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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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Basta un animal humano

Reitero lo esencial de la tesis aquí mantenida en relación a una de las vertientes de este blog: si el orden social indujera desde la infancia a desplegar las potencialidades que nos singularizan como seres humanos, cada uno de nosotros tendería tanto a ir más allá de la lucha por la subsistencia e incluso la dignidad ornamental de su entorno, intentando ser una proyección singular de la humanidad. El hombre es el animal más social que existe, el animal intrínsecamente marcado por esa ordenación que los griegos designaban bajo el término nómos, ley, término que delimita de entrada los lazos entre hombres y que (como hemos visto en la columna titulada "Ley social y necesidad natural") sólo más adelante acabara designando asimismo correlaciones entre fenómenos físicos. Por ello cualquiera que sea la circunstancia en la que el hombre se encuentra, imperativo para él es sentir que de alguna manera su presencia garantiza ya los cimientos del orden lingüístico, simbólico y de ordenación social en general. La tesis sin embargo presta el flanco a una objeción a la que intentaré dar respuesta.
Lo contingente e irremediablemente trágico del destino humano puede hacer que una persona llegue a carecer tanto de proyección directa en el relevo de las generaciones como de lazos afectivos, más allá de los signos de respeto y consideración de los que todo ciudadano sería merecedor en una sociedad humana digna de tal nombre. Y si la ley marca los vínculos entre hombres ¿qué ley puede imperar cuando un hombre está sólo? Tremendo asunto que enlaza directamente con la idea que estoy barruntando de que ese nudo de relaciones entre seres de palabra que hace la humanidad no exige empírica pluralidad de sujetos, que la humanidad se proyecta por entero en cada uno de los sujetos que lo encarnan:
Aun careciendo de compañía, aun careciendo de alguien a quien dirigir la palabra, y de todo horizonte que permita de manera directa reconocerse en el ciclo de las generaciones, aun careciendo de objetivo para el cual sea necesario contar con los demás, el hombre lucha. Y en la hipótesis de que su subsistencia está ya garantizada, esta lucha va obviamente más allá de la misma: lucha precisamente por mantenerse como el singular animal cuyo objetivo esencial no es la subsistencia.
Aún en la soledad el hombre halla manera de que su día y vida incluya momentos de una tarea fértil para la preservación de su humanidad: tarea en la que continuamente ha de actualizar tanto sus recursos memorísticos como su ingenio, por ejemplo para el aprendizaje de nuevas técnicas, quizás triviales para los demás, mas no para quien tiene la dicha de descubrirlas por vez primera.
Aún en la soledad el hombre activa sus potencias cognoscitivas que puede llegar hasta la disposición de espíritu que caracteriza el ejercicio de las matemáticas, cuya virtud como hemos visto en el prodigioso texto de Aristóteles al respecto, va más allá de toda finalidad práctica.
Aun en soledad, el hombre se inscribe en el tiempo de manera no pasiva, conserva la memoria de fechas simbólicas y así, con independencia de si ello toma la forma de representación de un Hacedor, el hombre vive su destino como algo marcado por el entorno empírico, pero irreductible al mismo.
Aun en la soledad, el hombre tiende, en suma, a garantizar en su propio ser lo esencial de aquello que forja la humanidad manteniendo el lugar físico en que habita no meramente como una guarida, un lugar que protege de amenazas e intemperies, sino como una casa, un lugar dónde hay fuego y amplitud, es decir un lugar apto para recibir a otros hombres y compartir con ellos el alimento y la palabra.
Pues el hombre no está en soledad como podría estarlo un animal, eventualmente mejor dotado por la naturaleza si emergiera un problema de subsistencia. En la persona sola hay un ser de pensamiento y de palabra. Y su perdurar no tiene cabal sentido más que si en él sigue estando presente todo el acervo que caracteriza a la especie, y es en razón de ello que, permanentemente, esta persona habla.
¿Con quién habla pues si nadie puede escucharle? Hace ya tiempo sugería en este mismo foro que la persona que pese a la soledad se encuentra en condiciones de reivindicar su humanidad habla con aquel mismo a quien se dirige Einstein cuando, entre sus convencionales tareas en una oficina de patentes de Berna, aventura en su cabeza hipótesis para las que no había quizás entonces interlocutor competente (de lo cual es indicio el hecho de que tendrían consecuencias para nuestra representación del mundo inasumibles por el propio Einstein). Habla la persona sola con el sujeto humano, sujeto del conocimiento o sujeto forjador de símbolos, sujeto asimismo de ese imperativo por el cual, cualquiera que sea la circunstancia, mientras se dé un hombre, la ley que forja a los hombres está plenamente vigente y que, en el reino de las leyes, de ninguna manera todo está permitido. Habla en todo caso con un interlocutor que es reductible a la situación de soledad en que se encuentra, habla en suma con la matriz, presente en sí mismo del hombre.

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28 de febrero de 2013
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Cuando hacer cumplir la ley es abyecto

En varios de los momentos álgidos de la calamidad social que asola a Grecia, ciertos comentaristas europeos confluían en el argumento de que la loca irresponsabilidad de los ciudadanos griegos en los años de "bonanza" artificial había conducido al desastre. Se diría pues que en los años anteriores a la crisis los trabajadores griegos estaban en una permanente juerga, juerga que compartían con los trabajadores españoles y demás meridionales, unos y otros embarcados además en irresponsables adquisiciones de bienes y viviendas. En suma: aquellos mismos que hoy sufren las devastadoras consecuencias del desastre, serían culpables de una confianza ciega en los aspectos miríficos del sistema, culpables de una pecaminosa falta de previsión, por lo cual de alguna manera serían responsables de lo que ahora les sucede.
Esta visión es simplemente ofensiva para el montador de la industria del automóvil, el taxista o el estibador, cuyas jornadas hace un lustro (en Tesalónika, Algeciras o Marsella) podían ya como ahora alcanzar las doce horas, ciertamente entonces mejor remuneradas. Ofensa que se sigue infringiendo un día y otro, a veces en foros de los que cabría esperar discursos un poco menos ciegos, por no decir menos alcahuetes con el sistema generador de la presente indigencia.
Obviamente, esta alcahuetería resulta particularmente insoportable en los casos en los que la ofensa social es de tal envergadura que las víctimas se hallan tentadas de tirar la toalla y acabar con sus vidas. Si en Francia desde hace años hubo una secuela de suicidios de trabajadores vinculados a la telefonía Telecom, en España el asunto afecta primordialmente a víctimas del sistema hipotecario. Uno y otro caso son brutal síntoma de lo radicalmente enfermo de un sistema social que simplemente hace imposible la vida de los hombres. La memoria de los suicidas españoles pueden incluso ser objeto de ofensa suplementaria, no tanto en razón de las convicciones católicas de muchos españoles, como del desproporcionado poder de la jerarquía que representa esta confesión: jerarquía tan objetivamente indiferente al estado de cosas que lleva a la desesperación como presta a reiterar la vulgata relativa al carácter sagrado de la vida, "que sólo Dios puede arrancarnos" etcétera. Dentro del sentimiento de impotencia que esta dolorosa historia produce es inevitable una radical toma de partido que he de empezar con una reflexión.
Hay muchas razones por las que una persona puede tomar la tremenda decisión de acabar con su vida. Algunas de ellas no sólo son perfectamente compatibles con el hecho de que esta persona tenga una existencia digna y libre, sino que incluso se hacen más presentes en este caso. Pues una sociedad que garantizara la subsistencia en condiciones de dignidad y libertad sería una sociedad en la que, lejos de desaparecer, se exacerbaría lo esencialmente trágico de nuestra condición. En la encrucijada entre el equilibrio y la enfermedad, entre la exaltación por los contenidos de la vida y el sentimiento de que las fuerzas no responden, entre la intensidad de los afectos y la soledad, un ser humano puede sentirse atravesado por la idea de no esperar pasivamente que la muerte le llegue. Y la organización social nada tendría en este caso que ver con ello. Podría ocurrir incluso que la decisión de avanzar la muerte se acompañara del sentimiento de pesar, precisamente por abandonar el marco en que se despliega esta admirable cosa que es (o que habría de ser e principio) la sociedad de los hombres.
De ahí lo insoportable del hecho que ciertas personas se vean abocadas al suicidio en razón de la sociedad y no a pesar de la vida en sociedad. Estas personas han sido realmente conducidas a la muerte por aquello mismo que debería ser el marco que incita a vivir. Estas personas no han tomado la decisión de morir como resultado de verse confrontados a los abismos inevitables de la condición humana, sino por el contrario: han sido privadas por la sociedad de tener la posibilidad de vivir humanamente ( es decir en libertad y en un entorno digno) y eventualmente enfrentarse un día al problema del si su vida seguía teniendo sentido. Abocadas a morir por algo que (a diferencia de la enfermedad u otros males esenciales) podría perfectamente ser evitado. Abocadas a morir por un mal contingente, un dispositivo social generado por el ser humano pero convertido en una máquina de mutilar a la humanidad.
Esto simplemente no puede seguir así, y ello sea cual sea la secuencia y el resultado final del voto parlamentario relativo al problema de las víctimas de hipotecas. O en otros términos: hay efectiva obligación moral de desobediencia al cumplimiento de normas abyectas y ello en cualquier nivel de la cadena. No es cierto que la ley está siempre para ser cumplida. Los resistentes en regímenes de tiranía lo han tenido siempre claro.

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26 de febrero de 2013
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De la física a la metafísica…el pensamiento repara en los principios

He señalado varias veces en la vertiente metafísica de esta reflexión que Aristóteles sitúa a las entidades físicas entre aquellas que son susceptibles de hallarse en movimiento o de hallarse en reposo, cosa que no ocurre por ejemplo con la superficie de una mesa o un atributo numérico de la misma. Baste con apercibirse de que podemos desplazar una mesa o inmovilizar determinada partícula, pero no podemos desplazar la superficie de la silla, ni desde luego detener la raíz cuadrada de dicha partícula. La superficie y la línea son entidades geométricas, o sea matemáticas, como entidad matemática es raíz cuadrada de, y este hecho de que tales entidades no sean susceptibles de hallarse por sí mismas en movimiento o en reposo las distingue de las cosas físicas.
De tal manera que Aristóteles nos pone sobre la pista de aquello que más adelante se denominará cantidad de movimiento (la cual recubre el reposo como caso límite en el que la velocidad es nula), y que fue considerado (al menos hasta la conmoción cuántica e incluso aquí con matices) como un predicado omniaplicable de las entidades físicas, es decir, un atributo que todas ellas presentan necesariamente (1).
Habrá otros predicados que jugarán un papel análogo al que juegan movimiento y reposo y servirán también de criterio a la hora de discriminar lo que es físico de lo que no lo es. Sabemos ya, por ejemplo, que al igual que no son físicas las cosas matemático-geométricas, tampoco son físicas las ideas asociadas a las palabras, que (por mucho que a ciertos políticos algunas de ellas se le antojen más peligrosas que misiles) sólo pueden ser usadas como armas arrojadizas en un sentido puramente metafórico.
Señalaba antes que en la interiorización de tales "evidencias" se forja el sujeto ("ideas que somos") y que el cotidiano quehacer, y hasta el cotidiano discurrir, son como una expresión de que efectivamente legislan. Mas por el hecho mismo de intentar explicitarlas, de intentar ponerlas sobre la mesa, la disposición filosófica supone de alguna manera toma de distancia ya que, siendo la obediencia vocacionalmente ciega, no obedece totalmente aquel que reflexiona su obediencia. Y si Aristóteles tenía razones para marcar la diferencia entre el matemático y el físico, vislumbramos aquí el fundamento de una barrera entre el físico y el meta-físico, es decir aquel que, escrupulosamente respetuoso de la Física, y eventualmente estudioso de esta disciplina, no se contenta con las descripciones realizadas por la Física.
Pues la mera descripción de la physis no exige en absoluto abordar la cuestión de las evidencias y principios fundamentales. Basta con someterse a ellos y repudiar toda conjetura que los contradiga. Al respecto el ejemplo clásico de Newton al que me refería hace unos días.

 

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(1) De hecho, para Aristóteles cabalmente natural es aquello que tiene como propio y esencial el principio de ese su movimiento o reposo, es decir, el animal o la planta. Frente a lo natural los compuestos (synola) como la piedra o la carne a los que sólo conviene el movimiento y el reposo en razón de los elementos de los que están constituidos, fuego, tierra, aire, agua, que ellos si se desplazan espontáneamente a su lugar natural.
En principio, para Aristóteles, lo explícitamente expuesto a lo natural es aquello que es resultado de la techné, entendida como técnica o como arte. Así la mesa comparte con la madera el hecho de que se mueve tan sólo por hallarse constituida por los cuatro elementos, pero a diferencia de la mesa no se daría sin el hombre, technités por naturaleza, como hemos visto. ¿Qué pasa sin embargo con aquello que poseyendo vida ha sido modelado por la técnica, así un animal domesticado. Como ser animado es sin duda natural, pero sin el hombre no se daría y en tal medida es artificial Es obvio que la polaridad physis - techne no funciona bien en este caso.

 

 

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21 de febrero de 2013
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Aquello que el físico meramente asume

Los principios ontológicos a los que me refería unas columnas atrás (contigüidad-localidad, individuación, causalidad, determinismo y realismo) son al espíritu como los nutrientes que, sin reparar en ellos, posibilitan el funcionamiento de nuestro organismo. Son un bagaje operativo de manera sólo implícita tanto en la actividad ordinaria como en el trabajo del científico volcado sobre el orden natural. Pues aunque son principios rectores del mundo físico la física no los explora. No los incluye en su inventario temático porque los considera algo preliminar, y en cierto modo una obviedad; considera, por utilizar los términos de Einstein, que si nuestra razón dejara de asumir tales presupuestos " la ciencia física en el sentido usual del término" sería imposible. La ciencia física y el orden cotidiano simplemente:
Evocaba en una columna reciente al cuadro de David sobre la muerte de Sócrates, y que tiene co-protagonista en su amigo Critón, que posa su mano sobre el muslo del filósofo en la escena central de la secuencia. Consumada la tragedia, podemos imaginar a Criton ante el cuerpo aun presente pero ya sin vida, viendo causa de la tremenda irreversibilidad de tal hecho en la ingestión de la cicuta. Y sabiendo que siendo él mismo hombre comparte con Sócrates lo esencial de los rasgos biológicos infiere la conveniencia de no beber nunca esa pócima, pues lo que advendría, por determinado o pre-fijado, es para él pre-visible. Tiene certeza de que al frenar un arrebato hacia el cuerpo de Sócrates (un beso conmovido inmediatamente después de la ingesta por ejemplo) evitó que la cicuta afectara por contigüidad o contagio a su propio organismo, y da por supuesto que la agonía del individuo Sócrates no es agonía de los individuos del entorno, que viven su compasión desde la independencia de su propia localidad o sitio (1). No olvida que Sócrates y él mismo tenían (como la tierra y la luna) rasgos ya propios indisociables de su mutua influencia, pero sabe que la muerte, como la vida, no es holística, y no duda de que pese a esa comunidad entre ambos es el individuo diferente Sócrates, y sólo Sócrates, el que ahora yace. En fin, se dice quizás que ya perdidas esa razón y palabra distintivas de Sócrates poco perdura del filosofo en esa substancia corporal que ahora reposa en el lecho y que (al igual que antes el propio Sócrates) es susceptible de ser movida hacia el sepulcro, y que consumará su corrupción tal como lo hubiera hecho aun en el caso de que desaparecidos los humanos nadie ya la contemplara ni para nadie fuera presencia de una dolorosa ausencia.
Por ello será necesario seguir retomando la cuestión, desde diferentes ángulos, en especial por lo que se refiere al principio de realismo, que merecerá capítulo aparte, preguntándonos qué se ha hecho de ellos, qué lugar ocupan en la jerarquía del conocimiento, dada la auténtica conmoción que para nuestras representaciones de la Physis han supuesto la física del siglo XX y en particular la Mecánica Cuántica.
 
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(1) "Después de que lo mataron le echaron tierra en la boca/ No es lo mismo ver morir como cuando a uno le toca", dice una admirable canción mejicana.
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19 de febrero de 2013
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El bien al que el ser humano nace predispuesto

En la película de Bernardo Bertolucci "El último emperador", el protagonista, que ha sido entregado por sus captores rusos a los revolucionarios chinos, se abre las venas en su celda, siendo sin embargo salvado por uno de los encargados de su re-educación. Esta tiene todas las características de un lavado de cerebro, y sin embargo, a fin de justificarla, a fin de que los prisioneros entiendan porque no se los fusila, el responsable afirma: "nosotros creemos que todo ser humano nace predispuesto al bien", en el entendido que, en última instancia, lo que se les reprocha es causa de una sociedad perturbadora de la propia naturaleza humana. El personaje hace obviamente referencia a la tesis (entre nosotros un tiempo absurdamente abandonada) de la alienación social como base de la reducción de los animales humanos a difuminadas sombras de lo que pudieran haber sido. Alienación traducida en los prejuicios adquiridos, en los sistemas de valores a los que se responde, en la interiorización de la represión...y en la base, la lógica inherente al sistema productivo, en el que el beneficio es la causa final. Todo ello sería lo que envenena al hombre.
Cabe sospechar que tras lo que el personaje de Bertoluci entiende por bien se encubre una gran falacia. Y sin embargo no parece aventurado decir que todo ser humano nace efectivamente con una inclinación, algo que cabe llamar un instinto, hacia el bien de su especie, hacia el despliegue y salud de la misma, pues de lo contrario habría que afirmar que el hombre se comporta contrariamente a lo que la naturaleza parece imprimir en todas y cada una de las especies. Este instinto de la especie se haya en la base de la inclinación a la propia expansión y la propia salud, hasta el extremo de que si el ser humano es conducido a repudiarse a sí mismo, si renuncia a su propia fertilidad y realización, si ya no aspira a ser cabalmente un ser humano, ello ha de ser entendido como síntoma de que previamente ha perdido su confianza en la especie. O en otros términos: el nihilismo respecto a sí mismo viene siempre precedido de un nihilismo respecto de la humanidad. Una cosa es sentir que las fuerzas para realizarse plenamente como humano se agotan, y otra muy diferente es sentir que nada de lo que el ser humano, y por ende nada de lo que puede realizar uno mismo, vale la pena.
La apuesta que entonces se hace por la propia vida es ya entonces una apuesta deshumanizada. Lo que cuenta no es ya el subsistir de un ser de razón y de palabra, sino el propio subsistir y los medios para ello solo serán baremados por el criterio de su eficacia, incluso si se trata de la reducción de los demás humanos a instrumentos de sí mismo.
Y nada tiene de extraño que este tipo de objetivo canalla haga en general excepción cuando se trata de los suyos, en general concretizados en su descendencia y en su patria, las cuales han de llegar a primar sobre las otras descendencias y las otras patrias. Pues perdido el instinto de lo humano, perdida me atrevo a decir la disposición a que prime el pensamiento y el lenguaje, es cuando precisamente surgen las proyecciones ideológicas sustentadas en la imaginaria esperanza de prolongarse uno mismo, ya sea en abstracciones como la patria, ya sea en organismos como el propio fruto biológico, asunto este último particularmente escandaloso. Por decirlo llanamente: no es lo mismo desear tener progenitura respondiendo al instinto de que la humanidad perdure en el ciclo de las generaciones, que desear progenitura respondiendo al deseo de perpetuarse en otro yo, en un ser humano que eventualmente puede (y hasta debe en tal lógica) convertirse en instrumentalizador de otros humanos. En contrapunto, el deseo de ser plenamente humano puede revelarse antitético al deseo de pervivir teniendo un paradigma de tal oposición en la elección socrática, en su voluntad de tomar la cicuta antes de dejar de vivir en conformidad a lo que él estima que es el vivir del hombre.
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14 de febrero de 2013
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Contemporáneo juicio a Sócrates

Recientemente he tenido ocasión de participar en un ciclo sobre política y filosofía que se ilustraba con el cuadro de Jacques -Louis David "La muerte de Sócrates", en el que el filósofo coge decididamente la copa con el mortal veneno, indiferente a los ruegos de su amigo Critón que apoya la mano sobre su muslo. En su lienzo, David introduce asimismo a Platón, que de hecho no estuvo presente, situado en un ángulo con expresión desolada e impotente. Conviene recordar porque muere Sócrates enfatizando el hecho de que esta muerte es indisociablemente por la causa de la verdad y por la causa de la pólis. Sócrates es juzgado y condenado por no dar aliento a creencias arraigadas, como la de los dioses ancestrales, pero sobre todo por corromper a la juventud. Y es de señalar que le condena no un régimen tiránico, sino el restaurado régimen democrático de Atenas. Signo en ello de que la opinión compartida no es necesariamente la opinión fundada, y que la sumisión a la mayoría puede ser sumisión ala ceguera a la esclavitud o a ambas.
¿No era pues cierto que Sócrates corrompía a la juventud? Si por corromper se entiende desterrar en el espíritu de los jóvenes ciertas convicciones que fortalecían el estado de cosas imperante, desde luego los corrompía y esta corrupción podría eventualmente ser un peligro para la ciudad. Porque es cierto que en ocasiones el equilibrio social necesita de la aquiescencia a algo que de ser contemplado en sí sería denunciable. Cabe dar un ejemplo concreto relativo a nuestras sociedades.
Supongamos que los sindicatos de un país convencen a sus adherentes de que trabajen mayor número de horas, acepten normas que incrementan la productividad, reducción de momentos de asueto, control del número de veces que se acude a los servicios, etcétera , todo ello con estabilidad o incluso disminución de los salarios globales. Supongamos asimismo que se les convence también de no oponer resistencia en caso de suspensión sin indemnización de sus contratos.
Es desde luego posible que ello se traduzca en un incremento de competitividad, mayores exportaciones, superavit en la balanza de pagos, aumento de la contratación, disminución del paro, mayores aportaciones a la seguridad social, garantía de las pensiones, inversión en educación, cuentas públicas saneadas, y sobre todo... disminución de la angustia provocada por el miedo a quedarse sin trabajo y ser así arrinconado a los arcenes de la sociedad. A ello se añadiría el sentimiento de pertenencia a un país de gente responsable, disciplinada y trabajadora, por oposición a tantos otros países en los que la inclinación al non far niente (pronto tendiente a ser calificada de "natural" ) determina un comunidad pobre, insegura, e inclinada a la explotación parasitaria de las comunidades productivas. El sur de los "tartesos que se tumban panza arriba"... y que hoy para cada uno en Europa tiene su propia proyección. Pues bien:
Supongamos que en estas condiciones alguien está convencido de que la cadena virtuosa tiene base en una premisa insoportable para la dignidad humana. Este hombre se empeña en proclamar que el sistema con tal cimiento reduce la vida de los ciudadanos al círculo que los franceses designan como travail, metro, tele, dodo, metro, travail... (trabajo, metro, tele, cama, metro, trabajo) y que tal vida es incompatible con las condiciones de posibilidad de que el hombre fertilice y actualice las potencialidades que hacen lo específico de su naturaleza.
Supongamos que el perturbador, convencido de la capacidad crítica de los seres humanos empieza a relacionarse con algunos jóvenes (o no tanto), a los que conduce con astucia a reflexionar sobre el asunto, hasta llegar a convencerse por sí mismos de que ese mundo que parece asentado reposa en realidad sobre una ciénaga. Supongamos que algunos de ellos intentan ser consecuentes con su espíritu crítico, y empiezan a resistir a los imperativos, hasta ese día considerados sagrados, de lucha por integrarse en el sistema productivo. Obviamente el sistema, que podemos perfectamente suponer democrático, empezaría a sentirse amenazado y desde luego tomaría medidas contra el aguafiestas, que efectivamente estaba socavando en el alma de los jóvenes la apariencia de cimientos que les permitía sentirse miembros de una sociedad sana y hasta de una sociedad libre.

¿La filosofía da miedo? Obviamente como da miedo toda confrontación a la verdad. Y la verdad ahora está amenazada por un conjunto poderosísimo de ideas masticadas que domestican el alma hasta la reducción y hacen compatible la existencia pasiva y sumisa cuando no alcahuete con la tiranía en un universo de paz imaginaria.
¿Qué hubiera hoy denunciado Sócrates? Desde luego los cantos a una libertad que sería compatible con una vida objetivamente esclavizante, el encubrimiento de la objetiva situación con creencias edulcorantes de nuestra condición, la ternura común que hace negar la contradictoria verdad de la dialéctica social en nuestro mundo. Hubiera en suma denunciado tanto la alienación objetiva como la inclinación subjetiva a encubrirla con falsas querellas, de tal manera que la miseria se reserva para los sueños en los que "sapos reales pueblan el jardín imaginario". Pues es sabido que dónde no hay asunción florecen los síntomas y desde luego síntomas radicales son en Europa la proliferación de discursos que buscan en la anatematización del otro la ausencia de entereza y abierta respuesta a las causas objetivas de la máquina deshumanizadora.
¿Qué perspectiva deja a la causa del ser humano todo orden social, ya sea garantizador de la subsistencia y de determinadas "libertades", que pasa intrínsecamente por la subordinación de un individuo humano a otro individuo o grupo de individuos con intereses no coincidentes con los de la humanidad? ¿Qué decir por ejemplo de un estado de cosas en el que un ser humano tiene su cotidianidad marcada por un trabajo mecánico, cuyo único beneficiario es un grupo con objetivos indiferentes tanto a los intereses de su trabajador como a los de aquellos mismos a los que va destinado ese producto innecesario e insalubre, o a la salvaguarda de la naturaleza directamente amenazada por la fabricación del mismo?

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12 de febrero de 2013
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Cotidianidad y sumisión a los principios

Es posible que durante un tiempo vivamos en la ilusión de que alguno de los principios sintetizados en la reflexión anterior no rige, o no rige en todos los casos, pero hay razones para creer que su interiorización más o menos progresiva constituye el proceso por el cual llegamos a mantener un lazo ordenado con el entorno. En cualquier caso el presuponerlos constituye un requisito en la disposición de espíritu que caracteriza al que se dedica a la física, y su eventual puesta en tela de juicio a partir del trabajo de los propios físicos, supondría desde luego una radical revolución.
Y como hemos visto, a los principios propiamente dichos se asocian conceptos sin los cuales ni siquiera serían enunciables. Así, al referirnos a cosas que no se hayan en relación de contigüidad estamos hablando de que mantienen una distancia espacial, y al hablar de causa y efecto estamos presuponiendo una dirección en la secuencia (de la causa al efecto y no a la inversa) que responde a la irreversibilidad que denominamos tiempo. Además todo lo que acontece se lo atribuimos a lo que es substancial o subsistente, es decir, a lo susceptible de movimiento o de reposo, susceptible de cantidad de movimiento, substancias aristotélicas o materiales y no meras abstracciones. El conjunto de todo ello operando de manera subyacente en nuestros juicios y razonamientos posibilita nuestras representaciones y relatos sobre los acontecimientos en el mundo.
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7 de febrero de 2013
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Compendio de los principios

Preliminar

 

En varias ocasiones he tenido ocasión de recordar aquí la queja de Newton de no haber logrado deducir de los fenómenos la razón o causa de la gravedad. Ello no le impide describir matemáticamente los fenómenos gravitatorios y efectuar un generalización por inducción a la que, para gran escándalo de algunos, califica de Filosofía, aunque añade la coletilla experimental. La filosofía no puede ser meramente experimental porque entre su vocación está el explicitar los cimientos que sustentan toda experimentación posible. Principios en lo que ahora nos ocupa relativos a la física, pero que también podrían ser relativos a la matemática, como por ejemplo el principio de no contradicción, axioma fundamental de esta disciplina, pero del cual el matemático jamás se ocupa explícitamente (salvo para denunciar que algo lo contradice). El físico se atiene a principios que el metafísico explora, pero ¿cuales son pues estos principios? Retomo corregido un esbozo de respuesta ya aquí avanzado.

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Por gemelos auténticos que dos hermanos J y L sean, si se encuentran en lugares alejados nadie espera que una acción física sobre J, tenga asimismo efectos en L (las cosquillas en el uno no provocan la risa en el otro, dice socarronamente un cronista científico). Este es el principio de contigüidad que posibilita un segundo enunciado cuando es considerado en perspectiva local: todo fenómeno físico que quepa observar en R es independiente de las observaciones que en paralelo puedan hacerse en J. Calificado entonces de principio de localidad este segundo enunciado pone mayormente de relieve la independencia de quien se encuentra protegido por el hecho de tener un lugar o espacio propio. (1)
 
 
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La tierra y la luna se influyen mutuamente, influencia reflejada por ejemplo en el fenómeno de las mareas, y cuando reflexionamos sobre esta influencia mutua estamos pensando en el complejo tierra-luna como un todo. Ello sin embargo no nos hace pensar que la tierra y la luna han dejado de existir como entidades separadas, cada una de las cuales tienen sus propias determinaciones. Seguimos considerando a la tierra como una cosa dotada de propiedades que forman un individuo, es decir, un conjunto unificado o indiviso, separado de ese otro conjunto indiviso que es la luna. Principio de individualidad que asimismo (basta reflexionar un instante) está implícito en nuestro lazo inmediato y cotidiano con el entorno natural.

 

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Sabemos que el alcohol que estamos ingiriendo nos producirá muy probablemente una crisis hepática, y al no dejar de ingerirlo tenemos quizás el molesto sentimiento de que nosotros mismos estamos siendo la causa de nuestro (lamentable) estado futuro. Pero una vez inmersos en la resaca no tenemos la menor esperanza de poder influir sobre la situación que la provocó. Interna certeza de la imposibilidad de intervenir sobre el pasado, que, junto a la certeza de que todo lo que acontece tiene causa, da testimonio de nuestra profunda interiorización del principio de causalidad.

 

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Ante ese malestar provocado por ingesta de alcohol, constatamos que fue un alivio el tomar un caldo de verdura y así, en la siguiente ocasión, volvemos al mismo remedio, dando por supuesto que, siendo las circunstancias coincidentes, los efectos del caldo en nuestro cuerpo también lo serán. Y de no darse el resultado, concluiremos que en realidad estábamos equivocados, diremos o bien que las condiciones de nuestro organismo diferían, o bien que al caldo le faltaba o sobraba algún ingrediente. Esta razonable conclusión significa simplemente que funcionamos en conformidad al principio de determinismo, por el cual el devenir de dos cosas o circunstancias idénticas es asimismo idéntico, salvo intervención desconocidas variables en el arranque que permitirían hablar de similitud pero no de identidad o de influencias exteriores en el proceso. Y en su vertiente cognoscitiva este principio nos dice que si tuviéramos el conocimiento de todas las variables en el arranque de un proceso no sometido a nuevas influencias (ese proceso que constituye el mundo por ejemplo) podríamos prefijar cada uno de sus eventos. (2)

 

***

En fin, nos relacionamos con esas cosas del entorno dotadas de propiedades, con el sentimiento bien anclado de que las mismas no dependen de nosotros, contrariamente a las representaciones que nos hacemos de ellas, las cuales obviamente no se darían sin nosotros, y que en el mejor de los casos nos ayudan a relativizar la barrera que nos separa de las primeras. Las cosas, en suma, tienen su ser y su devenir y seguirían teniéndolos, aun en el caso de que no estuviéramos nosotros como testigos. Principio este de la independencia de las cosas en relación al pensar de las cosas, que lleva el nombre de realismo. Principio muchas veces puesto en tela de juicio en la historia de la filosofía aunque ha de quedar claro que no se pone en cuestión la apariencia del principio, es decir la diferencia entre la reductibilidad de nuestras representaciones y la irreductibilidad, la resistencia a nuestra subjetividad, de lo que tiene los caracteres de lo físico.

 

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(1) La vinculación de ambos enunciados queda puesta de manifiesto en el siguiente: "Sean A y B dos entidades físicas no contiguas y sea p una propiedad de A. Entonces tal propiedad no puede ser alterada instantáneamente por una intervención en B" Así pues para que se de eventualmente una influencia como la señalada se necesita tiempo, de hecho el tiempo necesario para que el efecto se propague a través de la secuencia de entidades contiguas que se dan entre A y B y que garantizan la ausencia de vacío.

Existe una versión restringida de este principio de contigüidad-localidad que dice así : "Aunque hubiera manera de ejercer una influencia instantánea de B sobre A, esta influencia no podría ser utilizada para enviar una señal. O dicho de otro modo: no podemos comunicar nada a velocidad superior a la velocidad de la luz. La terca constancia de esta versión restringida del principio tendrá enorme importancia a la hora de ponderar la verdadera trascendencia ontológica de ciertos experimentos de la física contemporánea. Doy desde ahora un avance:
Una acción instantánea entre dos entidades no contiguas supone un "intervalo" menor que el intervalo, digamos I, de tiempo que la luz tardaría en superar la distancia entre ambas. Ahora bien, en relación a esa distancia el menor intervalo temporal es I. Por consiguiente, tal acción a distancia trasciende el tiempo. Si las acciones instantáneas de las que parecen dar testimonio ciertos experimentos físicos permitieran enviar señales, ello supondría la posibilidad de transmisión de información fuera del tiempo.
 

(2) Es casi obvio que el determinismo es difícilmente incompatible con el concepto de emergencia que nos ocupará en una reflexión ulterior.

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5 de febrero de 2013
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Libertad: individuos humanos exclusivamente al servicio de la propia especie

"El individuo de la especie humana sólo puede estar al servicio de la propia humanidad" decía, lo cual hace en primer lugar erigiéndose en paradigma de tal humanidad, desarrollando en sí mismo las potencialidades que hacen su naturaleza, y en segundo lugar aboliendo las barreras que impiden la realización de esta naturaleza en los demás humanos.
En esta no subordinación a otra cosa que a su propia esencia, en este rechazo de toda alienación, consiste la libertad del hombre, aquello sin lo cual simplemente no hay efectiva humanidad, suponiendo incuso un amenaza para el propio orden natural. Pues que el hombre sea o no un buen cuidador de la naturaleza depende en gran parte de su propio equilibrio, índice del grado de realización de sus expectativas. Pero la especie humana decididamente va mal si la libertad de los humanos no se da, si grupos de hombres son instrumentalizados por grupos de hombres, cuyos intereses carecen de universalidad.
Sin libertad no hay pensamiento y sin pensamiento no hay realmente humanidad. Por ello cabe decir que va contra el orden natural el convertir a un individuo humano en instrumento de intereses que no sean los de la humanidad en general.
Es de señalar que, tratándose de las demás especies animales, no cabe sobrecargar la exigencia de cuidado con aspectos relativos a este respeto de la voluntad racional que, por definición, sólo se dan en el caso del hombre. Autodeterminarse, y hacerlo de tal manera que la ley social esté protegida en sus esenciales imperativos, es cosa de hombres y tan sólo de hombres. La realización del animal no exige cumplimiento de los contenidos de una voluntad de auto determinación. De ahí que el lobo ahora convertido en sabueso auxiliar en la caza, sigue en lo esencial viviendo en conformidad a su naturaleza, sin que esta se halle esencialmente perturbada por el hecho de que esté ahora sirva los intereses de la especie humana. Si lo estaría por el contrario si la domesticación llegara hasta la reducción hasta la conversión en ese animal carente de función natural que es tan a menudo el animal urbano.
Y avanzo una pregunta: ¿que decir en esta perspectiva de todo orden social, ya sea garantizador de la subsistencia y de determinadas "libertades", que pasa intrínsecamente por la subordinación de un individuo humano a otro individuo o grupo de individuos con intereses no coincidentes con los de la humanidad? ¿Qué decir por ejemplo de un estado de cosas en el que un individuo tiene su cotidianidad marcada por un trabajo mecánico, cuyo único beneficiario es un grupo con objetivos indiferentes tanto a los intereses de su trabajador y a los de aquellos mismos a los que va destinado ese producto innecesario e insalubre, como a la salvaguarda de la naturaleza directamente amenazada por la fabricación del mismo ?

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29 de enero de 2013
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El imperativo ecológico y la causa del hombre

Como en el mito bíblico de Noé, el hombre cuida (hasta el extremo de erigirse en garantía de su subsistencia) aquellas especies que le son beneficiosas, e incluso aquellas que potencialmente amenazantes son necesarias al equilibrio natural. Pues deseando la preservación de su propia especie el hombre ama naturalmente la variedad y complejidad del orden natural que es condición de su existencia. En suma: Infracción a la causa ecológica es (en términos kantianos) tener un comportamiento que no responde a la máxima subjetiva de acción de mantener la salud y fertilidad del orden natural, dado que ello es corolario del primer imperativo moral de contribuir a la plenitud de la propia especie humana.
Algunas de las especies potencialmente dañinas para el hombre, como es el caso de ciertos predadores, pueden ser puesta a su servicio en el proceso de domesticación al que arriba me he referido. Y ha de enfatizarse el hecho de que hay una domesticación compatible con la afirmación de las especies en lo que tienen de genuino y otra muy diferente cuyo resultado ( a veces ni siquiera explícitamente buscado) es un animal en el que ya no cabe reconocer las características que singularizan a su especie. Sólo esta segunda es nociva desde el punto de vista de la exigencia ecológica de preservación de la naturaleza en su intrínseca variedad.

***

Es por afirmación de la propia especie humana que toda especie animal que contribuya al saludable equilibrio del orden natural ha de ser objeto de atención y cuidado del hombre. Mas cuando el objeto es la propia especie humana no basta con garantizar las potencialidades que comparte con otras especies; el cuidado del hombre toma forma de respeto, es decir, conlleva el imperativo de su no instrumentalización. Un individuo de la especie humana no puede estar al servicio de otra especie animal, pero tampoco puede estar al servicio de otro individuo de la propia especie. El individuo de la especie humana sólo puede estar al servicio de la propia humanidad.

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24 de enero de 2013
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El Boomeran(g)
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