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Poema 13

La nada es cimiento

el mar son cenizas

la calle es vendaval.

El viento es curvo

la lluvia cursi.

El sabor es deletéreo

el gusto es lastre

el olfato inmortalidad.

La nariz es gato

la luna es circo

el mundo es relevo

el fututo un relámpago

el porvenir no escucha.

El habla es calderilla

la culpa firmamento

el juicio capicúa.

La interrogación es pájaro.

La vida es tos

la noche opio

la luz anís.

El jazmín es hilván

el fúsil un sendero

la cuchara tiburón.

La inteligencia es crimen

el amor una tumbona.

la bondad mamífera.

La felicidad es catástrofe

la necesidad plata.

La esperanza es mármol

el odio cobre.

El lunes es azul

el sábado estaño.

Octubre es el carácter

enero la indigencia

febrero esclavitud.

Junio acuchilla

julio se desangra

septiembre descarrila.

El amarillo es límite

el hierro enfermedad

el azúcar un cadáver.

La selva bosteza

y el ojo aúlla.

El deseo es desván

el espejo su amenaza

el sueño es licor.

Los lobos dialogan

los pilares desafinan.

El rostro es cordillera

la voz es un cantón

la rodilla un formulario

el solomillo bretón.

La música es veladura

el reflejo marcapasos

los buques son vanos

el silencio es nada

la nada es cimiento.

El violento sino del alcohol.

 

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2 de noviembre de 2016
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El abejaruco y el hombre

 

 

Describe Derek Watson en el segundo de sus Viajes Naturalistas (1869) la impresión que le causó un bando de abejarucos volando “entre una espesa calina, a bastante altura, sobre un amplio barranco seco y pedregoso” del sur de España. Parece ser que “la cegadora y blanca luz que impregnaba el cielo y las abruptas laderas” no permitía ver qué aves eran las que producían “un peculiar griterío” y el ornitólogo inglés –poco ducho por aquel entonces en la identificación auditiva- tuvo que esperar, pese al “insoportable calor”, a que a mediodía se disipasen las calinas y así comprobar que se trataba de las “gráciles y multicolores avecillas” conocidas en el mundo científico por Merops apiaster  (Merops y apiaster nombres griego y latino de un ave comedora de abejas). 

 

Camino ya de Londres se detiene en la ciudad de Burgos donde es invitado a una reunión en el Gabinete de Recreo (sic). En el inmenso caserón, la inteligencia local, quizá con mayor afectación que la acostumbrada, discute sobre los últimos y prometedores avances científicos. Terminado el coloquio, “no excesivamente interesante”, y “caminando pausadamente por un sombrío pasillo de la planta baja”, se abre de improviso una pequeña puerta que es rápidamente cerrada por “un individuo que disponiéndose a salir, retrocedió en seguida al ver la comitiva de sabios y respetables ciudadanos”;  pero en el brevísimo intervalo en que permanece abierta, Derek Watson vislumbra “una sala grande donde formaban corros hombres de pie y sentados”. Al día siguiente, domingo, último de su estancia en Burgos, “a eso de las once de la mañana”, y con la excusa de visitar la ciudad, se ausenta de casa de sus anfitriones y se dirige solo al Gabinete de Recreo. Entra en el edificio, preocupado por si no va a encontrar la misteriosa puerta de la noche anterior, pero cuál es su sorpresa al hallar el pasillo iluminado, lleno de gente, y con dos puertas abiertas a una gran sala rectangular donde “numerosos personajes” juegan a las cartas, mientras en un rincón, apoyados en un mostrador, otros consumen bebidas. 

 

Ya había comprobado en un lugar parecido a éste, en un pueblo cercano a la ciudad de Córdoba, como esos “hombrecillos viciosos, jugadores empedernidos, iban y venían de sus casas al casino, cabizbajos, presurosos, con la actitud del honrado tendero que periódicamente frecuenta el prostíbulo”. Pero es que también aquí se repetía un curioso hecho; cuando “los componentes de una partida”, ya sentados, pedían a alguno de los “mirones” que les completaran la mesa, éstos, invariablemente, rehusaban, e invariablemente lo hacían mediante la siguiente fórmula: “no, que he de ir a misa” ó “no, que aún no he ido a misa” ó “no, que me voy a misa”. Sigue Derek: “en seguida me di cuenta de que esa fórmula que con tan mínimas variaciones repetían los asistentes a la sala de juego debía de ser una especie de contraseña que pronunciarían también en otros lugares y que como tal contraseña contendría un mensaje destinado a satisfacer a los que la escucharan”. Nuestro ornitólogo, espoleado tal vez por el vino castellano, estaba a punto de realizar un descubrimiento: el porqué del griterío de los abejarucos entre las calinas, su archifamosa Teoría de la Cohesión de las Aves Gregarias. 

 

 “Vi claro que los hombrecillos viciosos, pese a ser ellos los que mantenían con el gasto de cantina y la comisión de las apuestas el pomposo Gabinete, eran conscientes de su inferioridad ante los sesudos y honorables caballeros de las reuniones científicas”. “La pasión por el juego” era “el pecado nefando” que los diferenciaba expulsándolos a aquella “catacumba” donde, rehusando cualquier invitación a consumarlo, aprovechaban además para proclamar, con notoriedad, su condición de creyentes –este era un país donde las mezclas tanto de razas como de clases sociales no estaban bien vistas-. Los cristianos viejos, como los abejarucos, debían indicar con claridad su presencia a los demás, informándoles de sus credenciales para así sentir el amparo de su grupo social, del bando en vuelo por peligrosos parajes. Ciento treinta y ocho años después el griterío de cohesión entre las calinas, gracias al viril empeño de escopeteros y demás excursionistas, se ha ido perdiendo; de las catacumbas no hay noticia, al menos de carácter oficial, aunque de vez en cuando, según opinión de algunos, todavía retumban... pero serán los ecos.

 

 

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1 de noviembre de 2016
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Llamadas silenciadas

La conversación telefónica sigue viva de la misma manera que el bailar agarrado, los anuncios clasificados de los diarios o los videoclubs. No hay más que ver cómo reaccionamos cuando suena el teléfono fijo de casa, al cual ya no llama ni nuestra madre. Un sabor a extrañeza primero, un chasquido de lengua, y la intuición de saber que sólo un intruso que nos quiere vender algo puede atreverse a disturbar nuestra paz. No queremos regresar a aquellas llamadas que más de una vez nos han levantado de la cama, en las que el interlocutor comenzaba con un “¿Te he despertado?”; y nosotros, tan pudorosos como mentirosos, respondíamos casi siempre que no sin saber por qué. Según la consultora Nielsen, la llamada telefónica murió hace nueve años: en el otoño del 2007. Entonces, el volumen mensual de SMS enviados en Estados Unidos superó, por primera vez, al de las llamadas realizadas desde los mismos móviles, ratificando que el teléfono había desviado su función principal –la de escuchar y ser escuchado– en aras de una fórmula menos invasiva, aparentemente, de comunicarse.
Entonces aún no existía el Whats­App, que tanto ha contribuido a la adicción al mensaje de texto bajo la premisa de su comodidad y gratuidad. Según cifras difundidas por Mark Zuckerberg, el número que se envían a través de Messenger y WhatsApp es de 60.000 millones por día, triplicando los mensajes de texto que se mandaron en el mejor momento de los SMS. Claro que se abusa de los insulsos “Ok” o de los emojis, que hacen las delicias de adultos y pequeños: en las tiendas de gadgets se ha desatado el furor por los cojines de peluche con las caras de los emoticonos, y el más popular, según me indican mis fuentes, es el que se troncha de risa.
Hoy, los usuarios de los dispositivos se citan por mensaje para hablar por teléfono, y a veces fingen no tener cobertura a fin de evitar la conversación o simplemente han desarrollado fobia al auricular. La gente mayor aún descuelga el teléfono entre la urgencia y la sorpresa, no en vano a través del cable les llegaron muchas buenas y malas noticias; pero para la mayoría de mortales el mensaje invita a una privacidad y eficacia de la que carece la llamada de voz (y más a través de WhatsApp, a menudo tan defectuosas que llegan a reproducir la comicidad de aquellas primeras centralitas caseras). El teléfono fijo, antes monumento doméstico, ha quedado arrinconado y hasta anacrónico. El mismo que sirvió como excusa argumental para obras tan diversas como aquella cabina claustrofóbica de López Vázquez, el monólogo de Cocteau La voz humana e incluso los relatos Llamadas telefónicas de Bolaño. Se evaporó su inspiración escénica, la intimidad que supuraban –y es curioso que hayan sido sustituidas por extenuantes chats entrometidos–, pero a buen seguro que acabarán regresando como los discos de vinilo o las barberías clásicas, arrastrando la nostalgia vintage de una vida más concurrida.
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31 de octubre de 2016
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Poema 12

Tras meses de pena y culpa
lacerado por el grito
del volcán y
siendo gatos audaces
las últimas noticias,
vinimos a una
playa
torneada
como una baranda de cobre
diseñando la hilera
del jugo del mar.
Fue el primer signo
de una época
atildada o estética
con besos de púrpura
tierras entibiadas, ciertas
que abrían
sus pliegues
a un entendimiento
ignorante.
Una alegría sin brújula
ni destino fijo,
un bienestar
que hizo saber
el plomo incrustado
en la totalidad del cuerpo,
las ideas criminales
los temores venenosos
y suicidas
que decidieron
tanto tiempo
la historia del dolor.

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31 de octubre de 2016
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Como gatitos ciegos

Todo estaba preparado, hoy hace 60 años, para aplastar la revolución. Diez divisiones, con 5.000 carros y 150.000 hombres, más un nutrido apoyo aéreo, se había desplegado por toda Hungría, había bloqueado las fronteras con Occidente y organizado una tenaza sobre Budapest, que iba a cerrarse en la madrugada del 4 de noviembre.

El embajador de Moscú en Hungría era Yuri Andropov, el hombre que en 1982 se convertiría en el máximo dirigente de una Unión Soviética gerontocrática que ya se hallaba sin saberlo en fase de inmediato desmoronamiento. Andropov fue el elemento decisivo de aquella operación militar que terminó con una Revolución protagonizada por los jóvenes húngaros, estudiantes y obreros, en su gran mayoría de ideología izquierdista y comunista, pero dispuestos a morir por la libertad y la independencia de su país.

El primer intento de ahogar la revuelta, el 25 de octubre, se hizo con una fuerza de unos 20.000 soldados y apenas un millar de carros, preparados para los combates urbanos contra un ejército enemigo, como el alemán, al estilo de lo que había sucedido en la Guerra Mundial. Pero no para enfrentarse a una improvisada guerrilla urbana, con barricadas y cócteles molotov, que obligó al segundo ejército del mundo a replegarse y prometer conversaciones con el nuevo Gobierno pluralista y democrático, encabezado por el comunista reformista Imre Nagy.

Nadie estaba preparado para aquella Revolución. No lo estaba Washington, concentrado en la campaña electoral para la reelección de Eisenhower, que se conformó con mantener el reparto del mundo urdido en Yalta y sólo se permitió alentar a los revolucionarios e incluso criticar por su moderación al Gobierno de Nagy desde su emisora dirigida a los países comunistas. Tampoco Naciones Unidas, que se ocupó tarde y mal de las dos intervenciones soviéticas, pues estaba atareada con la invasión de Suez por Francia, Reino Unido e Israel, que se produjo en idénticos días.

Europa todavía no existía, y la mayor prueba era que París y Londres se habían metido en esta última y absurda aventura imperial e iban a recibir la regañina y el castigo correspondiente de Washington. La propia Unión Soviética tampoco podía imaginar que alguien cuestionara su orden y autoridad imperial sobre sus países vasallos. El único preparado, muy bien preparado, para enfrentar situaciones tan difíciles era el embajador Andropov, que consiguió adormecer y engañar al nuevo y legítimo Gobierno, tender una trampa y detener a la cúpula militar húngara y preparar la invasión con modos de fariseo y de tahúr. Recibió su premio al poco en forma de rápida escalada en el partido hasta alcanzar la jefatura del KGB en 1967, cargo que ocupó hasta 1982, cuando se convirtió en sucesor de Bréznev y antepenúltimo líder de la URSS.

El aplastamiento de la Revolución de 1956 llevó al exilio a casi 200.000 personas. Fueron a parar a las cárceles unas 22.000, de las que 330 fueron ejecutadas, entre ellas el primer ministro Imre Nagy. La dirigente comunista italiana, Rossana Rosanda, ha descrito en una frase escueta el espíritu que reinaba en las filas comunistas: "Los camaradas se sentían engañados, tratados como gatitos ciegos".

La fe en el comunismo se quebró de forma irreparable. Los 33 años que faltaban para la caída del muro de Berlín iban a ser una larga e inexorable pendiente y una permanente sangría de militantes. Pero aquél fue el año decisivo, en que se desarrolló la primera revolución antitotalitaria en un país comunista, y se conocieron los crímenes de Stalin gracias al informe secreto de Nikolái Jruschov ante el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS.

Todo ha cambiado en el 60º aniversario, mal les pese a la extrema derecha y a los populistas húngaros, que buscan estos días imposibles paralelismos. Aunque queda un hilo de inquietante continuidad. El actual señor del Kremlin, Vladímir Putin, también ha sido miembro del KGB, en el que ingresó a las órdenes de Andrópov. Ha sido el jefe máximo de los servicios secretos de Moscú, aunque en este caso con las nuevas siglas del FSB, el servicio federal de seguridad que sucedió al soviético Comité de Seguridad del Estado. Y se aupó en el poder gracias a la guerra de Chechenia, la acción militar que más se parece y que incluso supera a la terrible represión sobre Hungría en 1956.

Como sus antecesores en el Kremlin, que llamaban a capítulo a los Gobiernos de los países satélite para impartir sus órdenes, ahora Putin exhibe el poder que le dan los grifos del gas y del petróleo que Europa necesita para vivir. Sería muy lamentable que gracias a la desunión y a la ceguera de los europeos, los sucesores de Andrópov recuperaran ahora parte de lo que empezaron a perder hace 60 años.

* Este artículo apareció tal cual en las páginas de Internacional de EL PAÍS hace diez años, el 2 de noviembre de 2006, y solo se ha cambiado la cifra del 50 aniversario por el de 60. Se han mantenido intactas las consideraciones sobre el gas y el petróleo rusos, a pesar de que ahora Moscú cuenta con otras palancas más potentes para condicionar al conjunto de Europa.

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31 de octubre de 2016
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Bajo los montes de Kolima

El relato de lo que pasa debajo de los recónditos montes siberianos de Kolima es una magnífica novela de aventuras que va mucho más allá del clásico thriller ambientado en los últimos coletazos de la Guerra Fría (y póngase todo el énfasis del mundo en lo de fría porque gran parte de la acción  transcurre a cincuenta grados bajo cero).

                Es su última novela y a Lionel Davidson le costó dieciséis años  reunir la extraordinaria documentación que necesitó para escribirla. El resultado es la prodigiosa reproducción de unos hechos que nunca existieron pero relatados con tanta precisión y detalle que parece como si Davidson los hubiese presenciado en persona.

                La máxima concesión que se le exige al lector es dar por buena la existencia de una secreta base científica soviética situada bajo las montañas de Kolima y en la que se está desarrollando un programa para la creación de unos simios inteligentes y encima capaces de trabajar a temperaturas inhumanas. El propio Davidson parece tan consciente de la inverosimilitud de dicho experimento que necesita una desproporcionada cantidad de páginas para narrarlo. Unas páginas y un trabajo que se podría haber ahorrado de haber utilizado el truco del Mcguffin ideado por Hitchcock. Y que más o menos funciona así:”Al lector le basta con ser informado de que es importantísimo el contenido de ese maletín por cuya posesión todos se matan”. Por fortuna, contra el vicio  de explayarse en exceso existe la virtud de saltarse los excursos más pesados y el lector queda avisado: cuando llegue al episodio de los simios puede saltárselo sin más porque sólo se perderá la prolija relación de un experimento inventado.

Y con ese recurso tan sencillo podrá volver cuanto antes a la acción, que es apasionante y de mucho aprender. Quien tenga la idea de que Siberia es un gigantesco desierto despoblado y sin vida se llevará una sorpresa: allí están las minas de oro más ricas del mundo y hay más petróleo y gas que en Arabia, aparte de otras muchas clases de minerales, bosques y animales de preciosas pieles que les protegen del frío. Para aprovechar esos recursos aquél helado territorio se ha llenado de minas, industrias, aeropuertos, almacenes, empresas de transportes y  ciudades que dan cobijo a unos cuantos millones de habitantes. Mientras idea trampas e inventa peligros Davidson lleva a cabo una detallada relación de cómo viven, trabajan, se visten, aman y se divierten (con el vodka como elemento imprescindible en todo ello) los trabajadores rusos atraídos a tan inhóspitas latitudes por unos sueldos muy tentadores.

Pero luego están los nativos que son un mundo en sí mismos y que Davidson recrea de forma magistral. Quien piense que por conocer a los inuit ya sabe algo de los nativos de Siberia y Alaska también va a quedar sorprendido.  Al fin y al cabo el estrecho de Bering que separa a las dos grandes superpotencias es la gran autopista de hielo que si antaño permitió el paso de hombres y animales desde las grandes estepas asiáticas al continente americano actualmente también permite el tráfico entre ambos contendientes. Y la relación entre los nativos  de uno y otro lado del estrecho no se llegó a romper ni siquiera en los momentos más duros de la Guerra fría. Por esa razón Porter, el protagonista, que es un indio gitksan de la etnia tsimian, puede hablar, negociar y hasta hacerse pasar por un nass, un chutki o un eventki. Y si es elegido para infiltrarse en Kolima y regresar con sus secretos es porque, además de todo lo anterior, también puede fingir ser  coreano, chapurrea el japonés y escribe en inglés libros de antropología porque incluso recibió una beca para estudiar en Oxford los viejos tratados suscritos por los nativos de Siberia y Alaska con los colonizadores europeos.

Otra faceta notable es el profundo conocimiento del medio y el cuidado de Davidson en las descripciones de las extremas condiciones del mismo. Si a la hora de contar el experimento con los simios es innecesariamente exacto, en cambio es una maravilla leer cómo el ingenioso Porter se construye un 4x4 gracias a los componentes  que él ismo  va sacando de un almacén gubernamental o cómo se las apaña para levantar las piezas más pesadas (el motor, el cambio de marchas, el cigüeñal, etc) debiendo hacer todo ello a muchos grados bajo cero y en una cueva escondida cerca de un río helado que le sirve de carretera.

La traca final es una trepidante huida en la que Johnny Porter, que ha logrado sacar de la base ultrasecreta una importantísima información, trata de atravesar la frontera con Estados Unidos  valiéndose de toda clase de vehículos (el 4x4 construido por el mismo, un avión, otro 4x4 robado, una máquina quitanieves, un vehículo de transporte y, al final, esquiando sobre mar de Bering helado, perseguido a todas estas por un implacable general del KGB que pese a disponer de radios y teléfonos, reactores, helicópteros y vehículos semioruga atestados de soldados, no podrá impedir que ese híbrido entre James Bond y Rambo llamado Johnny Porter logre llegar a suelo norteamericano con su valiosa información. Un verdadero tour de force, como se puede colegir solo con sopesar las 534 páginas del ejemplar, pero muy bien resuelto.

 

 

Bajo los montes de Kolima

Lionel Davidson

Traducción de Cristina Martín Sanz

Salamandra

 

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30 de octubre de 2016
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La caja negra del poder

Ahítos de transparencia como estamos, nos cuesta mucho entender los sistemas organizados en torno a la opacidad. En nuestros procesos de selección y elección de líderes no es la información lo que nos falta. Al contrario, al ser tan excesiva y de tan difícil decodificación, la demanda de los ciudadanos se traslada al análisis, al criterio, al buen juicio finalmente.

En la segunda superpotencia mundial y aspirante a primera para finales del siglo XXI que es China sucede exactamente lo contrario. Los procesos de selección y elección de líderes son lentísimos, extraordinariamente opacos e incluso sin reglas de juego claras y fijas que permitan un mínimo de orientación. A los ciudadanos se les ahorra el espectáculo cruel de la lucha por el poder que en nuestros sistemas se exhibe a veces con obscenidad.

El Vaticano y la suprema ceremonia del poder que es el Cónclave en el que se elije el papa es en comparación con el poder chino un juego de niños. El Kremlin sigue siendo complicado, sobre todo porque no hay regla de juego alguna que no sea la de la correlación de fuerzas, usualmente a favor de quienes tienen más palancas en la sombra, que son los servicios secretos. Los palacios reales de Riad no quedan mancos en cuanto a las invisibles pugnas endogámicas entre las distintas ramas de la familia Al Saud. Pero la palma sigue llevándosela Zhongnanhai, el complejo situado en el centro de Pekín, junto a la Ciudad Prohibida, donde viven y trabajan los emperadores rojos rodeados del mayor misterio y de un absoluto sigilo informativo.

En todos los sistemas antes citados, a diferencia de nuestras denostadas democracias representativas, funciona el sistema de la caja negra del poder. Es decir, tenemos un desconocimiento absoluto de lo que ocurre dentro del recipiente cerrado e inaccesible donde se toman las decisiones y debemos guiarnos únicamente por los datos que nos proporcionan los hilos eléctricos de entrada y salida. Con la idea de la caja negra, como saben quienes recuerdan todavía sus clases de física elemental, nos obligamos a entender el funcionamiento de un sistema por los datos exteriores que nos proporciona en vez de los elementos que lo componen, y de ahí que sea una imagen potente y útil para analizar los sistemas políticos cerrados y opacos.

De que las cosas son así en Pekín, hemos tenido buena prueba esta pasada semana, con el VI pleno del Comité Central del Partido Comunista de China, el órgano de dirección partidista que se reúne regularmente entre dos congresos y de donde emanan levísimas señales sobre la fuerza y el poder de cada uno de los dirigentes y especialmente del líder máximo, actualmente Xi Jinping. Los observadores más atentos esperaban obtener una señal clara respecto al liderazgo del actual número uno del partido y del Estado, el dirigente que ha acumulado más poder y más rápidamente en sus manos desde Mao Zedong, el fundador endiosado de la República Popular. El dato debía versar sobre una cuestión muy concreta, como era saber si Xi está preparando su perpetuación del poder más allá de lo previsto, rompiendo así la regla de juego informal, que ya se ha aplicado a las dos generaciones anteriores

Si Xi tuviera intención de retirarse al cumplir los 68 años, al final de su segundo mandato de cinco años en 2022, tal como está tácitamente acordado, este VI pleno hubiera sido la ocasión para señalar a un sucesor --o incluso sucesores, puesto que este tipo de señalamiento suele producirse a pares--, que recibiría la plena confirmación en el Congreso del Partido en octubre del año siguiente. Eso no ha sido así, o al menos nada se ha destilado de la reunión del pleno en este sentido, aunque tampoco ha ocurrido lo contrario.

El PCCh hace las cosas muy despacio, paso a paso, con un sutil incrementalismo en las decisiones muy difícil de detectar y valorar. Lo más notable en cuanto señales exteriores que se han podido detectar es que Xi Jinping ha sido declarado ?núcleo' del partido alrededor del cual deben todos arracimarse, curioso apelativo que su antecesor, el gris Hu Jintao, nunca mereció; pero a la vez se ha recordado la doctrina --que era de rigor en la anterior generación-- de la dirección colectiva, introducida precisamente para evitar el culto a la personalidad y las decisiones arbitrarias y caprichosas de Mao Zedong y su entorno.

El líder de la actual generación en el poder, la quinta después de Mao, ha demostrado ya una personalidad política y una idea de su autoridad personal mucho más acusadas que su antecesor, lo que ha conducido desde el primer día a especulaciones sobre su capacidad de romper la regla no escrita de la sucesión, establecida por Deng Xiaoping precisamente para evitar que los revelos se convirtieran en convulsiones políticas que pudieran afectar a la estabilidad del partido y del régimen. Con Xi el régimen se ha endurecido ideológicamente, tiene una política exterior más agresiva e incluso la represión contra la disidencia interior se ha incrementado. El propio partido, fuertemente electrizado por una lucha contra la corrupción de dimensiones desconocidas, ha recuperado algo de sus viejas raíces estalinistas.

En la época reformista y pragmática de Deng Xiaoping la obsesión era sustituir el gobierno de los hombres, tal como lo había protagonizado Mao, por el gobierno de las leyes, que no quiere decir de la democracia y del Estado de derecho, sino del Estado con derecho, que da previsibilidad y estabilidad y permite la apertura al mundo, las alianzas internacionales y las inversiones extranjeras. Parte del gobierno de las leyes era la reglamentación de las sucesiones, de forma que la sustitución de los líderes no terminara en una carnicería política con riesgo incluso físico, como sucedió con Mao Zedong en sus últimos años.

Pues bien, este progreso en la institucionalización de la cúpula del Estado parece que ahora ofrece dudas a muchos, hasta el punto de que se haya instalado la idea de que el hombre fuerte que dirige este país enorme con mano de hierro, al igual que hizo Mao, puede sustituir en el futuro a la idea del sistema estable y previsible. Pero esto no se conocerá con certeza hasta el próximo octubre, cuando el Partido Comunista celebrará su XVI Congreso. De momento, ya es evidente que Xi Jinping, sin necesidad de que se produzcan cambios políticos internos, se encuentra internacionalmente en la lista de los nuevos hombres fuertes del siglo XXI, como Putin, Erdogan, Al Sisi u Orban, que han empezado a poblar el paisaje de la nueva geografía política. Este es también un dato exterior que nos dice mucho sobre lo que está sucediendo en la caja negra.

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30 de octubre de 2016
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El rosa de tu vida

Esta ha sido la semana rosa, y no me refiero al PSC de Iceta bailando por la diferencia y separando la cabeza del cuerpo de un PSOE que ha decidido que todo cambie para que todo siga igual. El célebre axioma de El gatopardo es ya un recurso persecutorio para los cronistas, que sucumbimos a él a riesgo de producir hartazgo. Pero andamos secuestrados entre el tópico del dinosaurio de Monterroso, que al despertar seguía ahí, y el “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Y es que la banda sonora del momento solo se aviene a las repeticiones. El pasado jueves en el Congreso de los Diputados asistíamos a un cínico déjà vu: se escenificaban las mismas tomas, repitiendo todo el paripé para acabar en el mismo sitio, el gris al poder.
En la acera de enfrente, en el hotel Palace, donde los porteros son educadísimos y cautos –no como uno que custodiaba la puerta de un hotel posmoderno y me recibió con un “bienvenida caballera” , un lapsus linguae digno de colección–, se celebró el jueves una mesa redonda, Diálogos AECC (Asociación Española Contra el Cáncer), que contó con Liz Hurley, la embajadora global de la campaña de concienciación sobre el cáncer de mama de Estée Lauder. Hace 24 años, la pionera Estée decidió poner el foco sobre un mal del que nunca se hablaba pero que se extendía entre las mujeres (hoy, una de cada ocho puede padecerlo). Junto con la editora de Self Magazine, Alexandra Penney, e inspiradas por el lazo rojo del sida, escogieron el rosa como símbolo de su cruzada: concienciar, investigar, prevenir y curar el cáncer de mama. La supervivencia se sitúa hoy en un 85% de los tumores. Leticia Domecq, su directora en España, afirmó que desde la compañía han activado un movimiento global de pedagogía y recaudación de fondos –65 millones de euros hasta la fecha–, además de la financiación de becas y programas ambiciosos –con Josep Baselga, entre ellos– a fin de conseguir que los máximos investigadores puedan continuar su trabajo en España. “Es verdad que es caro, por ello es fundamental el apoyo de las empresas”, dijo la doctora Belén Gómez.
“Liz, here, Liz look here”, le piden los fotógrafos y ella, de rosa fucsia, dice: “El rosa, en India es alegría; hay un color rosa para todo el mundo”. La eterna exnovia de Hugh Grant, más celebridad que actriz –exceptuando aquel romanticón Remando al viento–, habló de su compromiso firme con la enfermedad: “Mi abuela murió de cáncer de mama sin decírselo a nadie. Creo que debemos luchar juntos, concienciar para prevenir, compartir experiencias, conseguir dinero”. Hurley es una mujer que ha vivido en las altas latitudes del glamour y el lujo. Después de sus 13 años con Grant se casó con un millonario y tiene amigos ídem. También diseña trajes de baño y sigue interesando a la prensa a sus cincuenta y un años, que por cierto quiso celebrar en bikini, demostrando que está bien contenta de sí misma, que la edad no es una barrera siempre que seas Elizabeth Hurley o Gwyneth Paltrow o Eva Herzigova. Todas ellas recogieron su premio como iconos de una época, los 90, en el acto que organizó la edición española de Elle para festejar su 30.º aniversario. Elle, la revista femenina en la que tomaron sus páginas Françoise Sagan o Marguerite Duras demostrando que las curvas no son proporcionales al tamaño del cerebro, nunca ha renunciado a su etiqueta rosa, “femenina”, ese sector de la prensa que algunos siguen mirando con desconfianza. Siempre te topas con algún personaje que siente algún resquemor, la última que conozco es la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, cuyo equipo me informó de que ella no se sentía cómoda en ese formato. Ni Carmena ni Aguirre padecen esas incomodidades, pero Madrid es Madriz.
Cierto es que en las fiestas de las revistas se bebe demasiado champán, fieles al dicho de Napoleón: “En la victoria mereces champán, en la derrota lo necesitas”. Ahora toca el rosé, el tercer color, tecnológico y espumoso, con el que brindó la revista Interiores en la II edición de sus premios, presididos por Josep Creuheras y Laura Falcó Lara. Allí se reunió la aristocracia de la decoración y el diseño, escenógrafos de palacios y nidos, pero también pensadores de grifos, ventanas o lámparas capaces de perpetuar la luz del atardecer, rosé.
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29 de octubre de 2016
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El Boomeran(g)
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