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Once de Septiembre

Barcelona, 1714. Santiago de Chile, 1973. Washington y Nueva York, 2001. Termina el sitio de la capital catalana en la guerra de Sucesión española, con victoria de las tropas borbónicas comandadas por el duque de Berwick sobre las milicias urbanas que defienden sus murallas. Golpe de Estado del ejército chileno, al mando del general Pinochet, con ataque de aviación y artillería al Palacio de La Moneda donde resiste el presidente democráticamente elegido, Salvador Allende. Atentados contra el Pentágono y las Torres Gemelas por parte de un grupo de combatientes de Al Qaeda que hacen secuestran y estrellan cuatro aviones de pasajeros.

La primera celebración (302 años) es estrictamente local catalana y con repercusión exclusivamente hispánica. La guerra de Sucesión está muy lejos. El independentismo oficial ha intentado humanizarla y ha encontrado en los restos arqueológicos y en la investigación histórica más competente un buen montón de datos para trasladar al presente el dolor y la pérdida de hace más de tres siglos. Uno de los responsables ha llegado a calificar el Born de Zona Cero de los catalanes, en un esfuerzo vano e imprudente de equiparar aquellas víctimas del cerco con los 2996 muertos y los más de 6000 heridos en los atentados del 11S estadounidense. Para el historiador militar israelí Azar Gat (?Naciones. Una nueva historia del nacionalismo?, Barcelona 2914), el 1714 catalán es una demostración de la antigüedad de la nación catalana, mientras que para Hobsbawm (?Naciones y nacionalismo desde 1870?, Barcelona 1991; y ?La invención de la tradición?, 2012) no habría duda alguna de que es un caso de ?invención de la tradición?, por parte de la ?comunidad imaginada? que es toda nación (Benedict Anderson, ?Comunidades imaginadas?, México 2013).

La segunda celebración (43 años) tiene valor más universal, principalmente para la izquierda latinoamericana y europea. Allende era un presidente democráticamente elegido al frente de una gran coalición de izquierdas, la Unidad Popular, y derrocado en un golpe sangriento auspiciado por la CIA en plena guerra fría. Su proyecto, que había suscitado la atención de la izquierda mundial, era la transición democrática y pacífica al socialismo, como alternativa a la vía armada inspirada en el castrismo y el guevarismo. La política económica del gobierno de Allende fue un desastre sin paliativos, con una inflación galopante e incontrolada. Del fracaso de la vía chilena al socialismo, conducida por un presidente que no contaba con la mayoría parlamentaria, se derivaron al menos dos consecuencias: en Europa inspiró al eurocomunismo en su propósito de buscar una vía también democrática al socialismo a partir de amplias mayorías sociales y parlamentarias, pero en América Latina dio un nuevo impulso a la lucha armada, cuyas últimas derivaciones alcanzan hasta hoy mismo cuando las FARC colombianas acaban de optar por la vía pacífica.

La tercera celebración (15 años) es la más próxima en todos los sentidos. La más reciente y la que ha marcado de forma más directa nuestras vidas, incluidos los controles de seguridad que rodean nuestras formas de viajar. Los atentados del 11S cierran un paréntesis de estabilidad de solo doce años, entre la caída del Muro de Berlín y la declaración de la Guerra Global contra el Terror por parte de George W. Bush. De una época de orden mundial unipolar, dominado por Estados Unidos, hemos pasado a un mundo multipolar en el que el viejo orden mundial está cayéndose a pedazos y han aparecido nuevos agentes trasnacionales no estatales con enorme poder destructivo, como son Al Qaeda o el Estado Islámico. Aquellos atentados fueron el detonador de las guerras de Afganistán y de Irak y de unas políticas antiterroristas que minaron las libertades públicas en los países occidentales, despreciaron los derechos humanos y las convenciones internacionales sobre prisioneros de guerra y desprestigiaron a las primera superpotencia ante las opiniones públicas especialmente en el mundo árabe y musulmán. El 11S fue, por tanto, la fecha trágica que inaugura una época llena de incertidumbre, que a los 15 años se ha desplegado con todo su dramatismo en la crisis de los refugiados sirios, la deriva autoritaria de Turquía o la profunda desorientación europea acerca de su futuro.

Que cada uno escoja la proporción de cada una de las tres fechas que le apetezca para conmemorar este Once de Septiembre. Pero me parece evidente que son tres fechas muy adecuadas para meditar con calma e intentar sacar conclusiones sobre el mundo en que vivimos, desde Barcelona hasta el ancho mundo.

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11 de septiembre de 2016
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Reconsideración del paisaje inmediato

Una violenta praxis ecologista llevó al autor de estas líneas a recoger, durante décadas, los plásticos, latas, vidrios y demás desechos humanos, no fácilmente degradables, de las lindes de los caminos, sendas y claros de bosque. Creía que estaba haciendo lo apropiado. Y no sabía que una violenta praxis esteticista, causa y motor de todos los movimientos naturalistas, estaba trabajando en contra de las especies vegetales y animales a las que, de modo encarnizado, tratábamos de conservar y proteger. Hoy, sé que las rezumantes latas de sardinas, los pegajosos envases de yogur, las compresas sucias, las cajetillas de tabaco reventadas, las bolsas de supermercado, las latas de refresco abiertas y los briques desprovistos de tapón, suponen un refugio incomparable y, a veces, una provechosa fuente de alimento para invertebrados y pequeños vertebrados así como una ayuda en la germinación y desarrollo de plantas y hongos. Ahora sólo queda reconsiderar, reeducar nuestra mirada, ver simetría, composición, cromatismo, armonía en suma, en la distribución azarosa de estos vertidos, reclamarlos para apreciar en todo su esplendor la margen del olivar, la acequia hortelana, el sendero que sube hacia la ermita dominguera o la orilla tortuosa del arroyo de montaña.              

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11 de septiembre de 2016
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Del Viso de toda la vida

El calor de Madrid se ha convertido en un estado mental. Más de dos meses a 40º a la sombra pueden llegar a ahuecar el ánimo con mayor violencia que dos meses de lluvia. Es un calor que ensucia y desespera. En un herbolario de Chamartín (en el norte de Madrid), han puesto la radio para escuchar el debate político: dos mujeres en shorts –este ha sido el verano de las piernas al aire para todas las edades y sexos– largan igual que antes lo hacían de sus maridos hasta que se divorciaron o se anestesiaron. Se ponen muy españolas, brazos en jarra, insultan y desprecian a los políticos, buscan mi complicidad, dicen que si no trabajan no hay que pagarles el sueldo, sinvergüenzas. Y hacen caso omiso de la paradoja que sostenía Julio Camba: “El español se europeíza en España y se españoliza en el extranjero”. Ahora lo español, lejos de diluirse como un azucarillo como adelantó George Steiner acerca de la vieja Europa, se glocaliza entre cadenas de Starbucks y pinchos de chistorra.
A los madrileños se les olvida que habitan en un páramo, y en la segunda ciudad más alta de Europa tras Andorra, pero a cuerpo: sin techos de pizarra ni Pirineos que los resguarden. Una indecencia geográfica. Acaso esta ciudad extranjera al mar no hubiera devenido en metrópolis al baño maría si Felipe II no se hubiera encaprichado de construir El Escorial.
Las élites económicas y el poder que raramente se expresa –también el intelectual, el poco que queda– han tenido querencia por el norte de Madrid, donde los agentes inmobiliarios aseguran que la sensación térmica se reduce al menos dos grados. Aun así los jazmines fragantes del Viso han dimitido ante la chicharra. Su intensidad se percibía hasta bien entrado septiembre, pero no es este un verano carnoso de los que expanden el aroma de las azucenas podridas. Es caldo hirviendo. Los aparatos de aire acondicionado de sus residentes más “Ibex” –los Entrecanales, Ana Patricia Botín, Rafael del Pino– rugen impíos exhalando corrientes infernales.
El portal inmobiliario Idealista revela que la búsqueda de casas de lujo ha crecido un 80% desde el 2013, efecto de la crisis. Las del Viso, inspiradas en la arquitectura cúbica de Adolf Loos –“una arquitectura un poco seca”, como la definió Rafael Bergamín, artífice de lo que tenía que ser la Colonia de Casas Económicas–, son las más deseadas dentro de los límites de la ciudad. Nunca alojaron a obreros, sino a José Ortega y Gasset, Rafael Sánchez Mazas, Salvador de Madariaga, Ernesto Giménez Caballero o Josefina Aldecoa, que aquí levantó el Colegio Estilo. Comento con los vecinos, discretísimos y solventes, los de toda la vida, la reforma que ultima Xabi Alonso, el primer futbolista que ha declinado las grandes parcelas de La Moraleja o La Finca. Su nueva vivienda no es de miniatura: 9 millones de euros, cinco plantas, sala de cine, piscina cubierta en la terraza… Los chaletazos –este se construye en lo que fue el jardín del casoplón de Pepín Fernández, dueño de Galerías Preciados– incomodan a los vecinos de siempre, que “viven para dentro”. Aquí han residido desde ministros franquistas como López de Letona o Fontana Codina hasta el mismísimo Santiago Carrillo, que cuando llegó del exilio se instaló enfrente de la iglesia Santa Gema, se asegura que milagrera. Otros nombres: Pérez Llorca, el ministro Narcís Serra, Isabel Preysler, Carlos Falcó, Miguel Boyer y Elena Arnedo, que en los 80 llegaron a convivir a seis calles. También pusieron casa Juan Benet, Antonio Gala, María Corral, Juan Abelló… y en otro orden: Carmen Sevilla, Nati Mistral y Mar Flores. Muchos de los Porsche capitalinos, que el año pasado aumentaron sus ventas una cuarta parte en España, se esconden en los garajes de la colonia, igual que sus habitantes más ilustres, que salen encochados y con cristales ahumados de sus residencias. “Pero esos llegaron hace cuatro días”, dicen los de toda la vida desde sus encantadoras casitas de galletas. La clase es en Madrid otro estado mental, igual que el calor.
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10 de septiembre de 2016
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La victoria del procesismo

La noticia de la temporada es el procesismo. El independentismo sucedió al soberanismo y el procesismo está sucediendo al independentismo. Si el soberanismo se centraba en la consulta y el independentismo en la independencia, lo que al procesismo le ocupa y preocupa ahora es el propio proceso. Si no hay consulta y no hay independencia, ni por la vía unilateral ni por la acordada, y por el momento no asoma ninguna de las dos cabezas por el horizonte, entonces solo queda una alternativa y es hacer que el proceso siga vivo aunque esté muerto.

El procesismo es como una bicicleta: si cae se para. Hay que hacer algo, lo que sea, para que no se caiga. No hay más remedio que seguir pedaleando. Es un movimiento que ya se justifica por sí mismo y no por su improbable objetivo. Si no se puede hacer la DUI (declaración unilateral), pues nos conformamos con el RUI (referéndum unilateral); y si luego no puede ser el RUI, pues habrá que ir de nuevo a por la DUI. Y vuelta a empezar.

El procesismo es una proyección de la voluntad. El deseo de tanta gente es perentorio y de absoluta necesidad. No cabe en la cabeza de nadie que todo se haya acabado. No puede ser que tantos estén equivocados y durante tanto tiempo. Nadie puede imaginar que sea una mera ideología capaz de instalarse y de aceptar que por el momento no hay quien mueva la piedra de la realidad.

El determinismo es una de las características del procesismo. Está escrito que eso debe terminar pronto y bien. El largo plazo es pecado para el procesismo. No vale dudar al respecto y quien lo haga se hace reo de falta de voluntad? procesista, claro está. La voluntad política tal como la entiende el procesismo es una traslación a la historia de Cataluña de la fe religiosa. Hay quien la tiene y hay quien no la tiene, qué le vamos a hacer.

El procesismo confía en su largo aliento pero vive del sentido de inminencia. Va para largo, para muy largo, pero hay que vivirlo como si fuera a ocurrir ahora mismo. Solo se pueden dedicar tantos recursos y tantas energías, que se sustraen a muchas otras cosas y llegan a ocupar todo el espacio psicológico y político, cuando se vive con una febril sensación de inminencia.

El procesismo suma procesos, actuales y remotos. La idea de que hay uno solo, que se proyecta retrospectivamente en la historia hasta 1714, es su obra más sofisticada. No es lo mismo el proceso que dirigía Artur Mas, con su fuerza central convergente como base, que el proceso coliderado por Mas y Junqueras, con el conglomerado de Junts pel Sí resultante de la suma de dos partidos y el añadido de los independientes de las asociaciones soberanistas. Ni el proceso que ahora dirige aparentemente Puigdemont, bajo vigilancia y hegemonía de la CUP.

El procesismo es una culminación, una especie de momento hegeliano en el que se colma definitivamente el devenir nacional de Cataluña, como una fruta ya madura a la que solo le queda soltarse del árbol. Todo está a punto y al punto. Para acelerar la caída, el procesismo se denomina a sí mismo primero post autonomía, luego pre-independencia, estadios políticos insuperables en todos los sentidos, porque difícilmente se superarán y porque son la perfección misma del proceso: lo hemos hecho todo, todo está ganado, pero queda solo el momento mágico, el instante que nunca llega, eternamente aplazado.

El proceso ha generado también sus intereses, creado puestos de trabajo, producido ingresos e inspirado e inducido múltiples negocios. Es parte del paisaje cotidiano. Algunos han calificado a las asociaciones surgidas al calor del proceso como auténticas start-up de la tecnología política. Hay mucha gente a la que le interesa que esto siga y siga como la pila de duracel aunque haya dejado de tener orientación e incluso sentido. Son el lobby del proceso que seguirá procurando por el negocio mientras dure.

Es como el proceso de paz en Palestina, me sopla una buena amiga que ha ejercido como corresponsal en Israel. Todos, partidarios y adversarios, sospechan que está muerto, pero a todos interesa que siga así con la apariencia de que está vivo, aunque solo sea para defenderlo o para rechazarlo. Desde fuera ?de Cataluña y sobre todo de España? todo esto es de muy difícil comprensión, y se entiende muy bien por qué nadie lo entiende: el procesismo es la fase superior y más kafkiana e insuperable del proceso.

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10 de septiembre de 2016
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Un balance de la globalización: conversación con Josep Piqué

Josep Piqué es uno de los empresarios y políticos españoles con mayor experiencia e interés por la escena internacional, y especialmente por Asia, el continente más alejado y desatendido entre nosotros. Ha sido, entre otras cosas, ministro de Exteriores con José María Aznar, y actualmente preside distintas instituciones que vinculan España a Japón, Corea e India. Ha sido también consejero delegado y vicepresidente de la constructora OHL, y fue en su despacho en un rascacielos de la Castellana de Madrid donde tuvo lugar esta conversación el pasado 4 de abril. Este texto ha sido publicado en la revista bimensual 'La Maleta de Portbou' que dirige Josep Ramoneda en el número de julio/agosto de 2016.

Lluís Bassets.- Usted escribió hace tres años un libro, al que dio el título de ?Cambio de era. Un mundo en movimiento: de Norte a Sur y de Oeste a Este?, en el que ofrece una visión del estado del mundo que contrasta respecto al momento actual por el punto de optimismo que entonces todavía mantenía sobre la globalización y sobre cómo está funcionando el orden internacional multipolar. ¿Lo matizaría ahora o incluso lo rechazaría?

Josep Piqué.- No hay que dejarse contaminar por la coyuntura cuando analizas las tendencias de evolución del mundo. La globalización no es una opción política, es un dato. Ha venido para quedarse y aunque pueda sufrir retrocesos y avances, ya es imparable. El mundo es cada vez más pequeño y asequible para todos. Por eso yo mantengo un cierto optimismo. Cada vez somos más, pero cada vez hay más personas que salen de la miseria, con mayor capacidad adquisitiva, acceso a la satisfacción de las necesidades básicas, como la educación o la sanidad. También por primera vez hay más gente que vive en las ciudades que en el campo. Somos más urbanos y burgueses. Y no es casualidad que a las grandes revoluciones democráticas y modernizadoras las llamemos revoluciones burguesas porque provienen de la libertad asociada a vivir en la ciudad y no en el campo. La dirección y la proyección estratégica son buenas.

Otra cosa son las dudas respecto a si somos capaces de reconstruir algún tipo de orden mundial. Teníamos un orden muy complicado y peligroso, basado en la división en dos bloques, que daba unos determinados niveles de certidumbre, pero se cayó y no ha sido sustituido. Hubo la ilusión que duró poco de un mundo unipolar, con una hiperpotencia y la idea de que los valores occidentales se esparcirían hasta la culminación o fin de la historia, tal como la describió Francis Fukuyama. Ahora hemos visto que eso no es así y estamos ante un momento de gran desconcierto, de forma que los poderes existentes en el concierto internacional, al que no puedo llamar orden, tienen serias dudas respecto a cuál tiene que ser su papel real en este siglo.

Hace poco he leído las reflexiones sobre política exterior que hace el presidente Obama [en la revista The Atlantic de marzo pasado]. Dice cosas muy novedosas respecto a cuál debe ser el papel de Estados Unidos en el mundo. Es clarísima la opción por Asia, el alejamiento estratégico y conceptual del mundo euromediterráneo, específicamente de Oriente Medio y el ninguneo del papel de Europa. Me interesa y comparto su reflexión sobre China, respecto a que debe sentirse estable y segura, porque así podrá desempeñar un papel positivo en la configuración de este nuevo orden. En caso contrario, puede acabar haciendo cosas que sean preocupantes para todos.

¿Será capaz el mundo de establecer un nuevo marco de relaciones que permita cierta estabilidad y cierta predictibilidad o entramos en una etapa de descontrol? A diferencia de lo que podríamos pensar hace veinte años, Europa no está ni se la espera. Probablemente nos encontramos a un atentado de cargarnos Schengen. Y a un paso de calibrar la incapacidad de la política monetaria para resolver los problemas económicos. Por tanto, a dos pasos de volver a poner en riesgo la propia moneda única. Al final, solo nos quedarán los Erasmus. Pero Europa como proyecto político quedará reducido a lo que los británicos siempre han querido, que es un espacio de libre comercio, una unión aduanera, un lugar en el que la libre circulación de mercancías y de capitales esté garantizada, pero no de las personas. Y sin proyecto político.

España ha sido muy europeísta. Europa es una garantía de nuestras libertades, de nuestra modernización. Pero somos europeístas de ida, no de vuelta. Nos ha ido muy bien Europa para justificar las decisiones internas que nos han hecho más modernos y competitivos y más libres y democráticos. Pero históricamente hemos renunciado a desempeñar un papel protagonista porque hemos visto a Europa como una ayuda y una garantía, una excusa y un pretexto para hacer lo que teníamos que hacer. No estuvimos en el proceso constituyente de Europa y nunca nos hemos sentido auténticos protagonistas de la historia.

Hay una frase tópica, que se atribuye a Paco Ordóñez cuando le preguntaron después de nuestra integración cuál era nuestra política europea. Y la frase fue: "Nosotros hablamos los quintos. Primero escuchamos a los cuatro grandes, vemos qué piensan, y después nos pronunciamos". Era una actitud inteligente en unos momentos en que acabábamos de entrar y que, además, queríamos ser receptores de fondos. Pero esta actitud se va modificando a lo largo del tiempo. Eso de "hablamos los quintos", ya no es así. Hay asuntos en los que no tenemos que hablar porque no hace falta: si el Reino Unido habla de cuál debe ser la política europea respecto a Zimbabue, pues les escuchamos y no tenemos mucho que decir. Pero, en cambio, con otras cosas ya no tenemos que hablar los primeros. Debemos sentirnos copartícipes de la conformación política europea y ser ambiciosos precisamente porque para España es importantísimo que Europa como proyecto político se consolide, por nuestra propia estabilidad y para consolidar nuestro sistema democrático, que sigue siendo frágil.

L.B.: El balance positivo de la globalización que usted hace se cifra en la aparición de unas clases medias en los países emergentes que describe como urbanas. ¿Estamos hablando de unas clases medias asimilables a la burguesía europea o de unas nuevas clases urbanas que acaban de salir de la pobreza y tienen expectativas más elevadas de lo que después se puede satisfacer?

J.P.- Brasil sería un ejemplo paradigmático. Ha vivido un crecimiento económico del PIB muy importante que ha provocado grandes desplazamientos desde el campo hacia la ciudad y la creación de brutales megalópolis, pero también mucha marginación. Es probable que este análisis lo podamos aplicar también a China y de forma más brutal. Si todos los años entre setenta y ochenta millones de personas van del campo a la ciudad y te piden vivienda, escuela, sanidad e infraestructuras de transporte, tienes el conflicto asegurado. ¿Debemos detener este proceso y ralentizar la globalización para ser capaces de irla digiriendo de un modo razonable o al final estamos ante un fenómeno imparable? Las tensiones son inevitables y generan problemas políticos seguro. Los estamos viendo en Brasil, donde no es un problema del sistema político que nadie pone en cuestión. Se pone en cuestión a la presidenta. Pero en el caso de China sí que puede ocurrir por agotamiento de un sistema político autoritario basado en un partido único que tiene una ideología sin relación alguna con la realidad de sus políticas.

¿Cómo se puede conseguir estabilidad y certidumbre respecto a las políticas chinas? Seguramente, a medio plazo, solo si democratizas el país. Eso es, si incorporas las clases medias a la gobernanza y las haces copartícipes y corresponsables de que las necesidades y las expectativas deben calibrarse y compatibilizarse con las capacidades que tiene el propio país de poder hacerlo. Cuando España en su conjunto hace el gran cambio, y hace la revolución industrial que ya se había producido en Cataluña y en el País Vasco, que es en los años sesenta con el Plan de Estabilización, el 40% de la población todavía era rural. Y durante muchos años teníamos chabolismo y mucha delincuencia y como el régimen era muy autoritario y muy represivo más o menos se tapaba. Pero los desajustes y la desvertebración de la sociedad española durante esos años fueron muy notables. Luego emergen las demandas de libertad, primero sindical, y después política. Se da una modernización en el ámbito administrativo, y al final la modernización es la suma del Plan de Estabilización y la Ley de Procedimiento Administrativo. Nos dotamos de una administración garantista que permite la seguridad jurídica imprescindible después para el crecimiento económico.

El Plan de Estabilización, visto con cierta perspectiva histórica tuvo unos costes brutales ?más de tres millones de españoles tuvieron que emigrar en busca de trabajo?, pero las consecuencias en un largo plazo fueron enormemente positivas porque el país ganó mucho en competitividad, generó clases medias y después permitió, cuando el dictador desapareció, realizar el cambio político con rapidez. No es trasladable nuestra experiencia respecto a las demás. Pero sigo pensando que, como la globalización es imparable, es mejor que pensemos que al final debe de tener una lectura positiva.

L.B.: El argumento chino es que mejor que no les apretemos para democratizar y dar libertades políticas porque la estabilidad está en juego. Y en el fondo nos están diciendo, por seguir con el ejemplo español, dejadnos hacer un estado con derecho ?una administración garantista-- y ya dentro de cincuenta años hablaremos del estado de derecho ?un sistema de libertades.

J.P.: Los chinos siempre se han mirado en el espejo ruso. La Unión Soviética se colapsa y se desmorona y en agosto del 91 hay el intento de golpe de Estado, cuando Yeltsin se sube a un tanque, y se termina la Unión Soviética en seis meses. Lo primero que hace Yeltsin es prohibir el Partido Comunista. Puede tener todo el sentido, pero la consecuencia es brutal porque la estructura de poder del país estaba basada en las estructuras del Partido. Es como entrar en Irak y cargarse al ejército de Sadam. Al final los vacíos siempre se ocupan y, en el caso de Rusia, durante mucho tiempo lo han ocupado las mafias. Y eso es lo que los chinos vieron con terror. Ellos no se abrirán al pluralismo político sin contar previamente con las estructuras de Estado capaces de seguir articulando y seguir cohesionando el conjunto. Deng Xiaoping lo vio con mucha claridad. Y sobre todo con la revuelta de Tiananmén. Podemos pensar que hay un componente de cinismo y que no sea más que un pretexto para no avanzar hacia la democratización real. Pero cuando vemos como se comportan las clases urbanas y los hombres de negocios, cómo se comunican, viajan e invierten, resulta muy difícil pensar que finalmente no se articule políticamente y no desemboque en la democratización del sistema.

L.B.: Ahora bien, eso está todavía fuera del horizonte de China. Por el momento, ni la federalización ni la democracia pluralista están en el orden del día.

J.P.: Cuando llegué a Exteriores, me dijeron que para tener una buena relación con China hay que evitar las tres tes: Tiananmén, Tíbet y Taiwán. Tiananmén no ha existido. El Tibet, tampoco. Y Taiwán es un accidente que se corregirá porque hay una sola China. Es absolutamente cínico como buena parte de la política exterior, en la que siempre tienes un debate entre los principios y los intereses. Como dicen los anglosajones: "Foreign policy is not nice". El propio Obama es una expresión bastante paradigmática de esta pugna permanente entre los principios y los intereses, como se ve en el caso de Irán. Le interesa restablecer la relación con un país que es absolutamente clave en el equilibrio y la estabilidad de la zona, tras cuarenta años de enfrentamiento. Pero Estados Unidos actuará en consecuencia si al final Irán obtiene la capacidad de construir la bomba o existe la más mínima sospecha de que ya la tiene.

L.B.: Con Irán quizás Obama ha conseguido un equilibrio entre lo que son valores e intereses clarísimo. Pero, en cambio, hay un país al lado, Arabia Saudí, con el que no lo ha conseguido.

J.P.: Obama se cuestiona tanto una política de alianzas con unos regímenes incapaces de generar prosperidad, igualdad y libertad en sus poblaciones como unas estrategias de uso de la fuerza para ayudar a la democratización que han conseguido unos resultados caóticos y contraproducentes. Y por eso fija el momento clave de la transformación de la política exterior norteamericana durante su mandato en el día en que decide no bombardear Siria. Le va de maravillas la actitud rusa, para ayudar a vestirlo, pero eso le lleva a una reflexión bastante notable respecto a la naturaleza política de los países teóricamente aliados. ¿Cuál es la garantía de la supervivencia de nuestros regímenes? ¿El paraguas de Estados Unidos o la capacidad de generar consensos internos para mantener el régimen? En el caso de Arabia Saudí el trasfondo ideológico es la interpretación más dogmática y más extrema del islam que bebe en el wahabismo. Y la financiación de muchas de las cosas que están sucediendo, desde Al Qaeda hasta el propio Estado Islámico, probablemente tiene, no digo orígenes públicos, pero sí privados que provienen de las petromonarquías del Golfo. De algún modo han estado comprando la no beligerancia respecto a sus propios regímenes de este tipo de movimientos. Pero es indiscutible que eso acaba siendo un error. Si tú generas criaturas más radicales que tú, al final acaban yendo a por ti.

LB.- Todos los dictadores árabes, Mubarak, Ben Alí o Asad, han exhibido el espantajo de un islamismo terrible, al que ellos podían domar, como única alternativa a su poder. Por eso es difícil no ver en el Estado Islámico a una criatura monstruosa creada por estos propios regímenes como amenaza de cara a garantizarse su continuidad.

J.P.: Sí, pero también tiene que ver con la fallida invasión de Irak. El ejército iraquí ha proporcionado cuadros al ISIS, cierta capacidad de administración, un determinado mecanismo de búsqueda de financiación, de saber cómo comercializar el petróleo y el gas. Luego está el tema sectario. Siria es un caso paradigmático. Como el Irak de Sadam Husein, es un régimen autoritario basado en la coalición de las minorías contra la secta mayoría y con un juego geoestratégico con las potencias de la región detrás. Y luego está la historia, que siempre vuelve. Al final, el área ha sido durante siglos oscuro objeto del deseo de grandes potencias regionales, Turquía, Arabia Saudí, Irán, Egipto, Rusia. Y además existe una pugna interna dentro del islamismo radical respecto a quién debe tener la hegemonía del movimiento. Este es un tema preocupante para los servicios de inteligencia: se puede estar produciendo cierta confluencia entre las tácticas y las estrategias de Al Qaeda y del Estado Islámico, que en principio eran muy diferentes.

L.B.: Usted fue ministro de Exteriores justo cuando las cosas empezaron a ponerse muy feas respecto a este tipo de terrorismo, entre el 2000 y el 2002. ¿Qué idea tiene respecto a las responsabilidades de Bush y de Aznar en la gestión de aquella crisis? ¿Se cometió un gran error de perspectiva y de apreciación? ¿O era imposible darse cuenta en ese momento del tipo de trampa en el que nos estábamos metiendo?

J.P.: Veníamos de un mundo en el que el optimismo de Occidente era muy grande. La capacidad ideológica y política de expandir sus valores por todo el mundo era muy alta. Hacía diez años que había caído la Unión Soviética y Estados Unidos era la única superpotencia, Europa quería desempeñar un papel estratégico con cierta ambición explícita y llegan los atentados del 11 de septiembre que nos hacen ver que esta Arcadia feliz no era verdad. Nos damos cuenta de que tenemos un enemigo muy importante y de que debe producirse una respuesta contundente. Sobre eso no tengo ninguna duda. La base territorial y logística de Al Qaeda estaba en Afganistán y por tanto debíamos ir a Afganistán. Pero el momento decisivo y el error es la guerra de Irak. Porque Irak no tenía vinculaciones con Al Qaeda y después hemos sabido que no tenía armas de destrucción masiva. Y el desmoronamiento de Irak como estructura estatal ha generado la ruptura del entero mundo westfaliano medio oriental surgido de la caída de cuatro imperios al final de la Primera Guerra Mundial: el ruso, el otomano, el austrohúngaro y el alemán. Las potencias vencedoras Francia y el Reino Unido decidieron repartirse los despojos, que en el caso de Oriente Próximo fue a través del famoso acuerdo secreto Sykes-Picot, que establecía las zonas de influencia y fijaba las fronteras con tiralíneas. El mundo surgido de la Paz de Westfalia después de la Guerra de los Treinta Años fija las fronteras estatales, evita las interferencias mutuas, y consagra la no injerencia, partiendo de la idea de que cada vez que hemos intentado reconstruir el mapa de Europa sobre la base de las convicciones lingüísticas, étnicas o religiosas nos hemos estado matando de un modo dramático. Pues bien, en Oriente Medio aplicamos idéntico esquema y ha durado cien años. Ahora está en cuestión, porque el Estado Islámico no distingue entre fronteras y nos remite a la etnia y a la secta. Pero han sido la invasión de Irak y la pésima gestión del escenario posbélico las que se han cargado esta estructura, seguramente muy criticable y muy odiosa, pero que garantizaba cierta estabilidad. No había recambio y el vacío ha sido ocupado por todas estas nuevas fuerzas descontroladas.

L.B.: La guerra de Afganistán tiene cobertura de las resoluciones de las Naciones Unidas e incluso la Alianza Atlántica activa el artículo quinto de la solidaridad en la defensa mutua. Y en cambio Irak es la inauguración de una era de unilateralidad. Se rompe el consenso europeo en el Consejo de Seguridad. Y también en la política exterior española.

J.P.: La pregunta que nos planteábamos no era tanto si Estados Unidos tenía razón, como si nos interesaba mantener el vínculo transatlántico y la alianza entre Estados Unidos y Europa, teniendo en cuenta que hemos gozado de la solidaridad y del apoyo norteamericano desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El sentimiento desde Washington respecto a Chirac y Schroeder es que cuando las cosas pintan mal, los europeos dicen que no quieren saber nada. Que Francia mantuviera distancia respecto a Estados Unidos forma parte de la tradición, la novedad es que por primera vez Alemania no sea solidaria. Era también voluntad de Schröder primar la alianza con Francia respecto a cualquier otro interés. Eso puede tener un determinado sentido europeo, pero entonces nos separa claramente en dos bandos. Sí, al final Aznar y Blair se fueron por su cuenta. Pero su famosa carta también la firmaron trece o catorce más, todos los países del Este. Europa se partió por la mitad, prácticamente. Y desde entonces ya no tiene política exterior.

Javier Solana intentó evitarlo de un modo muy meritorio, pero con capacidades muy escasas. Cuando luego ya se constituye la figura del ministro de Asuntos Exteriores europeo, se acepta la sugerencia británica de nombrar a una persona inane, lo que refleja que no nos interesa tener una política exterior común. Curiosamente Francia y Alemania lo aceptan sin problema y en contradicción con su oposición a la política de Bush. Si tú te has enfrentado a Estados Unidos porque crees que debes tener una política propia, después tienes que ser consecuente. Pero ya eran unos momentos de empobrecimiento del proyecto político europeo. Aceptas a un presidente de la Comisión muy flojo y a una ministra de Exteriores absolutamente desconocida. El propio presidente del Consejo es un belga de quien ya ni recordamos el nombre. En este proceso de desconexión de Estados Unidos, ¿quién ocupa el vacío? Rusia. Lo hemos visto ahora en Siria.

L.B.- La jugada de Rusia probablemente no era Oriente Medio, sino consolidar su posición respecto a que era Ucrania y Crimea. Se ha quitado la presión en Europa y ha conseguido aparecer con un papel en Oriente Medio, que desequilibra a la UE. Putin puede estar muy tranquilo.

J.P.: Aquí está la consecuencia otra vez de la desconexión norteamericana. Para Obama Crimea es un tema delicado porque a fin de cuentas piensa que siempre ha sido rusa. Y Ucrania, también. El statu quo era mantener a Ucrania en mitad de la nada, con una cleptocracia corrupta al mando. Cuando Europa da el paso y le dice a Ucrania que abandone Rusia, sin calibrar las consecuencias ni tener capacidad de respuesta, es cuando se rompe el statu quo. Europa dice que Ucrania es un problema europeo y Obama en cambio que no afecta a los intereses vitales de Estados Unidos. Cuando los europeos no son capaces de responder y tampoco lo son en Siria, Obama nos dice que le preocupa mucho más cómo evolucione China, la estabilidad del Sudeste Asiático o las tensiones con Corea del Norte, cosas que afectan a su seguridad.

L.B.: A la vista de la entrevista de Obama en The Atlantic, se diría que el vínculo transatlántico está en la situación más débil históricamente.

J.P.: En la entrevista hay un momento en el que habla de una conversación que mantiene con Cameron sobre la famosa relación especial, que al final se limita a que los británicos gasten el dos por ciento en defensa. Y si no lo hacen, no hay relación especial. A Blair se le puede criticar por su apoyo a Bush, pero tenía muy clara esa relación especial, que significa acompañarles incluso cuando se equivocan. Ahora con Cameron, en cambio, si el Reino Unido no consigue mantener la relación especial con Estados Unidos y al mismo tiempo tampoco forma parte de la política común exterior y de defensa europea, se convierte en irrelevante, aunque tenga unas fuerzas armadas muy potentes. El Bréxit más la pérdida de la relación especial es un drama. Blair tenía las dos cosas. Era europeísta y era incondicional de Washington.

L.B.: Aznar también creyó que podía tener una relación especial con Washington, que luego resultó una fantasía.

J.P.: Puedo contar una anécdota reveladora del momento en que entré en el Ministerio de Asuntos Exteriores y teníamos que renovar los acuerdos de defensa con Estados Unidos. Aznar me dice que le gustaría aprovechar la ocasión para ver si se puede elevar el nivel de relación bilateral. Los tres grandes ejes de la política exterior española, tradicionalmente, habían sido Europa, el Mediterráneo y América Latina, y es en aquel momento cuando abrimos la política exterior hacia Asia-Pacífico, con el primer Plan Asia y la creación de la Casa Asia y potenciamos la relación con Estados Unidos. La negociación fue en los últimos meses de la presidencia de Clinton y firmé el acuerdo con mi interlocutora Madeleine Albright. Luego cuando me entrevisté con su sucesor en la secretaría de Estado, Colin Powell, le expliqué que habíamos querido elevar al máximo las relaciones con ellos, aunque sabíamos que no podíamos tener una relación especial como la que tienen con Reino Unido. Se me quedó mirando y me dijo: ?¿Y por qué no?? En ese momento, me dije, ¡qué bien! Pero después he pensado que hay cosas que España no es capaz de hacer.

Luego la cosa se fue complicando, a medida que la relación personal se fue construyendo. Y aprendí dos cosas. Una, es la dificultad de la política exterior con un país tradicionalmente aislacionista como España, poco interesado en ella como estamos viendo ahora con los debates electorales. A nuestros políticos no les interesa, empezando por el presidente del Gobierno o por el jefe de la oposición. Pero a la opinión pública tampoco. En un país así, si quieres avanzar, hay que ponerse al frente de la manifestación y tirar de la opinión pública, pero corres el riesgo de que cuando hayas avanzado y mires atrás te encuentres que no hay nadie que te siga.

Y luego, que en política exterior es importante distinguir tres niveles. Uno es la relación entre estados y, por lo tanto, la fijación de intereses y de principios. El otro es la relación entre gobiernos. Y el otro es la relación entre personas. Pero el orden tiene que ser este. En el momento en el que inviertes el orden te equivocas, como sucedió en la época de Aznar. Aznar creyó que si tenía una relación personal muy fuerte, al final sería bueno para la relación entre estados. Pero las personas y los gobiernos pasan, y los estados, no. Pero lo de ahora ya no es cosa de Aznar, porque creo que no había ocurrido nunca y es que llevamos quince años sin recibir al presidente de Estados Unidos en España.

L.B.: Ahora estamos ante la desaparición de España de la escena internacional y de Europa. Que probablemente tiene fecha, y es 2002 cuando usted abandonó el Ministerio ya en los preparativos de la guerra de Irak y justo antes del incidente de Perejil. Hasta entonces apenas hay discontinuidades en la política exterior respecto a la primera legislatura de Aznar y respecto a los gobiernos socialistas. Y en cambio, a partir de entonces, todo parece agrietarse. Desde Europa hasta Cataluña, parece que hay una grieta que lo atraviesa todo. Nos estamos quedando sin política y sin presencia exterior. Con Zapatero es evidente y con Rajoy ya es clamoroso. Su desinterés por Europa y por el mundo es absoluto.

J.P.: Y a Zapatero tampoco le interesa, aunque tenía una visión más ideológica, contrapuesta y reactiva respecto a una visión también muy ideológica de Aznar. Sí es verdad que a partir de 2002 se produce como una especie de brecha. Y es una pena porque hasta entonces las cosas iban razonablemente bien. El momento álgido de nuestra influencia en Europa fue el Tratado de Niza que tuve el honor de negociar y de firmar. Y en él se nos reconocía un principio, que para nosotros era importante, denominado ?tres de cinco?: todo puede hacerse con tres países de cinco a favor y nada puede hacerse en contra de los tres de cinco. Y los cinco eran los cuatro grandes más España. Y eso se relacionaba con otra idea que yo cambié. Cuando llegue al Ministerio, estábamos en contra de las famosas cooperaciones reforzadas, porque se entendían como un mecanismo de los grandes, y sobre todo del directorio franco-alemán para apartarnos a los demás de determinados avances de la integración europea. ¿Por qué no lo hacemos al revés?, me dije. Tenemos que estar a favor de las cooperaciones reforzadas con la convicción de que en cualquier cooperación reforzada que se plantee nosotros estaremos. Ya hemos hecho dos. Una es Schengen. Y la otra es el euro. El futuro de una Europa de 28 inevitablemente pasa por la geometría variable y las cooperaciones reforzadas. Si al final el coste de la permanencia del Reino Unido en la UE es aceptar la idea y el concepto que tiene el Reino Unido sobre Europa, el proyecto político se va al traste. Reino Unido puede hacer lo que quiera mediante un mecanismo voluntario, pero los que queremos ir más lejos también. Creo que es la única posibilidad para seguir avanzando. Ahora bien, el problema de fondo es que para hacer eso es necesario algún tipo de liderazgo. Y de un modo natural eso debería provenir de las propias instituciones, pero, por motivos muy diversos, ninguna de las tres grandes, el Parlamento, la Comisión y el Consejo están jugando este papel. Quien podría tener liderazgo de país, que es Alemania, no quiere; y quien querría tener liderazgo como país, que es Francia, no puede.

L.B.: Sigamos la grieta y lleguemos hasta Cataluña y a su experiencia como dirigente del PP. Está claro que 2002 también es el momento en el que empieza a evolucionar todo ya de cara al relevo de Pujol, al Estatuto y a los prolegómenos a su experiencia posterior como dirigente del Partido Popular de Cataluña. ¿Qué le pasa al Partido Popular de Cataluña?

J.P.: Nunca ha sabido conectar con capas amplias, cosa que solo puede hacerse desde planteamientos moderados y respetuosos. Cuando yo me presenté en el año 2000 como número uno para Barcelona hacía solo dos años que estaba en el partido. Y nos votó el 23 por ciento de los catalanes. Veníamos de una etapa de gobierno de diálogo, consenso y acuerdos con los partidos nacionalistas, particularmente con el nacionalismo catalán entonces moderado. Los pactos se habían cumplido y en la segunda parte de la legislatura, cuando yo fui portavoz, el Gobierno daba una imagen no beligerante, amable, moderada, dialogante y la respuesta de los catalanes fue que uno de cada cuatro nos votó. Este fue un momento álgido, pero en el 2012 el PP tiene también un buen resultado, aunque en Cataluña suele ser sobre todo reflejo de una coyuntura política general. El voto al PP sirve para quitarse de encima a los socialistas, pues es la única alternativa más o menos visible. Pero al final el principal problema es que el PP es incapaz de empatizar con el electorado catalán, y eso no se ha solucionado. Las responsabilidades también están muy compartidas. La iniciativa de hacer un Estatuto de nueva planta en vez de reformar el del 79, sin el consenso con el principal partido de la oposición, ha sido el origen de muchas cosas. Es la primera vez que se impulsa un cambio institucional desde el disenso y eso es responsabilidad de Maragall y de Zapatero. Nunca hubo una auténtica voluntad de incorporar al PP en el consenso. También tengo que reconocer que, aunque hubiera existido esta voluntad, probablemente el PP tampoco hubiera querido.

L.B.: Ahora bien, existe un problema del PP en Cataluña, ¿pero no hay un problema de la derecha española?

J.P.: Sí, pero también hay un problema de la política catalana. Y el proceso del Estatuto a mí me lo hizo ver con toda claridad. Eso es algo que siempre decía Tarradellas: los catalanes creemos que tenemos la razón y por eso nos la darán. Y, primero, no sabemos si la tenemos y, luego, la voluntad democrática de los catalanes está dividida, de forma que iniciar un proyecto político con la mitad de la población disconforme se hace muy complicado. No digo ya iniciar un proceso de separación solo con una mitad y además dudosa. Me parece un caso de aventurismo político muy relevante. La derecha española tiene un problema. Pero la izquierda española también porque, por contraposición a la derecha, no ha acabado de interpretar nunca correctamente la respuesta que debe darse al tema catalán. Luego dentro de Cataluña el nivel de mediocridad política es muy elevado. Pujol, que tenía inteligencia política, está destruido moral y personalmente. ¿Hay alguien ahora en Cataluña con consistencia intelectual, con solidez política?

L.B.: Y ahora, ¿cuál debería ser el camino para salir de este callejón sin salida?

J.P.: Volver a lo básico. Primero, respetar el estado de derecho y las reglas del juego. Segundo, restañar las heridas. Todo este proceso ha llevado a un desgarro interno de la sociedad catalana muy doloroso. Lo veo en mi familia y en mi círculo de amistades. Restablecer la cohesión y la convivencia, esta idea de Cataluña un solo pueblo, me parece fundamental. Ver luego si conseguimos un nuevo marco de convivencia de Cataluña en el seno de España. Si al final resulta imposible, entonces ya veremos. Para llegar ya a la conclusión de que no es posible no basta con la voluntad de determinadas fuerzas políticas y de un porcentaje significativo pero no mayoritario de la sociedad catalana, sino que se necesita mucho más. Y eso me lleva a una tercera condición. Partidos independentistas siempre ha habido y habrá, y ciudadanos independentistas también. Pero ahora se ha producido un cambio cualitativo, porque desde octubre del 34 no se había puesto las instituciones de todos al servicio del proyecto político de una parte. Y por lo tanto tenemos que devolver las instituciones a su lugar. Si no reconstruimos estos tres consensos básicos ?instituciones, cohesión interna y respeto a la legalidad?, veo muy difícil avanzar. Al final, aunque ahora Europa esté muy débil, el propio contexto europeo y la fuerza del Estado siempre serán superiores a la capacidad de Cataluña de acceder a la independencia. Un responsable político no debe llevar a su pueblo a callejones sin salida.

L.B.: Es difícil no ver un cuadro inquietante en la evolución de la derecha española. La primera legislatura de Aznar fue una buena legislatura, pero con la segunda, cuando por primera vez desde la República la derecha llega democráticamente a la mayoría absoluta y tiene todo el poder en sus manos, vemos que realmente no es capaz de estar a la altura. Y ahora, no digamos.

J.P.: Obtiene un apoyo muy mayoritario y tranquilo por parte de la sociedad española. Pero a esta derecha española que en estos dos años comete errores clamorosos el pueblo español la castiga suficientemente y la expulsa del poder en el 2004. Y, en el proceso del Estatuto y todo lo que ha venido después, seguramente ha tenido una actitud muy equivocada, pero la responsabilidad de gobernar no la tenía la derecha. Yo matizaría el argumento: vale, de acuerdo, a partir del 2002 se hacen las cosas muy mal. En el 2004 los españoles sacan a la derecha del Gobierno y entra Zapatero y el Partido Socialista y en Barcelona gobierna el tripartito durante siete años. Alguna responsabilidad tendrán todos ellos también, no solo el PP.

L.B.: El país ahora ha desaparecido internacionalmente, el gobierno parece que esté bajo el mando de un piloto automático, abogados y jueces por un lado, y BCE por el otro. Es una especie de vacío en el que el gobierno tiene como política no hacer política.

J.P.: Sí, porque es una interpretación de la política de administración de las cosas, pero no de transformación de la realidad y de identificación de los problemas. Que la ley se respete es la condición necesaria a la que cualquier gobierno está obligado, pero no es suficiente. Hay que hacer política. Aquí en Cataluña existe primero un gran debate que hay que hacer no sobre la lengua, que no es debate, sino sobre los contenidos del sistema educativo. Otro sobre los medios de comunicación, públicos y subvencionados. O sobre el desvanecimiento de la presencia del Estado. Todas estas cosas explican este alejamiento afectivo de buena parte de la sociedad catalana respecto a la idea de España. También hay un debilitamiento de España como proyecto, que es producto de una crisis económica que ha hecho caer en picado el prestigio del propio país. Y luego hay que tener una presencia más activa. La mitad de la sociedad catalana se ha movilizado mucho ?y ahora también está muy quemada? y ha dado la impresión de que era la representación de la gran mayoría, por no decir la totalidad. Pero hay una parte muy significativa de la sociedad catalana más bien acobardada, que socialmente se veía incomodada por manifestar su opinión y ha preferido callar, pero que necesita sentirse protegida y acompañada. Decía usted que soy optimista sobre la globalización. Sobre Europa y sobre Cataluña no lo soy. En el caso de Cataluña, sobre todo en determinados territorios, el nivel de desconexión mental es impresionante. En Girona ya casi nadie cree que eso sea España. Es cierto que, si se volviera a reforzar la idea de Europa, también sucedería con España, puesto que eso siempre son vasos comunicantes. Siempre ha existido una correlación inversa casi exacta entre la decadencia de España y la emergencia del nacionalismo.

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9 de septiembre de 2016
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Meneses, el candidato que saluda

Irrumpió en la carrera presidencial hace pocos días. Su campaña está centrada en saludar "como nadie lo ha hecho nunca antes" a la comunidad latina. Juan Pablo Meneses habla aquí, por primera vez, de su candidatura a presidente del País Portátil en las elecciones del próximo 8 de noviembre.

 

-¿Por qué ser candidato a la presidencia?

- En estas elecciones todos saben que será clave el factor hispano, y por eso los otros candidatos están apostando fuerte a saludar a la comunidad latina. Hay muchas señales. Uno viajó a México a saludarlos en persona, y otra eligió de candidato a vicepresidente a alguien que saluda con "un poquitou" de español. Ninguno gasta tiempo en propuestas muy concretas a favor de los hispanos, ni en políticas claras en beneficio de esta comunidad cada vez más grande, ni en frenar graves abusos migratorios que siguen hasta ahora. Los candidatos parecen estar convencidos que, para ganar el voto latino, basta con saludar a la comunidad hispana. Y, a la hora de saludar, creo que tengo una ventaja sobre ellos.

 

-¿Cómo es eso?

-Porque siempre he saludado muy bien. Desde muy chico que he sentido esa necesidad de saludar, y hacer gestos. Y lo hago de distintas formas. Quienes me voten deben estar confiado que no me cansaré de saludarlos, y prometo hacerle gestos a la comunidad latina como nunca antes fue saludada. Con fuerza, con optimismo, con entusiasmo y de forma innovadora.

 

-Que los candidatos a la presidencia del País Portátil saluden a la comunidad latina no es algo nuevo, aunque en esta elección parece ser más clave que nunca. ¿Por qué piensas que un saludo o un gesto vale más que un programa de propuestas más concretos?

-Creo que es porque los latinos han tenido el saludo muy postergados en el País Portátil. No siempre reciben un "good morning" amable en la mañana, ni cierran la jornada con un amigable "good night". Y eso no puede seguir pasando, eso lo debemos cambiar. Todos los candidatos parecen de acuerdo en eso, si algo necesitan los hispanos de este país es recibir saludos y gestos. Y no sólo durante la campaña.

 

-No es fácil que gane las próximas elecciones ¿Con qué resultado se sentiría satisfecho?

-Será una pelea difícil, pero uno no se mete en esto para dar peleas fáciles. Cada vez que un medio de comunicación diga que tal o cuál candidato "saludó a la comunidad latina", cada vez que un periódico o un canal de TV o una radio informe que tal o cuál candidato "hizo un gesto a los hispanos", habremos ganado un voto. Porque, y lo repito con entusiasmo, haremos todo lo posible para saludar y hacer gestos como nunca antes lo vieron los latinos del País Portátil. 

 

 

 

Entrevista aparecida en el diario El Portátil  

 

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9 de septiembre de 2016
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El Brexit, visto desde Asia

El ángulo de visión proporciona perspectivas distintas. No es lo mismo el Brexit visto desde Asia que desde Europa, desde Hangzhou, donde se ha celebrado la cumbre del G20, que reúne a las economías punteras y emergentes, que desde Bruselas, la capital de la integración europea.

Theresa May, la flamante primera ministra británica, ha hecho en la ciudad china lo que todos: vender su mercancía, en su caso la idea de unos tratados de libre comercio que sustituyan a la actual pertenencia a la Unión Europea entre 2019 y 2020. May es novata en cuestión de cumbres, de forma que su sola presencia y sus palabras constituían un atractivo, como lo era para otros tres novatos ?el brasileño Michel Temer, el argentino Mauricio Macri, o el joven saudí Mohamed bin Salman, número tres del régimen, que se estrenó en la cumbre en representación del rey su padre? o para el veterano de diez cumbres que ahora se despide, que es Barack Obama.

Los dos días de ceremoniales encuentros, con comunicado final negociado previamente, deben servir para reforzar el crecimiento mundial, buscar políticas innovadoras respecto al crecimiento económico, construir una economía mundial abierta y asegurar que sus beneficios lleguen a todos. No es extraño, por tanto, que el Brexit, el improbable alto el fuego en Siria, la tensión en el Mar del Sur de la China o los rescoldos bélicos en Ucrania susciten mayor atención que la gobernanza mundial a la que dedica sus esfuerzos la cumbre.

May consiguió buenas palabras acerca de los tratados de libre comercio por parte de China y Australia, pero a costa de una nueva reprimenda de Estados Unidos y otra mayor todavía de Japón, con documento anexo sobre los costes del Brexit para las empresas japonesas. Una de las características de las cumbres del G20 es que las cosas importantes suceden fuera del escenario, en los encuentros bilaterales o en las conferencias de prensa.

Este principio no vale para el anfitrión, que goza de un momento de reafirmación en su papel y en su política globales y tiene todo el interés en que todo funcione como un reloj y que las conclusiones queden inscritas en los anales de la historia de la humanidad. En el caso de China, que preside por primera vez esos Juegos Olímpicos de la gobernanza global que son el G20, ha sido ocasión de lucimiento para su hiperpresidente, Xi Jinping, al que se considera como el dirigente con más poder en sus manos desde Mao Zedong.

China practica una diplomacia cautelosa y de bajo perfil, "moderadamente revisionista" respecto al status quo mundial, según el profesor estadounidense David Shambaugh, con el objetivo de "alterar las reglas, los actores y el equilibrio de influencias desde las actuales instituciones y a la vez establecer nuevas instituciones y normas de gobernanza global" ('China goes global. The partial power'. Oxford University Press). Aunque Pekín siempre se ha manifestado en favor de la integración europea, una vez los británicos ya han votado el Brexit, está claro que Xi Jinping está pensando en cómo sacar sus propios rendimientos en la redistribución de poder que pueda deducirse de la salida de Reino Unido de la UE.

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8 de septiembre de 2016
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Una Europa de tres velocidades para que Londres no se vaya

El proyecto que acaba de difundir Bruegel, el think tank europeo, gira alrededor de un concepto innovador para resolver el rompecabezas del Brexit. Le llama Asociación Continental (Continental Partnership) y consiste en una cooperación intergubernamental estructurada, que garantice la parte del Mercado Unico que le interesa a Reino Unido ?las tres libertades de circulación de bienes, servicios y capitales? ?sin derecho legal a la libre circulación de trabajadores pero sí un régimen de una cierta movilidad laboral controlada y una contribución al presupuesto de la UE?.

Bruegel propone abordar el problema a partir de una visión funcional y no política del Mercado Único, que igualmente obliga a la aceptación de numerosos capítulos del ?acquis communautaire? y a preservar el control de las ayudas de Estado, política de competencia y reglas comunes y estándares mínimos, cuestiones todas ellas que son de la incumbencia de la denostada Comisión Europea. Además de la participación funcional en el Mercado Único, la Asociación Continental también contempla una ?estrecha cooperación en política exterior, seguridad y posiblemente defensa?, que es plenamente intergubernamental.

Como no puede ser de otra forma, nada se puede hacer sin instituciones, aunque mucho de los brexiters nada odien más que las instituciones europeas. Pues bien, Bruegel propone la creación de un Consejo de la Asociación Continental (CAC), como institución intergubernamental sin capacidad legislativa ni participación formal en la fabricación legal, pero con el derecho a la deliberación y a la enmienda en los procesos legislativos de la UE que le afecten. El CAC, y en su caso Londres, no tendrá derecho de veto ni podrá paralizar la toma de decisiones de la UE, pero sí tendrá voz antes de que el Consejo y el Parlamento Europeo decidan.

Como en toda la arquitectura europea, un tal organismo, aunque sea intergubernamental, también podría tener, según Bruegel, una corte de justicia con jueces de todos los países, aunque indefectiblemente deberá estar vinculada de una u otra forma a la Corte de Justicia de la UE de Luxemburgo. Como remate y probablemente para disgusto de los brexiters, ?la participación en el presupuesto de la UE será vital?, dicen los autores del ?paper? por si alguien se despistaba.

El proyecto quiere resolver tres cosas. Primero, el rompecabezas del Mercado Único, y principalmente la dificultad de encontrar una fórmula útil, cosa para lo que no sirve ni el modelo de Noruega, ni el de Suiza, ni tampoco el de los simples acuerdos de libre comercio. Luego, quiere abordar de forma pragmática y prudente las cuestiones de seguridad y defensa, en las que Europa entera y no solo Reino Unido se arriesgan a perder mucho de la fragmentación que significa el Brexit y están por tanto obligados a avanzar en la integración. Y en tercer lugar, quiere hacerlo todo dentro de una arquitectura europea que no frene la integración sino al contrario que la impulse.

Este es el primer proyecto que aparece sobre la mesa de debate. Seguro que tiene defectos y lagunas, pero contiene ideas originales y eficaces y sirve, por tanto, para la discusión. Aunque sus autores solo se representan a ellos mismos, la presencia de Pisani y de Röttgen en el equipo que lo ha discutido y trabajado, permite entender que hay una cierta inspiración de ideas francesas y alemanas. Veremos en las próximas semanas si toma vuelo la idea de esta Europa de tres velocidades capaz de mantener a Reino Unido integrado en ella.

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7 de septiembre de 2016
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El final del túnel

Gracias a Gabriel García Márquez en Colombia las exageraciones se volvieron normales, y por eso no sorprende decir que el país ha vivido una guerra continuada que supera el medio siglo. Si lo pusiéramos en los propios términos gabeanos, sería las guerra de los veinte mil días; y el coronel Aureliano Buendía, que peleó en una más modesta que la historia patria llamada de los mil días, hubiera visto la duración de esta otra con desmedido asombro, igual que el número de víctimas que ha dejado, 260.000 vidas humanas sacrificadas.

No es una guerra sólo entre dos bandos, liberales y conservadores, como la del coronel Aureliano Buendía, sino toda una maraña de escenarios y actores, en la que a lo largo de las décadas han entrado y salido, liberales y conservadores, claro que sí, y ejércitos guerrilleros, unos marxistas ortodoxos, como los de las FARC que ahora va a desarmarse, y otros heterodoxos, y paramilitares y narcotraficantes, en lucha contra las fuerzas militares de un estado que no pocas veces resultó desdibujado y llegó a perder el control de vastas zonas rurales.

En visitas recientes que por motivos de mi oficio literario he hecho a Cali y Bucaramanga, el asunto de los acuerdos de paz no ha faltado en las conversaciones, en los debates, y en las entrevistas de prensa, y lo primero que he dicho a todos es que si yo fuera colombiano votaría por el sí.

Tomé como referencia mi propia experiencia respecto a los acuerdos que pusieron a fin a las guerras que tantas muertes, daños y sufrimientos causaron en la década de los ochenta en Nicaragua, El Salvador y Guatemala, muertos, desaparecidos, mutilados, desplazados; guerras que de diversas maneras envolvieron también a Honduras y Costa Rica.

Aquellos conflictos fueron solucionados en base a los acuerdos de Esquipulas, firmados por los presidentes centroamericanos, pero aunque cada uno tuvo su propia dinámica y fecha de conclusión, los compromisos alcanzados fueron similares en cuanto a sus bases, e incluían el desarme de las fuerzas insurgentes, su incorporación a la vida civil, y el derecho a organizarse como partidos políticos. Es lo mismo que, con sus propias particularidades, habrá de ocurrir en Colombia: cambiar las balas por los votos.

Quienes antes reclamaban con las armas por cambios estructurales y reivindicaciones sociales y políticas, hoy pueden hacerlo aún desde el gobierno, como en el caso del FMLN de El Salvador, que ha alcanzado ya dos veces la presidencia de la república.

Y la paz se logró en Centroamérica porque no había solución militar al conflicto. Las fuerzas insurgentes, de derecha e izquierda, no podían ser derrotadas por las armas, y como no se trataba de una rendición en la que el vencedor impone sus términos, en la mesa de negociaciones las partes tuvieron que hacer concesiones mutuas.

Más compleja la guerra colombiana que la centroamericana, porque el narcotráfico no había aún metido sus garras tan a fondo en la región como ahora, y por tanto no llegó a financiar ni armar bandos, ni a involucrarlos en el negocio de la coca. En ese caso, la solución se habría complicado hasta extremos impredecibles.

Lo que más se discute en Colombia es el asunto de la impunidad, quiénes pagarán por los delitos cometidos durante la guerra, y quienes no. Sin embargo, los acuerdos no dejan de lado la impunidad total. Establecen un sistema de justicia transicional con penas diferenciadas para delitos confesados y no confesados, y excluye los crímenes de lesa humanidad que son referidos al Estatuto de Roma, es decir, serán juzgados por la Corte Penal Internacional de La Haya.

Un avance, porque al alcanzarse la paz en Centroamérica, la responsabilidad por los crímenes nunca quedó explícita en los acuerdos, ni tampoco se tomó en cuenta a las víctimas ni a sus deudos, como sí ha ocurrido durante el proceso de negociaciones en Colombia. 

Héctor Abad Faciolince, mi amigo escritor que tiene toda la autoridad moral del mundo para hablar de este tema porque su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, defensor de los derechos humanos, fue asesinado por paramilitares en 1987 en una calle de Medellín, de donde resultó un libro ejemplar, El olvido que seremos, ha escrito en un reciente artículo que termina con una frase lapidaria:

"La paz no se hace para que haya una justicia plena y completa. La paz se hace para olvidar el dolor pasado, para disminuir el dolor presente y para prevenir el dolor futuro".

Él votará por el sí.

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7 de septiembre de 2016
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El Boomeran(g)
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