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Poema 17 (Vecinos de noche)

Locuaces cabelleras
Pilas de escombros
Estatuas heridas
Gentes coloradas
Sonidos de goma
Veredas de tiza
El azar
El veredicto
La luna que tose
La luna que habla
El hospital
El último dato
Los cocodrilos felices
Vajillas y delaciones
Bellas mujeres
De nariz informe
La tarde y el techo
Amor y cargamento
Vecinos de noche
Vecinos de día
Amores de te
Un sofá  
Una rememoración
Una pérdida sensible
Una realidad hundida
Este caimán. 

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8 de noviembre de 2016
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Aun sin libertad ni esperanza…

En 1940, en el centro de internamiento Stalag  VII-A en la localidad  de Görlitz, fronteriza con Polonia,  un oficial alemán facilita clandestinamente al prisionero Olivier Messiaen unos cuadernos de notación musical y algún lápiz. El músico francés barrunta de inmediato una pieza para  clarinete, violín, violoncelo y piano.  Los cuatro instrumentos suenan al unísono y la obra, cuya fuerza rítmica tiende a recrear  una atmósfera de pesadilla,  recibirá el título de   "danza frenética para las siete trompetas". La pieza será insertada más tarde como movimiento   número 6 en una composición de 8 partes,  titulada en conjunto  Cuarteto para el fin de los tiempos  y encabezada por la evocación del ángel apocalíptico:

"Vi a un ángel pleno de vigor descendiendo del cielo envuelto en una nube y cubierta su cabeza por el arco iris; su rostro resplandecía como el sol y sus pies como columnas de fuego. Posó su pie derecho en la superficie del mar y su pie izquierdo en la de la tierra y así alzado sobre mar y tierra, dirigió su mano al cielo y en nombre de aquel viviente por los siglos de los siglos, dijo: llega el final de los tiempos,  y al sonar de la trompeta del séptimo ángel, el misterio se consumirá".

La elección de los cuatro instrumentos es en ella misma expresiva de la situación  en la que el compositor se encuentra: "Entre los compañeros de detención estaban  el clarinetista Henri Akoka, el violinista, Jean le Boulaire y el violoncelista Étienne Pasquier"; el rol de pianista  se lo atribuía Messiaen a sí mismo. Así pues, cuatro  virtuosos de instrumentos cuya inexistencia impide toda verificación empírica de la partitura, forzando  una "audición interior" a la cual el compositor permaneció fiel,  de tal manera que, "sin variación alguna", el Quatour fue finalmente interpretado en un gélido 15 de enero en un hangar  del Stalag  VII-A y con destartalados instrumentos facilitados finalmente por la autoridad del centro.  Tras recordar que las teclas del piano se resistían a remontar, que Pasquier se las arreglaba con un violoncelo limitado a tres cuerdas, y Akoka luchaba  con un clarinete que había permanecido largo tiempo abandonado junto a una estufa,  el propio Messiaen evoca el peso emocional de aquel estreno:  "Pese al frío intenso,  en un inmenso hangar se reunieron ¡qué sé yo! quizás 10000 personas de todas las clases de la sociedad, obreros, sacerdotes, médicos, directores de fábrica, profesores de instituto, gentes de todo tipo, e interpretamos para ellos, en condiciones técnicas horribles, este cuarteto...". Se ha dicho  que Messiaen   exageraba  en su descripción de las condiciones de los instrumentos y en el cómputo de personas presentes en la audición. Sin embargo hay algo en el relato que parece incuestionable:

 Messiaen evoca a unos seres  que en  situación de sufrimiento físico, indigencia, sentimiento de  derrota y desesperanza tenían sin embargo la  fortuna de compartir con el compositor y los intérpretes un momento de creación. "El más bello de mi existencia",  llegó a decir  en relación a este concierto, en el que cuatro hombres  luchaban contra su propia fragilidad para alimentar el rescoldo de espíritu   que anida en todo ser, por diezmado que esté en razón de la violencia ajena, la injusticia, la enfermedad, o incluso, eventualmente, el  haber traicionado  la propia dignidad.

Entre tantas  otras cosas se ha dicho de este Quatour que el color mismo  constituye  el objeto musical. Para fundamentar  casos de  sinestesia en la obra de arte, se ha hecho referencia  muchas veces a la visualización  del sonido y escucha  del color bajo influencia de  estupefacientes u otros incentivos.  Olivier Messiaen no necesitaba de tales expedientes a la hora de componer (recordemos sin posibilidad de verificación instrumental). La causa de  su eventual disfunción perceptiva no era otra que las extremas condiciones de vida en el es lugar de internamiento en ese año 1941 en el que el fascismo devoraba sino el mundo, al menos el  mundo del compositor.  El hambre, el frio, la soledad compartida y el sentimiento de que los valores de la civilización habían colapsado, eran una amenaza para la salud física y el equilibrio psicológico del hombre Olivier Messiaen y quienes le rodeaban, pero fueron impotentes para destruir aquel rescoldo del alma humana que entre otras cosas  contribuye a ser lúcido sobre lo insoportable de esas condiciones sociales y aun de otras mucho menos dramáticas;  como en el caso de tantos  otros creadores,  el mal es en Olivier Messiaen  esencialmente  vencido por la entereza. El trabajo del espíritu supone por definición no anclarse en lo ya adquirido, y por ello el sujeto que simboliza en la obra de arte es en permanencia sujeto que renace, que de alguna manera relativiza la finitud inherente a la condición animal.

Pero ello también es válido para quien se enfrenta al objetivo del pensar, ya sea en la ciencia como  proyecto de hacer el mundo inteligible, ya  sea a través de ese destino de la ciencia que constituye la filosofía. Por lo que a esta  se refiere la crítica a las tentativas de marginarla en el sistema educativo  no ha de hacernos olvidar tal situación nunca ha sido buena. Si hubiera que esperar a que lo fuera ni tendríamos la Apología de Sócrates, ni el Dialogo galileano, ni el Discurso del Método. Hace un tiempo tuve ocasión de evocar el juicio que en 1944, en la ciudad ocupada de Arras,  llevó al pelotón de ejecución al filósofo Jean Cavaillès y citaba su respuesta al miembro del tribunal que le preguntaba por las razones subjetivas que le habían movido a la resistencia: siendo hijo de soldado"había sabido  encontrar en la continuidad de la lucha un antídoto para la humillación de la derrota", añadiendo a continuación que   dado su amor a la Alemania de Kant y de Beethoven, con su postura militante "demostraba que realizaba en su vida el pensamiento de sus maestros alemanes". Recordaba asimismo que antes de su fusilamiento  Cavaillès tuvo la serenidad de espíritu suficiente para escribir en la cárcel un abstracto  tratado sobre  lógica y  teoría de ciencia,  y citaba al respecto las hermosas palabras de Georges Cangilhem: "Generalmente, para un filósofo, escribir una moral, es prepararse a morir en su lecho. Pero Cavaillès, en el momento en el que hacía todo lo que es necesario para morir en combate, componía una lógica. Nos dejó así una moral, sin necesidad de haberla redactado".

No se trata en Cavaillès de una excepción: desde Catón el Joven a Paul Ricoeur, pasando por Servet o el evocado Descartes, la historia de la filosofía está llena de nombres que han respondido con  entereza a circunstancias que hacían extremadamente difícil mantener la fidelidad a las exigencias del pensamiento, empezando por el  repudio de toda ideología o actitud que  no haya  pasado la prueba del juicio, sea cual sea el peso de la autoridad individual o colectiva que la sostenga. El pensar es el objetivo a mantener siempre que haya el menor resquicio, y ello  porque   pensar y  simbolizar equivalen simplemente la actualización de la naturaleza humana. Y la cosa no concierne sólo a la filosofía. También he citado aquí a uno de los mayores físicos del siglo XX, Max Born quien en un libro relativo a la teoría de la relatividad afirma con radicalidad que  lo que mueve a la ciencia, no es otra cosa que  "el ardiente deseo de toda mente pensante", deseo que no se aminora en absoluto por el hecho de que aquello que se trata de aclarar "sea eventualmente de total irrelevancia para nuestra existencia". Como el Messiaen prisionero de Stalag VII-A, una larga lista de pensadores, a veces inmolados, da testimonio de que si bien la libertad es efectivamente el horizonte al que aspira todo proyecto humano, no hay que esperar a que la libertad sea efectiva para reivindicar  la vida del espíritu y empezar a darle alimento.

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7 de noviembre de 2016
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Que se besen

No fue la cobra en sí, ni siquiera el debate posterior sobre sí la hubo o no, lo que enganchó a casi cinco millones de telespectadores, sino la perspectiva de un amor que parecía regresar sobre las tablas del escenario aunque fuera por exigencias del guión. Ahí estaba esa pareja de triunfitos –pioneros en disfrutar del ascensor mediático en que se han convertido los talent shows televisivos–, de tiros largos, coronando una falsa nostalgia alimentada con falsos cantantes que un buen día destronaron a artistas enormes, algo parecido a lo que ocurre hoy con los chefs y los cocineros amateurs.
Quince años después, más instruidos y ricos, también menos torpes y espontáneos, los triunfitos soberanos representaban el papel de sus vidas, interpretando una canción que invocaba besos y pasión. La plaza asistió a su reencuentro como si fueran de la familia, jaleándoles cuando se rozaban el hombro o mientras él la abrazaba por la espalda y ella escondía su cabeza bajo su cuello. Fue un desbordar de la imaginación lo que hizo saltar las fantasías románticas de un público insatisfecho. El mismo que imaginaba cuántas veces la habría hecho llorar él, o cómo ella lo desterró de su WhatsApp para cicatrizar las marcas del desamor.
Los millones de telespectadores, aún sabiendo que la novia del muchacho estaba sentada en aquel auditorio repasándose la manicura con tal de no ver bailar al enamorado con su ex, ansiaban que la comedia reemplazara a la realidad, que prendiera un beso capaz de resintonizar el amor bravo, no el inmaduro, ese que da media vuelta cuando asoman las primeras rutinas y decide salir en busca de un sofá confortable. Porque no fue el presunto desplante de David Bisbal a Chenoa lo que levantó de la silla a España en mayúsculas, ni lo que fue tuiteado y memeizado hasta el hartazgo, debatido tanto en los medios rosas como en los diarios nacionales, en la arena política digital y la física de los columpios de los parques, sino el puro morbo del otro espectáculo: el de los escombros de un amor demolido, del cual acaso podía regresar un soplo de tibieza. Fue el ilusorio remake de una pareja fallida, como tantas, que actuaba profesionalmente, cogiéndose por la cintura y olvidando que en la vida real a su derroche de caricias le siguió la helada distancia. Entonces, el uno para el otro eran un manjar desconocido. Hoy son perros viejos del playback, comediantes que deben de tragarse el pudor y salir a cantar acaramelados para que continúe el espectáculo.
Guy Debord escribió que “el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes”. De forma que en lugar de la cobra apareció una serpiente romántica, esa misma frente a la que se han querido evaporar tantas parejas ante el mandato tan eufórico como humillante del “que se besen”.
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7 de noviembre de 2016
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Poema 16

Una súbita  cristalización
del llanto
hizo pensar
que las lágrimas 
se habrían posado, 
entre las sombras,
fragantes
como fresas. 

Sangre carmín
que florecía
perfumada e ilesa
en la memoria.

Sangre escarchada
que la propia muerte
habría transformado
silenciosamente 
en golosina
del dolor.  

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7 de noviembre de 2016
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La lección catalana de Trump

Los cuatro años de Procés ?o de procesismo, según los observadores más maliciosos? han producido una abundante literatura sobre las excelencias de la Cataluña futura. No está prohibido soñar y menos imaginar, entre otras razones porque es gratis. Pero a veces no son el deseo o la imaginación las que más nos cuentan sobre cómo queremos que sean las cosas sino nuestros propios actos y gestos, más elocuentes de lo que solemos pensar sobre nuestras auténticas intenciones.

Esto es lo que está ocurriendo con la rebelión municipal que ha organizado la CUP para poner contra las cuerdas a los Mossos, al consejero de Interior Jordi Jané y al propio Gobierno de Carles Puigdemont, conminándoles a que se sumen a la desobediencia de las órdenes judiciales que ordenan retirar banderas esteladas de los ayuntamientos, anulan resoluciones soberanistas o sencillamente citan a acudir al juzgado para declarar ante denuncias interpuestas y aceptadas.

La CUP no tiene secretos. Su objetivo es perfectamente coherente para una formación que quiere la ruptura con la democracia constitucional, la salida del euro y de la OTAN, y la construcción sobre sus cenizas de una república de trazas próximas a la Venezuela chavista. Sus consejos municipales pueden decidir con toda naturalidad que la medida más pertinente para las jornadas electorales es hacer ondear una bandera de partido como la estelada en el edificio del ayuntamiento. O que serán laborables los días del calendario festivo que se identifican con la denostada democracia española. Y también que no hace falta obedecer los requerimientos judiciales para enmendar las presuntas ilegalidades cometidas ni hay que acudir a declarar cuando lo considere conveniente un juez.

Más difícil de entender es que compartan estas actitudes autoridades sobre el papel más solventes, como son la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, o el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. Se puede estar en favor del derecho a decidir, como la primera, e incluso de la independencia más o menos exprés, como el segundo, y no desatender la legalidad vigente a conveniencia. Esta es una e indivisible y no puede estratificarse, distinguiendo una legalidad municipal y una legalidad catalana, estas legítimas y emanadas del pueblo soberano, y luego otras española y europea, menos legítimas y endosables a las élites, castas y burocracias.

Nadie ha prohibido las banderas esteladas. Nadie puede ni debe limitar la libertad de expresión. El problema es pretender vulnerar los reglamentos y las normas que cuidan del funcionamiento de las elecciones con la exhibición de banderas y símbolos partidistas en instalaciones vinculadas a los comicios que se celebran y hacerlo para más mofa en nombre de la libertad de expresión; o desatender las resoluciones y citaciones judiciales en nombre del pueblo soberano o, lo que es más grave, declarar la desobediencia a la más alta instancia de arbitraje constitucional a través de una resolución parlamentaria, como sucedió el pasado 9N.

Aunque sean de la CUP, es preocupante que quienes exhiban tal confusión sean cargos electos con capacidad de decisión sobre sus administraciones y sus presupuestos, porque indica que pueden desatender la ley también en otros ámbitos. Pero más alarmante es que la compartan fuerzas de Gobierno en Cataluña y en Barcelona, y, no por lo que dicen ni siquiera por lo que hacen, sino por el mensaje que hacen llegar a la población sobre la Cataluña futura que tienen dibujada en sus mentes. Política es pedagogía. Cada comportamiento político es una lección impartida que tendrá luego consecuencias.

¿Cómo será esa república catalana que propugnan los desobedientes? ¿Estará permitido colgar banderas partidistas en locales municipales cuando se celebren elecciones? ¿Será optativo el cumplimiento de las leyes y de las órdenes judiciales?

Las respuestas que da la CUP y sus amigos a estas preguntas son las mismas de Donald Trump respecto a los resultados electorales: solo los acepto si gano, solo asumo las leyes que me favorecen. Quien no respeta la legalidad ahora mal puede exigir que se respete mañana aun cuando esta legalidad lograra ser únicamente catalana.

Atendiendo al reparto del voto y a la división de la opinión pública ante la independencia, la desobediencia que la CUP practica y que otros jalean contiene una firme promesa en favor de la discordia civil y del enfrentamiento entre catalanes. Que, por cierto, no sería una novedad en la historia de Cataluña.

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7 de noviembre de 2016
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Derivados humanos en la dieta de aves pirenaicas

Uno de los capítulos menos conocidos de la necrofagia a cargo de aves es el que atiende al consumo del cuerpo y de los residuos de la especie humana. La desconfianza del paisanaje y la discreción de las personas de nivel han hurtado a la ciencia, desde siempre, valiosas informaciones. Se relacionan a continuación algunos casos de esta variante trófica.

Barranco de Culivillas, Huesca, 1968. Dos prospecciones en busca de una planta, el raro caméfito rastrero Diphasiastrum alpinum, aportan curiosos datos no botánicos. En la primera prospección, estival, se atestigua, tras dos días de acampada, que la coprofagia del alimoche –Neophron percnopterus– incluye también excretas humanas. En la segunda, a finales de otoño, se puede observar como tres buitres leonados –Gyps fulvus– comen nieve ensangrentada, único elemento aprovechable de un montañero despeñado y pronto evacuado.

Barcelona, 1999. Residencia de ancianos. Visita a  J.A.D., de 88 años, natural del prepirineo leridano que cuenta que a su padre, fallecido en 1975, médico en un hospital del norte de la provincia, le dominaban dos pasiones, la anatomía y la ornitología de campo, lo que le llevaba a recoger las piezas amputadas para diseccionarlas y dibujarlas y luego echarlas en su finca donde las aves daban cuenta de ellas.

Ascara, Huesca, 1981. Charla con un vaquero de 70 años. Explica que a mediados de los cincuenta un grupo de gitanos se acercó al pueblo para preguntar si se había enterrado algún animal y que él mismo fue quien les enseñó el lugar donde haría un par de semanas habían sepultado una cerda. De golpe, mientras describía los detalles de la inhumación, señaló un sembrado y dijo: “Ahí sucedió una desgracia, Mariano, de casa  Tapón, tuvo que ir de vientre y estando agachado perdió el equilibrio y tuvo la mala suerte de hincarse la dalla  por el sieso, no sé si antes o después de deponer, esto no viene ahora al caso, y quedó desangrado bajando de seguida los ‘bueitres’ que le comieron las partes del cuerpo que estaban al aire”.  

Pardina de Saso Plano, Huesca, 2004. Según la prensa regional el único habitante de la pardina fue devorado por alimañas, igual que su perro. A la sazón sufriría un infarto cuando preparaba una lifara para agasajar a unos parientes que iban a visitarle. Una reconstrucción no especulativa de los hechos apunta a un derrumbe de Pedro Siguanes al trasegar pesados materiales bajo un sol de justicia, a un descenso de buitres leonados al cabo de unos días cuando el cadáver humano ya había sido ramoneado por córvidos, zorros y pequeños necrófagos, y a una ingestión paralela, a cargo de los mismos carroñeros, de los restos del perro, muerto ahorcado en su esfuerzo por liberarse de la cuerda con la que Siguanes lo tenía atado a un árbol. No debe extrañar que los parientes invitados no comparecieran si comprobamos, también en la prensa escrita, que esos días, en un accidente en la comarcal A 224 sucumbía el conductor de un turismo y quedaban heridos los otros tres ocupantes: el coche se empotró contra una arqueta de riego al quedar la dirección bloqueada por la extracción en marcha de la llave de contacto. Las personas que descubrieron los esqueletos de Siguanes y su perro, senderistas de elevado prestigio, declararon ante la Guardia Civil no haber hallado jamones ni embutidos en la bodega, por lo que se supone que fueron apañados por mamíferos carnívoros aprovechando que la puerta estaba abierta.

 

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6 de noviembre de 2016
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Donde habitan las musas

Las palabras, de tanto restregarlas, acaban por olvidar su textura original, como le ocurre al término museo, que en tiempos de los griegos fue el lugar donde se rendía culto a las musas. Ptolo-meo II tuvo la delicada ocurrencia de habilitar un espacio –en la biblioteca de Alejandría– donde se celebrara la existencia de esas criaturas míticas que encienden la imaginación de artistas y filósofos. Entonces, a las musas se las alentaba, mientras que hoy se las expulsa del espacio público, colonizado por los emporios globales, y su reinado es fortuito.
Existe un gesto magnánimo, una profunda convicción en el poder de la mirada, por parte de quienes abren sus colecciones particulares para que puedan ser disfrutadas públicamente. “Al barón Thyssen le gustaba tanto venir al museo, pasear por él, ver cómo lucían las nuevas adquisiciones. Se le veía disfrutar, siempre junto a Tita: ¡estaban tan enamorados!”, me cuenta uno de los vigilantes ya históricos del Thyssen-Bornemisza, que custodia las salas del patronato. Junto a su biblioteca, conforman dos espacios desconocidos que reúnen un enorme valor estético. Estos días Renoir despierta tantas pasiones como Operación Triunfo. Un domingo lluvioso vi largas colas soportando estoicamente el aguacero para poder contemplar, con los zapatos calados, Baños en el Sena. Y muy pronto podremos admirar no solo las esmeraldas Bulgari de Tita Cervera sino un cofre entero, el que la firma italiana ha coleccionado recomprando en Sotheby’s o Christie’s sus antiguos ­tesoros.
El llamado paseo del arte, sobre el eje del paseo del Prado y la calle Atocha, ha sido uno de los grandes aciertos de la capital. Custodiados por sus dos hoteles emblemáticos, el decimonónico Palace y el Ritz ­–este último recientemente adquirido por el grupo saudí Olayan, y a punto de cambiar su nombre por el de Mandarin (la marca Ritz se extingue en España, en unos tiempos en los que las firmas con leyenda son tan apreciadas)–, el Reina Sofía, el Prado y el Thyssen-Bornemisza sumaron el año pasado casi siete millones de visitantes. Que el arte se haya convertido en fenómeno de masas nada tiene que ver con la tan glosada cultura-espectáculo. Poco importa que el visitante lleve o no audioguía o que contemple Las señoritas de Avinyó
entre decenas de espaldas y comentarios. El arte parece que te hace mejor persona. Contemplas las obras, pero también puedes mirar tu reflejo dentro del cuadro sin miedo a ensoñarte en sus colores y relieves, sintiendo cómo lo bello y lo extraño te rozan.
Dada la afluencia a los museos, sobre todo en fin de semana, las musas deben esconderse en sus almacenes –donde, en el caso del Prado, descansan cerca de siete mil lienzos, mientras que solo 1.150 están expuestos–. Esta semana he leído varios libros en los que, por azar, aparece el Prado: Tabú, de Von Schirach (Salamandra) o Vivir, pensar, mirar, de Siri Hustvedt, enamorada de Goya y Zurbarán, que considera que ambos crean un espacio sacrosanto. Aquí, en cambio, nos siguen hechizando el MoMA o la Tate Modern, más cool. Los directivos de El Prado andan preocupados por la media de edad de sus visitantes, y es verdad que, a cierta hora, sus estancias desprenden un olor acre, igual que si regresaras a la casa de los abuelos. El patronato de la pinacoteca, no obstante, mira ya al bicentenario –en el 2019– y no deja de ampliar su impresionante fondo, ya sea mediante donaciones como la del generoso Plácido Arango, que cedió 25 obras de importantes maestros españoles en el 2015.
Los jóvenes se encaminan más hacia el Reina Sofía, que sigue renovando con ímpetu sus actividades e instalaciones (de su programación educativa, que acerca el arte a estudiantes y discapacitados y beca a investigadores, al nuevo restaurante NuBel, del chef Javier Muñoz-Calero, que ya tiene adictos) o a Matadero, con Mateo Feijóo como nuevo director –fue el primero en apostar en España por el talento de Marina Abramovic, Angélica Liddell o Rocío Molina–. Los museos ejercen de modernos templos invitando a recogerse o a expandir el espíritu. Y lo reseñable no sólo es que el arte se haya convertido en masivo, también que se haya convertido en un rito social que inviste de un beneficio simbólico a aquel que lo consume. Hasta el punto de hacerle sentir importante frente a una obra que, sin su mirada, permanecería muda.
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5 de noviembre de 2016
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Poema 15

De su seno brotaba
una reiterada
escultura de luz.

Una llama
sin destino 
que se licuaba
pronto
en la vecindad
de sus ojos.

Era imposible mirarla
sin beber
un sorbo
de su sencillo helor.

Una dosis
de otra vida
desprendida
azulada.

Vida salvada.

Trazos pálidos
y leves
sin asomo
de angustia
o de pasión.

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4 de noviembre de 2016
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El Boomeran(g)
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