"Ignora a todo el mundo!, Ignore Everybody, fue el título que escogió Hugh MacLeod para una libro clasificable entre la autoayuda personal y la ayuda empresarial que se vendió mucho en Estados Unidos durante el 2009. Junto a esta recomendación de apariencia misantrópica se ofrecía, además, una lista de otras 38 claves para conseguir la originalidad y, entre ellas, media docena de consejos con mayor relevancia. Estos son: 1) Olvidarse de lo que hoy es comercial.2) Desentenderse de lo que le vendrá bien para salir en los media. 3)Trabajar asiduamente y con seriedad. 4) Tomarse el quehacer con gusto, a ala manera de un hobby y, en absoluto, como un deber laboral o profesional.5) Saborear los momentos en los que se nos ocurre nada. 6) Mantener una vida de relativa frugalidad en todos los sentidos. Es decir, dejar, en suma que el entorno disminuya su presencia y que su desvanecimiento o su ausencia se convierta en la atmósfera donde el nacimiento inédito pueda nacer y encuentre a los sentidos hambrientos. Ignorar a los demás y la actualidad de las circunstancias no debe entenderse como equivalente a la deliberada actitud de instalarse en una isla desierta o desarrollar una negación global sobre lo ya establecido. Basta ignorar. Basta ignorarlo casi todo, serena y relajadamente. puesto que la ignorancia elimina el imperio de los maestros, las constricciones d ela historia y las determinaciones de la moda. Ignorar, por el contrario, favorece la libertad, el olvido de las pautas trazadas y transforma la responsabilidad del ejercicio severo en un mundo divertido. Lo di-vertido y lo divertido se confunden en el mismo ejercicio de la libre creación original.
En la pintura, por ejemplo, y según mi experiencia, este olvido de los otros y lo Otro se convierte, cuando se siente tal ausencia, en el máximo deleite del quehacer. Nada de olvidos hirientes, ni voluntarios, ni resentidos, ni arrogantes, sencillamente el lienzo se alza delante de mí como un cuerpo absoluto e inimitable, tal como el cuerpo de la mujer o el hombre amados se nos ofrecen desnudos y humeando amor. En el disfrute de ese amor, esa aroma carnal, no hay cánones, ni reglas, deberes, obligaciones o resultados preestablecidos ni dignos de publicidad. Se trata de un recreo en sí mismo, un recreo con el otro a quien amamos, de mí con la pintura, de eso y esto que se quieren en la conjunción. Y es, sin duda, un recreo en sentido recreativo o infantil y un recreo en el sentido de la re-creación celeste. Se tarta en suma de la creación de lo nuevo, de la faena re-creada por uno y por él mismo, a solas con el enlace del amor, ignorando a todos sin despecharlos ni recordarlos, simplemente porque no caben en esa relación. No tienen sitio ni pueden ocupar lugar porque precisamente la luminosa línea que se afina entre un cuerpo y otro, una y otra mente, no dejan más espacio que para la inspiración de la piel. De ese carácter, más o menos, es la originalidad creadora. No será igual a ninguna y necesariamente es inimitable puesto que su origen (su originalidad) no nace de otro lugar que no sea el efecto único de ser, en ese cortejo, verdaderamente, tú.
