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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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Tragedia y plenitud del hombre

"...Así queda el hombre determinado por la propiedad privada, como en Lutero queda determinado por la Religión"
En el tercero de los Manuscritos económico-filosóficos, de Karl Marx (conocidos como Manuscritos del 44), en un análisis de la relación entre propiedad privada y trabajo, el autor enfatiza la diferencia entre lo que sería un comunismo ingenuo, inevitablemente abocado al fracaso por no haber pensado de manera suficientemente aguda las condiciones de posibilidad de realización del ideario, y el comunismo que resultaría de una superación de las estructuras, económicas, políticas e ideológicas imperantes de lo cual sería índice mayor la abolición efectiva de la propiedad privada, sin que el fantasma de la misma siguiera determinando, de manera subyacente, la sociedad y las mentes. Sólo esta durísimo combate triunfante contra lo que hoy es tomado como algo co-substancial al hombre, como una suerte de universal antropológico, conduciría al comunismo, descrito por Marx en términos que llama inevitablemente la atención, tanto por la radicalidad del contenido como por la exaltación del tono:
"El comunismo como superación positiva de la propiedad privada en cuanto auto- extrañamiento del hombre, y por ello como apropiación real de la esencia humana por y para el hombre; por ello como retorno del hombre para sí en cuanto hombre social, es decir, humano; retorno pleno, consciente y efectuado dentro de toda la riqueza de la evolución humana hasta el presente. Este comunismo es, como completo naturalismo = humanismo, como completo humanismo = naturalismo; es la verdadera solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, la solución definitiva del litigio entre existencia y esencia, entre objetivación y autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y género. Es el enigma resuelto de la historia y se conoce como tal solución"(1)
El comunismo al que Marx aquí se refiere sería pues esa etapa del devenir humano en la que el hombre puede descifrar el sentido de su ser en el mundo, superando la vivencia polar entre su pertenencia a la animalidad y su condición de ser de palabra, entre su sentimiento de sumisión al determinismo natural y su imperativo de libertad etcétera. Avanzo una pregunta que seguramente el lector ya se habrá hecho: ¿esta el pensador afirmando que el comunismo es algo así como la comunión de los santos, una suerte de sofisticada versión de la parusía cristiana? Obviamente no. Ni Marx ni nadie en su sano juicio puede poner en cuestión el hecho de que la existencia humana es esencialmente trágica, e incluso que en tal tragedia reside lo irreductiblemente valioso de nuestra condición "le meilleur témoignage que nous puissions donner de notre dignité" (" la mayor prueba que podemos dar de nuestra dignidad") de los versos de Baudelaire.
A nadie le pasa por la cabeza que quepa una sociedad humana en la que no se de contradicción entre impulso vital y astenia provocada por la enfermedad o la vejez, entre deseo de creación y sentimiento de límite, entre deseo del otro y libertad esencial de ese otro (deseo pues del otro en su libertad). A nadie pasa por la cabeza en suma que la vida humana no se halle, en todo momento y en toda circunstancia intrínsecamente, amenazada por la contradicción. ¿Qué quiere decir pues Marx en sus exaltadas proclamas sobre el comunismo ? Pues simplemente que lo doloroso del destino humano en modo alguno debe ser confundido con la indigencia material y espiritual, que una vida de confrontación a lo esencial sólo se da cuando las vicisitudes relativas a la subsistencia no son ya determinantes, que el hombre calificado en esos mismos Manuscritos de "total" (fruto de la sociedad cimentada sobre las ruinas de la sociedad marcada por la propiedad privada) se halla en las antípodas del animal humano reducido en su esencia, que oscila entre las horas de esclavitud y el ocio narcotizante.
La abolición positiva de la propiedad privada sólo puede ser "apropiación real de la esencia humana por y para el hombre" en la medida en que con tal acto de socavamiento del edificio de la alienación daría comienzo simplemente la vida cabalmente humana, que incluye la asunción plena de la tensión inherente a la dialéctica entre finitud de la condición animal y saber de tal finitud, en el origen quizás de todas las vicisitudes trágicas de la condición humana: "Esclavitud versus Tragedia" escribía aquí mismo en otro momento en relación a las consideraciones de Max Pohlenz sobre la libertad griega.
El texto de Marx tiene no sólo un trasfondo, sino un trasfondo perfectamente racional. Cabe incluso decir que es un texto heredero de las más nobles aspiraciones de la razón, las que, desde el arte a la política pasando por la filosofía y la ciencia, engrasan la actividad del espíritu humano. Marx dice algo en este magnífico párrafo que no está hoy vigente en los discursos de los políticos ya se presenten como liberadores, pero ello simplemente porque la política ha renunciado a su esencia, no por que Marx fuera presa de un desvarío.
Marx tiene en mente que la abolición de la propiedad privada tendría como corolario que el lazo concreto, pleno de diferencias y oposiciones, con los demás integrantes del todo social, sería vivido como constitutivo de la propia identidad, de tal manera que el mal o bien del otro vendría a ser el mal o bien propio. Atrás quedaría entonces el espejismo consistente en pensar que cabe el goce exclusivamente propio o goce sin relación; atrás quedaría el espejismo consistente en pensar que uno es el que es, con independencia del ser de los demás: "los sentidos y el goce de los otros hombres se han convertido en mi propia apropiación. Además de estos órganos inmediatos se constituyen así órganos sociales, en la forma de la sociedad; así, por ejemplo, la actividad inmediatamente en sociedad con otros, etc., se convierte en un órgano de mi manifestación vital y en modo de apropiación de la vida humana", escribe al respecto.

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(1) Cito aquí la edición en castellano preparada por Juan R. Fajardo disponible en Internet, en algún momento ligeramente modificada.
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21 de marzo de 2013
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De las falsas querellas al nihilismo

El proseguir año tras año abrasando la vida entre artificiosas querellas, puede tener como consecuencia el nihilismo. El sentimiento de general impostura se impone entonces. Se siente que aquellos que un tiempo atrás uno consideraba verídicos, o bien han dejado de serlo...o bien nunca realmente lo fueron. Lo de menos es que ello afecte a la clase política. Lo tremendo es cuando el nihilismo afecta a aquel cuya función esencial es dar testimonio de veracidad, cuando afecta al artista, al filósofo, o al explorador de las fronteras de la ciencia. Pues, no hay disposición artística ni cognoscitiva compatible con el conformismo, con la convicción de que la impostura es algo tan generalizado como en última instancia normal. En este terreno no vale la máxima de "Al Cesar lo que es del Cesar". Es un hecho que el artista puede sufrir una suerte de esquizofrenia entre abismos de indigencia moral y exigencia creativa, y al respecto ni siquiera es necesario evocar casos extremos como el del canalla Celine. Pero no hay manera de ser un pequeño burgués en el momento mismo en que se aspira a forjar una metáfora o avanzar un concepto.

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19 de marzo de 2013
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La condena al mal contingente

En alguna ocasión he evocado aquí el libro de Max Pohlenz La libertá greca en el que se recuerda el vínculo entre la condición del ciudadano y la asistencia al teatro, siendo los esclavos los únicos que estaban a priori excluidos de lo que en la representación trágica se dirime.
La cuestión es de total actualidad en un momento en que parece que nuestra atención está exclusivamente canalizada hacia el mal contingente, mal del que la sociedad constituye la matriz en lugar de servir de contrapunto.
Es abrumador que no quepa detenerse en lo que de inevitablemente trágico tiene la condición humana, y es duro corolario de ello el que tampoco quepa la exaltación y la fiesta. Ensombrece el alma el que sólo quepa enfrentarse a la miseria empírica, que una sociedad mínimamente sana hubiera conseguido relativizar. Ensombrece el alma que no haya forma de confrontarse a los retos auténticamente esenciales que tiene el hombre. Ensombrece el alma que las artificiosas querellas generadas por un sistema social mutilador de lo humano excluyan del horizonte ese "problema total de la existencia" al que se refiere Marx al final de los Manuscritos del 44.

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14 de marzo de 2013
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En torno al principio de individuación

Como expresión complementaria del principio de individuación, al que me refería en la columna "Compendio de los principios", añadiré aquí desde ahora dos principios de Leibniz de enorme peso, con un pequeño comentario.
Principio de identidad de los indiscernibles: Si todo predicado atribuible a x es atribuible a y, siendo cierta la recíproca, entonces x e y son indiscernibles. Y los tales indiscernibles comparten identidad.
Principio de indiscernabilidad de los idénticos: Si x es realmente idéntico a y (es decir, si su diferencia es puramente nominal), entonces todo predicado atribuible a x es atribuible a y o viceversa, no pudiendo en consecuencia ser discernidos (puesto que discernir es encontrar diferencias)
En relación al primer principio se añade el problema suplementario de si el lugar que una entidad ocupa es uno de los predicados exigidos por el mismo, es decir si para ser realmente idéntico hay que compartir también el sitio. En tal caso no podrían darse múltiples copias de lo idéntico. Sin embargo la posibilidad de la multiplicidad de individuos idénticos queda abierta si el sitio es una determinación extrínseca y no un predicado de la cosa; podría entonces lo idéntico proyectarse en diferentes sitios. La ciencia del situs sería en este caso la ciencia de lo propiamente individual sin diferencia de identidad. Y hasta cabría decir que la mecánica clásica, que distingue por las propiedades espaciales vinculadas al tiempo, se inscribiría en esta línea.
En suma: si el situs no cuenta entre las propiedades identificatorias cabría lo idéntico en diferentes sitios. La ciencia del situs sería pues la ciencia de lo propiamente individual sin diferencia de identidad.
Y hasta cabría decir que la mecánica clásica, que distingue por las propiedades espaciales vinculadas al tiempo, se inscribiría en esta línea. Sin embargo, todo ello es mucho más problemático si consideramos la mecánica cuántica dónde se ha mostrado empíricamente que un cierto tipo de partículas idénticas pueden no ser distinguibles una de la otra, ni siquiera por el sitio. ¿Cabe pues referirse a una pluralidad de individuos no diferenciables por propiedad alguna y tampoco por el lugar que ocupan? Esta es alguna de las interrogaciones que en esta reflexión juegan un papel central.

 

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12 de marzo de 2013
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Newton, Einstein, Aristóteles

No creo que haya en el Corpus aristotélico un lugar en el que Aristóteles enuncie formalmente un principio de contigüidad, pero este se desprende directamente de su concepción del lugar (tópos), entendido como relación precisamente de contigüidad entre toda substancia física y la superficie de la substancia o substancias que necesariamente la envuelven
Esta concepción aristotélica del topos como superficie del cuerpo envolvente y su omniaplicabilidad como predicado de las entidades físicas, excluye la existencia del vacío, pues todo allí dónde se dé una substancia hay necesariamente otras substancias cuyas superficies envuelven exhaustivamente a la primera.
No sin pesar del propio Newton, la metafísica newtoniana ponía en entredicho el principio de contigüidad, al referirse a la gravitación como una acción a distancia, precisamente en un ámbito vacío. Y digo la metafísica de Newton porque su física hubiera podido perfectamente sortear ese escollo, limitándose efectivamente a inferir por inducción (pretendido ideal de la filosofía experimental según el propio Newton) sin añadir la conjetura de un marco a priori en el que los fenómenos gravitatorios tendrían lugar.
Ha de recordarse que Einstein defendía una posición epistemológica según la cual la eliminación del principio de contigüidad haría imposible la física, al menos en el sentido convencional del término. Y ello puede ser extendido a todos los demás principios ontológicos citados. Einstein se refiere a estos principios en sus libros llamados de divulgación, los cuales podrían perfectamente ser tildados de metafísicos pues lo esencial d los mismos es una reflexión sobre las implicaciones de su física, en un registro del que la física como disciplina particular puede perfectamente prescindir. Y un problema es que Einstein no cita sus fuentes, dando como por supuesto que todo el mundo sabe de lo que habla. Como indicaba estos principios y concretamente el de contigüidad remontan cuando mínimo a Aristóteles.

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7 de marzo de 2013
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Principios ontológicos: reflexión complementaria en torno al principio de contigüidad

Hace unas semanas presentaba aquí el listado de principios que determinan nuestra percepción de la physis (véase la columna titulada "compendio de los principios). Indicaba que la confrontación con tales principios es una exigencia metafísica de nuestra época, en la medida en la que son puestos en tela de juicio por los postulados cuánticos.
El principio de realismo, que postula la subsistencia de entidades físicas dotadas de propiedades que forjan su objetividad independiente de la percepción que de las mismas pueda tener un sujeto; el principio de localidad-contigüidad, según el cual dos cosas distanciadas y ubicadas en un continuo espacial tienen cada una derecho a una subsistencia independiente de las vicisitudes físicas que pueda experimentar la otra; el principio de individuación (vinculado de hecho al precedente), que garantiza la subsistencia de una entidad con independencia de los lazos que determinan la formación de un todo; el principio de causalidad-determinismo, que en un sentido general garantiza que a igualdad de condiciones corresponde igualdad de efectos y en un sentido restringido excluye que quepa intervenir sobre el pasado.
Voy ahora a completar aquella reflexión con un aspecto que ya ha sido considerado en otras ocasiones pero que es útil para entender el principio de contigüidad.
Dar cuenta de la physis es el primer problema al que se enfrenta la filosofía. Hemos visto que Aristóteles determina la physis como aquello que es susceptible de estar afectado por las categorías de movimiento o reposo. Por ejemplo, no es físico un ente como raíz cuadrada de 2, porque no es susceptible de estar determinado por el hecho de hallarse en movimiento o de hallarse en reposo. Pero, para Aristóteles, tampoco es susceptible de ser afectada por las categorías de movimiento o de reposo la superficie de una entidad material, por ejemplo. Entidad física es cabalmente la entidad material misma, la mesa o tal individuo animal y no atributos de tal individuo como su superficie o su color que no pueden ser separados del conjunto.
Aristóteles enfatiza además algo que podría sonar a obviedad: toda entidad física tiene lugar, Mas, ¿qué es el lugar? Responder a esta pregunta exige considerar previamente tres conceptos fundamentales, que Aristóteles extrae de un análisis del lenguaje ordinario:

-Dos cosas son consecutivas si no existe entre ellas ninguna entidad de la especie de la primera o de la segunda.

-Dos cosas son contiguas si, además de ser consecutivas, están en contacto.

-De la contigüidad se pasa a la continuidad si esas dos cosas constituyen una sola, es decir, si la frontera que las separa es, de hecho, una mera separación de partes. En otras palabras: cuando la superficie de contacto no es más que una, la relación es de continuidad.

Teniendo en cuenta lo anterior, se puede dar la definición aristotélica de lugar, tópos: el lugar de algo es la superficie del cuerpo que lo envuelve, es decir: el lugar es la superficie de aquello que está en relación de contacto con la propia superficie.
En este contexto, decir que toda cosa tiene un lugar es rigurosamente equivalente a decir que todo tiene un cuerpo envolvente. El lugar es así un modo particular de la relación entre entidades. Es, pues, la relación de contigüidad la que define el lugar. Como decía, estas referencias aristotélicas pueden contribuir a la intelección del párrafo en el que en la columna titulada "Compendio de los principios" me refería a la contigüidad y que ahora transcribo de nuevo:
"Por gemelos auténticos que dos hermanos J y L sean, si se encuentran en lugares alejados nadie espera que una acción física sobre J, tenga asimismo efectos en L (las cosquillas en el uno no provocan la risa en el otro, dice socarronamente un cronista científico). Este es el principio de contigüidad que posibilita un segundo enunciado cuando es considerado en perspectiva local: todo fenómeno físico que quepa observar en R es independiente de las observaciones que en paralelo puedan hacerse en J. Calificado entonces de principio de localidad este segundo enunciado pone mayormente de relieve la independencia de quien se encuentra protegido por el hecho de tener un lugar o espacio propio"

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5 de marzo de 2013
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Basta un animal humano

Reitero lo esencial de la tesis aquí mantenida en relación a una de las vertientes de este blog: si el orden social indujera desde la infancia a desplegar las potencialidades que nos singularizan como seres humanos, cada uno de nosotros tendería tanto a ir más allá de la lucha por la subsistencia e incluso la dignidad ornamental de su entorno, intentando ser una proyección singular de la humanidad. El hombre es el animal más social que existe, el animal intrínsecamente marcado por esa ordenación que los griegos designaban bajo el término nómos, ley, término que delimita de entrada los lazos entre hombres y que (como hemos visto en la columna titulada "Ley social y necesidad natural") sólo más adelante acabara designando asimismo correlaciones entre fenómenos físicos. Por ello cualquiera que sea la circunstancia en la que el hombre se encuentra, imperativo para él es sentir que de alguna manera su presencia garantiza ya los cimientos del orden lingüístico, simbólico y de ordenación social en general. La tesis sin embargo presta el flanco a una objeción a la que intentaré dar respuesta.
Lo contingente e irremediablemente trágico del destino humano puede hacer que una persona llegue a carecer tanto de proyección directa en el relevo de las generaciones como de lazos afectivos, más allá de los signos de respeto y consideración de los que todo ciudadano sería merecedor en una sociedad humana digna de tal nombre. Y si la ley marca los vínculos entre hombres ¿qué ley puede imperar cuando un hombre está sólo? Tremendo asunto que enlaza directamente con la idea que estoy barruntando de que ese nudo de relaciones entre seres de palabra que hace la humanidad no exige empírica pluralidad de sujetos, que la humanidad se proyecta por entero en cada uno de los sujetos que lo encarnan:
Aun careciendo de compañía, aun careciendo de alguien a quien dirigir la palabra, y de todo horizonte que permita de manera directa reconocerse en el ciclo de las generaciones, aun careciendo de objetivo para el cual sea necesario contar con los demás, el hombre lucha. Y en la hipótesis de que su subsistencia está ya garantizada, esta lucha va obviamente más allá de la misma: lucha precisamente por mantenerse como el singular animal cuyo objetivo esencial no es la subsistencia.
Aún en la soledad el hombre halla manera de que su día y vida incluya momentos de una tarea fértil para la preservación de su humanidad: tarea en la que continuamente ha de actualizar tanto sus recursos memorísticos como su ingenio, por ejemplo para el aprendizaje de nuevas técnicas, quizás triviales para los demás, mas no para quien tiene la dicha de descubrirlas por vez primera.
Aún en la soledad el hombre activa sus potencias cognoscitivas que puede llegar hasta la disposición de espíritu que caracteriza el ejercicio de las matemáticas, cuya virtud como hemos visto en el prodigioso texto de Aristóteles al respecto, va más allá de toda finalidad práctica.
Aun en soledad, el hombre se inscribe en el tiempo de manera no pasiva, conserva la memoria de fechas simbólicas y así, con independencia de si ello toma la forma de representación de un Hacedor, el hombre vive su destino como algo marcado por el entorno empírico, pero irreductible al mismo.
Aun en la soledad, el hombre tiende, en suma, a garantizar en su propio ser lo esencial de aquello que forja la humanidad manteniendo el lugar físico en que habita no meramente como una guarida, un lugar que protege de amenazas e intemperies, sino como una casa, un lugar dónde hay fuego y amplitud, es decir un lugar apto para recibir a otros hombres y compartir con ellos el alimento y la palabra.
Pues el hombre no está en soledad como podría estarlo un animal, eventualmente mejor dotado por la naturaleza si emergiera un problema de subsistencia. En la persona sola hay un ser de pensamiento y de palabra. Y su perdurar no tiene cabal sentido más que si en él sigue estando presente todo el acervo que caracteriza a la especie, y es en razón de ello que, permanentemente, esta persona habla.
¿Con quién habla pues si nadie puede escucharle? Hace ya tiempo sugería en este mismo foro que la persona que pese a la soledad se encuentra en condiciones de reivindicar su humanidad habla con aquel mismo a quien se dirige Einstein cuando, entre sus convencionales tareas en una oficina de patentes de Berna, aventura en su cabeza hipótesis para las que no había quizás entonces interlocutor competente (de lo cual es indicio el hecho de que tendrían consecuencias para nuestra representación del mundo inasumibles por el propio Einstein). Habla la persona sola con el sujeto humano, sujeto del conocimiento o sujeto forjador de símbolos, sujeto asimismo de ese imperativo por el cual, cualquiera que sea la circunstancia, mientras se dé un hombre, la ley que forja a los hombres está plenamente vigente y que, en el reino de las leyes, de ninguna manera todo está permitido. Habla en todo caso con un interlocutor que es reductible a la situación de soledad en que se encuentra, habla en suma con la matriz, presente en sí mismo del hombre.

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28 de febrero de 2013
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Cuando hacer cumplir la ley es abyecto

En varios de los momentos álgidos de la calamidad social que asola a Grecia, ciertos comentaristas europeos confluían en el argumento de que la loca irresponsabilidad de los ciudadanos griegos en los años de "bonanza" artificial había conducido al desastre. Se diría pues que en los años anteriores a la crisis los trabajadores griegos estaban en una permanente juerga, juerga que compartían con los trabajadores españoles y demás meridionales, unos y otros embarcados además en irresponsables adquisiciones de bienes y viviendas. En suma: aquellos mismos que hoy sufren las devastadoras consecuencias del desastre, serían culpables de una confianza ciega en los aspectos miríficos del sistema, culpables de una pecaminosa falta de previsión, por lo cual de alguna manera serían responsables de lo que ahora les sucede.
Esta visión es simplemente ofensiva para el montador de la industria del automóvil, el taxista o el estibador, cuyas jornadas hace un lustro (en Tesalónika, Algeciras o Marsella) podían ya como ahora alcanzar las doce horas, ciertamente entonces mejor remuneradas. Ofensa que se sigue infringiendo un día y otro, a veces en foros de los que cabría esperar discursos un poco menos ciegos, por no decir menos alcahuetes con el sistema generador de la presente indigencia.
Obviamente, esta alcahuetería resulta particularmente insoportable en los casos en los que la ofensa social es de tal envergadura que las víctimas se hallan tentadas de tirar la toalla y acabar con sus vidas. Si en Francia desde hace años hubo una secuela de suicidios de trabajadores vinculados a la telefonía Telecom, en España el asunto afecta primordialmente a víctimas del sistema hipotecario. Uno y otro caso son brutal síntoma de lo radicalmente enfermo de un sistema social que simplemente hace imposible la vida de los hombres. La memoria de los suicidas españoles pueden incluso ser objeto de ofensa suplementaria, no tanto en razón de las convicciones católicas de muchos españoles, como del desproporcionado poder de la jerarquía que representa esta confesión: jerarquía tan objetivamente indiferente al estado de cosas que lleva a la desesperación como presta a reiterar la vulgata relativa al carácter sagrado de la vida, "que sólo Dios puede arrancarnos" etcétera. Dentro del sentimiento de impotencia que esta dolorosa historia produce es inevitable una radical toma de partido que he de empezar con una reflexión.
Hay muchas razones por las que una persona puede tomar la tremenda decisión de acabar con su vida. Algunas de ellas no sólo son perfectamente compatibles con el hecho de que esta persona tenga una existencia digna y libre, sino que incluso se hacen más presentes en este caso. Pues una sociedad que garantizara la subsistencia en condiciones de dignidad y libertad sería una sociedad en la que, lejos de desaparecer, se exacerbaría lo esencialmente trágico de nuestra condición. En la encrucijada entre el equilibrio y la enfermedad, entre la exaltación por los contenidos de la vida y el sentimiento de que las fuerzas no responden, entre la intensidad de los afectos y la soledad, un ser humano puede sentirse atravesado por la idea de no esperar pasivamente que la muerte le llegue. Y la organización social nada tendría en este caso que ver con ello. Podría ocurrir incluso que la decisión de avanzar la muerte se acompañara del sentimiento de pesar, precisamente por abandonar el marco en que se despliega esta admirable cosa que es (o que habría de ser e principio) la sociedad de los hombres.
De ahí lo insoportable del hecho que ciertas personas se vean abocadas al suicidio en razón de la sociedad y no a pesar de la vida en sociedad. Estas personas han sido realmente conducidas a la muerte por aquello mismo que debería ser el marco que incita a vivir. Estas personas no han tomado la decisión de morir como resultado de verse confrontados a los abismos inevitables de la condición humana, sino por el contrario: han sido privadas por la sociedad de tener la posibilidad de vivir humanamente ( es decir en libertad y en un entorno digno) y eventualmente enfrentarse un día al problema del si su vida seguía teniendo sentido. Abocadas a morir por algo que (a diferencia de la enfermedad u otros males esenciales) podría perfectamente ser evitado. Abocadas a morir por un mal contingente, un dispositivo social generado por el ser humano pero convertido en una máquina de mutilar a la humanidad.
Esto simplemente no puede seguir así, y ello sea cual sea la secuencia y el resultado final del voto parlamentario relativo al problema de las víctimas de hipotecas. O en otros términos: hay efectiva obligación moral de desobediencia al cumplimiento de normas abyectas y ello en cualquier nivel de la cadena. No es cierto que la ley está siempre para ser cumplida. Los resistentes en regímenes de tiranía lo han tenido siempre claro.

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26 de febrero de 2013
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De la física a la metafísica…el pensamiento repara en los principios

He señalado varias veces en la vertiente metafísica de esta reflexión que Aristóteles sitúa a las entidades físicas entre aquellas que son susceptibles de hallarse en movimiento o de hallarse en reposo, cosa que no ocurre por ejemplo con la superficie de una mesa o un atributo numérico de la misma. Baste con apercibirse de que podemos desplazar una mesa o inmovilizar determinada partícula, pero no podemos desplazar la superficie de la silla, ni desde luego detener la raíz cuadrada de dicha partícula. La superficie y la línea son entidades geométricas, o sea matemáticas, como entidad matemática es raíz cuadrada de, y este hecho de que tales entidades no sean susceptibles de hallarse por sí mismas en movimiento o en reposo las distingue de las cosas físicas.
De tal manera que Aristóteles nos pone sobre la pista de aquello que más adelante se denominará cantidad de movimiento (la cual recubre el reposo como caso límite en el que la velocidad es nula), y que fue considerado (al menos hasta la conmoción cuántica e incluso aquí con matices) como un predicado omniaplicable de las entidades físicas, es decir, un atributo que todas ellas presentan necesariamente (1).
Habrá otros predicados que jugarán un papel análogo al que juegan movimiento y reposo y servirán también de criterio a la hora de discriminar lo que es físico de lo que no lo es. Sabemos ya, por ejemplo, que al igual que no son físicas las cosas matemático-geométricas, tampoco son físicas las ideas asociadas a las palabras, que (por mucho que a ciertos políticos algunas de ellas se le antojen más peligrosas que misiles) sólo pueden ser usadas como armas arrojadizas en un sentido puramente metafórico.
Señalaba antes que en la interiorización de tales "evidencias" se forja el sujeto ("ideas que somos") y que el cotidiano quehacer, y hasta el cotidiano discurrir, son como una expresión de que efectivamente legislan. Mas por el hecho mismo de intentar explicitarlas, de intentar ponerlas sobre la mesa, la disposición filosófica supone de alguna manera toma de distancia ya que, siendo la obediencia vocacionalmente ciega, no obedece totalmente aquel que reflexiona su obediencia. Y si Aristóteles tenía razones para marcar la diferencia entre el matemático y el físico, vislumbramos aquí el fundamento de una barrera entre el físico y el meta-físico, es decir aquel que, escrupulosamente respetuoso de la Física, y eventualmente estudioso de esta disciplina, no se contenta con las descripciones realizadas por la Física.
Pues la mera descripción de la physis no exige en absoluto abordar la cuestión de las evidencias y principios fundamentales. Basta con someterse a ellos y repudiar toda conjetura que los contradiga. Al respecto el ejemplo clásico de Newton al que me refería hace unos días.

 

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(1) De hecho, para Aristóteles cabalmente natural es aquello que tiene como propio y esencial el principio de ese su movimiento o reposo, es decir, el animal o la planta. Frente a lo natural los compuestos (synola) como la piedra o la carne a los que sólo conviene el movimiento y el reposo en razón de los elementos de los que están constituidos, fuego, tierra, aire, agua, que ellos si se desplazan espontáneamente a su lugar natural.
En principio, para Aristóteles, lo explícitamente expuesto a lo natural es aquello que es resultado de la techné, entendida como técnica o como arte. Así la mesa comparte con la madera el hecho de que se mueve tan sólo por hallarse constituida por los cuatro elementos, pero a diferencia de la mesa no se daría sin el hombre, technités por naturaleza, como hemos visto. ¿Qué pasa sin embargo con aquello que poseyendo vida ha sido modelado por la técnica, así un animal domesticado. Como ser animado es sin duda natural, pero sin el hombre no se daría y en tal medida es artificial Es obvio que la polaridad physis - techne no funciona bien en este caso.

 

 

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21 de febrero de 2013
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Aquello que el físico meramente asume

Los principios ontológicos a los que me refería unas columnas atrás (contigüidad-localidad, individuación, causalidad, determinismo y realismo) son al espíritu como los nutrientes que, sin reparar en ellos, posibilitan el funcionamiento de nuestro organismo. Son un bagaje operativo de manera sólo implícita tanto en la actividad ordinaria como en el trabajo del científico volcado sobre el orden natural. Pues aunque son principios rectores del mundo físico la física no los explora. No los incluye en su inventario temático porque los considera algo preliminar, y en cierto modo una obviedad; considera, por utilizar los términos de Einstein, que si nuestra razón dejara de asumir tales presupuestos " la ciencia física en el sentido usual del término" sería imposible. La ciencia física y el orden cotidiano simplemente:
Evocaba en una columna reciente al cuadro de David sobre la muerte de Sócrates, y que tiene co-protagonista en su amigo Critón, que posa su mano sobre el muslo del filósofo en la escena central de la secuencia. Consumada la tragedia, podemos imaginar a Criton ante el cuerpo aun presente pero ya sin vida, viendo causa de la tremenda irreversibilidad de tal hecho en la ingestión de la cicuta. Y sabiendo que siendo él mismo hombre comparte con Sócrates lo esencial de los rasgos biológicos infiere la conveniencia de no beber nunca esa pócima, pues lo que advendría, por determinado o pre-fijado, es para él pre-visible. Tiene certeza de que al frenar un arrebato hacia el cuerpo de Sócrates (un beso conmovido inmediatamente después de la ingesta por ejemplo) evitó que la cicuta afectara por contigüidad o contagio a su propio organismo, y da por supuesto que la agonía del individuo Sócrates no es agonía de los individuos del entorno, que viven su compasión desde la independencia de su propia localidad o sitio (1). No olvida que Sócrates y él mismo tenían (como la tierra y la luna) rasgos ya propios indisociables de su mutua influencia, pero sabe que la muerte, como la vida, no es holística, y no duda de que pese a esa comunidad entre ambos es el individuo diferente Sócrates, y sólo Sócrates, el que ahora yace. En fin, se dice quizás que ya perdidas esa razón y palabra distintivas de Sócrates poco perdura del filosofo en esa substancia corporal que ahora reposa en el lecho y que (al igual que antes el propio Sócrates) es susceptible de ser movida hacia el sepulcro, y que consumará su corrupción tal como lo hubiera hecho aun en el caso de que desaparecidos los humanos nadie ya la contemplara ni para nadie fuera presencia de una dolorosa ausencia.
Por ello será necesario seguir retomando la cuestión, desde diferentes ángulos, en especial por lo que se refiere al principio de realismo, que merecerá capítulo aparte, preguntándonos qué se ha hecho de ellos, qué lugar ocupan en la jerarquía del conocimiento, dada la auténtica conmoción que para nuestras representaciones de la Physis han supuesto la física del siglo XX y en particular la Mecánica Cuántica.
 
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(1) "Después de que lo mataron le echaron tierra en la boca/ No es lo mismo ver morir como cuando a uno le toca", dice una admirable canción mejicana.
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19 de febrero de 2013
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