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Escrito por

Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La moda del super-uso

En los años setenta, un tipo alto, facundo y excura nos cambió la forma de pensar. Publicó buena parte de sus libros con la editorial Barral y hablaba unos 15 idiomas, casi todos a la vez. Su nombre era Ivan Illich, como el turbulento personaje de León Tosltoi. Todo era en Ivan Illich tan asombroso como los tomates que enseñaba en los calcetines cuando se sacaba los zapatos. Pocos le seguían, pero los seguidores fuimos muy devotos.

Ivan Illich era la monda. Quitaba la corteza a lo convencional y dejaba al desnudo lo más obvio. Por ejemplo, calculó que un americano medio invertía 10 años de su vida en atender su coche porque entre multas, reparaciones, seguros, atascos o accidentes se le iba una decena de años de trabajo. Todos improductivos. ¿Por qué no usar pues el transporte público que procura más vida? En México, donde había fundado el CIDOC (Centro Intercultural de Documentación de Cuernavaca), constató que muchos padres compraban a los maestros el certificado de enseñanza de sus hijos porque así los chicos tenían tiempo para aprender realmente en los talleres de la ciudad.

Energía y equidad (1973), La sociedad desescolarizada (1978) o Némesis médica. La expropiación de la salud (1975) denunciaban los exagerados efectos secundarios de la tecnología, la escuela o el hospital, donde la yatrogenia convertía a enfermos leves en graves y a pacientes graves en muertos. Su pensamiento, en fin, era una verbena contra la represión institucional y un escándalo omnisciente que acabó acarreándole la excomunión y la marginalidad. Con todo, Illich dejó en pie su legado a través de la arquitectura, en decenas de casas construidas con el material de desecho de barrios ricos.

Y aquella locura inauguró una tendencia en boga. Nada menos que en Malibú, con multimillonarios por casi todas partes, el arquitecto norteamericano David Hertz terminó en 2011 una vivienda a partir de los restos abandonados de un Boeing 717. La noticia corrió entre profesionales de todo el mundo y con ella se ha revalorizado -junto al creciente prestigio de las basuras- las casas nacidas de vertederos.

Un padre de este movimiento es Michael Reynolds, que en los años setenta encantó a los hippies con su proyecto Earthship, cuya consigna era hacer casas que, metafóricamente, absorbieran "los excrementos" y no que los produjeran. Casas autoabastecidas que navegaban, nacían y morían como los seres de la naturaleza.

En el Estado de Nuevo México, y en Taos, emergieron varias comunas que en los noventa disfrutaban con esta filosofía tanto como irritaban los criterios del gobernador. Pero acabó ahí la cosa. Si lo cool es ahora, tanto en bolsos como en ropa, el "super-uso" o "segundo uso" creativo, en la arquitectura también. Contra la obsolescencia programada del alargamiento de la vida de artefactos y objetos: paneles publicitarios que pavimentan casas, contenedores industriales convertidos en baños, puertas, ventanas, ferrallas, trozos de asfalto cumpliendo labores no inscritas en su primera vida. En la segunda vida empieza el Super-uso, ahora expresado con mayúsculas porque se ha convertido tanto en una filosofía como en un programa y una demanda exquisita (propia de los bo-bos) de la comunidad. Los materiales reciclados inspiran nuevas formas y tanto la textura imprevista como sus colores descontextualizados prestan un aspecto singular.

Es un caso semejante al que se ha derivado de los bolsos Freitag, fabricados con neumáticos gastados, cinturones de automóviles y telas o plásticos usados. No hay dos iguales y de ahí su excepcionalidad, son de reciclaje y de ahí su moralidad.

Curiosamente si los Freitag reproducen el apellido de los dos hermanos suizos que diseñaron 40 modelos y ahora venden más de 150.000 unidades al año, varios estudios de arquitectura suizos como BABL o In Situ comparten la misma ambición. Construir con lo destruido, llevar la segunda mano (la segunda vida) al modelo de la resurrección. Es decir, apocalipsis puro.



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10 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pies de plomo

He sido históricamente tan confiado o cándido -o lila-  que raramente he pedido un recibo cuando entregaba una cantidad por adelantado. Me bastaba con que el otro de la relación lo dejara apuntado. Sin embargo, en poco tiempo, he sido reprendido por varios amigos que me advierten sobre la multiplicación de estafas, incluso a cargo de determinadas personas tenidas antes por gentes de confianza. Su argumento ha sido siempre en estaos meses que hoy ya no te puedes fiar de nadie y en consecuencia se debe actuar con pies de plomo.

Con pies de plomo, en efecto, se anda más despacio, más torpemente y, en general, se atasca el mundo por todas partes, Justamente lo que se encuentra  sucediendo a nivel nacional e internacional, cuya circunstancia hace pensar en hallarnos sumidos un tremedal o espeso suelo de alquitrán del que será muy difícil librarse algún día. Ni las mismas arenas movedizas serían tan determinantes, porque al fin y al cabo ellas habrían engullido ya el presente y estaríamos  situándonos en un periodo de nueva y fiable cimentación.

Sufrir sin embargo la penalidad de los pies de plomo prolonga sus perjuicios a la manera de los que se derivan de la polio. El sistema se halla paralítico y sus articulaciones no avanzan, el sistema no se mueve y su pasividad hace envejecer las estructuras dinámicas, la economía y la sociedad apenas dan un paso y precisamente cada año que pasa se mide en anualidades de retroceso.

He aquí la concatenación que sigue a la desconfianza. El tradicional juego de la palabra de honor y el estrechamiento de manos que comprometía contractualmente a fondo y mediante un gesto muy simple es sustituida por las aterradoras máquinas de los Gobiernos y su lentitud  criminal. Vivimos así como enviscados, ciudadanos tristes o embadurnados por un sucio engrudo que se transforma en la depresión. Y ¿qué cosa al fin  es sentirse deprimido que la falta de autoestima?  Faltos de confianza en nosotros mismos, ¿cómo podría fluir la confianza en los demás? 

 

vverdu@elpais.es

Obra pictórica: www.vicenteverdu.net

 



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8 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vistosa paleta de autodidacta

Dice Gompertz, director de comunicación de la Tate de Londres durante siete años: "La rica paleta de ocres dorados, verdes abigarrados, marrones chocolate, rosas brillantes, rojos y amarillos está contrastada con una seguridad en el toque que sólo puede tener un autodidacta".

Will Gompertz, actual director de arte de la BBC y uno de los 50 pensadores creativos más importantes a nivel mundial según la revista Creativity, es el autor del reciente libro ¿Qué estás mirando? (Taurus) y su precedente descripción cromática se refiere a la obra de Gauguin. ¿El autodidactismo de Gauguin y de tantos otros es, por tanto, la mayor fuente de creatividad? ¿Quedarían lastrados quienes fueron dilectos alumnos en los colegios y las academias? La mitología del autodidactismo (del hombre salvaje) puede no ser nueva, pero actualmente hace pensar en los multimillonarios inventores de los softwares contemporáneos, chicos que no han terminado los estudios o han faltado sistemáticamente a clase.

La figura del genio que todo lo lleva dentro y solo necesita devanarse los sesos para tejer el mejor vestuario será siempre más atractiva que la del empollón que cría a base de calentar el asiento. Entre ambos cunde un ancho abanico. Pero lo cierto es que, por lo general, cuando alguien aporta nuevos aires se debe a que ha sustituido las aulas por el parque y la atención del oído por el ejercicio del ojo, en el caso del pintor.

Prácticamente todos los personajes que desfilan por el libro de Gompertz, referido a la pintura de los últimos 150 años, se han inventado a sí mismos. No quiere decirse con ello que se hayan realizado mediante un solo golpe mágico como creadores, sino que se han construido a lo largo de su particular bricolaje. Han tomado de aquí, copiado de allá, recortado del cuadro mítico para constituirse en un collage que a la larga no será igual a la suma de sus componentes.

Hay pintores que logran su personal distinción a lo largo del tiempo y otros, en cambio, que encuentran su voz en un plazo muy breve, como el libertino Gauguin o el severo Cézanne. La ventaja de poseer una voz propia es de un valor infinito. Definitivo. Quien en la escritura o en la pintura se expresa a su antojo y con firmeza no hay ojo ni potencia que lo derribe. Pero para ello es necesaria una autoestima trufada de convicción y la convicción abrillantada por una experiencia exigente.

Estar solo o sentirse solo ha sido históricamente el destino del artista. Estaba solo porque no lo entendían o lo entendían mal. Estaba solo incluso cuando parecía que lo entendieran y la multitud lo aclamaba como a un dios. La creación y la divinidad, sin embargo, andan separadas. El artista y tanto más cuanto más autodidacta es no puede saber con certeza el valor de lo que hace. Llega a saber si aquello vale o no según su propio gusto pero el paladar general es, a menudo, aplastante y devuelve pronto a la soledad.

Aunque, en efecto, acaso no haya otro modo de inventar que partiendo de esta soledad productiva. En la escuela española de negocios I E, el profesor Pascual Montañés les inculcaba esta máxima a sus alumnos: "No hay nada más innovador que ser uno mismo".

Y lo mismo vale para otros ámbitos, sea en la empresa o en el atelier, en el estudio o en el garaje. Lo que nace con una condición innovadora ha tenido como probable generador a una errante incubadora. Las escuelas que enseñan a programar, a escribir o a pintar cumplen su función de escuderos de la imaginación, procuran información y colaboran (ojalá) en disuadir a los estudiantes que no tienen vocación en el sentido marañoniano, lo que significaría no sólo desear ser algo sino valer para ello. Porque es muy hermoso escribir, pintar o tocar el piano, pero nada más deprimente que una escritura, una pintura o una interpretación correctas. La corrección se aproxima a la coerción y quien la renuncia a su libertad. O, en resumidas cuentas, ¿cómo sería posible crear sin sentirse libre? Y ¿cómo podría sentirse libre aquel que, en vez de ser autónomo (autodidacta, independiente), se siente un soldado y soldado, por tanto, al pelotón?



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8 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nada de nada, ¿la nada?

A muchos escritores jóvenes o poco conocidos no se les publica o, en otros casos, se es paga una miseria: más o menos, podría decirse, como en los tiempos anteriores al boom de la construcción y a las otras burbujas que barboteaban hace unos años casi por todas partes.

La situación sería ahora similar a la que correspondía a los tiempos heroicos de la literatura -o de la pintura- en que resultaba tan arduo comunicar lo escrito o pintado para el público en general.

En esos tiempos, Vicente Aleixandre repetía una frase que yo no he dejado de repetir cuando ha llegado la ocasión: "El poeta que por fin decide escribir para sí mismo muere por falta de destino".

Nadie deseaba morir de un modo tan miserable pero conociendo la miseria de la cultura ¿qué se le iba a hacer en aquellos años no mediáticos? Pues luchar y luchar de modo que el autor no solo debía abrirse camino en las procelosas aguas de la creación sino ante los escasos medios del mercado.

Ahora han aparecido un sinfín de pequeñas editoriales que, como un archipiélago o una constelación, prestan oportunidades para editar lo más privado o galerías de arte, apenas compuestas por las paredes de una portería, un taller mecánico o una casa de comidas. Paralelamente discurre el infinito universo de la red pero ¿cómo no sentir que en esa inmensidad, la obra se disuelve antes?

La circunstancia actual en el arte no difiere de la que se padece en los demás ámbitos. Los recortes cortan la cabeza a no pocas cabeceras de periódicos y arruinan a no poco emprendedores de buena fe porque, contra el eslogan de que el porvenir se halla en el emprendimiento, el presente se encarga del desprendimiento. De ahí que cierren más empresas que abran, se hundan más editoriales y galerías de las que emergen. El recorte corta como una segadora universal y deja al borde del suicidio no solo a los desahuciados de sus casas sino a los cuellos más tiernos de los nuevos creadores.

¿Qué hacer pues? El profesor universitario Miguel Catalán acaba de publicar un libro (La nada griega, Sequitur) donde recuerda las muchas veces que fue rechazado el manuscrito de Marcel Proust. En Le Figaro les pareció que dar aquellas 300 páginas por entregas no era recuperar el tiempo sino hacérselo perder a sus lectores y por añadidura otros buenos editores llegaron a la misma conclusión. ¿Conclusión? Proust no publicó en aquellos primeros 13 años del siglo XX, pero esa denegación hizo posible que los 300 folios fueran creciendo hasta los 4.000 y con ellos se conformara En busca del tiempo perdido, el mayor monumento literario del siglo XX.

Este siglo XXI, nacido como el teorema de Bernoulli que acelera el fluido tras el estrangulamiento del cristal del siglo XX, se adorna hoy, como en las faenas de José Tomás de una lentitud que nadie consideraría hasta hace poco juiciosa. De hecho, como ocurre con el toreo de José Tomás, su flema podría tenerse por altamente temeraria. Pero ¿temor realmente a qué si las editoriales y las galerías perecen antes de la alternativa?

El método, como le impusieron a Marcel Proust, es seguir pugnando. La obra que habría sido trivial en manos del orden supermediático, gana peso e incomparable sabor en el guiso doméstico. Un tiempo nos espera donde la calidad será un valor de primer orden. Frente al imperio de la celeridad el filo de la precisión, ante el camelo de lo llamado artístico la majestad del arte encalmado. Arte y creación contra la comida basura y los restos fecales en las tartas de chocolate. Proteínas puras en los productos de la alimentación o la creación. Porque bastaría los múltiples accidentes de ceguera que pueden haber provocado las adulteradas ofertas de estos años para esperar que la luz volverá, sea con las marcas blancas o bien sea con los lienzos y folios en blanco que aún quedan realmente por culminar.



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3 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo común es de lo más extraño

El mayor atasco circulatorio de la historia tuvo lugar en China a finales de agosto de 2010. La cola de coches y camiones llegó hasta los 100 kilómetros sobre la vía que discurre desde Huanian a Pekín. Se tardaron 11 días en deshacer el embotellamiento, aunque las primeras previsiones llegaron a calcular que se necesitaría un mes. Más de 10.000 camiones formaban parte de esta caravana inmóvil. La caravana paralítica que, en cierto modo, es la metáfora de los muchos problemas enroscados en el subdesarrollo ancestral.

Los datos de este superatasco chino que dejaban chatas las peripecias parisinas de Cortázar en su cuento La autopista del sur (1966) se difundieron entonces por las redes y Norman Foster los recordaba en la conferencia inaugural del segundo congreso que la fundación Arquitectura y Sociedad ha recopilado en un volumen titulado: Arquitectura: lo común.

Unas 200.000 personas emigran diariamente del campo a la ciudad en los mayores países emergentes. Países que se alzan en unos puntos y siguen, no obstante, clavados en la extrema pobreza por doquier. India, Brasil, China, Rusia más otros innumerables lugares de Asia, África y América Latina presentan gigantescos problemas de urbanismo que nunca antes había conocido la Humanidad. Basta saber que el crecimiento industrial que en Europa requirió 200 años, se alcanza (o se abalanza) entre ellos durante un tiempo 10 veces menor.

La arquitectura, como la sanidad, aspira a ser universal y difundir vendas o vacunas

Los emiratos árabes, desde Dubai a Abu Dabi se rediseñan, en unos casos siguiendo el modelo de corrupción estrafalaria y en otros supuestos con intenciones de brillante y buena fe. En este último caso, Foster, ha creado incluso una flamante ciudad, Masdar, en Abu Dabi, que no solo se alimenta tan solo de sol, sino que en todos los órdenes se comporta como un ser autoabastecido. Los combustibles sólidos se hallan cerca, pero el desafío consiste en crear, como mandaba Vitruvio, obras nuevas que den buen cobijo, eficiente y placentero (firmitas, utilitas y venustas). Y de bajo coste.

Parece una oración benéfica de los años de Mari Castaña esta invocación al pasado tradicional, pero, de hecho, la moral contemporánea se ha degradado tanto que su putrefacción impulsa a buscar aromas en la inteligencia cabal que ha proporcionado supervivencia a los seres humanos. En Masdar, por ejemplo, la temperatura exterior llega a ser de 66 grados, pero el abigarramiento de las viviendas procurándose sombra mutuamente logra rebajar ese infierno hasta los 46 grados. Todavía podrían freírse huevos sobre el pavimento, pero, a medida que se penetran las fachadas, aparecen patios con columnatas que alivian del sofoco. Y, por añadidura, como comprobó Foster, si se planta vegetación en los patios y se multiplican fuentes y estanques surge un enfriamiento evaporativo que, por lo menos, permite respirar y hasta abrazarse.

En esas zonas existe una construcción tradicional llamada Torre del Viento, cuya poética labor consiste en aprehender las leves corrientes de aire que planean sobre el desierto y hacerlas discurrir por el interior de las viviendas y, en ocasiones, a través de unos trapos húmedos.

Estas torres de viento se usaban solo en las casas nobles, pero hoy la arquitectura, como la sanidad, aspira a ser universal y difundir vendas o vacunas para proteger las vidas. Para protegerlas y mejorarlas algo más.

El corazón del congreso que patrocinó la fundación Arquitectura y Sociedad en junio del año pasado tuvo como lema Lo común. Es decir, el espacio que se habita para la fiesta, la protesta política o el intercambio comercial en plazas o en pasajes.

La ciudad regresa como primera inspiración de los edificios y no azarosamente y temerariamente al revés. La construcción espectacular o especulativa que originó ciudades monstruosas se desacredita tanto o más que los políticos y sus instituciones ante la conciencia crítica de una Humanidad que cuenta ya -y cada vez más- con profesionales interesados en proteger vidas en esta Tierra y ganar, de paso, el cielo tanto para el cliente como para el autor.



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1 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La maldición del cuadro bonito

Hay una circunstancia que puede afectar mortalmente a un cuadro y es que resulte bonito. Lo bonito es una especie de la que -como de la peste- debe huir el buen pintor. Lo bonito provoca un efecto tan popular que puede contagiar a casi todo el mundo. Lo bonito, lo bonito del norte y lo bonito del sur, apesta. Lo bonito no tiene nada que ver con la belleza ni tampoco con la originalidad. Mejor dicho: constituye la negación de la originalidad puesto que si triunfa es precisamente gracias a su condición de cosa ya vista. Ya está visto y al volverlo a ver se obtiene un plácida sensación en cuyo seno baila lo bonito.

Otra cosa muy diferente es la belleza. Mi querido amigo Eugenio Trías opuso, en su libro inolvidable, lo bello y lo siniestro. La otra cara majestuosa de la belleza es su faz siniestra. Tanto en un caso como en el otro alcanzan la categoría de lo sublime y enriquecen con ello al espectador. Lo enaltecen o lo hacen sucumbir en un abismo excepcional. De una u otra manera el sujeto se halla frente a un suceso que le trasciende y la procura inmortalidad. Lo bonito, sin embargo, es además de mortal, altamente degenerativo.

Todo cuadro que se sintetice en la exclamación de bonito abdica de todo interés superior. O mejor, esta calificación lo ratificaría en su enanismo. Lo bonito vale para referirse a casi todo lo que no es arte. Cuando traspasa esa frontera, el arte acaba a sus pies.

Mientras lo bello se opone a lo siniestro, en el fondo cruzan sus divinas manos. Por el contrario, cuando lo bonito se opone a lo feo, en el fondo se cruza la mediocridad. Ahora ya puede decirse que es incomparablemente más cool lo que se basa en cualquier registro de la fealdad. No hace falta reunir ejemplos de la música, la moda o el cine. Lo bonito es un subordinado satélite de lo feo pero se comporta, además, con la náusea de lo feo escarchado.

El impresionismo, por ejemplo, es ya, a estas alturas, bonito. Fue al principio insoportable y salvaje pero ahora es doméstico, muy comestible y dulzón. Las colas que convocan su exposiciones son regueros de gentes ávidas por saborear su confitería cultural de ahora. No hambrientos por sus orígenes sino por sus presentes de azúcar.

O dicho inversamente, lo más dulzón y pastelero es reductible al orden de lo bonito. Justamente, la melaza de la que se compone lo bonito empastela al cuadro que la posee. No hay cuadro bonito que visto varias veces no lleve por tanto a la angustia. De este modo, ARCO es una ocasión para realizar esta experiencia digestiva.

Este año, dentro de la organización de la feria, funciona una asesoría para coleccionistas novatos (fresh collectors) que se propone orientar a todos aquellos que no tienen gusto alguno ni vergüenza en reconocerlo. Gracias a esta consultoría, ciertos artistas llegan a realizar sus ventas, puesto que lo primeros consejos efectivos a los coleccionistas, según los mismos asesores, son aquellos que abundan en lo que de antemano les ha parecido más o menos "bonito" a la clientela.

Hay que huir de ellos como de la peste. O quizás no. Porque lo que se trata es de vender cuadros y cuantos más mejor porque ¿cómo podrían vivir de otro modo los artistas? Hay que vender los cuadros mejores, los cuadros peores, pero sobre todo los bonitos. Porque los bellos de verdad es probable que tarden años en cotizarse. Es decir, demandarse tanto como portentos de la belleza o como gigantes de la monstruosidad. Como creaciones de excelencia o como malditos.

¿Malditos? Lo maldito es justamente la tenia que debilita el intestino de lo bonito. Gracias a ella, el lienzo va perdiendo entidad, se demedia y se hace definitivamente ridículo. O, lo que es más exacto, se manifiesta cursi de una vez.

Porque ¿cómo no admitir que lo cursi y lo bonito se acuestan y copulan incestuosamente, estrechamente juntos para alumbrar gusanos de colores fluorescentes que llaman la atención de los coleccionistas bobos, los despistados y determinados turistas?



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13 de marzo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Libro Rojo de Yomango

A poco que se haya estudiado, todo el mundo sabe que Gutenberg inventó la imprenta a mediados del siglo XV. Pero ¿qué nombre y apellidos han inventado Internet y toda la cosmología de los soportes digitales?

Copio de la revista Yorokubo (una publicación de cabecera, no de cabezadas) que las memorias flash, las tarjetas SD o los pendrives, tras haber cruzado por los CD, los DVD, los Blu Ray, los laser disc los DAT (digital audio tape), las VHS, las Betacam, la casete de gasolinera y... el e-book, componen un inmenso zoo de tecnologías de la comunicación arbolado por una plantación de formatos MP3, AVI, MOV, AIFF, PDF, DOC, JPG, Epub, FB2, MOBI, etcétera, que se sabe de memoria Antonio Dyaz, mi informador, pero que a su vez alerta él mismo no ya sobre la difícil mnemotecnia de este profuso mundo, sino sobre la dificultad de integrar todo ello en un equipo que nos lleve acertadamente de aquí para allá.

La obsolescencia calculada es la ley productora de nuestro tiempo. Tan grave como la obesidad mórbida y más dominante que los avances de la ciencia. Obsolescencia significa que no hay tiempo (el tiempo desaparece fulminado) entre una y otra invención, y cuando parece que acaso se demora enredado en los vericuetos de nuevos artefactos decisivos o en aplicaciones notorias, vuelve a revelarse como una tonelada de mercurio sin posible contenedor.

De ese modo, ¿cómo apresarlo en la música y los derechos de autor, en las regalías de modestos escritores ante libros fotocopiados, en la miriada de vídeos una y otra vez pirateados, en la velocidad sin amo que obliga, en fin, como también dice Yorokubo (Francesc Beltri), a crear nuevas formas de distribución (y de recaudación)? Menos policías sobre los puntos fijos y antiguos de reparto, y más innovación en el porte y el portador que acabe deslumbrando a la clientela.

A fin de cuentas, este mundo que pensamos más complejo no lo llegamos a imaginar nunca tan explosivo y sinvergüenza. Sin embargo, siendo las cosas así, tanto la política como la creatividad deambulan a bandazos entre la estafa y el marketing, entre la defraudación y el contrabando.

Precisamente, solo en España (lo cuenta Iñaki Berazaluce también en Yorokubo, "estar feliz" en japonés) han aparecido, al margen del dinero negro, formas sofisticadas de hurto en los grandes centros comerciales y también desde Mercadona hasta El Corte Inglés. Al menos dos famosos manuales (¡patrocinados ignorantemente por la Comunidad de Madrid!) enseñan cómo llevarse cualquier tipo de objeto, sea de la naturaleza que sea, sin pasar por caja.

Uno de estos libros, editado hace una década, se llama el Libro Rojo de Yomango, y otro más reciente se titula Libro morado (para ponerse morado, puede acaso querer decir).

El robo en el arte, en la música, en el vídeo o en la política ha creado una base cultural en la que la propiedad, blanca o negra, se encuentra, por una u otra razón, en la hoguera. ¿Principio de una nueva época en la que todo será gratis y prácticamente todo dejará de apreciarse a causa de no tener precio? Nada de eso. Más bien al revés, el producto dejará de estimarse a causa de tener precio. De este modo, todo lo que cuesta unos euros, desde el cine hasta el libro, del disco al cuadro, parecen ya productos derivados del capitalismo del siglo XX o del XIX. En el siglo XXI, lo característico es, de un lado, la ligereza e intangibilidad de las cosas; de otro, su creciente invisibilidad, y de otro, su código abierto al público.

De este modo, la llamada a innovar, emprender, imaginar, no viene a ser sino una voz para incrementar aún más la velocidad mercantil de los cambios y de los intercambios. En ese turbión, la política da vueltas sobre su eje desgastado, la cultura conocida (del libro o del cine) se tambalea entre fuertes sacudidas de muerte. Y, en definitiva, el porvenir del progreso, que se creyó en un tiempo rectilíneo, no deja hoy de trazar cabriolas y millones de garabatos.



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11 de marzo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Arco y su hospital general

Para mi desgracia y de tantos otros más importantes que yo esta ha sido la primera edición de Arco que podría ser la última. Dios quiera que no sea así, pero la misma sensación que transmite un paciente moribundo, al que le da igual el agua que el zumo de peras o el pescado hervido que el puré de patatas, comunicaba la 32ª edición de este año 2013.

Efectivamente nunca fue la Feria de Arte de Madrid una primera estrella mundial, pero mantuvimos la creencia, desde 1982, que una tras otra anualidad cobraba brillo y hasta un resplandor inesperado que nos hacía creer en su vida como una divertida y exultante manifestación artística, pronto unida al primer socialismo cabal. Muchos habríamos pagado lo que no teníamos por estar allí. Seguro que buena parte de nosotros, "los anhelantes", no merecíamos ser convocados, pero así aumentaba el prestigio de ese club que nos rechazaba en beneficio de otras galerías y artistas que por entonces tenían algo mejor que ofrecer. No importa si esta oferta comprendía el escándalo de un toro sangrante, figuras humanas con verrugas y pelos en poliuretano o en pirámides de una mierda a secas. De hecho, ni una ni otra cosa, se les había ocurrido a los demás y el desafío, generalmente extranjero, consistía en que para la próxima edición buscaríamos fórmulas ignoradas y obras con insólitos efectos especiales.

Incluso entre los que siempre preferimos la pintura-pintura y no lo estrafalario, plasmado en soportes de plástico y abono de cabras, se nos ocurrió que el arte mantenía su vitalidad y merecía la pena participar en esa olla caliente de ungüento bueno, malo o regular.

¿Qué ha sucedido después? Que efectivamente el arte ha exasperado sus ofertas tratando de atraer a gentes de Singapur, de China o de Catar con sus cámaras blindadas a nombre de grandes multimillonarios. Gentes exóticas que sabían el precio y no el valor aproximado de las cosas.

Con todo ello, el arte fue desgarrándose en un baile de San Vito de aparatosa histeria donde casi nada tenía que ver con las vanguardias en sentido lato sino con las retaguardias de un sector que bien brotaba, a veces, de las mismas letrinas y otras de la muerte artificial, fea y hospitalaria.

Sin duda el arte ha alcanzado algún desconocido tope artístico que, en su carrera comercial, ha traspasado los extremos y, en consecuencia, ha invadido otros sectores distantes, desde la gastronomía a la petroquímica y desde la fluorescencia al pladur, efectos propios de su actual enfermedad casi mortal.

Pero hay más. Los organizadores, las fundaciones y los comisarios tan honestos como los de otro tiempo palmotean a ciegas entre lo que puede venderse y lo que no. Pero, hecho este supremo esfuerzo mercantil, el resultado es que ya no se vende nada.

Los galeristas se conforman con terminar la fiesta colocando un picasso o un clavé, un hernández pijoan o un ràfols, un miró o un manolo valdés. Con ello resuelven con creces el precio del transporte y el alquiler del estand. ¿Los demás artistas? Casi todo -no todo, desde luego- se tiene como quincalla o gutapercha.

La mortecina luz espiritual que presidía la última edición de Arco y los amplios vacíos en los pabellones 8 y 10, a la manera de espacios devastados por bombas de neutrones, dan cuenta de los crímenes oficiales que han intervenido para herir de muerte a Arco. O lo que es lo mismo, girar el Arco hacia su propio pecho y acabar prácticamente con su corazón.

El IVA del 21% hiere de muerte súbita pero, además, la Ley de Mecenazgo y el desamparo del coleccionista han desplegado un desierto sobre cuyo plano candente los artistas mueren de sed. Les da lo mismo el agua que el zumo de peras, el pescado hervido que el puré de patatas. Todos enfermos. Todos encamados en el hospital.

¿Una metáfora? ¿Un tropo cualquiera? Vamos a ver: ¿no fue en efecto Ifema el decisivo hospital de campaña cuando las muchas víctimas del 11-M tuvieron urgente y absoluta necesidad de él?



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6 de marzo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La potencia del átomo

Stéphane Hessel ha muerto apenas cinco años después de que, a sus 90 años, se hiciera famoso en el mundo entero. Su proeza fue un libro de 32 páginas que llama a la rebelión contra los poderes políticos y económicos establecidos. Impulsa a resistirse contra la injusticia, la superexplotación, el neoliberalismo salvaje, la falsa democracia y la corrupción rampante. Clama en fin contra todo el mundo institucional que odiamos los ciudadanos comunes de Oriente u Occidente, donde se revela la gran estafa de un sistema que aún aspira a "refundarse"

El éxito de este panfleto hesseliano del que se han vendido casi 5 millones de ejemplares en unos 100 países del mundo expresa la cristalización de un malestar de prácticamente toda la Humanidad de clases medias y obreros frente a unas estructuras cada vez más crueles y expoliadoras.

Le bastó a Stéphane Hessel un puñado de folios para aumentar la intensidad emocional de los potenciales rebeldes y para sumar a su descontento la conciencia de otros millones de personas que no había escuchado todavía el fuerte grito de un ¡basta ya!, procedente de un viejo sabio cuya autoridad se había forjado no sólo bajo las torturas de la Gestapo y la reclusión en dos campos de concentración nazi sino en su participación en la elaboración de la Declaración de los Derechos Humanos en 1948, poco después de la Segunda Guerra Mundial.

Ni El Manifiesto Comunista de 1848 podía aspirar por las circunstancias históricas y el incipiente desarrollo de los medios de comunicación a un impacto tan grande, a pesar de su majestuosa importancia. El Manifiesto se parece al panfleto de Hessel, ¡Indignaos!, en su potencia y en su breve extensión, un texto o átomo, un tomito de 23 páginas que explota como una bomba. La gran diferencia es, sin duda, que tanto Marx como Engels, sus autores, no habían cumplido aún 30 años, 60 menos que Hessel y que, no por casualidad, mientras las palabras de este se proponen la destrucción de lo existente sin una clara alternativa futura, El Manifiesto, más romántico, expone un programa para el porvenir tras haber aniquilado la maldición capitalista.



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1 de marzo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nuestro querido yo

No somos nada sin los demás. Somos buenos o malos, odiados o queridos, simpáticos o antipáticos gracias a los juicios emitidos por los otros. Porque los otros, a fin de cuentas, en el balance definitivo, no son otra cosa que productores de la identidad de mi yo.

¿Cómo no sentir, pues, interés por lo que opinan, hacen, prefieren y desprecian los prójimos? El querer saber sobre los demás no es una forma de cotilleo, sino realmente una exploración básica y alimenticia sobre el ello freudiano en donde nos cotejamos y perfilamos como definidos personajes del ego. Este ego que resulta ser, en consecuencia, una producción de los egos interrelacionados de los demás puesto que no somos sino en comandita. No nos hallamos, pues, como tales sino en consecuencia social.

Durante unos 400 años o más la intimidad fue una completa quimera. Los habitantes de un domicilio dormían arracimados, padres e hijos, parientes y caminantes del lugar. La modernidad, que inauguró el sentido del ciudadano, individuo (indivisible), fue estableciendo una frontera entre el interior privado, reino del yo, y el espacio público, reino de todas las cosas. La cosa pública pertenecía, en efecto, al teórico reino de la claridad mientras la intimidad se correspondía con las impenetrables sombras del hogar, desde el comedor a la alcoba.

Antes de este tiempo, los reyes y reinas se apareaban por primera vez ante una concurrencia de nobles, eclesiásticos o no, y morían, hasta los principios del siglo XX, en presencia de un coro de allegados y una algarabía de plañideras.

El sexo, tan taimado, se hizo público solo en el último tercio del siglo XX pero, a cambio, la muerte fue pasando a la clandestinidad de las herméticas residencias de ancianos, las celadas camas de los hospitales y los encastillados tanatorios del extrarradio. El deseo de saber sobre la vida de los otros fue circunscribiéndose, en el mejor de los casos, a los parientes y allegados. Pero ni eso. La intimidad alcanzó el valor de un tesoro máximo que no se podía revelar.

De ahí que, como marca la ley de la oferta y la demanda, creciera su valor mercantil y vivencial. Viviendo como vivimos en enjambre, el secreto ha pasado a convertirse en el mayor caudal doméstico. Pero no saber de los otros y sus historias personales es igual a perder el sustento fundamental del propio yo. No se trata, pues, de perversión el interés por el secreto o los secretos existenciales de los demás sino la manifestación de un hambre biológica por llegar a ser yo. Una necesidad tan primaria, en suma, como la de existir identitariamente entre el embrollo de lo que somos y lo que no somos en contraste con los percances y el carácter de nuestro querido yo.



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28 de febrero de 2013
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El Boomeran(g)
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