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Catedral de Jaén

 

 

Lista de pobladores actuales de la catedral de Jaén -no reconocidos por la autoridad eclesiástica- confeccionada a partir de datos aportados por personas de confianza:

 

Maestro Bartolomé. Condición: espectro.

Uno de la familia Corvera. Condición: insepulto.

José Martínez de Mazas. Condición: espectro.

Eufrasio López de Rojas. Condición: lupo.

Marianela Rebujo de Alcanforado. Condición: lamia.

Sempiterna Bonó de Gargolés. Condición: mora. 

Jacopo Florentino. Condición: ráfaga.

 

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1 de agosto de 2016
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Adelantarse al tiempo: Caballo Loco

La idea de “adelantarse al tiempo” puede parecer una insensatez.

¿Cómo vas a adelantarte a tu propio ser y a tu propio estar? Sería como partirse en dos.

Para muchos, adelantarse al tiempo sería posible únicamente con la imaginación, y no se trataría de un adelanto real, se trataría de una ficción.

Sin embargo los sioux sí que creían que uno podía adelantarse al tiempo. ¿Con el poder de la imaginación? No, con el poder del deseo.

Y el deseo era para ellos un caballo como el que montaba Caballo Loco.

Dicen que una vez Caballo Loco habló con el Gran Espíritu, y el Gran Espíritu le susurró:

-El tiempo es tan veloz como el viento sobrevolando las praderas, los valles y las montañas. Tienes que cabalgar a lomos del viento y adelantarte al tiempo. ¿Me has entendido?

-Sí, te he entendido -cuentan que le dijo Caballo Loco al Gran Espíritu.

Para el Gran Espíritu adelantarse al tiempo eran tan fácil como respirar. Bastaba con abrir los brazos al deseo.

Pero para desear hay que estar vivo, y muchos están muertos antes de morir. Esos no pueden adelantarse al tiempo, que pasa por encima de ellos sin que se den cuenta, como no se dan cuenta los muertos cuando el aire barre las lápidas de los cementerios.

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1 de agosto de 2016
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A mí. señoras mías. me parece

Este librito (apenas 90 páginas, pero la mitad son ilustraciones) resulta tan delicioso como un sorbete de limón perfumado al armañac y degustado en  algún umbrío rincón de los jardines del propio palacio de Fontainebleau. Pícaro, refrescante y con ese sentido tan francés de lo galante. Y, de ahí,  delicioso.

A mediados de los años ochenta  del siglo pasado el más exquisito de los editores italianos, Franco Maria Ricci,  le encargó a la entonces novelista y actual miembro de la Academia Francesa, Florence Delay, un libro que finalmente se llamó Les Dames de Fontainebleau y que fue publicado en 1987 dentro de una de aquellas fastuosas cajas negras en perfecta consonancia con las obras de arte que contenían.  Al cabo de una larga desaparición  incluso de las librerías especializadas en rarezas para gourmets,  Acantilado ofrece ahora una versión de aquel libro que pese a ser reducida sigue siendo una joya, primero porque los textos de Florence Delay son sugerentes, fascinadores y elegantes, y segundo porque muchas de las ilustraciones son obras o fragmentos de obras no muy conocidas porque incluso quienes las hayan visto con sus propios ojos en las paredes y techos de Fontainebleau difícilmente las habrán degustado con la minuciosidad y conocimiento  que ofrece la autora.

En concreto se trata de treinta y un relatos relacionados con cuadros, frescos y  objetos pertenecientes a ese palacio que empezó a ser utilizado como residencia por Luis VII en el siglo XII y que a lo largo de los siglos ha sido ampliado, enriquecido y dotado de complementos tan fastuosos como los jardines,  obra del jardinero de Enrique IV, Claude Mallet.

Pese a su apabullante grandiosidad,  Fontainebleau no ha sido el lugar de residencia favorito de los reyes franceses porque  éstos, como  todos los reyes, se pirraban por los caprichos caros y Francisco I, pese a ser quien más lo engrandeció, lo utilizaba solo como pabellón de caza y prefería alternar con sus residencias de Blois y Amboise (visibles hoy a orillas sel Loira). Eso,  si no se acercaba hasta los Pirineos para disfrutar de las gigantescas cuadras que se hizo construir en el castillo de Rivau. Y cuando Luis XIV terminó de arreglar Versalles a su gusto, cabe imaginar dónde preferían morar sus sucesores.

Además de tener a su servicio a Leonardo de Vinci, Francisco I hizo venir de  Italia al excéntrico pero genial Rosso Fiorentino (hay muchos ejemplos de su quehacer en el libro). Aunque una parte considerable de su obra se ha perdido (las fiestas, recepciones y conmemoraciones de la época adsorbieron muchos de sus afanes) es el autor de los mejores frescos de Fontainebleau y fue el introductor del manierismo en Francia. Posteriormente su influencia se extendió  a Alemania, Países Bajos e Inglaterra. 

Tras el suicidio del florentino, los sucesores de Francisco I, Enrique II y Catalina de Médicis,  lo sustituyeron por Francesco  Primaticcio, menos excéntrico que su predecesor pero continuador y divulgador de la maniera francesa de entender la pintura.  En Google se pueden ver las suficientes obras suyas como para hacerse una idea muy exacta  de su trabajo.

Acostumbrados como estamos a que muchos de los libros escritos actualmente por mujeres sean  una especie de memorial de agravios acerca del  injusto y reiterado mal trato recibido por la mujer, ya sea en la pintura, la literatura, el hogar o allí donde se mire, y sea cual sea la época de que se hable (aclaro ahora mismo que no estoy diciendo que ellas  no tengan toda clase de razones para hacerlo, por más que la lectura de esos textos se haga en exceso monótona por lo reiterado de la queja), sorprende no encontrar en Florence Day un solo texto, y ni siquiera una simple frase, que sirva para figurar en dicho memorial de agravios.  

                Aunque en otras ocasiones Florence Delay ha dejado clara la opinión que le merece la gestión que ha hecho el masculino de un mundo que considera exclusivamente suyo (sin ir más lejos, el  día que ella ingresó en la Academia sólo dos de sus miembros eran mujeres) en A mí, señoras mías, me parce, lo que pretendía era sumirse en el papel de una muchacha del Renacimiento y dar voz a las damas representadas en Fontainebleau, señoras mías, ya fueran históricas o pictóricas o ambas cosas (como la ya citada Catalina de Médicis, protagonista de hechos decisivos de la historia de Francia y modelo en un conocido retrato suyo hecho por François Clouet y reproducido en el libro). Pero su pretensión no era reivindicativa ni llevar a cabo un ajuste de cuentas: su (ambiciosa) intención era reproducir por escrito la maniera de entender la vida y las costumbres, la reinvención de la mitología y el homenaje (a su manera.claro) que la época dedicaba a lo femenino.  Y resulta un privilegio asistir al prodigio de ver cómo el texto y  la imagen se enriquecen mutuamente en esta especie de diálogo exquisito. Eso sí, para terminar de degustar esta delikatessen conviene repasar un poco la historia  de Francia para situar a los personajes y sus hechos en el lugar que les corresponde porque la autora no se molesta en aclarar según qué minucias.   

 

A mí, señoras mías, me parece

Florence Delay

Traducción de Caridad Martínez

Acantilado      

 

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31 de julio de 2016
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Fin de raza

"Viví una infancia miserable en lo sentimental, pero dorada en cuanto a confort se refiere. Es así, balanceándose entre la noche y el sol, como una se vuelve contestataria. Mi padre era corso; murió a los cien años. Mi madre, de Burdeos; vive todavía. Ella salió victoriosa, también mi hermana, de las pruebas que supusieron la Resistencia y el campo de concentración. Yo estaba en la prisión de Fresnes, llevada directamente del convento a la celda 325, con otras tres mujeres que me hablaron de todas esas cosas que hasta entonces no conocía. He oído mucho y lo he retenido todo. Hoy soy feliz siendo contestataria”. Ese era el recuento biográfico que Juliette Gréco hacía a finales de los años 70. Había recorrido una intensa travesía vital: padres divorciados, un hogar feliz hasta que estalla la II Guerra Mundial, la cárcel con catorce años… Terminada la guerra, y ya un personaje en ciernes a pesar del desamparo, supo dónde podía refugiarse. La acogió su profesora de lengua, que era actriz: “Es muy difícil ocuparse de una niña que no tiene lazos de ninguna clase”, diría Gréco, que vivió durante años en una pensión familiar habitada por personajes pintorescos. En el sótano había un viejo piano desafinado con el que aprendió a amar la música, aunque no quisiera de ningún modo ser chansonnière sino actriz –con los años llegaría a serlo, como atestiguan Orfeo, Quand tu liras cette lettre, Elena y los hombres, Fiesta, Buenos días tristeza o Las raíces del cielo–. Un grupo de amigos volvía de cenar en Saint-Germain-des-Prés una noche, y la periodista y escritora Anne-Marie Cazalis le dijo a JeanPaul Sartre que no entendía por qué su protegida no quería dedicarse a cantar. Ella protestó: “No sé cantar, y además no me gustan las canciones que se escuchan por la radio”. Se inclinaba por el aire entre cabaretero e intelectual de Yves Montand. Sartre la citó para el día siguiente; tenía preparados unos cuantos poemas, de Queneau, Desnos, Prévert, Laforgue y él mismo, que Joseph Kosma musicaría para convertirlos en Si tu t’imagines, La fourmi, Je suis comme je suis, Les feuilles mortes o La rue des blanc manteaux. Nacía un mito, artístico-erótico, francés y universal, con su flequillo rotundo, la raya del ojo perfilada, un cigarrillo en la comisura y su guardapolvos de luto riguroso. Así Juliette Gréco se convertía en musa del existencialismo francés.
Sartre fue uno de sus máximos valedores; la adoraba, decía de ella: “Tiene millones de poemas en la garganta que no han sido todavía escritos. (…) ¿Por qué no escribir poemas para una voz? Es gracias a ella, y para ver mis palabras convertirse en piedras preciosas, que yo he escrito canciones”. Pero Gréco, cuando vivía en el hotel La Lousiane, donde dejaba la puerta abierta mientras enjabonaba su cuerpo, fue el gran amor, fugaz, de Miles Davis, quien en su biografía escribía: “La música era toda mi vida hasta que conocí a Juliette Gréco. Me enseñó lo que significaba querer algo distinto a la música. Probablemente Juliette fue la primera mujer a la que amé como a un ser humano, en igualdad. (…) Era abril en París. Sí. Y estaba enamorado”. No se fueron juntos a Nueva York, él no quería que padeciera el racismo aún cruento, y el opio ya había entrado en su vida. Ella siguió cantando y amando hasta hoy, a punto de cumplir noventa años.
Esta misma semana lo hizo en Friburgo y de aquí a fin de año se subirá a las tablas en Lille, Nantes, Marsella y París. Afirma: “Si canto quince canciones, vivo quince vidas”. Siempre ha evitado compararse a una estrella, también ha prescindido de lugares comunes y divismos. Su voz es la última resistente de un mundo desvanecido entre volutas de Gitanes.
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30 de julio de 2016
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Una amenaza existencial para Europa

Tras el golpe de Estado frustrado del 15 de julio sabemos que hay un grupo terrorista más temible para Turquía que el autoproclamado Estado Islámico o Daesh. Es la Organización Terrorista Fetulá (OTF), a la que el presidente Erdogan atribuye el golpe, el intento de asesinarle y una amplia infiltración de la estructura del Estado y de la sociedad turcas para subvertir su orden democrático.

La denominación de la OTF es una invención de Erdogan, a partir del nombre de Fetulá Gülen, un anciano clérigo de 84 años que vive en Pensilvania y es el fundador de Hizmet (Servicio), el auténtico nombre de una cofradía musulmana de inspiración sufí, a la que se atribuye un propósito de infiltrarse en las estructuras del poder económico y político al estilo del Opus Dei católico.

El Estado turco se halla entregado en cuerpo y alma a combatir a esta OTF, hasta el punto de que la purga iniciada en la noche del 15 de julio apenas tiene precedentes en la historia reciente. Hay que acudir a la Revolución Cultural de Mao hace 50 años o más atrás a la Gran Purga estalinista de los años 30 o a la Noche de los Cuchillos Largos en 1934, cuando Hitler liquidó a las milicias de su partido, las célebres SA, para encontrar una represión tan extensa entre antiguos socios y aliados.

Antes incluso que el Estado Islámico hay todavía otra amenaza existencial mayor para Turquía y esta es el PKK, el partido de los trabajadores del Kurdistán, con el que ahora está en guerra abierta después de haberse truncado el proceso de paz iniciado en 2012. Al final, sí, Ankara también combate al Daesh, sobre todo después del atentado en el aeropuerto de Estambul, que costó la vida a 41 personas, pero es su tercera prioridad.

No es extraña esta inversión de prioridades, que difícilmente se entiende en Europa y Estados Unidos pero forma parte de la geopolítica de la zona, donde el terrorismo suele ser un buen instrumento de los servicios secretos de alguno de los Estados en pugna para chantajear a algún adversario. Israel y Arabia Saudí, por ejemplo, consideran a Irán como su principal amenaza existencial. En cambio, para el régimen de El Assad y para Irán, objetivos designados por Daesh, ni siquiera este es su enemigo existencial, sino un mero avatar del poder saudita al que identifican como aliado del sionismo y de occidente en la guerra por procuración entre chiitas y sunnitas en que se han enzarzado.

Al final de las cuentas, solo para los europeos Daesh es una amenaza existencial, porque pretende dividirnos, convertir a los musulmanes europeos en una comunidad aparte, discriminada y estigmatizada, deteriorar el Estado derecho y el sistema de libertades y valores y extender la guerra civil islámica declarada ahora en Oriente Próximo al conjunto de Europa.

A Daesh ya no le queda apenas ejército para mantener el dominio territorial que instauró hace dos años con la toma de Mosul, pero cuenta con el arma de la debilidad de los europeos, incapaces de enfrentarse unidos, en cada uno de los países y luego los países entre sí dentro de la UE, a la mayor amenaza contemporánea que pesa sobre su existencia.

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28 de julio de 2016
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SOLVAY 1927: “Lucha de gigantes en torno a la entidad”

"Se diría que asistimos  a una suerte de lucha de gigantes por lo virulento  de su confrontación en torno a la entidad (gigantomachia... peri tes ousias, Platón  El sofista 246ª y siguientes). 

En 1903 el químico belga Ernest Solvay patrocina en la universidad de Bruselas la creación de un centro de investigación que llevará su nombre. En 1911 decide que en tal marco se realicen periódicamente encuentros científicos. El primero de ellos tuvo lugar una semana entre finales de octubre y principios noviembre de ese mismo año. El tema era La théorie du rayonnement et les quanta (Teoría de la radiación y los quanta),  Chairman de la conferencia era  Hendrik A. Lorentz y entre los participantes  estaban Max Planck, Ernest Rutherford, Marie Curie,  Henri Poincaré, y casi el benjamín de tos ellos... Albert Einstein.  No fue invitado Louis de Broglie, aunque sí acompañaba a su hermano Maurice, secretario de ese primer  Conseil Solvay,  hoy conocido como Solvay Conferences.

Se considera que esta primera conferencia constituye un auténtico hito en la historia de las reuniones científicas. En el calendario de las Solvay conference  hay sin embargo  una segunda fecha, que además de ser un punto de referencia absoluto en la física  puede también ser considerado como un momento determinante de  la historia de la meta-física.  Me refiero a la quinta conferencia que bajo el título general de "Electrones y fotones" tuvo lugar en octubre de 1927 (1) también presidida por Hendrik Lorentz. Varios de los congregados  eran ya  premios Nobel pero muchos otros lo serían más tarde (en total 17 de los 29 participantes).

Una suerte de lucha de gigantes en torno a la entidad ( gigantomachia peri tes ousias,)", nos dice Platón en  El Sofista, diálogo  que forma parte de los conocidos como metafísicos: los unos afirmando que sólo tiene entidad aquello que ofrece resistencia a los sentidos, incómodos  y negándose  incluso a escuchar  cada vez que se atribuye  la entidad a lo carente de cuerpo...;los otros, reiterando que el ser sólo es atribuible a lo que se aprehende con el intelecto. Y, "como un niño que responde ‘los dos'", el que busca ante todo la verdad se negará de entrada a posicionarse, apreciará apreciando y baremando lo afirmado por cada una de las partes.

Y efectivamente como ya he reiterado aquí en relación al fragmento de problemática análoga, literalmente polémica (pues expresada en términos de vencedores y vencidos ("Pobre intelecto, pretendes vencernos a nosotros que somos las fuentes de tus evidencias. Tu victoria será tu derrota") que  Galeno atribuye a Demócrito, el interés de cada posición reside en gran parte en  el  conflicto (polemos) mismo que mantiene con la otra. Este conflicto podrá ser interpretado  como una polarización en el seno del sujeto, polemos  entre las facultades del ser de razón. Pues bien:

 El estatuto del ser de razón acabará siendo también el problema al que se verán abocados los protagonistas de aquel debate en el otoño de 1927 en Solvay. Ellos directamente, o al menos sus herederos. Pero este  problema del  testigo (el problema por ejemplo de dónde situar la frontera entre indicador del resultado de una medida - el cual es a su vez medible - y lo que en última instancia mide)  será el  punto de llegada, no el de arranque. La nueva  "lucha de gigantes" se focalizará en primer lugar en la entidad física inmediata, y allí aparecerá explícita o embrionariamente  todo aquello que desde entonces (al hacer que la física  alimente de nuevo las alforjas del filósofo) permite sostener que asistimos al renacimiento de la metafísica.

La riqueza de contribuciones en el coloquio de Solvay 1927 fue tal que, cabe decir, se encuentra allí en embrión todo el desarrollo de la física cuántica a lo largo del siglo XX.  En Solvay se discutió la mecánica ondulatoria de Schrödinger y la mecánica de matrices forjada dos años antes por Heisenberg, de la que Max Born da una interpretación probabilística (regla de Born) que se ha convertido en un pilar de la disciplina.  Decía antes que el físico francés  Louis de Broglie no había sido  invitado en la conferencia inaugural de 1911, pero sí lo fue en esta de 1927, dónde presentó una  hipótesis  (Pilot wave) sobre la realidad cuántica con gran peso en interpretaciones ulteriores, concretamente en la de David Bohm  (hasta el punto de que ha podido hablarse de "La mecánica cuántica de De Broglie-Bohm").  Bohm fue un  defensor a ultranza  (a través de una teoría más compleja) de los principios ontológicos reivindicados por Einstein, aunque  igualmente incapaz de salvar el más importante de ellos,  punto de arranque de la conferencia de Einstein en Solvay (de pasada, Bohm fue una víctima del McCarthysme y, pese al apoyo de Einstein, escandalosamente marginado por el rector de la universidad de Princeton, lo que le forzó a exiliarse a Brasil)

Antes de centrarse en alguno de  los debates que allí tuvieron lugar y que justificaría el título dado a esta columna, convendrá recordar ( y así lo haré en la próxima columna) un  aspecto de la vida de uno de los protagonistas,  concretamente el conflicto interior entre la asunción por Albert Einstein de su obra  y ciertos corolarios de la misma, conflicto que se da en un doble frente: el de los principios éticos (a menudo evocado) y en el de los principios filosófico-ontológicos (menos popularizado). Einstein enfrentado a los corolarios filosóficos de una de las ramas de su esfuerzo por entender el mundo; de alguna manera Einstein frente... a Einstein: tal será uno de los combates a los que se asistirá en ese prodigioso ring científico-filosófico que fue  en 1927 el castillo de Solvay.

 


(1) G. Bacciagalupe and A. Valentini, Quantum theory at the crossroads: Reconsidering the 1927 Solvay Conference. Cambridge University Press 2009. Se trata de un volumen en el que los autores recogen en inglés las intervenciones de este simposium.  

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27 de julio de 2016
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Vidas en el museo

Mucho más que a su propia obra maestra ‘El arca rusa', ‘Francofonia', la nueva película de Alexander Sokurov, remite a ‘Toute la mémoire du monde' (1956), haciéndole guiños y yo diría que más de un homenaje. En ese breve film de veinte minutos, una de las piezas esenciales de la importante y larga fase inicial de Alain Resnais como documentalista, la Biblioteca Nacional de París era el cuerpo viviente y el objeto de una ficción romántica en la que el almacenamiento y el cuidado de los volúmenes, el infinito de sus anaqueles, las figuras anónimas de usuarios y empleados del organismo (ese vigilante escondido que observa con cautela a los lectores) adquirían, por medio de los sinuosos ‘travellings', las tomas cenitales de sus espacios internos, la música expansiva de Maurice Jarre y la cadencia retórica del narrador, un aura sublime. "La Biblioteca Nacional es un museo", se dice en un pasaje del texto narrado (escrito por Remo Forlani), y Resnais acercaba la cámara golosamente a los lapidarios y el medallero que hacen compañía a los libros, abriendo y cerrando sin embargo su documental con unos artilugios extraños, "una maquinaria semejante a la del Capitán Nemo", que, mostrada misteriosamente en los planos de arranque, resultan ser los aparatos de medición de la humedad del aire que el papel impreso requiere para no abarquillarse.

 

   También ‘Francofonía' arranca como un film de aventura fantástica y acuática, en el que el Autor, en su anticuado despacho, se conecta a través de las ondas con un amigo, capitán de un barco azotado por una furiosa tormenta marina que amenaza y finalmente se traga la carga del navío: la colección de arte de un museo. Insertado a lo largo de la película más bien como resorte dramático que como alegoría, el destino de dicho cargamento deja pronto de interesar, ya que Sokurov, que ha inventado ese innecesario contrapunto, se distrae de él para centrarse con gran potencia de imaginación en lo que verdaderamente le encargaron los franceses del Ministerio de Cultura y la cadena Arte: un historial o florilegio del Museo del Louvre, que él transforma en una perorata sobre el espíritu del lugar que lo alberga, París, y una apología trascendental de la propia noción de museo. La riqueza y variedad de sus procedimientos le dan a 'Francofonia' un carácter heroico más que lírico, sin el "tour de force" del único plano-secuencia de ‘El arca rusa' en el Hermitage pero con algún brote similar de ‘grandguiñol' en los perfiles de la Marianne revolucionaria y el Napoleón ufano de sus colecciones; tienen a veces chispa guasona, pero no son desde luego equivalentes al protagonista y narrador de aquel film, el fascinante Marqués de Coustine.

    En ‘Francofonia' interesan tanto los excursos pictóricos, a veces en forma de caricia de la tela y éxtasis ante el cuadro, como las ocurrencias, por ejemplo en el bellísimo plano del bombardero alemán volando sobre la Cour du Louvre, una de las numerosas secuencias de truca digital de excelente acabado. Pero además, o encima, Sokurov quiere contar la historia de un duelo que empezó por la confrontación y terminó en un fuerte vínculo amistoso. Se trata de la relación de Jacques Jaujard, director del museo en tiempos de la ocupación, y el conde Wolf-Metternich, oficial de las fuerzas nazis al mando de la requisa y resguardo de las obras de arte francesas. La tirantez del principio, que va dejando paso a la confianza mutua entre ambos, está contada en los momentos más trascendentales como si se tratara de un material filmado en los años de la segunda guerra mundial, con falsos arañazos en los extremos del celuloide y algún que otro salto en la imagen. La estrategia forma parte del correlato de Sokurov, que incluye asimismo canciones de época, fragmentos de películas clásicas francesas y una especie de fantasía aeroespacial sobre el cielo de París y sus más altos edificios, por los que la cámara planea sin ánimo de bombardeo; solo con la impertinencia amorosa del curioso.

   Sokurov ha declarado que ‘Francofonia', hecha trece años después de ‘El arca rusa', forma parte de un sueño suyo: un ciclo de loas fílmicas en las que tuviesen cabida el museo Británico y el Prado. Apetecería verle en esas nuevas empresas, y saber más de sus obsesiones museísticas, tan distintas a las de Frederick Wiseman en su árida e interminable reconstrucción de los quehaceres de la ‘National Gallery' londinense. El cineasta (y artista plástico) ruso cree en las musas, aunque no desdeñe las máquinas. No le interesa reflejar el funcionamiento de esas gigantescas arcas llenas de cuadros, sino comprobar el latido que tantos de ellos mantienen en la frialdad de las salas o en el calor de las masas que se apiñan ante los muros donde están colgados. En esas exaltaciones del más glorioso arte antiguo y sus más excelentes contenedores, Sokurov sigue siendo un atrevido anti-moderno para quien el alma de la pintura y las galerías y bóvedas que la preservan son no sólo espacios memoriosos del pasado sino formas fundamentales de nuestro futuro: depósitos de lo mejor que podrán hablar incluso en el peor de los tiempos.

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27 de julio de 2016
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La respuesta está en ti

Asegura el horóscopo, pero también la meditación transcendental, el chi kung e incluso la esthéticienne de mi barrio, que la respuesta siempre está dentro de uno mismo. Cuando te sueltan una aseveración de tal magnitud, que suele coincidir con momentos de duda o con un tipo de agotamiento que aumenta la vulnerabilidad, te sientes igual que en una ciudad desconocida donde se habla un idioma extraño. También puede empujarte la urgencia de probar unas gafas nuevas para ver mejor, o de cambiar algo más: de casa, de trabajo, de alimentación, a fin de encontrar la respuesta que se esconde dentro de ti, según afirma ese enorme colectivo de sabios. Preguntas a todos, excepto a tu jefe, incluso a Dios, pero oyes un silencio al otro lado, eso sí, violado por los primeros sonidos del verano: unas palas en la playa, el berrinche de los críos en un vagón de tren, los voceros que venden helados y Fanta, las obras que siempre empiezan con el calor. Te excusas. ¿Cómo vas a hallar la piedra filosofal, el quid de la cuestión, con ese ruido de fondo?
Aseguran que al día tenemos unos 80.000 pensamientos que nos asaltan, se enquistan o pasan veloces frente al entrecejo –allí donde se aloja el llamado tercer ojo–. Te haces cruces cuando al intentar relajarte recuerdas nombres y gente que no significaron nada para ti, datos triviales, lugares anodinos... Intentas dejar la mente en blanco para que así emerja la revelación consagrada a pacificar tus días, pero en lugar de eso se te cruza un manojo de palabras, como las de aquel conductor marroquí que encocha en un hotel de lujo y transporta a sus clientes más vip al aeropuerto. Conversé largamente con él acerca de su oficio y su religión, pero también chafardeé sobre su elitista pasaje. “Tienen mucho dinero, pero no duermen”, me contó con un tono grave. Resulta que los millonarios rusos o árabes, que no se privan de nada, le preguntan a Mohamed si él duerme, y aunque no tenga Rolex ni Porsche, ni segunda residencia o tan siquiera unos zapatos de cuero español, él les responde que sí, que duerme plácidamente. Tanto es así que, en una ocasión, un moscovita y su amante le suplicaron que les permitiera descansar en su casa, a lo que su mujer y su madre se negaron: cómo iban a meter a los rusos y a su vodka junto a los niños; no había dinero que pudiera comprar la paz de su pequeña morada.
Julio revienta, acalorado, apurando sus sobras. Un impulso casi apocalíptico nos conduce a terminar el curso con frenesí a fin de disponernos a cambiar las rutinas de todo el año. No sé si al viajar, al pisar la arena o al dormir nueve horas encontraremos una respuesta: nos bastaría con recoger nuestra propia sombra, ahora que ni sabemos quiénes somos.
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27 de julio de 2016
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La muchacha y el jaguar

La revolución que triunfó en Nicaragua en 1979 fue la última del siglo veinte en América Latina. Y fue, también, una revolución corta, de apenas una década, que tuvo la singularidad de terminar en 1990 con unas elecciones que sacaron al Frente Sandinista del poder conquistado con las armas.
Durante esos diez años Nicaragua fue una vitrina, y un espejo. Una vitrina porque muchos querían observar los pasos de una revolución que se proclamaba distinta desde el comienzo. Y un espejo porque el rostro de aquella revolución principiante podía ser en el futuro el rostro de otras revoluciones novedosas en el continente.
Jamás ningún otro hecho histórico, desde la guerra civil española, atrajo tanto la presencia de intelectuales, artistas y escritores, porque el desmesurado enfrentamiento entre Estados Unidos y Nicaragua recordaba la lucha de Goliat contra David, y querían ver con sus propios ojos lo que estaba ocurriendo.
Por Nicaragua pasaron, entre tantos, cuatro premios Nobel de Literatura, Günther Grass, Harold Pinter, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa; algunos que debieron serlo, como Graham Greene, William Styron, Julio Cortázar y Carlos Fuentes; y otro que podrán llegar a serlo, como Salman Rushdie.
Venían a ver un modelo que debía convivir, entre contradicciones, sobresaltos y concesiones, con una realidad que no se amoldaba fácilmente a un implante de esquemas ideológicos, y que debía responder a los rigores impuestos por la guerra, a las penurias económicas, y al entorno internacional; es decir, responder a las necesidades de la propia supervivencia.
Salman Rushdie, que vino en 1986, expresó la gran pregunta alrededor del destino de la revolución en un epígrafe anónimo de su libro La sonrisa del jaguar, resultado de ese viaje: Había una muchacha nicaragüense/que cabalgaba sonriendo a lomo de un jaguar./Volvieron del paseo/la muchacha dentro/ y la sonrisa en el rostro del jaguar. El jaguar podía terminar devorando a la muchacha y quedarse con su sonrisa, ése era el gran riesgo, y la gran pregunta.
Cuando Carlos Fuentes vino por segunda vez en enero de 1988, casi al borde del desenlace de la guerra de los contras, acompañado de William Styron, y cuando se daban más intensamente las últimas negociaciones de paz entre los presidentes centroamericanos, ya firmados los acuerdos de Esquipulas el año anterior.
El periodista Stephen Talbot recuerda en un reportaje de la revista Mother Jones esa visita de los dos novelistas amigos. En una de esas conversaciones acerca de las posibilidades que tenía la contra de derrotar a los sandinistas Tomás Borge "dijo decididamente que algo así era imposible porque los contras van a contrapelo de la historia". Fuentes interrumpió para preguntar: "¿Y cuál fue la experiencia de Guatemala en 1954 y de Chile en 1973? ¿No se demostró que la izquierda puede ser derrotada?". "No", respondió Borge, cortante. "Ellos no armaron al pueblo, por eso perdieron".
Después, recuerda Talbot, "Borge dijo que su opinión personal era que ningún partido de oposición podía llegar a ganar a los sandinistas en las urnas. "Ahora no", asintió Fuentes, "pero en el futuro, ¿por qué no?". "Sólo si son antiimperialistas y revolucionarios", proclamó Borge, "si un partido reaccionario ganara, yo dejaría de creer en las leyes del desarrollo político". "Yo no estaría tan seguro de estas leyes", advirtió Fuentes. A veces, los novelistas se vuelven profetas de la historia.
Günter Grass vino en mayo de 1982, acompañado del escritor Johanno Strasser. Su pregunta era la misma de Salman Rushdie: ¿Empezaría la revolución a devorar a sus propios hijos? ¿Se comería el tigre a la muchacha? Lo escribió en su reportaje El patio trasero, publicado a su regreso a Alemania.
Me asombro de estar hablando de acontecimientos tan lejanos, cuando siento que aún puedo tocarlos, ver a Vargas Llosa en mi despacho de la Casa de Gobierno grabando frente a la cámara las entradas de la entrevista que acababa de hacerme para su programa La torre de Babel que se pasaba en Lima por Panamericana de Televisión.
La historia que se escribe ahora ya nadie viene a verla. Todo el encanto de entonces se hizo humo. En aquellos tiempos de esplendor, Noam Chomsky daba cursos en la Universidad Centroamericana en Managua, Joan Baez cantaba en el Teatro Nacional, uno podía toparse en las calles con Allan Ginsberg o con Lawrence Ferlinghetti, dos de los grandes poetas de la generación beat. O ver a García Márquez leyendo en una plaza ante miles.
Ahora ya sólo queda el jaguar que se pasea con la muchacha dentro de la barriga.

 

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27 de julio de 2016
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Para malvados, los de la ópera

Dicen que cuando a Freddy Mercury le propusieron subirse a un escenario para cantar “Barcelona”, la canción de la Olimpíadas de 1992 en esa ciudad, con la soprano Montserrat Caballé, pensó que debía ponerse serio y solemne, moderar su furor rockero, bajarse del caballo. Actuaría con una dama clásica entrada en años.

Pero en el primer ensayo, el vendaval de gesticulación extrema y agudos que rompen copas de la gran cantante lo dejó con la boca abierta. Estaba ante una verdadera diva de la ópera… ¡lo que él soñaba ser!

Nada es moderado en el arte lírico. Es cierto que el público sea por lo general gente mayor, vestida de gala, que no grita ni baila ni se desgañita cantando con sus ídolos. Pero sobre los escenarios de la ópera se desarrollan las escenas más dramáticas, los amoríos más fulminantes, las muertes más tremendas, los peores odios y también las risas más frescas, en las comedias inteligentemente divertidas de Rossini y Donizetti.

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Y entrando en el terreno de los personajes malos, nadie es más malo que un malo de ópera. Porque un malo que canta con bella voz mientras la orquesta acompaña con arrullo de violines o fanfarria de trompetas sus falsas promesas es el colmo de la maldad. Hay malos que se conocen desde la primera nota: por ejemplo Scarpia, el jefe de policía torturador y lascivo de Tosca de Puccini. O Salomé, la niña perversa que ordena cortar la cabeza del casto Juan Bautista en la ópera homónima de Richard Strauss. Pero los peores  malos son, como en la vida real, los que la van de buenos.

Hoy quiero traerles mis tres preferidos. Son malos que ponen en acción la maquinaria del drama, porque convencen a almas incautas de que sus fines son nobles y de que los otros – los verdaderos buenos – merecen ser destruidos.

Primero, La Reina de la Noche de La flauta mágica de Mozart.  Aparece en una nube de ritmo marcial y convence al príncipe Tamino de que su hija ha sido secuestrada por el padre y que ella, la madre doliente, sufre por la injusticia y la ausencia. Tamino corre a rescatar a la princesa, pero se encuentra con que el padre es un monarca sabio, que la princesa está con él por su voluntad y que la verdadera mala es la nocturna Reina.

En su última aparición, ya desprovista de la careta de buena madre, exige a la hija que mate al padre, le entrega un cuchillo y canta la famosa arias con una sucesión demencial de notas agudas: el agudo, que para los barrocos era la voz de la inocencia y del amor, con el gran dramaturgo Mozart se convierte en el aullido de la maldad demente. En un giro de guión genial, Milos Forman convierte en su película Amadeus el aria de la Reina de la Noche en el reproche constante de la suegra del compositor.

La última Flauta mágica que vi, esta semana, fue una producción sorprendente de la Ópera Cómica de Berlín que vino este año a Barcelona y a Madrid, con dirección de escena de Suzanne Andrade y Barrie Kolsky y videocreación de Paul Barritt. Ante una pared en blanco, todo está proyectado como en una película muda de 1927 (el año es también el nombre del grupo creativo), con los cantantes casi siempre inmóviles, integrados en las imágenes proyectadas. Tal como se ve en la foto, la Reina de la Noche es una enorme, escalofriante araña de metal.

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Segundo ejemplo: Ortrud, la bruja de Lohengrin de Wagner. Ortrud está casada con el noble Friedrich von Telramund y forman una pareja en busca de la venganza y el poder. El marido acusa a la inocente Elsa de haber matado a su hermano pequeño, el heredero al trono de Brabante. Elsa pide que un héroe la defienda en un combate a muerte contra Friederich. Como era de esperar, a los dos primeros golpes de bastón, no aparece ningún voluntario. Pero a la tercera, llega montando un cisne blanco el caballero de la reluciente armadura.

Él le exige que nunca le pregunte cómo se llama, ni de dónde viene, ni cuál es su linaje. Lohengrin vence a Friederich pero le perdona la vida. En ese momento de debilidad comienza a llevarse a cabo el malvado plan de Ortrud: poco a poco, durante el larguísimo segundo acto, vierte en el inquieto oído de Elsa el veneno de la insidia: ¿por qué no te quiere decir cómo se llama? ¿qué te oculta? ¿cómo puedes confiar en él si no te confía lo más básico de su identidad?

Finalmente, en la noche de bodas (que se inicia con la Marcha Nupcial que aún resuena en las iglesias), Elsa no aguanta más y hace las preguntas prohibidas. Lohengrin no puede hacer otra cosa que contestar y marcharse de vuelta a su reino de caballeros. Ortrud cae derrotada (como antes la Reina de la Noche), pero el mal que propagó jugando con diabólica maldad de amiga y aliada ya hizo su efecto.

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Último ejemplo: la penúltima y para muchos la mejor ópera de Giuseppe Verdi: Otello, basada en la tragedia de Shakespeare. Otello, el moro de Venecia, está perdidamente enamorado de la rubia y aristocrática Desdémona. Acaba de volver de derrotar a los piratas y, aunque es negro y de origen humilde, los dueños de la ciudad le dan plenos poderes. Acaba de nombrar capitán a Casio, y el pérfido Iago, quien aspiraba al puesto, no lo perdona. Con maldad disfrazada de amistad desinteresada, Iago inocula lenta y magistralmente la enfermedad de los celos en la mente del inseguro Otello.

El plan de Iago es perfecto: primero emborracha a Casio y lo incita a la pelea con otro militar. Cuando Otelo lo castiga, le propone que convenza a Desdémona para que interceda por él. Cuando le dice a Otelo que sospecha de que hay algo entre su esposa y el capitán, la tragedia está servida. El moro se hunde en el abismo de sus celos, cada nuevo dato que le clava Iago con falsas advertencias de que son solo conjeturas lo abisman más y más, y al final asesina a su amada esposa en uno de los finales más espeluznantes de la historia de la ópera.

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Iago, Ortrud y la Reina de la Noche terminan mal. La crueldad del falso amigo no paga, pero casi siempre es demasiado tarde. A diferencia del malvado sin fisuras, el que lleva su juego de cruel bondad hasta el final no piensa en salvarse: solo le interesa su obsesión por destruir a su enemigo.

Y la ópera es el terreno perfecto para que estas tragedias nos atrapen y nos horroricen. Nadie puede resistirse a un malo que canta, que extiende su red de destrucción en bellas melodías. Y para el oyente, cuando está bien ejecutada, la insidia cantada es tan insoportable como imposible de olvidar.   

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26 de julio de 2016
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El Boomeran(g)
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