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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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Retorno a la pregunta por la cosa

En el texto anterior me sustentaba en consideraciones de dos físicos separados por casi un siglo a fin de poner de relieve que  para abrirse a la interrogación filosófica es suficiente considerar las aporías a las que se ven abocados esos mismos  físicos en cuanto dan un paso más allá de la descripción de los fenómenos, en cuanto asumen el peso de las implicaciones meramente teóricas de su propia disciplina. Trabajar hoy en física conduce inevitablemente a la pregunta ontológica, concretamente a la interrogación avanzada desde al menos Aristóteles y retomada en términos explícitos por Heiddeger sobre la cosa, no tal o tal cosa sino lo que se predica en general cada vez que nos referimos a una cosa: pregunta, si cabe decirlo así sobre la coseidad de la cosa (thingness of things, en la expresión de veta heideggeriana de Isham).

Pero, ¿como se concretiza esta pregunta?  Abandono aquí a Heiddegger y me limito a acercarme a la interrogación con la ayuda simplemente de los físicos y en los términos que son comprensibles a partir del trabajo de los mismos.

En primer lugar se trata de una interrogación lógica y conceptual. Cuando reconocemos algo como tal o tal, estamos implicitamente utilizando una serie de principios y conceptos generales que sería un círculo vicioso cosificar, es decir considerar a su vez como cosas, puesto que constituyen la condición de posibilidad de que las cosas se den para nosotros. Para dar un ejemplo claro: si califico lo que está ante mí de silla,  estoy utilizando una gran cantidad de conceptos implícitos que hacen que no lo confunda con, por ejemplo, un taburete. Pero se trate de silla o taburete estoy desde luego diciendo que se trata de un individuo, es decir de algo indiviso respecto a sí mismo y dividido o separado respecto a todo lo demás. El concepto general o categoría de individuo es omniaplicable, es un predicado de todo aquello que tenga derecho a calificar de cosa.

Este asunto fue profusamente estudiado por la filosofía escolástica y concretamente por el gran Francisco Suárez.  El Doctor Eximio no podía sin duda estar en condiciones de  suponer que un día la ciencia física vendría a referirse a nociones como onda o campo, cuya coseidad no muestra con claridad  los rasgos de la individuación (sobre todo cuando la individuación se vincula con la exigencia de  ubicación bien determinada o localidad), pero dejo provisionalmente este asunto, en razón de algo mucho mas llamativo, a saber: aun en los casos de realidades físicas "clásicas",  la coseidad de las mismas no es seguro que responda siempre al principio de individuación.

Me limito por el momento a este ejemplo para poner de relieve un segundo aspecto:

Cuando un físico en el sentido convencional se refiere, por ejemplo, a un determinado electrón de un átomo concreto  de hidrógeno está suponiendo que este electrón tiene unas propiedades que su trabajo como físico consiste precisamente en poner de manifiesto, cosa que conseguirá o no. Podemos llamar a esta posición realista, en contrapunto con otra  denominada instrumentalista, que viene grosso modo a decir: la tarea del físico no consiste en descubrir la propiedad de la cosa que a él se le oculta, sino en arreglárselas para dotarse de instrumentos que permitan en todo caso que la cosa se muestre determinada por conceptos  matemáticos; dotarse en suma de instrumentos que permitan que la cosa sea medida. El instrumentalista, a diferencia del realista, no   se compromete respecto a la cuestión de la existencia independiente de aquello de lo que se ocupa. Es interesante preguntarse  por las razones  de tal prudencia.

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26 de noviembre de 2010
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Entre Eddington y Borges: un físico ante el problema del ser

"Nos hemos apercibido de que allí dónde la ciencia ha alcanzado mayores progresos, la mente no ha hecho sino recuperar de la naturaleza aquello que la propia mente había depositado en ella. Habíamos encontrado una extraña huella en la rivera del mundo desconocido. Y habíamos avanzado, una tras otra, profundas teorías que dieran cuenta d su origen. Finalmente hemos logrado reconstruir la creatura que había dejado tal huella. Y ¡sorpresa!, se trataba de nosotros mismos."

Indicaba en un texto anterior que hoy los físicos, y concretamente los físicos cuánticos, son conducidos por las mismas exigencias de su disciplina a abordar problemas  tradicionalmente caracterizados como filosóficos. Evocaba concretamente el caso del excelente Chris J. Isham quien en un libro estrictamente técnico en el que recoge sus enseñanzas en el Imperial College de Londres, se adentra en la heideggeriana pregunta por la cosa. Ishman se lamenta de que otras ramas de la ciencia y aun de la física se crean liberadas de abordar el problema ontológico...al precio de aceptar como palabra evangélica la validez de principios que desde el pensamiento primitivo hasta Einstein  han determinado nuestra percepción del orden natural, pero que hay múltiples para destronar, o al menos poner en tela de juicio:

"Es sorprendente que, entre todas las ciencias modernas, sólo la física  cuántica parece haberse sentido obligada a afrontar directamente el problema del ser. Y sin embargo realmente ninguna rama de la ciencia debería obviar enteramente esta cuestión esencial. Pues bien pudiera ser que ésta se encontrara en el núcleo de toda tentativa para escarbar en la naturaleza de la realidad,sea esta tentativa científica o  no científica. Desgraciadamente, la mayoría de la gente jamás aborda el problema, y ni siquiera parece realizar que deba ser planteado. En lugar de ello la respuesta a la cuestión no planteada es asumida como un rasgo  a priori de la realidad, y es en consecuencia erigida en una de las verdades "obvias" de la disciplina concernida" Ishman cita entonces el bello párrafo, arriba transcrito,  del físico A. Eddington quien en 1920- en sus reflexiones sobre la gravitación- abordaba ya de forma indisociablemente científica y filosófica el problema de tiempo y espacio.

Y el universitario británico evoca asimismo aque héroe de Borges que se había propuesto realizar una copia del mundo y que, tras pasar su vida realizando imágenes de montañas , mares y toda clase de objetos, descubre en la hora de la muerte que sólo había logrado esbozar el retrato de su propio rostro.

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24 de noviembre de 2010
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Retorno a Saint Julien le Pauvre

El pasado día 7,  domingo lluvioso y frío  marcado por   manifestaciones de resistencia política contra  leyes impuestas por el mercado, pero que algunos consideran tan intocables como las leyes naturales, he asistido de nuevo a  la ceremonia cantada según el rito maronita de Saint Julien le Pauvre, pequeño templo situado  en un cuidado jardín, en la cercanía del Sena y frente  a Nôtre Dame, y al que me refería ya aquí hace un par de años. En el transcurso de la ceremonia volví a experimentar el sentimiento de que en ciertos contextos la palabra Dios es tan sólo expresión de un impulso por trascender la finitud, que en  humano alguno puede ser erradicado:  no un impulso  por salvar la  propia individualidad, sino  por reconciliarla con lo que constituye la entidad mismo del hombre, de espaldas a la  cual vive, siendo casi lo de menos que al deseo de tal reconciliación aparezca como búsqueda de un dios. 

Volví a experimentar que el espíritu laico que vincula la idea de absoluto exclusivamente a la obra de arte (en general  al descubrimiento en la naturaleza humana de propiedades emergentes no explicables mecanicamente por sus componentes -todos los efectos poéticos del lenguaje por ejemplo) se halla más cerca de un Peguy o de un Pascal que de los pontífices de las    construcciones ideológicas hoy imperantes,  que tienen los rasgos  de las religiones, pero que no dan lugar a la erección de catedrales.  Me ratifico en la idea de que no es  necesario asumir ningún postulado irracional para hacer propia la tesis de que "en el principio está el verbo". Pues principio para los seres de razón es aquello que arranca a las cosas a la insignificancia del orden ciegamente natural, es decir les otorga significación. Repudiar todo lo que proceda de las oficinas  vaticanistas o las análogas de otras confesiones, declarar el carácter de narcótico de las esperanzas, reivindicar la necesidad de subvertir las miserables condiciones sociales existentes...para todo ello es un acicate  asistir la modesta y conmovedora ceremonia  maronita de esta pequeña iglesia parisina.

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19 de noviembre de 2010
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Boulevard voltaire

El París al que llegué siendo aun casi adolescente era una ciudad faro. Imagen de vitalidad política y cultural y  paradigma de  unas  libertades todo lo formales que se quisiera pero consideradas preciosas por los que carecían de ellas. Recuerdo la presencia en muchos lugares de enormes carteles con la imagen de Franco y un texto firmado por relevantes nombres de la ciencia y el arte que decía: "Que se lo lleve el diablo y con él a todo su execrable régimen vergüenza de Europa".

Vergüenza abstracta para Europa, pero vergüenza muy concreta para los centenares de miles de  españoles  que (en Paris como en  ciudades fabriles de Bélgica, Alemania o  Suiza) vivían un esencial desarraigo,  pasando  de ser considerados como amenaza potencial  para las conquistas  laborales duramente conseguidas, a ser objeto de paternalista conmiseración por, además de pobres, llevar el estigma de haber crecido en la opresión  y la barbarie. Pues  haber nacido, o  al menos vivido,  en democracia era además de un privilegio un signo de distinción [1]

Me instalo de nuevo en París muchos decenios después, y el azar hace que lo haga en el Boulevard dedicado a ese Voltaire paradigma de  la Francia de la laicidad  y el  librepensamiento. Un París dónde  la imagen tristemente pintoresca del clochard ha sido reemplazada por sombrías figuras que hurgando en las poubelles y apostados a la salida de las tiendas y los teatros, encarnan la nueva mendicidad,  hija de la  generalizada ley que, de Praga a Lisboa, marca  el destino a todos los que van quedando en los arcenes del sistema y de la vida; todos aquellos a los  que El Capital (como el Señor de la parábola de los tres talentos) considera "siervos ruines y perezosos" que no han sabido poner a su servicio las muchas  o pocas capacidades de que fueron dotados.

El  París que encuentro ha multiplicado el número de  "soupes populaires", y al igual que  en  otras urbes europeas, el incremento exponencial de solitarios y desclasados   incrementa asimismo la paranoia y la desconfianza. Y no obstante hay en París como un rescoldo de resistencia, un rescoldo de ideario republicano, que se traduce concretamente en las dificultades que el gobierno francés ha tenido ( y a mi juicio va a seguir teniendo) para erigir en norma las exigencias tiránicas del mercado. Resistencia que algunos ( cronistas españoles con cierta frecuencia)  consideran precisamente como signo de la decadencia de Francia y de su impotencia para seguir contando entre los poderosos del mundo.  En  cualquier caso  Francia es el país dónde la extensión de los valores  lepenistas ( compartidos por gente   no vinculada   directamente al partido del matón)  abrió el espacio de la nueva intolerancia europea... y a la vez es  el país que más parece resistir a la misma. Vivir hoy en París implica asumir esta contradicción y luchar porque se resuelva en el sentido compatible con la dignidad.

En este  día en que escribo, símbolo del tantas veces grisáceo  y áspero noviembre parisino, las  imagenes de  soledad  y  renuncia  apagan el espíritu. Pero en el Boulevard Voltaire ondean aun banderas rojas  y en un bistro contiguo a la boca del metro ha llegado un vino primeur de Gascogne. Quizás no todo ello es figura del pasado. 


[1]          Ya he tenido ocasión de señalar  que los hijos de zonas rurales de España que en lugar de emigrar al extranjero lo hacían  a Cataluña o el País Vasco eran objeto de una marginación suplementaria en razón de que  el régimen intentaba servirse de ellos para diluir la lengua y cultura locales, lo que hacía que en ocasiones fueran considerados como enemigos objetivos de las mismas por los propios resistentes nacionalistas. Eran los terribles tiempos en los que la palabra "coreano" y "charnego" sintetizaban tanto el desprecio al hijo del subdesarrollo como al representante de la   identidad española que - ya entonces- alejaba de Europa, esa Europa a la que uno sí  pertenecía. Sabido es que, en Catalunya sólo los comunistas del PSUC luchaban consecuentemente contra esta injusticia, e intentaban aunar la causa general de los trabajadores y la de las libertades culturales y lingüísticas. Temo que la desaparición de los   idearios  liberadores que el PSUC encarnaba se hallan llevado también  por delante este anhelo de confraternización.

 

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18 de noviembre de 2010
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Tercia un catedrático de psiquiatría

Decía en el escrito anterior que el Catedrático de Psiquatría Enrique Baca  se había añadido al epistolario que sobre la exigencia filosófica y la conexión de disciplinas manteníamos José Lazaro, Javier Echeverría y yo mismo. He aquí lo esencial de su escrito:

 "Es señal inequívoca de la madurez la añoranza. Añorar es echar de menos pero también es reivindicar la necesidad de ir a más. Lástima que no se añore cuando se tienen, aún, posibilidades ciertas de que la mera reivindicación pueda convertirse en entusiasta empresa modificadora

La apuesta  por un saber universal despierta un regusto de impaciencia por ponerse a la tarea sin  dilación. Vivimos en un mundo en el que la superficialización de los saberes es producto, quizá, de la insoportable acumulación de los mismos. Y esto ha conducido a lamentables vulgarizaciones que han desprestigiado a los que las intentaron, obscureciendo, en muchos casos, los avances positivos que se contenían en sus trabajos. No hace falta mencionar a Sokal para entender que, en el contexto de intuiciones interesantes y de pensamientos provocativos, se deslizaban basuras de una imprecisión conceptual insoportable, lecturas apresuradas ayunas de la necesaria digestión y  ocurrencias de "mesa de camilla". Los pensadores franceses de la segunda mitad de la segunda mitad el siglo XX saben bastante de esto.
El mundo actual es más complicado que el pasado de la misma manera que, probablemente, el mundo futuro incrementará dicha complejidad aunque solo sea por el aumento cuantitativo de conocimientos. Yo soy un devoto lector semanal de una revista que puede ser considerada como un representativo epítome del progreso del conocimiento empírico de la naturaleza y de los hombres: la norteamericana Science. Como suscriptor veterano recibo en mi ordenador, todas las noches  tres e-mail que me informan de lo que va a salir, de lo que ha salido y de cómo andan determinados datos y debates. Y siento un vértigo de impotencia ante lo que debería saber y no puedo alcanzar.
Por eso cuando alguien pone el acento en la necesidad de que existan personas que piensen y que pensando intenten encontrar, "la intersección de los problemas", abogando inmediatamente por la necesidad de una Filosofía Natural hecha desde la ciencia natural de nuestra época" no se puede menos que estar de acuerdo  y ver en esta postura una empresa a la que están convocados los que poseen la experiencia empírica de la realidad y los que disfrutan de los instrumentos racionales que les proporciona su conocimiento de la historia y del desarrollo del puro pensamiento de los hombres.
Solo falta pues decir (entre la impaciencia y la esperanza) ¿A que aguardamos?
"

Agradezco al profesor Baca este aliento en la apuesta por una filosofía natural, que es quizás ya hora de ir cimentando.

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16 de noviembre de 2010
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Cuando es el científico quien meramente roza la filosofía

Una precisión en relación a esta correspondencia sobre la exigencia filosófica y la actitud que han de tener los filósofos en relación a la ciencia. José Lazaro que anatematizaba la  verborrea superficialmente científica de los filósofos, no era en su escrito mucho más comprensivo con los científicos que se acercan a la filosofía. Cito uno de sus párrafos:

"Y además ese esfuerzo debe también pedírsele también a los científicos con respecto a las discusiones de los filósofos que les concierne directamente. Pero el problema está en los resultados exigibles al esfuerzo, porque si damos un vistazo, por ejemplo, al 99% de lo que están publicando los científicos sobre el problema teórico de las relaciones cuerpo-mente, la conclusión es que más valdría que se hubiesen abstenido de entrar en la filosofía y se hubiesen dedicado a seguir haciendo experimentos concretos en su laboratorio."

Como puede ver el lector el problema de las relaciones entre filosofía y ciencia presenta aristas por todas partes. En cualquier caso, embarcados Javier Echeverría  José Lazaro y yo mismo en estos intercambios que no se si puedo llamar epistolares, se añadió al coro el psiquiatra y catedrático de la UAM, Enrique Baca con un largo escrito que sintetizaré aquí en el próximo texto.

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11 de noviembre de 2010
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Delimitar lo que ha de saber un filósofo

En esta reflexión a cuatro bandas sobre la filosofía y su relación con los saberes especializados quizás sea útil transcribir lo que yo mismo escribía al respecto en uno de mis libros

"Delimitar lo que ha de saber un filósofo, pasa, en primer lugar por el establecimiento de un listado de esas interrogaciones filosóficas elementales... Tal listado debe incluir cuestiones relativas al espacio, al tiempo , a la condición lingüística, a la diferencia entre lo humano y lo meramente animal, al vínculo entre tiempo y corrupción, al vínculo entre palabra y música, a la función de la representación plástica, etc. .

Reflexión para la que será fértil apoyo un saber indiscutiblemente técnico, es decir, inequívoco y controlable. Tal saber incluye necesariamente aspectos relativos a genética,  lingüística, mecánica clásica, mecánica cuántica, teoría de la relatividad, teoría matemáticas de conjuntos, topología algebraica, teoría físico-matemática del campo, teorías ondulatorias de la luz y del sonido, momentos de la historia de la teoría musical, historia conceptual del arte...y un no muy largo etcétera

Aun en el caso de que se haya ya pasado por  el aprendizaje de alguno de estos puntos, rememorarlos en función de una interrogación filosófica y siguiendo un estricto hilo conductor, supone, no sólo actualizarlos, sino darles vida, es decir, librarlos de la esterilidad consistente en no saber a qué  responden, esterilidad en la cual son fácil presa del olvido

 

Nunca se reiterará en exceso que la filosofía, precisamente por constituir una exigencia elemental del ser lingüístico, alcanza un elevado grado de complejidad. Pues las cuestiones elementales son la auténtica matriz, tanto de la disposición espiritual que conduce a la ciencia como de la que conduce a la exigencia artística. La matemática, la reflexión musical, o la física teórica, encuentran en la filosofía un auténtico punto de convergencia, una "unidad focal de significación", según la formulación aristotélica. En  ausencia de esta última, las disciplinas particulares quedan privadas de significación, es decir  reducidas a la insignificancia. No otra cosa indicaba Descartes, cuando añadía a sus trabajos científicos ese prólogo legitimador conocido como Discurso del Método

Cierto es que la distribución del saber está hecho de tal forma que los lectores de Descartes, o bien son especialistas en algún retazo del contenido científico, o bien son especialistas en el prólogo (estos últimos son precisamente los formados en la facultad de filosofía) Extraña quiebra que Descartes viviría como auténtica mutilación, pero que no escandaliza a los voceros culturales ni a los  responsables de nuestra formación.

Expresión tristemente ejemplar de esta situación es lo que hace unos años pasaba con la matemática (afortunadamente ya no es así). Pues se introducía a los niños en esta disciplina mediante la Teoría de Conjuntos, sin explicarles nunca cuál era la función quizás primordial de la misma, filosófica dónde las haya. Pues Georg Cantor, el fundador de la misma, pretendía ante todo disponer de un arma para abordar el problema esencialmente filosófico del infinito. Y cabe obviamente hacer matemáticas sin teoría formalizada de conjuntos, mientras que es imposible sin ella abordar con rigor "ese delicado laberinto" que, al decir de Borges, constituye la cuestión del infinito.

 

Lo que antecede implica  que poner el énfasis en el vínculo entre filosofía y ciencia puede incluso ser contrario a la exigencia filosófica, si no se precisa que la filosofía es algo más que meta- ciencia. No se trata en absoluto de decir que tras la práctica científica surgen problemas teóricos a cuya confrontación llamaríamos filosofía. Se trata precisamente de reivindicar  una jerarquía contraria:

De las interrogaciones elementales surge la necesidad de análisis de fenómenos,  descripción de los mismos, y eventual ordenación en conjuntos, a todo lo cual   denominamos ciencia. De la ciencia pueden surgir aporías, por ejemplo relativas a la coherencia de sus diferentes ramas, que no conciernen directamente a lo que se planteaba en el origen. En este caso la meta-ciencia no es (al menos directamente) filosófica. Mas también ocurre que la reflexión meta-científica enlaza directamente con lo que desde el origen se formulaba, y entonces estamos de lleno en la filosofía.

Así prácticamente la totalidad de la producción meta-científica de Einstein,  en este caso meta-física, es puro retorno a los problemas de espacio tiempo, continuidad y cosmología que ocupan a la filosofía desde siempre, y  sistemáticamente al menos desde Aristóteles. Pueden darse muchos otros ejemplos de este auténtico reencuentro de la ciencia con su origen. Origen que debería determinar algo más que las consideraciones de aquellos científicos que (como en los casos de Einstein, John Bell o Erwing Schrodinger)  están ya avanzados en su propia disciplina.

Si la enseñanza, desde prácticamente la escuela primaria,  tuviera en cuenta el intrínsico lazo entre todas y cada una de las disciplinas del saber y las interrogaciones elementales de la filosofía, si la savia  de esta ultima siguiera vitalizando el segmento que al desplegarse  se convierte en ilimitado y sinuoso camino...entonces no se daría  esa sensación, a la vez de dificultad y de indiferencia, que paraliza a tantos escolares a la hora de elegir entre materias  que, en apariencia, carecen de conexión entre ellas y de lazo con lo que a la vida de los hombres da sentido.

De ahí que la reivindicación de la filosofía... sea de carácter normativo. Se trata de luchar contra la situación antes descrita, en la que la sociedad se erige en conformidad a un postulado de repudio de la filosofía. La lucha por la generalización de ésta al conjunto de los ciudadanos y por  su erección en causa final  de la formación educativa, tiene como inmediato corolario el que se considere ilegítima toda circunstancia social en la que el embrutecimiento, bajo forma de trabajo o bajo forma de ocio, prime.

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9 de noviembre de 2010
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En qué sentido la filosofía ha de usar las disciplinas

El escrito de José Lazaro  que  evocaba en la entrega anterior, incluye una simpática referencia personal acompañada de una advertencia (sin duda destinada también a sí mismo):

"Nadie más favorable que yo a la transdisciplinariedad (he conseguido que me paguen por hablar de historia, literatura y filosofía en una facultad de medicina). Pero tenemos que pensar muy bien las condiciones de posibilidad para que un proyecto como los que a nosotros nos gustan adquiera la suficiente solidez y consistencia para que sea capaz de resistir a las críticas "a lo Sokal" que sin duda recibirá (en el mejor de los casos: en el peor no recibirá ni siquiera críticas). En el fondo, ya hasta el pueblo español lo ha dicho siempre con aquello de lo que se abarca y lo que se aprieta."

Se recordará que estas consideraciones sobre los peligros de una filosofía que aspira a servise de varias disciplinas pero que se  quedaría  en lo superficial de cada una de ellas se inscribía en un epistolario a tres bandas, en el que Javier Echeverría abogaba por una actitud filosófica que fuera más allá de la relectura devota de textos considerados sagrados. De alguna manera Javier planteaba la cuestión de si permanecer fiel a la filosofía no implicaba precisamente abandonar la facultad-panteón de filosofía, cosa que él ha hecho (lo cual no es asunto baladí si se recuerda que tras su fundación por Ramón Valls, Javier contribuyó como nadie a que se asentara la facultad de filosofía en un Pais Vasco entonces auténticamente conmocionado por la violencia).

Lo cierto es que yo también he tomado distancia frente a la  la facultad de filosofía,y espero que  no para cambiar de manera de afrontar la vida, sino precisamente para no hacerlo. El intento de trabajar directamente con científicos, concretamente con físicos en mi caso, va por ese lado. La orteguiana barbarie del especialismo tiene paradójica traducción  en las mismas facultades de filosofía. Es muy sencillo: si has de escarbar en la filosofía medieval (tan fascinante por otro lado) y ponerte al nivel de los eruditos, necesitas la vida por entero. Y si no haces tal cosa, te expulsarán-al menos simbolicamente-de la academia. Por eso quizás sea cierto que la facultad de filosofía es a veces incompatible con la exigencia filosófica.

Pero abogar por la necesidad  de abrir el espíritu a ámbitos sin los cuales la filosofía se ahoga en un aire viciado, obliga a tener aun más presentes las consideraciones de josé Lázaro sobre  la necesidad de no lanzarse  inprudentemente al pantano, o charca de ranas, de lo interdisciplinar. No se trata  en absoluto de barnizar la especialización filosófica con una capa de conocimiento superficial de disciplinas científicas. Tomando  el ejemplo, aquí tantas veces considerad de la Mecánica Cuántica: se trata de acceder realmente al meollo del problema, a partir del cual la cuestión ontológica sale de inmediato. Tecnicamente ello implica estar casi a la altura del científico en el tremendo asunto del formalismo matemático. ¿Dónde puede el filósofo dejar de seguirle? Pues inmediatamente despues, cuando (tal es su oficio) el físico tiene la obligación de escarbar en el universo experimental que recubre tal formalismo. Seguir ahí sería consagrar la vida a ello...y dejar de interesarse por las implicaciones filosóficas de la disciplina. Mi tesis es que el primer paso puede darse pese a las dificultades técnicas. No se trata de yuxtaponer disciplinas sino de usar el meollo teórico de una disciplina u otra.

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4 de noviembre de 2010
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Formas del deseo filosófico

Javier Echeverría a quien había yo enviado un mensaje desde Praga relativo a ese "círculo de los filósofos" al que me refería en estas páginas,  responde evocando sus andanzas de otro tiempo por la ciudad, sus visitas a las tabernas Monarch, y sus lecturas de El Proceso y el Castillo que habrían contribuído, me dice, a que se le desvelara la estructura objetiva del Estado (que hoy en día sería más bien la del Capital), "más allá de  intencionadas  idealizaciones" ( fueran estas ingenuamente patrióticas  o milenaristas, ). Se refiere Javier a  Kafka como ejemplo de lucidez en unos años y un mundo en el que  tantos  pugnaban por una u otra modalidad de ideario en última instancia romántico, traducido en sublimación de la naturaleza, el estado o la revolución.

Pero sobre todo (al hilo de mis consideraciones sobre "El círculo de los filósofos") Javier se refiere en su escrito al deseo filosófico  centrado en la lectura y el comentario de algunos autores clásicos. Tras recordar  que ésta fue también su  manera de vivir el deseo filosófico, sobre todo en momentos de nuestra vida común en el extranjero que confluyeron en creación de la facultad filosofía de  de Zorroaga en el País Vasco, reivindica otros muchos modos de vivir ese deseo. Reitera que la
 filosofía no se agota en un elenco de textos  sagrados, e indica que  esta sacralización podría acaso acarrear el entierro de la filosofía en el panteón de sus Facultades. De hecho Javier (matemático de primera formación) tomó la decisión de dejar de estar vinculado a una facultad de filosofía,  y casi a la filosofía como disciplina especializada. En mi opinión no lo hizo para abandonar la interrogación filosófica sino quizás para se fiel a la misma.

 

 

El escrito de Javier se cruza con otro de José Lazaro,  también compañero de aventuras filosóficas desde perspectivas ajenas a la filosofía académica. Tras citar a Ortega refiriéndose a "la barbarie del especialismo", se adentra en la cuestión de la posibilidad de superar tal alienación sea   mediante el paso a lo interdisciplinar (múltiples perspectivas) o a lo transdisciplinar (visión unitaria desde ellas). Y al respecto preccisa
 que el proyecto  implica también la dificultad de alcanzar el suficiente rigor en cada una de las disciplinas que se consideren para no caer en las "imposturas intelectuales" que denunciaron Sokal y Bricmont" en su demoledora crítica a los usos de la ciencia de ciertos pensadores franceses que habrían tenido como resultado "arbitrariedad, falta de rigor conceptual, erudición superficial y manipulación de cita variadas de sentido"
José Lazaro declara sin embargo coincidir  plenamente en mi tesis según la cual "jamás la dificultad técnica puede eximir al filósofo al menos de un esfuerzo para estar en condiciones de determinar aquello que en las discusiones de los físicos o genetistas le concierne directamente".

Así pues, huyendo de la "barbarie del especialismo" se corre serio peligro de caer en la superficialidad denunciada por Bricmont  y Sokal. Intentaré  en los próximos textos esbozar una alternativa.

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2 de noviembre de 2010
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La dignidad del espíritu humano

Es obvio que la reflexión filosófico- ontológica sobre la naturaleza, lo que en otra época se llamaba Philosophia Naturalis, que me ha ocupado- y seguirá haciéndolo- a menudo en estas páginas no puede realizarse sin soporte en  "la ciencia natural de nuestra época", según la expresión de Heisenberg. Pero la dificultad  inherente a toda disciplina especializada hace que para el filósofo sea en ocasiones difícil seguir a los físicos en los meandros de sus discusiones técnicas y acabe tirando la toalla. Pues bien: jamás la dificultad técnica puede exhimir  al filósofo al menos  de un esfuerzo para estar en condiciones de determinar aquello que en las  discusiones de los físicos le concierne directamente. Cabe respecto  al problema general de  la physis  decir lo que  Hilbert  indicaba respecto al infinito cantoriano, a saber, que la elucidación de los problemas que plantea "lejos de concernir tan sólo a los intereses de una disciplina especializada, afecta a la dignidad misma del espíritu humano". A tal dignidad es a lo que ( entre apelaciones a la prudencia y la modestia, imprescindibles en las tareas especializadas) se nos invita en definitiva a renunciar.

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27 de octubre de 2010
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