos en la soberbia de la soledad.

 

*** 

 

Novela en vivo

Cada día que empieza se comporta como el capítulo de un libro. Unos son clave, los otros de relleno.

 

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4 de marzo de 2016
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Leer En tierra de Nadie de Graham Green a la luz de la banalidad de la literatura en inglés

 

En ocasiones la infinita necesidad de reciclar autores lleva al mundo editorial a comportarse como ave de carroña: desempolva y desentierra cadáveres literarios que no agregan nada a la obra conocida de los autores en un mero afán comercial. El lector devoto se decepciona y quien no ha fatigado las páginas del autor de marras de cualquier manera no lo lee (sería interesante que alguna revista encuestara sobre las grandes obras compradas y nunca leídas en las bibliotecas de las distintas culturas de nuestra casi ágrafa posmodernidad). No es el caso de esta que hoy nos ocupa; la hermosa edición de En tierra de nadie pone en manos del curioso lector un texto impecable hasta hace poco inédito en inglés del célebre autor británico de El factor humano.

            ¿Por qué leer un relato escrito hace medio siglo de un escritor reciclado editorialmente? ¿Para qué sirve la literatura, me pregunto hoy con insistencia? Dice Martin Amis –el novelista inglés autor de Campos de Londres- en su reciente memoria, Experiencia que antes cada hombre llevaba una novela adentro –yo acotaría, una saga siempre familiar- pero que hoy, en este mundo locuaz, verborreico, mediático, todo hombre o mujer lleva dentro una memoria, no una ficción. Esa memoria le parece a quienes se las cuenta –o a sus posibles lectores- auténtica, ejemplar, una verídica crisis del corazón. Nada, entonces, puede competir con la experiencia hoy en día, tan incuestionablemente individual, democrática y liberal. La experiencia es lo único que compartimos en igualdad, y  todos tenemos una noción de ello. Nos rodean, entonces, casos especiales, vidas contables en una atmósfera de celebridad universal.

            Sin embargo no se trata ya de los quince minutos de fama a los que todos tenemos derecho en la vida, según Andy Warhol, sino la fama completa de cada instante de la vida, aunque dicha celebridad sólo exista en nuestras propias mentes. Es la fama karaoke, la fama del talk-show tan de moda.

            Como novelista me interesa particularmente la reflexión precedente. Muchas veces me han preguntado si lo que he escrito en un cuento o una novela me ha ocurrido en verdad. Sin embargo para quienes utilizamos la experiencia –o las inconscientes fusiones de las experiencias- para construir ficciones tal reclamo de verdad o de realidad nos parece un tanto injusto. Pero real. El libro más vendido del último tiempo, Las cenizas de Ángela de Frank McCourt, hoy tranformado en película, lo fue porque narraba el testimonio no fictivo de un hombre concreto. Justamente los lectores de hoy  buscan esas historias reales, aunque descubran que son fabricados para dar la ilusión de reales –como en los talk shows a los que ya me referí o en los programas sensacionalistas tipo Primer Impacto o incluso con productores antiéticos que pagan dinero a inexistentes rateros para actuar un asalto callejero.

            Los lectores actuales, tal parece, no nos podemos identificar con un héroe novelístico porque no hay heroísmo ni épica posibles en nuestros días. Así las cosas nadie lee novelas con inocencia ni se cree esa esencial trampa ficcional. Antes se leían novelas porque nuestro mundo era ancho y ajeno, insuficiente, hoy se leen memorias porque se considera que una vida, toda vida es autosuficiente. ¿No estaremos glorificando la banalidad? La crudeza ha sustituido a las verdades sutiles, incontrovertibles y la experiencia siempre individual, siempre egoísta con verdad o tintes de verdad –como en Boys don’t cry o Amores perros- ha sustituido para siempre a la experiencia colectiva, social. Aquí y así nos tocó vivir.

            En ese contexto, sin embargo, es que una edición como esta tiene sentido. Nos devuelve la esperanza en esa patria perdida que es la literatura, nos recuerda el poder de la ficción.  En tierra de nadie nos lleva como sólo puede hacerlo un verdadero maestro del revés de la trama –Greene- a un territorio donde nadie le rivaliza: el de la palabra. Poco importa que el relato se haya escrito como tratamiento para una película que además nunca se filmó. Lo único que vale aquí es que estamos ante un gran narrador, uno de los últimos. Decía Robert Louis Stevenson que para poder atrapar al lector el escritor debía tenerle una confianza ciega a su propio narrador. Es el viejo Dichter de la tradición oral: el que habla por el pueblo. Eso lo sabe Greene quien nos toma del pescuezo en la primera línea y nos lleva, sin aliento, casi sin respirar, hasta el punto final.

            El prólogo –también tomado de la edición inglesa- de David Lodge nos sirve para situar el manuscrito y la labor de Greene en el cine, al que pertenece el relato. ¿Pero que es lo que tenemos entre las manos? Frìamente: un tratamiento cinematográfico, esto es un índice detallado de lo que la película y el guión posterior pretende mostrar. ¿Se puede filmar lo que Greene escribió? Probablemente no, porque un maestro de la narrativa siempre sobrepasa los límites de lo pretendido: el relato es más sabio que su autor, porque viene de más lejos (pienso en otro ejemplo célebre e igualmente poco conocido, el tratamiento de John Steinbeck para Elia Kazan de Zapata). Y, entonces, ¿cómo leemos En tierra de nadie? Me apresuro: como literatura, simple y llanamente: como un excepcional y sutil relato de espionaje (el único texto de ficción, por cierto, escrito por Greene entre El tercer hombre y El fin de la aventura).

           

            En 1950 Green visitó la montañas Hatz donde estaría ambientada la película y escribió a su agente, listo para empezar el relato. Allí aparentemente todos los primeros de mayo se aparecía un espectro. Greene al principio coqueteó con la idea de que se apareciese Teresa Neumann, la mística alemana estigmatizada, motivo de las peregrinaciones al lugar. Luego, en su lugar, dejó a la Virgen María, quien también se aparece a dos niñas en medio de la ocupación rusa.

            ¿Por qué Greene escoge este lugar en particular? El ambiente es perfecto para una película de espionaje, es obvio. Pero no vamos por allí. Desde el Fausto de Goethe el lugar ha quedado asociado con lo misterioso y lo sobrenatural, el lugar ideal para que ocurra esa revelación que para un católico es el amor. Estamos leyendo a un novelista inglés y también, por qué no, a san Pablo.

            Allí están todos los elementos: espionaje, tensión británico-rusa, catolicismo. Lo único que faltaba era la historia de amor. El novelista estaba esos días corroído por los celos ya que sospechaba que su amante Catherine Walston se veía con un oficial del ejército norteamericano. La mujer del relato que ama al protagonista Richard Brown a primera vista, está inspirada en su propia amante. Redburn –un oficial británico- es quien cuenta la historia y un oficial ruso, Starhov es el antagonista de Brown.

            Como en todos los tríángulos amorosos de Green –piénsese en El tercer hombre- aquí el protagonista y su propio oponente ruso cada uno en distintos momentos salvan a la mujer. Este carácter mesiánico del amor es, sin embargo, lo que le da a la historia su sabor. Y aquí llego al punto que deseaba comentar, el valor de este texto rescatado entre los papeles del novelista inglés, su pertinencia. Me atrevo a decir que radica en el manejo singular de la atmósfera. Dice René Girard que el deseo es mimético por excelencia, esto es que siempre se desea lo que es deseado por un tercero. Aquí esta intuición del antropólogo francés es llevada a su paroxismo. Me atrevería a decir que la tensión mayor de la historia no es el thriller sino el relato de amor. ¿A cual de sus salvadores preferirá la mujer? Al primero, que para salvarla la ha capturado o al segundo, quien probablemente la lleve a la muerte.

            Toda la literatura de Greene es de una penetración psicológica excepcional. Aquí, En tierra de nadie, vemos la agudeza de las descripciones, la profundidad de la mirada. Si la película no llegó a filmarse tenemos estas páginas luminosas sobre el corazón humano que me recuerdan ese momento de la Justine de Durrell en donde la protagonista dice: “Dime quién inventó el corazón humano y muéstrame dónde lo ahorcaron”.

            La protagonista femenina del relato le contesta a Brown a pregunta expresa sobre qué está pensando: “Me preguntaba si terminaremos donde comenzamos”. Toda la fuerza del relato está condensada en esa frase que el lector, cuando lea este libro, recibirá como una puñalada. Toda la tensión narrativa, además, en esa escena.

            La literatura, por otro lado, está también presente en cada fragmento del relato gracias a Turgéniev a quien Starhov adora. Gram. Greene acostumbraba leer mientras viajaba. A las montañas hertz se llevó El Rey Lear de las estepas y En las vísperas, las dos obras de Turgéniev que aparecen por todo En tierra de nadie (incluso el nombre del protagonista ruso es compartido). Y de allí que el tema principal de la historia sea la confianza (y la traición a la confianza, por supuesto). En el inicio de la guerra fría hay esta segunda historia política que subyace a todo el texto amoroso. Tiene razón Ricardo Piglia cuando afirma que en todo gran relato hay dos historias: la que se cuenta y la silenciosa. En Kafka la que se cuenta es terrible, la que cala es banal, como en La metamorfosis, en Hemingway la que se cuenta es banal, la que se calla atroz). ¿En Greene, un maestro indiscutible? Las dos historias, finalmente, coinciden: en su literatura siempre estalla una bomba en manos del lector. La que se cuenta es cruel, dura y está ambientada en territorio ocupado por los rusos. Es un relato de espionaje donde el protagonista ha ido allí para recuperar información privilegiada que su propio hermano –un espía acribillado- ha dejado encriptada. La otra historia, la que nos sobrecoge es un relato sobre la fuerza destructiva del amor, otra guerra. Los personajes han sido llevados a situaciones límite, allí donde el alma humana se revela verdaderamente como lo que es.

            Greene nos deja una pregunta central, ¿será posible, habrá alguna manera, la que sea –filosóficamente, poéticamente, psicológicamente- resolver los conflictos éticos, las sensibilidades que luchan detrás de ellos? Quizá sólo nos deje, también, la sensación de un irreconciliable –pero irrenunciable- sentido de conflicto entre aquellas personas que se creen moralmente serias y su papel social. Como J.M. Coetzee –con quien Greene guarda muchas similitudes- apunta en su ensayo Emergiendo de la censura: el escritor ocupa una posición que simultáneamente se encuentra fuera de la política, rivaliza con la política y domina la política, lo que le hace correr un riesgo desmedido, producto de ese orgullo: el riesgo que corre el escritor como héroe es el de la megalomanía. Es el terrible invento de Carlyle, creer que el escritor ante su mesa de trabajo es un héroe (aunque sea sólo un héroe que resiste) y en el caso de un contador de historias no sólo eso, alguien que narra. Y Greene lo hace a sangre fría, por eso nos hechiza.

            La literatura está siempre relacionada con el territorio de la felicidad, que es la infancia, nos ha dicho Greene en su hermosísimo ensayo La infancia perdida. Pero la tragedia es que ese territorio se nos ha escapado para siempre, sólo podemos volver a él vicariamente. La novela, el cuento, son vehículos privilegiados para llegar a ese conocimiento profundo de un territorio del que nunca quisimos salir.

            Dickens decía que Caperucita Roja había sido su primer amor, cuando las experiencias literarias eran experiencias colectivas, sociales, compartidas. Hoy nadie ama a un personaje de cuento, carece de la carne de la realidad, de la blanda consistencia de la nada de la que todos estamos hechos según se empeña en hacernos creer la postmodernidad. Hegel decía que la oración del hombre moderno era la lectura del periódico por las mañanas. Hoy el hombre posmoderno reza chateando. En medio de ese territorio devastado que es la experiencia la literatura tiene un valor supremo: le otorga densidad, la desbanaliza, la universaliza.

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3 de marzo de 2016
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El Boomeran(g)
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