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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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Resurrección y metáfora (II)

El grano de trigo que al caer en tierra no muere,  perdura estérilmente, mas si muere será portador de fruto" (San Juan, XII, 22)

La verdadera vida, la vida al fin descubierta e iluminada, la única vida plenamente vivida es la literatura. ( À la Recherche du temps perdu ...IV, 474)

Ha de crecer la hierba y han de morir los niños  (Victor Hugo)

Indicaba que la utilización por Proust de la palabra  metáfora va más allá de lo que ésta designa estrictamente en lingüística. Metáfora en la Recherche es en cierto modo todo aquello que engloba el término tropo, es decir, toda modalidad que permita vincular una palabra (o conjunto de palabras) expresiva  de una vivencia a una palabra expresiva de una vivencia diferente pero que guarda alguna relación con la primera. De ahí que  sinécdoque o metonimia (en las múltiples acepciones de ambos ) sean también términos útiles a la hora de designar los procedimientos mediante los que cabría explicar las singulares vivencias del Narrador. Lo importante es en efecto  que Marcel Proust atribuye a su metáfora ese poder de hacer que los productos de la imaginación aun no siendo actuales tengan la acuidad de lo que sí lo es, aun siendo ideales escapen a la astenia propia de la abstracción (IV, 451), ello ocurre simplemente por el hecho, ya descrito de que el lazo que constituye la metáfora trasplanta a lo imaginario la densidad e inevitabilidad de lo que sí está presente. Para entender que este poder permita escapar al tiempo basta con que demos a este término el sentido ordinario en el que la vivencia pasada es incompatible con la vivencia presente:    

 «La verdad sólo emergerá cuando el escritor, tomando dos objetos diferentes, establecerá su relación, análoga en el mundo del arte a lo que la relación única de la ley causal es el mundo de la ciencia, y los encerrará en los anillos  de un bello estilo; asimismo cuando, al igual hace la vida, vinculando una cualidad común a dos sensaciones, extraerá su esencia común, reuniéndolas y sustrayéndolas a las contingencias del tiempo, en una metáfora" (IV, 468).

Una precisión: La concepción de la imaginación que sustenta estos párrafos, a saber, su intrínsica vinculación con lo ausente, deja abierta la puerta tanto a que su contenido sea el pasado como simplemente lo alejado en el espacio o lo que pueda advenir. Sin embargo hay razones para privilegiar el pasado en la medida en que sólo con fragmentos de lo ya vivido (o de lo que aun presente está de hecho convirtiéndose en pasado) se forjan las imágenes de aquello a lo que cabe acceder, es decir de lo designado por la palabra futuro.

El mecanismo de hacer que tenga acuidad lo que es sólo producto de la imaginación está en el texto citado explícitamente vinculado a la tarea de la  escritura.  Me atrevería sin embargo a precisar que se trata e la dimensión inevitablemente poética de toda obra literaria en el sentido cabal del término, dimensión omnipresente a lo largo de la Recherche  y que con un poco de trabajo cabe incluso extraer del conjunto de la obra, independizarla de la tarea narrativa.

Me atrevo a decir que esta modalidad del lenguaje ajena toda instrumentalización del mismo y generadora de profunda dicha es para todo hombre la originaria y aquello que está operando cabe vez que tenemos la fortuna de sentir que la presencia efectiva es en efecto ocasión de que la imaginación se libere de la astenia, cada vez por ejemplo que el ser en nuestros brazos es efectivamente amado. Me atrevo a decir que no hay amor sin metáfora, no hay amor sin retorno al origen, sin reencuentro con la plena acuidad de la palabra.

La inevitabilidad para todo humano de insertarse en el juego de lo que Proust denomina metáfora, y el hecho de que hacer fructificar las posibilidades de la metáfora sea la esencia de la literatura explica está radical afirmación de la Recherche según  la cual la verdadera vida  es la literatura. Nuestra vida cabalmente humana se inició mediante inmersión en el juego de las metáforas y habiendo sacrificado tal origen en un mundo de representaciones dónde fructifican las malas hierbas de la costumbre, el amor propio, las pasiones condicionadas por la imitación y la inteligencia abstracta, la buena suerte de retornar a la literatura es efectivamente una resurrección.

La tarea que Marcel Proust se impone es la exploración del  mecanismo que posibilita ese singular  retorno de lo que, en el tiempo físico, está irreversiblemente perdido. Se trata sin duda de describir, mas no  de describir lo preexistente al lenguaje (de tal forma que el lenguaje sería extrínseco a la naturaleza de lo descrito) sino aquello que nunca fue, de hecho, indisociable de los mecanismos del propio lenguaje. De hecho la metáfora no efectúa milagro alguno, porque el milagro consistiría en hacer revivir con el espíritu lo que tiene realidad empírica, y la metáfora  no da vida sino a lo que desde siempre se plegó a sus propias leyes. Sólo aquello que hemos vivido  desde el origen como trabado en un juego de metáforas, como reducido a material de las mismas, aquello que nos afectó ya entonces en lo que nos marca como humanos, puede ser recuperado en toda su acuidad mediante un expediente lingüístico.

Los paisajes y los seres humanos que dan cuerpo a la obra,  nada valen por si mismos fuera del papel que en ella juegan. En realidad todo ello  es  a la obra tan sólo lo que el contenido esquemático presente en el óvulo es al grano llamado a desplegarse y madurar.

"esta vida, los recuerdos de sus tristezas, de sus alegrías, constituían una reserva análoga a este álbum recogido en el óvulo de las plantas, y en el cual éste extrae su alimento para transformarse en grano, en ese tiempo en el que se sabe todavía que el embrión de la planta se desarrolla, siendo como es lugar de fenómenos químicos y respiratorios secretos y muy activos" (IV, 478)

Y no sólo pueden morir los intérpretes, sino que también ha de hacerlo el yo convencional (con todos los recuerdos conscientes que lo alimentan) del Narrador,  al igual-nos dice- que la muerte del grano es el precio del desarrollado de la planta, recordando así la tremenda verdad de los versículos de San Juan:  "El grano de trigo que al caer en tierra no muere,  perdura estérilmente, mas si muere será portador de fruto"

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28 de octubre de 2009
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Resurrección y metáfora

Muerte del escritor

"Iba así enfriándose progresivamente, pequeño planeta que ofrecía una imagen anticipada de lo que serán  los últimos días del grande, cuando poco a poco el calor se retirará de la tierra, y tras el calor la vida. Entonces la resurrección se detendrá, pues por muy adelante que en las generaciones futuras alcancen a brillar las obras de los hombres, nada renace ya cuando no hay hombres." (À la Recherche du Temps Perdu, La Pléiade, Paris 1987 III, 689)

Caída

"En todos los extractos de la sociedad, una vida mundana y frívola paraliza la sensibilidad y arranca el poder de resucitar a los muertos" (IV, 158)

Los cuerpos de los muertos

"Sólo hay recuerdo doloroso de los muertos. Pero estos se descomponen rápidamente y en el entorno de sus tumbas sólo perduran la belleza de la naturaleza, el silencio y la pureza del aire" (IV, 453).

Refiriéndose a los placeres mundanos ("que causan el malestar provocado por la ingestión de  un alimento abyecto" IV, 454), el Narrador de la Recherche escribe que los que a ellos se entregan, pura y simplemente renuncian a resucitar a los muertos (segundo texto citado). A menos de renunciar a leer la Recherche, esta declaración ha de ser tomada muy en serio. Marcel Proust tiene una concepción radicalmente redentora de su tarea, y de hecho la palabra "resurrección" aparece múltiples veces en los párrafos en los que se reflexiona sobre la misma. Obviamente  resurrección no significa aquí retorno de los cuerpos a la vida y con ello abolición del dolor de los que han amado tales cuerpos, pues el destino de los cuerpos de los muertos (segundo texto citado)  es la pura corrupción.

Marcel Proust no es un negador del segundo principio de la termodinámica. La resurrección de la que nos habla es compatible con la flecha del tiempo y de hecho la presupone, como bien muestra el primer y tremendo párrafo que citaba al principio relativo a la muerte del escritor, como emblema de lo que supondrá la desaparición de la especie humana.

En la Recherche se denomina resurrección a la transformación  cualitativa de  algo que acompaña a los hombres  en todo momento, pero que en la existencia ordinaria carece de acuidad, presenta aristas ficticias, superficiales. Lo que resucita son  los contenidos de la memoria, en la medida en que ésta deja de ser una facultad asténica, es decir, en la medida en que deja de ser lo que de ordinario habitualmente designamos  por memoria:

"Estas resurrecciones del pasado, en el segundo que duran, son tan radicales que no solamente fuerzan nuestros ojos para que, dejando de ver la habitación que se halla en su entorno, contemplen la ruta bordeada de árboles o la marea que sube. Asimismo fuerzan nuestras fosas nasales a respirar el aire de lugares alejados, nuestra voluntad a escoger entre proyectos diferentes, que estas mismas resurrecciones nos proponen..." (IV, 453-454)

¿Razón de esta singular vivencia? Nada misterioso y ni siquiera nada nuevo tratándose del ser humano, del ser cabalmente humano, del humano- nos dice el Narrador- que precisamente en tales resurrecciones recupera su esencia. Pues el ser humano es portador de una prodigiosa capacidad de vincular lo que se da en la presencia y lo que está ya fuera de ella, de tal manera que "el comedor marino de Balbec (...) intentaba fragilizar la solidez del palacete de los Guermantes,  forzar sus puertas (...) pues siempre en estas resurrecciones el lugar alejado surgido en torno a la sensación común se superponía un instante, como un luchador, al lugar actual" (IV, 453)

Esta facultad del ser humano no es otra cosa que un  expediente del lenguaje, a saber concretamente lo que el Narrador de la Recherche denomina metáfora y que trasciende lo que se entiende por este concepto en lingüística, superponiéndose a otros como metonimia etcétera y a veces confundiéndose con ellos.

La cosa es en el fondo muy sencilla: si el hombre se asume como ser de lenguaje, si en éste ve lo que constituye el rasgo que le especifica en el seno de las especies animales (en términos de Steve Pinker, su naturaleza), entonces cada vez que un contenido de lo que fue nuestra vida envuelta por la palabra se vivifica... hay resurrección: no cabe esperar resurrección del  cuerpo, pero sí resurrección  del contenido del recuerdo.

En la Recherche hay casi una descripción conceptual o filosófica del mecanismo que posibilita tal afortunada vivencia para el espíritu, lo que no significa en absoluto que la comprensión de tal mecanismo suponga que éste se desencadena. La idea central se despliega en el siguiente párrafo:

"Tantas veces, en el curso de mi vida,  la realidad me había defraudado porque en el momento en el que la percibía, mi imaginación, único órgano para gozar de la belleza, no podía aplicarse a tal realidad, en virtud de la ley inevitable según la cual no cabe imaginar más que lo que está ausente. Mas he aquí que de repente el efecto de esta dura ley se hallaba neutralizado, puesto entre paréntesis por un expediente maravilloso  que había hecho resplandecer una sensación (...)  a la vez en el pasado, lo que permitía a mi imaginación aprehenderla, y en el presente, donde la real afección de mis sentidos por el ruido, el contacto de las sabanas etcétera, había añadido a los sueños de mi imaginación aquello de lo que se hallan habitualmente desprovistos, la idea de existencia.". (IV, 451).

El texto prosigue con una afirmación de tremendas implicaciones filosóficas, a saber que sólo en esta singular vivencia tendríamos acceso a la esencia del tiempo Asunto que será objeto de una ulterior reflexión: "este subterfugio había permitido a mi ser obtener, aislar, inmovilizar, algo que jamás obtiene, a saber: una brizna de tiempo en estado puro"

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26 de octubre de 2009
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Sodoma y Sión

"Hay que compadecer al poeta, no guiado por Virgilio alguno, que ha de atravesar los círculos de azufre y lava, y arrojarse al fuego que cae del cielo, para llevar consigo  habitantes de Sodoma". ( À la Recherche du Temps Perdu, La Pléiade, Paris 1987, vol III , p. 711)

 "Un pequeño cambio en la letra que acarrea un cambio inmenso en la vida de miles de compatriotas". Así se expresó el presidente del gobierno español el 30 de junio de 2005, tras ser aprobada por el Parlamento la ley que reconocía la unión civil de personas homosexuales. España se unía así a una lista minoritaria de países (en aquel momento cuatro en todo el mundo) que daban ese salto fundamental. Recuerdo que entonces una diputada de PP (Celia Villalobos) tuvo la decencia de romper la disciplina de voto para mostrar su disconformidad con una segregación atroz. Sea cual sea el credo político de cada uno, hay que agradecer la valentía política del gobierno de Zapatero,  pero una cosa es la normalización jurídica y otra muy diferente la normalización en el lenguaje y las costumbres. Los textos literarios que sustentan esta reflexión datan de un siglo atrás, pero estoy seguro que al lector les seguirán pareciendo de punzante actualidad.

  El libro del que se extraen, À la Recherche du Temps Perdu  produce en ocasiones en el lector el sentimiento de tener exclusivamente como objeto la exploración de un mundo de ocio y de vacuidad (que sin duda sirven paradigmáticamente para mostrar que el mundo social y natural sólo es para el lenguaje ocasión del propio despliegue). Sin embargo en  este libro se encuentran algunas de la páginas más lúcidas- y en ocasiones  más terribles- respecto a las confrontaciones del hombre con el mal, el mal inevitable, del que el amor da tantas veces testimonio, y el mal quizás contingente, generado por la ceguera, la cobardía y a veces las más atroces pulsiones contra el otro; pulsiones  no precisamente animales, sino cabalmente humanas pues con matriz en el lenguaje y el espíritu. Páginas tremendas sobre la guerra, la servidumbre, el dinero, el racismo o la fobia contra  la homosexualidad...quizás sobre todo esta última.  Transcribo pues una serie de párrafos, antes de lo cual una precisión: en el conjunto de las páginas de Proust sobre el tema (no tanto en los párrafos aquí transcritos) la terminología misma utilizada (vicio, inversión, normalidad, etcétera) es susceptible de ser juzgada hiriente y desde luego anacrónica; piénsese sin embargo en que constituye la única usual y que resultaba inteligible entonces...y no sólo entonces. La ley del gobierno Zapatero ahorra parte pero no suprime ese "sufrimiento inútil de seres humanos" a la que el jefe de gobierno se refería.  En cualquier caso , un siglo atrás, por su condición de homosexual y judío (en la Francia del affaire Dreyfus) Marcel Proust  sabe perfectamente lo que es anidar el sentimiento profundo de un doble estigma.  

 

Repudiar a su Dios

"Raza sobre la que pesa una maldición, y que debe vivir en la mentira y el perjuro, puesto que sabe que  se considera punible y vergonzoso, inconfesable, ese su deseo, que constituye para cada criatura la mayor bondad de la vida; raza que debe renegar de su Dios, puesto que de ser cristianos, cuando ante el tribunal comparecen como acusados  necesitan, ante el Cristo y en su nombre, defenderse como de una calumnia de lo que es su misma vida. Hijos sin madre, a la cual han de mentir incluso llegada la hora de cerrarle los ojos"  (Edición citada, III,  p.16)

 

La piedra del molino

"Sólo un honor precario, sólo una libertad provisional en espera del descubrimiento del crimen; posición social siempre inestable, al igual que ese poeta, la víspera  agasajado  en los salones, aplaudido en los teatros de Londres, es expulsado al día siguiente de todo cobijo, sin encontrar almohada en la que  repose su cabeza, haciendo como Sansón girar la piedra del molino y exclamando como él:

                    ‘Los dos sexos morirán separados'    

excluidos incluso, excepto en los días de gran infortunio en los que la mayoría se agrupan en torno a la víctima, como los judíos en torno a Dreyfus, de la simpatía- a veces de la sociedad- de sus semejantes en los que generan  fobia al ver su propio ser reflejado en un espejo" (III, 17)

 

 Coartada

"Y buscando, como un médico busca el apéndice, la inversión hasta en la historia, se complacen en recordar que Sócrates era uno de ellos, como los Israelitas dicen que Jesús era judío" (III,18)

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23 de octubre de 2009
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La suerte

"En razón de lo específico de su naturaleza, todos los humanes aspiran al conocimiento". Versión algo libre pero no sesgada, de una célebre frase de Aristóteles mil veces citada, y sobre la cual ahora pregunto: ¿realmente se trata de todos los humanos?  Recuerdo un día de invierno en París en mis años de estudiante. En realidad se trataba del año en el que se decidía mi futuro precisamente como estudiante. Mi principal preocupación  era entonces conseguir sobrevivir y mis incipientes  estudios de filosofía se alternaban con  horas de limpieza de oficinas, encuestas de opinión sobre asuntos tan excitantes como la eficacia de un fertilizante de plantas llamado Valmorin, y esporádicas visitas a un centro oficial ubicado en la  Rue de Valence en el cual- lejos aun los fantasmas del SIDA- sin ningún tipo de control compraban sangre  destinada a transfusiones. Completaban mis jornadas las horas de militancia política, en primer lugar la asistencia a las reuniones de célula en un sombrío local del barrio latino, separado por una estrecha pared del teatrillo dónde entonces se interpretaba una obra de Arrabal, lo que hacía que antiguos militantes comunistas  del campo de Mathausen y en aquellos años parisinos trabajadores de la Renault de Glignancourt, se hallaran familiarizados con textos, ya que no con imágenes, del llamado "Teatro Pánico". 

En el mes de noviembre tuve un examen parcial muy importante, intuyendo que del mismo dependía mi eventual inserción en el mundo del espíritu. Cuando comprobé que la nota era favorable me apresuré a organizar una reunión de celebración con Anne Desbordes, una de mis compañeras de facultad, profundamente devota de la filosofía alemana, pero sobre todo rigurosísima lectora de Nietzsche y de Heidegger. La celebración consistió en una noche de borrachera en  Les Halles, entonces núcleo de la vida popular de París, en cuyos bares- como en el barcelonés Amaya- se entremezclaban trabajadores, golfos, policías y putas. Anne Desbordes  no sólo era melómana,  sino  que tocaba el órgano, de tal manera que la noche  acabó en un anexo de L'Ecole Normale Supérieure, dónde había uno de esos instrumentos, más bien eclesiásticos.

Salí de allí al amanecer y lloviznaba. La noche que acababa de pasar me producía un sentimiento de privilegio. Era casi un milagro que Aristóteles, Nietzsche y la música de órgano hubieran llegado a ser ingredientes normales de una de mis borracheras. No sentí el frío hasta que, caminando sin dirección por el barrio latino, percibí a unos obreros magrebíes, trabajando en lo alto de un andamio. Me di cuenta entonces de que lo que caía era agua-nieve... y que aquellos hombres parecían  tener como destino  exclusivo el trabajar en lugares como aquel, esperando como máximo que las condiciones climáticas mejoraran, o al menos no empeoraran. Lejos quedaba la frase con la que Aristóteles arranca su Metafísica, lejos de aquel andamio en un noviembre brumoso; a sarcasmo podía allí sonar la afirmación según la cual inscrita está en la naturaleza de los seres humanos el deseo de ser lúcidos.

Tantos años después, leo que nos dirigimos hacia una situación social en la que el número crónico de  personas sin empleo se acercaría al treinta por ciento. En la Francia que acabo de evocar apenas alcanzaba el cinco por ciento. Los magrebíes que entonces  se exponían al agua-nieve treinta y cinco horas por semana, se sentirían hoy quizás afortunadas si se renovaran sus contratos en estas condiciones. La vida del espíritu queda aun más lejos...

Y sin embargo, ¿qué otra cosa podemos hacer sino apostar al pensamiento? Sólo este permite que se muestren en toda su ignominia las circunstancias sociales que parecen hacer del arte,  la filosofía y aun de la ciencia (al menos de la ciencia que se niega a ser mero instrumento  de una técnica a su vez al servicio de la economía) una especie de ocioso complemento de la vida seria. Me digo que sólo en la vida del espíritu subsiste algún rescoldo de dignidad y hasta de alegría, pero a la vez retorna como un fantasma la idea de que sólo circunstancias fortuitas, cargadas de buena suerte (aquel examen parisino que podía perfectamente  no haber superado) me han situado en disposición, sino de plantearme estos interrogantes, sí al menos de que tengan el peso decisivo que ahora en mi vida tienen.

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7 de octubre de 2009
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J’ai regardé la France

Sabido es que en  el museo del Hermitage hay una apabullante colección de pintura francesa que cubre varios siglos. En el tercer piso concretamente las colecciones  de S. I. Shchukin  con obras como "Les deux soeurs" de Picasso o -en las casi tres  salas dedicadas a Matisse- las esplendorosas "Danse" y "Musique" que, como decía, Shuchukin encargo al artista especialmente para los muros de su apartamento en Moscú. También allí Cezanne, Pisarro, Monet, Renoir, Rousseau, Gauguin, Signac, Fantin-Latour. Y otros incorporados al museo en los años cuarenta y cincuenta, como Léger o Duffy.

Las obras de estos artistas se muestran en el tercer piso del Hermitage, pero- por la coincidencia de una exposición temporal- se encontraban también cuadros  de  algunos de ellos en  pequeñas salas del segundo piso, casi como fuera de contexto, pues la pintura francesa de  este piso -desplegada un tanto caóticamente a lo largo de interminables muros- es la denominada clásica.

 Había  allí una enigmática  "maison blanche" de Van Gogh,  en cuyo título ruso se añadía  una referencia a la noche que hacía la pintura aun más inquietante. Y en el entorno de este pequeño cuadro, la Francia  de los paisajes fluviales, las barcazas llamadas "péniches", icono de profundo arraigo en una naturaleza y  una cultura, mas también de alguna oscura resistencia a la vida sedentaria; las fiestas populares en las riveras del río; las carnes esplendorosas de la mujer  "couchée" de Renoir; del mismo Renoir las dos muchachas "en fleur", volcadas sobre el piano y que la transparencia parece haber absorbido; las figuras serenamente tristes e irremediablemente exóticas de Gauguin, cuya mirada no se sustrajo nunca totalmente a la luz del Finisterre.

 Para los que tuvimos en Paris ( y por extensión en Francia) un lugar faro, estas pinturas francesas del Hermitage supone un distanciado encuentro con un mundo del que, aquí precisamente, se siente hasta que punto dejó en nuestra historia una huella profunda. La Francia que evoco tenía toda la densidad que tiene un ideal. "Francia" era significante de un  sentimiento que marcaba incluso a sus enemigos...marcaba precisamente con gran radicalidad a sus enemigos. El Hermitage, como tantas otras cosas que son referencia en San Petersburgo, llevan la huella del país que representaba una criatura que era necesario seguir amamantando, para que, aprovechando su configuración se forjara un nuevo ser.

Creo que hace muy poco citaba unas tremendas palabras de Marcel Proust,  " en este mundo,  en el que todo se gasta, todo perece, hay algo que cae en ruina, que se destruye aún más completamente, dejando  todavía menos vestigios que la belleza: es el dolor "  En Rusia cabe sentir que muere incluso el sentimiento de nostalgia por la fraternidad que pudo ser...

En todo caso  en la sala del Hermitage dónde  sobreviven (simplemente sobreviven) los colores, seres y paisajes de Van Gogh, Seurat, Gauguin, Monet...me sobrevino la frase de una no menos tremenda canción del pueblo francés,  que mi amigo Ferran Lobo nos invitaba a entonar en noches de emociones filosóficas " Monté sur la potence...J'ai regardé la France", esa Francia ya perdida para el alma de Mandrin.

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5 de octubre de 2009
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El destino de Sergei Ivanovitch Schukin

"Considerando que la galería de arte de Shuchkin constituye una excepcional colección de obras mayores de los más grandes artistas europeos, la mayoría franceses, desde el final del siglo 19 hasta el principio del veinte, y que esta gran calidad artística representa un interés nacional para la educación del pueblo, el consejo de los comisarios del pueblo decreta...

5 de noviembre de  2008.

El Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo,

Vladimir Oulianov (Lenin)"

Tras los puntos suspensivos, viene el contenido del decreto de nacionalización de las pinturas de la casa moscovita de Sergei Ivanonovitch Shchukin, hoy distribuídas entre Moscú y el Hermitage de San Petersburgo (con alguna obra en Bakú y Odesa). No se si era obligado que el propio Lenin firmara este decreto de expropiación. En cualquier caso no es trivial el énfasis que se pone en el elevado valor artístico de las pinturas y su potencialidad de  contribuir a la educación general. Piénsese que en ese tiempo todavía muchos museos de las grandes ciudades europeas eran reticentes a  exposiciones del arte entonces contemporáneo. Para decirlo claro: Sergei Ivanonovitch Shchukin no era para los revolucionarios uno de los suyos, pero su concepción de lo que era el arte sí era considerada como propia de la Revolución y susceptible de ser amamantada por ella.  

Cuando se firma el decreto el directorio de la Revolución de Octubre se había trasladado a Moscú. Shchukin, un tiempo recuperado como miembro del comité que habría de transformar el Kremlin en acrópolis de museos, se exilia con pasaporte falso. Trágica historia la de este personaje nacido en Moscú en 1854 y fallecido- como tantos otros rusos- en Paris. Fascinado por Picasso, en 1909 tenía ya al parecer medio centenar de cuadros de éste en su colección. Vivía entonces una vida mundana en Paris, huyendo de una serie de hecatombes familiares: suicidio en cadena de tres de sus hermanos (dos de ellos gemelos) y muerte de su esposa entre, otras cosas. Shchukin se convierte en el protector de Matisse y si la historia de la música (no sólo la historia de la pintura) cuenta hoy con las admiradas "Dance" y "Música", es porque el ruso tuvo el deseo de que este fuera el tema que iluminara su palacio moscovita. Palacio que en 1914 abre al público, en una premonición de cual debía ser el destino de su pintura.

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2 de octubre de 2009
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Barcos en Primrorsky Krai

Frente a la gran estatua de Lenin, en la plaza de Vladivostok que ha sido marco de numerosas manifestaciones emblemáticas de la historia de la ciudad, se hallan las vías del ferrocarril transiberiano, sobre las cuales el bello edificio de la estación erigida en 1912, inspirándose en edificios representativos de esa Rusia central, tan cercana en espíritu y tan alejada por la geografía. En paralelo se encuentra la Morskoy Vokzale, la estación marítima, que tan sólo unos metros separan de la primera, de tal manera que en Vladivostok esos dos emblemas del viaje que son el ferrocarril y el barco parecen tener raíz común.  

Atravesando a lo ancho la estación marítima se sale a una amplísima terraza volcada sobre la Zolotoy Rog, esa bahía principal a la cual he venido refiréndome. La gente se acerca a esta terraza, no ya como en tantos otros lugares de Vladivostok a contemplar el mar-aquí omnipresente- sino también a contemplar los barcos que se desplazan y los barcos anclados, empezando por los allí tan cercanos, de color casi negro de la flota de guerra.

Por boca de Ismael, el Narrador de la tragedia, Melville señala que desde un arroyo de montaña a la península de Manhatan, allí dónde hay agua hay para los hombres un fascinante polo de atracción. Cuando ese polo es el mar, la fascinación se confunde a veces con la que ejercen los abismos. Pues con el mismo espíritu  con el que los habitantes de las costas se acercan a los acantilados, los ciudadanos de Ronda acuden una y otra vez a la alameda de la ciudad,  cuyo extremo  se abisma en unos campos que se confunden con el mar. Mas desde esta terraza sobre la Zolotoy Rog de Vladivostok no se contempla quizás tanto el mar como los barcos, lo que abisma no es tanto la imagen de la profundidad como el fantasma de dejar la tierra.

A modo de nota complementaria,  presento aquí de nuevo el capítulo 23  de Moby Dick, que  bajo el título The Lee Shore  (la costa a sotavento, o la costa- refugio) se dedica en exclusiva  al personaje de Bulkington, un hombre sellado por esta pulsión de huir de las seguridades de la terra ferma.

 

 "Algunos capítulos atrás hablé de Bulkington, un marinero de larga estatura que estaba recién desembarcado y que encontré en la posada en la que me albergué en New Bedford . Pues bien: en aquella gélida noche invernal, mientras la proa del Pequod rasgaba las olas amenazantes  del océano, ¡ quien veían mis ojos sino a  Bulkington¡,  de pie ante el timón.

Contemplé con mezcla de amistoso respeto y de temor  al  hombre que, en el rigor del invierno, y que apenas había tocado tierra tras un peligroso viaje de cuatro años, volvía, sin darse un reposo, a  la aventura de un nuevo periodo de navegación. La tierra parecía arder bajo sus pies. Las cosas maravillosas son siempre inenarrables; los recuerdos profundos no producen epitafios; este corto capítulo es el memorial sin lápida de Bulkington. Básteme decir que le ocurría a Bulkington lo que al buque míseramente sacudido por la tormenta a lo largo de la costa a sotavento. El puerto  le ofrece socorro; el puerto es acogedor; en el puerto hay seguridad, confort, calor de hogar, cena apetitosa, amigos, todo cuanto es caro a nuestra existencia mortal. Pero en la tormenta, el puerto, la tierra, es para el barco el más directo enemigo. El barco debe huir de su hospitalidad, puesto que si su proa  tan sólo llegara a rozar la costa, se destrozaría por entero. Así, hará lo imposible por tender sus velas hacia mar abierto, y huirá de los vientos que le conducirían a la costa acogedora; busca de nuevo la agitación de un mar desamparado, pues, en la tormenta, tras el refugio se cierne el peligro, su único amigo es su más acerbo enemigo. 

¿Conoceis  ahora  la especie de los Bulkington?   Os parecerá  entonces  vislumbrar esta mortal e intolerable verdad: que todo pensamiento profundo y severo no es sino el intrépido esfuerzo del alma por mantener la abierta independencia de su propio mar, mientras que los más furiosos vientos del cielo y de la tierra  conspiran por arrastrarla hacia la orilla traidora y servil.

Pero sólo en la soledad del mar sin orilla reside la verdad más alta, tan in-acotada e indefinida como el mismo  Hacedor: antes perecer en esta infinitud que ser arrastrado sin gloria a  sotavento, ¡incluso aunque la salvación resida en ello¡ Pues,¿quién quisiera, como un gusano, arrastrarse cobardemente hacia la tierra? ¡Terror de los terrores¡ ¿Será vana toda esta agonía¡ ¡Coraje Bulkington, coraje¡ ¡Mantente inexorable, semidiós ¡ Pues de la espuma de tu mar oceánica, indomable,  emerge tu apoteosis

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30 de septiembre de 2009
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Nostalgia de los Zatteri

Evocaba en el texto anterior los anchos muelles llamados zatteri situados en Venecia frente a la Giudecca, desde los cuales es hoy frecuente contemplar enormes cruceros de gente ociosa, pero  que hace años daban cobijo a cargueros y a los grandes barcos del servicio regular trasmarino, que conferían a Venecia de un puerto de mar, fascinante como lo son todos ellos, Rotterdam,  Le Havre, Vladivostok...

Mas en Venecia, las cosas han tenido siempre un hálito de singularidad. Y en los días soleados de invierno la visión al otro lado de los pontini, sorteando los canales que atraviesan la Giudecca, las casas populares alternando con palacios, la figura del barquero...todo en ese puerto de mar contribuía a crear esa atmósfera onírica, ese sentimiento de extrañeza que en toda mirada ingenua, toda mirada aun no contaminada por la astenia del espíritu, provoca la ciudad de la Laguna. Venecia, como todo aquello realmente conmovedor, sólo se ofrece a quien conserva en su alma un grado de frescor y apertura. La ciudad se esconde ante quien no es susceptible de retorno al estupor. No hay Venecia sin sentimiento de milagro. Milagro que se prosigue en el arco de Rio Della Fornace, en la sucesión de los zatteri denominados allo Spirito Santo y ai Saloni hacia Dogana del Mar.

Pero todo este esplendor  tenía una suerte de soporte de veracidad, cuando el enorme edificio frente a la ventana de Luigi Nono, respondía al nombre  (molino), que hoy usurpa un impúdico hotel de lujo y cuando - ajena aun a esa parodia  que son las embarcaciones de ocio- los sonidos de barcos al que desde el canal de la Giudecca llegaban a los oídos del  compositor eran las sirenas de los cargos y trasatlánticos, y el  tan singular de los vaporettos en el amarre;  cuando-en suma- Venecia era una ciudad al mar y los Zatteri  su principal puerto.    

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28 de septiembre de 2009
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Puertos traicionados

Hay  lugares que parecen haber  sido erigidos respondiendo a una necesidad de que el alma humana encuentre espejo para sus fantasmas más profundos. Lugares como esta bahía que vengo evocando de  Zolotoy Rog en Vladivostok, capital de ese territorio abierto al mar (traducción casi literal de Primrorsky Krai), dónde entre la niebla todo parece estabilizado y hasta los más grandes cargueros se deslizan sigilosamente, pareciendo no querer romper esta apariencia de instantánea brumosa. Y en el otro mar extremo de esta misma Rusia, en San Peterburgo, las  "naberezhnaie", malecones   a lo largo de los múltiples brazos del Nieva en los que el protagonista de "Noches Blancas" va saludando a sombras de desconocidos que le ignoran; o lugares como esa Venecia  que debió sellar la mirada infantil del compositor Luigi Nono  desde su ventana abierta a los Zatteri, entonces aun no infectados por el paso de esas embarcaciones sin otra función que la de entretener la vacuidad de los que se creen privilegiados, los denominados yachts, o  esos cruceros en los que alimentan su  desplazan las almas de los aparcados de la vida por la jubilación obligatoria. Estos lugares nos conmueven particularmente porque, tras cada elemento de su construcción, percibimos el esfuerzo titánico que han realizado los hombres para superarse a sí mismos; superación paradójica, pues se trata de vencer las inercias que les impiden precisamente desplegar su humanidad y reconocerse en ella.

En esta bahía de Vladivostok el silencio sólo es interrumpido por el altavoz de la estación vecina del ferrocarril transiberiano y por la sirena- al zarpar o entrar- de las embarcaciones que han dado siempre sentido a la vida de un puerto: barcos de la armada o pesqueros,  barcos de línea que conducen  a  poblaciones de la costa e islas del entorno, y cargueros...esos inmensos cargueros que aun cabe ver desde la orilla de Pasajes, frente a Rentería y las montañas nobles de chatarra dispuestas para el embarque. La imagen de Vladivostok o de Pasajes, contrasta con la de tantos embarcaderos de recreo en que han sido reconvertidos antiguos muelles con alma.

 

Como persona vinculada a Barcelona no puedo dejar de evocar ese puerto en torno al llamado Maremagnum en Barcelona, ahora dotado de un edificio insignia erigido sobre el agua, un hotel de lujo pomposamente de nominado  "La Vela". Desalmado símbolo de un mar abstracto, y hasta corrompido en su esencia, arrancado a lo que el mar siempre ha significado para el hombre. Un mar cuyas  riveras barcelonesas son reducidas a aparcadero (tan inmoral como estéticamente deleznable)  para aparatosas  embarcaciones, llamadas de lujo simplemente por su impúdico valor de coste. Embarcaciones- refugio para seres que intentan compensar la ausencia de sentido de sus vidas con el sentimiento jerárquico de pertenencia a una categoría social de ociosos.

Nadie se equivoca en esto. Todo el mundo sabe y siente, en un registro más o menos profundo, que la dignidad del hombre que se enfrenta al mar y que extrae de el su sustento, nada tiene que ver con la indigencia del que lo convierte en escenario ridículamente teatral para las ficciones de su espíritu ocioso. Pase aun cuando el segundo se muestra en su impudicia sin interferir con el trabajo del primero. Mas ¡qué escándalo¡  (indisociablemente ético y estético repito), cuando emerge sobre la ruina del primero, ruina que ha contribuido a forjar.

 

Esa "Vela" barcelonesa, esa parodia de barco, merecedora de la mayor desventura, es efectivamente todo un símbolo, a la par que todo un síntoma: símbolo de la sustitución de lo real de los problemas de los hombres por parodias de ficciones; síntoma de que ciertas sociedades, marcadas a la vez por los valores del capital y por la estulticia, están

decididamente enfermas

Las embarcaciones de recreo, son apenas utilizadas el fin de semana, pero, al ser triste símbolo de un pretendido status social, su número crece exponencialmente, exigiendo el uso exhaustivo de los muelles, moldeando  la imagen del puerto como espacio para ociosos y arrinconando la treintena de embarcaciones que, saliendo cada día a faenar, configuran un ámbito laborioso, elemental,  entrañable, y desde luego arcaico... pues incompatible con la reducción de toda expresión del esfuerzo humano a su valor de cambio, y de la propia vida humana a mercancía.

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25 de septiembre de 2009
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La ternura común por las cosas

En 1922 la Rusia de la Revolución de Octubre salía de una tremenda guerra civil que había arruinado su agricultura, generado hambrunas, hundido la capacidad adquisitiva del rublo y costado millones de vidas humanas. Pero esa misma Rusia  era un hervidero de proyectos artísticos,  científicos y desde luego filosóficos, todos ellos intrínsicamente vinculados a un ideario de emancipación social. Y sin embargo...

 Al leer en Vladivostok  los textos de los múltiples memoriales en los que se evocan momentos heroicos de la Revolución, el discurso de Sergei Lazo en 1920 en la plaza del ferrocarril trans-siberiano, su muerte y sus conmovedoras palabras relativas a  la asunción de la misma para evitar que el territorio de Primorye Krai cayera en manos de la reacción "blanca", no podía dejar de pensar en  ese mismo año de 1922 en que Vladivostok parece alcanzar la libertad, ocurrían hechos como éste del que da cuenta otro memorial situado en el  otro extremo de Rusia y ante otro mar: 

"De este malecón en 1922 salieron en expedición forzada hacia el exilio, ilustres hijos de nuestra patria: gentes que enriquecían la filosofía, la ciencia y la cultura 

La sociedad filosófica de San Petersburgo erige esta  placa en su memoria"

.

Al  malecón evocado en la lápida, llamado "Lugarteniente Schmidt", se llega por el puente del mismo nombre que, en San Petersburgo,  cruza  el Neva desde el Embarcadero de los Ingleses.  Este brazo del Neva, conocido como  "grande" desemboca en el "Morskoi Togrovii Port", zona de barcos de carga y horizonte propiamente marítimo de esta admirable ciudad, que, como Vladivostok, en el imaginario de algunos es aun sobre todo un puerto.

Toda contradicción parece cristalizar en ese 1922 en el que  la "máquina" Rodentxo- Maiakovsky,  ponía su enorme talento y toda su exigencia al servicio de la causa que -en el mundo entero- conmocionaba a todo aquel que simplemente tuviera entrañas. Pero en esa misma Rusia, en un muelle de la ciudad que paradigmáticamente  encarna la Revolución, un grupo de filósofos se embarca para el exilio. No se de que personas se trata, ni cual era su valía. Simplemente me hacen recordar que también Sócrates fue invitado a exiliarse. Hay aquí como un indicio de que en sus años más fértiles la Revolución de Octubre se desgarraba internamente...hasta acabar abismándose. Quizás este sea el destino de todos los idearios de emancipación del ser humano, lo cual no justifica que dejen de ser alimentados. Pues pasa con la libertad lo que ocurre con la verdad: una cosa es no conseguirla y otra cosa es renunciar a ella. Lo primero es trágico, lo segundo es simplemente lamentable, y casi siempre expresión de cobardía.

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21 de septiembre de 2009
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El Boomeran(g)
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