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Escrito por

Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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El barco fantasma

El velero de cuatro palos amanece anclado en las quietas aguas de la bahía de San Juan del Sur, y los fuertes vientos de finales de diciembre lo hacen girar desde el costado de estribor hasta dejarlo de proa a la costa. Es el Sea Cloud, un buque para cruceros de lujo que puede alojar a sesenta pasajeros.  

"Una leyenda romántica", con sus camarotes que conservan el estuco historiado en las paredes, los muebles de teca, sus ricos tapices, baños y chimeneas de mármol, y las llaves de los grifos de oro puro. La lista de pasajeros es un secreto bien guardado, y hay entre ellos "poderosos empresarios y altos directivos de multinacionales".

Cuando llega la noche de despedida de año, el Sea Cloud parece arder con toda su arboladura encendida con ristras luces, pero el viento no trae música de fiesta, aunque en un tiempo fue un cabaret flotante, cuando se llamaba Angelita.

Fue botado en Bremen en 1931, encargo del magnate financiero Edward Hutton y su cónyuge Marjorie Post, dueña de General Foods y emperadora del cornflake. El presidente Franklin Delano Roosevelt y su esposa Eleonora pasaron allí su luna de miel. Su primer nombre fue Hussar V, con 110 metros de eslora, el yate más grande del mundo para entonces.

En 1955 lo compró el Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, presidente vitalicio de la República Dominicana, Padre de la Patria Nueva, Primer Anticomunista de América, entre sus más de veinte títulos oficiales. Se propuso él mismo para Premio Nobel de la Paz, pero con nula fortuna.

El velero llegó a puerto en Ciudad Trujillo al tiempo de celebrarse la "Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre", montada para conmemorar sus 25 años en el poder, y lo bautizó con el nombre de su hija Angelita, quien fue coronada reina de la feria en medio del calor infernal del Caribe vistiendo un abrigo hecho de 600 pieles de armiño ruso que valía 80.000 dólares.

Quien más disfrutaba del barco era, sin embargo, Ramfis, el primogénito, quien figuraba a la cabeza de "La Cofradía" un grupo de alegres disolutos del que formaba parte su cuñado Porfirio Rubirosa, el más famoso playboy internacional de aquel tiempo, casado con Flor de Oro Trujillo, otra de las hijas del Paladín de la Libertad.

Las fiestas hasta el amanecer eran continuas, con el velero anclado o en travesía. Se alternaban las orquestas románticas y las que tocaban merengues ripiaos, y no eran raro ver en ellas a Yul Brynner, Kim Novak o Zsa Zsa Gabor. Algunas veces comparecía el propio Salvador de la Dignidad Nacional, y hay quien atestigua haberlo visto pasearse en cueros por la cubierta, deseoso de mostrar sus atributos masculinos.

No faltaba Radamés, hermano menor de Ramfis, bautizados ambos con nombres de personajes de Aida de Verdi; tampoco otros miembros de aquella fauna que buscaba blanquearse la piel porque les horrorizaba el color atezado que los denunciaba como mulatos: los hermanos del Protector de Todos los Obreros, Héctor Bienvenido, alias Negro (para su mala fortuna), o Amable Romeo, alias Pipí, patrón de burdeles, los que sólo podían funcionar al amparo de la "tarjeta de Pipí" que él extendía.

El Campeón de la Democracia Continental fue muerto a tiros en 1961, y Ramfis cargó el ataúd en el velero, e igual hizo subir a bordo numerosos cajones llenos de billetes, tras saquear el Banco Central. Partieron rumbo a Cannes, pero cerca de las Azores el barco fue interceptado por la marina de Portugal, y obligado a regresar al puerto de origen con su carga, cadáver y dinero.

La inmensa fortuna familiar conseguida en base a robos, estafas y desmanes de poder se disipó para siempre. Ramfis murió en un accidente de automóvil en España, conduciendo un Ferrari; Rubirosa murió en París, cuando chocó al volante de otro Ferrari; a Radamés le pasaron la cuenta sicarios del narcotráfico en Colombia. Amable Romeo, Pipi, vio desaparecer su imperio de burdeles y murió añorando sus gallos de pelea en Miami.

Angelita tiene una estación de gasolina en Miami y predica en las esquinas la llegada del Reino.

Cuando me asomo a la bahía la mañana del 2 de enero, el Sea Cloud ha desaparecido del paisaje. Un barco fantasma, me digo, que llega a las costas de Nicaragua cada fin de año y me lo imagino alzando velas para seguir paseando por los mares, hasta el fin de los siglos, el féretro del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, dictador perpetuo.

 

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8 de enero de 2019
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El delito de ser ciudadano

Frente a la resistencia ciudadana en Nicaragua, el régimen ha insistido en crear una verdad alternativa paralela a la de los hechos reales: la invención de un golpe de estado organizado por terroristas de profesión que actúan "movidos por el odio". Esa es la historia que repiten los medios fieles al gobierno, y que los fiscales y jueces utilizan para acusar y procesar a los ciudadanos. Cerca de seiscientos "golpistas" están en las cárceles.
 

El demoledor informe presentado por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), viene a desmentir de manera rotunda esta verdad alternativa, al concluir que no existe ninguna evidencia que sustente el golpe de estado.

Por el contrario, "para el GIEI, el estado de Nicaragua ha llevado a cabo conductas que de acuerdo con el derecho internacional deben considerarse crímenes de lesa humanidad, particularmente asesinatos, privación arbitraria de la libertad y el crimen de persecución".

La insistente propaganda alrededor del golpe de estado no va dirigida a la ciudadanía en general, sino a la clientela partidaria que rodea a la pareja presidencial, a fin de crear justificaciones y motivos "legítimos" a la represión que el informe desnuda y condena.

El Grupo de Expertos de la OEA desmonta claramente la falacia. A partir del 18 de abril de este año lo que se creó en Nicaragua fue un movimiento espontáneo, que creció y se multiplicó sin la dirección de nadie en particular, menos que tuviera una línea estratégica conspirativa.

Los golpes de estado no se urden en las calles, entre estudiantes y pobladores de barrios, sino en la sombra; se preparan en los cuarteles, y se planean en secreto. No los ejecuta tampoco gente desarmada, muchachos que pelean con piedras y morteros caseros, y hasta con tiradoras de hule.

A estas alturas, queda claro que la verdad alternativa del golpe de estado fue creada directamente en contra del concepto de ciudadanía. Hay una tachadura negra sobre la palabra ciudadano para oscurecerla, o borrarla.

Es un castigo impuesto desde el poder: si quienes salieron a protestar de manera masiva fueron los ciudadanos, en uso de las libertades públicas inherentes a su soberanía individual, libertad de movilización y libertad de expresión, para empezar, y fueron reprimidos por eso, los presos políticos han perdido también el derecho al debido proceso: detención dentro del término de ley, derecho a la defensa, a un juicio público, a jueces imparciales. El poder dicta que los golpistas y terroristas no tienen ningún derecho, lo que puede leer como: los ciudadanos no tienen ningún derecho.

Las garantías constitucionales se encuentran suspendidas de hecho, y está prohibido manifestarse. Aún para las procesiones religiosas se exige permiso policial. Es obligatorio entregar los teléfonos móviles sin son requeridos, y los mensajes en redes sociales que guardan son examinados o copiados, con lo que el derecho a la privacidad de la correspondencia ha quedado abolido.

Debido a la que bandera de Nicaragua se volvió un símbolo subversivo, porque el azul y el blanco son los colores de la resistencia ciudadana, está prohibido exhibirla o portarla, lo mismo que elevar globos con esos colores.

Está suspendido el derecho ciudadano de informar libremente, y recibir información. Por eso fue asaltada la redacción del periódico Confidencial y la de los programas de televisión Esta Semana y Esta Noche de Carlos Fernando Chamorro, y sus bienes y equipos confiscados. Por eso fueron asaltadas también las instalaciones de la televisora 100% Noticias, y su director Miguel Mora apresado y puesto a la orden de los tribunales, por cometer "delitos impulsados por el odio como consecuencia de la provocación, apología e inducción al terrorismo": El terrorismo de informar.

En las aduanas se retiene el papel y los insumos para los periódicos escritos, al estilo Venezuela, y los dos diarios del país, La Prensa y El Nuevo Diario, apenas tiene mes y medio de existencias para imprimir. Luego, les tocará desaparecer.

De las organizaciones de la sociedad civil que promueven la libertad de expresión, los derechos humanos, la democracia, las encuestas de opinión, y hasta la defensa de la naturaleza, nueve han sido ilegalizadas, obligadas a cerrar por decreto y sus bienes también confiscados.

Entonces, el verdadero golpe de estado se ha dado contra los ciudadanos, contra su condición de personas libres. Sus derechos han sido suprimidos. Se les discrimina, y se les anula. Esos derechos sólo existen para quienes están en las filas del régimen y son parte del aparato de poder, y disfrutan, además, de un derecho exclusivo: el de la impunidad.

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26 de diciembre de 2018
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El novelista en la butaca

Siempre he imaginado al novelista como un director de cine, sólo que, lejos del ajetreo de los estudios y de los rodajes a cielo abierto, trabaja en soledad, y es él mismo, además, guionista, camarógrafo, escenógrafo, y, por fin, editor, porque hace el montaje y corrige y suprime hasta conseguir la versión final.

Tolstoi es el mejor ejemplo de lo que digo. En esa gran superproducción escrita que es Guerra y Paz, sube a la grúa para tener una visión completa del campo de batalla de Borodinó, y desde la altura contempla a las tropas de Napoleón Bonaparte de un lado, y del otro a las del general Kutuzov: formaciones de soldados de infantería en la lejanía, el humo de las descargas de los fusiles, el fogonazo de los cañones, el despliegue de la caballería. Pero también es capaz de quitar los techos de los palacios de Moscú para filmar los bailes de gala, y rebana las paredes a las alcobas para que la cámara no tenga estorbos en las tomas de primer plano de las escenas de amor.

Y, al revés, el director de cine como novelista. Es la sensación que he tenido al ver Roma de Alfonso Cuarón, una minuciosa exploración sentimental de la infancia, cada fotograma en blanco y negro una pieza infaltable de la obra de arte que es la película. Cuarón no ha querido correr riesgos con la fidelidad a su memoria, "que al fin y al cabo tampoco lo es porque es la única verdad que tenemos, y la memoria es lo que somos", dice; y por eso, como Tolstoi, además de director es el guionista, editor, camarógrafo, y no me cabe duda que también responsable de la escenografía, que es parte esencial del proceso de reconstrucción del pasado.

Una saga autobiográfica que tiene su punto de irradiación en la casa número 21 de la calle Tepeji en la colonia Roma, construida en 1902 bajo la dictadura de Porfirio Diaz, mansiones de estilo art noveau y neoclásico en el corazón del antiguo Distrito Federal, destinadas a las élites, y que luego pasaron a ser ocupadas por familias de clase media acomodada. 

Hay un doble relato en Roma: uno íntimo, que retrata la vida de una familia abandonada por el padre, médico de profesión, cuando la madre debe sacar adelante a sus cuatro hijos, aunque la historia se desliza hacia la figura de Cleo, la empleada doméstica mixteca que es el alter ego de la nana que marcó la vida de Cuarón, Libo Rodríguez, "su segunda madre" y quien se convierte en el eje sentimental, y dramático, de la película.

El otro relato corresponde a la vida pública, y lo que ocurre puertas adentro del hogar está conectado a los acontecimientos de la historia nacional. Se abre la década de los setenta con la ascensión al poder del presidente Luis Echeverría, a quien Gustavo Diaz Ordaz, responsable de la masacre de estudiantes de Tlatelolco en 1968, escoge como sucesor.

Habrá entonces otra masacre de estudiantes el jueves de corpus de 1971, ejecutada por "Los Halcones", un grupo paramilitar, con 120 asesinados. "El halconazo" entra en la vida de los protagonistas, y por tanto en la película. "Hay períodos en la historia que asustan a las sociedades y momentos en la vida que nos transforman como individuos", dice Cuarón.

El novelista explora en su propia memoria, y utiliza las palabras para recrearla. El director de cine busca también revivir el pasado a través de imágenes, sin pasar por las palabras. Es aquí donde los dos oficios se separan, pero el proceso de reconstrucción viene a ser el mismo.

La escritura cambia al novelista una vez culminada su exploración, y el cineasta que ha puesto el ojo en el visor de la cámara para filmar su propio pasado, cambia radicalmente también. "Es imposible seguir siendo la misma persona de antes después de hacer un experimento en el que te remites a tus recuerdos más lejanos", dice Cuarón. "Son como una grieta en la pared que tratas de tapar con capas y capas de pintura, pero no desaparece, continúa allí, aunque sientas que no existe".

Es el poder inconmensurable de la obra de arte, cambiar a quien la ejecuta, y cambiar a los demás en la oscuridad de la sala, o en el sillón de lectura. En la penumbra, cuando pasan al final los créditos, mi sensación es primero de asombro. He visto desplegarse ante mis ojos un pasado de relieves concretos, imágenes hiperrealistas cuidadosamente detalladas que puestas en sucesión vienen a ser el todo.

"Esto es imposible" me dice cuando al salir Gonzalo Celorio, quien vivió de niño en la misma colonia Roma. Cines, comercios, restaurantes, bares que ya no existen más, están en la película tal como él los conoció y los recuerda. Imposible porque se trata de un milagro. Roma es un verdadero milagro.

 

 

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10 de diciembre de 2018
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¿Quiénes son esos?

La novelista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie pronunció en la Feria del Libro de Frankfurt de este año un espléndido discurso en el que se refiere a los temas claves del mundo contemporáneo: identidad, diversidad, y también a la emigración, que vemos repetirse por distintas geografías de manera masiva, un viaje desde los páramos oscuros de la miseria y el desencanto hacia la gran vitrina iluminada de la riqueza y la prosperidad, resguardada por muros de concreto y cercos de alambre de púas.

El vuelo rasante de un dron sobre el puente que cruza el río Suchiate, y que une Tecún Umán en el territorio de Guatemala, con Ciudad Hidalgo en México, nos muestra miles de cabezas apiñadas, juntas, compactas, indefinibles. Una masa ansiosa de llegar hasta la frontera mexicana con Estados Unidos, una caravana que ha salido desde Honduras y que marcha a pie, dispuesta a recorrer miles de kilómetros.

Otro dron vuela encima del puente sobre el río Táchira que conecta el poblado de San Antonio del Táchira, en Venezuela, con Villa del Rosario, en Colombia. Venezolanos expulsados de su propio país porque han perdido todas las oportunidades y todas las esperanzas. El éxodo se vuelve brutal, despiadado, como es la naturaleza del poder que los expulsa.

Pero lo que reclama Chimamanda es no olvidar que no se trata de cifras. Hay que transformar en nuestras mentes los números en seres humanos: "es el momento de preguntar si la cuestión es la inmigración o la inmigración de tipos concretos de personas: musulmanes, negros, morenos", dice. "Es el momento de replantearnos cómo pensamos los relatos". Los relatos de esas vidas.

La filósofa española Adela Cortina, en su lúcido libro Aparofobia, el rechazo al pobre, demuestra algo que por obvio solemos olvidar: los emigrantes parecerían ser rechazados porque provienen de culturas extrañas, pero eso no es lo fundamental: no se les admite porque son pobres. Eso quiere decir aparofobia: la fobia a los pobres. "Lo que nos molesta", dice, "es la pobreza, no la inmigración".

Es una tendencia que se origina en el cerebro humano, rechazar lo que nos molesta o incomoda. "Se habla mucho de xenofobia, de islamofobia, y es verdad que existen. Pero en todos esos casos si traen dinero o algo que parece beneficioso se les acoge sin remilgos".

No obstante, es posible contrarrestarla si logramos oponerle "la compasión, la capacidad de sufrir con otros en la alegría y en la tristeza y de comprometernos con ellos". También la solidaridad está arraigada en nosotros, y podemos hacerla despertar.

Es allí donde los números, miles de refugiados, una oleada incesante, molesta, incómoda, se transforman en personas con rostros, y entonces surgen las historias individuales. Y la solidaridad no es abstracta. En los poblados por donde van pasando la gente organiza albergues, comedores. Son los pobres ayudando a los pobres, dándoles lo que pueden, cama, comida, ropa, medicinas. Cariño.

Y también hay rechazo, como el que se ha dado en Tijuana, ya al final del viaje. Bastó un video colocado de manera artera en las redes sociales, donde una emigrante hondureña se queja del plato de frijoles recibido en un albergue para que la reacción hostil estalle: "aquí somos pobres, comemos frijoles", repiten las voces indignadas.

Hay que entrar en las historias individuales, como pide Chimamanda. El tramado del tejido es denso, y cada hilo hay que verlo a contraluz. La mujer se llama Miriam Zelaya y se sumó al éxodo en busca de que en Estados Unidos operaran a su hija de 11 años, que es sordomuda. Viaja, como los demás, en busca de un milagro. El suyo es que la niña llegue a hablar y oír. "Hemos caminado por todo México y hemos recibido mucha ayuda", dice llorando. Tengo todo que agradecerles. Yo he criado a mis hijos con muchos esfuerzos y dándoles frijoles y tortillas". Ahora está sola. Se ha tenido que marchar del albergue ante el repudio de sus propios compatriotas.

Pero Miriam está a punto de llegar. A lo mejor recibe asilo al otro lado de la frontera tan celosamente guardada. A lo mejor operan a su hija sordomuda. A lo mejor valieron la pena para ella el desprecio de los suyos, el rechazo de que ha sido víctima en Tijuana por quejarse de unos frijoles. El desarraigo, las penurias del viaje, el miedo, el peligro, la zozobra, la angustia, la esperanza, hacen que deje de ser un simple número en una suma, una cabeza entre miles que fotografía un dron.

 

 

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26 de noviembre de 2018
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Seres de planetas distantes

¿Todavía se les cuentan cuentos a los niños, o sólo llegan a su memoria las historias que ven en las pantallas de los teléfonos y de las tabletas, y en la televisión? ¿Cómo se mueve hoy en día la imaginación de un niño? ¿De qué dependen sus propias invenciones?

¿La palabra escrita dejará pronto de tener algún papel en la formación de las imágenes que pasan por una cabeza infantil? Imaginar las palabras, lo que nos dicen al descifrarlas y convertirlas en imaginación propia es una operación que aprendemos desde la niñez. ¿Se está ya empezando a extinguir?

Mi amigo el escritor mexicano Gonzalo Celorio, me contaba hace poco que vio a su nieto de tres años acercarse a una pecera, y cómo con movimientos del pulgar y el índice puestos contra el vidrio trataba de agrandar la imagen del pececito que nadaba detrás, creyendo que se trataba de una imagen virtual.

¿O es que a esa edad tan temprana ya no hay distinción entre lo real y lo virtual? De alguna manera los genes han cambiado, y ya desde que se nace vienen listos los dispositivos mentales para entender el mundo de manera distinta, hasta que lo virtual termine un día tragándose a lo real.

Me llegó un video que muestra el plan de los maestros de primaria de una escuela de Ahuachapán en El Salvador, para resucitar los viejos juegos infantiles manuales, que no dependen ni de una pantalla ni de los pulgares: patinetas, chibolas de vidrio, trompos, carretillas a la hora del recreo. Es como entrar en el túnel del tiempo.

¿Puede un esfuerzo así derrotar el alud tecnológico que todo lo arrastra? En el video los niños, posesionados del patio de la escuela, interactúan riendo, se comunican con entusiasmo, disputan sobre vencedores y vencidos, compiten entre ellos de manera real, no en las pantallas.

Y esto del dilema la comunicación entre seres humanos capaces de reconocerse como personas de carne y hueso, disputar o reírse, va no sólo con los niños, sino también con los adultos. Hace poco, en un restaurante, fui testigo de una escena que me perturbó, aunque sea hoy tan común que suele pasar desapercibida:

Una pareja de jóvenes casados entró y ocupó una mesa para dos. Apenas se sentaron cada uno sacó su teléfono, e hipnotizados frente a las pantallas empezaron a chatear sin hablarse nunca ni mirarse nunca, como si fueran habitantes de otros planeta, o sólo les interesara relacionarse con gente de otro planeta.

Se me ocurrió que a lo mejor estaban comunicándose entre ellos mismos, enviándose mensajes en los que hablaban de sus problemas familiares, de sus recuerdos, de sus añoranzas, de sus aspiraciones como pareja, del futuro, de los hijos por venir. Y para eso, en lugar de las palabras frente a frente, empleaban los pulgares. Tan distraídos en su empeño que no se acordaron de pedir el menú, ni de que les trajeran alguna bebida.

Pero esta puede ser una fantasía mía muy benévola. La otra posibilidad, y quizás la más cierta, es que no se estaban comunicando entre ellos, y a lo mejor nunca lo hacen, dejaron de hacerlo hace tiempo. Son seres extraños entre sí que han creado entre ambos una barrera insalvable con el rápido movimiento de los pulgares, ciegos el uno para el otro, hipnotizados ante la luz de las pantallas de los teléfonos, ventanas brillantes que les dan acceso a mundo lejanos y ajenos -la palabra enajenado viene de ajeno-, viviendo en compartimentos cercanos pero herméticos, cajones vecinos pero sin fisuras.

Quizás este sea otro nombre para la soledad, la compañía sin palabras, la vida familiar de los pulgares, la pareja que ya no se mira a los ojos porque la pantalla es el sustituto de las miradas mutuas, de las palabras mutuas, de lo que pronto a lo mejor ya no tendrá remedio, que es el silencio.

 

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29 de octubre de 2018
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El ojo que ve y que siente

Un cura de sotana blanca y baja estatura camina por en medio de una calle desnuda de pavimento que muestra las huellas de la pobreza en las paredes desconchadas de las casas, y las de la guerra, que entonces asola a Nicaragua. Al mirar esa foto, se siente el olor a pólvora. El curita luce un sombrero de fieltro negro, que si no fuera por el desastre que lo rodea, y su propia figura humilde, parecería un capelo cardenalicio. Puede ser que al final de esa calle haya una barricada.

Esa foto nos devuelve el drama que vive el país en 1979, hará pronto cuarenta años, cuando la dictadura de la familia Somoza va a derrumbarse. La ha tomado Pedro Valtierra, un fotógrafo callejero, como él mismo se define. El fotógrafo es lo que ve, y él mismo se convierte en los ojos de los demás. Plasmar lo extraordinario, atrapar la casualidad, convertir el instante inusual en memoria. La epifanía visual.

Nacido en 1955 en Zacatecas, Pedro proviene del vasto mundo rural mexicano donde el paisaje no termina nunca de cambiar igual que los rostros. A los 12 años ayudaba a su padre en las labores agrícolas. Y cuando la familia se trasladó a la ciudad de México en 1969, al año siguiente de la masacre de Tlatelolco, la necesidad lo hizo subir a los andamios de albañil, aún adolescente, fue vendedor callejero de discos y ropa de segunda mano en los mercados, y voceador de periódicos.

Tenía 24 años cuando vino a Nicaragua enviado por el diario Unomásuno. Al entrar en el paisaje de guerra, su edad era la misma de muchos de los guerrilleros. Un muchacho con una cámara entre miles de muchachos con fusiles.

Esa cámara nunca es neutral al registrar la realidad que, lejos de ser para él un objeto de contemplación, lo convierte en participante. Todo ocurre no ante sus ojos, sino en sus ojos. Agarrar a la historia por la cola es la tarea más difícil para un cazador de imágenes.

Cadáveres de combatientes, fosas abiertas con los ataúdes sobre los terrones esperando ser bajados por otros combatientes mientras terminan de excavar; barricadas de adoquines arrancados de las calles, o hechas con carcasas de automóviles, puertas, muebles; consignas en las paredes, cielos de lluvia, las primeras marchas de la victoria en los pueblos conquistados. Todo sucede en las imágenes.

¿Dónde no estuvo en aquellos días? Un testigo que sabe que la historia nunca es un todo total, sino que existe gracias a su multiplicidad, a la diversidad de las escenas, al drama individual. La historia en rollo tras rollo de película, las fotos que irán surgiendo a la luz fantasmagórica en las palanganas de ácido del cuarto oscuro, se convierten en un friso que librará la hazaña del olvido.

Y luego, la victoria registrada en el carrete que corre cuadro tras cuadro hasta el 19 de julio de 1979. Yo mismo me veo en ese friso, en el paraninfo de la universidad la mañana en que la Junta de Gobierno proclama a León como capital provisional de Nicaragua. La primera ciudad liberada por las columnas guerrilleras al mando de una muchacha que tiene la misma edad de Pedro, la comandante Dora María Téllez.

Y allí están los vencedores en la guarida del tirano en Managua, ahora desierta. Se acuestan a descansar, felices, en la mullida cama del dictador, se desnudan y se meten a refrescarse en la tina de su baño de mármoles.

La plaza en fiesta, el reloj de la catedral descalabrada por el terremoto de 1972, detenido a la hora exacta del sismo, las cornisas, en la altura, colmadas de gente.

Y otra foto de Pedro que me ha acompañado desde hace 20 años, porque es la portada de mi libro Adiós Muchachos: una tanqueta que entra a la plaza colmada de combatientes, la bandera de Sandino en lo alto, los fusiles en alto.

Hoy, otros jóvenes como ellos, nietos de aquella revolución ahora marchita, se han volcado a las calles por miles a reclamar lo que les ha sido confiscado, la esperanza que sus abuelos debieron haberles heredado.

Pedro no ha estado aquí esta vez, pero las imágenes de hoy se parecen mucho a las suyas de entonces. Pero si hubiera estado, y se asomara al visor de su cámara, vería la misma luz diáfana en los ojos de esos muchachos, la misma decisión y el mismo coraje para enfrentarse al pasado buscando convertirlo en futuro.

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29 de octubre de 2018
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Peligros reales y virtuales de la novela

En el ensayo "El mundo impreso en peligro (la edad del homo virtualis está sobre nosotros)", publicado en el último número de la revista Harper's, el escritor británico Will Self advierte, con nostalgia anticipada, que igual que las sinfonías y la pintura de caballete, que son ya ajenas al mundo contemporáneo, la novela, pieza central de la civilización, tiende a convertirse en un "tema de conservatorio", relegada a los talleres de creación literaria.

La novela, que ha dependido de la relación íntima entre el lector y el autor, vendrá a ser sustituida por la experiencia de alguien que, con un casco en la cabeza y provisto de un taje sensorial, entra en calidad de protagonista virtual en un universo de imágenes, percepciones y sensaciones, en el que ya no tiene que descifrar palabras. El papel de lector que imagina queda abolido.

Atrapados en la formidable maquinaria de la BDDM (medios digitales bidireccionales), seremos engullidos dentro de una matriz operativa alimentada por mega computadoras, codificadores y cables de fibra óptica. La disolución de la imaginación en un miasma cibernético, las aguas del oscuro río Leteo donde en lugar de la memoria de lo leído nos aguarda la desmemoria de la olvidoteca.

Pero antes de eso, temo una amenaza más palpable y cercana contra la novela, y contra la imaginación que la alimenta, y es la obediencia temerosa a la implacable censura de quienes exigen corrección política, o corrección social, que es lo mismo. Es cuando, quienes ejercemos este oficio libérrimo, debemos recordar que la escritura es transgresora por su naturaleza y que toda compostura la vuelve neutra y por tanto la anula. Quienes dictan los cánones de la nueva decencia pública exigen el silencio o el subterfugio.

El temor de quedar mal con los censores sociales conduce por un camino de perdición, que es la autocensura. Las mentalidades cerradas que buscan conjurar los demonios de la libertad creadora han existido en cada época y lo que varían son los temas; recordemos que no pocas obras literarias capitales se han enfrentado a la intolerancia: Las flores del mal, Madame Bovary, Ulises, El amante de Lady Chatterley. Antes el blanco era prohibir o censurar la incitación al pecado de la infidelidad, el erotismo, la impudicia. En México una dama de no sé qué asociación exigió que no se proyectara la película basada en Memoria de mis putas tristes de García Márquez.

Los demonios necesitados de agua bendita hoy son el machismo, la homofobia, violentar la proclama de igualdad de géneros, como si se tratara de bandos en los que sólo se puede estar a favor o en contra. Pero la literatura es mucho más compleja y desafía las alineaciones. Convertir la escritura creativa en un campo de propaganda siempre va en su detrimento y liquidación, no sólo respecto a esos temas, sino en lo que hace a la política y las ideologías.

Una literatura social o políticamente correcta es la muerte de la invención. Contar historias felices es siempre aburrido y rompe con la regla de la contradicción, del conflicto, que está en la esencia dramática de la construcción narrativa. Es un absurdo convertir al autor en responsable moral de las acciones y palabras de sus personajes. Si todos los maridos en las novelas son ecuánimes, cambian los pañales a los niños, comparten las tareas domésticas, y eliminamos los triángulos amorosos, por ejemplo, volveríamos todo gris y quitaríamos verdor al árbol de la vida.

La ficción no es educativa, es por principio incorrecta, disruptiva. La pedagogía moral es ajena a la novela y se vuelve una aberración. Tratar de quedar bien con los censores, es quedar mal con los lectores. Si no se está dispuesto a ser transgresor, hay que abandonar el oficio y dejárselo a otros que no se cuiden del canon. La literatura está contaminada sin remedio. La vida es oscura y sucia, y lo que hace el escritor es buscar como entrar en sus honduras que nunca son asépticas.

Flaubert fue llevado a juicio acusado de que Madame Bovary era "una afrenta a la conducta decente y la moralidad religiosa". Pierre Pinard, el fiscal de la causa, se permitió elaborar una tesis sobre el papel del arte: "imponer las reglas de decencia pública en el arte no es subyugarlo sino honrarlo". Peligrosa concepción. ¿Y Lolita? Todavía se sigue acusando a Nabokov de perversión. Si ambos hubieran honrado al arte de la manera que quería Pinard, habría dos obras maestras menos en el mundo.

 

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16 de octubre de 2018
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De dónde salió todo esto

La Nicaragua bajo opresión hoy día, nunca la hubiéramos imaginado cuando luchábamos por la utopía de la revolución. Los jóvenes de ahora, perseguidos a muerte, son como nosotros entonces, una generación que, igual que esta, convirtió sus ideales en convicciones.
 
El poder pasó de manos de una casta familiar a las de unos guerrilleros inexpertos. Y, por primera vez, no había un caudillo. Las tres tendencias en que el Frente Sandinista se hallaba dividido poco antes del triunfo, aportaron cada una tres miembros a la Dirección Nacional, un cuerpo de nueve personas sin cabeza visible.

De ese delicado equilibrio dependía el consentimiento, y por tanto la adhesión de todas las fuerzas guerrilleras, que tenían su referente único de autoridad en un colectivo, y no en un solo hombre. La ruptura del equilibrio implicaba el riesgo de una lucha intestina, con miles de armas en manos de los combatientes que apenas tomaban respiro de la guerra de liberación recién concluida, mientras se iba articulando el nuevo poder.

Este fenómeno de mutua contención explica el surgimiento de la figura de Daniel Ortega. No era ni histriónico ni demagogo, como, por ejemplo, Tomás Borge. No tenía dones oratorios, ni era carismático. Lo que para un político resultan desventajas obvias, fueron para él ventajas.

En 1985, por lo mismo, resultó electo presidente de la república, y secretario general de la Dirección Nacional. Pero eso tampoco creó al caudillo. El colectivo, con sus pesos y contrapesos, seguía rigiendo las políticas de gobierno, las fuerzas armadas y de seguridad, y el propio partido.

En cada sesión el primer punto de la agenda era la crítica y autocrítica. Cualquiera que hubiera sobrepasado sus límites tenía que mostrar firme propósito de enmienda. Pecados de vanidad y soberbia, exceso de figuración.

Estos antecedentes no los ofrezco para arrojar luz sobre los aciertos y fracasos de la revolución, sino para explicar cómo la utopía ha llegado a convertirse hoy en distopía. Esa forma de poder equilibrado se hizo pedazos con la derrota electoral de 1990, cuando la dirección colectiva terminó desintegrándose.

Y la revolución misma, con su cauda de ideales y promesas, desaciertos y errores capitales que fueron pagados al precio de la derrota electoral, desapareció para siempre. Es de esa dispersión y de esa desarticulación que Ortega fue surgiendo como caudillo cuando sembró la primera semilla de su poder arbitrario al proclamar que iba a "gobernar desde abajo".

Es decir, con asonadas en las calles, huelgas fabricadas, barricadas, choques con la policía con saldo de muertos y heridos, decidido a frustrar el gobierno legítimo de doña Violeta de Chamorro. Así se ganó la lealtad de quienes, engañados por la promesa de retorno al poder por la fuerza, empezaron a verlo, con nostalgia agresiva, como encarnación de la revolución perdida, y se reagruparon a su alrededor. Viejos combatientes, colaboradores históricos, líderes de los sindicatos en escombros, remanentes de las organizaciones populares.

Se reinventó a sí mismo en la soledad, y se apropió de los símbolos de la vieja revolución, de sus consignas, de su retórica antimperialista y anti oligárquica, y soportó tres derrotas electorales, sin lograr superar nunca la cota de un tercio de los votos.

En el 2000 pactó con el expresidente liberal Arnoldo Alemán una reforma de la Constitución que rebajaba al 35% los votos para ser electo en primera vuelta. A cambio, le abrió al otro las puertas de la cárcel, condenado por lavado de dinero. Ortega controlaba ya los tribunales de justicia.

Y aunque la Constitución le prohibía reelegirse, hizo que sus fieles magistrados de la Corte Suprema decretaran que semejante prohibición era nula. Es decir, la Constitución fue declarada inconstitucional.

Cuando en 2006 ganó otra vez la presidencia, se prometió que nunca volvería a perder. Y con los centenares de millones proveniente del petróleo de Chávez, asumió también el control del Consejo Supremo Electoral y los demás poderes del estado. Y fue copando a la Policía Nacional, y al Ejército.

También pactó con su acérrimo enemigo el cardenal Obando y Bravo, arzobispo de Managua. Y con los empresarios: a cambio de plenas garantías para prosperar en sus negocios, les quedaba vedado el territorio político. Y creó, con ventaja, su propio poder empresarial, gracias al petróleo venezolano.

Sin embargo, ahora, tras más de 400 muertos, todo ese poder pensado para siempre se ha cuarteado. La última encuesta de Cid Gallup así lo muestra: Ortega conserva apenas un poco más del veinte por ciento del electorado, es decir, la fidelidad básica que consiguió en sus años de soledad.

Tarde o temprano tiene que aceptar que el país no puede volver a las condiciones en que se hallaba antes del 18 de abril, cuando empezó la ola de protestas masivas. Que no hay compatibilidad posible entre el caudillo que se apropió de una revolución ya muerta, y la sociedad nicaragüense de hoy, que no acepta nada que no sea la democracia.

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2 de octubre de 2018
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¿Cómo empezó todo esto?

La Reserva río Indio-río Maíz es parte de la red mundial de áreas protegidas de la UNESCO. Son 300.000 hectáreas de selva virgen, y se extiende al sur de Nicaragua entre el río San Juan, que delimita la frontera con Costa Rica, y el Río Punta Gorda, hacia la costa del Caribe.

Aunque área protegida, se halla en la mira de los llamados colonos, partidas de campesinos a veces, y las más negociantes de tierras, que burlan a las autoridades forestales, o gozan de su protección, para derribar los árboles y convertir el suelo en pastizales. La quema del terreno suele provocar incendios.

Los negociantes se enfrentan a los indígenas que defienden la selva como su hábitat, no pocas veces arrasando sus comunidades y asesinándolos. Y los árboles tumbados representan otro jugoso negocio en las sombras.

El martes 3 de abril de este año comenzó un nuevo incendio, otra vez provocado por los depredadores, aunque el gobierno minimizó la catástrofe. Negar la magnitud de los incendios ha sido una forma de ocultar sus causas, el descuido y la corrupción, algo que no pasa desapercibido ni para los ecologistas ni para los jóvenes en las universidades.

En las fotografías aéreas y los videos, las inmensas columnas de humo se expanden como si se tratara de una poderosa erupción volcánica, visibles por kilómetros a la redonda, prueba de la magnitud del desastre.

La primera protesta se dio el miércoles 4 de abril en León, cuando los estudiantes encabezaron una marcha que fue atacada, como de costumbre, por las turbas del gobierno. Al día siguiente unos 300 estudiantes intentaron salir de la Universidad Centroamericana en Managua hacia la Asamblea Nacional, llevando pancartas donde se leía SOS INDIO MAÍZ, ORTEGA NEGLIGENTE, DESASTRE ECOLÓGICO. Pero la Juventud Sandinista organizó una "caminata ambiental" y les salió al paso; entonces cambiaron el rumbo, pero de todos modos se hallaron con un contingente de antimotines que los obligó a replegarse de regreso a la universidad.

El régimen dejaba en claro una vez más su intolerancia cerrada ante cualquier protesta, aunque fuera en defensa de la naturaleza: "las calles son del pueblo", había sido la consigna convertida en regla por años, y esto quería decir, las calles son de las organizaciones del partido en el poder. Un monopolio impuesto a la fuerza con el respaldo policial.

El miércoles 11 de abril, una leve lluvia empezó a caer sobre la selva, y ayudó a amainar el fuego, que terminó por extinguirse. Pero el daño a la reserva era irreversible. Y las tierras quemadas, quedaban otra vez listas para ser convertidas en fincas de ganado.

En el estado de felicidad perpetua que ofrece la filosofía del socialismo esotérico del régimen, las causas nobles, como defender la integridad de una reserva ecológica, venían a resultar causas prohibidas. O respaldar a los jubilados en sus reclamos. Eso quedó patente a los pocos días, cuando se reformó la ley de la seguridad social para gravar con un impuesto del 5% las pensiones.

El miércoles 18 de abril un grupo de ancianos salió a protestar en León contra el decreto que los esquilmaba, pero cuando llegaron al lugar acordado ya estaban allí las fuerzas de choque. Uno de los viejos, que porta una pancarta, fue derribado al pavimento, y en el video que se hizo viral entonces puede advertirse como uno de los esbirros lo aprisiona del cuello mientras otro lo empuja con violencia.

Sus compañeros de la marcha lo ayudan a levantarse, lo defienden, y los reclamos contra los agresores suben de tono. Si la intención era agredirlo en el suelo y arrebatarle la pancarta, ya no pudieron hacerlo. Se levantó con ella en las manos.

La escena de un anciano jubilado que cae al suelo agredido por agentes del régimen queda registrada en un teléfono celular, y de pronto está en miles de pantallas de teléfonos celulares en todo el país.

Es misma tarde, unas 300 personas, entre ellos decenas de universitarios que acompañan a más jubilados, se congregan a protestar en las afueras del centro comercial Camino de Oriente en Managua. Todos se han citado allí a través de las redes, con lo que surgirá una palabra desde entonces clave: autoconvocados.

Las fuerzas de choque, ahora multiplicadas, vuelven a aparecer agrediendo indiscriminadamente a los manifestantes. Ese 18 de abril se volverá una fecha histórica, porque es cuando estalla la rebelión desarmada que en los días siguientes tendrá un terrible saldo de muertos, porque la policía y las fuerzas de choque pasan a disparar indiscriminadamente con armas de fuego.

Pronto aparecerán los francotiradores, y los paramilitares encapuchados con fusiles de guerra, hasta que en los siguientes cien días el número de muertos alcanzará más de 400.

El incendio criminal de una selva. Un anciano derribado que a pesar de todo no suelta el cartelón donde reclama por su pensión cercenada. Puertas de escape a una larga acumulación de agravios.

 

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17 de septiembre de 2018
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Camino al aislamiento

La expulsión de la Misión del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH) por parte del régimen en Nicaragua, parece incomprensible para algunos, y un desacierto de fondo para otros. Pero en cualquier caso, no conduce sino al aislamiento internacional.
 

Antes de que la cancillería diera por terminada la presencia de la misión, ya el propio Daniel Ortega, en un discurso que presagiaba la decisión, había acusado al organismo de ser "instrumento de los poderosos que imponen su política de muerte...manejada por los que se han adueñado de continentes enteros, por los que han cometido genocidios sobre pueblos enteros...los que los transportaron desde África para que trabajaran...son infames".

La conclusión es, entonces, que las investigaciones que la misión de derechos humanos de las Naciones Unidas ha llevado adelante, no son sino un ardid malintencionado del viejo colonialismo europeo, urdido contra un indefenso país del tercer mundo. ¿Pero quién es el Alto Comisionado, bajo cuyo mandato se preparó el informe?

El diplomático jordano Zeid Ra'ad Al Hussein, quien ha sostenido una firme posición a favor de Palestina en el conflicto con Israel, y en 2015 declaró que Estados Unidos estaba obligado a llevar a juicio a los miembros de la CIA responsables de casos de tortura. Raro esclavista. Y la diatriba alcanza también a la ex presidenta de Chile, Michelle Bachelet, lejos también de cualquier credo olonialista, quien muy pronto sustituirá a Hussein.

Los organismos mundiales que tutelan los derechos humanos nacen de un largo proceso que ha llevado a las naciones a aceptar no sólo la necesidad de su existencia, como elemento de civilización, sino a acatar sus informes. Denigrar su trabajo y enseguida decretar su expulsión, significa ponerse al margen de la comunidad internacional, o de espaldas a ella.

Una acción así puede ser eficaz para contentar a los propios partidarios, pero no para convencer a los gobiernos y a la comunidad internacional. Y tampoco ayuda para nada a reconciliar al país, porque lo que viene a confirmarse es una voluntad de impunidad. Muy sabiamente, el jefe de la misión expulsada, el jurista peruano Guillermo Fernández Maldonado, ha propuesto la integración de una Comisión Internacional de la Verdad que lleve hasta el fondo en los hechos.

La retórica denigratoria que acompaña la expulsión, no tiene ningún peso frente a los señalamientos de acciones de represión oficial y paramilitar, consideradas en el informe como violatorias del derecho internacional y de los derechos humanos, lo cual incluye el uso desproporcionado de la fuerza, casos de ejecuciones extrajudiciales, de desapariciones forzadas, la obstrucción del acceso a la atención médica, detenciones arbitrarias o ilegales, la tortura y la violencia sexual, la criminalización de las protestas ciudadanas . Lo que tiene peso es el hecho mismo de la expulsión.

Y, seguramente, lo más irritante para el régimen es que el informe contradice la narrativa oficial del golpe de estado. "Golpistas" ha sido el título que conforme a esa narrativa se ha dado constantemente a los miles de participantes en las protestas populares.

Al cerrar las fronteras al escrutinio de los hechos violatorios de los derechos humanos, el régimen desconoce el orden internacional, en el que se basa hoy en día la convivencia entre las naciones de todo tamaño y poderío. ¿Puede Nicaragua vivir bajo una política de fronteras cerradas? ¿Puede el régimen valerse solo, aislado como está de la propia sociedad nicaragüense?

A lo largo de la historia, ha habido naciones que se han encerrado en sí mismas, ignorando a las demás. Pero se ha tratado de países vastos en su geografía, autosuficientes en sus recursos, y por supuesto poderosos, como ocurrió con China bajo la dinastía Tang y bajo la dinastía Ming. Pero Nicaragua es un país pequeño, interconectado de manera natural a las naciones vecinas, y miembro fundador tanto de la Organización de Estados Americanos como de las Naciones Unidas, y no puede renunciar a sus obligaciones internacionales sin afrontar consecuencias jurídicas y económicas.

La crisis que vivimos no tiene salida en el aislamiento, sino, por el contrario, en buscar, y no alejar, el respaldo internacional, que lleve a un diálogo nacional, ahora pospuesto por voluntad cerrada del régimen, y que ese diálogo abra las posibilidades de una salida democrática que, lejos de haber terminado, parece prolongarse de manera indefinida.

El camino escogido es cada vez más equivocado, y aleja las soluciones que pasan necesariamente por el restablecimiento pleno de la democracia, y el respeto sin condiciones a los derechos humanos.

 

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3 de septiembre de 2018
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El Boomeran(g)
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