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Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.
La crisis ha sido y es también un efecto de la narración de la crisis. ¿Tendría que suspenderse el relato? Varias instituciones desde la bolsa a las agencias de rating harían bien en no hablar durante este tiempo en que el rumor actúa con una fuerza desproporcionada. ¿Irreal? Posiblemente sea irreal en una importante proporción y no cabe descartar que los movimientos de capitales y sus consecuencias hayan tenido base en una falsedad. ¿Cómo saberlo? El grado de impostura de la que se compone esta crisis hace ver que si sus comienzos fueron el efecto de un pánico, mitad mendaz, mitad fundamentado, los padecimientos que han ido desencadenándose y los que quedan por llegar son dolores del vacío. Esta bomba de vacío mata. No hay duda de que su capacidad es terrible. Y, sin embargo ¿cómo no sentir que este terror no ha sido provocado por la coyuntura de las cosas sino por el descoyuntamiento de las mentalidades? ¿Crisis económica? ¿Crisis financiera? Más cierto sería referirse a este cambio de época como una auténtica crisis de pensamiento.
Casi todos los libros de Juan Cruz los he leído antes de estar publicado y por deferencia suya. Justamente este último libro, que se refiere a la edición de libros con entrevistas a una decena de los mejores editores del mundo será el que no tendré hasta que se fabrique y distribuya.
Digo "justamente" porque nunca vi ese texto en manuscrito y es precisamente el que más representaría los intestinos de la producción. Los autores -que son de una parte "fautores" o "creadores", como se supone en la mitología popular- son especialmente comediantes. Ningún creador es antes que nada un ser humano a secas. Es antes que nada un tipo disfrazado para empeñarse en la tarea de ser otro, decir lo que acaso no diría nunca de ese modo y, en definitiva, para impostarse en la realización, puesto que un libro es todavía un peldaño que asciende al oficiante un palmo mientras oficia en él.
Con estos ingredientes fundamentales, Juan Cruz que va de aquí para allá sin tiempo de disfrutar un sitial, ha compuesto este interesantísimo libro. ¿No lo he leído y ya me parece interesantísimo? Pues sí. Es interesantísimo porque en principio todo autor es como un rico Dios y al final, editado, el autor puede ser un pedigüeño. En la primera fase, antes de acabar el autor dispone todavía de todo. Después, cuando el libro es lo que es la pérdida es asombrosa. Un autor es el todo para el editor y el editor, aunque no se diga siempre, es el todo para todos.
Un autor es su fautor; perfectamente. Pero un autor, en la mayoría de los casos es ausente. Tan ausente debe emplazarse el autor que acaso, no por azar, la "au" de su nombre pertenece a la palabra "ausencia". En todo caso, el autor está físicamente perdido y se halla como desaparecido. Y para que esa situación no acabe fatalmente es indispensable el sello del editor que lo bautiza. Si el autor no es nada o está disfrazado o no se le conoce de nada, el editor acude para resolver este extravío en un santiamén. Mientras el "au-tor" roza la "au- sencia" el "edi-tor" roza la identidad. Somos gracias a ser editados. Nos encuentran en carne y con papel gracias a que el editor nos marca. El sello del editor es así tan importante como la denominación fundamental del autor. El editor, "ese oficio de locos" otorga naturaleza. Fija el nombre y lo ata a la expectativa del lector. En estos supuestos nada hay más de agradecer siendo escritor o lector que una editorial, como Ivory Press, piense tanto en la producción del libro. Ivory Press tiene ahora -aunque no sea para siempre- a Juan Cruz apresado en sus páginas. Para siempre no porque el Gran Houdini era un aprendiz al lado de este autor donde en más que en cualquier otro se cuumple la acepción de au-tor-au-sencia La ausencia que abunda en esos esos remotos espacios que, al viajarlos, inspirándolos, le hacen vivir como animal terrestre y nos hace, a los demás, aspirar sus vientos.
Nadie estaba más amargado que el propio autor. Sus padres, muertos tempranamente de tuberculosis y él, constipado crónico. La explicación de las obras halla siempre la base más firme en el genio y la salud del autor y no tanto en la genialidad o la finura del alma. De ahí el brío y la fecundidad de Picasso, por ejemplo.
Hasta el 2 de mayo de 2012 el cuadro más caro vendido en una subasta era uno de Pablo Picasso, pero ahora, en plena crisis, el récord lo marca un psicótico. Precisamente, mientras en el primer caso la puja es, en buena parte, por un lienzo estructurado, en el segundo es por un ejemplar deshilachado.
Pero no diré nada más de un cuadro que siempre me pareció tanto una estampa de consultorio médico como un raro logro escolar. En esa pinza de las manos tapando los oídos se desarrolla toda esta obra que, paradójicamente, grita sin gritar nada de nada.
¿Buscaba proveerse de este efecto el comprador o qué buscaba exactamente el multimillonario de los 91 millones de euros? Sin duda buscaba el poder que el cuadro encierra, convertido tanto en un bien de cambio superlativo como en una leyenda cultural (incluso a pesar de su feísimo marco) pero perseguiría también adueñarse de una coartada.
El cuadro muestra una angustia y un pavor al modo del pánico que sufre la mayoría de nuestra sociedad ante la Gran Crisis. Esta angustia sería ya similar a la náusea que en el Apocalipsis se atribuye a carnes blandas y tibias que, si han perdido su valor suculento, han ganado la catadura de mollas agonizantes. La temperatura no ha desaparecido del todo y queda allí como testigo de su padecimiento. Este ser entibiado apenas puede quejarse y menos todavía gritar. Y, ciertamente, El grito conmueve viendo cómo alguien que trata de chillar queda paralizado en su impotencia.
Pero, ¿se tapa los oídos para no oír la hecatombe exterior? Desde esta opción, el cuadro no permitirá oír nada y es así, gracias a su afasia, como la pintura gana fama. La fama del último grito.
También como en el caso de Dios, la voz no se oye. Su grandeza es tanta que Dios resultaría ridículo si se hiciera oír. Porque, ¿qué timbre posee la voz de Dios? Sencillamente la Voz de Dios es el Verbo y el Verbo no se expresa. No se verbaliza puesto que todo cuanto quepa pronunciarse pronunciado está. A los tiempos socialmente duros que caracterizaron el fin del siglo XIX (el cuadro fue pintado en 1893) corresponden los tristes momentos actuales de afonía en la revolución.
La ciudadanía grita desesperadamente pero ya no es posible resumir su profundidad. El grito se convierte en un hoyo cuyo sonido basal no alcanza a la superficie. De la misma manera, el personaje de Munch es el de alguien (dicen los exégetas) que asiste a un espectáculo tan horrendo que no puede aguantarse con todos los sentidos.
Justamente, el terror descrito en el Apocalipsis de San Juan llega a abrazar a esta última noticia de Sotheby's centrada en el grito sin sonido. Grito petrificado y puerilizado en el trazo que ya se halla dentro de la caja fuerte de un magnate.
En el Apocalipsis, el color amarillo-verdoso presente en el cuadro evoca al jinete de la muerte. Dentro de la caja fuerte se ha encerrado herméticamente la enfermedad fatal y su relincho. ¿Para que no termine nunca de vibrar? Efectivamente.
Acaso para que esta maldita enfermedad del mundo capitalista se prolongue todavía más. Para que se desarrolle, quizás, indefinidamente y, al cabo, ante el borde del abismo, no haya otro recurso que dejarse llevar por las vaharadas de sus aguas, cenagosas, falaces y corrompidas.
Hoy, por el contrario, las webcams son el gran deseo de las conferencias internacionales y no basta la voz del otro para tenerlo aquí, más cerca, más real. La imagen ha ganado mucho terreno a la imaginación. Como, de la misma manera, la emoción ha robado prestigio a la reflexión. En ambos casos la instantaneidad ha vencido al proceso y el suceso puro a su explicación. De hecho, todos los medios son ya sensacionalistas en una u otra proporción.
Internet, las redes sociales, Twitter o Facebook han logrado tanto éxito porque han venido a brotar en un momento en que existía una fuerte demanda de comunicación. Pero no ya de una comunicación a la vieja usanza, en la que se comprometía mucho el yo, sino una comunicación efímera y fragmentaria, cambiante y removible a la manera en que la cultura de consumo ha enseñado a adquirir.
Una pareja para toda la vida fue un modelo consecuente con la idea de un sólido y firme proyecto de vida. Varias parejas en la vida y, por lo tanto, de más frágil y breve duración, se corresponde con el paradigma del comportamiento consumidor. Ni las cosas duran mucho ni tampoco la comunicación personal. Ni mantenemos mucho tiempo la interrelación con un objeto ni tampoco con los sujetos.
En mi libro Yo y tú, objetos de lujo empleé el término personismo para describir esta nueva relación característica de la Red. No nos comprometemos con una persona (o con una ideología, o con una profesión o con una marca) para toda la vida. No nos disponemos para mantener un matrimonio "hasta que la muerte nos separe" y, en consecuencia, para soportar rayos y truenos con el fin sagrado de llegar ser dos "en una misma carne y en la misma sangre". Todo ello ha dejado de ser parte de la actualidad.
Lo que hacemos con las personas, a imagen y semejanza de lo que hacemos con los objetos, es consumir de cada una el sorbo que nos gusta y descartar casi todo lo demás. Y este es el gran principio que instaura la Red.
La Red comunica y abate el mortal hiperindividualismo de finales de los años noventa. La red nos enlaza. Nos enlaza pero no nos ata. Y menos para siempre. Degustamos de unos la misma afición al póker, de otros, su inclinación por el gore y de otros más, su sentido del humor. Con ninguno de ellos establecemos una vinculación integral sino anecdótica. No una vinculación universal sino parcelada. Y frágil y temporera.
Este es el mundo de hoy. El mundo que ha ido formando la cultura del consumo sustituyendo a la cultura del ahorro y la inversión cabal. ¿Bueno? ¿Malo? ¿Regular? La pregunta resulta impertinente porque aceptando que la sociedad es un organismo vivo y evoluciona mediante metamorfosis, ¿qué será mejor, el capullo o la mariposa, el gusano de seda o su crisálida primordial?
En 1843 publicó Joseph Proudhon su Filosofía de la miseria para que Carlos Marx, iracundo y sarcástico le respondiera cuatro años más tarde con su volumen La miseria de la filosofía. Se trataba, en suma, de que mientras Proudhon, apoyado en los trabajos de Ricardo, no veía otra cosa en los miserables que un destino excrementicio y sin salvación, Marx se empeñaba en distinguir entre ese abono la potencia y la esperanza de la revolución. Los pobres no lo serían para siempre y cada vez más sino que el mismo fermento de su masa daría en un movimiento mefítico que enfermaría al poderoso e invertiría saludablemente el orden social.
No hace falta decir que las condiciones históricas del proletariado antes o del "precariado" hoy han cambiado mucho los supuestos, pero no necesariamente para mal.
El "precariado" se compone cada vez más de clase media y culta. No culta a la manera que agradaría a un conspicuo premio Nobel pero sí informada (aunque sin libros) respecto a todo lo que hay. Bueno, malo y regular.
Este nuevo ciudadano, educado en la cultura de consumo, no es un patán sino un tipo crítico, escéptico, escamado y con muchas ganas de reaccionar. No hay líderes al modo de Marx o Lenin para organizar la revolución pero hay redes que hacen las veces de una levadura creciendo para la cooperación. En metáfora ecológica, no se trataría aquí de que estas gentes fueran parte de una suma de residuos sin otro destino que el vertedero sino componentes de una materia prima lista para el reciclaje en un mundo mejor.
¿Qué mundo? La actual miseria de la filosofía no ha logrado todavía esbozar una alternativa cabal. Los protagonistas del 15-M saben lo que no quieren pero aún les falta saber cómo acceder a lo que a retazos desean.
El Estado se ha hecho de una parte tan invisible y escurridizo que no es se sabe cómo dar con su corazón. Camuflado en la beneficencia hospitalaria a veces o encamado en el mismo lecho del Capital su entidad se deshace como en un caleidoscopio gigante donde se esconde mejor.
La civilización del espectáculo ha sido una película que llevamos viendo repetida desde hace lustros. Lo novedoso es comprobar como el espectáculo es la misma civilización. Los medios siempre han rebuscado en argumentos sensacionalistas y la descomunal miseria con sus injustas desigualdades sería hoy el máximo foco de atención.
En esta coyuntura, La filosofía de la miseria explotaría su deplorable contenido mientras La miseria de la filosofía conllevaría, en paralelo al texto de Marx, una denuncia de la civilización hecha espectáculo.
Porque, en efecto, si la crisis ha adquirido esta magnitud y virulencia asesina, no es solo producto de su naturaleza íntima sino resultado de haber conquistado el principal papel como personaje del espectáculo radiado, grabado o televisado. De la llamada "civilización del espectáculo" estamos de vuelta. La idea hacia el futuro es la función que desempeñan los medios de comunicación para calentar, como en un Barça-Madrid, la transmisión de los avatares de la Gran Crisis y su habilidad para convertirla en un serial que día tras día nos lleva al borde del abismo, al borde de la quiebra y al infierno de una hoguera que, el día menos pensado, puede convertir en cenizas a las piras de moribundos desprovistos de toda asistencia, de las mínimas prestaciones y hasta de una "miserable" fe en el porvenir.
Como consecuencia, en casi todos los casos, la calidad del texto importa poco y sí vale especialmente su facilidad de deglución. En los trenes, en el metro o en las playas los lectores engullen deprisa los volúmenes gordos y flacos trufados de crímenes e intrigas, que fueron best seller internacionales o que, incluso, aquí y en alguna otra parte recibieron condecoraciones literarias como si se tratara de los galardones de la posmodernidad.
No importa tener o no tradición en la novela negra. Ni tampoco para esta clase de novela negra poseer oficio cabal. El autor menosprecia al receptor escribiendo aquello que considera fácil de asimilar, papilla de papel, mientras el lector se abraza al escritor como si efectivamente viniera a procurarle una distracción tan distendida como un sudoku. En los géneros literarios, más o menos confusos desde hace años, el género policíaco se ha alzado como el absoluto emperador de todos los demás. Con buena o mala escritura el sabor del libro ofrece una supuración dulzona, entre el misterio y la inocuidad. Desde la novela histórica a la novela romántica, lo policiaco traspasa el corazón del argumento y lo da a vivir como en un único serial.
El texto, que ya en el teatro fue remitiendo en beneficio del espectáculo, en el libro rebaja su importancia en beneficio de la información. El teatro se acerca al circo y la novela a la distracción veloz. Ni uno ni otro, soslayando la exposición de pensamientos, alteran ni turban al consumidor. Dejan indemne al viajero para llevarlo distraído a su destino, dejan sin turbación a todos puesto que su fin es acabar en sí mismos y sólo recabar una porción de atención mientras se hallan en marcha. El telón cae y el libro se cierra sin pillar una pizca de mente o de cuerpo entre sus alas. Al sujeto lo tienen, ciertamente, sujeto mientras la función de ver o leer opera pero cuando la función acaba todo queda en el interior del artefacto mediático.
Ni en todas las páginas impresas ni en todas las representaciones escénicas sucede así pero la potencia del factor policíaco y circense es tan alta que el arte del futuro inmediato, desde la artes plásticas o las no plásticas, poseerán el carácter de tal máscara. Máscara sin discurso que se superpone hoy al ininteligible discurso de la crisis. Discurso vano o producción creadora que no gotea sobre el pensamiento crítico y, en consecuencia, no lo enferme vistos los recortes correspondientes en educación y sanidad.
En este panorama hay, sin embargo, un firme cantón irreductible y es el que regenta la poesía. Hay mala poesía y poesía de la experiencia y poesía de Günter Grass que son prosas de baja estofa. Pero la poesía genuina que guarda el aliento de Vallejo, Aleixandre, Juan Ramón, Molina, Valente, Gamoneda o Siles más los muy jóvenes, que promueve el Adonais y La Estación Azul de RNE son como los 3D del mejor futuro. La tecnología virtual, la Abramovic actual, el Cirque du Soleil, componen hoy junto a la poesía pura, los pilares que mejor se corresponden con las construcciones multidimensionales que la ciencia descubre sin cesar. No son ya productos de efectos planos sino fuertes intentos para ir preparando el tiempo de la parusía. Cinceles de luz diamantina que seguirá a esta época del infame Apocalipsis, basurero y laminador.
Movido por la Semana Santa y de Pasión, he pasado varios días en Francia y otros más en Italia. Una experiencia que, a la fuerza, lleva a comparar los efectos que en uno y otro país proyecta la crisis.
¿Resultado? Ninguno de estos dos países vecinos vive esta adversidad con la espesa angustia que atenaza la actualidad española. Hay crisis en esos lugares pero siendo de peso no llega a ser una peste. Especialmente en Francia, si los males económicos tienen sus parcelas sociales y políticas contaminadas no son una plaga que ocupa el pensamiento absoluto. En cuanto a Italia, algo hace sentir que si son importantes sus problemas de deuda y sus déficits casi incurables, el país se mantiene en pie, sin derrengarse ante cualquier amenaza de rescate.La explicación más inmediata sería que no se hayan tan mal como España pero acaso la auténtica razón de peso es que pesan más. Y ya no solo políticamente o en proporciones del PIB sino que pesan más en cuanto que la densidad de su cultura/cultura es incomparablemente más firme.
Puede creerse que estos tiempos en que los números bullen sin cesar lo cualitativo es un factor de segundo orden. La economía y su fechorías ha logrado tal protagonismo numérico a través de recortes y ajustes, mutilaciones crueles y ahorros asfixiantes, que sólo ellos son pertinentes para contrarrestar el mal. La cultura quedaría pues, como un factor ornamental que en los tiempos fúnebres no posee, precisamente, ninguna vela en este entierro.
Sin embargo, la experiencia de vivir esta Gran Crisis en países de mayor consistencia cultural hace ver que la capacidad de resistencia y reacción se halla estrechamente unida al vigor cultural de instituciones y ciudadanos. Una sociedad es tanto más vulnerable cuanto más ignorante es. Un país es tanto más fácil tomárselo a chacota y llamarlo PIG (cerdo) de acuerdo a la baja calidad de sus víveres.
Muchos museos, muchas universidades, muchos catedráticos y auditorios nacidos estos años y convertidos en signos de un vertiginoso desarrollo socio-cultural, han unido al despilfarro la vacuidad y la corrupción a su máscara. Ahora, no obstante, se ve que tras esa carcasa muchas de esas edificaciones, físicas y no físicas, van cayendo a pedazos.
Bien porque fueron construidas de arena, bien porque fueron abandonadas sin apuntalar. Miles de plazas o miles de metros cuadrados sin pilares de verdad, erigidos para tratar de hacer egregia a la autoridad al estilo de los fenómenos dictatoriales del Tercer Mundo.
En suma, al hecho de una cultura que necesitaba albergues para hacerse mejor se ha respondido con la farsa de grandes contenedores sin vida interior. ¿Cómo no esperar que su resistencia a la crisis fuera tan débil y, en ocasiones, igual a cero?Un país no logra su efectiva solidez de los libros de contabilidad sino en este pasado inmediato, de la contabilidad de los libros y siempre de su capacidad de invención y educación. Sin educación no hay país desarrollado ni desarrollo de los cerebros que campearán el temporal. La impresión en Francia o en Italia, dos modelos muy dispares, tienen en común, frente a España que su competencia económica y cultural no es el efecto de unas drogas alucinógenas tomadas de prisa y corriendo. Hay drogas que diseñan impresionantes atletas pero fundamentalmente sus músculos no son el efecto de proteínas dosificadas sino de esteroides que acrecientan pronto la masa muscular. Y la envenenan.
Esta viene a ser la fábula de Zapatero y de Rajoy. Los deportes nos llevan a la Champions League , al mundial de baloncesto y a la final de la Copa Davis pero sus merecimientos despiertan recelos en medio mundo. Porque si España en tantos asuntos ha crecido con drogas (anfetas especulativas, chutes de la Unión Europea, supositorios megalómanos) ¿cómo no deducir -aun falsamente- que los éxitos deportivos, desde el fútbol al waterpolo, son partes del omnipresente doping nacional. Universidades, aeropuertos, museos o auditorios inspirados en el culturismo y no en la cultura. Grandes pero no fuertes, gigantes con pies de barro, idóneos para ser derribados y, en ciertos casos, hasta por el menor temblor.
De este modo, cada día, cada hora, un sinfín de documentos gráficos va convirtiendo la presencia en una ausencia de segundo grado. No es la ausencia de la anulación sino la pérdida de atributos del objeto que en cada instantánea se deja atrás su textura o su variable contemplación, su talla y su potencia. Monumentos, edificios, jardines o palacios, el Taj Mahal o el Vaticano, las pirámides de Egipto o las cataratas del Niágara son despojadas en la foto de cualidades fundamentales a cambio de una captura que, más tarde, las dejará definitivamente simplificadas en el interior del aparato.
¿Se resiente con ello la verdad? Crece la verdad del turista frente a la verdad de la presencia real. Y crece anualmente en la multiplicación de sujetos turísticos que llegan ya a casi los 1.000 millones al año y no han dejado, sino circunstancialmente, de crecer. Su número pesa ya como un importante factor en el cambio de la visión de las cosas como, caseramente, los vídeos y las fotos afectan a la memoria convirtiendo el recuerdo cada vez menos en un objeto de la memoria y más como una posesión del artefacto. Una traslación que afecta tanto como Google y sus semejantes, sea a través de la Wikipedia o no, a la capacidad y el esfuerzo mental de la retención. La pequeña cámara y el móvil, el almacén gráfico del ordenador personal, componen ya la personalidad de un individuo paralelo que va tomando de nuestras vidas sus porciones y haciéndose cargo, más o menos, de su peso y de su acción.
La atávica idea de esas tribus que no se dejan fotografiar por miedo a perder su alma, regresa desprovista de temor y cargada de celebración. Sin que lo percibamos con claridad la existencia va tomando el carácter de un pasaje sucesivo para ser plasmado y simplificado en la mnemotecnia de la cámara. La vivencia ingresa en una suerte de congelador donde tiende a conservarse mejor que sin su pasiva colaboración. Toda circunstancia fotografiada se plasma, se detiene en el tiempo y el tiempo deja de hallarse expuesto a una parte de su devoración. De este modo tratamos de eternizar nuestra vida al precio de poseerla simplificada en un almacén virtual.
Entre los casos de creatividad en esta etapa de escasez, la arquitectura se encuentra por delante en rebuscar nuevos materiales y diseños eficientes, edificios sostenibles, autónomos y flexibles que se coordinan con las variables maneras de vivir un porvenir más indeciso y precario. Pero el arte de la pintura, o su comercialización, también está manifestando imaginación para que, buscando nuevos recursos, no se la pierda de vista.
Si al arte expuesto en las galerías cada vez más híbridas (galería-café-peluquería) no acuden los compradores o incluso han perdido atracción para los curiosos aficionados que miran y no adquieren, los cuadros corren hoy y cada vez más hacia los lugares más o menos comunes donde transita la clientela. Cuadros en los hoteles de algunas estrellas siempre ha habido e incluso es usual que se celebren exposiciones temporales cubriendo las paredes del salón, del bar o de los corredores con sus precios a la vista. Lo que apenas se había ensayado, sin embargo, era colgar los cuadros en la misma habitación del huésped.
Había precedentes pero lo que hará la próxima feria Flesh Art Fair en el hotel Palau Sa Font de Mallorca merece ser destacado. Los pintores toman una habitación como cualquier turista y, ganado ese espacio, (ganado lo primordial), despliegan sus cuadros por los paramentos del cuarto.
Los compradores serían tanto los habitantes del hotel o los que pasean como en las ferias ante los stands que ahora son las habitaciones numeradas. Se ha previsto, además, que esas habitaciones puedan destinarse no sólo a que los cuadros residan temporalmente en ella sino que junto a los cuadros duerma, defeque y se duche el artista. De este modo se crea de inmediato una atmósfera de intimidad parecida a la de un estudio pero incluso superior por la influencia que se desprende desde la cama al cuarto de baño.
¿Soportará el autor, no obstante, dormir envuelto en sus propias obras? El visitante entra y sale pero el autor que duerme en tan estrecha contigüidad con sus lienzos se arriesga a sentirse embalsamado. Cuando no simbólicamente muerto.
Cada cuadro evoca una fracción de la vida, cada composición es producto de un ánimo expresivo donde se sintetiza una experiencia compleja. Cada resultado, cada pintura es, en fin, de una parte una obra de arte y, de otra, una obra del cuerpo. Con esta ecuación cada exposición es tanto el testimonio de un goce también el testimonio de una sucesiva deposición. El relato de una serie de extracciones de placer y dolor que ahora, ya bien seca la pintura, rodean al artista como terminantes acabados. ¿Será resistible este impensado camposanto al dormir? ¿Podrá el artista convivir con su obra bajo la estrecha intimidad del sueño?
Todo producto artístico, en la escritura, en la música o en la pintura mueren para su propio autor tan pronto nacen propias por completo. Todos los cuadros enhiestos en derredor son como cadáveres para su autor en cuanto hechos finiquitados. Se dormirá así en el centro de una coral marcada nota a nota por la mano del artista. Pero ya no entonada por este artista presencial que hoy se lava los dientes, sino por aquel artista ocasional ya ha desaparecido en su mismo quehacer pretérito.
La exasperación por sacar agua de la sequía y brillo de las piedras lleva a componer en la escasez y sin mucho proyecto redentor, un diálogo donde la muerte y la vida se encuentran mucho más cerca. El mismo nombre del hotel, Palau sa Font hace mención a ese líquido primordial que, desde la vida, pasa como un caldo de ave a la inmóvil belleza de la muerte.