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Polvo enamorado

En el verano de 1966, el enfant terrible de la alta costura, Yves Saint Laurent, y su pareja (y socio) Pierre Bergé descubren Marrakech: pasan un mes de vacaciones a lo grande en La Mamounia, aunque a los quince días compran una casa en la ciudad –años después adquirirían también el jardín Majorelle–. En ese marco suntuoso se construyen una mansión: “Habíamos estado en Canarias, en Túnez, en Libia. Ningún otro sitio nos provocó tal flechazo. En Marruecos –ha revelado Bergé –, Yves diseñó sus mejores modelos. Y descubrió el color. Se convirtió en una especie de embajador honorario del país”. Pierre Bergé, hombre de negocios, filántropo y tótem de la cultura gala, mantendría años después una relación amorosa con uno de los exquisitos paisajistas de Majorelle, Madison Cox, mientras que Yves empezaría a perder el interés por la vida de cada día. Pero en aquellos días, aquel escenario ambientado por una sensorialidad exótica reunía todo aquello que amaban: sol, exuberancia, sexo y misterio.
Fue hace cincuenta años cuando Saint Laurent travistió el esmoquin masculino y se lo puso a las mujeres, inspirado por los dandis: el chaleco de Brummel, los bucles dorados de Dorian Gray, los fulares del Gilles de Watteau. Chanel lo considera en la televisión francesa como su heredero espiritual. Roland Petit le encarga el vestuario de Le paradis perdu para el Covent Garden. Y la gloria se empeña en barnizar la languidez del joven modista. “Saint Laurent viste a Catherine Deneuve con esa inteligencia íntima de la historia, esa ‘servidumbre voluntaria’ de la que Proust escribe que representa el inicio de la libertad”, sentencia Laurence Benaïm en la biografía del creador. Fue también entonces cuando se consolidó el espíritu rive gauche, e Yves y Pierre encarnaban al bourgeois con solera aunque detestaran a los burgueses. A Saint Laurent le preguntan en un cuestionario al uso: ¿cómo le gustaría morir?, y responde: “Bruscamente”. Ambos se convierten en fervorosos coleccionistas de arte, amantes del mantel y las sábanas con sus toques de extravagancia y libertinaje. “Claro que hubo infidelidades sexuales, ¡muchas! Pero eso suena burgués. Lo que nos unía era mucho más importante”, ha reconocido Bergé.
Incluso su homosexualidad e izquierdismo son rasgos posibles en Francia: colorean la solapa tanto como la insignia de la Legión de Honor. Ellos se amaron gracias a sus caracteres opuestos: el uno inseguro, depresivo, brillante y adicto; el otro mandón, controlador, gris y firme como una roca. Quizás ese fuera el secreto de un amor al que las drogas forzaron a una cesura (se separaron en 1976, aunque siguieron siendo socios y se casaron días antes de la muerte del coutourier ,enel 2008).
Fue muchos años antes, en el hospital de Val-de-Grâce de París, donde Yves estaba ingresado por trastornos psiquiátricos tras su alistamiento en el ejército francés y su despido chez Dior, cuando se juraron amor eterno. “Vamos a crear una casa de alta costura más grande que Dior. Yo diseñaré y tú la dirigirás”, instaba Yves a Pierre. “Nuestra relación era muy fuerte, con una sexualidad muy intensa. El sexo era nuestro centro de gravedad. Fue así durante mucho tiempo. Y no tengo más que explicarle”, le confesaba Bergé hace un año al periodista de El País Jesús Rodríguez.
Este verano acaba de presentarse el proyecto del Museo Yves Saint Laurent en Marrakech, impulsado por Bergé para celebrar los 50 años del descubrimiento del edén marroquí que tanto deslumbró a YSL: un cubo de 4.000 metros cuadrados inspirado en el mítico esmoquin femenino que acogerá los archivos de la firma (5.000 vestidos y 15.000 accesorios). Yves Saint Laurent al final de sus días declaró a su biógrafa que no se arrepentía de nada: “Todo es claro y también todo está entre sombras”. El amor por Bergé fue su anclaje a la vida, un amor más allá de la muerte.
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3 de septiembre de 2016
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Sobre la Revolución húngara de 1956

La revista Foreign Affairs me recuerda que ahora se cumplen 60 años de la revolución antisoviética de Hungría. Lo hace en un espléndido artículo en el que relaciona el combate de los revolucionarios húngaros, comunistas muchos de ellos opuestos a la dominación soviética, con los ideales europeístas que el actual primer ministro Viktor Orban está traicionando. Hace diez años, con motivo del 50 aniversario, escribí un artículo, titulado ?Como gatitos ciegos?, que ahora he releído y que me parece que puede ser de interés para los lectores. A veces creemos que todo cambia pero luego vemos que han pasado diez años y algunas cosas siguen exactamente igual, o peor.

Como gatitos ciegos

Todo estaba preparado, hoy hace 50 años, para aplastar la Revolución. Diez divisiones, con 5.000 carros y 150.000 hombres, más un nutrido apoyo aéreo, se había desplegado por toda Hungría, había bloqueado las fronteras con Occidente y organizado una tenaza sobre Budapest, que iba a cerrarse en la madrugada del 4 de noviembre. El embajador de Moscú en Hungría era Yuri Andropov, el hombre que en 1982 se convertiría en el máximo dirigente de una Unión Soviética gerontocrática que ya se hallaba sin saberlo en fase de inmediato desmoronamiento. Andropov fue el elemento decisivo de aquella operación militar que terminó con una Revolución protagonizada por los jóvenes húngaros, estudiantes y obreros, en su gran mayoría de ideología izquierdista y comunista, pero dispuestos a morir por la libertad y la independencia de su país. El primer intento de ahogar la revuelta, el 25 de octubre, se hizo con una fuerza de unos 20.000 soldados y apenas un millar de carros, preparados para los combates urbanos contra un ejército enemigo, como el alemán, al estilo de lo que había sucedido en la Guerra Mundial. Pero no para enfrentarse a una improvisada guerrilla urbana, con barricadas y cócteles molotov, que obligó al segundo ejército del mundo a replegarse y prometer conversaciones con el nuevo Gobierno pluralista y democrático, encabezado por el comunista reformista Imre Nagy.

Nadie estaba preparado para aquella Revolución. No lo estaba Washington, concentrado en la campaña electoral para la reelección de Eisenhower, que se conformó con mantener el reparto del mundo urdido en Yalta y sólo se permitió alentar a los revolucionarios e incluso criticar por su moderación al Gobierno de Nagy desde su emisora dirigida a los países comunistas. Tampoco Naciones Unidas, que se ocupó tarde y mal de las dos intervenciones soviéticas, pues estaba atareada con la invasión de Suez por Francia, Reino Unido e Israel, que se produjo en idénticos días. Europa todavía no existía, y la mayor prueba era que París y Londres se habían metido en esta última y absurda aventura imperial e iban a recibir la regañina y el castigo correspondiente de Washington. La propia Unión Soviética tampoco podía imaginar que alguien cuestionara su orden y autoridad imperial sobre sus países vasallos. El único preparado, muy bien preparado, para enfrentar situaciones tan difíciles era el embajador Andropov, que consiguió adormecer y engañar al nuevo y legítimo Gobierno, tender una trampa y detener a la cúpula militar húngara y preparar la invasión con modos de fariseo y de tahúr.

Recibió su premio al poco en forma de rápida escalada en el partido hasta alcanzar la jefatura del KGB en 1967, cargo que ocupó hasta 1982, cuando se convirtió en sucesor de Bréznev y antepenúltimo líder de la URSS. El aplastamiento de la Revolución de 1956 llevó al exilio a casi 200.000 personas. Fueron a parar a las cárceles unas 22.000, de las que 330 fueron ejecutadas, entre ellas el primer ministro Imre Nagy. La dirigente comunista italiana, Rossana Rosanda, ha descrito en una frase escueta el espíritu que reinaba en las filas comunistas: "Los camaradas se sentían engañados, tratados como gatitos ciegos". La fe en el comunismo se quebró de forma irreparable. Los 33 años que faltaban para la caída del muro de Berlín iban a ser una larga e inexorable pendiente y una permanente sangría de militantes. Pero aquél fue el año decisivo, en que se desarrolló la primera revolución antitotalitaria en un país comunista, y se conocieron los crímenes de Stalin gracias al informe secreto de Nikita Jruschov ante el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS.

Todo ha cambiado en el 50º aniversario, mal les pese a la extrema derecha y a los populistas húngaros, que buscan estos días imposibles paralelismos. Aunque queda un hilo de inquietante continuidad. El actual señor del Kremlin, Vladímir Putin, también ha sido miembro del KGB, en el que ingresó a las órdenes de Andrópov. Ha sido el jefe máximo de los servicios secretos de Moscú, aunque en este caso con las nuevas siglas del FSB, el servicio federal de seguridad que sucedió al soviético Comité de Seguridad del Estado. Y se aupó en el poder gracias a la guerra de Chechenia, la acción militar que más se parece y que incluso supera a la terrible represión sobre Hungría en 1956.

Como sus antecesores en el Kremlin, que llamaban a capítulo a los Gobiernos de los países satélite para impartir sus órdenes, ahora Putin exhibe el poder que le dan los grifos del gas y del petróleo que Europa necesita para vivir. Sería muy lamentable que gracias a la desunión y a la ceguera de los europeos, los sucesores de Andrópov recuperaran ahora parte de lo que empezaron a perder hace 50 años.

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2 de septiembre de 2016
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Respeto e ignorancia

En ese trance final en el que el editor te entrega las pruebas para que les des el repaso definitivo se agradecen todo tipo de apoyos y no fue el menor de ellos el comentario acerca de la última parte de la novela: “nabocoviana” dijo en voz baja pero no lo suficiente para que no lo oyeran la correctora y la de los derechos de autor. Ahora, por respeto a quien va a permitir que publique en colección tan señalada, no me atrevo a incomodarle demandando más precisión, que me dijera (o que incluso diga en voz alta o semi alta) qué pasajes le parecen nabocovianos y, dentro de esta categoría, qué tipo de nabocovianidad es la que reside en ellos: me refiero a si ve reminiscencias de la noción de avance, de trayecto, de viaje, si considera enmarañado el desenlace, con ese enmarañamiento que Nabokov sabe urdir para que el lector se esfuerce algo más de lo acostumbrado, casi algo más de lo aconsejable, o, si mi pasión por las aves y el póquer tuvieran algo que ver con mariposas y ajedrez. Aunque lo que preferiría es que me tildara de nabocoviano por la inteligente construcción del dictado o incluso por el desdén con que trato la definición de los personajes. Mas nunca lo sabré.   

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2 de septiembre de 2016
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Un libro para Pablo Iglesias y Mariano Rajoy

Entre los numerosos rifirrafes de la primera sesión de investidura hubo uno en el que Pablo Iglesias y Mariano Rajoy nos proporcionaron sendas versiones acerca de los orígenes de la Unión Europea. El líder de Podemos, tan amante de las citas célebres y de las frases pomposas, citó a Jorge Semprún para recordarle a Rajoy el papel que jugaron los españoles en la liberación de París en 1944. El presidente en funciones del Gobierno le respondió extrañado --y probablemente desconocedor de la historia de los republicanos españoles que combatieron contra Alemania en las filas de la Francia Libre a las órdenes de De Gaulle--, con su versión, ciertamente verídica, acerca de la creación de la Comunidad del Carbón y del Acero como origen de la actual UE.

La cita de Iglesias requiere remitirse a un libro excelente de la periodista española afincada en Francia, Evelyn Mesquida , titulado ?La Nueve. Los españoles que liberaron París?, cuyo prólogo escrito por Semprún dice, entre otras cosas: ?Solo ahora, después de tantos años, se vuelve a recordar y a reconocer que aquellos combatientes contribuyeron con su sacrificio y su lucha a restablecer en Europa las condiciones de una vida libre y que formaron, de forma inconsciente, el primer esbozo de una futura unión europea. Me lo parece. Como ya me pareció ?mucho después de salir de Buchenwald?que la lucha, la resistencia de todos aquellos hombres, al acabar juntos con el nazismo y el fascismo, constituía uno de los primeros elementos de esta comunidad europea?. Documentar la respuesta de Rajoy, en cambio, es mucho más sencillo, con Wikipedia basta.

Visto y sobre todo oído el trance, parece que ni Iglesias ni Rajoy conocen un texto tanto o más actual porque ha sido precisamente el que ha justificado el lugar de encuentro a mitad de agosto de los tres principales líderes de la Unión Europea, Merkel, Hollande y Renzi, para intentar unir sus esfuerzos en políticas de seguridad, terrorismo y migraciones a la vista de la tremenda crisis a la que nos enfrentamos. Es verdad que estos temas apenas tuvieron presencia en el debate de investidura, donde cuestiones de mucha mayor prosopopeya como la unidad de España o la soberanía nacional alcanzada con las Cortes de Cádiz tuvieron gran protagonismo.

Los tres mandatarios se encontraron en el portaviones italiano Garibaldi frente a la isla de Ventotene y al término de la reunión se desplazaron en helicóptero hasta el cementerio donde depositaron unas flores sobre la tumba donde yacen los restos de Alterio Spinelli, enterrado en la misma isla del mar Tirreno donde le confinó el régimen desde 1939 hasta 1943 junto a numerosos antifascistas de todos los partidos. El lugar de la elección y el homenaje permiten recordar, como destacaron todos los medios, el 'Manifiesto de Ventotene', redactado por Spinelli y Ernesto Rossi y considerado como un texto fundacional del federalismo europeo.

Con tres citas del Manifiesto me bastaría para apoyar la sugerencia a Iglesias y Rajoy de que lo lean inmediatamente y que también lo hagan los otros diputados que no lo hayan hecho:

1.- ?La cuestión que debe resolverse en primer lugar, y cuyo fracaso haría que cualquier otro progreso no fuese más que apariencia, es la abolición definitiva de la división de Euroipa en estados nacionales soberanos?.

2.- ?Se ha revelado como absurdo el principio de no intervención, según el cual todos los pueblos serían libres de escoger el gobierno despótico que considerasen oportuno, como si la constitución interna de cada estado no constituyese un interés vital para los demás países europeos. Se han convertido en irresolubles los múltiples problemas que envenenan la vida internacional del continente (?) que encontrarían en la Federación Europea la solución más simple?.

3.- ?el nuevo organismo [la Federación Europea] será la creación más grandiosa e innovadora que haya surgido en Europa desde hace siglos. Con ella se podrá construir un estado federal sólido que disponga de una fuerza armada europea en lugar de ejércitos nacionales, que haga pedazos las autarquías económicas, la columna vertebral de los regímenes totalitarios?.

Salvando las distancias de lenguaje de la época, me parece que lo que recojo en estas citas es lo que querían decir Renzi, Merkel y Hollande con su homenaje a Spinelli. Pero hay otras citas que probablemente hay que situar todavía más que las anteriores en su contexto de guerra europea y de brutal enfrentamiento entre nazismo y comunismo. Seguro que encantarán a Iglesias y extrañarán todavía más a Rajoy, que no fue invitado o no quiso ir a la reunión de Ventotene.

El Manifiesto quiere una ?revolución europea? de carácter socialista, que limite o liquide la propiedad privada e implante incluso una dictadura del partido revolucionario europeo para que pueda crear ?la nueva y verdadera democracia?. Y asegura, para que no quepa duda alguna, que ?los demócratas no rechazan la violencia por principio, pero quieren emplearla solo cuando la mayoría esté convencida de que es indispensable?.

Pero no nos confundamos, la cuestión central del Manifiesto de Ventotene es el federalismo y su máxima expresión es la creación de un ejército europeo, y no sé muy bien --y quizás eso es lo importante-- cuáles son las ideas de Iglesias y de Rajoy acerca de ambas cosas.

(Hay edición en español del manifiesto: El Manifiesto de Ventotene. Por una Europa libre y unida, y tiene la gracia de que lleva un prólogo firmado al alimón por Josep Borrel, Enrique Barón y José María Gil Robles y una nota de Eugenio Nasarre, presidente del Consejo federal del Movimiento Europeo, sobre Altiero Spinello.)

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1 de septiembre de 2016
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Europa no puede esperar

A más de dos meses del referéndum del Brexit, la economía británica no se ha hundido. La bolsa se ha recuperado. La libra ha caído, para satisfacción de los visitantes que llegan a Reino Unido y en detrimento de los británicos que viajan a Europa. Pero no se ha producido el efecto Lehmann, que arrastró al sistema financiero de Wall Street, tal como se ha encargado de subrayar el Council on Foreign Relations. Este think tank estadounidense ha advertido acerca de la engañosa calma posterior a la expresión de la voluntad británica de abandonar la Unión Europea. Según el dictamen que firman Robert Kahn y Steven Tananbaum (Brexit a los dos meses: la lenta combustión de la integración europea), será un trauma de efectos lentos y con un enorme grado de incertidumbre, que ?puede lastrar durante mucho tiempo en las economías de Reino Unido y del conjunto de Europa y terminar amenazando la viabilidad de la UE?.

Nada distinto ha señalado Angela Merkel en Varsovia, en su gira preparatoria de la cumbre de Bratislava que la ha llevado a reunirse con 18 mandatarios europeos. Para la canciller no es un acontecimiento más en la vida de la UE sino ?una profunda ruptura? en la historia europea, que requiere una respuesta muy bien calculada. Parece claro que el referéndum no fue el final de un proceso sino solo el principio de un camino desconocido y arriesgado. Dos meses después, todo está envuelto en la mayor oscuridad: la ruta, la fecha e incluso su significado exacto. La primera ministra, Theresa May, lo explica con su tautología ??Brexit es Brexit?? y rechaza un eventual segundo referéndum, como propugna el candidato al liderazgo laborista, Owen Smith. Lo único que se conoce de sus intenciones es que activará el artículo 50 del Tratado Europeo antes de que termine 2017, cuando ya sabrá con quien tendrá que encontrarse en la negociación de salida en el palacio de El Elíseo de París y en la Cancillería de Berlín, donde sendas elecciones que se celebrarán entre mayo y septiembre despejarán la incógnita de si siguen Hollande y Merkel en tales funciones.

El Brexit dividió a los británicos en dos mitades en el referéndum ?con un 4% de diferencia entre una y otra?, pero no ha conseguido unirles después del referéndum. La división se ha traslado al Gabinete de Theresa May, que tiene que ponerlo en marcha, entre quienes quieren un Brexit suave, que mantenga el mercado único europeo, y quienes quieren un Brexit duro, sin libertad de circulación de personas sobre todo, a costa de poner incluso en peligro la economía británica y la europea. Y aún los partidarios de este último se hallan también peleados por el control de las competencias en la negociación.

El Brexit divide a todos, laboristas y conservadores, y también a los socios europeos, entre los duros que quieren dar prisa a los británicos y los condescendientes que prefieren darles tiempo y facilidades. Para la UE, el problema es saber qué lugar ocupará en los próximos años en su vida política y si será al fin la tarea que ocupará sus mejores energías en el futuro, algo que sería lo más próximo a la defunción del entero proyecto europeo.

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1 de septiembre de 2016
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Relectura de la Evita de Alicia Dujovne Ortiz: El mito desvelado

El siglo XX, que dejó tantas epopeyas, catástrofes y sufrimientos, produjo también un puñado de personajes míticos, en el sentido más clásico y "mítico" de la palabra: historias o personajes cuyo significado no se termina de desentrañar nunca, y que adoptan sentidos profundos, a la vez sociales y personales, que cambian con el tiempo y nunca agotan su significado.

Los mitos no sólo se iluminan con nuestras preguntas; también son faros que ayudan a iluminar vidas y tiempos muy alejados de su momento histórico.

No hay país tan pobre que no tenga sus mitos nacionales. Pero muy pocos producen mitos de resonancia universal (o al menos continental). Argentina, el triste país que desde siempre se cae del mapa y que ahora se agarra con los dientes a la economía globalizada, es rica en este tipo de mitos.

En el siglo XX dio a la cultura occidental al menos cinco: Gardel, Borges, Evita, el Ché Guevara y Maradona. ¿Quién no habrá usado nunca dos o tres de estos mitos para pensar y decidir asuntos que nos son caros y constitutivos?

Los argentinos nos vamos haciendo adultos pensando y debatiendo sobre estos personajes. Pero ninguno produce peleas más ardientes, posicionamientos más definitivos ni divisiones más profundas que Eva Perón, la abanderada de los humildes y la bruja del látigo, la santa y la puta, la amada y la odiada. En Argentina, aún hoy las clases sociales, las ideologías políticas, las relaciones entre hombres y mujeres y hasta los conceptos de bondad y maldad se debaten y se miden usando como vara las historias ciertas e inventadas sobre esta mujer extraordinaria.

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Evita nació en el pueblo pampeano de Los Toldos el 7 de mayo de 1919, creció pobre y humillada como hija ilegítima de un caudillo conservador, viajó adolescente a Buenos Aires para hacer carrera como actriz, triunfó en radioteatros y tuvo una carrera mediocre en cine y teatro, se hizo amante y luego esposa del ambicioso coronel Juan Domingo Perón, lo ayudó a llegar al poder, ayudó de mil maneras a los desheredados de su tierra, no consintió matices entre los fieles y los enemigos, en cinco años se volvió un mito amado por los pobres y aborrecido por las clases medias y acomodadas, fue vetada en su sueño de la vicepresidencia por un ejército poderoso y un Perón pusilánime, y murió de cáncer de útero el 26 de julio de 1952, a los 33 años de edad.

He intentado contar los datos básicos, desnudos, pero cada uno de estos tiene mil versiones y contradicciones. Porque la historia de Evita es inseparable de sus significados violentamente opuestos, todo cambia según quién lo cuente: desde su nombre hasta el año de su nacimiento y la hora de su muerte, desde su personalidad a su lugar en el régimen peronista. En lo único en que todos se ponen de acuerdo es en su importancia en la historia argentina.

Para Alicia Dujovne Ortiz, es también indudable otro dato: Más allá de la irresoluble pregunta de si era buena o mala, "Evita es grande", con una grandeza que se resiste a las enumeraciones y que no está en la perfección. Una grandeza innumerable e indefinible, pero evidente.

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Pero no sólo para los argentinos Evita significa algo importante. Su combinación de pasión por los pobres (“mis descamisados”), lujo desmedido y gusto ambiguo (no terminamos de decidir si es el colmo del kitsch o un gusto más allá del gusto) se ha convertido en una estética. En América Latina sigue produciendo perplejidad su personal y apasionada lucha contra la pobreza, de una eficacia indudable, aunque no es ni la beneficencia de las damas de la sociedad ni la revolución comunista.

En los países anglosajones su nombre está atado a la ópera rock de Tim Rice y Andrew Lloyd Webber. Mediante una vuelta teatralmente eficaz pero políticamente ruin, en Evita aparece el Che como voz de la sensatez y los valores burgueses y liberales, burlándose del afán de poder y el uso de la sexualidad de Eva. Para muchos, una tergiversación interesada de la figura del líder revolucionario. A través de Evita y sobre todo de la identificación del personaje con la actriz que la personificó en cine, Madonna, Eva María Duarte de Perón produce esa fascinación culpable que en el siglo XIX despertaban las mujeres libres.

Sobre Evita se han escrito bibliotecas enteras. En la bibliografía del libro de Alicia Dujovne figuran más de dos páginas con títulos de libros sobre ella, y es una enumeración muy somera. Por eso, lo primero que llama la atención de este libro es la palabra más corta, sosa y aparentemente inofensiva de su título.

Este texto aspira, con una ambición pareja a la de su personaje, a ser "la" biografía. Es decir, la definitiva, la absoluta. No es, como gustan titular los norteamericanos, "una biografía" o "una vida". La exquisita escritora y periodista argentina residente en París Alicia Dujovne Ortiz se propone una narración y un análisis completo de la vida de Eva. Esa ambición es a la vez la virtud y el defecto de este libro apasionante.

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Eva Perón. La biografía está escrita como una larguísima carta a un lector culto, inteligente y de una curiosidad omnívora, que la autora supone similar a la suya. Es un libro muy bien escrito, generoso y respetuoso con el lector, y de una gran honestidad.

La honestidad aquí se ejerce de dos maneras. Por un lado, como los defensores y atacantes de Evita dan por ciertas historias e interpretaciones contrapuestas, Dujovne Ortiz detiene la acción en los momentos polémicos (que son casi todos los de la corta vida de Evita) para relatarnos las dos, tres o cuatro versiones de cada suceso, junto con la posición ideológica o el interés particular de quien la cuenta.

El misterio con más versiones es el del supuesto tesoro de los nazis. Cuando Evita visitó oficialmente España, Italia y Francia en 1947, se desvió de su ruta para pasar unos días en Suiza. ¿Para qué? Los antiperonistas no dudan de que Evita llevaba el oro de Martin Bormann para depositar en una cuenta de la pareja, pero no hay pruebas concluyentes. Dujovne Ortiz cuenta lo que se sabe y lo que varios testigos y biógrafos suponen. Y deja la pregunta sin contestar.

Pero por otro lado, la misma autora, como argentina que vivió y soñó con Evita, no deja de meterse en la historia. Alicia Dujovne coloca sus asombros y dudas al lado de los de los personajes, y cuenta dos o tres historias reveladoras de su propia biografía. Por ejemplo, al hablar de la represión de los políticos opositores, enumera a un grupo de militantes comunistas encarcelados por el régimen peronista.

El último de la lista es Carlos Dujovne, "mi padre", apunta la autora, como si tal cosa. Cuando la radio anuncia la muerte de Evita, la Alicia de 13 años se encierra en su cuarto a llorar. La persona que hay detrás de la autora creció entre la fascinación por Evita, la mujer extraordinaria, y la consciencia de la base totalitaria del régimen que la tuvo como bandera y la exacerbación de los odios que el peronismo dejó a los argentinos.

El libro se vuelve farragoso y erudito al intentar agotar las ramas que se desprenden del frondoso árbol de la historia de Evita. Pero este método, que deja por 10 ó 20 páginas a su personaje para explicar aspectos de la identidad argentina o la trayectoria de personajes secundarios, tiene dos grandes diques que evitan el anegamiento: la personalidad incandescente de Evita y el estilo, a la vez evocativo y llano, de la autora.

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Es interesante comparar La biografía con otro libro reciente, aún más exitoso en las librerías: Santa Evita, del periodista y novelista Tomás Eloy Martínez.

Éste último, investigado y escrito más o menos en la misma época, es un perfil periodístico. No pretende echar luz sobre todos los recovecos y los incidentes de la biografía de su personaje, sino centrarse en unos pocos, narrarlos de forma novelada (cuenta cada hecho como si el autor hubiera estado presente, como quien cuenta una historia inventada) y elegir un puñado de personas que representen a grupos, sectores o reacciones.

Por ejemplo, en el libro de Dujovne Ortiz se explica el funcionamiento de la Fundación Eva Perón y se enumeran las cosas que ella regalaba, desde dientes postizos hasta casas, y que cambiaron la vida de millones de argentinos. Podemos entender la magnitud de su tarea. En Santa Evita, se sigue el día de un obrero, que representa a los millones, y se asiste a la deslumbrante aparición de Eva en su oficina de la Secretaría de Trabajo y Previsión desde la emoción de ese personaje inventado pero real.

¿Cuál acercamiento es mejor? Ambos son válidos, y en el caso concreto de estos libros, los dos son excelentes. Y no serán los últimos. Hay en todos nosotros tanto de Evita, la virulenta, la apasionada, la contradictoria, que la luz de su mito no se apagará mientras haya quien quiera contar o escuchar una gran historia.

Eva Perón. La biografía
Alicia Dujovne Ortiz
Punto de Lectura, 2002 (1ra. ed., 1996)
542 páginas

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31 de agosto de 2016
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Ya vimos esa película

La periodista Sylvia Colombo de la Folha de Sao Pablo, me pregunta en una entrevista en relación a  Nicaragua, si estoy de acuerdo con la reelección indefinida. Por supuesto que no. Una reelección es democrática en un régimen democrático, pero la reelección indefinida nunca es democrática. Daniel Ortega ha sido el único candidato de su partido desde 1984, o sea a lo largo de más de 30 años, y con este nuevo periodo que va a ganar en noviembre, porque ya está decidido de antemano que va a ganar, habrá estado en la presidencia por 25 años. Y no es que en 2021, dentro de cinco años, no vaya a presentarse otra vez como candidato.

Los verdaderos partidos de la oposición han sido eliminados por sentencia de la Corte Suprema, que le es fiel políticamente, y la oposición parlamentaria ha sido expulsada de la Asamblea Nacional por orden del Consejo Supremo Electoral, sometido también a él de manera incondicional. No queda un solo poder del estado que no esté alineado ni institución pública independiente.

Los observadores internacionales para estas elecciones han sido rechazados bajo el calificativo presidencial de "sinvergüenzas". En estas listas de indeseables queda la Organización de Estados Americanos, la Unión Europea, y el Centro Carter de Estados Unidos.

No se trata de un capricho, ni de un desplante.  En el fondo lo que se rechaza son las elecciones mismas. Ortega no cree en la democracia representativa, cree en el partido único, como lo ha dicho públicamente no una vez, una de esas en una larga entrevista para la televisión oficial de Cuba.

De modo que para él las elecciones son un mal necesario, y por eso no les quiere dar relevancia, mientras no sean hechas desaparecer del todo en la Constitución. Las quiere lo más parecido a las viejas elecciones de Europa Oriental, donde la oposición queda reducida a un porcentaje mínimo que sólo representa a los desadaptados sociales.

La institucionalidad funcionaba a medias en Nicaragua, pero hoy ha dejado de funcionar del todo por una serie de medidas que aún tienen perplejos a los expertos políticos que no se atrevían a decidirse si esta era una democracia limitada, un gobierno autoritario, o simplemente una dictadura. Hoy queda claro ante el más benévolo de esos analistas, que se trata de un régimen camino del partido único, a la usanza más obsoleta, fruto de la nostalgia trasnochada por los desaparecidos sistemas del llamado socialismo real que se hundieron con la caída del muro de Berlín.

Y al mismo tiempo, es una autocracia familiar como las que hemos conocido en el pasado en América Latina y claro está, en carne propia en la misma Nicaragua, regímenes que vuelven siempre a resucitar. Para que no queden dudas, Ortega ha escogido a su propia esposa, Rosario Murillo, como candidata a la vicepresidencia. La siempre oportuna Corte Suprema ya había dictaminado desde antes que el parentesco entre esposos no es ningún impedimento constitucional. La alternabilidad en el poder, las elecciones libres, las libertades democráticas, escritas en la Constitución, han desaparecido de la vida real. Vivimos en un país virtual.

La oposición real y creíble ha quedado eliminada. Han sido inscritos para las elecciones 17 partidos políticos pero todos son de membrete, como los que existían en los países de Europa Oriental en tiempos soviéticos. A los candidatos a presidente que competirán con Ortega nadie los conoce porque han sido sacados de la manga. En Nicaragua estos candidatos a presidente, y a diputados, son llamados "zancudos" porque solo buscan chupar la sangre del presupuesto, ya que ganan prebendas para prestarse al juego, entre ellas las codiciadas curules.

El régimen se había válido hasta ahora de su alianza con la empresa privada, que aprendió a no temer al discurso virulento de Ortega en contra del imperialismo yanqui, el capitalismo y la oligarquía vendepatria. La regla de oro de esta relación era que los asuntos políticos quedaban excluidos de las agendas económicas. Hoy está alianza empieza a mostrar sus fracturas cuando las cámaras empresariales protestan por las medidas arbitrarias que quitan la representación parlamentaria a la oposición, y eliminan de la contienda electoral a los partidos independientes.

El justo temor de los empresarios es que el clima de estabilidad económica conseguido hasta ahora se deteriore, y que las inversiones extranjeras resulten ahuyentadas, lo mismo que la cooperación financiera internacional, que es clave. Hasta ahora ha existido un clima de negocios favorable, con moderadas tasas de crecimiento y baja tasa inflación,  con la inapreciable ayuda de las remesas de los emigrantes, cuyo monto sigue creciendo.

El gobierno  ha repartido dádivas gracias al dinero del petróleo venezolano, que ya se agotó, pero la estructura desigual no cambia. El número de pobres no ha disminuido, más del 40% de la población vive como menos de dos dólares al día, y más del 70% depende de un trabajo informal.

Y según las revista especializadas, Nicaragua es el país centroamericano donde el número de millonarios ha crecido más en los últimos años. Es un raro socialismo este, donde el número de pobres no disminuye y crece el número de millonarios salidos de la nada.

Qué porcentaje de la población respalda realmente a Ortega sigue siendo un misterio sin descifrar, porque las encuestas que buscan complacerlo no son confiables. Hay encuestas de encuestas. Una reciente de Borge y Asociados, los únicos que acertaron en que los sandinistas perderíamos las elecciones de 1990, muestran a Ortega con un 40% de respaldo. Es alto, pero lejos de la cuasi unanimidad que él pretende.

De todas maneras, las elecciones del mes de noviembre tendrán un candidato único, y ya hay un ganador de antemano que pretende sacar más del noventa por ciento de los votos, y dominar la Asamblea Nacional sin ninguna clase de voces disidentes. Una Asamblea que votará a mano alzada.

Ya hemos visto esa película. Y ya sabemos cómo termina.

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31 de agosto de 2016
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Un recuerdo

Una orquesta nacional infantil

Para celebrar el reencuentro les voy a contar el mejor momento de mi verano. Caminaba yo por las frescas calles de Oviedo cuando vi un aviso curioso. La Escuela Internacional de Música de la Fundación Princesa de Asturias invitaba a un concierto de su orquesta infantil y juvenil en homenaje a Cervantes y Shakespeare. ¡Sapristi! ¿Los infantes y los jóvenes haciendo música para dos sobresalientes tipos de hace cuatro siglos? Eso había que oírlo.

La cola ante el auditorio era sorprendente, pero mucho más constatar que se llenaron hasta los pasillos. La orquesta, unos 80 chavales, tenía un aspecto estupendo, pero sólo cuando comenzaron a tocar entendí el éxito de aquella invitación en una noche de julio. ¡Eran muy buenos! Los había chiquitísimos como un crío de no más de cinco años al mando de una pequeña percusión, o el pianista, de menos de 10 años. El grueso de la cuerda eran chicas en sus teen.Algún profesor apoyaba a los metales.

Hubo de todo, un encantador estreno del joven Jorge Carrillo, piezas relativamente sencillas como el Burlesque de Quijote, de Telemann, aunque también otras menos simples de Prokofiev o Mendelssohn, pero el sobresalto vino con una Obertura Coriolano, de Beethoven, que no es para menores. Violencia, suicidio, silencios procelosos. Lo ejecutaron como una orquesta sinfónica adulta, con una entrega y un entusiasmo contagiosos. La explicación de tanta energía es el director, Yuri Nasushkin, violinista del grupo de profesores de los Virtuosos de Moscú, la formación del gran Spivakov. Los chavales le adoran.

Aquella noche las calles ovetenses, tan asediadas por jóvenes que beben y hablan hasta agotarse, me parecieron de otro país, de una civilización más sólida y esperanzada.

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31 de agosto de 2016
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Finales de agosto (y 3): De Colombia a Crimea

La mejor noticia del mes, y quizás del año y de la temporada, es la firma de la paz entre las FARC y el Gobierno colombiano. Cierra una larga y dolorosísima etapa de 52 años de guerra civil en Colombia y cierra lo que es todavía más serio e importante, una larga historia de violencia pretendidamente revolucionaria en América Latina surgida en plena guerra fría y persistente hasta ahora mismo. La mayor ironía es que suceda en La Habana, capital de la violencia revolucionaria mundial y latinoamericana, donde siguen al mando quienes fueron sus principales apóstoles y responsables. La paz ahora, muy bien, y ojalá no se tuerza antes de su consolidación, pero algún día los historiadores detallarán las responsabilidades de los Castro en la pérdida de tantos miles de vidas de jóvenes latinoamericanos en aquel proyecto absurdo y al final criminal de convertir el entero continente en un Vietnam.

Cuesta desde Europa valorar una noticia agosteña. Las guerras en Siria, en Libia y en Yemen, los atentados del Estado Islámico, el golpe de Estado en Turquía, las dificultades para gestionar la llegada de los refugiados, la fragmentación europea con el Brexit, el ascenso de los populismos y sus consecuencias contribuyen a oscurecer el horizonte y alientan los temores ante el futuro. Y más cuando este mes de agosto nos ha ofrecido novedades militares en los márgenes de Europa que constituyen auténticas y preocupantes sorpresas. Rusia ha utilizado por primera vez en la historia unas instalaciones de Irán para bombardear en Siria. Turquía, también por primera vez, ha realizado una profunda incursión en suelo sirio. Para postre, se han registrado movimientos militares en Crimea y en las regiones ucranias rebeldes, que han alentado los temores a un nuevo incendio.

Steven Pinker, el filósofo del optimismo que ha documentado la decadencia de la violencia en la historia (Los mejores ángeles), ha escrito un espléndido artículo en The New York Times, junto al presidente Juan Manuel Santos y artífice de la paz, en el que califica el pacto como ?un auténtico hito para la paz en las Américas y en el mundo?. Según Santos y Pinker, ya no estamos en un mundo en guerra, sino en un mundo ?en el que cinco de cada seis personas viven en regiones amplia o enteramente libres de conflictos armados?. ¿Debe llevarnos a un ingenuo optimismo que nos lleve a desentendernos de los actuales conflictos armados? Ni Pinker ni Santos defienden tal idea, al contrario, nos recuerdan la fragilidad de la paz y la necesidad de seguir trabajando contra la violencia criminal y gansteril en la propia América Latina, donde sucede a la guerra en la cuenta de muertes y miseria.

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31 de agosto de 2016
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El solitario del desierto

En el momento de escribir este libro (1968) Edward Abbey parecía estar acumulando energía como quien carga una batería que soltaría su primera descarga explosiva en The Monkey Wrench Gang (1975), un novela genialmente traducida al castellano  en 2012 como La Banda de la tenaza. Cerca de quince años después (1989), se produciría la segunda andanada, ¡Hayduke vive!, en la que el jefe, que no había muerto como todos creían, es recibido con alegría pero escaso entusiasmo porque dos miembros de la banda se han casado entre sí y se están reproduciendo y el otro tiene serias responsabilidades solidarias como empresario. Y ninguno de ellos está para muchas aventuras. Pero el taimado Heyduke ha reaparecido para pedir su ayuda en la destrucción de la Super G.E.M.A  4240 W, una excavadora alta de trece pisos, ancha como un campo de fútbol, capaz de desarrollar una potencia que podría iluminar una ciudad de 100.000 habitantes y valorada en 13.500 millones de dólares. Y quién puede negarse a dinamitar un monstruo capaz de arrasar con su fuerza destructora todo el Suroeste americano. Etc.

                Durante la gran Depresión, el matrimonio Abbey y sus cinco hijos no hubieran desentonado haciendo de extras en Las uvas de la ira, de Steinbeck/John Ford, con la salvedad de que en lugar de California los campamentos donde los Abbey malvivieron junto con miles de desheredados como ellos  estaban en el Este, en torno a Pensylvania y New Jersey. Pero el primogénito, Edward, subsanó ese pequeño error geográfico escapándose de casa a los 17 años para recorrer gran parte de Estados Unidos a dedo y ejerciendo toda clase de trabajos antes de recalar en los interminables  desiertos que ocupan gran parte del Sureste de Estados Unidos  y que albergan, entre otras muchas  maravillas más, El Gran Cañón del Colorado. No podía saberlo, pero un poblado minúsculo y polvoriento, perdido en alguno de los centenares de cañones que el agua y los vientos han excavado durante millones de años en la esquina donde confluyen los estados de Wyoming, Utah y Colorado, se iba a convertir para él en una especie epicentro desde el que, siempre como guarda del Servicio Nacional de Parques, iniciaría un peregrinaje de soledad, de búsqueda de sí mismo y de defensa de la naturaleza que desde el  Monumento Nacional de los Arcos (1956-1957) le llevaría a repetir la experiencia en los parques nacionales Casa Grande (1958-1959), Canyonlands (1965), Everglades (1965-1966), Lee's Ferry (1967) y  Araviapa (1972-1974).

En El solitario del desierto  Abbey cuenta su primera experiencia como ranger en el hoy llamado Parque Nacional de los Arcos. Tenía entonces 29 años y había pasado una gran parte de su vida vagabundeando por el Oeste americano. Tras su paso por el ejército durante la Segunda Guerra Mundial (Italia, dos ascensos y dos degradaciones por negarse a saludar) había aprovechado las facilidades que ofrecía el gobierno federal a los veteranos para cursar diversos estudios de humanidades que culminó en 1956 con una tesis expresivamente titulada “El anarquismo y la moral de la violencia”. En ella se refleja su ambigua postura frente a la violencia cuando se trata de defender algo tan importante para el futuro de la humanidad como es la naturaleza. Su ambigüedad (o ambivalencia, porque su respuesta al recurso a la dinamita era más bien una especie de “sí, pero no”) más adelante le iba a costar numerosos enfrentamientos con los conservacionistas moderados, los militantes más radicales de los movimientos ecologistas y las propias autoridades para las que trabajaba. Para decirlo de forma muy resumida, los conservacionistas más extremistas le acusaban de pusilánime, los funcionarios estatales le veían casi como peligroso revolucionario y para los partidarios de defender el medio ambiente por medios pacíficos y civilizados (menos hablar y más ayudar a promulgar leyes sensatas que contribuyan a una defensa real de la naturaleza) no era más que un gamberro.

En el momento de iniciar su primera experiencia como guarda forestal ya tenía publicadas dos novelas (Jonathan Troy, 1954,  y  El vaquero indomable, 1956), prácticamente autobiográficas. Los meses de soledad inmerso en un paisaje prodigioso, en gran parte todavía intocado y olvidado de todos casi desde el principio de los tiempos, le impregnaron de tal forma que, una docena de años más tarde, al escribir acerca de aquella experiencia no intentó reproducir o describir el desierto o la clase de vida que éste imponía (“el tiempo pasaba con una lentitud extrema, como debería pasar el tiempo, con los días estirándose largos, espaciosos y libres como los veranos de la infancia”). En algún otro lugar  él mismo define su libro como “un elogio”, aunque advierte en el prólogo: “la mayor parte de lo que cuento aquí ya está muerto o a punto de desaparecer”. Puede decirse que, casi cincuenta años más tarde, sus peores temores y sus más lúgubres augurios acerca del futuro que les aguardaba a aquellos espacios todavía salvajes se han cumplido con creces.

                 Pero el libro está escrito con pasión y rabia y una entrega incondicional a esa belleza abrupta y a veces cruel pero arrolladora. Y Abbey, que a lo largo de los más de veinte libros que escribió ha dado muestras irrefutables de la calidad de su voz narradora, demuestra aquí estar a la altura de ese desierto que tanto amaba y en el que no sólo pasó gran parte de su vida sino que a la hora de morir pidió ser metido tan sólo en un saco de dormir y enterrado al pie de un enebro al que su cuerpo serviría de alimento. Fue su última transgresión de las leyes humanas.

 

El solitario del desierto

Edward Abbey

Traducción de J. Manuel Álvarez

Capitán Swing  

 

 

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30 de agosto de 2016
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El Boomeran(g)
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