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Blogs de autor

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Latidos virtuales

El mundo de afuera ha atravesado la pantalla y se ha metido dentro de nuestros teléfonos. Por eso los miramos una media de ciento cincuenta veces al día, agitados por un nervio que nos impide desconectarlos y hace muy difícil separarnos de ellos, igual que los amantes compulsivos. Cuando se extravía, nos sentimos torpes y desterrados de la realidad, incapaces de seguir su ritmo. Lo buscamos con histeria en el bolso hasta que palpamos su carcasa a oscuras y la calma regresa a nuestro espíritu. Porque el móvil ejerce de prótesis vital: en él atesoramos nuestro universo particular, desconectamos la alarma de casa y calculamos nuestro azúcar en sangre. Su presencia ha dejado de ser invasiva para acabar demostrando que la virtualidad es la auténtica naturaleza de nuestra sociedad. Y no me refiero sólo a la información, sino a la gestión de lo cotidiano: el teléfono inteligente te explica el itinerario que debes de seguir para llegar a una dirección desconocida –y sin preguntarle, te avisa por mensaje del tráfico que habrá a las seis de la tarde para cruzar la ciudad–, te hace la fastidiosa lista de la compra e incluso controla la temperatura (y el gasto) de la calefacción.
¿Y qué ocurre con el mundo de afuera? ¿Qué nos perdemos mientras mi­ramos las pantallas? ¿Con cuántas personas que tenemos al lado dejamos de interactuar –hablarles, quererles…– mientras enviamos watsaps? Siempre he pensado que el éxito de los teléfonos inteligentes radica en la burbuja de intimidad que proporcionan. Ejercen de cortapisas a la soledad, evitándonos aquel sentimiento tan incómodo que nos colonizaba al llegar a un espacio público donde no conocíamos a nadie y la lectura era refugio insuficiente para sentirnos a salvo. Hoy, en cualquier circunstancia engorrosa –lo advierto cuando las personas no quieren relacionarse– uno se sumerge en su “verdadero mundo”, portador de señas de identidad, bagajes y, sobre todo, recuentos, que los investigadores utilizan cada vez más en sus cálculos.
En la Universidad de Stanford, acaban de estudiar la actividad física en más de cien países gracias a los pasos contados por nuestros móviles. Los ­españoles damos 5.936 pasos al día, de media, y la cifra nos coloca en el quinto lugar del ranking. No prima la narración de los pasos, sino el número. Mientras tanto, lo físico, lo palpable, va camino de convertirse en una reliquia de aquella vida antigua en que nos col­gábamos cámaras pesadas, mandábamos cartas, íbamos al videoclub o al banco. La comunicación humana, con sus aristas pero también sus epifanías, va siendo acotada por la inteligencia artificial que domina la forma de relacionarnos. Siempre que tengo que ­pagarle un café a una máquina, me arrugo de fastidio. Allí donde dejabas unos buenos días, y absorbías fugazmente la presencia del otro, hallas un silencio digital, que te hace sentir más cerca del mundo virtual que del que estás pisando.
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17 de julio de 2017
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Poema 165

Perder la estimación por alguien

es un desprendimiento, un alivio,

una pérdida acaso sin previsión.

Sin embargo,

día a día,

al estilo de las células

que mueren envejecidas

sobre nuestra piel

nos descamamos de amistades

y conocidos.

Nos vamos desnudando de relación

y protección sentimental.

Nos convertimos así

gradualmente

en sujetos puros

y prestos 

para que no yerre

el tiro ejecutor.

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17 de julio de 2017
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Poema 164

Ni siquiera "muerte"

es tan apropiada como "fallecimiento".

La muerte quita la vida

pero el fallecimiento

es la representación del fallo fatal.

Morimos habiendo fallado el organismo

Pero ¿quién no piensa que también todo lo demás?

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14 de julio de 2017
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Poema 163

 

La ventaja de hallarse gravemente enfermo

es que para los demás, prácticamente, has muerto.

y es práctico parecer muerto

sin estarlo por completo.

La agonía es una cortante fisura en una celada

un visor de luz que barre la superficie

de cualquier material alrededor

y, siendo lúcidos,

no es raro que su rayo penetre

como una espada luminosa

en la conciencia, en presencia, en la distancia

y, al cabo, sustraiga

una vida sucia al estilo de cada cual.

Una sustancia que,

para afianzar su composición, 

es cada vez más limpia

en el agonizante

y altamente propensa

,dentro de sí,

al lavado industrial

(espiritual)

frente a la escoria.

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13 de julio de 2017
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Malas madres

En los últimos tiempos abundan las voces de mujeres deseosas de desmitificar la maternidad, y no dudo de sus buenas intenciones, pero cuán difícil resulta deslucir esa corona. Desde los llamados clubs de las malas madres hasta las películas y series protagonizadas por ídem, o los blogs de mujeres que ponen en común sus desencuentros con el rol maternal, se pretende desafiar la mirada social con la que aún se escruta a una madre: allí comparten sus experiencias, se ríen de sí mismas y se atascan en algunos tópicos, que van de la fragilidad emocional posparto al tedio del parque.
Sí, esa escena universal: mujeres y niños encerrados en un redil como parte de un mandato heredado, y a la vez una dulce condena tan sólo redimida por la sonrisa de los niños. De un amor que salva y regenera. ¿O no lo dicen casi todas? “Lo más importante de mi vida son mis hijos”. Aun así, en el discurso público apenas aparecen las madres. He advertido cómo muchos se sorprenden cuando, en algunos foros, se me pide que me presente y primero de todo digo que soy madre. Cómo callar esa condición que abarca tanto tiempo mental y real, y que estructura la vida de muchas mujeres.
“Las madres no escriben, están escritas”. Es una frase que encuentro en un viejo libro de Alba Editorial, Maternidad y creación, compilado por la fotógrafa Moy­ra Davey, que reúne diversos textos de Doris Lessing, Elizabeth Smart, Margaret Atwood o Toni Morrison, entre otras, sobre la experiencia de la maternidad y sus contradicciones. Se trata de una cita de Susan Rubin Suleiman, y se refiere a la teoría freudiana según la cual la artista habla desde la posición de niña más que de madre.
Aquellas que se dedican a la creación deben asumir renuncias: algunas de las autoras se pospusieron una novela para cuando sus hijos fueran mayores o aplazaron exposiciones que ya nunca se harían, mientras su espacio mental se llenaba de frustración y culpa, y creían que sus hijos lloraban siempre más fuerte que los de los otros. La escritora Annie Ernaux, entonces recién casada y cargada de tareas, se advierte a sí misma: “Nada de fregar, y menos quitar el polvo, el último vestigio, tal vez, de mi lectura de El segundo sexo, la historia de una batalla inútil y desesperanzadora contra el polvo”.
La figura de la madre posee una alargadísima y negra sombra: a veces apasionante y otras insoportable, tiene aristas y para muchas es redentora, y más hoy cuando tener un hijo es una elección personal y no una obligación. En Cuentos escogidos (Seix Barral), de Joy Williams –soberbios y tristes–, me sobrecogen esas madres solteras, jóvenes y alcohólicas que pierden el mundo de vista. El juicio a la mala madre empieza por cada una de nosotras.
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12 de julio de 2017
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Poema 162

 

La inminencia de la muerte

concede un plus de autenticidad

puesto que habiéndolo perdido todo

no hay nada más que perder.

Ni tampoco que estafar.

Así , los moribundos,

son temibles tanto por lo que pudieran

pronunciar con un susurro

como por el mudo compendio  

encerrado en la almohada donde se apoyan.

No hay bien ni mal para los otros mortales

y visitantes.

No hay bien o mal para sí mismo

o su curación.

La autenticidad es una síntesis casi perfecta

o una víspera absoluta

del legado fatal

que va haciéndose lingote de oro.

Vidrio auténtico

cuando el fin se arropa en su totalid

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12 de julio de 2017
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Superiores

Ha llamado mucho la atención que el alcalde socialista de Blanes dijera con toda claridad lo que otros socialistas catalanes dicen con la boca pequeña. La superioridad de Cataluña sobre el resto de España es, para ellos, una evidencia. Como la de Dinamarca sobre el Magreb. Lástima que los territorios sean todos igualmente afásicos y duros de mollera, pura tierra. A lo que se refieren, en realidad, es a la superioridad de los socialistas de Blanes sobre los de Granada, digamos. Una superioridad apodíctica o decretada por Dios. Que eso lo afirmara un granadino lo hace aún más gracioso. Relean ustedes lo que Marx y Engels decían sobre los criados de los reyes: son lo peor de la casa.

Recuerdo perfectamente al grupo de técnicos del Ayuntamiento de Maragall que asesoró a la Junta andaluza durante la Exposición de Sevilla. Volvían de allí con una sonrisa de suficiencia y se compadecían "de aquella pobre gente" a la que tenían que ayudar "a atarse los zapatos". Lo decían con cariño, con fraternidad socialista, como si le dieran unas palmaditas en la espalda al limpiabotas. Algunos de ellos eran hijos de emigrantes, como ese pobre tipo de Blanes o como el inolvidable Montilla.

Sin embargo, no es eso lo más vil. Los judíos tenían una formación cultural imbatible. Ser o no ser racista no depende de la capacidad técnica o intelectual de la víctima, sino de la convicción de que todos los ciudadanos somos iguales, o no, ante la ley. Para sentirse superior, el racista elige una víctima a la que cree débil y la pone fuera de la ley. La convierte en extranjera. Como sabemos, algunos socialistas catalanes (y todos los separatistas) no consideran que seamos iguales a ellos, sino magrebíes invasores de Cataluña. Y se dicen de izquierdas...

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12 de julio de 2017
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Esperpentos en perpetuo retorno

En América Latina, al inventar, contamos la historia, que a su vez tiene la textura de un invento, porque es desaforada, llena de hechos insólitos y de portentos oscuros. Los novelistas vivimos para inventar porque vivimos en la invención. Los hechos nos desafían a relatarlos, se saben novela, y buscan que los convirtamos en novela.

Me gusta recordarlo cuando vuelvo a las páginas de Democracias y tiranías en el Caribe, un libro de reportajes, ahora olvidado, escrito en los años cuarenta del siglo pasado por el corresponsal de la revista TIME, William Krehm, en el que desfilan los dictadores de las banana republics de Centroamérica en la época de la política del buen vecino de Franklin Delano Roosevelt. Parece más bien una novela, o incita a verlo como novela.

Ese término peyorativo de banana republic, que luego se convirtió en una marca de ropa, fue creado por O'Henry, uno de mis cuentistas preferidos, en su novela Coles y Reyes, de 1904, escrita en el puerto de Trujillo, en Honduras, donde se había refugiado tras huir de Nueva Orleans, acusado de desfalcar un banco para el que trabajaba de contador.

Las repúblicas bananeras dieron paso a todo un bestiario político. El general Jorge Ubico, de Guatemala, que se creía el vivo retrato de Napoleón Bonaparte y se peinaba como él. El general Maximiliano Hernández Martínez, de El Salvador, teósofo que ordenó la masacre de miles de indígenas en Izalco; el general Tiburcio Carías, de Honduras, que tenía en la Penitenciaría Nacional una silla eléctrica de voltaje moderado capaz de chamuscar a los presos, sin matarlos; y el general Anastasio Somoza, de Nicaragua, con su zoológico particular en los jardines del Palacio Presidencial, donde los presos políticos convivían rejas de por medio con las fieras.

No había manera de que los novelistas no se vieran enfrentados al caudillo convertido en dictador, una tradición que iniciaría en 1927 don Ramón del Valle Inclán con Tirano Banderas, parte de lo que él llamaría su "ciclo esperpéntico", y donde cuenta la caída de Santos Bandera, tirano de Santa Fe de Tierra.

Pero quizás el verdadero inicio de este ciclo esté en Nostromo, la novela de Joseph Conrad de 1904, donde retrata a Costaguana, sometida a la férula del dictador Ribiera, tras cuyo derrocamiento empieza una guerra civil en la que mete la mano el gobierno de Estados Unidos, no debido al banano, sino a las minas de plata.

Conrad, que viajó por el mundo alistado en la marina mercante, aparentemente jamás puso pie en América Latina, pero supo penetrar agudamente su vida política, divisando apenas el relieve de sus costas, y leyendo, por supuesto, a sus historiadores.

Al leer hace ya bastantes años ¡Ecce Pericles! de Rafael Arévalo Martínez, sentí que lo que había en aquella crónica sobre el siniestro dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, era en verdad una novela preñada de imágenes. Y las imágenes resultan vitales en la novela, porque son las que habrán de recordarse siempre.

Cuando la residencia presidencial de La Palma es bombardeada en el alzamiento que derrumba al tirano, entre el humo y la destrucción, está, hasta el último momento, José Santos Chocano. Un mecanógrafo teclea, apresurado, un decreto de concesión de minas que el dictador deberá firmar a favor del poeta peruano antes que sea demasiado tarde, y que él planea negociar con compañías norteamericanas.

Tampoco Más allá del golfo de México de Aldous Huxley, publicado en 1934, es una novela, sino un libro de crónicas de viaje. Pero, otra vez, salta de por medio el poder de las imágenes. Desde el tren en marcha, Huxley ve "junto a un grupo de chozas especialmente tétricas un gran templo griego construido de cemento y calamina...templos de Minerva los llaman...fueron construidos por mandato dictatorial y son las contribución a la cultura nacional del difunto presidente Estrada Cabrera..."

Pero donde la dictadura de Estrada Cabrera se condensa con maestría en El señor presidente de Miguel Angel Asturias, quien recibió hace 50 años el Premio Nobel de Literatura, una novela que retrata el miedo y la degradación, la represión y el servilismo.

La historia de América Latina es como una marea, con flujos y reflujos. El siglo veintiuno, el de las luces tecnológicas, nos ha traído nuevos regímenes dictatoriales que han tomado por divisa el populismo, el peor de los cinismos políticos. Por tanto, debemos esperar un nuevo ciclo de novelas de dictadores, los mismos esperpentos de Valle Inclán, sólo que bajo un nuevo maquillaje.

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12 de julio de 2017
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Caligrafía


Recibo correo de un calígrafo. Se declara seguidor de mi obra y se ofrece a caligrafiar mis prosas y versos. No dice si todos. Lo hará de balde. Firma Zafiro.

Contesto que estoy encantado. Responde preguntando qué poema prefiero. Contesto que el que él quiera. Responde con una foto. Un texto del libro Fámulo caligrafiado en letra Champiñón sobre la hoja de un cuaderno bastante grueso. Parece que estaba preparado.

Pregunto si me lo envía escaneado o me envía el original. Y entonces ocurre algo maravilloso. Contesta “Lo que tú quieras”. ¿Alguien alguna vez me dijo esas palabras? La verdad es que no lo recuerdo. “Lo que tú quieras”. Y de balde.

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11 de julio de 2017
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El Boomeran(g)
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