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Estoy furioso y no pienso tolerarlo más (II)

Yo no creo que Network sea una película sobre la televisión. En todo caso utiliza la televisión para hablar de las condiciones en que la vida humana se verifica en sociedades como las presentes. Oyendo los discursos de Howard Beale después de tantos años, me impresionó advertir hasta qué punto habían dejado huella sobre mi manera de ver las cosas. (El guionista Paddy Chayefsky, que además de brillante debió ser vivísimo, se escudó en la figura del psicótico Beale para vomitar ante el mundo lo que pensaba realmente; a fin de cuentas, ¿no se supone que los locos y los niños dicen siempre la verdad?)

Es verdad que la gente lee y poco y nada y que cada vez se informa menos, a no ser que sea mediante la TV. ('La mayor parte de las cosas que ustedes saben las aprendieron delante del televisor', dice Beale. Ahora habría que agregar: 'Y delante del ordenador'.) Es verdad que la mayor parte de la gente lo entregaría todo, empezando por su voz y siguiendo por su vida, con tal de que la dejen sobrevivir en la intimidad de sus hogares: siempre y cuando la heladera esté llena y las pantallas en uso la provean de distracción, la gente parece dispuesta a soportar cualquier privación, cualquier otro sistema político y/o social. ('Estamos en el negocio de matar el aburrimiento', dice Beale.) Cuánto más cierto es esto hoy, ahora que existe la internet que Chayefsky no llegó nunca a ver y el delivery que nos lo alcanza todo hasta el umbral. (Pizza, muebles, películas, sexo: agreguen sus propios consumos en la línea de puntos.)

En este mundo que nos presentan como crecientemente peligroso -a la vez que más confortable en la intimidad de nuestros hogares-, tendemos cada vez más a vivir de manera vicaria. No experimentamos verdaderas emociones, salvo a través de las vidas de los otros. Esos 'otros' suelen ser personajes de ficción: sufrimos con ellos sin recibir ninguno de los golpes y las cortaduras que reciben durante su aventura; es igual a la diferencia entre volar de verdad y vivir dentro de un simulador. En consecuencia, lo que aprendemos viendo a otros es tan virtual como el medio que reprodujo la historia: no nos arriesgamos de verdad, no nos equivocamos de verdad, ergo no aprendemos de verdad -tan sólo 'aprendemos'.

Cuando nos colgamos de las experiencias de personas 'reales' (las personas que abundan en las noticias: tanto las que han sufrido desgracias como las que las han producido, porque nos permiten experimentar el morbo, preguntarnos aunque más no sea fugazmente cómo será ser de esa manera), lo único que sabemos sobre ellas de manera fehaciente es lo que nos cuentan los medios -lo cual los convierte también en ficcionales, sólo que a la manera de otro género. Beale dice a su audiencia en un momento que la ecuación se está invirtiendo: al conferirle verdadera vida a seres imaginarios, los televidentes mismos están dejando de ser reales. Y yo le creo. (A Chayefsky, quiero decir.) Sentir más intimidad con un personaje de la TV que con alguien verdadero es un signo de que algo está muy mal. ¿Cuántos de ustedes conocen gente para la cual el animador Equis o Zeta les es más familiar que sus familiares de verdad?

Más allá de mínimos detalles que han quedado obsoletos, Network sigue siendo tan perfecta como vigente. A esta altura de la historia del cine, creo que ha llegado el momento de relacionarse con ciertas películas del mismo modo que antes se reservaba a las obras teatrales: así como cada temporada presenta una nueva puesta del Hamlet de William Shakespeare, dentro de poco será lógico que un director de cine presente 'su' versión de Network de Paddy Chayefsky, o de Citizen Kane, o de Vértigo. Tengo claro que las remakes ya existen, pero todavía se las mira con desconfianza, como si fuese una práctica espuria. Por supuesto que en muchos casos lo es, pero eso no invalida la legitimidad del procedimiento. Con las obras de arte imperecederas, recrearlas para los nuevos tiempos no es un despropósito sino un imperativo. Y como muy poca gente verá hoy Network en su estado actual, la mejor forma para que su discurso llegue de nuevo al gran público es recrearla, hacerla una vez más con actores de primera línea: George Clooney en el papel de William Holden, Nicole Kidman en el de Faye Dunaway, Ian McKellen en el de Peter Finch, que también era inglés aunque hacía de americano. (Agreguen su cast sugerido en la línea de puntos.)

Mientras esto no suceda, déjenme emular la escena central de la película, aquella en la que Beale le dice a la gente que se aparte de la TV y asome por la ventana para gritar: "¡Estoy furioso y no pienso tolerarlo más!" ('I'm mad as hell, and I'm not going to take it anymore!') Lo que más modestamente quiero pedirles es que se aparten de esta pantalla que reproduce mi texto y hagan lo que sea necesario para ver Network lo antes posible: vayan a su DVD club, resérvenla, cómprenla, véanla en la TV -róbenla, si es preciso.

Y después hablamos.

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9 de octubre de 2007
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CHE

Mañana, 9 de octubre, es el cuarenta aniversario de la muerte de Ernesto Guevara de la Serna, apodado «Che». No hay que añadir una palabra. Cada uno tiene a su "Che" según sus posiciones frente a la figura más controvertida de la historia contemporánea.

Para los que buscan los hechos, sólo se puede leer la biografía al título epónimo Che Guevara, una vida revolucionaria de Jon Lee Anderson (Editorial Anagrama). Un libro que revisa la fecha de nacimiento del “guerrillero heroico” (denominación oficial cubana), consigue restaurar las partes borradas por las autoridades de La Habana en su diario personal y descubre dónde los servicios cubanos escondieron al Che entre la fracasada guerrilla del Congo y la tétrica guerrilla de Bolivia. Es una verdadera hazaña.

"El ser humano más completo de nuestro época", tal como lo describió Jean-Paul Sartre al enterarse de su muerte demuestra la imposible relación entre los mitos y la historia. Mito desde el instante de su muerte (un ministro que renuncia a los honores para morir en une lucha revolucionaria) el “Che” está todavía hundido en un océano de polémicas. Se discute todo: su verdadera fecha de nacimiento, su trabajo como verdugo de la revolución, su relación con el comunismo ortodoxo, su pertenencia (o no) a un partido comunista, su relación con Fidel Castro al final de su vida y, claro, su papel en la derrota de sus guerrillas tanto en el Congo como en Bolivia. Hasta la ubicación actual de sus huesos sigue siendo una inagotable fuente de debates. Se pone en duda los restos ubicados en el mausoleo del Che en Santa Clara.

Pasando por México, la semana pasada, noté el título de portada de la revista Gatopardo: “El Che -muerte et reencarnación”. De esto se trata: muere y renace cada día, pues los hombres mueren en la historia, pero los mitos se recrean cada día. El Che vive y sigue la pelea a su favor y en contra.

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8 de octubre de 2007
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EL HUMOR Y LOS ESCRITORES

Antes estaba más claro quiénes eran los escritores que se alineaban entre los humoristas. Tenían voluntad de humor en su literatura. En sus formas y en sus temas. Por hablar de algunos de referencia podríamos citar a Miguel Mihura o a Jardiel Poncela. Dos de los grandes de nuestro mejor humor, uno más cerca del absurdo que otro, uno más teatral el otro más diletante. Dos buenos modelos de un humor muy reconocible, de un humor español. Con el lío que significa hoy decir que algo es español. Que, por supuesto, no quiere decir que se acompañe de los tópicos que forjaron la españolidad de postal, de muchas postales chirriantes a lo largo de siglos.

Humor nuestro que estaba en el Arcipreste, que pasa por Quevedo, por el teatro del siglo XVI, que se transforma en seriedad, en esperpento en Valle, que se vuelve astracán en unos, carpetovetónico en otros. Humor que de otra manera, de forma honesta y vaga, llega a Josep Plá. De vez en cuando vuelvo a él. Por ejemplo a ese libro que publicó cuando era José Plá y que se llama Humor honesto y vago. Cuenta en su prólogo que él no sabía que fuera un escritor humorista hasta que algunos queridos amigos se lo señalaron. Que él lo seguía dudando pero insistieron con argumentos tan serios que lo empezó a creer. Además no le gustaba frustrar las previsiones de las personas que le eran gratas. Y así pasó a considerarse un escritor de humor, de humor honesto y vago. Honesto porque nunca sintió la “delincuencia de la declamación antisocial”. Y vago porque como era un recién llegado al humorismo todavía no había tenido tiempo de “conocer los rincones y desvanes de la casa”.

El humorismo esa casa grande con rincones y desvanes muy diferentes. Hay muchos serios escritores que se acercan al humor, Eduardo Mendoza. Hay escritores llenos de humor que son muy serios, Quim Monzó. Y hay otros que se acercan a lo mejor de nuestro esperpento. A una deformada visión de la realidad que después de leída parece mucho más realista. Entre esos uno de los ejemplos más sólidos, uno de los mejores escritores desde ese lado de lo absurdo contemporáneo es Fernando Royuela. Su último libro de cuentos, de disparates ibéricos y actuales, es un perfecto ejemplo de la buena literatura que desde el humor podemos encontrar en los escritores en castellano. Bueno desde su título, El rombo de Michaelis. Un lugar muy interesante de la anatomía femenina. Tiene algunos cuentos de lo mejor de nuestra cercana literatura del disparate, ¡de tanto realismo! Y ese arranque excepcional con un pescadero sofista. Toda una metáfora de algunas cosas que nos pasan. Reírnos de nuestras propias miserias cotidianas. Un placer.

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8 de octubre de 2007
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El síndrome Nodoyuna

Quienes desconfiamos de los nacionalismos, con frecuencia al extremo de carcajearnos a sus pueblerinas costillas, tenemos la ventaja de ser inmunes a las vergüenzas nacionales. Si fuera de otro modo, ahora mismo tendría que soslayar el tema de estas líneas, que a más de uno seguro le incomoda. Afortunadamente, no hay nación que se libre de estos patetismos, de modo que mal hace quien se sonroja por padecer un virus que a todos nos infecta. Aún así se cuentan por millones quienes van por la vida tratando de esquivar el bochorno de ver a sus compatriotas arrastrar la cobija del ridículo frente a los extranjeros, como si ellos pudieran vivir libres de soportar estigmas equivalentes.

Desde muy niño aprendí, gracias a la insistencia de mis mayores, que los políticos de mi país —por años amafiados en el mismo partido— son tan confiables como Pierre Nodoyuna, el villano tramposo de la serie Los autos locos. Y eso, hasta hoy se dice, es un motivo de vergüenza nacional, frecuentemente dramatizado por esos mexicanos que recorren el mundo con la certeza de ser más listos que nadie y adelantarse a todas las previsiones. Para no ir más lejos, la estrella del reciente Maratón de Berlín ha sido un emblemático político mexicano, conocido por marrullero y sintomáticamente prestigioso hacia dentro de su rancio partido.

Además de gobernador del estado de Tabasco, líder nacional del PRI y candidato a la presidencia, Roberto Madrazo se ha distinguido por su empeño como corredor, tal vez la única de las actividades que hasta hace poco tiempo no había sido cuestionada por sus incontables detractores. Pero he aquí que la semana anterior Madrazo resultó ganador absoluto de una de las categorías senior en Berlín, con un tiempo tan espectacular que reducía en una hora su marca anterior. No obstante, pocos días más tarde se sabía la verdad: el corredor se había saltado arteramente un trecho de quince kilómetros, razón más que bastante para quitarle el triunfo y descalificarlo para el año próximo.

La anécdota parecería extraordinaria si no conociera uno a su gentuza, pues cierto es que contamos con una ilimitada cantidad de tramposos de idéntica calaña, y que han sido ellos quienes nos gobernaron por una obscena cantidad de años, valiéndose de no menos burdas artimañas. ¿Tendría uno que ocultar esas cosas, igual que otros ladrones de provecho se cubren la carota ante las cámaras? Hasta donde recuerdo, nunca me he robado una elección, y en cuanto a maratones no soy capaz de correr a lo largo de más de cien metros sin un motivo muy poderoso adelante o atrás de mí —Joss Stone, la policía, qué sé yo—, todo lo cual me deja celebrar el incidente berlinés sin por ello ser víctima de sonrojo alguno.

Recién he visto a Madrazo el maratonista en la televisión: levantaba los brazos entre los alemanes igual que tantas veces hizo lo propio aquí, donde no había jueces habilitados para sancionarlo y exhibirlo. Y ahora, cuando esos jueces al fin existen y sancionan las elecciones debidamente, los cómplices, amigos y correligionarios de Madrazo, enquistados comodamente en el Congreso, se han encargado de inhabilitarlos, sin tantita vergüenza. Es por eso que en vez de avergonzarme por lo que ciertos mexicanos suelen hacer dentro y fuera de mi país, prefiero señalarlos y reírme con quien sea tan amable de acompañarme.

Hasta 1994, el presidente Carlos Salinas de Gortari corría un maratón en su pueblo natal, donde invariablemente llegaba en el primer lugar. No tenía que hacer trampa, pues de cualquier manera no había entre sus esbirros, familiares y amistades quien se atreviera a rebasarlo. ¿Qué tendría de extraño que entre esta clase de personajes abunden los nacionalistas recalcitrantes? ¿Debería abochornarme en consecuencia? Perdón, pero me sigue ganando la risa. Dejo en manos de los nacionalistas a ultranza la dosis de vergüenza que me toca. Disfrútenla hasta el fin, y que les aproveche.

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8 de octubre de 2007
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I. AMORES CLANDESTINOS

Tengo un amigo en alguna ciudad de España que sostiene una relación clandestina con los libros. Su mujer, irritada hasta el cansancio de verlo aparecer cada día con nuevos libros, le prohibió llevar uno más. Los incómodos visitantes, que llegaban siempre para quedarse, habían desbordado los estantes andaban ya por el comedor, los pasillos y la cocina, para no hablar del dormitorio y los baños, y estorbaban cada movimiento, es cierto que estorbaban.

Y entonces, lo que hizo mi amigo fue alquilar de manera clandestina una buhardilla en el mismo edificio, armar allí unos estantes, y cuidando el ruido de sus pasos, pues para subir al escondite debía pasar frente a la puerta de su propio apartamento, tras de la cual acechaba la celosa mujer, empezó a subir con las bolsas de nuevos libros por la estrecha escalera, para meter con todo sigilo la llave en la cerradura y entrar al escondite. Era como si ahora tuviera una amante.

Un día, desde el café de la esquina donde bebíamos una cerveza, me invitó a visitar el refugio secreto, y subí con igual cuidado que el suyo las escaleras para no despertar sospechas. La puerta casi no abría, atascada como estaba ya la buhardilla de libros, agotado el espacio de los estantes, desbordado el piso. Estará ahora buscando un tercer lugar.

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8 de octubre de 2007
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LO HEROICO O LO DIFÍCIL

En el bachillerato, hace ya casi medio siglo, al deber del esfuerzo –que no la ética del esfuerzo,  como se designa ahora- se añadía la admiración por lo difícil.

Así como ya, gradualmente, lo difícil ha adquirido un carácter demoníaco y anticuado, entonces se alzaba como un ideal perfecto.

Muchos renunciaban a las carreras de ciencias por ser difíciles y el grupo que se adentraba en ellas quedaba inmediatamente bañado por una luz.

Esta especialidad obtenía brillo del fulgor que, a su vez, desprendía lo difícil. Lo difícil se aproximaba a lo más angelical y, en general, a la idea de ser un elegido de Dios.

Dios nos escogía a través de una línea acerada que se representaba excelentemente en lo difícil.

El fino ojo de la aguja por el que tendrían que pasar los ricos para el reino de los cielos estaba diseñado mediante esa exigente inspiración.

Igualmente, los autores “difíciles” ganaban una mágica autoridad derivada de pertenecer al puñado de mentes signadas para lo sobrenatural y destinadas a crear nuevos conocimientos en la tierra. De la excepcionalidad de sus cabezas caería una o dos gotas de platino candente que fundiría el pensamiento común y ofrecería las condiciones precisas para otra aurora. El ideal de lo difícil se juntaba también con el miedo a lo difícil.

No con el temor a la “dificultad”, puesto que nuestra vida se trazaba como una milicia, sino el reverente temor a “lo difícil” que constituía una categoría incomparablemente exquisita y superior.

Vengo a esta memoria que otorgaba prestigio escolar a lo difícil tras recibir el fogonazo de dos palabras en el hermoso libro de Philip Blom referido a la elaboración de la  Enciclopedia y a los percances personales de sus autores. Cada cual, desde el fino D´Alambert al descarado Rousseau, aporta su saber y su trabajo. Diderot, además, el gran eje laborioso de todo, regalaba su “ideal de lo difícil”. En este empeño, acaso ninguno renunció a tanto como lo hizo Diderot pero, a la vez, el peso de su frustración por no llegar a desarrollarse individualmente como artista, se corresponde con su incalculable pasión por lo difícil. Lo difícil asusta pero, simultáneamente, envicia, hace perder la libertad de la molicie. Lo difícil echa para atrás al medroso pero se perfila como el recto camino hacia la cima en la carrera del héroe o el loco.

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8 de octubre de 2007
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Estoy furioso y no pienso tolerarlo más

Lo primero que me sorprendió cuando volví a ver Network fue que el nombre de su guionista figurase a continuación del título principal: Network, by Paddy Chayefsky. Esta práctica está lejos de ser la habitual, en tanto el sistema tiende a subrayar el protagonismo del director -como- autor. Pero Chayefsky no era un guionista convencional, como la revisión de este filme atestigua todavía hoy, a más de treinta años de su estreno. En los documentales que incluye la última edición en DVD, Faye Dunaway recuerda la sorpresa que le produjo encontrarse con parlamentos que en el guión se extendían a lo largo de cuatro páginas. El actor Ned Beatty da en la tecla cuando define la impresión que esos textos le causaron con el adjetivo 'shakespiriano'. Y la prueba final: el hecho de que el director Sidney Lumet, responsable de películas imperecederas como Dog Day Afternoon y Serpico, haya cedido a Chayefsky el centro de la escena, resulta elocuente respecto del respeto que sentía por este autor enorme.

Lo segundo que me sorprendió fue que aquello que en los años 70 pasó por una sátira hoy es realismo puro. La enorme mayoría de los vaticinios que Chayefsky incluyó en Network son verdad cotidiana de este siglo. Empezando por los reality shows, pasando por la conversión de los noticieros televisivos en puro espectáculo y terminando por la descripción de este planeta como un sitio en que naciones, razas y sistemas políticos importan mucho menos que las siglas que definen a las empresas más poderosas.

En algún sentido Network es la historia de Howard Beale (inolvidable Peter Finch), un conductor de noticiero que en vísperas de su jubilación anticipada decide hacer algo insólito delante de las cámaras de TV: decir la verdad. Como el público responde a su exabrupto y levanta el rating hasta entonces decadente del programa, la estación para la cual trabaja decide revocarle el despido y crea un show a la medida de su delirio profético. Es fácil entender que Chayefsky estaba poniendo el foco en un momento clave de la historia de la TV americana: aquel en que se abandonaron por completo las pretensiones culturales, educativas e informativas del medio (no es casual que el personaje de Beale diga haber trabajado cuando joven con Edward Murrow, el periodista televisivo ensalzado por el filme de George Clooney Good Night, and Good Luck; esos fueron los buenos, viejos tiempos) para asumirlo como lo que es, una empresa capitalista que no reconoce otra razón de ser que la creación de ganancias.

Lo que en los 70 todavía era una tendencia hoy es historia: las grandes cadenas de TV pertenecen a conglomerados multinacionales que a su vez pertenecen vaya a saber uno quiénes, más allá de los nombres que aparecen en los documentos oficiales. Y esos conglomerados (la ficción del filme identifica a uno de ellos con capitales árabes, pero en estos días deberíamos hablar también de chinos y japoneses, además de los obvios norteamericanos y europeos) no responden a otra dialéctica que la de la riqueza (propia). Como decía ayer Maureen Dowd en el New York Times, burlándose del infame Clarence Thomas: "A nosotros no nos interesa la verdad. Nos interesa ganar". (A esta última frase también habría que agregarle una palabra clave: en este caso, 'dinero'.)

En aquellos tiempos, que la ejecutiva del canal UBS Diane Christensen (Faye Dunaway) pretendiese lanzar lo que hoy sería un reality show protagonizado por un grupo terrorista, movía a risa por lo disparatado. En estos días sabemos lo único que les impide concretarlo es la sensibilidad post 11/9. Si los grupos terroristas golpeasen tan sólo a otros países, o se limitasen a secuestrar ricas herederas y asaltar bancos como en la época de Patty Hearst, lo tendríamos allí, emitido en prime time. ¿Y por qué suena terrorífico en lugar de disparatado? Porque ahora es vox populi aquello que entonces era secreto a voces. La misma Christensen lo dice con todas las letras cuando alguien le pregunta si piensa poner al aire el discurso de un grupo de extrema izquierda. La respuesta es simple: "Fuck politics!" Mientras el programa deje ganancias a la empresa, ¿qué importa que lean al aire párrafos de El Capital? En estos días que la figura del Che Guevara se ha vuelto omnipresente en los medios, no he podido dejar de sentir esa inquietud que la visión de Network convirtió ayer en ardor. Nunca pensé que viviría para ver el día en que Guevara figuraría en la tapa de ciertos diarios, tratado con guantes de seda. Se ve que Guevara vende, por lo tanto ahora somos todos guevaristas -en la ruta hacia el banco.

Esto se me ha ido largo, pero está lejos de terminar aquí. La seguimos mañana.

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8 de octubre de 2007
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Quítate de ahí, que me pongo yo

En una reciente entrevista al excelente director teatral Mario Gas, le preguntaba una empleada de la televisión nacional de Catalunya: "¿Y usted vive en... en... en Madrid, verdad?". Lo decía temblorosa e incrédula. El interpelado, que es muy listo, lo confirmaba sin darse por enterado. "Pero, pero... ¿cómo lo aguanta?", repetía conmovida la muchacha. Esta escena es de lo más corriente en los medios de persuasión de la Generalitat desde que los socialistas regalaron las radios, las teles, la cultura y la lengua a Esquerra Republicana.

En casi todos los medios pagados por los catalanes se ha instalado un delirio. Sin embargo, hay también designios malévolos. Por ejemplo, una multitud de programas que se burlan de "los españoles" mediante la exhibición de fragmentos de otras televisiones en los que aparecen mujeres y hombres de escasa cultura o simples energúmenos diciendo barbaridades o mostrando su estupidez. En uno de esos programas pillé el otro día a un cómico exigiendo que levantaran la mano los que odiaban a Fernando Alonso. A la vista del escaso éxito pudo verse, gracias a un error de la cámara, cómo su secretaria agitaba los brazos muy nerviosa invitando a la concurrencia a odiar ese "símbolo español". En fin, impotencia y resentimiento.

Los escasísimos datos que se hacen públicos desde el sanedrín reconocen que la audiencia de esos medios ha caído en picado desde que los dirigen los cruzados. Y todos sabemos que es una sangría colosal sobre la que jamás dirán ni mu. El reparto es descarado y los de Esquerra son insaciables poniendo a su gente en todas partes. La excusa es "hacer país", pero la verdad es que tan solo hacen clientela. Como es dinero público, absolutamente nadie les pide cuentas sobre el fracaso de los medios que controlan.

La expulsión de Cristina Peri Rossi de la radio nacional catalana por hablar en castellano no es solo una represión lingüística. Es también la excusa para ganar otro puestecito pagado con dinero público para un cliente del partido o un adicto al régimen. Y el resto es hipocresía.

Artículo publicado en: El Periódico, 6 de octubre de 2007.

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8 de octubre de 2007
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Un tal Draco / y II

Conocí a Robi Rosa durante una cena tan extensa como las ¿seis, siete? botellas de tinto que destapamos en un restaurantillo penumbroso de la ciudad de México, equipado con velas idóneas para la ocasión. La idea era llevar a cabo una entrevista con él y los tres músicos que le acompañaban, pero ya antes de la primera copa sabíamos que no habría más registro de sus haceres y decires que la pura memoria del entrevistador. Más todavía, me incomodaba aquel papel de periodista dizque objetivo, luego de que su disco me volara los sesos pocas noches atrás, durante un largo insomnio compulsivo merced a los fantasmas transilvanos que emergían tenaces de los audífonos.

Draco Cornelius Rosa, era su nuevo nombre. Lo había cambiado él mismo en el registro civil, asomaba a su pinta de poeta abismal el orgullo de ahora llevarlo en el pasaporte. Contra lo que el lugar común habría hecho esperar, no era un porfesional de la depresión, sino más bien lo opuesto: un maniático de la vida intensa que sin cansancio llenaba las copas, brindaba con la suya en alto y no perdía oportunidad de celebrar la vida a gestos, manotazos y frases terminantes. Aun si dentro de la mochila sucia traía un ejemplar de Los cantos de Maldoror, costaba algún trabajo ver en ese bohemio impenitente al afligido coautor de La flor del frío. Si L.M. Panero, que por supuesto se contaba entre sus autores de cabecera, hubiera precisado describirlo, probablemente habría echado mano de uno de sus Poemas del manicomio de Mondragón:

  Un loco tocado de la maldición del cielo

  canta humillado en una esquina

  sus canciones hablan de ángeles y cosas

  que cuestan la vida al ojo humano

  la vida se pudre a sus pies como una rosa

  y ya cerca de la tumba, pasa junto a él

  una princesa.

“Tanta es la desesperación en un hombre atormentado, que lo hace camuflarse en la luz entre millones de almas malhumoradas, suspensas en el canto de la lluvia, y pedir, con exclamaciones rotas, asilo en lo sobrenatural”, había escrito sobre sí mismo, y puede que palabras como esas me bastaran para olvidar la idea de la entrevista y seguir sólo el curso de esa noche de vino y carcajadas, como se asiste a la experiencia rara de celebrar la vida hasta la última orilla. De hecho, le gustaban los extremos. Leía sin parar durante días y noches deslumbrados, y si acaso bebía, quería hacerlo hasta alcanzar las puertas del hospital. “A la mierda los deportes”, opinaba, sorprendido y asqueado de que la gente fuera capaz de invertir enormes dosis de atención en un jodido marcador. Mostraba, en cambio, desmedida voracidad por saber algo sobre la vida de Jaime Sabines, otro de sus poetas venerados. Iríamos por la segunda botella cuando el encuentro ya degeneraba en una escandalosa complicidad, salpicada de ese romanticismo tóxico que lleva a los extraños a gastarse la noche brindando por Penélope y hablando del amor.

No esperaba entonces que aquellas desmesuras convocaran turbas. Siguiendo a la mujer que vuela de El lado oscuro del corazón, diría que a las canciones de Draco no hay que guardarlas con la colección de discos, sino en el botiquín. Jamás antes, ni después, asistí a una intensidad sonora como aquélla: de esas que suelen confundir a los distraídos haciéndose pasar por necrofílicas, cuando lo cierto es que son vitales, hondas y terapéuticas como el fruto secreto de un amor prohibido. Y si ahora dedico tantas palabras a ello no es sino por la pura esperanza de que un pequeño puñado de almas propensas a la convulsión pruebe el inmarcesible consuelo de saberse en extraña y entrañable compañía. Que perdonen los siempre equilibrados si de repente nuestra plenitud radica en unas cuantas palabras palpitantes.

Desde esa noche no volví a verlo, mas no por eso dejé de escucharlo. Podría renunciar a la historia completa del rock en español por quedarme con las catorce piezas de Vagabundo, aunque igual me harían falta otras tan memorables como Cruzando puertas. ¿Cómo explicar ahora que todo ese vino bastara sólo a medias para emborracharnos? Afortunadamente no es preciso explicar esa magia, ni la escasa respuesta recibida por Vagabundo en su momento, ni el éxito mundial que le significó a Robi Draco Rosa el lanzamiento de su Livin’ la vida loca. Lo único explicable que me queda es el deseo callado de encontrarme de nuevo con ese personaje, sentarnos a una mesa y escribir juntos una canción que luego me acompañe hasta la tumba. Y ahora, si me permiten, les dejo con Panero, que de esto sabe más que el diablo mismo.

  Rociaremos con vino, orina y sangre

        las iglesias

  regalo de los magos

  y debajo del crucifijo

  aullaremos.

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5 de octubre de 2007
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TAXIS Y MASTURBACIÓN

Los coches eléctricos se esperan como la alternativa a la contaminación de las ciudades. En Estados Unidos, los primeros taxis de Manhattan fueron coches eléctricos que, efectivamente, sirvieron como alternativa a la contaminación irrespirable que procedía de las bostas de los caballos que arrastraban arruajes.

En 1900 circulaban por Nueva York hasta 100 taxis de gasolina, muy distinguibles por sus colores verde y rojo, pero las carreras resultaban enormemente caras y sólo se hallaban al alcance de unos cuantos.

En 1907 la New York Taxicab Company lanzó la primera flota de automóviles de alquiler de gasolina equipados con taxímetros, una invención que les aportó un éxito instantáneo a pesar de que señores de la clase alta siguieron renuentes al automóvil y preferían conducir personalmente sus tiros de caballos. De esto hace 100 años justos. En esas fechas, los manicomios norteamericanos se hallaban colmados por enfermos  psíquicos que no recibían más tratamiento que la higiene y una alimentación sana. A una  décima parte de esos internos se les había diagnosticado locura por causa directa de la masturbación. Al resto se le tenían por lo loco como consecuencia de una herencia familiar. Esto también lo leí en el libro de Jed Rubenfeld, La interpretación del asesinato, un thriller dirigido a lectores interesados por lo policiaco y lo psicoanalíticos, el sexo y el asesinato.

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5 de octubre de 2007
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