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Poema 150

 

Las estelas de dolor

no cesaban de pasar,

mientras su estilo anunciaba

una fugacidad indiferente.

Apenas sentía el humo de aquella longitud

que llegaba y desaparecía como un líquido insípido.

Pero tras ella otra secuencia seguía

,sin sucesión de continuidad, a su paso

sin cesión,  

o,  mejor, cada estela era su presenta y su pasado.

Cada paso era su dolencia

cada dolencia era su interminable senda,

cada sendero por donde el dolor cruzaba

sin mayor contenido que el peso de su ausencia,

una ausencia insufrible

del placer desvanecido.

Ausencia del placer.

Reino del dolor.

Dolor o cauce vacío radicalmente libre de consuelo.

Reseco para todo polvo de esperanza.

Cerca, en sus cenizas, de un incendio colosal.

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14 de junio de 2017
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Superstición

Dependemos aún de tantos conceptos griegos que los estudios superiores deberían empezar por ahí, por nuestro origen intelectual. Alguien con una buena formación grecolatina será un excelente ingeniero, médico, leñador o funcionario, y, en todo caso, con más medios que el resto para ser un buen ciudadano.

Los griegos distinguían entre democracia y demagogia. No es una trivialidad. La democracia beneficia a la mayoría, la demagogia es el dominio de una minoría vampírica que se atribuye el papel de "pueblo" o de "nación". Es esencial tener claro que la democracia en ningún caso supone nivelación por lo bajo. No es que debamos ser iguales a lo peor de cada casa, sino que gocemos de iguales oportunidades para alcanzar la excelencia.

La opresora violencia de chats, redes sociales, tuits, o como quiera que se llame esa nube de palabrería, cada día se ve con mayor claridad que es una herramienta de extorsión. Nadie duda que las campañas de calumnias, agresiones y mentiras están dirigidas por servicios de obediencia oculta. No es casual que la capitalidad del pirateo y la trampa se la atribuyan mutuamente Rusia, EE UU, Corea del Norte y China. A un nivel enano, también son agencias al servicio de los demagogos las que calumnian en nuestro país a todo el que les molesta.

Nada anuncia que ese fenómeno sea controlable. Es muy posible que haya comenzado uno de esos trastornos colosales que provocan un giro global, como el que sustituyó el paganismo por el monoteísmo. Para nosotros vendría el fin de la democracia y el comienzo de una nueva era demagógica, similar a la de los inicios del cristianismo, cuando los ciudadanos se abandonaban a la superstición y quedaban presos de unos demagogos que prometían la vida eterna. O la nación libre.

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13 de junio de 2017
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Poema 149

 

Sin prisas,

sin alaridos,

sin grandes noticias

la enfermedad se extiende

a la manera de un libre pantano natural

y no suena porque su son

es su seno mismo.

El sedimento que existía previamente,

larvado o invisible,

en la base del tremedal.

Ahora dicen que es tremenda su cobertura

Pero ¿quién ha podido medir su grosor?

Su fondo es todavía demasiado incalculable,

y desde la piel a los huesos de cal viva

sólo se posee la extensión de 

de su arcilla sombreando la superficie.  

Se cree, científicamente, que es bastante,

porque si avanza  cargada de irisaciones y venenos

¿cómo será el efecto de sus raíces dentro del lodazal?

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13 de junio de 2017
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El supremo cronista del poder

La vida de Augusto Roa Bastos, cuyo centenario de nacimiento celebramos este año, parece asunto de sus propias invenciones. Pasó su infancia en Iturbe, un poblado del Alto Paraná, donde se habla por igual el guaraní y el castellano, lo que le dio esa lengua escindida, o doble, que habría de marcar su escritura no sólo en la tesitura verbal, sino también en su carga de tradición oral.

Su padre, Lucio Roa, llegó hasta allí a talar árboles para abrir aquellas tierras al cultivo de la caña de azúcar. Con sus manos construyó los pupitres donde Augusto y su hermana mayor Rosa se sentaban a recibir las lecciones que él mismo les impartía, una hora diaria después de la siesta de la tarde, porque nunca asistieron a la escuela pública.

Cuando se casó con Lucía Bastos se acercaba ya al medio siglo de vida, veinte años mayor que la esposa, con la que estuvo unido por otro medio siglo. Ella fue cómplice de Augusto para que aprendiera la lengua guaraní, prohibida por el padre, y lo introdujo en el mundo oral de las leyendas indígenas. Es cuando aprendió que los árboles guardan dentro de su corteza a seres silenciosos que se lamentan con quejidos lastimeros si son talados.

Luego lo enviaron a Asunción para que siguiera sus estudios en el Colegio de San José, al cuidado de un tío suyo, el obispo Hermenegildo Roa. Fue cuando estrenó sus primeros zapatos. Vivir al lado de un pariente poderoso puede sonar a grato privilegio, pero según le contó a Tomás Eloy Martínez, "tenía un solo par de medias y vivía muerto de hambre", el más pobre entre todos los alumnos hacinados en un dormitorio comunal.

El padre había encargado su custodia para el viaje a una conocida suya, que llevaba consigo un niño de pecho. Debían trasbordar de un tren a otro, con lo que debieron amanecer en la estación intermedia donde había un inmenso cráter provocado por un estallido de explosivos durante una de las tantas revueltas militares. Y cuando en la oscuridad la mujer dio de mamar a la criatura, él se prendió al otro pecho, la primera vez, dice, "que tuvo una sensación erótica".

Esta escena pasó a las páginas de su novela Hijo de hombre, publicada en 1960, donde se relata la guerra del Chaco, que estalló en 1932, enfrentando a Paraguay y Bolivia por la posesión de unos campos petroleros que nunca existieron. Atizando el conflicto estaban detrás la Standard Oil y la Royal Dutch-Shell.

En 1947 huyó del Paraguay cuando el gobierno del general Morinigo ordenó su captura, vivo o muerto, acusado de conspirador comunista. Lo buscaron en las oficinas del diario El País, donde trabajaba como redactor, y tras escaparse por la azotea pasó varios días escondido dentro de un depósito de agua vacío, hasta que pudo salir al destierro hacia Buenos Aires.

Escribió los cuentos de su libro El trueno entre las hojas, publicado en 1953, mientras servía como camarero en un hotel de parejas clandestinas. "El trabajo que hago no es exigente y me quedan muchas horas libres", le dice en una carta a Tomás Eloy; "llevo bebidas a los cuartos y las parejas me dan propinas generosas. Cuando se van, recojo las sábanas y las toallas y las llevo a la lavandería..."

Fue también empleado de una editorial de partituras musicales, guionista de cine, y vendedor de seguros. Su exilio duró cerca de medio siglo. Ahora Paraguay vivía bajo el reinado del general Alfredo Stroesnner, llegado al poder en 1954.

Cuando en 1982 se atrevió a regresar, el dictador lo expulsó del país acusado de tener "ideas bolcheviques", iguales razones por las que décadas atrás había lo había perseguido el general Morinigo.

Su gran novela, y una de las grandes de la lengua, es, sin duda, Yo el Supremo, de 1974, que retrata al doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, el Karaí Guazú, Supremo Dictador Perpetuo de la República, llegado al poder al darse la independencia de España en 1811. Devoto de la ilustración, convirtió al Paraguay en un sepulcro cerrado, sin mendigos ni ladrones ni asesinos, pero también sin enemigos, hacinados en los calabozos, o en los cementerios. Yendo hacia el pasado, traza un relato contemporáneo de Stroesnner, derrocado por fin en 1989.

El doctor Francia de Roa Bastos pugna siempre por salir del sepulcro. Es el astro central y absorbente de un sistema solar regido por la obediencia total. No nos hemos librado de su fantasma empecinado.

 

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12 de junio de 2017
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Poema 148

 

Hartarse de uno mismo

sería de lo más natural.

Y, sin embargo,

nos aferramos a ese tedio

A falta de un poste con mayor solidez

familiar.

Supuestamente

ser uno mismo

es un clavo, oxidado o no.

Ser uno mismo es una apostura,

Ser uno mismo es una estaca

y una apuesta de proximidad.

Ser uno mismo es el  salvavidas

La zodiac frágil

Sabiendo sin rumbo hacia

otro equivalente lugar

donde atracar.

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12 de junio de 2017
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La miseria de los superalimentos

Hace unos años, los bolivianos más pudientes se resistían a comer las semillas de quinoa por tratarse de un alimento propio de indios, como si les hiciera de menos, como si la pobreza se adhiriera al paladar. La despreciaban por crecer igual que las malas hierbas, en la tierra reseca o helada, al tiempo que los campesinos andinos la comían de la mañana a la noche: desde el pesque del desayuno, a la sopa de la noche, el refrescante pito de quinoa o la kispiña, el pan de los campesinos cocido al vapor. La quinoa era su maná. Tanto ha cambiado el mundo en una década que hoy es difícil que la consuma un habitante de Oruro, la mayor productora del planeta –factura la mitad del 46% mundial que cultiva Bolivia–. Su consumo interior apenas sobrepasa el kilo al año por habitante. Y no sólo porque el 90% se exporta, sino por el prohibitivo precio que ha alcanzado. Cada vez que en un restaurante pijo de Nueva York o en un establecimiento barcelonés boho-chic uno pide una ensalada de quinoa, dejan de comerla diez, o veinte, o treinta familias andinas.
La carrera imparable de este pseudocereal data de la primera visita oficial de los reyes de España a Bolivia en 1987, cuando la incluyeron en el menú oficial. Gestos empáticos pero a la vez impostados, que originan un efecto bumerán. Se puso de moda. Su frescura, sus granos volátiles, sus bajas calorías. No teníamos suficiente con los alimentos a secas, por lo que nuestra sociedad hiperbólica inauguró la moda de los “superalimentos”, tan pancha en su multiculturalidad gourmet, olvidando que aquello era un primer paso para trastocar su sostenibilidad.
Según The Oxford English Dictionary, que ya ha introducido el término superalimento, este es aquel “rico en nutrientes y considerado especialmente beneficioso para la salud y el bienestar”. Proceden del Himalaya, de lo más profundo de la cuenca del Amazonas o los bancos del Ganges, y la prosa milagrera asegura que previenen el cáncer, controlan el colesterol, aumentan la energía (y la libido), combaten las arrugas y hasta te ayudan a encontrar novio. Se llaman bayas de Goji, hierba de maca, kale, camu-camu, moringa o el açaí, fruto de una palmera silvestre brasileña que incluso las grandes multinacionales de refrescos incluyen en sus latas. Leo en el The New York Times que el incremento de su precio podría llegar a desestabilizar la economía de Brasil, además de provocar un gran impacto medioambiental. Esa es la otra cara de los superalimentos, que como una nueva ola nos llenan de energía y de curiosidad, pero en su reverso promueven la desigualdad que las oleadas de oferta y demanda provocan. “Dios encomienda a la indigestión la tarea de hacer moral en los estómagos”, escribió Victor Hugo: entonces aún no se hablaba de las semillas de lino, el alga espirulina, el açaí o la humilde quinoa, que crecía en un rincón olvidado del planeta, contra toda adversidad.
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12 de junio de 2017
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Política del deshielo

La muerte no deja ningún resto de colchón. Fractura la línea del tiempo y nos invade con su frío polar. “El hielo calma el dolor de los golpes, pero si uno congela demasiado tiempo una herida, el resultado puede ser perjudicial”, escribe Alicia Kopf en su magnífico Germà de gel ( L´Altra Editorial). El duelo es un estado mental que hay que atravesar necesariamente para cauterizar la rabia de la pérdida. Recuerdo a esos dos hombres demasiado jóvenes para morir que se aislaron siempre del hielo y recubrieron su vida de un calor que regeneraba aquello que tocaban.
Conocí a Carles Capdevila en Nueva York, donde vivía con la también periodista Eva Piquer: teníamos veinte años y éramos proclives a los descubrimientos constantes. Se convirtió en un periodista testarudo, valiente y divertido, y cosió sus programas y sus columnas con retales de vida cotidiana, la que tan a menudo se ignora en el discurso público. En las redacciones de Madrid su fallecimiento, 51 años, ha impactado y dolido, acompañadas de sus palabras de despedida a su equipo cuando le anunciaron un cáncer: “Todos los directores tenemos finales bruscos. Si no te echa un cáncer, lo hace un amo, o un banco, o una combinación de estas cosas”.
David Delfín, 46, el cráneo cosido con grapas, murió hace una semana. Con él se va una época: quién hubiera predicho un destino tan corto a aquel chaval de Málaga que cortaba patrones a las faldas de su madre y que revolucionó la pasarela madrileña con su homenaje a Magritte, que se interpretó como un alegato al burka porque ya se le empezó a exigir a cualquier expresión artística que fuese “ejemplarizante”. Davidelfin se aferró a aquella máxima de Shakespeare: “nunca hay pecado en seguir la propia vocación”. El duelo ahueca el pecho.
Regenerar pieles muertas, o, mejor dicho, enfrentar el divorcio entre política y ciudadanía. Así subtitula su libro Juego de escaños (Península) la periodista María Rey, que invitó a que se lo presentaran las dos Ana Pastor, la política y la periodista, resumiendo la convivencia diaria entre ambos colectivos, que aborda con costumbrismo y crítica. A Rey no le falló nadie: Meritxell Batet, Antonio Hernando, Margarita Robles, Torres Mora, Rafael Hernando, Pablo Casado, Miguel Gutiérrez de Ciudadanos (Errejón había confirmado pero no llegó) y su marido Manuel Campo-Vidal, ejerciendo de consorte. Las dos Pastor abordaron una cuestión central: ¿qué se está haciendo mal?. “La política es la vida, todo pasa por ella” sentenció la autora. En la sala Ernest Lluch, donde se celebró el acto, me encontré con la periodista Montse Oliva, con quien coincidí, codo a codo, en las mesas de becarias de los periódicos leridanos. “María es un ejemplo a seguir: ha abierto paso a las que hemos llegado después. Siempre ha sido un referente, no solo por su profesionalidad, también por su carácter acogedor. Su cabina era como el gran bazar: podías salir con el teléfono de un contacto, un remedio para el resfriado del niño o una galleta” me cuenta Montse. El libro hace la autopsia del “no nos representan” con esperanza: a punto de celebrarse el cuarenta aniversario de las primeras elecciones post dictadura asola España cierta sensación de fracaso, pero Rey ilustra cómo la democracia representativa es la mejor fórmula de convivencia. Las dos Anas quedan a comer, después del acto; me cuentan que a menudo reciben mensajes equivocados: a la política le llegaron condolencias cuando la periodista fue despedida de TVE.
Sagaces, sutiles, detallistas, así debían de ser los cronistas parlamentarios según Wenceslao Fernández Flores, cuyas “Acotaciones de un oyente” para ABC destacan entre las mejores páginas del periodismo político. Fue admirador y discípulo de Azorín, de quien alababa su prosa: “de tan cuidada delicadez que el contraste con la garrulería de las sesiones la hacía parecer a veces como una pequeña y bien trabajada joya sobre una tela burda”. La presidenta del Congreso, recordó la vez en que Luís Carandell, otro gran relator parlamentario, abrió un telediario con un soneto de Lope de Vega y algunos garrulos exclamaron: “¿quién es el tal López?”. El pasillo del Congreso, según Rey, es un mercadillo de titulares donde “unos y otros compramos y vedemos información”. Un arte que algunos afrontan con maestría y otros con torpeza, mientras la política y la prensa aguardan algún tipo de deshielo.
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12 de junio de 2017
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Poema 147

 

Las ideas se deslizan

Entre las fisuras de los 35.00 millones de neurona

que posee el cerebro.

Pero no termina ahí su acrobacia colosal.

En los entresijos del cuerpo,

por lerda que parezca la carne, las venas y todo eso.

resbalan emociones de eminencia

interconectadas con los miles de millones de otras células

en movimiento.

Con todo, el cuerpo es un vividero y un moridero

tan asqueroso como interesantemente pringoso.

Tan excesivo en su caudal como vulnerable

En una de sus menudas acequias.

¿Nos salvan las ideas del tropiezo ignorante o mortal?

Nos salvan provisionalmente las ideas

que casualmente transitan

como nubes de azufre

sobre sabios subidos a hombros de gigantes

Por allí vislumbran, entre el infinito enjambre,

uno hilo de platino, un hilo blanco  de seda

que, siguiendo su ruta, nos va extrayendo

de cierta oscuridad y

,sin duda,

encerrándonos en otro jeroglífico más brillante

que jamás, estando vivos,

llegaremos a descifrar del todo

y comer sosegadamente de su pan.

La vida es un alimento

incompatible mentalmente con la vida.

Y la mente, la mente

tan maciza y azucarada en su apariencia ideal

Es una vez tras otra

La revelación de un pieza pequeña de cemento

que se emplaza sin plazo ni plaza,

en un tránsito de nunca acabar.

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9 de junio de 2017
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