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La fuerza del destino

Cuando alguien cree ciegamente en la fuerza del destino, al que nada ni nadie puede cambiar, pensamos más bien en los personajes de las novelas. Pero no es asunto sólo de las novelas. Es lo que cree la mayoría de los jóvenes que viven en barriadas marginales de cinco capitales centroamericanas, donde dominan la pobreza, el desamparo, la violencia, y el miedo. Un destino fatal que para ellos no es nada halagüeño, y sólo les hace esperar el golpe falta que caerá inclemente sobre sus cabezas.
El Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Costa Rica desarrolló a finales del año pasado una encuesta de opinión, cuyos resultados acaban de ser publicados, en los asentamientos de El Limón, de ciudad Guatemala; Nueva Capital, de Tegucigalpa; Popotlán, de San Salvador; Jorge Dimitrov, de Managua; y La Carpio, de San José. La muestra incluye a 1501 jóvenes de ambos sexos, entre los 14 y los 24 años.
El destino tiene diversos rostros, el de la miseria irreductible, y también el de la violencia, a la cual estos jóvenes temen: ser reclutados o agredidos por las pandillas, o acabar como víctimas suyas en una morgue. Y la única manera de librarse es huyendo de sus garras poderosas: para ellos, la mitad de los cuales nunca ha ido a la escuela ni irá nunca, y peor las muchachas, cuya cota de falta de educación se acerca al 60%, la única oportunidad posible de salvarse es emigrar: esta proporción de exiliados en potencia, que alcanza también la mitad de los encuestados, se extiende en Popotlán al 70%; nada extraño, si un millón y medio de salvadoreños viven fuera de las fronteras, sobre todo en Estados Unidos.
Pero el destino tiene aún otro rostro, el del poder, frente al que los jóvenes se sienten aún más inermes, y lo aceptan tal como es, lejos de atreverse a imaginar que pueden enmendarlo: hay que obedecer a los padres aunque no se hayan ganado el respeto para ejercer su autoridad familiar; y de este molde paternalista derivan otras formas de sumisión: obedecer a las autoridades del gobierno, aunque tampoco tengan la razón. Y la mano dura como mejor remedio para enfrentar los problemas del país.
De allí que no resulte nada extraño que más del 80% de estos jóvenes considere que no importa si un gobierno es o no democrático si resuelve esos problemas; que da lo mismo un gobierno democrático que uno autoritario; y que, en algunos casos, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático. Los jóvenes del Dimitrov en Nicaragua, que piensa que un gobierno democrático es preferible a cualquier otro, quedan reducidos al 8%, y a 10% en Popotlán, El Salvador; mientras en La Carpio, Costa Rica, país de larga tradición democrática, llegan, con costo, al 20%.
Es el ideal de un estado que no depende de las leyes y puede dispensar prodigalidad, o represión, como los alcaides de las cárceles. Pero, más llamativo aún, un estado que en los territorios miserables donde esos jóvenes sobreviven, no tiene, por lo común, rostro visible, más que el de la acción policial.
El asentamiento Nueva Capital, a media hora de Tegucigalpa, fue fundado por un sacerdote, no por el estado, y sus habitantes acarrean en carretones el agua potable. Ese estado es así un padre irresponsable y desamorado. Y como anda ausente, tiene sustitutos eficaces en cuanto a la vida espiritual de los jóvenes.
La palma se la llevan las iglesias cristianas protestantes, con un promedio del 40%, mientras la iglesia católica sólo llega a un 18%. La mayor afiliación protestante se da en El Limón, Guatemala, con un 51%, y le sigue el Dimitrov, Nicaragua, con 43%.
¿Y los partidos? Apenas al 7% declara pertenecer a alguno, y es curioso ver cómo en Nicaragua, donde el partido oficial busca meterse en todos los resquicios de la sociedad, la incorporación política de los jóvenes del Dimitrov no pasa de esa exigua media del 7%; mientras en Popotlán, El Salvador, donde gobierna la antigua guerrilla del FMLN, sólo el 3% declaran ser parte de alguna agrupación partidaria.
Otras encuestas entre gente de diversos estratos económicos y edades, demuestran que sobre el descrédito de los partidos, la emergencia de las iglesias cristianas, que ganan cada vez más peso político, y la creencia en las virtudes del autoritarismo en desprecio de la democracia, las opiniones son parecidas. Y que la fuerza del destino, es la fuerza de la pasividad.
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4 de abril de 2018
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Casino en provincias

 

CASINO EN PROVINCIAS

 

Hay una mesa hexagonal,

verde como la risa, que nos reúne.

La madera del borde, donde los cigarros

queman, soporta, horas

más horas, nuestros codos.

Así, bajo la escayola

y sobre el crujiente suelo

paso las tardes.

No parece importar

el clima, tampoco las modas

y sólo quizá el suceso

cruento, en la línea

de los de la guerra

o algún atropello.

No diré que pierda,

después de todo

no sería cierto, pero

el cariz conviene,

por eso del aire,

que sea sombrío.

A veces no puedo

aguantar, y cuento

algún chiste: chistes

viejos mal contados;

y sólo el sordo

y aquel que gane

levantan los ojos. Como

entre sueños,

creo incluso

que vivo.

 

 

(1971)

Cónsul (1987)

 

 

En la poesía y el juego, cada palabra y cada apuesta tienen importancia. Puedes crear tus propios versos de éxito echando un vistazo al casino a través de este enlace.

 

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2 de abril de 2018
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Nueva mirada

La fotografía apareció porque lo estaba pidiendo nuestra mirada. Las ciencias físicas, la biología, las ciencias sociales, la prensa, la burocracia, el sistema mismo del Estado moderno estaban pidiendo la fiabilidad de la instantaneidad de la fotografía: en la época en que aparece puede decirse que era ya una exigencia.

Como otros sistemas de representación, como la misma pintura o como la escritura, la fotografía no nació bajo el signo del arte. ¿Acaso la escritura nació bajo el signo de lo que hoy llamamos arte? Como dicen Picazo y Ribalta, nunca hemos podido despojarnos de la creencia común de que es fácil hacer una foto. La espontaneidad de su propia mecánica, unido a la sobreabundancia de imágenes fotográficas que hubo desde un principio, convirtieron la fotografía en un quehacer sin relevancia, en un oficio diluido en su propio automatismo. Pero, al mismo tiempo, toda fotografía es singular, y fija un instante singular e irrepetible del espacio y el tiempo. Entre los dos extremos: el de la máxima indiferencia y el de la máxima singularidad, se ha movido siempre la fotografía, y no sólo la moderna: un lugar conflictivo desde el punto de vista de su apreciación, en primer lugar, y en segundo lugar desde el punto de vista de su conservación. Para meter el dedo en la llaga de este doble problema basta con hacerse la pregunta de cuál ha sido el criterio de selección de la herencia fotográfica, desde que aparecieron las primeras cámaras hasta ahora mismo, ya en plena era digital.

Salvo en los casos en los que la fotografía ha servido para testimoniar hechos privados o colectivos de cierta importancia, el criterio de selección y conservación de todo un legado (del que ya se han perdido capítulos muy memorables) ha sido el que se heredó de la pintura. Quiero con ello decir que la fotografía empezó a ser enjuiciada desde un lugar que no le correspondía y que pertenecía a otro arte, desde un lugar seguramente anticuado y seguramente equivocado. Creo que lo mismo está ocurriendo con el vídeo respecto al cine, y lo mismo con la "escritura digital" respecto a la literatura. Aún ahora mismo, se está enjuiciando al vídeo como si fuese cine (aunque sus jueces no se den cuenta), cuando siempre fue otro arte, más íntimo y más líquido, y se está enjuiciando la "escritura" digital como si fuese literatura para la imprenta, cuando en realidad es una nueva forma de expresarse que, como el vídeo, exige una nueva mirada y una nueva objetividad.

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2 de abril de 2018
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Roboapocalipsis

No hubo más jubilosa consideración dirigida a la clase media que la democratización de los electrodomésticos; la misma que convirtió las casas en una verbena de cajas de cartón y embalajes plásticos cuyas burbujas hacíamos crujir adictivamente con los dedos. Era todo un acontecimiento familiar ir a comprar un lavaplatos o una secadora y, gracias a sus beneficios –ganar en tiempo y confort–, incluso les veíamos cierta belleza.
Entonces no soñábamos con la nanotecnología porque todo lo grande era mejor. Pero con la llegada de internet, la afición por los electrodomésticos viró hacia los gadgets. El sueño de la robótica enamoró a la industria y ­encendió el deseo. No nos bastaba la humana, necesitábamos la inteligencia artificial (IA) para rodearnos de dispositivos que, más allá de hacernos la vida más fácil, se ocuparan de todo. Y de las máquinas que limpian la casa pasamos a los coches que se conducen solos. Hasta que la semana pasada, en California, un Tesla Model X se estampó contra una mediana, chocó contra dos coches y mató a su conductor. ­Inmediatamente cayeron las acciones de la firma, y los agoreros volvieron a advertir de la amenaza de un Blade Runner real.
Hace algo más de tres años, en la ciudad surcoreana de Changwon, los bomberos recibieron la llamada más insólita que quepa imaginar: una mujer decía estar siendo atacada por su aspiradora. Dormía sobre la alfombra cuando el robot doméstico identificó su melena como pelusa y la engulló con tal fruición que le causó gravísimas lesiones. Probablemente ese día juró que barrería ella misma el piso hasta el último de sus días. El año pasado, el departamento de IA de Facebook tuvo que desconectar a dos robots que habían creado un idioma incomprensible para los humanos. Admitieron que se les fue de las manos. Topaban con el llamado principio de la singularidad tecnológica: el desarrollo técnico y científico humano no es lineal sino exponencial. La IA, haciendo realidad las predicciones de la ciencia ficción, parece encaminada a acabar con toda noción de límite: los sistemas robóticos serán capaces un día de mejorarse a sí mismos recursivamente, creando una línea de desarrollo autónoma que excedería las limitaciones del pensamiento humano. De hecho, la inteligencia artificial de Google ya programa mejor que sus creadores originales. Y según cálculos del Instituto para el Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford, la capacidad de los robots superará definitivamente a la del hombre en el 2060.
Este vuelco tecnológico abre un incierto debate sobre trabajo y economía, intimidad y relaciones personales. El problema lo planteaba el visionario Asimov: “La ciencia gana en conocimiento más rápidamente que la sociedad en sabiduría”. Robots programados para ser poseídos y manejados, hasta el día en que se superen a sí mismos y se hagan con el mando. ¿Un mundo mejor?
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2 de abril de 2018
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Como volver a casa

Querido Van

 

Qué largo es este amor, el milagro que me ha nutrido desde chica. Me ocurre a menudo: al escucharte me siento mejor persona, creas una atmósfera donde lo humano brilla y el clima siempre es suave. Nunca fallas, George Ivan. Tus notas llegan a lugares inalcanzables, acordes en toboganes. Con tu latido negro, mamado desde la cuna, absorbido del viejo tocadiscos que sonaba en el taller de tu padre, me has levantado cuando la el día se embutía en una caverna Y, por azar, en la radio del coche, aparecías haciendo gruñir la armónica, tus cuerdas blandiendo hinojo, oxígeno, carretera, terciopelo, whisky y caballos. Escucharte es viajar sin billete, alcanzar un estado leve, confiado, a ratos melancólico, casi místico; también es un lugar seguro, sin ínfulas, sin palabrería ni espectáculo.

 

Dicen que te cuesta hablar, gruñón y huidizo que en las entrevistas te haces el hombre rudo. Pero le has cantado a Dios y te has lavado con la filosofía. Has leído a Jung y sacas el subconsciente en tus letras como buen aventurero existencial. También admites que la música para ti solo es un empleo, una manera de ganarse la vida. Aunque luego te desdigas: “lo único que me encanta es la música. El resto es pura mierda. El tipo de mierda que la fama atrae es muy oscura. Es muy oscura. Me gusta la música, eso es todo”.

 

Van, qué inmenso eres. Raro y grande. Escueto. Habitando ese personaje que se toca con un sombrero Trilby y unas gafas setenteras. Nunca te excedes con la vista. Apenas levantas la cabeza de tu música, cierras los ojos, te trasformas en aquello que cantas: “Crazy Love”, “Caravan”, “Brown-Eyed Girl", “Philosopher’s Stone" o “Saint Dominic’s Preview”. Detestas el show business, la mitología del rock, la codicia. Puntual, implacable, tirano para algunos, descrees de la industria, manejas tu propio sello como tu tienda de discos, y cantas , a veces viejo otras joven, con un rango que funde el quejío negro con los sonidos de Belfast.

 

 

Los discos que compró tu padre, electricista naval, cuando viajó a Detroit –Solomon Burke, Ray Charles, Muddy Waters– te lanzaron. “Sin esos tíos no estaría aquí”. Dices “tíos”, porque tu nunca has sido cursi, a pesar de componer baladas que han alargado el amor de muchas parejas después de bailar “Someone Like You". ¿Cómo no voy a adorarte si me has regalado septiembre con “When the Leaves Come Falling Down, o me has traído la espuma del día con Dweller On the Threshold? Van, invítame a tu próximo concierto, que me harás escribir como los ángeles, que lo nuestro es para siempre.

 

· · ·   

Querida Meryl

 

Nunca has parecido de este mundo, aunque lo hayas conquistado por los cuatro costados gracias a ese don tuyo para interpretar el más obstinado de los sentimientos. Ninguna otra actriz transmite así el matiz, la emoción antes de serlo, cuando apenas se la intuye. La experiencia de la emoción. Tú la anticipas; basta con que muevas ligeramente un músculo, con que levantes un milímetro la comisura de los labios o llenes tu mirada de palabras, sin nombrarlas. Pienso que habita en ti un tratado de psicología, un diván freudiano y una mecedora en un porche soleado. Tu don enamora, por mucho que te nombren la peor vestida de la alfombra roja y te sigan ofreciendo papeles de bruja o diabla.  

 

Te hiciste actriz para enseñar a crecer a las mujeres. No empezaste joven, rubia animadora, reina del baile de fin de curso.Pasaste por la Escuela de Drama de la Universidad de Yale antes de reverenciar al público. Tu madre tenía temperamento artístico, tu padre “procedía de una familia de impregnada tristeza”. Meryl, progre y comprometida, madre de cuatro hijos; la sensatez y el pulso creativo, sin alaracas ni escándalos. En tus biografías se relata aquel desplante que te hizo Dino de Laurentiis durante el casting de “King Kong”: "Che bruta! ¡Es muy fea! ¿Por qué me traes esto?”, le dijo a su hijo. El papel fue para Jessica Lange. Allí empezó tu carrera. 

 

Se te conocen dos amores. El primero, John Cazale, murió en tus brazos. Te echaron del loft y te refugiaste en casa de un amigo, el escultor Don Gummer, con quien te casaste seis meses después. Hasta hoy. También eso te envidiamos, Meryl, la fantasía de un largo amor y un fuego de chimenea. Admiramos  la maleabilidad de tu yo, los personajes que incluso desde el disparate o la ambición has hecho creíbles. La Hepburn y Bette Davis te nombraron su digna sucesora. Con tu récord imbatible de nominaciones, 21, pero sobre todo con tu gracia y tu don, te has erigido en mentora de varias generaciones que han bebido de tu compromiso. Que te escuchan desde la parálisis de su botox cuando dices: “Que nadie me arrebate las arrugas de mi frente, conseguidas a través del asombro ante la belleza de la vida; O las de mi boca, que demuestran cuánto he reído y cuánto he besado; Y tampoco las bolsas de mis ojos: en ellas está el recuerdo de cuánto he llorado. Son mías y son bellas”. Marie Louise, Meryl de todas las mujeres, nos has demostrado sobradamente que la belleza se arroja desde dentro. De la cabeza.

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31 de marzo de 2018
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Las viejas sendas

Hace unos pocos años Robert Mcfarlane era un perfecto desconocido para el gran público, pero le bastaron dos libros, Las montañas de la mente (Mountains of the Mind, 2003) y Naturaleza virgen (The Wild Places, 2007) para que su nombre haya pasado a formar parte del distinguido y muy apreciable club de escritores amantes (casi valdría decir que fanáticos) de disfrutar de la naturaleza recorriendo caminos. Podría decirse que con Las viejas sendas (The Old Ways, 2012) dio el paso definitivo hacia su consagración, pero desde entonces ha terminado varios libros más dedicados a la naturaleza y el senderismo que le han abierto las puertas de los amantes de este tipo de escritos repartidos por medio mundo.

                En los países de habla inglesa la tradición de los escritos relacionados con el contacto con la naturaleza mediante el acto de caminar es antiquísima, y no resulta exagerado buscar antecedentes ya en los primitivos poetas anglosajones. Con el tiempo la gran atracción por la naturaleza, expresada en forma de poemas, ensayos, novelas, relatos de viaje o interpretaciones filosóficas ha dado lugar a un género conocido como Nature writing, que empezó a popularizarse a finales del siglo XVIII y terminó de formalizarse en el XIX.  

                En España la Nature writing se confunde con la literatura de viajes, que es muy meritoria y tiene como representantes a todos los grandes viajeros, nacionales o traducidos, y cuyos escritos pueden incluir incluso el relato literario de un hecho histórico, y en ese sentido la monumental Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, es sin duda una de las obras cumbre de la literatura en castellano. No deja de ser curiosa la falta de tradición del relato del caminar en España porque más facilidades no podría pedir quien desee dedicarse a ello, pues tendrá a su disposición la asombrosa red de calzadas heredada de los romanos, la no menos asombrosa red de vías pecuarias por las que tradicionalmente circularon los ganados trashumantes y que suman nada menos que 125.000 kilómetros, y como remate, los recorridos religiosos, que van desde las pequeñas visitas estacionales a las ermitas y demás lugares sagrados cercanos a las poblaciones hasta los innumerables caminos de peregrinos, encabezados por el milenario y todavía muy en activo Camino de Santiago. Si a todo ello se añaden los recorridos que los habitantes de cada pueblo conocen, la variedad de elección es infinita. Ahora solo falta que alguien sepa hacer el uso debido de tamaña riqueza.

                En Inglaterra, quienes ennoblecieron de forma más poética los paseos naturales fueron los poetas lakistas, en especial Samuel Taylor Coleridge, William Wordsworth (siempre acompañado de su hermana Doroty) y Walter Scott, aunque la región de los lagos también causó un gran impacto en Shelley, Hawthorne, Carlyle, Keats o Tennyson. De todos ellos el más acérimo fue Wordsworth, de quien Thomas de Quincey asegura que, “a pesar de sus piernas fofas deploradas por todas las damas versadas en dicha materia” a lo largo de su vida recorrió 289.681 kilómetros. Como el ácido y sibilino Thomas de Quincey no es muy de fiar, sirva como ejemplo de lo que hace un auténtico enamorado del contacto con la naturaleza el dato que da en este mismo libro el propio Robert Mcfarlane, pues calcula que habrá hecho a lo largo de su vida entre 11.200 y 12,800 kilómetros. Para dar una idea de lo que significan esa distancia recorrida a pie basta decir que entre Madrid y Pekin hay 9.217 kilómetros, y que a Vladivostok, se llega tras 13.757 kilómeros.

                 La edición de Pre-Textos se ve enriquecida por el prólogo de Miguel Ángel Blanco, un artista que se declara amigo y hermano de la naturaleza y que lleva toda la vida confeccionando  unos curiosos libros-caja con los que ilustra sus recorridos por la Sierra del Guadarrama, y también otros lugares. Cortezas y madera de pino, minerales y objetos de elaboración propia le han servido para reunir una Biblioteca del Bosque que ya sobrepasa de largo el millar de ejemplares. Él fue el introductor de Mcfarlane a los caminos de España y lo más parecido a un nature writer nacional, solo que en lugar de escribir sus recorridos los sintetiza estéticamente en tres dimensiones.

                En Las viejas sendas abundan los recorridos por caminos de Inglaterra y Escocia porque, por una cuestión de proximidad, son los que Mcfarlane ha tenido siempre más a mano. Y aunque en todos ellos el autor transmite con intensidad su emocionada relación con el paisaje y con quienes transitaron antes que él los senderos que lo surcan, destacan el recorrido entre el río Crouch y la desembocadura del Támesis, todo él prácticamente bajo el mar por estar sometido al vaivén de las mareas, y un recorrido en barco siguiendo ancestrales rutas marineras entre Escocia e Irlanda. Entre los recorridos por el extranjero, además de la marcha desde el Valle de la Fuenfría, en Guadarrama, hasta Segovia, hay visitas a Palestina e incluso al Tíbet. Pero lo mejor es que, vaya por donde vaya,  su modo mirar transforma el entorno que atraviesa en la misma medida que el entorno le transforma a él. Y son magníficas sus descripciones de los lugares por donde pasa.

 

 

Las viejas sendas

Robert Mcfarlane

Traducción de Juan de Dios León Gómez

Prólogo de Migel Ángel Blanco.

Pre-Textos

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30 de marzo de 2018
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María Magdalena y el 8-M

Cuando la vida no tenía prisa nos gustaba que llegara la Semana Santa. El olor a incienso hacía más misteriosas las calles y el hojaldre que se horneaba en casa resultaba una deliciosa coartada vegetariana, els panadons, para respetar la Cuaresma absteniéndose de la carne. Nos encantaban las interminables películas que ponían en la tele cada la tarde, de Espartaco a Ben-Hur, e incluso Las sandalias del pescador. Las veíamos enteras, comiendo pipas y torrijas. Y después íbamos a probarnos el disfraz para la procesión o la Pasión, entre los nervios y la dicha. Recuerdo que siempre ansiaba el papel de María Magdalena, lo prefería mil veces al de Samaritana o Verónica. Magdalena había probado otros mundos, y por tanto se trataba del personaje femenino más interesante. De generación en generación, nadie se ha librado del peso de aquellas palabras antiguas y limpias que, se dijo, la salvaron: “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Su personaje ha dado buena tinta a la ficción. De la carta de Saramago a Nikos Kazantzakis y La última tentación de Cristo, que Scorsese convirtió en película. Sus brochazos eróticos escandali­zaron. Pero la literatura y la teología feminista iban abriendo el personaje y ­rescatándolo de su valle de lágrimas pecadoras. Gracias a Anna Caballé, descubrí recientemente a otra María Magdalena, la que describe Isabel de Villena, nacida Elionor Manuel –educada en palacio, monja clarisa y abadesa del convento de la Santísima Trinidad de Valencia–, de quien sólo se conserva su Vita Christi, una reescritura del Nuevo Testamento desde una perspectiva teológica determinada tanto por su adscripción a la regla de san Francisco como por su condición de mujer, en la que revisa varios personajes femeninos relegados a la oscuridad. Esta religiosa y escritora medieval que nadó a contracorriente no describe a María Magdalena como la exprostituta del cristianismo, sino como una joven noble huérfana, adinerada, amiga de las fiestas, sensual, “inventora de vestidos”, a quien no importaba el qué dirán: “Y como en tales casos la fama de las mujeres no puede perseverar entera, aunque las obras no sean malas, son demostraciones que dan que hablar y sospechar a los murmuradores encargados de juzgar y condenar la vida de tales personas”.
Hasta hace apenas dos años, en el 2016, la Iglesia no restituyó –por orden del papa Francisco– su figura, estableciendo la celebración de santa María Magdalena en el calendario romano. Y ahora se acaba de estrenar un biopic protagonizado por Rooney Mara, una María Magdalena que nada tiene que ver con la que nos escupió la historia, envilecida desde una tradición misógina y patriarcal. Santas, putas o malvadas, no podían ser tantas. A María Magdalena por fin le ha llegado su 8-M.
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29 de marzo de 2018
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