En El Prado se encuentra la obra de Hans Baldung Grien Las edades de la vida, estremecedora alegoría del Tiempo, donde se presenta la imagen de una muchacha sobre cuya espalda una vieja posa la mano derecha, mientras la mano izquierda tira del velo, con vistas a ocultar su propia desnudez, la parte posterior que cubre a la joven desde los pechos. Traslúcido en el cuerpo de la joven, el velo se oscurece en el cuerpo de la vieja. Al brazo izquierdo de la vieja se anuda el brazo de la figura esquelética que encarna la muerte. En la mano de este mismo brazo de la muerte un reloj de arena sirve de soporte a la bola del mundo. De tal manera, lo único que parece escapar al lazo del cambio destructor es un niño que duerme en tierra delante del trío.
"El tiempo, normalmente invisible, para hacerse visible busca cuerpos y cuando los encuentra proyecta sobre ellos su linterna". Ya he dicho, respecto a esta estremecedora línea de Marcel Proust, que se trata de cuerpos rigurosamente seleccionados, es decir, exclusivamente humanos. No es en absoluto un azar que Hans Baldung Grien no introduzca en su escenario otra representación de la vida que la de seres humanos. No hay en la naturaleza que enmarca (a la cuál cabe con propiedad calificar de muerta) animal alguno. Y el árbol que se erige al fondo, más que seco parece mineralizado por el rayo. Y es que, tratándose del Tiempo, el artista necesariamente se exige a sí mismo depuración, sobriedad rayana en el ascetismo, excluye todo aquello que pudiera distraerle de lo esencial.
Y obviamente no se trata de que los animales, las plantas, y hasta los minerales, no estén afectados por la corrupción, es decir, por esa modalidad de cambio que, desde Aristóteles hasta el Segundo Principio de la Termodinámica, sirve de concepto propio al vocablo Tiempo. Lo fundamental reside en que si del ser humano se trata, el cuerpo es indisociable de lo que denominamos con los términos alma o espíritu y en última instancia indisociable del lenguaje. Mas entonces, la cifra del cambio destructor adquiere tonalidades incomparables, irreductibles a los efectos de la termodinámica en los cuerpos dotados de vida y hasta de sistema nervioso central, pero no provistos de lenguaje. Y esto que digo del Tiempo se traduce, como veremos, en la singular relación que tiene el ser humano con la enfermedad y el dolor.

Se introduce la sospecha de que las imágenes mutiladas del Triunfo de la Muerte y las apocalípticas de los márgenes superiores de El jardín de las delicias sean las que cieguen nuestro espíritu, en una situación que ni siquiera cabe llamar temporal (y por ende pasajera) precisamente por su carácter postrero.
Pues bien esto es lo que representa el partido de Bossi y su camarilla de buitres (buitres porque sólo se alimentan de la inmunda carroña del resentimiento). La repudiada Italia sigue valiendo para el fétido objetivo de forjar una sociedad en la que el sentimiento de injusticia sea sistemáticamente convertido en agresividad ante el más débil.







