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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Bastión y distracción

Alguien metió un papel por debajo de mi puerta. Una hoja cortada a la mitad con indicaciones para evacuarse en caso de un huracán o de una invasión. Una de sus frases se me quedó pegada como el estribillo de una mala canción: ?Coser una tela a la ropa de los niños menores, con los datos de identidad de los padres (tiempo de guerra)?. Me imaginé dando puntadas sobre la camisa de mi hijo, para que en medio del caos alguien pueda saber que su madre se llamaba Yoani y su padre Reinaldo. La ?guerra de todo el pueblo? ?que en estos días se practica en el ejercicio militar Bastión 2009? nos tiene asignado un lugar a cada uno. No importa si nos dan miedos las armas, si jamás hemos creído en la confrontación como vía de solución y si no tenemos ninguna confianza en los líderes que guiarán al pelotón. Quienes juegan a la conflagración sobre una mesa llena de diminutos tanques y aviones de plástico, quieren ocultar que la más honda trinchera la hemos cavado los ciudadanos para protegernos de ellos mismos. Los noticiarios están llenos de uniformados con sus armas, pero las maniobras marciales no logran esconder que nuestros verdaderos ?enemigos? son las restricciones y los controles impuestos desde el poder. La guerra como distracción ya no funciona. La amenaza de paracaídas que caen y bombas que resuenan, como antídoto contra los deseos de cambio, ha dejado de ser efectiva. Creo que cada vez más personas dirigen su índice hacia el real origen de nuestros problemas y ?sorpresa para los adalides de la batalla? no se ve como un dedo que señale hacia afuera.



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28 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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América Latina: De inmigrantes a emigrantes

A casi "doscientos años del arranque de las independencias", Babelia, el suplemento cultural de El País, está dedicado esta semana a "mostrar la realidad" de América Latina y ayudar a "pensarl[a] de nuevo". El artículo central es de Soledad Gallego-Díaz. Más de quince escritores reflexionan sobre diversos temas. Aquí va el mío, "De inmigrantes a emigrantes":

Carlos Fuentes dijo alguna vez que los argentinos descendían de los barcos. Se refería a cómo la inmigración de fines del XIX y principios del XX transformó por completo al país austral. Argentina fue un extremo, pero en los otros países latinoamericanos la inmigración también fue fundamental. Hay comunidades italianas en Venezuela, croatas en Bolivia, japonesas en el Perú. El aporte de los inmigrantes puede encontrarse tanto en el sector político como en el empresarial, artístico, deportivo o gastronómico.

Algo cambió en las últimas décadas. Latinoamérica dejó de ser un importante centro de atracción de inmigrantes y se convirtió, más bien, en una región de gente muy dispuesta a emigrar a otras latitudes. Las razones son estructurales y tienen que ver, sobre todo, con las dificultades de muchos países del continente para crear fuentes de trabajo capaces de brindar oportunidades de desarrollo y crecimiento. En esto han fracasado en general tanto los proyectos políticos neoliberales como los de la izquierda. En algunos casos ha habido notables mejorías, pero estas son más las excepciones que la regla.
El latinoamericano de las últimas décadas ya nace con una vocación emigrante. Está la emigración al interior de una nación, que ha producido países centralistas, con capitales acromegálicas que devoran fácilmente al resto (Santiago, en Chile; Buenos Aires, en Argentina; el Distrito Federal, en México). Está la de un país a otro del continente: los centroamericanos que se trasladan a México; los peruanos que buscan mejores horizontes en Chile; los bolivianos que se instalan en la Argentina. Y está, por supuesto, la emigración a España y a los Estados Unidos.

Durante mucho tiempo los analistas vieron esta emigración como algo negativo para el continente. Se habló de la "fuga de cerebros": ingenieros, intelectuales, académicos. Pero también emigra la mano de obra calificada (plomeros, albañiles, electricistas) y gente sin trabajo dispuesta, simplemente, a buscarse la vida en otra parte. En los últimos años, los políticos y economistas comenzaron a encontrarle algo positivo a esta emigración: las remesas enviadas de España y los Estados Unidos al continente son la principal fuente de divisas en algunos países, sostienen economías familiares y apoyan la estabilidad macroeconómica.

Lo positivo va más allá de la cuestión económica. Hay que entender a los latinoamericanos de hoy como seres que han hecho de la incertidumbre ante el mañana una parte esencial de su ser. Los que se han ido nunca se han ido del todo: a través de las remesas, de la forma en que han logrado que su cultura eche raíces en territorios extraños, de un aporte artístico, intelectual y científico que no cesa, han seguido construyendo la grandeza del continente. Que el lenguaje español haya logrado establecerse en el gran imperio de los Estados Unidos debe verse como un triunfo. Que haya grandes deportistas, escritores y científicos viviendo fuera del continente contribuye a la autoimagen de una América Latina acostumbrada a frustraciones y derrotismos.

Muchos latinoamericanos que viven lejos se han establecido en otros países y defienden otras banderas; otros continúan con un pie en su nuevo país y otro en el que dejaron, incapaces de afincarse definitivamente o de regresar de una vez por todas al lugar que añoran. Lo suyo es una utopía: vivir dos vidas a la vez, estar allá y aquí al mismo tiempo. Esa inestabilidad quizás no sea buena para el día a día, pero lo es para la creatividad: se necesita rapidez mental e imaginación para sobrevivir los desafíos de la distancia sin abandonar los sueños del regreso. Algunos logran separar lo que hacen en compartimientos estancos: el nuevo país es el lugar donde se trabaja, el de origen es el territorio de los afectos. Otros encuentran la argamasa mágica que les permite conciliar esas varias vidas.

Es larga la lista de los que han nacido en América Latina y han triunfado en otra parte: Alma Guillermoprieto, Alejandro Amenábar, Diego Maradona, Junot Díaz, Salma Hayek, Daniel Barenboim... A los que se les mete el gusano de la culpa por haber partido, hay que decirles que al hacerlo han ayudado a reinventar al continente; han enseñado que la adscripción geográfica es sólo una manera de ser latinoamericano. La emigración es dolor, soledad, nostalgia y mucho trabajo; también es júbilo, reinvención, deseo de futuro y flexibilidad. Así llegamos a los doscientos años: añorando nuestra tierra pero sin dejar de celebrarla en cada gesto.

Babelia, El País, 28 de noviembre 2009



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28 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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John Lennon, la biografía total

Family Room: John, Sean, Yoko. 1977 Fuente: keno.orgAnagrama ha tenido la maravillosa idea de publicar la biografía de Philipp Norman sobre John Lennon, uno de los espíritus más delicados y necesarios del siglo XX. Son 840 páginas documentadas sobre el complejo mundo de un genio musical. Basta escuchar "Beautiful boy", por ejemplo, dedicada a Sean, para saber que Lennon es de otra madera, de otro mundo. Una reseña en El Cultural de hoy nos recuerda que ahorremos 34 euros este mes. Es un libro imprescindible sobre un artista imprescindible. Dice la reseña:Norman es un escritor preciso, metódico, minucioso. Un artesano del género biográfico. Justo lo que estaba pidiendo la vida anárquica, estrambótica, desordenada y disipada de Lennon. Juntos han puesto en las librerías la información más amplia, veraz y detallada posible sobre el hombre que escribió ?Imagine?. Un libro ambicioso que nos permite aproximarnos como nunca a la mente de Lennon, puesto que desvela no sólo detalles familiares y personales habituales, la mayoría ya conocidos, sino fascinantes pormenores del complejo proceso creativo, la génesis y el desarrollo de sus ideas, de sus sentimientos, de sus canciones [...] Es una larga historia. Philip Norman la cuenta de manera cronológica, con todo lujo de detalles pero de manera sorprendentemente amena. Es capaz de narrar, por poner un ejemplo, el mal beber que tenía Lennon después de describir cada uno de los tragos que tomaba (excelentes vinos, bebidas exóticas, coñacs añejos, whiskies de malta o vodkas rusos): ?uno o dos pelotazos convertían al simpático, amable y generalmente razonable John en un John belicoso, malhumorado y cruel, sin percatarse del mucho ruido que hacía, ni de a quién insultaba ni de lo inocente o indefensa que pudiera ser la víctima de su lengua hiriente como un gato de nueve colas?. Lennon era consciente de su irascibilidad, pero culpaba de ella tanto a los otros miembros de los Beatles como a la presión de la fama. Y a los medios. ?Unos hijoputas bien jodidos, eso eran los Beatles?, recuerda, ?porque tienes que ser un cabrón para triunfar, eso es un hecho. Y los Beatles eran los hijoputas más grandes del mundo. éramos los césares. ¿Quién va a meterse contigo cuando hay un millón de libras a ganar, todos los regalos, los sobornos, la policía y los enrollados??. [...] La buena noticia para los numerosos seguidores de Lennon que odian a Yoko Ono es que el nombre de la japonesa no aparece hasta la página 451. La mala, que tras leer el libro queda confirmado que John la amó sobre todas las cosas, hasta el punto de sacrificar por ella la estabilidad de los Beatles. Su aparición en la vida de Lennon, en el ecuador de esta biografía, acabó con la magia de la banda más importante de todos los tiempos: definitivamente, Ono sustituyó a Paul Mc Cartney en el puesto de la otra mitad creativa de la banda. ?Yo junté a la banda. Y yo la deshice. Es así de simple?, sentencia Lennon. Era el final de los Beatles, la banda que la noche del domingo 9 de febrero de 1964 enfiló la carretera del éxito reuniendo delante de la televisión a 73 millones de personas, ?la audiencia televisiva más grande que había habido en Estados Unidos?, para disfrutar de su actuación en el Ed Sullivan Show. Después llegaron los números 1 en las listas, la popularidad desbordada, las excentricidades y las cifras millonarias: sólo en los años 70 vendieron 400 millones de discos, que en los 80 se convirtieron en más de mil millones. Mucho más que cualquier otro grupo de la historia. Tras 786 inolvidables páginas es Sean, el hijo de John y Yoko, quién recuerda los cinco años que vivió junto a su padre en un emocionante capítulo final: ?se sentía muy inseguro en todo. La gramática y la escritura, sus conocimientos para escribir y leer música, en todos los modos establecidos del conocimiento de las cosas. Y eso que fue un inconveniente que convirtió en una ventaja. Inventó un modo de escribir canciones desde la inseguridad. Para un hombre, sentirse inseguro y cuestionarse a sí mismo del modo en que lo hizo mi padre en sus canciones es un fenómeno postmoderno. Artistas como Mozart o Picasso nunca lo hicieron?. El cierre perfecto para una biografía grandiosa que, pese a ser necesariamente unidireccional, ilumina toda una época, varios géneros musicales y una forma de vida tan creativa como salvaje. Nunca imaginamos las colosales contradicciones y sombras de un artista cuya asombrosa originalidad musical, y un apasionado compromiso social, coexistían con sombríos desequilibrios emocionales. Y nunca lo hicimos porque jamás estuvimos tan cerca de Lennon como después de leer este libro.



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27 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mantenidos

Nos hace feliz curarnos de ese estadio vital que se llama adolescencia, especialmente para independizarnos. Haber encontrado una respuesta a la pregunta que nos hacíamos tan a menudo: ?¿Qué vas a hacer cuando seas grande??. Poder salir de casa sin dar explicaciones, ser responsables de nuestro propio destino y sobre todo, no tener que escuchar aquella advertencia paterna: ?mientras yo te mantenga, tendrás que hacer lo que te diga?. Las naciones que se desenvuelven bajo la tutela de un estado paternalista, corren el riesgo de dejar a su población en una especie de adolescencia estancada. El caso de Cuba es uno de los ejemplos paradigmáticos. Vivimos bajo la patria potestad de un gobierno caracterizado por la continuidad de las personas en el poder, que ha pretendido subvencionar parte de nuestras necesidades básicas. Con mucho orgullo los medios oficiales insisten en mostrar la gratuidad de todos los servicios médicos y de la educación en todos los niveles de enseñanza, así como la existencia de un mercado racionado que ?supuestamente- garantiza la canasta básica. Resulta elemental que los fondos públicos son los que sufragan la manutención y se nutren de esos intangibles valores que los trabajadores producen y no cobran. Obviamente trabajar no es estimulante y lo que se gana apenas alcanza para disfrutar de lo subvencionado. Papá estado no permite que se expresen opiniones divergentes, mucho menos que las personas se organicen en torno a esas ideas, que alcancen la independencia económica y para colmo les reclama una infinita gratitud. Afortunadamente, tal y como nos ha enseñado el modelo familiar paternalista, todo tiende a cambiar con el paso de los años. Los hijos crecen, terminan siendo adultos y nada pueden impedir que los más jóvenes se hagan con las llaves de la casa.



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27 de noviembre de 2009
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La voz de mi pueblo (2)

Pocas cosas más características de Misiones que su tierra roja. Pero en el corazón del monte (tal como allí le dicen a lo que nosotros llamaríamos selva), uno pisa un suelo de un rojo de esos que sólo se ven en los sueños.

Los niños y niñas de la etnia Mbya llegan a la escuela bilingüe No. 1113 sin uniforme ni útiles de ninguna clase. Todo lo que necesitan los espera allí, empezando por sus maestras y de los auxiliares aborígenes que constituyen el nexo entre la institución blanca y su propia comunidad, y terminando con el suculento almuerzo. Hasta no hace tanto los Mbya vivían de la riqueza que proporciona el monte y trabajaban ocasionalmente en alguna cosecha. Hoy en día, cuando el blanco ha devastado un porcentaje tremendo del monte misionero, los Mbya subsisten gracias a las artesanías y las ayudas que reciben de las fuentes más diversas.

En los dos días que permanecimos allí, la alegría que percibimos fue constante. Para todos aquellos que sabemos cómo son hoy las aulas de cualquier escuela de la gran ciudad, el grado de concentración y de entrega de estos pequeños nos resultó sorprendente. No hay forma de que entiendan, todavía, hasta qué punto el adueñarse de la palabra escrita les ayudará no sólo a expresar sus propias vivencias, sino además a hacer valer sus derechos. Tal como nos dijo su cacique, Hilario Acosta, el hombre blanco los está dejando sin monte, y la posibilidad de comunicarse en la lengua española les resulta fundamental a la hora de reclamar justicia. La posibilidad de ser educados formalmente a partir de su lengua materna les permitirá a estos niños no sólo aspirar a desarrollarse plenamente, sino también a hacerlo sin perder su identidad.

Gracias pues a la Fundación La Nación y a la Fundación Arte Vivo, por el premio a la escuela Takuapí y por hacer posible el documental. A Margarita Gómez, Laura Bua y Carlos Abbate. A Luis Andrade, Agustina Figueras, Camilo Segatta y Lucía Iglesias. Pero sobre todo gracias a ellos: a los niños, a Hilario, a Laura Karajallo y Alicia Novosat y al pastor Darío Dorsch, no sólo por el afecto y la apertura de corazón, sino ante todo por su decisión de no resignarse y la creatividad que tuvieron a la hora de resolver el problema común. Uno siempre busca ejemplos que ofrecer a aquellos -mayoría absoluta- que pretenden que no se puede. Les ofrezco el ejemplo de la escuelita de Takuapí, porque sé que les servirá como a mí a la hora de tapar la boca de los que quieren que todo siga igual.

Ojalá pueda colgar aquí el documental un día de estos. Sé que se enamorarán de esa gente y de ese lugar como me enamoré yo.

 

 

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27 de noviembre de 2009
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I. Fortaleza de eternidad

Llegué a vivir a Berlín Occidental en 1973, invitado como artista residente por el Servicio de Intercambio Académico Alemán, en plena guerra fría, y cuando la ciudad dividida por el muro era el escaparate de dos mundos en pugna que parecían para siempre irreconciliables.

            Aquella comunidad de artistas se repartía en antiguos edificios de apartamentos asignados por los anfitriones, y sus miembros nos encontrábamos de vez en cuando en recepciones y en lecturas de poesía, conciertos y exhibiciones de arte. Había músicos suizos y belgas, poetas rumanos y polacos, dramaturgos búlgaros, escultores y pintores de Estados Unidos, y yo, un novelista centroamericano que quería empezar apenas su segunda novela, y entre todos éramos en aquel escaparate un muestrario de los dos mundos que el muro pretendía separar.

            Me quedé por dos años. Y a Berlín Occidental llegaban también entonces los perseguidos por la dictadura militar en Grecia, los chilenos exiliados tras el golpe de Pinochet, había ya barrios enteros de trabajadores emigrantes turcos y yugoeslavos, y llegaban los ecos del fin de la guerra de Viet Nam, de la revolución de los claveles en Portugal, y de la agonía del Generalísimo Francisco Franco, que parecía iba a volverse eterna, y que anunciaba una nueva era para España.

            Mientras tanto el muro seguía allí, incólume, con fortaleza de eternidad.

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27 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El peine

Más que la misma la cuchillería o que la escobilla del water o el cepillo de dientes, el peine constituye el elemento característicamente agresivo del ajuar doméstico. En apariencia, el peine viene sólo a acicalarnos pero en su simbología trata de deshacernos. El rastrillo es su par en intenciones, como también aquellas amenazadoras piezas de arrastre que siguen a los tractores arando el campo.

El peine obedece, sin duda,  a la voluntad de la mano humana,  no hiere por su cuenta, descontroladamente, y su incidencia en el contacto  con la piel puede regularse e incluso adormecerse, pero el hecho mismo de que su quehacer eminente discurra  siempre sobre el cuero cabelludo hace temer, de antemano, que su tarea suave y deseable pueda convertirse de súbito en un desgajamiento de la piel y, a continuación, adentrarse sin remedio en los entresijos del cerebro. De hecho sus púas no han recibido otro nombre más amable, hasta nuestros días, porque su instinto es punzar, pocear  y en su usual movimiento, de uno a otro lado, rastrear, intervenir por su cuenta o su metáfora en el interior de nuestro cerebro y con ello revolver el enlace de los pensamientos, su consistencia, y su constitución.

El peine se detiene, por lo común, en el roce con el cuero cabelludo. Cuando las cosas marchan bien o consuetudinariamente, cumple su oficio de colaboración maestra en el peinado. Todo ello cuando la cotidianidad impone a su conventual condición intrínseca pero ¿quién duda que su identidad particular, su personalidad iniciática, queda frustrada  cuando su viaje es sólo por la superficie?

Un peine no ha sido el objeto de crimen en la mayoría de los asesinatos pero tanto fabricado en plástico, como en concha o en aluminio su morfología se emparenta con los artilugios propios de la tortura, el desgarramiento de la piel y la dolorosa elongación el martirio. No es, por esto, fácil tomar al peine entre las manos, dirigirlo a la cabeza y sentirse seguro de que su voluntad morfológica no acabará por profundizar en la superficie que se le ofrece y crear, con su oficio, surcos de mayor o menor profundidad. Todo menos la artificial virtud que admite de deslizamiento o conducta trazada por el efecto de su dominación.

 Se le ofrece, sin duda, la confianza general que se otorga a los adminículos que que compone el hogar pero, simultáneamente, con muchos de ellos el recelo que inspira la herramienta la provee de un aura maldita. Nada se dice de ello pero, como es el caso del peine, su diseño evoca, más allá del reglamento, la convención o la estabilidad burguesa, un plus imaginario que la revela como una pieza unívoca para crear daño o heridas.

 El peine en sí mismo es una representación de la  herida anticipadamente abierta o por cicatrizar, la creación o el recuerdo de la  cicatriz que impera en muchas tribus africanas que marcan sus rostros o sus  cabezas con fuertes señales identificativas de su adscripción  a una comunidad en donde un instrumento punzante, de una incisión o varias, semejante al peine ha cumplido la función de marcar la carne llegar hasta el límite del hueso. Y, en efecto, el peine de hueso, tan apreciado en la historia, completa el bucle de esta tentativa y su efecto. El resultado de la auténtica espina del pez que con tanto patetismo esquelético, simplicidad y eficacia muestra la muerte del cuerpo y  plasma en su  diseño al peine que, de otra parte, nunca será de un caprichoso formato sino  que como la daga o la escopeta se erigen como objetos imperfectibles para matar. El cepillo del pelo que las mujeres emplean con más asiduidad que los hombres  es como un a versión pacificadora del peine a secas, una suerte de conversión del hueso duro en roce blando, puesto que el peine en su puridad hace siempre algún daño mientras anuncia su posibilidad de hacer más daño, todavía más inherencia y finalmente la muerte que llega en su máxima profundidad.  ¿Qué clase muerte? Una muerte, efectivamente inspirada en un crimen sádico que lejos de conformarse con disparar directamente  un tiro en el corazón  o en la cabeza, arrastra tras de sí el órgano cerebral, toda la historia dela víctima arrastrada hasta la confusión fatal por una batería de púas o uñas homicidas capaces de convertir el pensamiento en restos, el orden mental en vertedero, las luces y los contraluces  de la reflexión en un pila de azar, de bazar o de escombrera. La superioridad humana convertida en almoneda, el surtido de la personalidad trasformado en detritus,  la lisura del cerebro más  barroco en una accidentada orografía sin paz ni orden. Ojo al peine. Al peine lo temíamos, a menudo, siendo niños porque tiraba de nuestros cabellos enredados pero, a la vez, en las manos de las madres,  ordenar el peinado procuraba del reino de la compostura. A la culminación de la obediencia y la rectitud del hijo peinado con  raya perfecta correspondía el cabello húmedo y domado por el peine. El peine, precisamente, había llevado a este resultado trascendental: la conversión del desaliño rebelde en reglamento, el pase de lo salvaje a la civilizado, el viaje desde el salvajismo de lo despeinado hasta la convención dominante  que procuraba el peine superando el caos. Un peine, por tanto, civilizatorio en sí que actuaba y actúa aún como una herramienta de socialización poniendo primero en términos de moda enumerable los cabellos desgreñados y orientando después incluso la cabeza en la dirección de una u otra institución o su reverso, siempre cabal.



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27 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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vivir en el pueblo

 

 

 

 

 Ser de pueblo. Quedarse en el lugar dónde uno nació. Crecer con sus recuerdos siempre a la vuelta de la esquina, en el prado cercano, entre alimoches y cerdos, cerca de la vía del Calatraveño, en un mundo rural que sabe de lo hermoso del paisaje y lo duro del paisanaje. Tierras andaluzas, que miran a Castilla y Extremadura, comarca de los Pedroches, en la sierra de Córdoba, entre el suelo y el cielo, en el lugar dónde habita el poeta, novelista y memorialista Alejandro López Andrada. Nació en Villanueva del Duque, allí sigue viviendo y escribiendo. Iluminado por su propia memoria, luchando por hacer que no desaparezca un mundo, el mundo que conoció en su infancia feliz e injusta de un niño de pueblo, de una familia que, como tantas, perdió la guerra. Mundo que sabe contar López Andrada en todos sus libros. Físicamente me recuerda a un César Vallejo que no ha necesitado vivir los aguaceros de París, que ha sabido contarnos las dehesas y los pájaros, las brumas y los vientos.

Estoy leyendo su último libro, un ensayo que, como dice Luis Mateo Díez, nos llama la atención sobre "la desaparición del mundo rural, de una cultura y unos modos de vida". El libro se llama "El óxido del cielo" y me emocionan muchas cosas, muchas de sus historias de gentes que han vivido en un mundo que ahora parece producto de la imaginación, del recuerdo de alguien de otro tiempo. Y no es así. Alejandro, las gentes de esos pueblos, de tantos pueblos españoles, están viviendo nuestro mismo tiempo, nuestras mismas crisis, nuestras mismas miserias y nuestras mismas mentiras. La diferencia es que ellos son capaces de vivir con su memoria de cosas cercanas y extraordinarias. Por ejemplo, el silencio de unos tomillares en el crepúsculo de una tarde.

Estoy viajando hacia allí. Se que me espera un olor a vida real, a lentitud de paisaje que hace pensar que la vida debería ser más amable. Después de la calma necesitaré la tempestad de mi ciudad. No supimos quedarnos en los pueblos.



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27 de noviembre de 2009
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El retorno de Proust a Venecia

"Venecia es en exceso, para mí, un cementerio de felicidad para que tenga todavía la fuerza de volver. Lo deseo muchísimo, pero cuando pienso en ella con la claridad de un proyecto, se suscita en mí un cúmulo de angustias que se opone a su realización"

Marcel Proust escribe estas líneas en una carta escrita en mayo de 1906. El escritor únicamente estuvo en Venecia en dos ocasiones, ambas en 1900, la segunda solo y la primera acompañado de su madre. Y sin embargo Venecia juega en La Recherche un papel determinante, análogo al que juegan las localidades ficticias de Combray y  Balbec o la ciudad de Paris.

Muchos son a lo largo del libro los párrafos en los que esta auténtica fijación con Venecia se ponen de relieve, ante lo cual se impone  una pregunta: ¿por qué desiste ante cada idea del retorno, y finalmente acaba renunciando? Responder a esta pregunta pasa por intentar dar cuenta de la intuición central que anima a realizar ese enorme esfuerzo que conduce a La Recherche, y que tiene un indudable interés filosófico. La fidelidad  a esta intuición supone renunciar a encontrar algún tipo de plenitud en el reencuentro efectivo, empírico, con aquello que en nuestra conciencia esta asociado a una plenitud pasada, ya se trate de ciudades, paisajes o personas:

"Había experimentado en demasía la imposibilidad de alcanzar en la realidad lo que reposaba en el fondo de mí; que no era en  la plaza de San Marco, como no lo fue Balbec en mi segundo viaje (...) donde yo reencontraría el Tiempo perdido".

Cambiando de método, renunciando al reencuentro empírico, sumergiéndose en sí mismo, cabe - ¡ni más ni menos¡- que reencontrar el tiempo perdido. Esto es lo que Narrador de la Recherche, y con él el propio Marcel Proust, se propone, y ello como ya he tenido ocasión de decir, sin traicionar exigencia racional alguna, sin repudiar el segundo principio de la termodinámica.

 La pregunta (ingenua y que ha de formular todo aquel que se adentra en la lectura de este libro) es obvia: ¿Cómo se recupera el Tiempo perdido, y quizás con él esa Venecia misma a la que se ha renunciado a viajar para no limitarse a un reencuentro con las imágenes escuálidas y sin sabia que sus adoradores retienen de ella?

El lector de la Recherche (y sobre todo de esa prodigiosa reflexión sobre la esencia de la literatura que es -entre otras muchas cosas- El Tiempo reencontrado) sabe que el primer paso  es intentar re-instalarse en lo que el Narrador denomina "metáfora" (y que ya he señalado aquí que abarca más que lo que este término designa en lingüística). Se trata de retornar a una relación con el lenguaje en la que prime la alianza de las palabras, lo cual supone que las palabras alcancen libertad, que sus prodigiosos recursos no queden reducidos a la función trivial de fijar nomenclaturas.  Pues tras las nomenclaturas con las que habitualmente el lenguaje encorseta  la vida (empobreciéndose con ello de hecho a sí mismo),  la "alianza" de palabras alimenta la imaginación, haciéndola reencontrar la acuidad que le era propia en su despliegue de los años infantiles.

El  ser que retorna al universo en el que cuenta más  el puente entre las sensaciones y las ideas que las sensaciones mismas, el ser que explorando las potencialidades del lenguaje  forjadoras de tal puente confunde su esencia en ellas, el ser que "tiene el oído suficientemente fino y preciso para percibir entre dos sensaciones, entre dos ideas, una armonía sutil que no todos perciben" , surge quizás  tarde,  cuando las fuerzas flaquean,  cuando el don de hacer revivir el mundo impreso por palabras, esta ya debilitado. Sin embargo, escribe Marcel Proust, "es a menudo en otoño, cuando no hay ya flores ni hojas, que se perciben en los paisajes las armonías más profundas". En  la vejez y en la enfermedad, "sobre ruinas", resucita  el niño que se embriagaba con las palabras y  amaba el mundo a través de las mismas. Esta resurrección toma forma de actualización de un acontecimiento que la memoria cotidiana mantiene en  una suerte de asepsia, así el sonar arcaico de una campanilla  para cuya escucha se hace necesario "cesar de oír el sonido de  las conversaciones que las máscaras mantenían en mi entorno (...) re-descendiendo en mi mismo". Y cuando este sacrificio de la identidad convencional, forjada precisamente en el comercio con los  seres a los que ahora el Narrador se esfuerza en no oír, se consuma, la ruina misma del tiempo toma una significación diferente y sobre todo tiene mucho menos peso. He citado ya aquí el siguiente texto:

"No me entristecía envejecer porque ponía la finalidad de mi vida no detrás  de mí sino ante mí,  no considerándome como una flor que se marchita sino como un fruto que se forma, y que los años que iban a venir no me alejarían de algo que intentaría encontrar."

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27 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Editoriales conjuntos

No me gustan. Los editoriales me gustan cada uno con su propia voz. Aunque luego las voces formen un coro. El texto unánime sufre en su credibilidad y en las marcas que deja sobre el territorio de los lectores. Los de dentro y los de fuera. Los de la unanimidad y los otros. No me voy a referir ahora al contenido, lo haré más adelante. Igual estoy de acuerdo. Pero no es el caso al menos en dos frases que no firmaría. La que lo encabeza: la dignidad de Cataluña. Sólo conozco la dignidad de los ciudadanos de cualquier país en general y naturalmente la dignidad de los catalanes en particular. Y luego la frase final, por razones más complejas que más abajo explicaré. Regresemos al gesto unánime, antítesis de la expresión plural y variada, de la deliberación libre y racional de la que deben seguirse posiciones y decisiones. El periodismo no puede sentirse cómodo en este campo de juego en el que se convierte en puro instrumento de otros. Se dirá que ya lo es en muchas otras ocasiones: razón de más. Que los medios sean agentes políticos no significa que los periodistas aceptemos sumisamente que se nos convierta en instrumentos políticos.  Vamos ahora a las rayas marcadas sobre el territorio. ?La práctica totalidad de los diarios cuya línea se determina en Catalunya?. ¿Por qué no ?todos?? ¿Habrá algún periódico cuya línea se determine en Cataluña que no haya firmado el editorial? Pues sí: hay un editor en Barcelona que determina la línea de uno de los periódicos que se editan en Madrid, un periódico que milita contra el Estatut, algo que curiosamente es compatible con mantener la propiedad de un periódico que no tiene suficiente con este Estatut. Los otros periódicos y editores 'cuya línea...' quedan fuera, separados, segregados. La frase final: ?Si es necesario, la solidaridad catalana volverá a articular la legítima respuesta de una sociedad responsable?. No está en el plano del análisis ni de la valoración. Más allá de la toma de posición, entra directamente en el terreno puro de la acción política. Como un partido. O mejor, una coalición de periódicos que mima a una coalición de partidos. La advertencia es clara: en 1906 todos los partidos catalanes, desde los carlistas hasta los republicanos federales, se unieron en un potente movimiento que primero se movilizó en la calle y luego se presentó a las elecciones generales de 1907, obteniendo 41 de los 46 escaños catalanes. La Solidaritat Catalana surgió frente a la Ley de Jurisdicciones, que sometía los delitos de opinión a consejos de guerra formados por militares. El catalanismo de principios del siglo XX buscaba la unidad en un movimiento que quería modernizar y democratizar España. Por tanto, ni la cruz ni la raya. Pero el resto, el fondo, podría llevar mi firma. Aunque hay que decir que los editoriales conjuntos son, ante todo, cuestión de formas.



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27 de noviembre de 2009
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