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El bien al que el ser humano nace predispuesto

Por 14 de febrero de 2013 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

En la película de Bernardo Bertolucci "El último emperador", el protagonista, que ha sido entregado por sus captores rusos a los revolucionarios chinos, se abre las venas en su celda, siendo sin embargo salvado por uno de los encargados de su re-educación. Esta tiene todas las características de un lavado de cerebro, y sin embargo, a fin de justificarla, a fin de que los prisioneros entiendan porque no se los fusila, el responsable afirma: "nosotros creemos que todo ser humano nace predispuesto al bien", en el entendido que, en última instancia, lo que se les reprocha es causa de una sociedad perturbadora de la propia naturaleza humana. El personaje hace obviamente referencia a la tesis (entre nosotros un tiempo absurdamente abandonada) de la alienación social como base de la reducción de los animales humanos a difuminadas sombras de lo que pudieran haber sido. Alienación traducida en los prejuicios adquiridos, en los sistemas de valores a los que se responde, en la interiorización de la represión…y en la base, la lógica inherente al sistema productivo, en el que el beneficio es la causa final. Todo ello sería lo que envenena al hombre.
Cabe sospechar que tras lo que el personaje de Bertoluci entiende por bien se encubre una gran falacia. Y sin embargo no parece aventurado decir que todo ser humano nace efectivamente con una inclinación, algo que cabe llamar un instinto, hacia el bien de su especie, hacia el despliegue y salud de la misma, pues de lo contrario habría que afirmar que el hombre se comporta contrariamente a lo que la naturaleza parece imprimir en todas y cada una de las especies. Este instinto de la especie se haya en la base de la inclinación a la propia expansión y la propia salud, hasta el extremo de que si el ser humano es conducido a repudiarse a sí mismo, si renuncia a su propia fertilidad y realización, si ya no aspira a ser cabalmente un ser humano, ello ha de ser entendido como síntoma de que previamente ha perdido su confianza en la especie. O en otros términos: el nihilismo respecto a sí mismo viene siempre precedido de un nihilismo respecto de la humanidad. Una cosa es sentir que las fuerzas para realizarse plenamente como humano se agotan, y otra muy diferente es sentir que nada de lo que el ser humano, y por ende nada de lo que puede realizar uno mismo, vale la pena.
La apuesta que entonces se hace por la propia vida es ya entonces una apuesta deshumanizada. Lo que cuenta no es ya el subsistir de un ser de razón y de palabra, sino el propio subsistir y los medios para ello solo serán baremados por el criterio de su eficacia, incluso si se trata de la reducción de los demás humanos a instrumentos de sí mismo.
Y nada tiene de extraño que este tipo de objetivo canalla haga en general excepción cuando se trata de los suyos, en general concretizados en su descendencia y en su patria, las cuales han de llegar a primar sobre las otras descendencias y las otras patrias. Pues perdido el instinto de lo humano, perdida me atrevo a decir la disposición a que prime el pensamiento y el lenguaje, es cuando precisamente surgen las proyecciones ideológicas sustentadas en la imaginaria esperanza de prolongarse uno mismo, ya sea en abstracciones como la patria, ya sea en organismos como el propio fruto biológico, asunto este último particularmente escandaloso. Por decirlo llanamente: no es lo mismo desear tener progenitura respondiendo al instinto de que la humanidad perdure en el ciclo de las generaciones, que desear progenitura respondiendo al deseo de perpetuarse en otro yo, en un ser humano que eventualmente puede (y hasta debe en tal lógica) convertirse en instrumentalizador de otros humanos. En contrapunto, el deseo de ser plenamente humano puede revelarse antitético al deseo de pervivir teniendo un paradigma de tal oposición en la elección socrática, en su voluntad de tomar la cicuta antes de dejar de vivir en conformidad a lo que él estima que es el vivir del hombre.
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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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