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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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Crescendo cuántico: dos asuntos sorprendentes

En este foro me referido en varias ocasiones  a la contradicción  en la que se encuentra el pensamiento cuando intenta hacer compatibles los indiscutibles logros de la física cuántica en lo relativo a la descripción y previsión de los fenómenos naturales con la fidelidad a principios que parecían inviolables; principios que a los ojos de un Einstein eran condición de posibilidad de poder hablar de ciencia física,  y que de hecho son la base de  nuestra confianza en que las cosas en nuestro entorno se desarrollen con  regularidad y no de manera puramente azarosa.

Sea simplemente la arraigada convicción de que una  cosa tiene propiedades objetivas mediante las cuales  difiere de las demás cosas, y  no se halla afectada por lo que pase a las segundas más que si se da un lazo de contigüidad entre ellas (no te afecta  la gripe del otro mas que si hay contigüidad, contagio si se quiere).  

Cabría mostrar que en esta convicción de doble vertiente se sustenta nuestra percepción convencional del mundo. Mas como la interpretación canónica de la mecánica cuántica la ponía en entredicho, Einstein aventuró la conjetura de que la contradicción quedaría resuelta si se daban ciertas variables que escapan al observador. En suma: las variables ocultas de Einstein garantizarían la validez de las descripciones cuánticas y garantizarían a la vez:

a) El poder atribuir  a una cosa  determinada propiedad P que sería suya  con independencia de que  sea o no observada, e indiferente a la existencia en esa cosa misma de otras propiedades, eventualmente incompatibles entre sí.   No se nos ocurre (mera analogía) considerar  por ejemplo que  la magnitud de una cosa  ha de verse  modificada en función de que esta cosa tenga color blanco o tenga color negro.

b) El poder  asegurar que una cosa tiene su lugar, en la que se halla a resguardo  de lo que le suceda a una cosa ubicada  en otro lugar (localidad).

Es de señalar que  ambos principios, por natural y evidentes que parezcan, se revelan simplemente incompatible con la física cuántica, de tal manera que, o bien renunciamos a los logros de tal disciplina o bien renunciamos a hacer de lo enunciado en ellos una ley general de la naturaleza. Pues bien: 

Lo enunciado en a) es puesto en entredicho por un teorema conocido como de  Kochen -Specker[1] El ataque a lo enunciado en el punto b) queda asociado al nombre del físico británico John Bell. De algunos desarrollos (curiosísimos por su enorme peso filosófico) del teorema  de Bell me seguiré ocupando, de manera (como dicen los físicos) cualitativa, o sea sin recurso a formalismos.

 


[1]    El  teorema llamado  de Kochen-Specker, se enmarca en las discusiones relativas  a  una teoría einsteniana que intentaba explicar las diferencias de comportamiento entre entidades aparentemente idénticas sosteniendo que en realidad no eran idénticas sino similares. De tal teorema se extraen consecuencias como las siguientes: la variable oculta que explicaría el valor fijo del observable físico A tendría que ser alterada  en función de si a la vez se está midiendo un segundo observable B, o si se está midiendo un tercer observable C, cuando se da la circunstancia de que  estos dos últimos observables, aunque compatibles con el primero, son incompatibles entre sí. Pues entonces,  si tras haber observado B se pasa a observar C, la variable  pasaría  de ser explicativa de la pareja A-B a ser explicativa  de la pareja A-C. Este  carácter por así decirlo dialéctico de las propiedades ocultas  de las cosas traiciona el espíritu mismo de la teoría

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1 de marzo de 2012
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Realizar la animalidad que nos es propia

Como todo animal, el hombre tiende a desplegar todas las capacidades con las que se halla dotado por naturaleza. El asunto es determinar bien cuáles son las que le caracterizan en el seno de la animalidad, pues si es frenado en estas, el eventual desarrollo de otras, no impedirá que ese animal quede mutilado en su humanidad.

Se ha dicho muchas veces que los niños dan muestras de gran curiosidad analítica  e inclinación a explorar y descubrir, las cuales a menudo quedan ulteriormente paliadas, o simplemente abolidas. Me atrevo a conjeturar que cuando mostraba tal disposición  el  niño no hacía otra cosa  que responder a su naturaleza , a esa modalidad propia de la physis, que al decir de Aristóteles le llevaba a eidénai, es decir a subsumir el entorno bajo conceptos y símbolos. Pues el animal humano tiende a nutrir  y desplegar sus facultades cognoscitivas, ni más ni menos  que como  el águila o el caballo tienden a activar sus capacidades de vuelo o de galope.

El hombre ha domesticado al lobo, canalizando y utilizando las facultades naturales del mismo hasta hacer un amigo y cómplice en  su lucha contra la adversidad del entorno. Pero  el lobo es ya negado  en su animalidad específica, reducido a una condición sin forma propia cuando deja de ser el agudo vigilante de las tierras o el rebaño para  ser confinado en un angosto espacio urbano y erigido en sustituto asténico de la compañía humana, en imposible paliativo  de esa soledad para la  que solo la complicidad en la palabra y el relevo de la misma en el ciclo de las generaciones constituye adecuada medicina.

Lo tremendo es sin embargo cuando tal reducción se efectúa con el propio ser humano.

Pues un hombre para quien ha desaparecido de su perspectiva, de su ámbito de vida, el objetivo de fertilizar y desplegar las facultades que le caracterizan como animal de razón y de lenguaje, es simplemente un hombre mutilado en su esencia. Pantes antropoi tou eidena oregontai physei...,  cada ser humano desea que se actualice su condición natural en el acto cabal de pensar. Luchar contra las trabas sociales que hacen de tal proyecto una utopía  es la primera de las exigencias éticas. Y desde luego no renunciar a la propia   práctica cabalmente filosófica; no renunciar, por lo que este foro se refiere a seguir explorando las paradojas cuánticas.  

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28 de febrero de 2012
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La obsesiva pregunta

Mas allá de lo que un amigo y colega americano denomina cinismo trascendental de una parte de la clase política, tras los debates actuales sobre la actitud a adoptar frente a las medidas económicas que apagan el alma de los ciudadanos, está  una vez más  en juego la concepción misma de la tarea humana. ¿Está el ser humano condenado a esa tortura  a la que remitiría  la  etimología del término mismo trabajo (otras etimologías más o menos fantasiosas tampoco arreglan, pues hacen del trabajo la privación de la actividad que caracterizaría a los no siervos),  o es pensable una sociedad en la que la tarea esencial de todos y cada uno sea aquella en la que se fertilizan nuestras potencialidades? ¿Cabe una sociedad en la que aquello que Aristóteles denominaba filosofía sea algo no sólo presente sino cosa de todos? ¿O más bien está el ser humano condenado a pensar que subsistir es ya mucho?

Sino en la conciencia, al menos en la memoria oculta persiste un rescoldo del ingenuo  estupor   que,  en  todos y cada uno de nosotros,  precedió el sí conmovido ante las cosas y la vida:

"Guardianes del recuerdo de la edad dorada, garantes de la promesa que la realidad no es lo que se cree, que el esplendor de la poesía, que la luminosidad maravillosa de la inocencia pueden resplandecer y pueden  llegar a ser la recompensa que nos esforzamos en merecer".

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23 de febrero de 2012
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El trabajo… ajeno

  "Se arguye que, abolida la propiedad privada cesará toda actividad  productiva y reinará la más absoluta vagancia. Según esto, ya hace mucho tiempo que se habría hundido en la vagancia una sociedad como la burguesa en la que los que trabajan no se enriquecen y los que verdaderamente  se enriquecen son precisamente los que no trabajan".

En estos momentos devastadores para las conquistas sociales, oía hace unos días a un tertuliano que  se refería a la reforma laboral en curso criticando a sus detractores. Uno de sus argumentos fue que la nueva norma  molesta sobre todo a aquellos que estaban siempre  pensando en la indemnización por año de trabajo, la cual a  juicio del tertuliano era tan generosa como injusta. Los responsables políticos y representantes de la patronal visten de manera menos burda la cosa, pero no dejan de sugerir lo mismo, en el convencimiento de que toda medida  que no incentive el darwinismo social lo que hace es fomentar la tendencia a la vagancia de los ciudadanos.

 De ahí la conveniencia  de rememorar ciertos análisis de Carlos Marx. Así los  del Manifiesto Comunista en los que  el pensador desmonta los argumentos según los cuales la realización del ideario revolucionario llevará a privar a los ciudadanos de poder adquirir bienes y servicios. Marx precisa en efecto  que el único objetivo sería impedir  que tal posesión de bienes y  servicios se convierta en instrumentos para hacerse propietario del trabajo ajeno, y es en el contexto de tal reflexión aparece  el tan  sabroso  como irónico párrafo que citaba al principio.

Y en el momento en que el banco central europeo da dinero al uno por ciento a los bancos privados para que estos compren deuda de los estados a intereses que en ocasiones superan el siete por ciento, tampoco es ocioso citar este otro párrafo del programa teórico  expuesto en el mismo Manifiesto:

"Centralización del crédito en el estado por medio de bancos surtidos con capital del estado y régimen de monopolio."

Y en estas oigo en la radio que el ministro de economía se felicita del supuesto apoyo de los ciudadanos a las recientes medidas económicas del gobierno, declarando que España muestra así ser "un país serio del que se fían los inversores". Sospecho  que  en lo que está realmente afirmando es la conveniencia de que seamos un país genuflexo del que se fían los especuladores.

"¡Siervo ruin y perezoso!" es el anatema que, en la parábola bíblica,  lanza su amo al pobre diablo que no ha sabido hacer fructificar  el talento único que le ha prestado; un amo  que se reconoce a sí mismo como Señor que exige dónde no ha dado y recolecta dónde no ha sembrado.

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21 de febrero de 2012
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De la ciencia de la lógica de Hegel… a la ciencia natural de nuestra época

Me refería en la columna anterior a entidades a las cuales la propiedad que se les atribuye y que debería caracterizarlas la comparten intrínsicamente con otra entidad, entidades que en consecuencia resulta difícil caracterizar como individuos. Sin duda no nos encontramos con cosas de este tipo en  nuestra vida cotidiana. Y sin embargo la referencia a estas cosas rarísimas, por meramente relacionales, no es extraída de uno de los fascinantes capítulos de la Ciencia de la Lógica de Hegel, sino de la ciencia natural  de nuestra época, y concretamente de la disciplina que está mayormente marcando ese mismo entorno cotidiano, el cual  se resiste a ser reflejo de lo que subyace, de tal manera que  la Mecánica Cuántica ( tal es su paradoja) efectúa  previsiones en base a hipótesis que contradicen no ya la apariencia (eso es clásico) sino   el entramado  mismo de aquello sobre lo cual efectúa previsiones.

En cualquier caso esos raros individuos que no pueden ser tales juegan un papel en el trasfondo, en ese universo larvado que constituyen  las partículas elementales.

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16 de febrero de 2012
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Individuos que no pueden serlo

Indicaba en la columna anterior que las hipótesis einstenianas sobre el carácter discreto de la luz, abre la auténtica caja  de  Pandora que para la visión hasta entonces convencional de la naturaleza suponen las interrogaciones cuánticas. La física se ve rapidamente abocada entonces a la meta-física, es decir a enfrentarse a  problemas que se habían hasta entonces abordado en un marco más bien meramente especulativo, siendo paradigma de ello  textos como la Crítica de la Razón Pura de Kant, o la Ciencia de la Lógica de Hegel.

Abordaré hoy uno de los problemas más representativos, el de la individualidad, apuntando a una meta-física cuyo soporte científico sea no la física  newtoniana o relativista sino la teoría cuántica. 

 Utilizamos en el lenguaje corriente la palabra individuo, y sin necesidad de mayor reflexión, ni de recurrir a etimologías,  estaríamos  de acuerdo en lo siguiente: un individuo es una entidad discreta, es decir, en relación de continuidad consigo misma y separada de los demás individuos.

La naturaleza no siempre se presenta bajo forma de individuos. Con paciencia podemos atribuir un número entero al contenido de un saco de arroz (mil, dos mil granos etcétera), lo cual es prueba de que se trata de un conjunto de individuos,  pero no podemos hacer tal cosa con un continuo ondulatorio, como un haz de luz (al menos de entrada, pues el considerar que en determinadas condiciones la luz se comporta como un conjunto discreto de elementos llamados fotones, constituyó quizás-como ya he sugerido- la más fértil conjetura  de Einstein).

Los individuos pueden mantener entre sí ciertos lazos. Sean por ejemplo dos partículas cuyo movimiento es influido por el de la otra (análogamente al caso de la tierra y la luna). Si nos interesamos por esta influencia pasamos de considerar individuos a considerar sistemas.[1] Cabe pues decir que hay un conocimiento de los lazos que mantienen ciertos individuos, pero tal conocimiento no excluye el referirse a los individuos mismos que -por definición- poseen una entidad con independencia de los lazos que les vinculan con otros.

 Así cada una de las dos partículas tiene en cada instante una posición que puede ser considerada con independencia de la posición de la otra,  y ello vale también para la velocidad. En suma: el devenir de un estado propio de  un individuo (su posición, por ejemplo) puede hallarse afectado por su relación con el estado de otro individuo, pero ateniéndonos a un instante (es decir sin referencia a la evolución) no deja de ser un estado propio del mismo,  y el estado en ese instante  del sistema constituido por ambos    se reduce a  yuxtaposición de  los valores que se dan en cada uno de los estados separados. Pues bien:

Supóngase  por un momento que, incluso en ausencia de toda referencia a la evolución temporal, no hubiera manera de asignar un estado separado a la partícula A y a la partícula B. En la analogía con la tierra y la luna, se trataría, por ejemplo,  de un momento en que pudiéramos asignar una posición relativa de la tierra y la luna, pero no pudiéramos asignarles una posición por separado.

¿Tendría sentido en tales condiciones seguir hablando de individuos? Singulares individuos en todo caso a los que no cabría atribuirles propiedad definitoria que no fuera intrínsecamente compartida.


[1]     En la jerga de los físicos diríamos que los parámetros posición y velocidad de cada una de las  entidades son indisociables de los parámetros posición y velocidad de la otra, de tal manera que al referirse a las propiedades del sistema no utilizamos  dos parámetros sino cuatro.  

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14 de febrero de 2012
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Sobre la palabra «metafísica»

Desde su inicio este foro ha pretendido ser un lugar de  reflexione filosófica, en el sentido más genérico del término. De ahí que consideraciones de tipo ético, político o estético hayan ocupado a intervalos un largo espacio. Sin embargo lo que ha pretendido fundamentalmente es ser un espacio de actualización de la filosofía natural, o si se quiere de la meta-física, entendida en su sentido cabal  de reflexión sobre el orden natural (la physis  de los griegos), que se efectúa después de o tras -meta-la física.

No se trata tanto de haber seguido en sus meandros técnicos las descripciones y previsiones efectuadas por la física como de  estar al corriente (o al menos hallarse interesado por estarlo), de los interrogantes que se hallan en el origen de tales descripciones y previsiones, y de las implicaciones de las mismas. Dos  ejemplos elementales:

  • 1) Entender que ciertos principios considerados básicos de la física parecían amenazados por el propio desarrollo de la misma y que Einstein tenía razones para considerarlos inviolables (cosa que no tiene ninguna dificultad mayor y que se explica sin formulación matemática en los libros llamados divulgativos del autor), conduce sencillamente a entender por qué era necesario sacrificar nuestra convicción (prejuicio lo denomina Einstein) de que el tiempo y el espacio son un marco absoluto en el que los acontecimientos se despliegan.
  • 2) Entender que ciertos fenómenos indiscutibles chocaban con la concepción que la ciencia tenía en el arranque del siglo XX de la naturaleza ondulatoria de la luz (cosa explicable sin más tecnicismos que los justos en media clase de filosofía) permite entender porque Einstein avanza la tremenda conjetura de que la luz es un conjunto discreto de elementos llamados fotones, abriendo así la caja de Pandora que constituye el universo (inquietantemente larvado para el pensamiento anclado en cimientos clásicos) de las partículas elementales.

Y si la metafísica no puede prescindir de considerar lo que implica el sacrificio del carácter absoluto de tiempo y espacio, tampoco puede prescindir de una inmersión en este horizonte de larvas descrito por la física cuántica, en el cual se producen sorprendentes "escenas" como las que ocuparán las reflexiones de los días siguientes. Escenas (no es nunca ocioso explicitarlo) que nada tienen que ver con  la ciencia ficción sino simplemente con  la ciencia.

Una ciencia que enlaza con  antiguos fantasmas de la especulación metafísica,  liberándolos de cierta capa de caspa. Foucault indicaba en uno de sus discursos que Hegel, mil veces considerado perro muerto de la filosofía, solía esperar al escéptico en la esquina...o en los recovecos del camino. En este caso, un  camino trazado no ya  por la ciencia natural de nuestra época sino  por la ciencia quizás más impactante de todas las épocas.

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9 de febrero de 2012
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El mal gratuito infringido a Tony Nicklinson

 Lo que la ley podría hacer por Tony Nicklinson.

Leo en El País del 3o de enero  una  punzante crónica  de Walter Oppenheimer sobre Tony Nicklinson, ciudadano británico que en 2005 sufrió un derrame cerebral que le provocó una parálisis  de cuello abajo. Como el lector adivina, la crónica nos invita una vez más a una reflexión sobre la eutanasia. Pero desde luego no tendría un efecto tan incisivo si Oppenheimer no describiera el asunto con tal honradez  que   el caso de Nicklinson se convierte   en imagen verídica no ya de la tragedia que siempre se cierne sobre la especie humana, sino asimismo-y sobre todo- de los sombríos tintes sobreañadidos por  el cúmulo de simulacros, construcciones edulcorantes de nuestra condición, artificiosas obligaciones "morales",  y desde luego resentimiento e implacable odio contra  quien de signos de resistencia, que convierten a la sociedad en un fétido entramado de mentiras, y eventualmente en un marco de complaciente tolerancia con prácticas rayanas a la tortura.

Lo que acerca el caso de este hombre de admirable lucidez a la situación potencial de cada uno de nosotros son las tremendas declaraciones de su mujer que aquí reproduzco:

"Mucha gente cree que Tony quiere morir mañana, pero no es eso lo que quiere. Sabe que  llegará el momento en que su vida se convierta en algo insoportable y que quiera acabar con eso. Quiere saber que, cuando llegue el momento, será capaz de hacerlo. Porque ahora no puede...[tras un gesto de su marido] quiere saber que en el futuro podrá acabar con su vida".  Obviamente ahora no puede porque depende de otro para sus más elementales necesidades y hasta para decir si quiere o no vivir, y precisamente protesta por esta limitación respecto a lo que considera un derecho esencial.  La sociedad no puede curarle de su enfermedad, pero sí puede  abolir la discriminación  en la que se encuentra  respecto a la posibilidad de acabar o no acabar con su vida. Volveré luego sobre este tema central. Ahora transcribo las palabras del  propio Nicklinson:

 

El plan B) de Tony Nicklinson

"Para mí  los cuidados paliativos no significan nada...Mis opciones son limitadas. Puedo seguir así hasta que  muera (porque el estado me dice que tiene que ser así: plan A). Puedo dejarme morir de hambre [en realidad posiblemente tampoco le dejarían], una forma especialmente horrible de de marcharse y angustiosa para mi familia. Puedo ir a Dignitas  [institución suiza que facilita la muerte...si puedes pagártela], pero no tengo las más de 10000 libras que costaría. 

La gente no se da cuenta de lo que es tener un plan B (la capacidad de decidir dónde, cuándo y cómo morir). Sufro una constante y extrema angustia mental sabiendo que no tengo un plan, una vía de escape realista para el momento en que la vida se me haga insoportable   "

Es simplemente tremendo. Las de por sí duras condiciones de vida de Tony Nicklinson se ven agravadas por la imposibilidad en la que se encuentra de decidir si así la vida vale o no la pena, y actuar en consecuencia. Como él mismo dice  el conocimiento de esta impotencia le produce una permanente desazón, quizás tanta como la que la provocada por  su propio estado físico. Si la ley cambiara, este sufrimiento sobreañadido no se daría. Quien sabe si no es precisamente este suplemento contingente de su mal el que le impide reconciliarse con la vida. Sí, me atrevo a avanzar esta hipótesis, obviamente no científica,  pero desde luego filosófica en el sentido de que su verosimilitud nos concierne a todos: una sociedad que facilitara la muerte en condiciones de  dignidad, facilitaría la reconciliación con la vida y en consecuencia con la sociedad; haría pues menos omnipresente y obsesiva la idea de escapar a la vida.

 

Capataces del infierno

El infierno de Tony Nicklinson reside quizás en la ley que le impide salir del infierno. Los   defensores de la ley quieren que no cese la "extrema angustia mental" de este hombre. Entre tales "hombres de voz dura" no cuentan los miembros de  su familia . Todos están de acuerdo en que Tony comparta con ellos su vida mientras, pese a su estado, le parezca que vivir es bueno.

Los capataces del infierno son otros. Lo hacen en nombre de la sociedad (en ella vives  y no tienes derecho a evitarla), del  amor de los suyos, o del amor de Dios, sobre todo quizás del amor de Dios: El Señor otorga ...el Señor retira . Alabado sea el Señor.  Pero se da el caso de que Tony no se siente en deuda con tal Señor,  simplemente porque nunca ha creído en el mismo.  Pero son los que sí creen los que (quizás precisamente en razón de su obediencia)...mandan. Mandan incluso por mediación de aquellos que pretenden no creer, pero que "respetan" los principios sociales de los creyentes, hasta el punto de hacerlos propios e imponerlos a los demás bajo modernos ropajes. Y así las sociedades laicas de Europa siguen tolerando miles de casos como el del lúcido y valiente Tony Nicklinson.    

 Se ha anatematizado mil veces  el régimen de los khemeres rojos (y en general  todas las formas de estalinismo) por el hecho de anteponer un ideario abstracto a los deseos de las personas que deberían encarnarlo. Mas también entre nosotros la ideología del pretendido bien   prima  sobre aquello que, sin ser lesivo para nadie , uno considera un bien propio, o al menos un mal menor. El ideario del carácter sagrado de la vida pesa como una losa sobre lo que de vida humana propiamente dicha le queda a Tony Nicklison, con cuya visión de la sociedad que constriñe su libertad, sólo difiero en un extremo importante:

Nicklison afirma sentirse discriminado en razón de que por su incapacidad física se le impide la libre y consciente elección de dejar la vida. Pues bien, también los que no sufren incapacidad física  están discriminados. Aun obviando los casos de confinación en cárceles, hospitales, manicomios etcétera  (hay centros de detención en el mundo dónde las paredes son acolchadas para que el torturado no pueda destrozarse contra ellas), el potencial suicida no tiene libre acceso a la forma de muerte voluntaria que despierta en menor medida sus fantasmas conscientes o semiconscientes de mutilación.

El ser de palabra imagina su muerte, y esa muerte, que precisamente por ser imaginada nada tiene que ver con lo absoluto de la misma (imaginar la muerte propia equivale a intentar ese imposible que sería ser testigo de la propia ausencia). Mas lo cierto es que este despliegue imaginario serena o suscita fobias,  y ello no siempre  de manera coincidente en los diferentes individuos. Para uno es insoportable la idea de estar esperando a que produzca su efecto la dosis de barbitúricos, mientras que para otro, lo insoportable es la imagen de quiebra del entero cuerpo al arrojarse a un precipicio. No hay quizás buena muerte pero hay muerte menos mala según los casos. El ciudadano deseoso de acabar, al que se le excluye de la medicación sedativa, puede sentir tremenda desazón sabiendo que quizás se vea abocado al primer tóxico a mano, lo que podría denominarse complejo de Madame Bovary.

La sociedad en que proliferan cárceles, manicomios, industrias contaminates y esclavizadoras de sus operarios, trabajo embrutecedor y temor al paro...la sociedad de la nueva y de la vieja miseria considera ilegítimo que alguien pueda con lucidez y hasta serenidad decir que se acabó. Los que, como a tantos otros, niegan a Tony Nicklinson  el principio de elección sobre su propia muerte, están posiblemente cegados por alguna de esas ideologías de la salvación que engrasan este edificio de la infamia y la mentira, son de alguna manera voluntarios capataces de una causa, pero en este caso el capataz carga en exceso la suerte, se gusta en esta su función de capataz del infierno.   

 

Postscriptum

Me había propuesto retomar la reflexión interrumpida hace unas semanas sobre cuestiones vinculadas  a lo que en otro tiempo se llamaba filosofía natural; cuestiones que aquí he reivindicado muchas veces como expresión de  un tipo de interrogación inherente a la condición humana y  que sería parte de la atmósfera espiritual de todo ciudadano, si simplemente las condiciones sociales no lo impidieran.

Tenía escrito ya incluso el primer texto, pero una bien comprensible reacción a la lectura de la crónica de Oppenheimer me obligó a postergar el asunto, esperando que no sea algo permanentemente diferido. De hecho ya planteaba, sin conciencia de ello, la alternativa cuando, en una de las columnas anteriores, por un lado decía que nadie debería renunciar a su capacidad de reflexión sobre el entorno natural y el propio ser del hombre, y por otro lado me refería a la praxis en contra de la alienación social como primer paso de la actitud filosófica. Efectivamente en misa y repicando, en la exigencia conceptual y la denuncia de la mentira que, fruto posiblemente de la cobardía, da lugar a la parodia de polis, que constituyen nuestras sociedades en las que la actitud filosófica es el enemigo, precisamente porque se mantienen precisamente en base a reprimir en cada uno de nosotros la irrenunciable aspiración a ser lúcidos. Exactamente la situación por la que el restaurado régimen democrático de Atenas era incompatible con Sócrates.

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2 de febrero de 2012
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Empezar en el propio terreno

No debe haber reparo alguno en mantener que la praxis filosófica equivale a lucha por mantener la salud del espíritu y denunciar como ilegítimo todo orden social que (condenando a los humanos a la alternancia entre  trabajo esclavo y  evasión embrutecedora) tiene como corolario la exclusión de tal salud, el repudio de la filosofía.

E indicaba en la columna anterior que corolario de tal convicción es la praxis social, el  combate político contra el actual estado de cosas.

¿Significa ello que en el interín el pensamiento se detiene, que el objetivo de alcanzar la inteligibilidad es diferido? En absoluto. La praxis empieza en el propio terreno, es decir en uno mismo, en la confrontación contra las fuerzas de la inercia y la costumbre que son siempre cómplices de la pasividad. La filosofía tiene un componente social y un componente personal, constituye una lucha contra la  sociedad  embrutecedora y una lucha contra la resistencia del propio yo a lo más arduo. Lo más arduo tiene muchas dimensiones. Aspectos que los grandes del pensamiento han considerado como inherentes al espíritu , como marca de la condición humana, aparecen sin embargo como cosa de élites. La simbolización matemática está entre ellos, la interrogación sobre el entorno natural (tan a menudo apoyada en la simbolización matemática) también.

Decir que la filosofía es cosa de todos implica entre otras cosas decir que las grandes cuestiones levantadas a partir de la ciencia natural de nuestra época nos conciernen de pleno. En estas cuestiones estaba, cuando hace unas semanas hice una incursión en temas directamente políticos. Volveré ahora  al asunto, intentando recordar a intervalos lo que está en juego e intentando evitar el recurso a cuantificación, pero sin sacrificar  la severidad de la cosa , la radicalidad conceptual.

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31 de enero de 2012
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La salud del espíritu

En los años en que yo era estudiante de filosofía en la Sorbona  se editó en edición de bolsillo un libro que contraponía un  texto  del anarquista Pierre Joseph Prudhon a otro de Carlos Marx. Frente a la Filosofía de la miseria del primero...Miseria de la filosofía del segundo. Tras el juego de palabras, una radical diferencia conceptual  sobre la esencia de la filosofía, su función social  y las condiciones de posibilidad de que la filosofía alcance legitimidad.

Yo era entonces de aquellos que simpatizaban más bien con la actitud de Marx. Era corriente oir e mi entorno que  las reflexiones de Proudhom eran utópicas y un tanto lacrimógenas, pero a mi me parecía sobre todo que  pecaban de una especie de reducionismo grosero, limitando la capacidad de razonar a la facultad de síntesis y análisis ("rien de plus", no hay nada más,explicita) y afirmando que "estudiar la leyes de la economía social es hacer  teoría de las leyes de la razón y crear la filosofía".

Lector de Aristóteles, tenía yo otro concepto de la exigencia filosófica, más cercana en todo caso a la asunción por el hombre de ese "problema total de la existencia", al que se refiere Marx en sus  Manuscritos del 44.

La sfease  miseria de la filosofía  de Marx me parecía apuntar sobre todo a la  actitud,  efectivamente indigente, de aquel que, pasivo ante un orden social generador de esclavitud, y en consecuencia esclavo él mismo, encuentra imaginario refugio en un pensamiento supuestamente independiente de  la vida social y material, pretendiendo como el estoico que en su esclava obediencia es rey.  No he cambiado en exceso respecto a esta dialéctica entre Prudhom y Marx. Y sin embargo...

Hay párrafos extraordinarios en el texto de Proudhom que pueden ser erigidos como armas frente a la concepción nihilista hoy imperante que considera natural,  y por consiguiente legítima,  la reducción de la inmensa mayoría de los  humanos a  animales cuyo destino es la lucha por la subsistencia. Así al denunciar una educación basada en el sistema social que escinde la inteligencia y la actividad práctica, convirtiendo al hombre sea en ser abstracto sea en máquina, propone una educación alternativa en la cual  "Todo el mundo conociendo la teoría sobre algo poseería por ello mismo la lengua filosófica. Podría  entonces, ya fuera una vez en su vida, crear, modificar, perfeccionar, mostrar capacidad de inteligencia y comprensión, producir su obra maestra, en una palabra, mostrarse como un ser humano"

Para los hombres y mujeres forjados en esta educación alternativa "La desigualdad en  las adquisiciones de la memoria no cambiaría nada respecto a la equivalencia de las facultades, y el genio se mostraría al fin como lo único que realmente es, a saber, la salud del espíritu".

Podría multiplicar las citas pero quiero retener la noble tesis que encierra el final de ambos párrafos: mostrarse como ser humano exige fertilizar la capacidad intelectiva y creativa, y tal restauración de la salud del espíritu ha de ocurrir al menos "una vez en la vida". Condición de ello es obviamente que las estructuras sociales que impiden la restauración en cada uno de su humanidad sean primero denunciadas y en segundo lugar efectivamente abolidas. Tanto como decir que  la praxis política es en sí misma  un gesto filosófico. Seguiré aun con este tema antes de retornar a problemas filosóficos relativos a nuestra representación del orden natural en los que  hace unas semanas estaba embarcado. 

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27 de enero de 2012
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