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Vomitando conejitos por TV

Por 28 de junio de 2007 Sin comentarios

Marcelo Figueras

El otro día pesqué en el canal Encuentro una vieja entrevista con Julio Cortázar. La agarré empezada, se trataba de algo hecho para la televisión española, el señor que lo entrevistaba era un caballero llamado Joaquín cuyo aspecto conservador contrastaba con el bueno de Julio, tan desmelenado, tan apegado a su cigarrillo, demasiado largo para las medidas convencionales de cualquier sillón. Me quedé enganchado por muchas razones. En primer lugar por lo insólito del placer: ¿cuántas veces pudieron escuchar a un gran escritor durante casi dos horas de TV, sin apuros ni interrupciones comerciales? En segundo lugar, porque más allá de la ocasional frase en algún noticiero –por lo general cuando se cumple algún aniversario, en caso de que alguien se acuerde-, nunca había oído hablar a Cortázar largo y tendido. Me gustó su voz, naturalmente grave y todavía más virada hacia los bajos por obra del tabaco. Me produjo ternura su ‘erre’ arrastrada por defecto de dicción, que lo aproximó a París antes que cualquier viaje. Pero lo que más me gustó fue él mismo: su postura nada engolada, sus reverencias de alumno ante los maestros Borges y Arlt, la historia de su padre ausente y de su madre tan culta como frustrada, la revelación obtenida cuando niño de que para él lo fantástico –encarnado, en este caso, en uno de los libros menos conocidos de Verne, El secreto de Wilhelm Storitz– era menos fantástico que para los demás, al punto de resultar indistinguible de lo real.

Yo recuerdo la lectura del cuento Los venenos como si fuese hoy. Estaba en uno de los últimos años de la escuela primaria, cuando la señorita Barbeito abrió su ejemplar de Final del juego y se puso a leer en voz alta. No voló una mosca en todo el rato. Me gustó desde el arranque: ‘El sábado tío Carlos llegó a mediodía con la máquina de matar hormigas’. Contundente como un puñetazo y a la vez misterioso: ¿qué clase de máquina era esa de la que hablaba? Enseguida me atrapó el lenguaje, era casi como oír hablar a un chico como yo, además al pibe le gustaban cosas que yo reconocía: jugar a Buffalo Bill y Sitting Bull, hojear la revista Billiken, leer las novelas de Salgari. El chico éste se entusiasmaba además con una vecina llamada Lila, a mí me había pasado lo mismo con una Lila que conocí en Catamarca y que resultó tan taimada como la de cuento. ¡Parecía algo que podía haber escrito yo, tranquilamente!
Después encontré en mi casa otros libros de Cortázar, mi vieja tenía un montón, tenía hasta novelas como El libro de Manuel que yo sólo husmeaba buscando guarangadas (me acuerdo de una parte en que ponía: LONSTEIN ON MASTURBATION!, así con mayúsculas, nunca supe quién era el dichoso Lonstein), pero yo me quedé con los cuentos, me los leí todos una y otra vez. Descubrir a Cortázar me hizo entender que yo también podía hacerlo, que además de imitar a Salgari y a Verne yo podía escribir de gente como mis amigos, o incluso mi madre, que se comunicaba mejor conmigo pasándome libros que a la hora del diálogo. Entendí entonces que ya no necesitaba llenar mis historias de expresiones como pardiez, enjaezar, voto a bríos o algazara, que se me habían pegado de tanto leer traducciones de Dumas. Podía escribir casi como si estuviese hablando, eso tenía sus ventajas, cuando escribís de esa manera parece que la historia estuviese ocurriendo en ese momento, al tiempo que leés, y eso produce un efecto buenísimo. Quiero decir: hace que todo suene real, hasta el hecho de abrir la boca y vomitar conejitos.

Lo que me gustó de la entrevista, a fin de cuentas, fue descubrir que Cortázar era un señor con el que me habría gustado tomar un whisky y charlar de cualquier cosa. Y eso no es algo que me pase con muchos de los escritores que conozco, se los puedo jurar.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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