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En las pestañas del huracán / I

De niño, en los odiados días escolares, recibía como un festín secreto la noticia de una mañana lluviosa. Algo había en aquellos goterones que relajaba la rigidez de la jaula, o sería tal vez que semejante ambiente de excepción tenía un efecto analgésico sobre el ánimo de mis huesos encerrados. Nada me parecía más odioso, en contraparte, que cargar la mochila con el sol golgotesco de las dos de la tarde, como una cruz camino del cotidiano chasco de llegar a la mesa y quemarme la lengua con la sopa caliente, y encima de eso tener que acabármela. Pero todo se desquiciaba con la lluvia, y ya el tiempo pasado en cautiverio me había enseñado que ese desquiciamiento solía funcionar en mi favor. A los grandes como que les ganaba la prisa, de repente ya no era tan importante que las cosas se hicieran al pie de la letra. Un niño siempre sabe encontrar rendijas en la rutina de un adulto fuera de quicio. Y así es como la lluvia permitía que una mañana en el ergástulo casi se pareciera a un día feliz. Nada divierte tanto a un niño amurallado, cuya noción del tiempo es exponencialmente más ancha, como saberse parte de una rotura de la rutina.

—Déjame adivinar, Cariño: eras de los que hacían la tarea después de las nueve...

—Aproximadamente quince minutos antes de las nueve de la mañana del día siguiente, cuando ya mero había que entregarla. Era otra forma de romper la rutina.

—Y si por suerte era una mañana lluviosa, todo se desquiciaba y había más oportunidades de salirte con la tuya. Muchos llegarían tarde, el profesor entre ellos...

—¿Ya me entiendes? El sol, en cambio, es un verdugo industrioso. Cuando está granizando no te castigan media mañana parado a medio patio, saben que eso a tu edad sería como un premio.

—Lo que aún no terminas de explicarme es por qué ahora recibes con maldiciones, conjuros y blasfemias la llegada de un nuevo huracán, si al final el paisaje lluvioso te va a hacer el favor de recordarte los mejores momentos de tus peores años.

—Los aguaceros me hacen un holgazán. Si fuera profesor, sencillamente me quedaría en la cama, o en todo caso iría a trabajar sin emocionalmente salir de ahí. Ardería en deseos de decretar anarquía general y hacer una fogata con los pupitres...

—¿A media lluvia? ¿Con el avieso fin de incendiar todo el edificio desde adentro o con la idea piadosa de sofocar a muerte a sus ocupantes?

—Una de las claudicaciones que conduce al horror de maldecir lo que antes se adoraba tiene que ver con la costumbre triste de arder siempre en deseos de hacer lo que uno sabe que jamás hará.

—¿Por ejemplo, Querido?

—No me pidas ejemplos, Afrodita del Carmen, que bastantes ideas me da ya tu presencia.

—¿Me estás dando a entender que en ciertas circunstancias, contractualmente inaccesibles, podrías eventualmente celebrar la llegada de la lluvia con el júbilo de un sertanero bahiano?

—¿Qué tienen los contratos de seductores? ¿Por qué hay que firmar uno para sentirse a salvo del granizo? ¿No te da cierta pena comportarte como una virgen casadera?

—Mira, Mi Sol, voy a hacerte el favor de pretender que jamás escuché, ni olí, ni me enteré del asqueroso eructo que acabas de soltar en mi regia presencia. ¿O prefieres que asuma que te tapaste la boca y me pediste perdón de rodillas?

—Sabes bien cuánto me molesta que me eches abogados a la mitad de una conversación.

—¿Me has visto acaso pegando los pedazos de nuestro contrato, o siquiera salvándolos del basurero?

—¿Quieres decir que estás conmigo así, informalmente? ¿Por qué entonces insistes en apelar a documentos rotos?

—Por la misma razón que los adultos evitamos la lluvia. Me siento más segura disparando cláusulas, aunque no haya manera de hacerlas cumplir… —Afrodita da dos pasos atrás, sonríe con inédita timidez, pestañea y se enroca mirando en dirección al piso. Presiento que en cualquier momento va a granizar…

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23 de agosto de 2007
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Dead Series Walking

No me gusta ver series que han sido canceladas antes de tiempo. Sería como aceptar un romance con fecha prefijada de expiración. ¿Para qué invertir tiempo y esfuerzo en trama y personajes que nunca terminarán de desarrollarse como deben? Sin ir más lejos HBO está tratando de venderme una llamada John From Cincinatti, en la que no pienso entrar porque me consta que ya la han levantado en los Estados Unidos. Pero con Studio 60 On the Sunset Strip hice una excepción. La culpa es del actor Matthew Perry, a quien Rodrigo Fresán llamó alguna vez “el Friend que le gusta a la gente como uno” o algo así. Perry es en efecto mi favorito entre los Friends. A pesar de que ya sabía que Studio 60 había sido cancelada al final de su primera temporada, decidí darle una oportunidad. Y me quedé enganchado.

Cualquier serie que habla sobre la televisión y elige Network como su modelo merece mi atención. El capítulo inicial de Studio 60 abre con una crisis durante una emisión en vivo que cita con todas las letras a aquella de Peter Finch en la película de Sidney Lumet: el productor Wes Mendell (Judd Hirsch, actor invitado) estalla después de que le censuran por enésima vez un sketch de su show, llamado igual que la serie Studio 60 On the Sunset Strip. (La idea es que el programa-dentro-del-programa es uno de sketches humorísticos, al más puro estilo Saturday Night Live.) Entonces sale al aire para contarle al público lo ocurrido y hablar sobre el triste estado de la TV. (Si la TV americana le parece pobre a Mendell, debería darse una vuelta por Buenos Aires para volver a sentirse privilegiado.) Su crisis culmina en despido, lo cual determina la contratación del productor Danny Tripp (Bradley Whitford) y del guionista Matt Albie (Perry) para rescatar al programa de su acefalía. Con la ayuda de la nueva presidenta del canal, Jordan McDeere (la encantadora Amanda Peet), Tripp y Albie intentarán devolverle al show su antiguo esplendor irreverente mientras combaten las presiones de grupos religiosos, anunciantes y monstruos de similar calaña –empezando por los responsables de la corporación que es dueña del canal.

Admito que soy sensible a las batallas contra molinos de viento, aun cuando el destino de la serie real subraye que terminarán perdidas. Además la mirada a la TV desde adentro dirigida por gente que la conoce bien –el creador de Studio 60 es Aaron Sorkin, productor y guionista de The West Wing- despierta mi morbo: me encanta enterarme de qué habas se cuecen en la cocina de las corporaciones de medios. Por lo demás Perry está muy bien y Amanda Peet también. (Por los mismos motivos que Perry, pero además por otros.)

Así que aquí me tienen, enganchado con una serie con muerte anunciada. Pero disfrutándola en el proceso sin culpa ninguna, dado que cualquier capítulo de Studio 60 es mejor y más inteligente que el promedio de las basuras que Hollywood nos inflige semana tras semana.

Dios proteja a las series, ahora y siempre. Amén.

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23 de agosto de 2007
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EL CANTO DEL BURRÓCRATA

Eliades Acosta Matos es un burrócrata (con dos «r», sí, como burro), uno de estos que produce el socialismo cubano. Su posición es la de Jefe del Departamento de Cultura del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. No hay que dar muchas vueltas para entenderlo: Acosta Matos finge ser escritor; en realidad es un comisario político; vigila a los escritores y artistas cubanos. Acaba de dar una entrevista al diario Granma (órgano del partido único de Cuba) sobre “la guerra cultural”, cuyo contenido es un síntoma del malestar de las autoridades de La Habana frente a todo lo que tiene que ver con los procesos autónomos de creación.

Claro que como buen miembro del Partido Comunista, este hombre domina los matices de la comunicación ideológica. Lastima el “ignominioso fin del socialismo en Europa del Este y la URSS” y se identifica con la Revolución cubana (nació en el 1959) hasta negar su existencia propia: “mi historia personal y la historia más reciente del pueblo cubano son la misma historia”.

Ahora bien, en su entrevista, este señorito -perdón, compañero– se pronuncia sobre los puntos sobresalientes del momento en el área de la cultura:

1. Habla de la “buena salud” de la literatura cubana aunque, dice, “en el exterior los resultados están marcados por la impronta política, o sea, tanto hablas tanto recibes”. No da prueba ninguna de lo que afirma pero, con suma hipocresía, propone dos nombres, Amir Valle Ojeda y Zoé Valdés, antes de añadir que “en realidad esos nombres no merecen más comentarios”. Entendemos: se hace un comentario sobre supuestos mercenarios del anticastrismo que cobrarían por hablar, antes de decir que no merecen comentarios.

Traducción mía: estamos resentidos frente al éxito y a la influencia de estos autores.

2. Nota la incipiente “lucha por los archivos”, es decir por escribir la historia de la cultura cubana. No es un fenómeno “casual”, afirma el pobre funcionario, otra vez sin más pruebas. Y sobre todo, sin decir que intenta de esta manera responder a la publicación, por parte de la Revista "Encuentro de la cultura cubana", de documentos sobre el famoso encuentro entre Fidel y los intelectuales. La verdadera historia no pertenece al partido que reescribe su historia, sabiendo -como lo mostró Orwell- que se necesita el control del pasado para controlar el presente.

Traducción mía: no conviene a las autoridades de La Habana oír el lema de su política hacia los intelectuales tal como fue definido por Fidel, “dentro de la revolución, todo; contra la Revolución, nada”.

3. Denuncia la existencia del blog Muñequitos rusos como “una especie de revisión de la etapa soviética”. Aquí tocamos al colmo del ridículo: se trata de un blog del exilio cubano dedicado a la nostalgia de los dibujos animados presentados hace veinte años en la televisión cubana. Denunciarlo es como dejar en ridículo a Proust por su afición a las magdalenas.

Traducción mía: duele a la cúpula superior del poder recordar de qué manera una revolución soberana recibía limoná de Moscú.

4. Lástima las nuevas tecnologías, “un factor esencial” en un proceso de monitoreo y ataques a Cuba. En la isla, a través del control de los servidores, se consigue censurar a Internet. Pero afuera no hay como callar la voz de los que se preocupan por Cuba.

Traducción mía: el trabajo de la propaganda cubana no sabe cómo enfrentarse con el pluralismo en la Red.

Palabra por palabra –la manera de hablar en la primera persona del plural como si todos los cubanos se expresaran a través de Acosta Matos, la manera de pintar la isla como el baluarte de una resistencia hacia el exterior cuando es un lugar de represión interna, la manera de repetir la eterna promesa de “crear conciencia en la sociedad cubana”-, la entrevista es una muestra perfecta de la jerga burocrática cubana que se nombra teke-teke en la isla. Y, como siempre, está la torpeza, el dato estúpido que pinta muy mal a la Revolución y que se entrega de manera, esta vez sí, casual: reconocer que entre 1959 y ahora, La Habana perdió “1.750 espacios de música bailable”.

“Nuestras orquestas no tocan en La Habana, prefieren irse un fin de semana a cualquier sitio fuera del país”, reconoce el burrócrata. ¡Vaya música!

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23 de agosto de 2007
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I. DE SODOMITAS Y SODOMÍAS

Noto algo de susto, o al menos de sorpresa, entre algunos de los amigos y de las amigas que me escriben al buzón, ante el hecho de que Lot haya ofrecido a sus propias hijas a la turba de sodomitas, decidido como estaba a salvar la virginidad de los dos ángeles, heraldos que Jehová había enviado para borrar Sodoma de la faz de la tierra; emisarios que al mismo tiempo debían cumplir con la comisión de advertirle, a él y a su familia, que huyeran cuanto antes de aquel sitio ya condenado por la justicia divina.

Los sodomitas (habitantes de Sodoma), gustaban de yacer con varones, por gusto o a la fuerza, según se ve, y de allí que el gentilicio sodomita lo heredaron a todos los que más tarde serían señalados de participar del vicio, o del placer, de la sodomía. Por afinidad fonética, Gomorra, que era el nombre de la ciudad hermana en vicios a Sodoma, y que también fue destruida sin misericordia, parecería tener que ver con gonorrea, pero no es así; tendría que ser gomorrea, y no lo es.

De allí que siendo Lot un varón justo, y conociendo de qué levadura estaban hechos sus conciudadanos, prefirió ofrecer a sus propias hijas a los perversos, única manera que vio de preservar a los dos santos emisarios. Veremos cómo y por qué.

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22 de agosto de 2007
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LA ELECTRÓNICA Y LA HORMIGA

En estos momentos, la Tierra se encontraría dotada de una piel electrónica. Esta piel consiste en millones de dispositivos de medida en funcionamiento: termostatos, barómetros, detectores de polución, cámaras, micrófonos, sensores de glucosa, escáners, encefalogramas, (MAS), etc. Esta red auscultará y monitorizará las ciudades, las especies en peligro, la atmósfera, nuestros barcos, autopistas y vuelos, nuestras conversaciones, nuestros cuerpos e incluso nuestros sueños.

Dentro de diez años, habrá billones de estos sistemas telemétricos, cada uno con un cerebro microprocesador y una radio. La compañía de consulting Ernst & Young predice que para el 2.010 habrá un total de unos 10.000 dispositivos telemétricos por cada habitante del planeta. La comunicación entre ellos será además a una velocidad muy superior a 50 kilobits por segundo y cada vez se encontrarán más relacionados en forma de cerebro o red total.  Dice Horst Stormer, físico de Lucent Technologies Inc.: “Los sensores inalámbricos llevaran a todas parte y medirán cualquier cosa -densidad del tráfico, nivel del agua, número de personas paseando, su temperatura-. Se está desarrollando una nueva piel sobre la tierra, tal como un sistema nervioso. Y no son los ingenieros quienes lo están decidiendo”.  Por añadidura la humanidad se está preparando para conectar con el sistema solar. El Jet Propulsion Laboratory en Pasadena, de la NASA, está preparando una versión de Internet llamada InterPlaNet que conectará la Luna, Marte y algunos asteroides y cometas al sistema en expansión de la Tierra.   

Pero también he aprendido lo siguiente: Contra la idea de que somos demasiados seres humanos en el planeta y llegaremos a ser el doble, unos 13.000 millones en menos de cincuenta años, las hormigas tienen una biomasa diez veces mayor que la de todos los seres humanos.  Es decir que las hormigas puestas todas juntas son más voluminosas que toda la humanidad y seguirán ganando aforo en una progresión superior a nuestra especie. Las hormigas están por todas partes, por todos los entresijos, por todas las latitudes, desde las más indefinibles oquedades, mientras los hombre solo están cada vez más en las ciudades y sobre diseños crecientemente iguales entre sí. El asunto de las hormigas representa uno de los problemas más negligentemente postergados.

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22 de agosto de 2007
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TEORÍA

Afterpop (editorial Berenice) de Eloy Fernández Porta pide mucho a sus lectores. Caudal de títulos de obras, referencias teóricas, nombres de artistas y choques entre disciplinas, es un ensayo que no satisface a nadie. Subtitulado «La literatura de la implosión mediática», habla de literatura, de teorías, de comunicación, de música (mucho de música) y de artes. Mezcla todo hasta tal punto que si bien no satisface a nadie es también apasionante para todos. O casi todos, pues puedo adivinar las reservas de unos cuantos frente a un intertítulo que dice “Salvación: Televisor en el vientre del unicornio del surrealismo”. Hay que ser aficionado.

El tema del libro, enfocado desde varias perspectivas, es un intento de determinar los criterios de la supuesta respetabilidad de una obra. ¿Cómo se establece la diferencia entre una obra “seria” y un producto “poppy”? Fernández Porta estudia cuatro criterios posibles: referentes, temáticas, registro lingüístico y finalmente la actitud del receptor de la obra, que parece el más válido. Sostiene la existencia de un criterio generacional (nacer en los sesenta o setenta es pasar de una cuña cultural a otra). En un absurdo resumen de lo que dice el autor voy a añadir un solo punto: esta diferencia se ve muy bien en el caso de la nueva “narrativa influenciada por los audiovisuales” (se puede encontrar aquí una entrevista con el autor que habla de su visión).

Una gran parte del libro utiliza como referencia la novela de Ray Loriga El hombre que inventó Manhattan y se apoya en una frase del mismo autor en una entrevista a la revista Ajoblanco “en este país se sigue escribiendo como si no existiera la televisión”. Fernández Porta tiene un talento obvio para pasar de la literatura a la música o a los medios de comunicación y lo utiliza para rechazar cualquier ubicación de su pensamiento en lo “serio” o en lo “poppy”. Tampoco podemos negar que sabe cocinar unos platos clásicos o dar una versión moderna de Flaubert en su estupidario:
“¿Arte? Desde la aparición del arte conceptual, todo es un fraude y una chorrez…”.
“¿Pensamiento? La deconstrucción francesa y sus derivaciones han acabado con él …”.
“¿Feminismo? Una secta de resentidas”.
“¿Teoría cultural? Cuatro friquis parloteando sobre ciencia ficción”.

Afterpop es una implosión suculenta.

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22 de agosto de 2007
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Un poco de zoología

La escritura es un bicho asustadizo. Basta un ínfimo cambio en el paisaje para que huya despavorida. Y ahí va uno tras ella, como el protagonista de El túnel, de Sábato. Comprando cada día más complicaciones de las que puede en vida pagarse, cualquier cosa con tal de que regrese el animalito. Y mientras tanto el tiempo se desfasa y la noche se angosta y las horas se encogen y no quiere uno ni empezar a contarlas, no sea que eso también espante al bicho...

  —Ya que estás en el tema del tiempo, Cariño, te agradezco que al fin te hayas deshecho del trozo de salami petrificado que hasta ayer adornaba la alacena.

  —Salami... ¿Cuál salami?

  —No me vas a decir que fueron los perros, se habrían roto las muelas en el intento.

  —Hace dos meses quise darle un pedazo de ese salami a Boris y me gruñó inmediatamente.

  —Ni una hiena indigente se lo habría tragado, Baby. Para eso están las rocas volcánicas, que son más suaves y tienen mejor sabor.

  —Entonces solamente nos queda un sospechoso...

  —Créeme que no era mi intención traer a cuento al ratón que lleva una semana entrando y saliendo de la PC. Que, por cierto, es la mejor razón para que sigas escondido tras las prácticas faldas de la MacBook.

  —No me mires así, y además no le tengo miedo. Es pura antipatía a primera vista. Nos topamos ya un par de veces cara a cara, para tremendo susto de los dos. Puedo, como otras veces, llamar a Himmler & Heidrich Inc., pero quiero evitarme el karma respectivo. Me gustaría creer que va a irse por las buenas.

  —Y para eso pusiste la caja gris con lucecitas verdes que produce sonidos en teoría intolerables para los roedores, pero de hecho odiosos para las visitas, cuyo prurito sensorial va creciendo junto con la sospecha francamente incómoda de ser un poco ratas. De modo que hasta ahora el efecto, me temo, ha sido el opuesto: tus amigos vienen cada día menos y el ratón como nunca está a sus anchas.

  —Es posible que el ruido del aparato surta en él los efectos de cierta música minimalista, que en un principio aturde y a cualquier hora envicia. Por eso me pregunto si soy tan miserable para exterminar a un seguidor potencial de Philip Glass. Y ahí está la neurosis, un día quiero mandarlo fumigar y al siguiente le pongo entero el Einstein on the Beach, por si llega a gustarle.

  —¿Tienes idea del efecto que produce Einstein on the Beach en los seres humanos? Solamente las musas morfinómanas soportan de principio a fin esos cuatro cds, y eso por las virtudes somníferas del piquete.

  —Entiéndeme, Afrodita, si le pongo a Wim Mertens no se va nunca.

  —Yo en su lugar traería a mi familia.

  —Por eso mejor sigo confiando en la cajita gris: si logró hacer huir a mis amigos, algo tendrá que hacer contra el ratón. Cambiando de tema pero hablando de lo mismo, supongo que me sentiría mucho mejor si renovara de una vez el antivirus de la PC, el problema es que no puedo hacerlo desde la Mac.

  —¿Y el antivirus va a ahuyentar al ratón? Mira, Sugar, si ese animal realmente vive dentro de la computadora, tal vez sea suficiente con encenderla. Lo electrocutarías inmediatamente, y de paso podrías desconectar esa caja maldita que ya hasta a mí me trae con los nervios de punta. Tus amigos volverían, por lo menos.

  —¿Quién va a querer entrar en un lugar que apesta a ratón chamuscado? ¿Quién me asegura, aparte, que sus exequias no van a hacerle daño al disco duro? Lo que tú me propones equivale a matar a una taenia solium con nitroglicerina. Además, le causarías un trauma irreparable al otro bicho. Que es del que me ocupaba, hasta que introdujiste el tema repugnante del salami.

  —Pobre animal. Debe de haber una docena de matarratas más ligeros que ese salami. ¿Quieres decir que vamos a esperar hasta que se consume su horrenda muerte por intoxicación para electrocutar el fiambre?

  —Decía, pues, que el de la escritura es un bicho asustadizo, pero ahora que lo pienso puede que no sea más que la taenia solium de las musas.

  —Y ahí está tu tragedia, Amado Mío. La mujer de tu vida lleva una solitaria dentro.

  —¿Debo creer entonces que la mera existencia de tu huésped garantiza el futuro de mi trabajo?

  —Afirmativo, Sweety. Aunque tengas que electrocutar a una estirpe completa de roedores.

Vídeos de pie de página

Glassworks # 1, por Philip Glass.

Fragmento de Train/Spaceship part 1, de Einstein on the Beach, por el Philip Glass Ensemble.

Close Cover, por Wim Mertens.

Struggle for pleasure, por Wim Mertens.

Escena de El vientre del arquitecto, con música de Wim Mertens.

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22 de agosto de 2007
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El enamorado constante

Tardé meses en comprarme el DVD de The Constant Gardener. La película me había dejado tan triste que tuve que hacer acopio de coraje. Pero al fin lo hice y volví a verla. Tanto o más que la primera vez, me pareció una película bellísima. Creo que no valoramos lo suficiente el hecho de que algunas de las mejores películas del último tiempo hayan sido dirigidas por latinoamericanos. Los amigos de Hollywood se las verían en figurillas para encontrar cuatro films suyos que estuviesen en el nivel de este Jardinero fiel dirigido por el brasileño Fernando Meirelles, de Children of Men (Adolfo Cuarón), de Babel (Alejandro González Iñárritu) y de El laberinto del fauno (Guillermo del Toro).

Basada en la novela homónima de John Le Carré –que no leí-, The Constant Gardener responde a los lineamientos del thriller internacional: un país africano (Kenia), una ex potencia colonial con intereses económicos en el lugar (Gran Bretaña) y el poder casi omnímodo de las compañías multinacionales, en este caso farmacéuticas, utilizando a los kenianos como conejillo de Indias para una medicina con la que planean ganar billones. Pero más allá de los ropajes del género que Le Carré cultiva, The Constant Gardener es en esencia una historia de amor: la del diplomático inglés Justin Quayle (Ralph Fiennes, que parece haber nacido para estos roles desgarrados de enamorado con mala pata) y su esposa Tessa (Rachel Weisz), una trabajadora social que decide hacer algo para impedir que la compañía farmacéutica siga matando kenianos –y al intentarlo desata las iras del monstruo, que tiene más cabezas que una hidra.   

No es mi intención pasar por alto el tema político que The Constant Gardener plantea. Como ciudadano del Tercer Mundo, conozco de cerca los manejos de estas empresas todopoderosas que hacen estragos en nuestros países, tan faltos de controles legales y tan propensos a la corrupción. Pero me gustaría detenerme en el corazón de la película, porque a fin de cuentas es lo que la hace funcionar como funciona.

The Constant Gardener debe convencernos de que el apocado Quayle será capaz de desenmascarar una conspiración internacional, escapando una y otra vez a sus perseguidores y superándolos en ingenio. La única forma de que el relato nos convenza de que Quayle hará semejantes cosas sin convertirse en James Bond, pasa por su relación con Tessa. Quayle es apenas un hombre gris que de repente empieza a preguntar demasiado. Si decide perseverar a riesgo de su vida, es porque no sabe de qué otra forma seguir amando a Tessa que no sea la de completar su labor, terminar lo que ella dejó inconcluso; más allá de ese deseo, nada importa ni importará ya.

La película resulta tan conmovedora porque las escenas de intimidad entre Justin y Tessa son pura luz. Créanme, debe haber pocas cosas más difíciles en el terreno de lo narrativo que transmitir que dos personas se conocen y se aman de verdad en tan sólo unos segundos de película. Los escritores de una novela o de un cuento pueden volver a esas páginas todas las veces que sea necesario, durante años incluso, hasta que les queden bien. Un equipo de filmación tiene tan sólo unas pocas horas para lograrlo. Es mérito de Meirelles, de Fiennes y de Weisz (radiante como nunca, la pediría en matrimonio si no estuviese ya casada), del guionista Jeffrey Caine, del director de fotografía César Charlone y de todo el equipo el haber producido algo tan bello jugando contra el reloj. Se trata de escenas mínimas, de esas que cualquiera tiende a soslayar porque no avanzan la trama: una ocurre en la cama, otra en el baño. Pero narran el amor de Justin y Tessa con tanta verdad, que el espectador no duda que de estar en el sitial de Quayle haría lo mismo, ni más ni menos: cualquier cosa con tal de mantener viva la flama de la relación, un romance de esos con los que todos soñamos.

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22 de agosto de 2007
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MANIFIESTOS

Acabo de leer 49 manifiestos sobre la arquitectura, un hallazgo del excelente sitio La Petite Claudine. Los manifiestos son hospedados en el sitio de Icon, revista de diseño y de arquitectura que propone una corta historia del papel de los manifiestos antes de publicar nada menos que 50 manifiestos (en inglés). Al leerlos todos descubrí que uno de ellos es meramente una invitación para la salida del verdadero manifiesto.

Pequeña síntesis de una lectura:

1. Ya pasó la época de los manifiestos (ver el manifiesto 29 y el 49).
2. Solo 13 participantes se atreven a escribir un manifiesto. El mejor construido como tal viene de Caracas (44).
3. Se cita a un solo autor: Dickens.
4. 6 participantes hacen un dibujo, 6 utilizan un eslogan (en total, tantos como los que escriben textos).
5. 11 hablan de políticas, todos a través del medio ambiente o de la relación entre el hombre y su entorno (natural o urbanístico).
6. No hay referencias a la estética o la belleza, pero se habla de lo normal, de lo común, de lo cotidiano como algo deseable.
7. Muchos manifiestos son publicidad para su autor. Quizás el único manifiesto que se puede escribir hoy es un manifiesto para sí mismo.
8. Me gusta lo que dice Richard Hutten, un diseñador de Amsterdam: “No soluciono problemas, creo oportunidades”.

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21 de agosto de 2007
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AVISO PARA MITÓMANOS

Soy un confeso mitómano. He sido capaz de encontrarme feliz en algún lugar porque allí estuvo Robert Graves- incluso en su tumba, un lugar perfecto para descansar el resto de la no vida- o porque allí bebió Ava Gadner. He recorrido lugares, casas, bares, bibliotecas, cementerios, playas u hoteles en las que estuvieron algunos de mis mitos. Y no hablo de mitologías del siglo XX. También he seguido la estela de Safo, Virgilio o John Ford. No me importa la época. Incluso estuve en un lugar donde nunca pudo dormir un tal Ricardo Reis, ese heterónimo de Pessoa redimido por Saramago.

La ciudad, creo, más visitada por razones de mitomanías ha sido París. Casas, cementerios, cafés, calles y hoteles en los que he dejado que mi imaginación me acercara al admirado me han proporcionado momentos de placer. Incluso con algunas incomodidades. Pero, ¿qué importa que el hotel sea incómodo si allí durmieron -o mejor no durmieron- Sartre y Simone De Beauvoir? Y lo que aún me emocionaba más. Estuve en la misma habitación donde escribió, y seguramente tuvo muchos encuentros con esos amantes callejeros que le gustaban, el admirable Jean Genet. Más de una vez estuve alojado en el hotel La Louisiane. Todo un mito de los hoteles del barrio Latino. Un lugar privilegiado para imaginar la vida de Saint-Germain-Des-Prés en los años de la mejor canción francesa. Un lugar donde se citaba Sartre con “el Castor” y con otras amantes. Un lugar donde el escritor de Las criadas bebió, escribió, amó y desamó. Un lugar así, además de otros muchos en la nómina de mitos, bien merecía un poco de sacrificio si de comodidad hablábamos.

Hace años que no voy al hotel La Louisiane, ya me pareció demasiado precario, sin aire acondicionado, sin un buen baño, de dudosa limpieza y de comodidad francamente mejorable. Pero recuerdo sus habitaciones de rotonda como un lugar mítico. Como un grato recuerdo. Un amigo, también mitómano, me preguntó por ese hotel. Quería pasar unos días con su pequeño hijo, con su mujer. Y quería vivir en ese París que pertenece más al decorado que a la realidad. Muy vivamente le aconsejé estar en ese hotel. Conseguir una habitación de rotonda. Y pensar que por allí estaría el espíritu de un París que ya solo está en la literatura. Debería haberle recomendado el Lutetia pero, por razones de presupuesto, me pareció que La Louisiane estaría bien. Al menos una vez.

Todavía me habla. Pero ya no se fía más de mis recomendaciones. El hotel, eso sí, está muy bien ubicado, eso no lo puede negar. Pero tuvieron que huir la primera noche. Además de incomodidades varias, obras, ruidos, ausencia de servicios, aparecieron unos pequeños habitantes. Esos bichos que solo nos son simpáticos en algunos dibujos animados. Salió huyendo de los mitos.

Hay mitomanías, rituales, que corresponden a la edad inmadura. Todavía tengo mucho de inmadurez, esa de los seguidores de Gombrowitz, pero tampoco me fío de mis hoteles de mitómano. Pues eso, aviso para mitómanos que quieran pasar unos días en París. Cuidado con algunos hoteles. Al menos con ese hotel tan mítico llamado La Louisiane. Ya no se pasea por sus habitaciones el espíritu de los ilustres habitantes, los que se pasean son bichos. Ni Albert Camus, ni Kafka estarían dispuestos a vivir con esos habitantes. Al menos no con los que se mueven con nocturnidad por ese hotel parisino.

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21 de agosto de 2007
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