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V. DEMOCRACIA CON APELLIDOS

El Santo Tribunal que me condena no cree en las opciones libres, por lo visto, y la libertad de opciones es para mí irrenunciable, lo mismo que me niego a delegar en nadie la elaboración de mi pensamiento.  Y en esa sentencia percibo un gemido de nostalgia por el viejo socialismo destronado de los tiempos soviéticos, que entre sus muchas desventuras es responsable de haber dado a toda la izquierda la mala fama de ser enemiga de la libertad y de la democracia.

Tal como una vez escuché al presidente Lula decir en Managua, que uno de los pecados capitales de la izquierda militante había sido ponerle apellidos a la democracia: una democracia burguesa, vituperable, y una democracia proletaria, la única legítima y digna de alabanza.

El maestro Bobbio cita en su libro a Noam Chomsky, el singular pensador estadounidense,  diciendo que el derrumbe del mundo soviético, y del llamado socialismo real, tenía la ventaja de que permitiría a la izquierda verdadera demostrar que nada tenía que ver con estalinismo ni con la muerte de la libertad. Y cierro hablando de Chomsky porque el presidente Chávez es un buen lector suyo, al punto de recomendar sus libros en su tan famoso programa “Aló, Presidente”. Es bueno seguir sus consejos.

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3 de julio de 2007
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Tatuajes en el alma

El otro día, en el auto, mi hija menor solicitó el correspondiente permiso para cambiar de CD. (En el diminuto país dictatorial que es mi vehículo, la elección de la música suele ser un privilegio del Supremo al Volante.) Entre las opciones que había a mano, eligió el último de Lloyd Cole, Antidepressant. Corrieron algunas canciones y se me ocurrió contarle lo mismo que conté aquí hace algún tiempo sobre Cole: que además de la admiración por su música me une a él una corriente afectiva que deriva del hecho de haber crecido en sincronía. Recuerdo que cuando empecé a oírlo, tenía la misma edad de Cole y de su canción 29. Todavía sigo oyendo su música, sólo que ahora Cole habla de un cuerpo que recién le empieza a funcionar los martes, con algunas partes que ya merecerían reemplazo, al punto que ni siquiera le hace efecto Scarlett Johanson.

Mientras seguía manejando, recordé que la primera canción de Cole que me llamó la atención fue Jennifer, She Said, cuyo protagonista lamenta haberse tatuado el nombre en cuestión sobre la piel, sucumbiendo a la pasión de un romance que terminó durando lo que un suspiro. Sonreí, pensando que grabarse en el cuerpo un nombre que termina convirtiéndose en una llaga era algo muy propio del joven que Cole era –que éramos- por entonces. Satisfecho conmigo mismo, pensé que por fortuna no había cometido semejante desatino en su momento. Y de inmediato entendí que no era necesario entender el tatuaje de manera literal. Ser joven hace inevitable tomar una larga serie de decisiones, muchas de las cuales pueden llegar a ser tan equivocadas como irreversibles –al igual un tatuaje.

Y yo, para qué engañarse, tomé decisiones de esa clase a manos llenas. Mi alma está llena de tatuajes a medio borrar. Marcas que me quedaron de tantas relaciones truncas, de tantas omisiones, de tantos fracasos. Algunas resultan casi ilegibles, pero otras permanecen, constituyendo un texto fragmentado que me encantaría expurgar de mi historia, pero que de lograrlo la dejaría incompleta y sin explicación.

Me fui quedando callado, sumido en el recuento de tanto garabato. Mi hija registró el silencio pero no dijo nada. Aunque los adultos pretendemos que nuestra piel no dice nada, los hijos conocen de memoria todos nuestros tatuajes. Por fortuna algunos de ellos tienen la delicadeza de fingir que no los ven, hacen de cuenta de que no pueden leerlos, de que la ropa con que intentamos cubrirlos ha cumplido con su cometido. Esa, según entiendo, es una de las formas más perfectas de su amor.

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3 de julio de 2007
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POETAS, ESOS LOCOS

Tienen su locura. Aunque tantas veces sólo está en los poemas. Conozco muchos poetas de vida muy tranquila, incluso de vida familiar más o menos convencional. La locura se escapa por los poemas. No deben engañarnos las formas en los poetas, incluso son gentes, muchos de ellos, que pagan los impuestos, conducen sin beber y programan sus vacaciones de verano.

Vuelvo de Colombia cargado de poetas, también de muchas prosas. No tengo información de la vida de algunos de sus mejores poetas. No sé casi nada de la vida de Gaitán Durán, Hernando Valencia, Gómez Valderrama o de León de Greiff. Tampoco demasiado de Eduardo Cote Lamus, tan admirable, tan admirado también por Caballero Bonald. Su hijo Eduardo, otro querido poeta, me regala la obra completa de su padre y me enseña la casa dónde ya nunca vivió el poeta, la casa de la madre viuda que, naturalmente, conservaba los libros del marido. Ahora que los dos murieron, los libros del padre, los cuadros, los objetos hay que repartirlos entre los hijos. Estuve en una casa donde, por últimos días, todavía seguían como testigos de vidas los libros dedicados por Juan Ramón, Aleixandre, Guillén, Dámaso, Alberti, Goytisolo… y otros amigos del poeta que murió, demasiado pronto, demasiado estúpidamente en un accidente de coche.

También en accidente de coche, imprevista e injustamente encontró la muerte otro de los grandes escritores europeos, George Sebald.

Los buenos poetas mueren menos que el resto de los mortales. Van quedando sus vidas, sus amores, sus excesos y sus pasiones contadas en sus poemas. Se quedan sus versos como descendientes, como testigos, como guías de nuestras imperfecciones en la vida. Al poeta Cote Lamus lo miramos en la foto del libro, sonriente controlado, con su traje de elegancia diplomática y lleno -como un niño travieso- de pajaritas de papel, de todo un zoo infantil que recorre su traje, se sube por su cabeza y nos devuelve la imagen menos seria, más cercana del poeta. También los poetas serios son unos locos, aunque saben tener miedo a los ángeles, “un ángel es un ángel pero cae/ y sigue siendo un ángel. Mas, temedle”.

Vivió deprisa, bebió despacio, murió pronto, nosotros somos capaces ahora de darle vida leyéndolo. No sé si es fácil encontrar aquí su poesía, le preguntaré al amigo Chus Visor, si lo hacen, no es mala parada para eso que llamamos vida cotidiana. Los poetas se nos pueden parecer en muchas cosas, se diferencias cuando escriben. Sobre todo si escriben en la hoja de una espada: “Destino es trazar paz adonde gima el pecho. / Crucé la vida hasta la empuñadura: me emparedaron por reliquia, por estar escrita: la estirpe ha muerto y yo me conmemoro.”

Mañana escribiré del más loco de los poetas colombianos, el también buscador de ángeles, de ángeles clandestinos, Raúl Gómez Jattin. Me encantaría regalar poetas, como no lo puedo hacer, regalo algunos poemas.

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2 de julio de 2007
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IV. CERTIFICADO DE VIRTUDES

¿Pero qué es al fin y al cabo hoy en día la izquierda? ¿Es una congregación cuyos fieles deben tener en la mano un certificado de virtudes ideológicas expedido en base a alineamientos ciegos con determinados gobiernos y formas de poder? ¿O ser de izquierda es pertenecer a una comunidad de personas libres que creen en la equidad y la compasión por los más débiles, y son capaces de sentir “en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”, como escribió el Ché Guevara a sus hijos en su carta de despedida?

Norberto Bobbio, el pensador italiano, explica en su muy sabio libro Derecha e izquierda, que la idea de libertad debe ser irrenunciable para la izquierda en su proyecto de convertir en más iguales a los desiguales: los derechos sociales puestos al lado de la libertad, con lo que el espacio de la democracia es necesariamente el espacio de la izquierda.

Es la izquierda en la que yo creo desde mis tiempos en la revolución sandinista de Nicaragua, cuando tenía los mismos años de quienes han salido a las calles de Caracas a protestar por el cierre de una emisora. El tiempo me ha dado más años, pero no menos convicciones.

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2 de julio de 2007
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DÓLARES FALSOS

Un amigo me dice que ha comprado un millón de dólares falsos por 1.000 euros. ¿Una majadería? De una parte parece la operación propia de un tonto o un loco pero si se piensa un poco más allá es incuestionable la feliz poesía del desatino. Una simple inepcia nunca podrá llevar a un efecto tan brillante y complejo.

Ciertamente el millón de dólares falsos no vale pecuniariamente nada. ¿Pero puede decirse que sean sólo papel? ¿Puede asegurarse incluso que sólo sean papeles impresos? A los dólares falsos no les pertenece el único y reductor significado de meras papeletas. Los dólares falsos son mucho menos que los dólares auténticos pero nunca igual a nada. Valen indudablemente algo. Y algo más que su tasación material. ¿Valen mil euros? Esta sería otra cuestión pero ¿cómo no aceptar que la conversión exacta y áurea es de un millón del paquete de dólares falsos (10.000 billetes de 100) por mil de euros  auténticos?

Ciertamente no existe otro precio posible. Ni conveniente de acuerdo a las leyes inscritas en el inconsciente. Cualquier rebaja de los mil euros o cualquier aumento de esa cifra desharía la deslumbradora magia de la operación. En las cristalizaciones poéticas no se puede intervenir sin extremo cuidado y precisión. Un millón de dólares falsos hace de su pila  un objeto encantador. Encantador en el sentido literal: suscita encantamiento.

Las películas de ganster o de cuatreros, las historias periodísticas, las novelas policíacas y de buscadores de tesoros, la cultura pop norteamericana en general, se halla encerrada en 1 millón de dólares.  Y tanto o más  en 1 millón de dólares falsos que verdaderos. La atracción de lo verdadero nunca podrá igualar al encanto de lo falso. Lo falso hace volar la imaginación, produce imaginación. ¿Cómo no reconocer, por tanto, valor a esa resma productiva? ¿Cómo podría sostenerse que un millón de dólares falsos no debe valer nada? Su valor, como poco, sería invariablemente, firmemente, un exacto millar de euros.

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2 de julio de 2007
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El final del final

Me encantó el CD nuevo de Paul McCartney, Memory Almost Full. Su música, por supuesto, pero también el lugar del alma desde el que está concebido. Desde que ocurrió lo de la niña africana me rondan obras que de una u otra forma se plantean la cuestión de la muerte. La otra semana fueron The End of the Affair y The Fountain. Esta semana fue Muerte en Venecia, tristísima, maravillosa película de Visconti inspirada por Thomas Mann. Cuando se aproximaba el Día del Padre, mis hijas me preguntaron qué cosas quería y yo mencioné el disco de McCartney. Que ya desde el concepto del título, esa memoria casi llena, remite a ese trecho final de la vida en que McCartney se sabe parado.

Por supuesto, tratándose de McCartney no puede sino tener momentos soleados aun cuando hable de cosas que cualquier otro encontraría truculentas. El disco funciona entre los paréntesis que representan Dance Tonight, una simple e infecciosa invitación a la alegría, y Nod Your Head, un rock duro al estilo de Why Don’t We Do It In The Road que haría las delicias de los hoy desaparecidos Beavis & Butthead. A partir del track 2, Ever Present Past, el tema queda establecido: “Espero que no sea demasiado tarde / Ando detrás del tiempo que se ha ido tan rápido / El tiempo que pensé que duraría / Mi siempre presente pasado”. En la balada You Tell Me, se trata del recuerdo de un verano tan bello y tan distante en el tiempo que ya ha comenzado a parecer irreal. Mr. Bellamy pertenece al registro beatlesco que inauguró Eleanor Rigby, y que en el disco anterior de McCartney revisitó la maravillosa Jenny Wren, canciones sin tiempo que cuentan historias, en este caso la de un anciano que chochea y que se ha encerrado en el ático de lo que bien puede ser un asilo.

Vintage Clothes plantea una actitud que comparto desde hace mucho, tanto en lo vital como en lo estético: “No vivas en el pasado / No te aferres a nada que esté cambiando rápido”. A fin de cuentas, “lo que pasó de moda siempre está volviendo”. That Was Me es un un rock como los de antes, que Paul aprovecha para revisar las postales de su vida entera. “Ese era yo / Transpirando telas de araña / Bajo contrato / En el sótano / En la TV / Ese era yo”. El estribillo redondea el asombro de la vida pasada ‘en un flash’: “Y cuando pienso que todas estas cosas / Pueden constituir una vida / (Encuentro que) Es muy difícil asumirlo”. House of Wax es grandiosa y está llena de imágenes apocalípticas, infrecuentes en McCartney; me encanta el verso con que se abre, caen relámpagos sobre el museo de cera, y la invocación a “encender los restos incompletos del futuro”. El punto de cierre a la cuestión lo pone The End of the End, donde McCartney habla de lo que desearía que ocurriese cuando llegue, precisamente, al final del final: “El día en que muera / Me gustaría que se contasen bromas / Y que se desenrollasen las viejas historias / Como alfombras en las que jugaron los niños”. Siempre les envidié a los yanquis y a los ingleses su forma de velar a los muertos, esto de reunirse a comer y a beber y a recordar inevitablemente. Cuando me toque The End of the End me gustaría que las cosas fuesen así, también, como en el final de la película Philadelphia: gente que ve fotos y filmaciones, que oye la música que a uno le gustaba, que se ríe recordando las viejas anécdotas. ¡Qué bonita manera de despedirse!

Hace poco Dylan dijo que McCartney le producía un asombro propio de la admiración. Entonces no entendí del todo a qué se refería, pero ahora sí.

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2 de julio de 2007
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TRAICIÓN

Interesante la nota en el diario argentino Página 12 sobre una conferencia de la autora Liliana Heker: «Las formas de la traición en la literatura argentina». Cita casos, ejemplos, hasta modelos de traición. Es excelente. Y como voy releyendo a Respiración artificial, la novela de Ricardo Piglia, me atrevo a añadir un personaje: Enrique Ossorio, secretario de Juan Manuel de Rosas, el principal dirigente de la Confederación argentina. Ossorio habría podido ser un héroe, pero se sospecha que fue un traidor. Su exilio nutre gran parte de la novela de Piglia.

También falta La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig. Una vez oí a Guillermo Cabrera Infante contar cómo hacia parte de un jurado que premió la novela. «No había que leer el libro, explicaba el autor cubano con su impasible rostro chino, el título era tan bueno: bastaba para entregar el premio. Puig habría podido prescindir de escribir la novela».

Lo único equivocado en la conferencia que cuenta Página 12 es el adjetivo en el título: «argentina». La traición es el plato más común de la cocina humana internacional. Odette traiciona a Swann, en Proust, no por acostarse con otros amantes sino por salir de su condición de Odette y llegar a ser Mme. Verdurin y aun más al final de la Búsqueda del tiempo perdido. Traicionar es liberarse de sí mismo para asumir su futuro. Sarkozy traicionó a Chirac, recordaron los periodistas antes de su elección a la presidencia francesa. Sí, lo traicionó, tal como Chira traicionó a Giscard d’Estaing. Se trata del movimiento de la vida: estar a favor y estar en contra. La nota de Página 12 es excelente pero su ámbito es limitado. Lo que necesitamos es una «Introducción a la historia mundial de la traición» (lo escribo para traicionar a Borges).

(Otra traición, amplia, para los que leen el inglés: el pésame de la revista Rolling Stone a la muerte de la industria del disco: parece que el público, enamorado de la tecnología digital, traiciona a los artistas robando placer musical sin entregar plata).

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2 de julio de 2007
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¿Cuál es la vida perfecta?

Había ya escrito mi columna cuando ayer el país se vio conmovido por una noticia inesperada. Esta mañana todas las radios (en el breve tiempo que les deja la publicidad), las televisiones (que no estaban ocupadas con anuncios para niños), las portadas de todos los diarios, eran unánimes: el regreso de Rodrigo Rato es un suceso histórico.

Primero pensé que lo más chocante y quizás lo que llamaba la atención de los profesionales era que, por retirarse antes de hora, Rato renunciaba a un sueldo monumental, una de esas facturas que pagamos los contribuyentes la mar de contentos para que los empleados de purpurina puedan vivir como potentados. A mi me alegra que vivan bien, la verdad, pero no niego que verles renunciar a sus privilegios me conmueve.

Sin embargo, tras leer las informaciones me percaté de que ese asunto no importaba a nadie. El nerviosismo universal obedecía a dos sospechas. La primera, que el buen hombre volvía para casarse, que estaba harto de que le pasearan como a un Santo Padre por el globo, y que más le apetecía jugar al parchís con sus hijos. Pronto entendí que esta hipótesis solo se respetaba porque la había adelantado el propio Rato, pero se descartaba de inmediato: ¿Quién puede creer que casarse a los sesenta años y pasar más tiempo con tus hijos sea comparable a ganar una pasta cósmica y viajar en primera con Iberia? Eso no podía ser.

No obstante, me desconcertó que la segunda hipótesis, la verdadera, fuera que Rato abandonaba el oro y el moro y volvía a España para incrustarse en las filas de la oposición. Me desconcertó porque, aunque yo sigo creyendo a Rato cuando dijo que volvía para casarse y estar con sus hijos y le admiro por haber renunciado a un espejismo bien pagado, a lo mejor mentía, a lo mejor tienen razón los profesionales y Rato nos engaña y lo que quiere es ser el segundo del PP, o candidato a las Cortes o cualquiera de esas trivialidades que a toda persona sensata le parecen un consuelo, un placebo, lo que se hace en esta vida cuando te ha fallado lo más importante. Pero anda que como sea verdad...

Artículo publicado en: El Periódico, 30 de junio de 2007.

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2 de julio de 2007
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III. MÁS CAPAS TIENE LA CEBOLLA

Y la cebolla tiene aún más capas: Ortega mandó a votar a sus diputados en la Asamblea Nacional para reformar el Código Penal y establecer una condena de ocho años a quien practique, o se deje practicar, el aborto terapéutico, una ley a consecuencia de la cual han muerto ya muchas mujeres con embarazos riesgosos en Nicaragua, pues son rechazadas en los hospitales. Daniel Ortega pertenece a la fraternidad de gobernantes de la izquierda oficial, a prueba de veleidades imperialistas.

  ¿Tengo, entonces, que estar a favor de la pena al aborto terapéutico para ser de izquierda? ¿O a favor de cualquier acto de corrupción, de cualquier abuso de poder, de cualquier violación de las libertades ciudadanas, sólo porque viene de un régimen certificado como de izquierda por el Santo Tribunal? Ortega, se ha vuelto católico de misa y comunión diaria, y se comporta como los más derechistas de la iglesia. ¿Para ser de izquierda debo entonces ser también de derecha, como Ortega?

¡Extraño paraíso donde moran los que cierran medios de comunicación y aplican leyes medievales contra las mujeres, y aún más extraño infierno donde somos enviados quienes no nos conformamos con los asaltos a la libertad de expresión y los abusos de poder, y adversamos el autoritarismo!

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29 de junio de 2007
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EL MIEDO, LA DICHA Y DIOS

Como en el vestido o en el maquillaje, hay modas en el mundo de las ideas. Temas de moda en la voluble vida intelectual.

El Miedo es uno de esos temas y Dios el otro. El Miedo y Dios han venido a sustituir, en parte, al tema de la Felicidad que sigue presente en las novedades de libros desde comienzos del siglo XXI.

Unos temas más que otros, todos se hallan relacionados con el estilo mismo de la época. La Felicidad, el Miedo y Dios forman una tríada que reproduce la idea el bien y la de su antagonista con el infierno o el paraíso terrenal al fondo.

La obsesión por la felicidad brotó y se desarrolló en Occidente cuando tras decenios de prosperidad material los sondeos registraban el estado de una población que se declaraba más infeliz o no más feliz que antes. En verdad, no hay asunto que consiga mayor audiencia en un momento dado que el que coincide con una demanda latente y sustantiva.

Así le pasó al tema de la Felicidad, que desencadenó una oleada de títulos, tanto más apreciada (la oleada) cuanto más sequía se venía sufriendo. Ocurre en estos casos como en los de la Ecología: nunca la Naturaleza se hace más importante e interesante y necesaria que cuando está desapareciendo. El caso de la Felicidad reproducía la misma ecuación: nunca se había producido tanta masiva demanda de felicidad que cuando se tuvo constancia de que la abundancia de bienes no contribuía a hacernos más felices. 

Ahora, el tema de Dios, de la vida eterna, de la fe, etcétera, cunde al amparo de la ausencia de fe, de la desaparición de Dios y del ateísmo, del auge de incredulidad, el escepticismo y la ironía.

¿El Miedo? El miedo es acaso el corolario de todo ello. Con miedo en el cuerpo puede recibirse con gusto no importa qué protección o promesa de amparo. El miedo se ha difundido ya socialmente como una epidemia y si antes nos abrazábamos en la esperanza del porvenir, ahora nos estrechamos ante la amenaza del presente. Los dos factores –el entusiasmo revolucionario y el pavor conservador- contribuyen a crear colectividad. Somos algo importante y conjuntamente aspiramos a lo mejor o somos algo vulnerable y juntos contribuimos a evitar lo pésimo.

El miedo es tan empalogoso como pegadizo. Opera como una sustancia mucilaginosa que impide la protesta airada, la creación desenfadada, la experimentación atrevida y tantos otros aspectos relacionados con la libertad. El miedo secuestra desde el interior y es así la fórmula idónea para el control. Cuanto más miedosos más infantilizados, cuanto más aterrorizados más arrasados.

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29 de junio de 2007
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