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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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“Teoría del síntoma mental”

A lo largo de estas reflexiones, y tratando de los más diversos temas, he enfatizado el enorme peso que tiene en nuestras vidas el hecho de que, desde muy pronto, nuestra relación con las palabras dejó de ser instrumental. Un niño puede empezar asociando un término verbal a una cosa objetiva, interesándose sobre todo por ésta y sirviéndose de las palabras como meras señales de un código. Pero muy rápidamente este interés se dobla de un interés por el signo mismo y por su prodigiosa capacidad de enlazarse a otros signos, provocando en tal enlace inesperadas representaciones, de las que ni siquiera es suficiente decir que enriquecen el espíritu, simplemente porque sería mucho más justo decir que el espíritu es la expresión misma de tal despliegue.
 
Este origen, esta singular apertura al mundo que literalmente nos humaniza, es decir, nos separa irreversiblemente de la vivencia animal inmediata, esta marca irreversible, se encuentra en el origen de nuestra dicha y de nuestro nuestra desgracia, para las cuales las circunstancias de la economía natural y lo aleatorio de la biología constituyen muy a menudo oportunos pretextos. Cosa ésta bien sabida por psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas, confrontados al hecho de que el hombre traduce su bien como su mal en vínculos en los que se haya imbricada la palabra. 
 
/upload/fotos/blogs_entradas/enriquebaca_med.jpgTranscribo unas líneas con las que el psiquiatra español Enrique Baca presenta uno de sus libros, titulado Teoría del síntoma mental publicado por la Editorial Triacastela:
 
"La comprensión de los síntomas mentales exige una rigurosa teoría lingüística, una cuidadosa hermenéutica y una amplia concepción de las narrativas biográficas." Este último aspecto es clave. El profesor Baca enfatiza la diferencia entre los hechos de la enfermedad, aquello que es susceptible de ser cuantificado (es decir objeto de ciencia) y los síntomas de dicha enfermedad, indisociables de la vivencia por el enfermo de tales hechos, y siempre vinculados a una narración.
 
Tendré ocasión de volver sobre este libro que se inscribe en una de las filiaciones más fértiles de la vida intelectual española, la de los médicos que se han negado a tratar al cuerpo y alma de los humanos como cabría tratar el cuerpo y alma de los animales, y que por tal razón merecen cabalmente el calificativo de "humanistas".

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5 de diciembre de 2008
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Cargueros

Hay  lugares que parecen haber  sido erigidos respondiendo a una necesidad de que el alma humana encuentre espejo para sus fantasmas más profundos. Lugares como esos "naberezhnaie", malecones a lo largo de los múltiples brazos del Nieva en los que el protagonista de Noches blancas va saludando a sombras desconocidos que le ignoran, o lugares como esa Venecia que alecciona al Narrador de La Recherche para  que se alce a la altura de la exigencia espiritual que el mismo se ha trazado. Estos lugares nos conmueven particularmente porque, tras cada elemento de su construcción, percibimos el esfuerzo titánico que han realizado los hombres para superarse a sí mismos; superación paradójica, pues se trata de vencer las inercias que les impiden precisamente desplegar su humanidad y reconocerse en ella.

En esta potencia de provocar un sentimiento de reencuentro reside la universalidad de ciudades como San Petersburgo. Mas esta potencia es indisociable de la persistencia de una vida propia. Cuando el equilibrio entre habitantes de la ciudad (los únicos que pueden preservar su carácter) y visitantes se rompe; cuando una ciudad -por razones económicas más o menos justificadas- publicita sistemáticamente sus encantos, siento millones los que pican el anzuelo, entonces cabe decir que los ciudadanos son desposeídos de una parte de sí mismos. Piénsese en esa  plaza de San Marco,  vedada de hecho a los que en Venecia residen, al igual  que darse una cita en una terraza de la Rambla es algo que entre barceloneses constituye hoy algo insólito.

Felizmente, la ciudad de San Petersburgo se salva aun de tal naufragio. Hay ciertamente avenidas centrales dónde su alma parece haberse perdido entre los establecimientos comerciales, que homologan hasta la indiferenciación las calles centrales de Milán, Hannover o Edimburgo. Pero todavía sus lugares auténticamente emblemáticos son poblados de gentes que viven en la ciudad, y rusa es la lengua que mayoritariamente puede oírse en ellos.

Pero sobre todo, los brazos del Nieva parecen aun libres de ese cáncer espiritual de nuestra época que es la mirada etnológica. El que a ellos se acerca contempla sencillamente un profundo  paisaje urbano que es siempre una promesa de puerto. Puerto esencialmente de barcos de carga, y por ello me atrevo a decir que puerto para quien de verdad ama los puertos. Nada en San Petersburgo análogo al desolador "Maremagnum" barcelonés, que cierra literalmente la antigua apertura al mar; lo cierra de manera muy concreta a la mirada de quien lo cantaba, el poeta catalán Joan Salvat Papasseit,  desarraigado en un muelle del cual fue un trabajador.       

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4 de diciembre de 2008
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Astenia de las palabras… insignificancia de las cosas

En estas  reflexiones he presentado a menudo al Narrador de La Recherche proustiana como singularidad casi heroica: figura de aquél que aborda la tarea literaria en base a la convicción de que el lenguaje hace de poderoso contrapunto frente al determinismo del registro natural, determinismo al menos en lo esencial, puesto que nada escapa al destino trazado por la termodinámica. Narradores y  poetas simplemente nos ayudan a recobrar la confianza en el valor de las palabras, y así a intentar realizarnos a través de ellas, apostando a realizar nuestra propia condición, apostando por ser nosotros mismos. Y sin embargo también el Narrador ha sido presa del nihilismo, también ha pasado por momentos en los que las palabras carecían de peso y, en consecuencia, las cosas  mostraban tan solo su insignificancia. Transcribo uno de los textos más explícitos al respecto:

"El nuevo sanatorio al que me había retirado no me curó más que el primero; y pasaron muchos años antes de que lo abandonara. Durante el trayecto que hice en tren, volviendo de nuevo a París, el pensamiento de mi carencia  de dotes para la literatura, que ya en otro tiempo había descubierto en el camino de Guermantes, que más tarde reapareció, provocando aun mayor tristeza, en mis paseos cotidianos con Gilberte, /upload/fotos/blogs_entradas/diario_de_los_goncourt_med.jpgantes de volver para la cena, ya tarde en la noche, en Tansonville, y que, en vísperas de irme de esa casa había identificado, más o menos al leer unas páginas del Diario de los Goncourt, con la vanidad y la mentira de la literatura, este pensamiento,  menos doloroso quizás , pero más deprimente aún, si le daba como contenido, no mi propia incapacidad, sino la inexistencia del ideal en el que había creído, este pensamiento, que desde hacía tiempo no había vuelto a la mente, me asaltó de nuevo, y con una fuerza más dolorosa que nunca. Fue, lo recuerdo, durante una parada del tren en pleno campo. El sol iluminaba hasta la mitad de su tronco, una línea de árboles que seguía la vía del ferrocarril. ‘Árboles, pensé, nada tenéis  ya a decirme, mi corazón gélido ya no os oye.  Inútilmente estoy aquí, en plena naturaleza, pues es con frialdad y hasta aburrimiento que mis ojos constatan la existencia de una línea que separa vuestra frente luminosa de vuestro tronco sombreado. Si alguna vez pude sentirme poeta, ahora se bien que no los soy. Quizás en la parte de vida, tan yerma, que ahora se abre ante mí,  los hombres puedan llegar a inspirarme lo que ya no me dice la naturaleza. Mas en cualquier caso, los tiempos en que era capaz de cantarla ya no volverán.' (854-855)

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3 de diciembre de 2008
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…Y cuando dejan de hablarnos

Decía que al Narrador de La Recherche le hablaba la ciudad de Venecia. Seguro que al propio Marcel Proust (que conviene no identificar en exceso a su personaje) le hablaba posiblemente esa catedral de Chartres, tan cercana a Villiers, el pueblo de Francia que sirvió de materia prima a su Combray, y que interpelaba también al gran Peguy.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_libert_greca_2_med.jpgEn un mundo que pudiéramos considerar tan afortunado como trágico, en esa "ciudad griega" que da título al libro de Pohlentz al que me he referido aquí en varias ocasiones, sus habitantes tendrían momentos de vivencia colectiva, en los que no cabría distinguir vida espiritual interior, emoción en el otro y transfiguración del entorno. Lejos está nuestro mundo del universo descrito por Pohlentz, mas al menos a los protagonistas de las grandes narraciones les hablan las ciudades, como les hablan los árboles, o como dejan de hablarles, en el momento en que ellos mismos pierden confianza en el peso de la palabra.

Nos hablan obviamente aquellas cosas que han sido previamente humanizadas, las cosas en las que el lenguaje se ha infiltrado hasta hacer de ellas algo indisociable de nuestro propio destino como humanos. Quizás este eco de lo que constituye nuestra vida interna es un signo de la intensidad de esta última. Y complementariamente, el silencio de las cosas sería signo de que nos abandona el sentimiento de nuestra singularidad:

Pues cuando el lenguaje es sentido meramente como un aspecto más entre los que configuran el todo del mundo, cuando prima el sentimiento de destino común con minerales y bonobos, cuando sólo preocupa la siempre amenazada subsistencia, cuando las metáforas son vividas como expediente menor de la representación de las cosas, cuando en suma, la palabra es impotente a arrastrarnos, a hacernos partícipes de su propio desbordar, entonces nada nos habla, porque ni siquiera respondemos a la condición de depositarios del lenguaje.

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2 de diciembre de 2008
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Cuando las ciudades hablan…

Hay ciudades admirables que dirigen la palabra a los escritores que la aman, a sus personajes y, por consiguiente, a sus lectores. Desde las primeras páginas el protagonista de Noches Blancas se siente interpelado por San Petersburgo, precisamente cuando la ciudad está siendo abandonada por sus habitantes y el sentimiento de su propia soledad se acentúa. /upload/fotos/blogs_entradas/las_noches_blancas_med.jpgLas casas se le asemejan viejos conocidos que vienen a su encuentro, y abiertas las ventanas como grandes ojos le interrogan sobre su estado de ánimo, y le hablan de sus propias cuitas, la necesidad de ser remozadas o la milagrosa salvación de un incendio. Entre ellas el protagonista tiene favoritas: "Nunca olvidaré la historia de un primoroso edificio rosa pálido. Era una casa de mampostería, tan atractiva, que me miraba con tanto afecto y contemplaba con tanto orgullo a sus deformes vecinas, que se me alegraba el corazón al pasar junto a ella".

En ocasiones, estas ciudades que nos hablan son como un eco emblemático de la condición humana: ciudades intrínsecamente expuestas, erigida como desafío a la naturaleza y vencedoras de la misma; ciudades irreductibles a toda tentativa de explicar su nacimiento en razones de necesidad o peligro; ciudades en las que todo viajero cree reconocer una suerte de encrucijada que sería origen más que confluencia de destinos. Así en múltiples lugares de A la Recherche du Temps Perdu, el Narrador se complace en describir la explosión de ensoñaciones que provocaba en su espíritu el nombre mismo Venise. Venecia, ciudad a la que dirige la palabra, teniendo la enorme suerte de obtener respuesta: "Aprehéndeme, ahora que paso ante ti, si tienes fuerza para ello y lucha por resolver el enigma de felicidad que te propongo...e inmediatamente la reconocí, era Venecia"

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1 de diciembre de 2008
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El ocio y el mar

Esa "Vela" barcelonesa, esa parodia de barco, merecedora de la mayor desventura, es efectivamente todo un símbolo, a la par que todo un síntoma: símbolo de la sustitución de lo real de los problemas de los hombres por parodias de ficciones; síntoma de que ciertas sociedades, marcadas a la vez por los valores del capital y por la estulticia, están decididamente enfermas.
 
Las embarcaciones de recreo, son apenas utilizadas el fin de semana, pero, al ser triste símbolo de un pretendido status social, su número crece exponencialmente, exigiendo el uso exhaustivo de los muelles, moldeando la imagen del puerto como espacio para ociosos y arrinconando la treintena de embarcaciones que, saliendo cada día a faenar, configuran un ámbito laborioso, elemental, entrañable, y desde luego arcaico... pues incompatible con la reducción de toda expresión del esfuerzo humano a su valor de cambio, y de la propia vida humana a mercancía. ¿Anacrónica terminología? Pregúntesele a los habitantes del popular barrio de la Barceloneta, contiguo a lo que queda del puertecito pesquero, víctimas- en estos años ciegamente llamados de prosperidad- del expolio de su espacio por pirañas que (en connivencia con los inspiradores de la Barcelona del diseño) adecentan ciertamente viviendas insalubres... bajo condición de que sean expulsados los habitantes de las mismas. La total impunidad con la que en los barrios rehabilitados de Barcelona y de tantas otras ciudades del mundo operan las pirañas que vacían un espacio urbano de gente y de espíritu, vuelve a hacer perceptible algo que durante un tiempo resultaba una evidencia, a saber: que una sociedad dónde el mercado carece de polo moderador no garantiza, en última instancia, más libertad que la del mercado mismo. Mientras ésta última no sea vulnerada, el respeto a las demás libertades es de buen tono...pero no requisito para ocupar un lugar en el sol de la respetabilidad.

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28 de noviembre de 2008
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Trabajadores del mar… ociosos de “La Vela”

En El Prat del Lobregat, en espacios dependientes de la administración portuaria de Barcelona, acaba de concluir la construcción de dos grandes diques, formando una nueva bocana que constituye la primera etapa de un proyecto que permitirá ampliar de manera portentosa la capacidad de los recintos, ganando al mar centenares de hectáreas, doblando así la potencia de albergar barcos de carga y contenedores. No estoy, obviamente, en condiciones de juzgar sobre la idoneidad del proyecto y lo justificado o no de las enormes cifras invertidas. En cualquier caso lo veo a priori con enorme simpatía, en razón simplemente de que Barcelona es un puerto de mar, y propio de los puertos de mar es ampliar su horizonte hacia el agua y conectarlo lo más eficazmente con la tierra firme. Cosa a lo que, con aparente eficacia, se dedican los responsables de las instalaciones.
 
Pero esto ocurre, como decía, en espacios de El Prat del Llobregat, y la imagen de barcos de carga vinculados desde la terminal por vía ferrea con diferentes destinos de Europa, la imagen simplemente seria de un puerto, no será en absoluto la que percibirá el visitante de la ciudad de Barcelona. Y no se trata de que, simplemente, el puerto quede (como en tantas grandes ciudades portuarias, Seúl, San Petersburgo...) lejos del centro urbano. Barcelona se publicita explicitamente como ciudad de mar, y el viajero es invitado a fundirse en su atmósfera marítima. Se trata, sencillamente, de que lo que se promociona es "otro" mar; mar que encontrará el que, buscando la orilla, tenga la entereza de llegar al final de la intransitable Rambla.

Hace poco menos de un año evocaba aquí mismo la escultura férrea que, en en el primer muelle al final de la Rambla se dedica al poeta Joan Salvat Papasseit, fijada la mirada en dirección de su mar. Y decía que era imposible reconocer allí la atmósfera de sus versos, decía que amante alguno podría alcanzar allí la cifra o medida de todas las cosas. ("Dona'm la mà, que anirem per la riva/ben a la vora del mar/ bategant/... tindrem la mida de totes les coses/només en dir-nos que en seguim amant).

Pues el "Moll de la fusta", dónde se ubica la escultura, cierra hoy una inmensa piscina- garaje, en la que se apiñan centenares de embarcaciones de recreo, es decir destinadas explícitamente a llenar las vidas de un complemento de vacuidad. Sobrevolando tal piscina, la mirada del poeta tropieza enfrente con el llamado Maremagnum, un templo de miseria consumista y evasión waltdissneyniana. Y a la derecha de la escultura, a fin de impedir realmente todo atisbo de mar, se encuentra la inmensa mole del Barcelona Trade Center, que pretende evocar un barco y que es de hecho un monumento al único Señor hoy universalmente reconocido y venerado, dónde, en lengua inglesa, se conjuga efectivamente la frase según la cual el negocio es el negocio. Espectacular premonición, hace ya unos años, de lo que sería una arquitectura alcahuete con el espíritu de rapiña, que ha corrompido literalmente lo que en su origen era efectivamente el núcleo de la barcelona marítima.

Si se bordea el Maremagnum, se tropieza de nuevo con un brazo de agua por todas partes cercenado, otra vez el garaje para barcos de ocio, que por este flanco exhibe asimismo una obscena muestra de lujo en forma de cruceros privados protegidos por vallas de alambre que impiden la excesiva proximidad de los curiosos. Estas vallas suelen tener como límite unos bancos de madera que allí subsisten como anacronismos, de tal manera que el que en ellos se sienta puede elegir entre estar asomándose al exterior o vislumbrando el interior de una cárcel. Cuando esto escribo, leo precisamente que un megayate llamado Pelorus, "diseñado" exterior y exteriormente mediante un presupuesto de 300 millones de dólares y perteneciente a un magnate ruso, ha encontrado amarre en estos muelles. Leo también que suele ser visto en lugares como la Costa Esmeralda, Portofino, Montecarlo o Port Antibes. Degradada compañía para una ciudad cuyo puerto -en el imaginario de muchos- tiene espejo en los de Rotterdam, Hamburgo, Vladivistok o Le Havre. Es simplemente desconsolador que más de un responsable vea con orgullo en esta indigencia estética y moral un auténtico emblema de la imagen futura de la ciudad. Sobre todo cuando perdura aun-desgraciadamente por escaso tiempo- un pequeño ámbito absolutamente contrapuesto. En efecto:

Si, al contornear el Maremagnum, el consumidor de ocio fija sus ojos en el malecón situado a unos cincuenta metros, que cierra en paralelo ese brazo del puerto, podrá contemplar, como un espejismo, un humanizado, paisaje. Hay allí un reloj de cuatro caras erigido sobre una armoniosa torreta de piedra, y en torno a lo que parece ser una lonja, se despliegan barracones irregulares, hechos de materiales diversos y antiguos, que confieren al conjunto el aire y la estética de descoordinación que caracteriza a los aledaños industriales de los pueblos. Al caer la tarde, hacia las cinco en invierno, puede verse a pescadores erguidos sobre el puente de proa, o bien en la popa, disponiendo para el desembarque las cajas donde parece depositarse la pesca lograda, pues en torno revolotea una bandada de gaviotas que seguían la embarcación desde kilómetros antes de la entrada al puerto. Esos hombres han debido estar faenando casi sin interrupción desde que se hicieron a la mar, punteando el alba.

Estoy evocando una imagen que cualquier barcelonés puede aun contemplar, no por mucho tiempo Pues este paisaje de barcos de pesca constituye un anacronismo casi provocador para los gestores del carnaval consumista, para los voceros de la reducción de una ciudad a parque temático y, desde luego, para las pirañas del espacio urbanizable, sea de titularidad pública o privada. Pues, como antes avanzaba, se cierne sobre el conjunto el fantasma de una rápida reconversión. Se dice que las amarras ampliarán la capacidad de recepción de yates o cruceros, y en torno a los actuales barracones y la lonja se erigirán bien "diseñados" inmuebles, que ampliaran a esa zona el espacio de ocio. El terreno es de propiedad pública, pero nadie duda de que se dará, una vez más, el necesario entendimiento con sectores privados. Nadie duda, en suma del triunfo de la alianza entre administración y dinero... arquitectos y diseñadores alternándose en la función de palanganeros. Y al respecto la última felonía.
 
Se ha criticado a los sucesivos gobiernos democráticos españoles por no haber elaborado nunca una eficaz ley de costas que impidiera la explotación de las riveras y playas por auténticos depredadores. Pues bien, la costa no es bastante. En armonía con esa atmósfera sin alma del "Maremagnum", pero en provocador contraste con esa "torre del reloj" a la que me refería (emblema para aquellos trabajadores y armadores que resisten al soborno, el chantaje o meramente el sentimiento de que se ha acabado "su tiempo", es decir, la forma de vida elemental que ha dado sentido a generaciones de hombres que han vivido de la pesca), se ha abierto una base, ya en el agua, para construir un aparatoso hotel de lujo, pomposamente denominado "La Vela" y al que sirve de coartada la firma de un conocido arquitecto.
 
"La Vela" como desalmado símbolo de un mar abstracto, y hasta corrompido en su esencia, arrancado a lo que el mar siempre ha significado para el hombre. Un mar cuyas riveras barcelonesas son reducidas a aparcadero (tan inmoral como estéticamente deleznable) para aparatosas embarcaciones, llamadas de lujo simplemente por su impúdico valor de coste. Embarcaciones- refugio para seres que intentan compensar la ausencia de sentido de sus vidas con el sentimiento jerárquico de pertenencia a una categoría social de ociosos.
 
Nadie se equivoca en esto. Todo el mundo sabe y siente, en un registro más o menos profundo, que la dignidad del hombre que se enfrenta al mar y que extrae de el su sustento, nada tiene que ver con la indigencia del que lo convierte en escenario ridiculamente teatral para las ficciones de su espíritu ocioso. Pase aun cuando el segundo se muestra en su impudicia sin interferir con el trabajo del primero. Mas ¡qué escándalo¡ (indisociablemente ético y estético repito), cuando emerge sobre la ruina del primero, ruina que ha contribuido a forjar.

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27 de noviembre de 2008
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El mundo se ha hecho pequeño para la palabra

La tesis que defendía en el texto anterior, y que hoy recojo en el título, explica que narrador alguno acepte que el mundo sea otra cosa que un punto de arranque... que inmediatamente es superado por el despliegue de la narración misma. Se entiende así que el Narrador de la Recherche de Proust pueda afirmar que los demás han vivido tan sólo para él.

Pero el narrador no es un ser extraño a nuestra condición sino un modelo de la misma, literalmente un héroe, ya que la primera "tarea del héroe" no es otra que recordarnos nuestro auténtico deber, ayudándonos a superar las resistencias que nos anclan a lo consignado y archivado. Como el niño que ya habla, el narrador no se conforma con lo que el lenguaje ha alcanzado, deseando que el lenguaje tenga nuevos espacios, los cuales -como las cosas para Dios- no son su posesión sino su despliegue.

A veces, enfrentarse simplemente a una lengua desconocida es ocasión oportuna para que se haga patente esta verdad incompresiblemente oculta de que el narrador y el niño no tienen lengua alguna que les ayude a hablar, aunque si tengan circunstancias (los adultos que literalmente cultivan el espíritu fértil y virgen en un caso, los que se ofrecen como materia para la narración en el otro) que les muevan a crear.

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26 de noviembre de 2008
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El verdadero misterio de la historia evolutiva

Suponía que la identidad lingüística de nuestro comensal se reducía al grado de actualización de su capacidad de hablar que ha puesto de manifiesto ante su interlocutor de la casa de comidas; suponía que su bagaje lingüístico se reducía a esos pobres esbozos de aprehensión de las cosas y las circunstancias; suponía, en definitiva, que ninguna otra lengua forja ya su espíritu y que lo que es capaz de pensar en la lengua del de la casa de comidas constituye su único pensamiento digamos no meramente animal, es decir su único pensamiento mediatizado por el lenguaje. (Precisión necesaria, pues pensar no implica hablar, de lo contrario habría que negar el pensamiento a los animales, cosa absurda; simplemente los animales tienen un pensamiento a- lingüístico). Se imponía entonces el paralelismo con la situación de un niño que meramente está aprendiendo a hablar. Pues un niño no puede servirse de una lengua anterior para archivar, como se archiva la representación de un objeto, el conjunto de frases que configuran el diálogo en el restaurante arriba expuesto. /upload/fotos/blogs_entradas/hablarbebes2_med.jpgEl niño que aprende a hablar se enfrenta a la lengua tan sólo con su naturaleza lingüística, aun casi en estado virginal, y el deseo - innato en toda especie viva- de que esta naturaleza se despliegue. Pues lo que es virtual pugna por abrirse paso, por hacerse acto y mediatizar el mundo.

Careciendo-por definición- de lengua preexistente el in-fante que está dejando de serlo no archiva frases en su memoria lingüística; más bien construye tal memoria liberando (si alguna circunstancia trágica, o canallesca, no lo impide) su potencia de fundirse en nuevas palabras y sobre todo en un conjunto de imprevisibles combinaciones de las mismas; conjunto cuya cardinalidad crece exponencialmente, trascendiendo lo finito y lo enumerable y reduciendo a magnitud ínfima el número de combinaciones de átomos del universo.

Aquí reside el verdadero misterio de la historia evolutiva: el mundo ha dado pie a algo que parece un código de señales pero que se empobrecería si se limitara a señalizar cosas del mundo... el mundo se ha hecho pequeño para la palabra.

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25 de noviembre de 2008
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Cuando no había lengua que ayudara a hablar

-          Buenos días, quisiera almorzar

-          Tome usted asiento. ¿Quiere Usted el menú del día o prefiere la carta

-          El menú

-          ...

-          ¿Le tomo nota?

-          Sí. De primero la ensalada y de segundo el pescado

-          ¿Para beber?

-          Aparte del menú, un vino que bebí ayer. Un vaso

-           ¿Era blanco o tinto?

-          Tinto. Pero antes quisiera una cerveza de barril pequeña

-          Lo siento hoy no tenemos cerveza de barril, el grifo se ha bloqueado

-          ????

Las interrogaciones que preceden aluden a una peripecia que reconocerá perfectamente cualquier persona que se encuentre en un país extranjero intentando con penalidades abrirse camino en la lengua. Esta persona enlaza frases que responden a una circunstancia standard. En el presente caso ha logrado trabar una serie de respuestas que, si todo va bien, parecerán formar parte de un conjunto con sentido, es decir, cabalmente lingüístico. El problema es que en muy raras veces todo va bien, y ello por la razón sencilla de que la lengua parece encontrar siempre circunstancias que le dan la oportunidad de desviarse de lo previsto y aun de lo previsible...

El fragmento de conversación, junto a la parte que no fue posible y cuya desaparición supone colapso del aparente sentido, había sido archivado o memorizado como un bloque, bloque que se desmorona porque ese día sobrevino en lo real de las cosas un fallo técnico. El extranjero en esa lengua está en la situación de un robot que se encuentra con un input ("lo siento no tenemos cerveza de barril") para la recepción del cual no ha sido programado. Sin duda, al día siguiente el programador (en este caso su conciencia en la propia lengua, forjando la voluntad de aprender la ajena) se esmerará, introducirá la variable que ha surgido ("lo siento hoy no tenemos cerveza de barril..." y las respuestas alternativas ("en ese caso tráigame un vaso de agua"/ "déme pues cerveza en botella", etcétera), y el programa se irá eventualmente perfeccionando, hasta que nuestro hombre esté en condiciones homologables a las de un hablante nativo por lo que a capacidad de respuesta a las situaciones standard se refiere. ¿Significa ello que constituye ya un representante cabal de tal lengua? No es seguro.

Tentado estoy de afirmar que tampoco lo es su habitual interlocutor en la casa de comidas, al menos mientras la interpelación a la que éste se haya sometido tolera una respuesta con una frase ya archivada. La auténtica situación lingüística es aquella en la que ocurre lo siguiente:

- No hay efectivamente conjunto ya estructurado de palabras que de cuenta de lo que interpela (estatuto de la incompresible frase del camarero).

- No hay reflexión en otra lengua sobre la situación tremenda para el ser hablante que acaba de sobrevenir.

En suma, nuestro hombre ha llegado al límite de lo que para él es esa lengua en la que con dolor y emoción intenta expresarse y no tiene un saber previo de otra lengua en la que reflexione su situación. Nuestro hombre se encuentra en situación análoga a la de un niño que empieza a hablar. Intentaré mañana justificar la afirmación de que ésta es la situación cabalmente lingüística.

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24 de noviembre de 2008
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