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MUJERES EN LA PICOTA

Informar a los demás lo que necesitan saber, o quieren saber, es hoy más que nunca un riesgo de muerte. Ya lo hemos visto con los periodistas mexicanos perseguidos por la hueste asesina de los reyes de baraja del narcotráfico, que son sistemáticamente secuestrados, desaparecidos y asesinados. Ahora vamos a Afganistán, donde el negocio floreciente no es la cocaína, sino la heroína. Desde la caída del régimen de los talibanes, Afganistán se ha convertido en el productor de amapola más grande del mundo.

Primero fue asesinada este mes la periodista Shakila Sanga Hamah, una joven de 22 años, cuando volvía a su casa después de cumplir una jornada de trabajo en la estación de televisión Shamsad de Kabul. Luego leemos la historia de Zakia Zaki, directora de una emisora de radio en Jabalsaraj, muerta de siete tiros por tres sicarios mientras dormía en su casa al lado de su tierna criatura, un niño que no cumple aún los dos años.

En su emisora Radio Paz, Zakia solía hacer duras críticas a los talibanes y a los llamados señores de la guerra, que son los que controlan el multimillonario negocio de la heroína, unas veces con el apoyo de las guerrillas talibanes, y otras con el apoyo del propio gobierno; y los talibanes son quienes siguen imponiendo sus oscuras reglas de conducta a las mujeres.

Radio Paz era una emisora independiente, que promovía la defensa de los derechos humanos, y los derechos de las mujeres, algo que viene a merecer la pena capital, de lo que habla claro el caso de Zakia. Pero no paran allí las cosas.

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11 de junio de 2007
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REVOLUCIÓN O COMUNICACIÓN

El próximo viernes se cumplen 30 años de las elecciones democráticas. O 30 años de un régimen político que mi generación soñó como remedio de todos los males.

Efectivamente los males siguen. Unos que provienen de toda la vida y otros que han sobrevenido con la nueva, pero el balance más rotundo de estas tres décadas es la transparencia del mundo.

¿El ejercicio del voto, la libertad de expresión, los partidos políticos, el Estado laico? Más allá de cualquier novedad en la sociedad española, la influencia más determinante se basa en el formidable aumento de la comunicación.

La COMUNICACIÓN es la clave de bóveda de la gran transformación. En ningún elemento se concentra con mayor intensidad y riqueza la metamorfosis de España y de los españoles, de su economía, su filosofía y sus esperanzas. La explosión de los medios de comunicación y de su empleo, la potencia de su desarrollo y su omnipresencia, han conformado el insólito espectáculo de la sociedad al desnudo. El mundo es otro no ya porque hayan cambiado verdaderamente las cosas, como suele suceder en cualquier  tramo histórico importantes, sino porque vemos lo mucho que han cambiado.

Somos diferentes, sobre todo, porque los años transcurridos nos han procurado instrumentos y experiencias desconocidas pero si el proceso ha resultado conturbador lo ha sido especialmente porque las novedades las hemos conocido y asumido, metabolizado con una eficiencia insólita gracias al continuado ejercicio de la información y la comunicación.

La escuela, la clínica, la religión, la política, la empresa, fueron objetos en los años sesenta del siglo XX objeto de profundas revisiones por mediación del pensamiento crítico. Si ahora son la educación, la sanidad, la ciencia, la creencia han registrado conmociones impredecibles es debido a la fuerza con que los medios de comunicación, privados y de masas, sonoros y visuales, terrestres y espaciales, baratos y low cost, han intervenido en la naturaleza concepción de la naturaleza, la curación o la visión general del mundo. La revolución fue antes sinónimo de estallido de la subversión. La revolución se confunde ahora con la infatigable bomba de la comunicación. 

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11 de junio de 2007
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El regreso del nazi vascongado

Algunos de los más ásperos calumniadores de aquellos que desde el principio rechazamos el "diálogo" con ETA y Batasuna deben de estar, en este momento, reciclando sus bolígrafos. Quienes nos oponíamos a una política de apaciguamiento del ultranacionalismo violento no lo ha- cíamos por dureza de corazón o intolerancia, sino por el convencimiento de que cualquier indulgencia con los movimientos totalitarios se acaba volviendo en contra del que tiende la mano. Los nazis muerden todo lo que se les acerca.

Empleo la palabra nazi sin ánimo deprecativo, solo descriptivo. La ideología del ultranacionalismo violento es la de un partido neonazi, aunque se disfrace de izquierda. También decían ser de izquierda Mussolini y la Falange. El nazismo de ETA y Batasuna ha sido extensamente analizado, pero merece la pena insistir: la exaltación de la sangre, la mitificación del territorio, la hipóstasis de la lengua como alma de la nación, la mitologización del Ejército nacional, la asunción del racismo de Sabino Arana como texto sagrado, en fin, todo el folclore étnico con que adornan sus actos públicos, los colocan indudablemente en el campo de la ultraderecha.

Es evidente que en ETA y Batasuna tenemos la peor herencia franquista y que solo han sobrevivido por las atenciones que reciben de los nacionalistas menos extremos. Personajes como Arzalluz han sido esenciales para que ETA y Batasuna medren.
Y recuerde el lector que Otegi ha hablado en las universidades catalanas con el aplauso de las autoridades, mientras a los amenazados de muerte por ETA se les impedía la entrada. Los estudiantes ultranacionalistas y los rectores oportunistas han contribuido a la creación de fascistas universitarios.

Lo más desolador es que quienes rechazamos el diálogo con ETA somos los que creemos en su posible derrota. Nunca una democracia ha sido derrotada, si es una democracia verdadera. Y son los dialogantes los que no creen o no desean la derrota de los nazis. En eso ha consistido el "diálogo": en la renuncia a los fundamentos de la democracia.

Artículo publicado en: El Periódico, 9 de junio de 2007.

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11 de junio de 2007
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SOPORTE DE POESÍA

La Société des Gens de Lettres (SGDL) en Francia es una vieja institución que se dedica a defender los derechos de los autores, repartir un poco de plata de ayuda social y entregar premios. Su sede es un palacio parisiense, en la Rue St Jacques, el Hotel Massa, que recuerda cómo Francia fue un lugar exquisito hace un par de siglos. Al entregar ayer sus premios de primavera  había como siempre galardones para todo, novelas, poesías, traducciones, etc., y también multimedia.

Lo interesante en el trabajo del ganador del premio multimedia Philippe Boisnard es que no se puede negar su dimensión de poeta. Hace poesía. La compilación de sus trabajos viejos, en su viejo sitio,  hace pensar directamente en la poesía de Guillaume Apollinaire cuando se dedicaba a hacer lo que él llamaba (neologismo suyo) «calligrammes», es decir, escritura que configura una forma inteligible como el retrato de una mujer con un sombrero.

Tarde o temprano será necesario plantear el problema de la utilización de la página electrónica como soporte de la poesía. La tecnología Flash permite poner hojas una por encima de la otra sin un orden preciso, es decir, sabiendo que es el lector el que determina el orden de la lectura.

Boisnard, al recibir su premio, puso en su nuevo sitio enlaces hacia varios de sus trabajos donde el papel del vídeo es muy importante. No lo veo como gran artista, más bien como un pionero. Georges Brassens, el poeta que utilizaba la canción como herramienta, escribió una malísima obra de teatro que tenía un título encantador Los enamorados que escriben sobre el agua. De eso se trata: escribir poesía sobre el agua del ciberespacio.

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8 de junio de 2007
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El arte de perder con elegancia

Julio César Uribe es, sin duda, el hombre más elegante de esta noche. Desde que emerge de los camerinos del Miniestadi de Barcelona, su traje rigurosamente negro resalta por su sobriedad entre las camisetas amarillas del equipo ecuatoriano y las rojiblancas de los peruanos. Mientras camina hacia su asiento parsimoniosamente, el brillo dorado de su camisa, su reloj de oro y el broche reluciente de su solapa dan fe de su sobrenombre: el Diamante Negro.

El entrenador peruano tiene razones para estar más nervioso de lo que aparenta. Éste es su último ensayo antes de la copa América, y le llega en un momento difícil. Le acaban de rebajar el sueldo en un tercio tras comprobar que, durante la gira japonesa del equipo, pasó más de una noche en una discoteca y luego mintió para ocultarlo. Además, un partido contra Ecuador nunca es fácil. Muchos peruanos aún piensan que no importa perder con cualquier país, pero Ecuador es una cuestión de honor. Y viceversa. Sin embargo, Uribe observa el partido con flema inglesa, sin levantarse del asiento, sin gritar.

El terreno neutral juega a su favor. En Cataluña, bajo la mirada vigilante del Tibidabo, todo tiene el aire distendido de un torneo interbarrios. El Miniestadi no se ha llenado, y entre los fans de ambos equipos reina un clima de concordia. Incluso los piques entre ambas barras –que se llaman mutuamente “monos” y “gallinas”- tiene un aire de cachondeo familiar. Muchos hinchas rivales han venido juntos al partido. En la barra de Perú incluso hay un ecuatoriano con su esposa peruana y su niña española.

Para los asistentes, el partido cumple la función de un campo ferial. En la puerta hay un grupo de ecuatorianos pidiendo firmas para la asamblea constituyente del presidente Correa. Otros venden a diez euros camisetas con la leyenda “¡Viva el Perú Carajo!”. Una señora ha llevado una pancarta que dice “saludos a mis hermanitos y a la familia Vargas”. Incluso hay un grupo de bolivianos con una pancarta de protesta por las restricciones de la FIFA a los estadios a más de 2500 m. sobre el nivel del mar. El clima de esta noche dice: di lo que quieras, sé lo que eres, pásala bien.

Pero la simpatía sólo dura lo que tarda en romperse el empate. Con el primer gol de Ecuador, el monstruo despierta. La explosión en la barra ecuatoriana es sólo comparable a la glaciación de la peruana. “Y lloran los peruanos” gritan del lado amarillo del estadio. Pero los peruanos atónitos ni siquiera atinan a llorar. Tras su segundo gol, los ecuatorianos ya saben que pueden hacer escarnio de los perdedores. Y los perdedores ya saben a quién van a culpar.

Pitazo final. Los ecuatorianos reciben la copa apresuradamente y se marchan. Los jugadores peruanos los siguen. Sólo queda un hombre en la cancha: Julio César Uribe, sin perder la compostura, resiste en el banquillo la lluvia de latas, botellas y bolsas de papas fritas que cae desde la tribuna peruana. Los hinchas rabiosos insultan a su madre y le gritan que dé la cara para que se la puedan romper a gusto. Pero el rostro del diamante negro es inexpresivo, aristocrático y digno. Así debe haberse visto María Antonieta camino de la guillotina.

Los mossos d’esquadra protegen al entrenador con sus escudos, pero él se niega a dar el espectáculo de abandonar la cancha bajo escolta. Sólo cuando el cuerpo de seguridad disuelve a los revoltosos de la grada, Uribe se levanta tranquilamente y se dirige al camerino. En la soledad del estadio vacío, quedan los diez ocupantes del palco oficial, que le aplauden animosamente. Son el personal del consulado peruano. Uribe les agradece con un suave gesto de la mano antes de desaparecer en el subterráneo. Tras él, por unos instantes, permanece en el aire el halo de luz que emana de su reloj.

Artículo publicado en: periódico Latino , 8 de junio de 2007.   

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8 de junio de 2007
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El más glorioso de los fracasos

Un comentario de Antonio Larrosa me hizo pensar en el destino de los escritores. Inspirado por las palabras de Marechal, y por el sueño común de escribir que alentamos desde niños, el autoproclamado "peor escritor del mundo" recordaba la escritura de su primer texto de ficción a la edad de siete años. Me acordé entonces de algo que había leído días atrás, en la versión local de la revista Rolling Stone. Allí Rodolfo Fogwill, el autor de Los pichiciegos, Vivir afuera y Restos diurnos, le dijo al periodista Agustín Valle: “Ser escritor ya es fracasar”. Fogwill se refería, creo yo, a cierto lugar del alma que quizás sea el mejor para acometer la tarea. En ese tramo del reportaje, Fogwill se refería a ciertos “grandes escritores que en la cancha pueden ser virulentos peleadores y después en la literatura tienen miedo. ¿Pero de qué? ¿De fracasar? Si ser escritor ya es fracasar. ¿Qué peor te puede pasar? ¿Cuál sería el éxito de un escritor? ¿Ganar el premio nacional, 1.500 mangos por mes? ¿La jubilación de un sargento?”

Yo creo estar de acuerdo (y digo “creo” para cubrirme, porque Fogwill también es un gran peleador y le gusta agarrársela hasta con la gente que está de acuerdo con él) en eso de que existen muchos escritores timoratos, que a la hora de sentarse y marcar la diferencia narran desde el miedo, desde su costado más convencional. Por eso está bueno ubicarse en el lugar del fracaso: porque cuando uno es consciente de que ha elegido una profesión que hace del fracaso un destino, entiende que no tiene nada que perder –y entonces escribe sin que nada le importe, más allá del viaje en sí, de la propia aventura.

  Por supuesto, algunos párrafos más adelante Fogwill se desdice, o por lo menos arruina mi interpretación, al agregar: “Ser escritor es fracasar en la vida”. A mí se me hace que los escritores debemos trabajar desde esta noción del fracaso, de lo perdido por perdido, porque es liberadora: nos ayuda a quitarnos de encima toda otra expectativa que no sea la del placer que se obtiene durante la tarea. Pero aun cuando esto signifique que estaremos contando duros toda la vida (a fin de cuentas Fogwill se refiere al fracaso económico, a la imposibilidad de comprarse un Volkswagen Gol en vez de “esta mierda”, es decir su propio auto), yo no creo que eso entrañe el fracaso en la vida. Cuando uno abraza de corazón una profesión quijotesca –como Antonio Larrosa, que en su primer opus se atrevió a reescribir a Pierre Menard-, lo hace a consciencia de que, a Dios gracias, existen algunas formas gloriosas del fracaso.

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8 de junio de 2007
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V. PARA ESO SE PINTAN SOLOS…

La gran discusión en México hoy día es si el ejército debe estar en la calle persiguiendo narcos, si es ése su papel. El alegato del gobierno es que la policía no sólo perdió capacidad para enfrentarlos, sino que se halla infiltrada y copada por los carteles. La revista Proceso decía hace una semana en su portada: “La policía, un cartel más”.

La guerra está en las calles. El teatro de la guerra se halla ya en numerosos estados: Quintana Roo, Yucatán, Tabasco, Guerrero, Michoacán, Sinaloa, Sonora, Durango, Chihuahua, Monterrey, Guadalajara, Tamaulipas, Baja California. Es una infección que venía comiendo debajo de la piel, y ahora ha reventado en múltiples pústulas.

Ajusticiamientos de distribuidores de droga de bandas rivales, venganzas perpetradas contra familiares de agentes judiciales, ejecuciones de cara a los niños de las víctimas, que pueden ser policías, agentes encubiertos, o abogados de la fiscalía. Cuerpos que aparecen en los caminos torturados con saña. Secuestros y asesinatos de periodistas que se atreven a informar sobre los carteles: 35 periodistas han sido ejecutados desde el año 2000, y hay periódicos que han decidido el cierre temporal ante las amenazas, como el diario Cambio Sonora.

Frente al edificio del periódico Tabasco Hoy, en Villahermosa, fue arrojada la cabeza de un funcionario judicial, mientras su cuerpo decapitado apareció en otro paraje de la ciudad. Ya el diario había sufrido ataques con bombas y granadas de fragmentación, y uno de sus reporteros aún no aparece, secuestrado tras la publicación de una serie de artículos sobre la distribución de drogas en la ciudad.

Horror y terror que no cantarán los narcocorridos.

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8 de junio de 2007
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YO Y LOS OTROS

Uno mismo nunca es uno mismo. De acuerdo, nos resulta familiar ese señor del espejo pero de eso a ser él mismo media un abismo. En el vídeo, en las fotografías uno se alegra o se decepciona ante la imagen que se ha plasmado pero, en todo caso, se sobreentiende que la sensación satisfactoria  o insatisfactoria se refiere no al mismo yo sino a esa proyección para las fotos o las cámaras que siempre se proyecta aberradamente.

El verdadero yo es inasible y se identifica precisamente con no ser nada. No existir, no aparecer, no poder ser juzgado ni aprendido, ni entendido ni amado certeramente. El yo elude cualquier descripción y mucho menos una documentación visible. Por definición nosotros no existimos -tal como eso se entienden en esta vida- en el trato con los demás, en el ejercicio del trabajo, en la relación de amor. Pero en verdad, existimos, en todos los supuestos, algo más atrás, escondidos de la investigación, sustraídos a la verdadera exploración, retirados o protegidos o condenados contra el conocimiento auténtico.

Todo lo que los demás conocen, odian o aman de cada uno de nosotros, no son sino versiones de lo que realmente es. Traducciones de una identidad que permanece siempre exenta, eximida, ausente de las consideraciones. De hecho cuanto se dice que somos se compone de los fragmentos más o menos unidos que han obtenido los demás como son -medio reales, medio inventadas- las restauraciones arqueológicas formadas por la insuficiencia o la deducción. El yo se va deshaciendo en la desesperación de no ser nunca dicho.

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8 de junio de 2007
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IV. NEGRO FOLCLORE

No es un asunto sólo de cantantes que desempeñan en los escenarios el papel de mensajeros de los extravagantes jefes de los carteles de la droga, y pagan con su vida la osadía, ni sólo de reinas de belleza a las que los capos financian sus trajes, fiestas de coronación y carrozas, y luego pasan a ser sus trofeos de caza.

Tampoco es sólo un asunto de personajes de novelas misterio que escribió la realidad, como Amado Carrillo Fuentes,“El señor de los cielos”, jefe del cartel de Juárez, que murió a consecuencia de las heridas infectadas tras hacerse en un quirófano clandestino una cirugía plástica que cambiaría su cara, y así pasaría invisible a los ojos de sus perseguidores. La leyenda, dice, sin embargo, que quedó vivo, como lo dice de Carlos Gardel.

Ni sólo un asunto de los gustos particulares de los barones de la cocaína, tal como se revelan en sus palacetes de docenas de habitaciones, piscinas olímpicas y múltiples salas de billar, donde coleccionan armaduras medievales y momias egipcias auténticas, y donde tienen harenes y zoológicos particulares con elefantes africanos, fieros tigres de bengala y osos Panda.

Los capos mexicanos heredaron el folclore caribeño de Pablo Escobar, capo di tutti capi, que mandó empotrar en el arco del portón de su hacienda la avioneta en la que había hecho su primer transporte de droga a Estados Unidos, así como los millonarios enmarcan su primer dólar. Y heredaron también toda la cultura atrabiliaria y vistosa de los narcos colombianos, patrocinadores del culto del Divino Niño, que les enseñaron a sentarse en retretes de oro macizo, y a hacer peregrinaciones a Jerusalén.

No es eso. La muerte es su mejor folclore. Su folclore negro.

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7 de junio de 2007
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Bajo las alas de Severo Arcángelo

Lo primero que hizo mi amiga Miriam cuando le dije que mi próxima novela iba a ser “una de aventuras”, fue –con buen tino- reírse de mí. Lo segundo que hizo fue enviarme un texto de Leopoldo Marechal. Se trata de prólogo a su novela El banquete de Severo Arcángelo (1965), que el viejo maestro dedicó a su esposa Elbia, a quien solía llamar en sus textos con el nombre de Elbiamor. (¿Se imaginan a un escritor de hoy dedicando su obra a una amada, y recreando su nombre con una apelación tan frontal al sentimiento que despierta en su alma? ¡Nadie tiene tantos cojones en estos tiempos!)

Pero en fin, Miriam me lo envió porque recordaba que Marechal había concebido su novela con intenciones parecidas a las que yo cacareaba. “Desde mi niñez vine soñando con escribir una historia de aventuras,” dice Marechal. Según cuenta, a los diez años produjo su narración inicial, El pirata rojo, “a la manera de Salgari, mi entonces querido y envidiado maestro”. Después confiesa que “se me trabucaron los planes y la vida,” como nos suele pasar a todos. De pequeño ansiaba producir “una historia de niños para niños”, y ya adulto escribió Adán Buenosayres, que era “una historia de hombres para hombres”. “No obstante, mi sueño infantil quedó en pie”, asevera: ese sueño hecho libro fue El banquete de Severo Arcángelo. Según Marechal, es una novela de aventuras que se dirige “no a los niños en tránsito hacia el hombre, por autoconstrucción natural, sino a los hombres en tránsito hacia el niño, por autodestrucción simplificadora”.

Me encantó. Más allá del hecho de que jamás podré escribir algo tan delirante y tan sublime como El banquete, me gustaría suscribir las palabras del prólogo como si constituyesen un programa de acción. Yo también sueño con este asunto desde niño, yo también idolatré –y todavía idolatro, ¿por qué no?- a Salgari, yo también escribo, o querría escribir, para los hombres y mujeres que se encuentran “en tránsito hacia el niño”.

Ojalá tenga el coraje alguna vez para dedicarle un libro a mi amada. Después de todo, pocas aventuras siguen siendo tan necesarias, y están a la vez tan necesitadas de épica, como el mismo amor.

Mi sueño infantil también sigue en pie.

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7 de junio de 2007
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