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Escrito por

Roberto Herrscher

Roberto Herrscher es periodista, escritor, profesor de periodismo. Académico de planta de la Universidad Alberto Hurtado de Chile donde dirige el Diplomado de Escritura Narrativa de No Ficción. Es el director de la colección Periodismo Activo de la Editorial Universidad de Barcelona, en la que se publica Viajar sola, director del Premio Periodismo de Excelencia y editor de El Mejor Periodismo Chileno en la Universidad Alberto Hurtado y maestro de la Fundación Gabo. Herrscher es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Periodismo por Columbia University, Nueva York. Es autor de Los viajes del Penélope (Tusquets, 2007), publicado en inglés por Ed. Südpol en 2010 con el nombre de The Voyages of the Penelope; Periodismo narrativo, publicado en Argentina, España, Chile, Colombia y Costa Rica; y de El arte de escuchar (Editorial de la Universidad de Barcelona, 2015). En septiembre de 2021 publicó Crónicas bananeras (Tusquets) y su primer libro colectivo, Contar desde las cosas (Ed. Carena, España). Sus reportajes, crónicas, perfiles y ensayos han sido publicados The New York Times, The Harvard Review of Latin America, La Vanguardia, Clarín, El Periódico de Catalunya, Ajo Blanco, El Ciervo, Lateral, Gatopardo, Travesías, Etiqueta Negra, Página 12, Perfil, y Puentes, entre otros medios.

 

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El cuentista O. Henry, creador de la República Bananera

El 8 de septiembre, el experto en Big Data mexicano Alberto Escorcia remeció a la opinión pública de Suecia al declarar que ese país, considerado por muchos como un modelo de pulcritud democrática, es en realidad una “república bananera”. Lo decía por la manipulación burda de datos en la red social Twitter de cara a las elecciones suecas del 11 de septiembre. No importa que en Suecia haya mucho frío, no se cultiven bananas y sea un Reino. Todos entienden de qué se habla cuando se habla de “república bananera”.
Es fascinante el origen de esta expresión: la creó el gran maestro del cuento norteamericano Sydney Porter, conocido por su seudónimo O. Henry. Ninguna antología del cuento norteamericano está completa sin alguno de los suyos, y el principal premio de cuentos de EE.UU. se llama “O. Henry Prize”.
Antes de publicar su centenar largo de cuentos, O. Henry tuvo que huir, acusado de robar fondos en el banco de Texas donde trabajaba. En 1896 se instaló en Honduras, que no tenía tratado de extradición con su país. Allí fue testigo del nacimiento de las empresas bananeras que tres años más tarde se fusionaron en la United Fruit Company: los empresarios corrompían, chantajeaban y daban órdenes a los débiles gobiernos centroamericanos de la época.
O. Henry volvió a Estados Unidos y estuvo preso cinco años. Allí empezó a escribir su única novela, De repollos y reyes, en la que satiriza sobre el presidente de un país imaginario llamado Anchuria (un chiste sobre Honduras), que intenta enfrentarse a las demandas de la empresa frutera Vesubio. Al final, el gerente de la Vesubio financia el golpe de estado de un general pomposo. Dos veces en esa novela usa el término “república bananera”, que él inventó.
Faltaban dos décadas para que la United Fruit Company ordenara al ejército de Colombia asesinar a los trabajadores bananeros en huelga en el Caribe, una masacre que se convirtió en un episodio clave de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, quien nació en una plantación de la compañía. Y cinco décadas para que la empresa orquestara el golpe de estado de 1954 en Guatemala, contra un gobierno que pretendía comprar sus tierras por el precio que ella misma había fijado en sus mentirosas declaraciones de impuestos.
La multinacional todopoderosa hoy ya no es la productora de bananas. Pero el concepto político al que dio su nombre está más vivo que nunca. En Suecia, en Brasil, en Argentina, en Estados Unidos, la expresión “república bananera” se usa hoy para describir una relación tóxica entre el gran capital multinacional y el poder político.
El control que ejercen las grandes corporaciones financieras, tecnológicas y militares (las “bananeras” de hoy) sobre los gobiernos, tanto de derecha como de izquierda, que denuncian muchos economistas y politólogos de hoy, ya lo vio con su sagacidad de cuentista el gran O. Henry.

Este texto, ligado a mi investigación sobre los escritores “bananeros” en mi libro Crónicas bananeras, es una colaboración para el perfil de O. Henry publicado por Daniel Gigena en el suplemento Ideas de La Nación, Argentina, que fue publicado el 11 de septiembre de 2022.

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13 de septiembre de 2022

Islas Vírgenes Británicas

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Paraísos fiscales: el lapsus que revela qué pensamos de verdad sobre los impuestos

Hace unas semanas me tocó participar en una charla en la Universidad Diego Portales de Santiago sobre el Premio Periodismo de Excelencia de Chile, del que soy director. Fue un panel de lujo, con el influyente presentador de televisión y columnista Daniel Matamala, la valiente periodista de investigación y académica de esa universidad Alejandra Matus, la creativa periodista digital Belén Pellegrini y el acucioso periodista de datos Alberto Arellano.
Uno de los temas fue el de la sorprendente investigación de Arellano y Francisca Skoknic sobre los negocios del presidente Sebastián Piñera en paraísos fiscales, sobre todo las Islas Vírgenes Británicas. Skoknic y Arellano han participado en el desvelamiento de negociados del poder económico y político mundial hecho por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, primero con los llamados Panama Papers, y después con los Pandora Papers.
Preguntas iban y venían sobre el negociado del entonces presidente Piñera, que vendió a su amigo y vecino Carlos Alberto Délano los terrenos para construir una minera en un sitio de alta fragilidad ecológica. El negocio se formalizó en las Islas Vírgenes Británicas, lo que le permitió al dos veces presidente no pagar los impuestos que un negocio de esa envergadura hubiera tenido que devengar en el país que él gobernaba con el dinero de los contribuyentes... especialmente de los grandes contribuyentes, como él mismo.
Estaba defraudando a las arcas públicas con las que él mismo contaba para cumplir sus ambiciosos planes de gobierno.
El trabajo de Arellano, de la agencia de investigación CIPER, y Francisca Skoknic, de la plataforma digital LaBot, pudo demostrar algo más grave aún: una cláusula para el pago de la última cuota dependía de que el estado no declarara protección ambiental en la zona.
Y quien debía decidir sobre dicha declaratoria era el gobierno del mismo Piñera. Un escándalo en toda regla.
Mientras escuchaba la explicación de ese valioso trabajo periodístico, que muestra el gran nivel del periodismo de datos y documentos, y reflexionaba sobre por qué los textos con menos números y más vuelo literario no volaron tan alto en las últimas ediciones del premio, me acordé de lo primero que me vino a la cabeza cuando empezaron estas noticias en los medios en castellano sobre los “paraísos fiscales”.
Y aporté, pensando en voz alta, algo que quiero explicar aquí de manera más elaborada. Tiene que ver con una confusión lingüística, con el por qué pensar en palabras, en metáforas, en sueños y miedos expresados en comparaciones, puede también aportar al periodismo de hoy.
Quiero decir: por qué pienso que necesitamos también de las palabras y su sentido, no solo los números y datos, para entender algo profundo de lo que pasa en el mundo.
Resulta que el concepto de “paraíso fiscal”, que las agencias de noticias comenzaron a usar alrededor de las primeras investigaciones del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, es un error de traducción.
En el periodismo anglosajón se usa desde hace años el concepto de “tax haven”, usando la expresión inglesa haven, que quiere decir refugio, guarida.
Los tesoros se esconden en un lugar seguro, secreto, oscuro. Piensen en la cueva de Alí Babá y los 40 ladrones. Eso es un haven.
Se escribe parecido a heaven, paraíso. No suenan igual en inglés, porque la primera se pronuncia algo así como “jéiven”, y la segunda, “jéven”. Quién sabe qué joven traductor de una agencia de noticias, trabajando a destajo, rápido y por dos pesos, habrá lanzado por primera vez la mala traducción, pero lo cierto es que quedó, prendió, explotó como metáfora, y ya no se fue más.
Paraíso fiscal es lo que tenemos.
¿Y por qué prendió como fuego en una pradera seca? Yo estoy convencido de que su rápida adopción tiene que ver con lo implantada que está en la mente de tantos españoles y latinoamericanos la idea de que los impuestos son un infierno de pagos sin sentido, que abultan los bolsillos de políticos corruptos, que llevan a la vagancia y la abulia a generaciones de pobres que viven de lo que pagan los laboriosos contribuyentes, un robo que no sirve para nada y que es dinero perdido.
Llevamos décadas de propaganda neoliberal y antiestatista, que se centra en la parte de los impuestos que se emplean en beneficiar a los pobres, y calla lo que se emplea a comprar armas, asesorías, favores, prebendas a los ricos amigos del poder. Los que más se benefician de las arcas públicas son los principales propagandistas de pagar menos impuestos.
En ese “sentido común” privatista, pagar impuestos es un infierno. Escapar de tener que pagarlos, un paraíso. ¡Quién pudiera disfrutar de lo que honestamente gana! ¿No leyeron esto en miles de columnas de opinión en diarios del poder, en redes sociales, en blogs, en discursos de candidatos populistas de derecha?
A esto contribuye la idea – que no tiene ninguna relación con el hecho de que abogados angurrientos arman negocios para sus clientes en zonas donde no se pagan impuestos – que los lugares físicos donde operan estos “paraísos fiscales” en las Américas son países y colonias tropicales con playas paradisíacas: Islas Vírgenes, Belice, Panamá.
Fíjense que esto no sucede en Europa: los “tax havens” de Luxemburgo, Irlanda, Holanda, incluso Mónaco, tienen lujo, bellos paisajes, pero no el “paraíso” que se suele relacionar con el trópico, la arena blanca, las aguas azules y los cocoteros.
No, la razón por la que nos quedamos con el error de los paraísos fiscales en vez del escondite o refugio es porque, a diferencia de los adustos, austeros ricos protestantes que esconden sus lujos, como explicaba Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, nuestros ricos y aspirantes al club son derrochones, totalmente desprovistos de un mínimo sentido ético que les haga al menos invertir en fundaciones y caridad y evitar exhibir su impúdica riqueza.
En un haven, un refugio, uno esconde su dinero, y se esconde de la mirada inquisidora de un pueblo trabajador que mira mal el engaño.
En un heaven, un paraíso fiscal, uno toma sol en traje de baño, con un daikiri en la mano, mientras disfruta del producto de negocios turbios sin siquiera tener que pagar la odiosa tajada para que el estado provea de salud, educación, caminos y policía a los trabajadores que no pueden escaparse a ningún paraíso.
En cada uno de nuestros países, el paraíso fiscal de unos es el infierno de falta de redes de apoyo social para la mayoría.
Dicho esto… ¡otro daikiri, por favor!

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10 de septiembre de 2022
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Un prólogo cándido para lúcidas crónicas patagónicas

 

La Fundación Periodismo Patagónico de Argentina publicó su primer libro, que incluye potentes textos de no ficción que vienen del fin ¿o será del comienzo? del mundo. Se llama 18 crónicas patagónicas. Tuve el privilegio y la alegría de escribir el prólogo. Es este.

Acabo de leer todas las crónicas de este libro sabio: se extienden en decenas de direcciones y todas convergen en una forma pausada, tranquila, lenta de contar las cosas. ¿Será la forma patagónica de revelar los secretos de la tierra y de su gente?
Sí, se suele decir que el periodismo narrativo, o literario, es lento. La académica vasca Udane Goikoetxea lo compara con la “slow food”, en contraposición a la “fast food” de las hamburgueserías para apurados. Mi amigo, el director de esta Fundación de Periodismo Patagónico Santiago Rey, usa la metáfora del curanto que se hace en el sur de Argentina y de Chile: cocina lenta, sabores que se mixturan en la cocción, suavidad y delicadeza, paciencia.
Pero siento que, del habitual tono pausado de la crónica, estas tienen algo más, algo propio: un sabor a viento entre los árboles, a vastedad de llanuras, a rumiar largo mientras se va suavizando el sorbo de mate con cada golpe de pava, mientras se termina el puchito y va bajando la luz en el horizonte.
No importa si muchas de estas historias no sean “patagónicas” en el sentido de estar ancladas al paisaje agreste, al frío, a la vastedad, a las soledades de indígenas y campesinos asentados en sus valles, costas y roquedales. Incluso las historias que podrían suceder en cualquier lado, como el escalofriante y tan bien investigado camino de los niños que buscan a sus padres biológicos, “¿Alguna vez encontraré a mi mamá?”, de Ángeles Alemandi, o la divertida, sensual y ácida crónica de la lucha por bajar de peso, “Cómo sobrevivir a una dieta low carb”, de Bruno Oliva, tienen ese acento tranquilón del sur, de la frontera donde no se sabe qué hay del otro lado.
Tienen esa búsqueda de una vida “deliberada”, como decía Henry David Thoreau que encontró en las montañas y el lago Walden. Vivir deliberadamente, buscar una autenticidad, buscarse a sí mismo en un mundo donde caen las caretas.
Muchos de estos textos ya los había leído. Yo fui jurado en la tercera edición de este premio, en 2021. Los dos textos que más nos gustaron, “Las chapuceadoras de la felicidad”, de Alicia Lazzaroni, y “Diecisiete parajes”, de Migue Roth, sí son explícitamente patagónicos. Uno centrado en las mujeres que desafían el frío y se sienten vivas en las aguas gélidas del Canal de Beagle: la épica de sumergirse. Y el otro, un viaje para entender a los que se quedaron cuando lo lógico era irse: la sublime belleza de la resistencia, de la dificultad como camino. En estos textos hay impactantes descripciones del paisaje del norte y el sur del territorio.
Pero ya sea que hablen “sobre” la Patagonia o sean relatos universales “desde” la Patagonia, transita por todas estas páginas el embrujo de una zona que nunca termina de domarse, como un caballo encabritado que sus habitantes siempre prefieren al manso arrullo de lo comprensible: el otro lado, la vorágine siempre igual de la gran ciudad o la plácida y repetida siesta del norte.
En el sur un día puede volverse tormentoso, ya sea de arena, de nieve, de lluvia torrencial, de volcanes o de insectos, y así es la escritura a la que invita: siempre al borde de la inundación o la estampida. Con secretos que en cualquier momento pueden desencadenar una catástrofe.
Fue una valiente y valiosa iniciativa empezar a pedir, llamar, recolectar estas historias. En un territorio tan extendido, muchos de estos relatos sonarán desconocidos para los de la otra punta de la Patagonia. Pero las voces, espero, les sonarán familiares aún en su variedad. Como los distintos miembros de una familia, cada uno con sus tics y muletillas y temas recurrentes, pero con un dejo unificador.
Hay escritura poética y recursos originales en “Hasta que llegaste vos”, de Martín Loynaz; hay sorpresa y garra en” Asalto comando a la publicidad”, de Ariel Adler; hay buena investigación y memoria histórica en “El candidato” de Emilio Rízoli; hay prosa luminosa y una estructura creativa en “El trueno puso su ruido luminoso” de Beatriz Muglia; hay una mirada lúcida y esperanzada en el estupendo perfil del nuevo presidente trasandino “Chile ¿alcanzarán los sueños?”, de Santiago Rey.
Hay mucho que admirar, que agradecer, que celebrar en este libro.
Yo, un porteño trasplantado a varios rincones del planeta y ahora viviendo en Santiago de Chile, agradezco la oportunidad de presentar y recomendar estas crónicas que crecen desde las raíces del mundo.

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28 de agosto de 2022
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La redundancia nunca vale

Lo escucho cada día. En la radio, en discursos políticos, en conferencias y clases, de parte de alumnos y sobre todo de profesores.
Después de usar dos veces la misma palabra o idéntica expresión, quien habla exclama sonriendo “valga la redundancia”. Y así, mágicamente, se perdona a sí mismo y nos explica que la redundancia que acaba de cometer es aceptable … porque quien la perpetró así lo determina.
Pero no. La redundancia no vale.
Si yo hubiera escrito en la frase anterior: “…que acaba de cometer es aceptable … porque quien la cometió así lo determina (valga la redundancia)” eso significaría que yo no tenía un sinónimo o una solución creativa a mano para el verbo “cometer”, que mi vocabulario es limitado, que no me di el tiempo o el esfuerzo de pensar en una palabra como “perpetró” para evitar caer en repeticiones.
Es verdad que al hablar cometemos muchos errores y repeticiones. Pero este es el único error que tiene su propia frase de autoindulgencia. Decimos “valga la redundancia” … y ya está. Mágicamente, la redundancia vale.
Y como hace tanto que existe y se celebra, ya ni siquiera se la entiende como un pedido de disculpa. No: “valga la redundancia” es un orgullo, una medalla de honor. Lo resaltamos para que a nadie se le pase. Es como decir “el ladrillo del castillo … ¡mira, hice un versito!”
No señor, es una cacofonía. Hay que volver atrás y arreglarlo. Suena feo.
A veces pienso que “valga la redundancia” es la marca de este universo de Youtubers, Instagramers, magos y hadas de la televisión 24 horas sin parar. La improvisación, la espontaneidad, son los valores máximos de este momento. Y nada más espontáneo que lo que se nota dicho a las apuradas, sin pensar antes de hablar, sin buscar la vuelta creativa para no caer en la redundancia. Muchas de las frases que se hacen virales, memes, repetidas millones de veces, valen por ese carácter impensado. No tienen ningún sentido gramatical. Por eso son verdaderas. No pudieron haber sido escritas de antemano ni planeadas.
Discúlpenme, pero yo soy de la vieja guardia. Mi maestro en el buen decir era el maestro peruano Víctor Hurtado Oviedo, el jefe cascarrabias y puntilloso que tuve el privilegio de tener en la agencia Inter Press Service en Costa Rica. Con la misma carcajada de desprecio contestaba don Tito Hurtado un elogio a su odiado Luis Miguel. Si uno osaba decir “valga la redundancia” en su presencia, él hubiera bufado con sorna: “Estás diciendo: valga mi mediocridad”.
Pero hoy hay pocos editores y pocos maestros como él.
En un viejo cuento de Hermann Hesse que le encantaba a mi papá, un editor de diario, que imagino con los rasgos magros cortados a cuchillo del mismo Hesse, siempre regañaba a los jóvenes reporteros cuando escribían que un hecho policial era triste, dantesco, horripilante, trágico, impensado. Se enojaba sobre todo con los cansados comienzos de “cuando se levantó en la mañana, el señor August no sospechaba que terminaría destrozado bajo las ruedas de un carruaje”.
Los jóvenes reporteros lo odiaban. Pero siempre le hacían caso y sabían que su poda de adjetivos y sentimentalismo mejoraba sus textos.
Un día el editor murió. Encargaron al más bisoño de los periodistas escribir el obituario. El aprendiz puso la hoja en su ruidosa máquina de escribir y tecleó: “Trágico deceso de un prestigioso periodista”.
De pronto, el joven sacó la hoja del carrete y con la vieja pluma del maestro tachó la palabra “trágico”.

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21 de julio de 2022
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¡Qué suerte que te despidieron, Lino Solís de Ovando!

Este es el prólogo que escribí para el exquisito, doloroso libro "Reportero sin cabeza", del periodista chileno Lino Solís de Ovando (Editorial Cinco Ases, 2022):

Sin la crisis del periodismo, sin el tsunami de la pandemia, sin los malos modos de empresarios sin escrúpulos y sus babosas serviles sin alma, no existiría este libro. Tampoco existiría sin la bronca, la frustración, el sentir que al despedirte te humillaron, al tener que comerse las lágrimas y aceptar una indemnización indigna.
Cuando Lino Solís de Ovando me llamó, a poco andar el encierro de la pandemia, me sonaba su nombre. Lo googlié. Es uno de los mejores periodistas y editores de negocios y finanzas de Chile. Un periodista por el que en la buena época se pelearían todos los medios escritos.
Todavía sentí el leve temblor en su voz cuando me contó cómo los habían echado a él y a todo su equipo de la otrora poderosa revista AméricaEconomía. Quería estudiar en el Diplomado en Escritura Narrativa de No Ficción, que yo dirijo. Quería escribir su historia. Después me pidió que yo fuera su tutor.
Trabajamos en el segundo semestre de 2020, mientras el coronavirus avanzaba por el mundo, crecía la desocupación, los parques santiaguinos se llenaban de carpas de los sin techo y las ollas comunes alimentaban a los trabajadores sin trabajo. Fue un enorme privilegio tener a este gran editor como alumno, discutir regularmente con él cómo entrevistar y tratar a los “personajes”, de qué manera usar la primera persona combinada con las voces de los otros, que fueron sus reporteros en la época de oro de la revista.
La historia que quería contar Lino, la que a ustedes les pegará y los acaricia, la que les divertirá e indignará en las páginas que siguen, es un relato de estos tiempos. Pero él la logró contar desde tres ángulos.
Por un lado, quería contar lo que le pasó, reflexionar al recordar su propio vía crucis. Por otro, quería poner este drama en contexto: como el avezado analista económicos que es, quería explicar por qué, cómo y cuándo se hunde el negocio de la prensa de calidad y en especial las revistas como AméricaEconomía, que en sus buenos tiempos fue bautizada como “el The Economist latinoamericano”.
Ese es el contexto, lo que cientos de periodistas en Chile y miles en el mundo están viviendo, y que afecta la calidad, veracidad y rigor de las noticias, sin las cuales no nos enteramos de qué pasa en el mundo.
Esto es lo que pasa: una revista deja de recibir los ingentes ingresos de cuando se compraban revistas y cuando las grandes y pequeñas empresas llenaban páginas con sus avisos publicitarios, y se reduce y manda a la mitad de la redacción a la calle.
O se convierte en un repetidor de boletines y manda a dos tercios de su plantilla a la calle.
O cierra y les pega a todos una patada en el culo.
Esta es una forma de entender el mundo de las empresas, de los medios y de la degradación laboral en estos tiempos.
En las charlas de nuestra tutoría, vimos juntos que para contar esta historia debía introducir un tercer elemento. Lino tenía muchas historias con sus antiguos compañeros de trabajo, los que fueron despedidos junto con él, y con los pocos que se quedaron a juntar los restos del estropicio. Los llamó, los entrevistó, le abrieron su mundo y sus miedos y esperanzas.
El camino de este libro es un sabio sumergirse en los recuerdos dolorosos del escritor, su orgullo que no lo deja quejarse y lo hace tratarse a sí mismo con ironía, con madura sorna, y también es un camino generoso hacia las historias de los demás.
Lo que resultó de sus entrevistas con los otros perdedores dignos de esta historia es un relato coral que supera en mucho el memorial de agravios. La puerta de entrada al mundo de estos periodistas despedidos es un prodigio de sensibilidad, porque Lino se sumerge en las historias y personajes que pueblan el imaginario de sus compañeros.
Uno encuentra paz en las sórdidas películas gore de terror, crímenes, sangre y vísceras; otro se refugia en la delicadeza de la cultura oriental; uno más se arrulla con la historia de lucha y exilio de sus padres revolucionarios. Lino mismo escribe cuentos donde personajes ficticios disparan contra los malos, mientras él mismo debe sortear la humillación de pedir la misericordia de una compensación justa a un empresario angurriento.
Por estas páginas desfilan novelas como Intimidad de Hanif Kureishi, personajes de películas, como el apesadumbrado experto en despedir empleados ajenos que interpreta George Clooney en Up in the Air, series como la fantasiosa Los caballeros del zodíaco, y hasta creaciones propias, como el personaje atildado y apuesto de Dandy McBull, el maravilloso invento de un reportero que necesita admirarse al espejo.
La mirada de periodista inquisitivo y narrador empático se unen para crear escenas inolvidables. Quedará para siempre en mi memoria el desalmado cuarto donde los empleados son despachados sin piedad por abogados autómatas, a los que muchos de los despedidos veían por primera vez.
Los jefes, aquellos que les exigían trabajar días y noches y fines de semana de horas extra sin retribución, nunca aparecieron para dar la cara.
Los escritores de raza tienen esta posibilidad de venganza poética: se alzan, lo cuentan, desnudan sus propios miedos y bajezas y revelan la miseria moral de los patanes.
No, no es venganza poética. Diría que es venganza narrativa: la capacidad que muestra Lino de transformar una derrota en triunfo contando magistralmente lo que le pasó, lo que sintió, pero también las causas y consecuencias de una tragedia colectiva. Y al hacerlo relato, darle un sentido y una función. La posibilidad de poner a cada uno en su lugar. La entereza de llamar a las cosas por su nombre y de revelar las debilidades propias y reconocer la humanidad de los otros, los hermanos en desgracia.
Reportero sin cabeza tiene cabeza, corazón, estómago y las criadillas bien puestas de un narrador exigente que no se contenta con contar su propio drama. En la historia de los otros encuentra un espejo en el que todos debemos mirarnos y contemplar la plaga de maltrato laboral que vino antes del Covid-19, un espejo en el que pueden reconocerse incluso muchas de las causas del estallido social.
Este libro puede leerse como una ilustración de lo que filósofos de hoy, como el esloveno Slavoj Žižek y el coreano-alemán Byung-Chul Han, analizan como la degradación del mundo laboral en el capitalismo tardío.
También como una inmersión en lo que el estudioso argentino de las nuevas literaturas del yo Julián Gorodischer llama “narrativas de lo íntimo” o lo que Jorge Carrión, experto catalán, distingue en los actuales relatos híbridos que combinan el ensayo con el periodismo literario: la combinación del analizar y el contar.
O como un ejemplo de la nueva crónica latinoamericana, comparable a los relatos de viaje para entender el mal de Martín Caparrós, Joseph Zárate, Marcela Turati o Rodrigo Fluxá.
Es todo esto y más. Entre una llamada telefónica del jefe que desencadena el drama y otra llamada, que cierra el relato, sé que los que se sumerjan en esta novela de hechos reales no podrá dejar de pasar las páginas y reconocerse en imágenes, gestos, escenas, reacciones. Fue para mí un gusto y un privilegio poder acompañar al autor, que ya era un periodista admirable, en este encuentro con su voz narrativa.
No puedo dejar de pensar, con culposo deleite: “qué suerte que te despidieron, Lino Solís de Ovando, así bajaste a los infiernos a regalarnos esta joya”.

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14 de julio de 2022

Jacqueline DuPré y Daniel Barenboim

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Parejas musicales: amores, pasiones y conflictos en el escenario

Estar enamorados y hacer música juntos. Nada parece ser más romántico. Los músicos profesionales que encontraron el amor en un escenario, una sala de ensayos, un conservatorio o un estudio de grabación tienen algo con lo que las demás parejas solo pueden soñar despiertos: volar juntos, crear, danzar con la voz, con instrumentos, juntando su arte y sus caminos vocacionales con la vida diaria, vivir con sus compañeros artísticos, estar siempre unidos.
A lo largo de la historia ha habido muchas parejas musicales. Por suerte se conservan grabaciones que testimonian estas uniones que van más allá de la partitura. Aunque en muchos casos la pasión y la intensidad de una personalidad artística también han llevado a peleas, envidias, traiciones y rupturas, el embrujo de escuchar en vivo a una pareja que comparte el arte que los inflama es inigualable.

Nuestro placer culposo
El 29 de junio actuarán en el Liceu la exquisita mezzosoprano checa Magdalena Kožená y su esposo, el célebre director Sir Simon Rattle, en su poco habitual faceta de pianista. Junto a ellos subirán al escenario seis ejecutantes de instrumentos de cuerdas y viento, para transitar por un abanico de obras de cámara de Strauss, Ravel, Brahms, Stravinsky y Chausson, para terminar con los grandes compositores de la tierra de Kožená: Antonin Dvorak y Leos Janacek.
En la web del teatro se lee: “Es un placer dar la bienvenida a estos artistas inmensos y tener la sensación de que, como público, estamos invitados a escuchar este concierto como si estuviéramos en el sofá de casa”.
No de la casa nuestra, apunto yo: la de ellos, como si nos metiéramos en su intimidad, su disfrute de hacer música juntos.
Este placer culposo de colarnos en lo que para una pareja de artistas es la máxima intimidad ha hecho a lo largo de las décadas que conservemos el recuerdo de conciertos memorables, y atesoremos discos que vuelven a la vida estas formas intensas de amarse en público.
En algunos casos, la alianza duró toda la vida. Fue, por ejemplo, el encuentro personal y artístico entre la soprano Joan Sutherland y el director Richard Bonynge, ambos australianos, que los llevó a incursionar durante 40 años en el repertorio del olvidado bel canto operístico en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, y reflotar juntos obras de Gaetano Donizetti y Vincenzo Bellini que no se ponían en escena desde hacía siglos. Como necesitaban un tenor… la mayoría de estos discos que registran la unión de Bonynge y Sutherland incluyen a un Luciano Pavarotti en su esplendor vocal.

Amor representado
Por supuesto, cuando la pareja representa a un amor escénico la impresión para el público es mayor. Una rutilante pareja de cantantes fue por dos décadas la del tenor francés Roberto Alagna y la soprano rumana Angela Gherogiu. Hasta su sonado divorcio, se sacaban chispas como apasionados y trágicos amantes en las óperas de Giuseppe Verdi y Giacomo Puccini.
A veces es la fama de uno de ellos la que empuja la carrera del otro, como sucedía hasta el congelamiento de sus carreras por la crisis ucraniana con la más famosa soprano de la actualidad, Anna Netrebko, y su segundo marido, el tenor Jusif Eyvazof, de menor “cachet”, a quien ella imponía en los elencos de las óperas que los grandes teatros que querían contratarla.
El caso de Netrebko es paradigmático en varios sentidos. Su marido anterior, el barítono uruguayo Erwin Schrott, también era cantante. Casi no compartieron escenario, pero la intensidad de Schrott en las tablas (es hipnótico en sus interpretaciones de Don Giovanni y Fígaro) le hizo protagonizar una bochornosa escena de celos en pleno recital con su esposa y el tenor Jonas Kaufman. Cuando en el final de un dúo de amor éste estampó un beso en los labios de la Netrebko, Schrott se acercó con un pañuelo a limpiarle el rouge, ante la mirada aterrada de su esposa.
Ese fue su última aparición pública como pareja.
Pero la intensidad de las relaciones entre músicos se suele expresar de forma más armónica. Y en sus memorias, muchas veces la admiración y el deleite al hacer música juntos es lo primero que surge, antes que la atracción física o la unión espiritual.

El sonido del amor

Una legendaria pareja de músicos, el cellista Mstislav Rostropovich y la soprano Galina Vishnevskaia, fueron modelo de comprensión y apoyo mutuo en los duros años del estalinismo. Él siempre decía en entrevistas que en el momento en que la vio por primera vez (cantando, por supuesto) se enamoró para siempre. Para acompañar a su esposa en recitales, Rostropovich tocaba el piano. Eran dos apasionados: en las interpretaciones de ambos la expresión extrema de los sentimientos primaba por sobre la belleza del timbre o la perfección técnica.
Juntos ayudaron a muchos perseguidos y exiliados, y fueron expulsados de la Unión Soviética cuando alojaron en su casa al escritor disidente Aleksandr Solzhenitsyn. Sin patria y sin pasaporte, la pareja deambuló por Europa y Estados Unidos hasta que pudieron regresar en 1990, tras la Perestroika. Cuando cada uno de ellos actuaba, era usual ver al otro, arrobado de emoción, en el palco.

A propósito de Rostropovich, es curioso que, al pensar en músicos enamorados, me viene a la memoria una gran cantidad de violoncelistas. ¿Qué tendrá este instrumento, que parece contener las penas y las alegrías y remedar la voz humana desde la placidez hasta la furia?
Es el caso de Pau Casals y su última esposa, la puertorriqueña Marta Montañez, 60 años menor que él. Ella, estudiante de cello, fue discípula del maestro, hicieron música juntos, fundaron festivales en Francia y Puerto Rico, y ella lo acompañó hasta sus últimos días y preside la Fundación Pau Casals. Tras la muerte su marido, Marta se casó con otro cellista, Eugene Istomin.
Y la pareja musical catalana más activa en los últimos años, la de Jordi Savall y Montserrat Figueres tiene en su eje un instrumento precursor del violoncello moderno: la viola da gamba, con la que Savall desempolvó partituras perdidas de una extraña belleza arcaica. Montserrat Figueres murió de cáncer en 2011, pero los discos que ambos grabaron siguen hablando de la paz, el diálogo intercultural y el legado musical de su tierra catalana.

Un volcán de emociones
Pero probablemente la cellista más apasionada, más trágica y más genial en que uno pueda pensar es la inglesa Jacqueline DuPré, que formó pareja artística y marital con el legendario pianista y director argentino-israelí Daniel Barenboim.
En su autobiografía Mi vida en la música, Barenboim cuenta que conoció a DuPré, en 1967 en una cena en casa de un pianista chino amigo de ambos. “Íbamos a pasar la velada tocando música de cámara. Jacqueline y yo sentimos de inmediato una fuerte atracción mutua, tanto en el sentido musical como en el personal. Alrededor de dos o tres meses después decidimos casarnos”.

Las cuatro páginas que escribe sobre su primera mujer se centran en ella como intérprete, y para un lector para quien la música no sea el centro de su vida, parecen frías y extrañas para hablar de la esposa de su juventud. “Le horrorizaba todo lo que fuera falso o insincero o artificial. Tenía algo que muy pocos intérpretes tienen, el don de hacer sentir a los demás que en realidad ella iba componiendo la música a medida que la interpretaba. (….) Había algo en su manera de tocar que era absoluta e inevitablemente correcto, en lo que respecta al tempo y la dinámica. Tocaba con mucho rubato, con gran libertad, pero resultaba tan convincente que uno se sentía como un pobre mortal frente a alguien que poseía algún tipo de dimensión etérea.”

Esto dice Barenboim en el último párrafo que le dedica: “Tenía una capacidad para imaginar el sonido que no encontré jamás en ningún otro músico. En realidad, era una criatura de la naturaleza, una música de la naturaleza con un instinto infalible”.

“Criatura de la naturaleza” es una expresión extraña para referirse a la esposa. El tormentoso final de la relación, con DuPré ya aquejada de esclerosis múltiple y Daniel ya instalado en su nueva relación con la pianista Yelena Bashkirova, dio pasto a las revistas del corazón. Una película de Hollywood, Hilary y Jackie, refleja la versión de Hilary, la hermana de menor de Jacqueline, muy negativa sobre el director y perturbadoramente reveladora de intimidades sobre la cellista.

Para los melómanos, quedan grabaciones míticas de Barenboim y DuPré tocando las sonatas para cello y piano de Beethoven, Chopin y Frank, él dirigiendo la obra en que ella descolló más que nadie, el Concierto para cello de Edward Elgar (la cara de arrobamiento de la ejecutante mientras su marido dirige la orquesta es impresionante) y sobre todo un documental sobre la grabación del quinteto La Trucha de Schubert, con sus amigos Itzak Perlman, Pinchas Zuckerman y Zubin Mehta, donde ambos están en estado de gracia.

El barítono Dietrich Fischer-Dieskau recuerda en sus memorias el impacto que le produjo haber visto a DuPré y Barenboim tocar juntos en Roma. “Se habían casado poco antes, en Israel durante la Guerra de los Seis Días (junio de 1967) y una energía, como un fuego brotaba de estos dos músicos brillantes. No era difícil ver en Jackie una intérprete superlativa. No había limitaciones artísticas en esta mujer que tocaba frente a mí, a veces de forma soñadora, otras tempestuosa”.

Enamorarse haciendo música
Es curioso que el gran amor del mismo Fischer-Dieskau, el mejor intérprete del Lied alemán, haya sido también una cellista. El cantante conoció a Irmgard (Irmel) Poppen en una clase de Historia de la música en el conservatorio en Berlín, en plena Segunda Guerra Mundial, en 1943. Ambos eran adolescentes. “Una chica hermosa se sentaba algunos bancos delante del mío. Mi corazón, que latía salvajemente, me empujó a hablarle”.

La invitó al teatro… y cuando escribió sus memorias, 60 años más tarde, todavía se acordaba de la obra que habían visto. Pero Dietrich fue llamado a filas por el estado nazi. En una de sus últimas noches antes de ser enviado a la guerra en Italia, hicieron música juntos. “Acompañándola al armonio, descubrí con gran placer que estaba ante una gran cellista. Esa noche el bombardeo fue duro, pero solo reparé marginalmente en el infierno de fuego y el humo ácido que me rodeaba mientras caminaba de vuelta a mi casa”.

Tras la guerra y luego de tres años de confinamiento como prisionero, Fischer-Dieskau pudo volver a casa. En la biografía que Hans Neunzig escribió sobre el músico, se relata una peligrosa y romántica huida: en la Alemania ocupada por los ganadores de la guerra, a Dietrich le correspondía vivir en la zona estadounidense y a Irmel en la francesa. Escapando de los guardias, pudieron juntarse e iniciar su vida común en una casa modesta, pero con un cuarto de música y un gran piano.

Con el nacimiento de dos hijos y el creciente éxito del cantante, Irmel fue relegando su propia carrera. En 1963 ella quedó embarazada otra vez, pero al nacer el bebé, murió de eclampsia. Solo y con tres hijos, fueron los amigos los que levantaron el ánimo del barítono, que soñaba con morir para estar con su esposa.

Una década después de la muerte de Irmel, y después de dos matrimonios que terminaron mal, el músico encontró nuevamente ese mismo sentimiento de amor completo (artístico y de atracción espiritual y física) durante un ensayo de Il Tabarro, de Giacomo Puccini.

Así cuenta en sus memorias cómo empezó su relación con la soprano Julia Varady: “Tenía un corazón cálido y una emoción a flor de piel, un estupendo sentido del humor; radiaba empatía. Cuando hablaba de su infancia en Rumania, sobre sus padres y las bromas con sus hermanos, la visión de una vida simple que yo creía haber perdido para siempre. Y por supuesto, quedé devastado por su voz inimitable, el sonido de la pasión tormentosa, el brillo triunfante de sus notas agudas que hacían que incluso la Reina de la Noche (de La flauta mágica de Mozart) pareciera fácil de cantar”.

La última frase de las memorias de Fischer-Dieskau es para su último amor, que vive la música como él. “Hoy Julia comparte todos mis miedos y mis alegrías”.

En 1990 tuve la dicha de ver y escuchar, por única vez, a estos dos grandes cantantes. Fue en la sala de la Filarmónica de Berlín. Eran solistas de la Misa Solemne de Beethoven. Cuando salí de la sala, abrumado por la emoción, me topé con ellos, altos, espléndidos, esperando un taxi en la noche de invierno berlinés. Noté que estaban tomados de la mano.

Componer para la voz del enamorado
En sus memorias, Fischer-Dieskau, dice que tras la muerte de Irmel la carta de condolencia que más lo emocionó fue la profunda misiva que recibió de una pareja de amigos queridos: Benjamin Britten y Peter Pears.

Britten fue el más grande compositor inglés después del barroco Henry Purcell. Su extraordinaria maestría se desplegó en obras sinfónicas, corales, de cámara, pero sobre todo en una serie de óperas (Peter Grimes, Billy Budd, Sueño de una noche de verano) que son a la vez innovadoras y profundamente teatrales y comprensibles para el gran público. Su pacifismo lo llevó a oponerse incluso al fervor militarista en la Segunda Guerra Mundial. Su homosexualidad, en un tiempo en que era inaceptable, lo llevó a plasmar en sus obras la tragedia del distinto, del perseguido, del paria de la sociedad.
El compositor vivió una relación de amor pleno y a la vista de todos con su pareja de toda la vida, el tenor Peter Pears, gran intérprete del papel del Evangelista en las Pasiones de Bach. Para Pears escribió Britten la mayoría de sus obras, y en 1962 le destinó el papel de tenor en su obra magna: el Réquiem de Guerra, un himno pacifista que combina la liturgia en latín con los versos del gran poeta Wilfred Owen, muerto en combate en la última semana de la Primera Guerra Mundial.
Britten quería que los versos de Owen fueran cantados por el inglés Pears y el alemán Fischer-Dieskau, y los melismas en latín por Vishnevskaia. La Unión Soviética no la dejó viajar para el estreno, pero sí pudo cantar en el disco; así unieron en sus voces a las naciones europeas que se enfrentaron en la guerra.
Esa grabación, dirigida por Britten, es escalofriante. Fue lo último que grabó Dietrich antes de la súbita muerte de su esposa. Lo primero que grabó Galina en el idioma que la acogería con Dmitri al huir juntos de su tierra. Y el proyecto común de una pareja de músicos ingleses a quienes la burla y la incomprensión nunca pudieron separar.
Quiero dar la última palabra de este recorrido por el amor en la música a la reina Isabel de Gran Bretaña. En diciembre de 1976, mientras la Iglesia de Inglaterra que ella presidía todavía condenaba la homosexualidad, Isabel se enteró de la muerte de Benjamin Britten. Como apunta con gran sensibilidad Alex Ross en el final del capítulo dedicado al compositor en El ruido eterno, la monarca envió un telegrama de condolencias a Peter Pears, su gran amor.

Este reportaje fue publicado como texto de apertura de la revista Cultura/s de La Vanguardia el sábado 28 de mayo de 2022

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9 de junio de 2022
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Este es ‘El mejor periodismo chileno’ de 2021

El 22 de marzo de 2022, Matías Vallarino, de 21 años, murió tras ser amarrado, pateado en la cabeza, golpeado con palos y hierros y asfixiado por una turba de vecinos que lo confundieron con un ladrón. El joven había entrado al antejardín de una vecina de La Florida huyendo de asaltantes que lo atracaron en un parque. Entre los atacantes había un trabajador de seguridad ciudadana de la comuna de Providencia.
¿De dónde venía tamaña crueldad, esa furia asesina? Cuando escuché en la radio sobre ese linchamiento, me pareció insoportable, pero a la vez comprensible. Yo había leído El justiciero imaginario, texto que ganó el Premio Periodismo de Excelencia en la categoría de Reportaje en el año 2017. En ese texto, Rodrigo Fluxá y Arturo Galarce diseccionan el caso de Pablo Oporto, un comerciante que se paseaba por radios y canales de televisión alardeando de que se había visto “obligado” a matar a una docena de delincuentes, algunos de ellos menores de edad, que intentaron asaltar sus negocios. Ante el discurso de la falta de seguridad en los barrios, Oporto se convirtió en un héroe. Incluso un canal lo puso a cuestionar las propuestas en seguridad de la entonces candidata presidencial Beatriz Sánchez.
Hace un lustro, este texto de la revista Sábado de El Mercurio ponía el dedo en la llaga: Oporto era un mentiroso, no había matado a nadie. Pero gran parte de la sociedad, como se leía en las muestras de apoyo en las redes sociales y en su éxito mediático, veía con buenos ojos su mentiroso derrotero letal. El mitómano fue desenmascarado. Pero detrás y debajo de lo obvio, la admiración por el que mata como conducta aceptable ante la ola de robos mostraba una enfermedad social que desde entonces no hizo sino crecer en las calles chilenas.
Esto hace el periodismo en profundidad, que mira más allá de la anécdota (un farsante dice que mató a 12 y todo era mentira) para hacernos pensar en qué nos mostraba la historia de Oporto de un país con un pasado reciente de violencia y asesinatos ilegales por parte de aparatos del Estado.
Desde hace 19 años que el Premio Periodismo de Excelencia de la Universidad Alberto Hurtado elige a grandes periodistas, editores, profesores y pensadores de la comunicación para que seleccionen, como prejurados y jurados finalistas, a aquellos trabajos periodísticos que logran ir más allá: los que descubren las causas, las consecuencias, las tendencias, lo que está pasando y lo que muestra el germen de lo que vendrá.
Este libro es un ejemplo cabal de ello: los textos contenidos aquí, ganadores y finalistas de las categorías Investigación, Reportaje, Crónica y Entrevista en periodismo escrito, sacan a la luz lo oculto y aplican la linterna y la lupa para que veamos con claridad lo que se nos quiere ocultar o lo que no podíamos o queríamos ver.
El 2021 fue un año de agitada agenda noticiosa y electoral. Inició su trabajo la Convención Constitucional, se renovó el Congreso y el joven Frente Amplio llegó a La Moneda de la mano del presidente Gabriel Boric. Antes, el gobierno de Sebastián Piñera debió sortear nuevas cepas del Covid 19, y la posibilidad de una segunda acusación constitucional tras las revelaciones de la investigación Pandora Papers, que expuso posibles delitos en la venta del proyecto minero Dominga. Los retiros de los fondos de pensiones siguieron tensionando la agenda política y económica, en paralelo al alza de las tasas de interés y el fantasma de la inflación. En este libro, que recoge lo mejor del periodismo nacional, encontrará algunos ecos de estas noticias que dominaron la agenda, pero también trabajos que tienen la cualidad de abrir agendas propias, al visibilizar temáticas hasta entonces poco o nada recogidas por la prensa. Un buen ejemplo de ello es el trabajo ganador en la categoría de Entrevista, un texto en el que un padre sordo es entrevistado por su hija periodista y al final le pregunta a su entrevistadora cómo se ha sentido ella siendo hija de no oyentes. Esta publicación precedió a la elección de CODA, película ganadora del Oscar que trata muchos de los mismos temas. La mayoría de los medios fueron a hurgar en el mundo invisible de los sordos y su relación con sus hijos oyentes tras la noticia que venía de Hollywood. Sin embargo, este mundo desconocido para muchos estaba ya contenido en la modesta revista digital chilena emf (es mi fiesta), gracias a la visión y la pluma de la periodista Karla Sánchez Layera, quien no tuvo miedo en meterse con su historia familiar y con un tema que no estaba en la agenda de nadie.
Los reportajes del incansable Ciper muestran la independencia que deben conservar los medios ante irregularidades a la derecha y a la izquierda. Al investigar y publicar sobre los negocios turbios del presidente Sebastián Piñera junto con LaBot y sobre las cuentas abultadas de la candidata Karina Oliva, muestran que los medios realmente independientes no investigan solamente a los que defienden ideas distintas a las de sus periodistas o sus lectores.
En un momento en que el Colegio de Periodistas de Chile abrió una controversia al manifestar públicamente su apoyo al actual presidente Gabriel Boric en la segunda vuelta contra José Antonio Kast, es importante resaltar la importancia de conservar el principio básico que para los periodistas “los nuestros” no son los políticos afines a nuestras ideas, sino los intereses del público y la sociedad.
Año tras año, en estos libros algunas firmas y medios se repiten: son los que van construyendo una carrera sólida que es fundamental agradecer y premiar. Por ejemplo, después de ganar el Premio Escrito el año pasado por su extraordinaria crónica “Los soldaditos del narcotráfico”, que develaba el drama de niños a quienes el Estado colocaba con indolencia en manos criminales, este año Matías Sánchez de revista Sábado de El Mercurio se luce con la investigación a fondo de otro horror contra la infancia: las niñas alojadas en hogares “protegidos” que son captadas por redes de proxenetas para ser usadas en redes de prostitución infantil. Es también el caso del gran investigador Andrew Chernin, co-ganador del premio mayor en 2018 por la investigación del “me too” chileno contra Nicolás López y Herval Abreu, ahora firma en La Tercera uno de los textos más inquietantes y con mayor repercusión del año 2021: la entrevista al convencional constituyente Rodrigo Rojas Vade, un trabajo periodístico que abunda en datos y denota un alto nivel de investigación, y donde quedó al descubierto que no tenía cáncer, pese a haber construido su personaje público y su campaña para llegar a la Convención Constitucional, sobre el mito de un hombre en lucha contra esta enfermedad,.
Pero el Premio Periodismo de Excelencia y sus libros anuales son también un espacio donde surgen voces, plumas y medios nuevos: nombres a los que prestar atención en el futuro. Este año destaca Pousta, un medio que creció desde ser un blog sobre cultura y entretenimiento en 2009 a mutar hacia una exitosa plataforma de comunicación multimedial. Son buen ejemplo de esta apuesta sus dos trabajos finalistas que figuran en este libro: un reportaje sobre los niños que no conocen la lluvia en un país donde a las empresas extractivas no les falta el agua y otro sobre la clase media convertida en “precariado”, endeudada y siempre al borde del descalabro económico y mental.
Dos medios digitales orgullosamente feministas, La Otra diaria (“Tres disparos en el bosque”) y emf (“Cuando nacieron yo lloraba mucho porque eran oyentes”), muestran que todos los temas se pueden y deben tratar con enfoque de género, de derechos humanos y poniendo la lupa en los olvidados y los perseguidos.
Entre todos, tradicionales y recién llegados, muestran que incluso en tiempos de crisis económica general y de los medios en particular, se puede hacer trabajo honesto, creativo y valiente sobre los asuntos que importan.
Hay aquí miradas nuevas a temas de siempre (paraísos fiscales, abuso de menores) y asuntos nuevos (los negociados con las compras de la pandemia); personajes conocidos (el famoso escritor Emmanuel Carrère) y voces que deben oírse (Anthony, el adolescente arrojado al Mapocho por carabineros); hay relatos con elementos literarios e informes precisos sobre datos y números.
Hay mucho presente rabioso, y también lugar para el rescate de gestas olvidadas, como la primera marcha de gais y travestis a meses del golpe de Estado de 1973.
¿Cuáles de estos reportajes, crónicas y entrevistas se leerán en el futuro como el preanuncio de cosas que sin esta visión no serían notadas? ¿Cuáles quedarán por años en la memoria de sus lectores, como a mí me sucedió con “El justiciero imaginario”?
Quedan todas y todos invitados a encontrar en estas páginas los trabajos que no se limitaron a seguir la agenda impuesta por el poder, sino que bucearon en lo nuevo, y encontraron las bellezas y los males que estaban por florecer.

(Este texto es mi prólogo a El mejor periodismo chileno 2021, publicado en mayo de 2022 por Publicaciones Universidad Alberto Hurtado)

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23 de mayo de 2022
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Gobernar en prosa: En el Chile de Boric ahora viene lo difícil

 

El inicio del gobierno de Gabriel Boric muestra las dificultades de vencer los tremendos desafíos de un país enfrentado a numerosas crisis. Algunas centenarias, otras que vienen de los remezones del estallido social de 2019 que llevaron al poder a su grupo de dirigentes estudiantiles de hace diez años. Se acabó la poesía de los días inmediatos al triunfo: ahora hay que gobernar en prosa.

No había pasado una semana desde este 11 de marzo en que se instaló el gobierno de izquierda, cuando ya apareció la primera crisis. Su ministra del Interior, la ex presidenta del Colegio Médico Izkia Siches, viajó el 15 de marzo, casi sin preparación y sin avisar a quienes debía, a lo más profundo del conflicto mapuche: la localidad de Temocuiciui, donde la última vez que entró la policía de investigación hubo muertos. Y la recibieron con tiros al aire y la quema de vehículos a pocos kilómetros.
El equipo de Siches (la mayoría también médicos) le armó una reunión en la zona más violenta de los ataques a las empresas forestales y la represión forestal, con el padre de Camilo Catrillanca, el joven comunero mapuche asesinado por un comando policial el 14 de noviembre de 2018. Pero para entrar en el territorio la negociación y el permiso no eran con Marcelo Catrillanca sino con los líderes de la zona. Incluso el mismo Catrillanca declaró después que el viaje había sido improvisado. Un periodista especializado en las interioridades del gobierno, con mucha experiencia en asuntos de seguridad, reveló para este artículo que la ministra había ido con tan poca conciencia de la complejidad y peligro de su primera misión que llevó a su bebé de diez meses.
Un baño de realidad para un gobierno de treintañeros que hace apenas una década estaban marchando en las calles, representando a la Federación de Estudiantes Universitarios en lucha contra el primer gobierno de Sebastián Piñera. Los principales ministerios ahora están en manos del grupo de jóvenes que marchaban con Gabiel Boric: Giorgio Jackson (Frente Amplio) y Camila Vallejo (Partido Comunista). Siches es de la misma generación.
El día de la toma de posesión hubo muchos gestos hermosos. Cantantes como Pedro Aznar y actores como Nona Fernández fueron invitados al evento. Las escritoras Isabel Allende y Gioconda Belli besaron al flamante mandatario. El presidente cerró su discurso en La Moneda con una paráfrasis de las últimas palabras de Salvador Allende, esas de que más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre (¡y la mujer, corrigió el feminista Boric!).
Ya había recitado poemas de Enrique Linh ante los empresarios, había recibido de regalo un muñeco de Pokemon de parte del gobierno de Japón en atención a su afición juvenil. En Argentina deleitó su afición a Los Redonditos de Ricota.

¿Otro retiro?
Mientras este número está en preparación, el Congreso chileno está discutiendo un nuevo retiro del 10 por ciento de los fondos previsionales de los trabajadores. Durante la pandemia y en contra de lo que quería y rogaba Piñera, los legisladores, incluyendo a la oposición que ahora es gobierno, aprobó tres retiros. De las escasas bolsas de ahorro que tenían en las Administradoras de Fondos de Pensiones, AFP (Chile fue el primer país que privatizó las jubilaciones en la región, y lo que cobran es una ínfima parte de los sueldos, que ya son bajos), la clase media y baja pasó las estrecheces de la pandemia comiéndose los propios ahorros.
Los diputados Boric, Jackson y Vallejo, junto con la izquierda entera, votaron a favor de los retiros. Piñera envió el tercer retiro al Tribunal Constitucional para que lo declarara ilegal, y los jueces no le dieron la razón.
Ahora Boric tiene que contar con fondos para sus planes sociales (subir las pensiones, subir el sueldo mínimo, inversiones en salud, educación, vivienda, transportes…) y su gabinete económico está en contra del cuarto retiro. Pero quiere seguir adelante con más retiros la izquierda que no está en su alianza, junto con parte de la derecha que ve en esta contradicción terreno para debilitar al nuevo gobierno y dejar al desnudo su cambio desde los principios al pragmatismo.
¿Cómo puede seguir sacando plata de los ahorros y bajar impuestos y al mismo tiempo tener capital para las inversiones? Su ministro de finanzas, el pragmático ex presidente del Banco Central Mario Marcel, le dice que aprobar más retiros es pan para hoy y hambre para mañana. Pero sus ex compañeros de bancada le retrucan que la gente tiene hambre hoy y que cuando estaban en la oposición ellos criticaban a Piñera por oponerse a lo mismo que ellos se oponen ahora.

Problemas en el sur, en el norte y en la capital
En el sur arrecian las tomas de terrenos, las quemas de maquinaria forestal y los cortes de ruta de los activistas mapuche. La represión militar y policial, el remedio de Piñera, no funcionó. Pero la estrategia del diálogo también tiene peligros. Debe aplicarse con mucha pericia y mano firme. En el norte, la invitación del ex presidente dada en la ciudad de Cúcuta en febrero de 2019 a los venezolanos (“vénganse a Chile, ¡tenemos trabajo para todos ustedes!”), provocó una avalancha migratoria, donde entraron también muchos otros, sobre todo colombianos. La frontera norte es enorme y poco vigilada. La población está angustiada. Algunos organizaron manifestaciones contra los inmigrantes y en imágenes que recorrieron el mundo, quemaron los enseres de los recién llegados, incluyendo carpas, abrigos y carritos de bebés.
Los jóvenes izquierdistas que ahora están en el gobierno se alzaron contra el discurso xenófobo y la propuesta de expulsión masiva del rival de Boric en la segunda vuelta, el ultraderechista José Antonio Kast. Esa no es la solución.
Pero sí hay un problema. ¿Y cuál es la solución?
Por ahora, el nuevo gobierno prorrogó el Estado de Excepción en el norte. Seguirá patrullando el ejército. En el sur decidieron levantarlo, y sacar a las Fuerzas Armadas. Pero todavía no se ve un plan en ninguno de los extremos de un país larguísimo cuyo Estado nunca fue capaz de abarcar los inmensos problemas de su inquietante geografía.
Y en las calles de Santiago… la transformación de los rebeldes en autoridades también tiene inmensas dificultades. Una de las más peliagudas se refiere a los insistentes pedidos del núcleo duro que llevó adelante las protestas desde el 18 de octubre de 2019. Miles de manifestantes se enfrentaron con carabineros y fueron heridos, algunos muertos, afectados en su visión, llevados a juicio… y hay un marasmo de situaciones legales dispares. Algunos tienen sentencia condenatoria, muchos están hace más de un año en prisión preventiva sin juicio, algunos están acusados o condenados de quemar o saquear negocios, oficinas públicas, iglesias, universidades, mobiliario público.
Yo mismo vi a jóvenes exaltados sacar a la Avenida Vicuña Mackenna, a media cuadra de Plaza Italia (llamada por la protesta Plaza Dignidad) muebles, bancos e incluso objetos en custodia en el Museo de Violeta Parra y quemarlos en medio de la avenida. Siento una mezcla de bronca, culpa e incomprensión por haber visto esto. Una parte de mí hubiera preferido no ver la destrucción vandálica, sin sentido, de algunos exaltados. Pensar que la violencia desmedida de los carabineros fue a columnas de manifestantes pacíficos. Pero si no todos fueron pacíficos, ¿qué hacer con ellos?
Los defensores de los “presos de la revuelta” cantan “Libertad, libertad, a los presos por luchar” cada viernes en la misma plaza, y durante días clamaban a las puertas de la Moneda Chica, el comando en el que Boric y su equipo armaban el nuevo gobierno desde las elecciones hasta la asunción.
¿Liberar a todos? Si lo hacen, buena parte de los moderados que votaron al actual gobierno van a pensar que ganó el caos, que está permitido el desorden, que se premia los destrozos e incluso los ataques físicos a comerciantes que defendían sus negocios. Si no lo hacen, el sector más radical de la protesta va a tildar al gobierno de traidor y vendido. Ya lo están haciendo.

¿Gobernar para radicales y posibilistas?
Y es que Boric y sus caras nuevas vienen con un doble mandato que parece imposible de cumplir. Por un lado, las exigencias del estallido social: un radical cambio de rumbo en materia económica, social, política, cultural, un gobierno para el pueblo y contra los grandes empresarios que vienen ganando fortunas con Pinochet y con todos los gobiernos, de centroderecha y centroizquierda, que recibieron del dictador la mano tendida de la transición pacífica, a cambio de que cambie lo mínimo. Como dijo el primer presidente democrático, el democristiano Patricio Aylwin, una transición “en la medida de lo posible”.
La calle, al menos ese es el relato heroico del estallido social, pidió lo imposible, como un Mayo del 68 sudaca y millenial. Y lo imposible suele ser… imposible, a menos que se haga un gobierno más confrontativo que el de Allende.
Del otro lado, están los políticos del ala centroizquierda de estos 30 años de democracia. Los ex presidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet le dieron su apoyo sin condiciones a su antiguo crítico feroz Boric. Ante la amenaza de un candidato ultra como Kast, nostálgico de la dictadura, que quería solucionar el problema de la inmigración construyendo una zanja, que proponía militarizar a pleno la macrozona sur, eliminar el Ministerio de la Mujer, echar atrás los logros en materia de derechos sociales… la centroizquierda votó y apoyó a los jóvenes que querían expulsarlos del poder.
Y ahora gobiernan juntos, porque buena parte del gabinete viene del Partido Socialista y de esa Concertación contra la que se rebelaron los jóvenes del 18 de octubre.
Con estos moderados ganaron las elecciones. ¿Pueden ahora darles la espalda?
¡Qué bien que estábamos durante esa larga espera de casi tres meses que empezó el 19 de diciembre, en que Boric ganó la presidencia y en la misma esquina de la Alameda donde en 1970 Allende había dado su discurso de victoria, saltó vallas y abrazó a una multitud sudorosa mientras en los parlantes sonaba música de Víctor Jara, Los Prisioneros y el genial grupo de muñecos televisivos 31 Minutos!, podría decirse mirando las cosas en perspectiva.
Pero llegó el 11 de marzo y terminó la fiesta de la asunción y fue necesario empezar a gobernar.

Congreso en contra
En lo que para muchos analistas es la sabia e incomprensible picardía del votante chileno, al gobierno de Gabriel Boric le tocó una victoria alambrada de límites, peligros y derrotas.
El mismo día en que salió victorioso en la primera vuelta electoral y le tocó la fortuna de enfrentarse a la opción que más le convenía, el ultraderechista Kast (con lo que desde el centro hasta todos los que le tienen más miedo al fascismo que a la alianza de estos antiguos estudiantes con el comunismo), se eligió por otro lado un Congreso donde el bando de Boric está en franca minoría.
Sí, en las presidenciales los viejos partidos de la Concertación de centroizquierda y la coalición de Piñera Chile Vamos, de centro derecha, salieron en cuarto y quinto lugar. Fue sorprendente que además de los primeros dos lugares, que abrían el camino a la segunda vuelta, para Boric y Kast, los aspirantes de los partidos que habían gobernado por 30 años el país, desde el momento del regreso a la democracia en 1990, no salieron ni siquiera en el tercer puesto. Ese sitio le correspondió a Franco Parisi, un tecnócrata populista que no pudo pisar suelo chileno durante la campaña por sus deudas por impago de sus obligaciones económicas con sus hijos.
Pero en las legislativas ganaron por mayoría los viejos partidos. Los viejos diputados y senadores aliados de los poderes fácticos nacionales y regionales, los candidatos puestos a dedo por las maquinarias de los partidos que tienen casi cero credibilidad y apoyo en las encuestas de opinión.
El presidente ni siquiera consiguió ganar el voto legislativo en su propia ciudad de Punta Arenas, en el lejano sur. Y esas cámaras de Diputados y Senadores, donde el nuevo gobierno tendrá que negociar cada una de sus leyes, le harán rebajar más aún las expectativas de cambio brusco y los sueños de los maximalistas.
En la noche en que asumió el poder, Boric dijo a la multitud enfervorizada que se agolpaba fuera de La Moneda que iba a ir “lento” porque quería llegar “lejos”.
Tendrá que negociar mucho y con mucha mano izquierda para lograr algo en un poder legislativo adverso. Por eso puso en la Secretaría de Gobernación, su línea de contacto con el parlamento, a su mano derecha Giorgio Jackson, su ladero durante los 8 años en que ambos estuvieron dando batalla como diputados.

El gran peligro del referéndum
Y, a diferencia de cualquier otro presidente anterior y también de los que vendrán, su gobierno tendrá que lidiar con los avances de la Convención Constitucional.
Entre los 155 convencionales (hoy 154) elegidos en mayo de 2021 y que empezaron a reunirse el 4 de julio, la relación de fuerzas políticas no es ni como fue en la elección presidencial ni tampoco como en la mucho más conservadora elección de diputados y senadores.
La gran preponderancia de convencionales independientes, que no obedecen a los viejos pero tampoco a los nuevos partidos, algo que tanto gustaba cuando se empezaron a ver tantos líderes sociales, científicos, escritores, académicos, representantes de pueblos originales, figuras emblemáticas del estallido, periodistas, ahora que cada día sale la información de cómo se está escribiendo la nueva Carta Magna, las propuestas extremas, o contrastantes, y las disputas internas en la convención, están siendo un dolor de cabeza constante en un gobierno que se lo juega todo a que el texto constitucional que salga de esa olla de elementos tan variopintos gane en el referéndum de salida.
Sí, referéndum de salida, porque en la negociación entre las fuerzas políticas que permitieron una salida pacífica y legal al estallido, se decidió que debía votarse si el pueblo quería cambiar o no la constitución de 1980, hecha en plena dictadura (el “Sí” ganó por un 80 por ciento), después se eligieron los miembros de la Convención, y cuando esta termine su labor, por ahora fijada para el 4 de julio de este año, habrá un nuevo referéndum donde se votará “Sí” o “No” al flamante texto.
Un “No” sería un desastre para el gobierno que apuesta al cambio. Pero la derecha, que perdió abrumadoramente en la votación para convencionales, ya está haciendo campaña para el “No”, mientras que los que harán campaña para el “Sí” esperan con cortesía exquisita que esté redactado el texto para empezar su movilización.
Todos los días se discuten en los medios los avances de las distintas comisiones y las votaciones en plenario. ¿Se convertirá Chile en un estado plurinacional? ¿Se respetará la justicia indígena? ¿Hasta qué grado, en qué materias? ¿Se limitará el poder del presidente, que es más fuerte que en la mayoría de los países de la región? ¿Se eliminará el Senado? (¿Puede el gobierno apoyar esta eliminación si depende del apoyo de partidos que tienen más fuerza en la cámara alta que en la baja?)
¿Habrá control político a la justicia, a los planes educativos, a los medios de comunicación? ¿En qué medida se descentralizará un país tremendamente centralizado? ¿Garantizará la constitución el agua, la vivienda, la salud, la educación, el sueldo mínimo, los derechos sociales y reproductivos?
Se han presentado cientos de iniciativas populares para incluir artículos en la nueva constitución, que van desde la inviolabilidad del dinero en las cajas previsionales (para evitar la renacionalización de las pensiones) hasta los derechos de los animales y la libertad absoluta de los grupos religiosos. Muchos de estos aportes ciudadanos están en abierto conflicto con otros (los defensores de la fe contra los impulsores de la división total entre Iglesia y Estado, por ejemplo) o con la visión mayoritaria dentro de la convención, como por ejemplo lo relativo a la nacionalización de la minería. Los debates, lógicos en un órgano con miembros representativos de grupos tan variados, crean una sensación de lentitud, torpeza y desorden que los partidarios del rechazo están explotando desde el primer día.
El gobierno de Boric tiene que proteger, apañar y acompañar amorosamente el camino de la convención sin dar imagen de estarlo haciendo, porque se supone que es totalmente independiente y la administración de turno no debería inmiscuirse.

Un mundo incierto y en llamas
Y por último, en el terreno internacional tampoco le tocó una constelación fácil al flamante gobierno chileno. El país con el que tiene más cercanía, donde tradicionalmente viaja en primer lugar un nuevo presidente de Chile, la vecina Argentina, está en una crisis importante, con un gobierno dividido en su interior (¿con cuál Fernández le conviene aparecer más amistoso a Boric, con Alberto o con Cristina?). Y no se puede descartar que en las próximas elecciones venga un gobierno “de otro palo”.
El partido en el poder en Bolivia es cercano ideológicamente, pero a nivel de Estados sigue candente la crisis limítrofe y la salida al mar. Hubo gestos amistosos con el presidente Pedro Castillo de Perú, pero su posición no es firme en su país. Todos están en crisis política, y económicamente apenas levantando la cabeza de la pandemia y el encierro. Y más con la crisis energética y de alianzas en la guerra provocada por la invasión rusa a Ucrania. Y en Brasil, al menos hasta octubre… ¡está el ultraderechista Jair Bolsonaro!
En los últimos días ya no se ve tan seguido, tan sonriente ni tan poético al presidente más joven de la historia de Chile. Debe tomar decisiones de peso, que no podrán dejar a todos contentos. Va a tener que empezar a lidiar con errores, que a veces incluso podrán llegar a ser serios, de sus ministros, que son sus queridos amigos de la lucha universitaria. Deberá ceder para conseguir algo de sus rivales, sin los cuales no podrá gobernar tranquilo.

Al final, a modo de post scriptum: Boric acaba de cumplir 36 pero ya le estoy empezando a ver algunas canas, incipientes arrugas.
Ojalá sea fuerte y sabio y siempre honesto, y ojalá el pueblo chileno, que esperó tanto, sepa ser paciente y tolerante con él.
Ya siento nostalgia del lindo tiempo de la poesía, pero hoy las letras ya se están desparramando hacia la prosa, hacia los márgenes de la hoja tirante.

Este texto fue publicado en el número de Abril de 2022 de Le Monde Diplomatique (Uruguay)

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13 de abril de 2022
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Mirarnos en el espejo de Dennis Littler

 

Esta foto se llama “John, Paul, George and Dennis”, y fue tomada el 8 de marzo de 1958 por Mike McCartney, en la recepción de la boda en Liverpool de Ian Harris con Jackie Gavin. El novio era primo de Paul McCartney.

En uno de los grupos de Facebook que sigo sobre Los Beatles (soy muy fan) alguien puso el otro día esta foto, asegurando que era la primera foto en color de The Quarrymen (los fans del cuarteto ya sabrán que es el nombre del primer grupo de los adolescentes Paul, John y George). En la foto el más joven es el niño de la izquierda, George Harrison: recién había cumplido 15 años.

“Fue fotografiado”, explica el autor del post, “tocando su guitarra Hofner President, un modelo acústico sunburst al que añadió una pastilla. Un John Lennon de mejillas sonrosadas se encuentra en el centro de la imagen, parcialmente oculto detrás de los mástiles de guitarra cruzados de Harrison y McCartney. Lennon tocaba una guitarra acústica oscura, probablemente su primer instrumento en un estado decente luego del banjo, una Gallotone Champion de tres cuartos. A la izquierda de Lennon estaba Paul McCartney, tocando una guitarra acústica Zenith Model 17 archtop fabricada por la compañía alemana Framus. Esta fue la segunda guitarra de McCartney”.

Encuentro que esta foto es extraordinaria. Después de escuchar mil veces las canciones de la futura banda de estos tres genios (faltaban años para que apareciera Ringo Starr), después de leer varios libros y toneladas de artículos sobre sus vidas, caminos artísticos e ideas, después de ver el gran documental de Peter Jackson con material inédito sobre el final de la banda… aquí está el germen de los artistas más influyentes en la música popular de la segunda mitad del siglo XX.

Mírenlos: están a punto de saltar como felinos sobre sus propios personajes, a punto de convertirse en ellos mismos. El sonrosado Lennon tiene algo que decirnos, algo que comunicar al mundo. Toda su rubicunda cara está volcada a transmitir un mensaje. Todavía no sabíamos que más de medio siglo más tarde seguiríamos viviendo en sus sueños. Paul quiere tremendamente que lo miremos, que lo admiremos, que lo amemos. Su mensaje es él mismo; es la estrella, que consigue meternos en la cabeza y el espíritu sus canciones perfectas junto con su personaje de trovador guapo e intenso. En el rincón, George ya está tranquilamente desesperado por hacerse notar; sus manos tocan como el gran guitarrista que siempre fue, pero sus ojos nos miran como intentando un diálogo preciso, individual: él tiene algo propio para compartirnos.

Es casi impúdico estar viendo esta foto: son nuestros queridos artistas antes de ser los que amamos, es el pájaro majestuoso aún dentro del cascarón, la mariposa en su larva, Shakespeare aprendiendo a deletrear, Mozart garabateando en su primer pentagrama.

Pero de todos los elementos de esta foto, a mí lo que más me impresiona es el Dennis de “John, Paul, George and Dennis”. ¿Quién es este gordito con corbata a rayas, pulóver de figuras geométricas, vaso grueso de cerveza negra y cara de nada?

“Dennis Littler era un invitado a la fiesta que bebía cerveza fuerte y era vecino de Ian Harris”, ese es el dato que proporciona quien subió la foto al grupo de admiradores de los Beatles. Harris, el novio de 19 años, lo debe haber invitado porque eran amigos, o porque le hizo un favor, o porque se lo encontró en la calle y quiso que su boda estuviera más concurrida. Las cosas suelen suceder con menos razones que en las novelas. De la misma forma en que tal vez la madre de Ian le debe haber dicho: ¿no recuerdas a tu primo Paul, el que toca la guitarra? Bueno, tiene un grupo ahora, ¿por qué no lo invitas a que toque en tu boda? E Ian, que probablemente no lo había escuchado, pensó que era una buena idea. Por un par de libras y unas pintas de cerveza, los muchachos tocaron en la boda. ¿Habrá durado el matrimonio de Ian con Jackie? ¿Seguirá en contacto con su primo Paul?

Pero no quiero salirme de mi duda esencial. ¿Qué pasó con Dennis? ¿Habrá tenido conciencia de que una vez, por casualidad, entró en una foto con los futuros músicos de los que hablaría el mundo entero? ¿Se habrá dado cuenta acaso de que Mike estaba sacando una foto y él entraba en el encuadre?

Realmente parece en esta foto como un ser de otra galaxia: de la nuestra. Es como cualquiera de nosotros, un muchacho tranquilo, apocado, con los anteojos ya empañados por la cerveza, incapaz de hacer rimar el pulóver con la corbata. Destinado a una vida que solo quedará en la memoria de los suyos, como casi todos.

Lo busco en Internet. Lo encuentro. Dennis Littler es hoy un señor mayor, con cuerpo rotundo y cara abotargada, que recuerda esos días de finales de los cincuenta en varias entrevistas por aniversarios de los Beatles. “Cuando Paul, John y George empezaron a ensayar con su propio grupo en casa de tía Ginny (la madre de Ian), ellos nos admiraban. Querían juntarse con nuestra banda. Nostros los rechazamos, eran demasiado jóvenes y sin experiencia; todavía estaban en el colegio. Nosotros eramos algo mayores, con algo más de trayectoria…”

Dennis recuerda que John Lennon le pedía que le prestara su guitarra de 19 libras; la del futuro Beatle era un castigado instrumento por el que había pagado una libra y media. Pero según recuerda Littler, en tres semanas los chicos tocaban ya mucho mejor que ellos. “Paul lo hacía mejor que mis mayores esperanzas”.

La guitarra era para diestros, Paul era zurdo, pero en minutos ya dominaba cualquier melodía.

Vuelvo a mirar la foto. Claro, en la única foto que trascendió de Dennis Littler está sosteniendo su vaso de cerveza con la mano derecha. Pero es el gesto, la mirada, la actitud lo que llama mi atención. ¿Será que yo sé, que todos sabemos, lo que después pasará con George, John y Paul,? Vuelvo a mirar la foto. Veo ahora que el fotógrafo aficionado Mike McCartney no pudo enfocar a los músicos sin Dennis. Estaba casi metido en el rincón con ellos, pegado a sus guitarras, como una presencia incómoda, tal vez recordándoles que él era el chico mayor dueño de la buena guitarra, el que ya había actuado en bares y había ganado unas libras en este oficio. Parece pensar: “a ver cómo lo hacen estos chicos”… y no se imaginaba que estos chicos cambiarían la historia de la música.

Somos nosotros los que vemos a los genios en ciernes y al joven aterradoramente normal que sorbe su cerveza negra mientras la genialidad se le manifiesta en sus narices.

Sin Dennis esta foto no sería tan genial, tan premonitoria, tan terrible. Dennis somos nosotros. Estábamos ahí. El fuego ardía a nuestro lado, no en nuestro interior. ¿Cómo pudo soportarlo el bueno de Dennis Littler todos estos años?

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10 de abril de 2022
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Deutsche Grammphon: el mítico sello amarillo busca nuevos públicos

La prestigiosa y otrora adusta casa de los genios de la música clásica Deutsche Grammophon, con 122 años de historia, presenta a sus jóvenes intérpretes en discotecas, los fotografía como ídolos pop y dedicó sus mayores esfuerzos de 2021 al concierto del compositor de Hollywood John Williams con la Filarmónica de Viena. ¿Le funcionará este camino hacia un público que le da la espalda a su arte?

A comienzos de 2021, muchos aficionados a la música llamada clásica recibimos con sorpresa los insistentes mensajes por redes sociales del “concierto del año”: se trataba de la Filarmónica de Viena tocando bandas sonoras de las películas de John Williams. En vistosos clips de uno o dos minutos, el mismo compositor dirigía fragmentos de La guerra de las galaxias, Parque Jurásico, La lista de Schindler y E.T., entre otros. Entrado el año, las redes se volvieron a llenar con la presencia de Williams con la Filarmónica de Berlín. La web del sello discográfico incluía videos de Williams manifestando su alegría y el público aplaudiendo como niños con juguete nuevo.
Al mismo tiempo, artistas consagrados como Daniel Barenboim, Yo Yo Ma y Anne Sophie Mutter y otros valores emergentes como el pianista sueco Víkingur Ólaffson y la directora lituana Mirga Gražinytė-Tyla aparecen en portadas de discos como estrellas pop, en acantilados de tormenta, con vestidos vaporosos, o ante un fondo impresionista de luces borrosas; las presentaciones de novedades discográficas vienen con sus clips que relacionan fragmentos de música con ideas sobre la libertad, la pasión y los sueños juveniles.
En uno de estos álbumes debut, Nightscapes de la arpista alemana Magdalena Hoffmann en noviembre de 2021, la portada es un primer plano de la bellísima cara de la intérprete mirando un paisaje difuso, como una cortina de agua o de tul, en tonos desde el celeste lavado al morado intenso. Media cara se va difuminando en los tonos del fondo, mientras su mitad precisa se adentra con fiereza en la lejanía. El texto que acompaña el lanzamiento dice: “A la noche, todo se vuelve más íntimo, más sentido, con múltiples capas”, observa Hoffmann. “La oscuridad invita a mirar hacia adentro, mientras el alma despliega sus alas – y así también la imaginación”.
¿Qué está pasando en la otrora adusta marca de referencia de las obras clásicas?
Hubo una época en que la etiqueta amarilla con una sobria corona de tulipanes (que diseñó el consultor publicitario de Siemens Hans Domizlaff en 1900) era sinónimo de un espíritu elevado, en el firmamento de los grandes maestros.
El cantautor francés Vicent Delerm (un flaco sutil e irónico con guitarra, como un moderno Georges Brassens) tiene una canción de su disco Kensington Square de 2004 dedicado a una “chica Deutsche Grammophon”, que prefiere las interpretaciones del legendario director germano Wilhelm Furtwrangler a las canciones de Jean Pierre Mader (supongo que podría ser otro trovador pop, pero hace rimar Mader con Furtwrangler), y que te sorprende eligiendo el claustro medieval de Marmande antes que Disneyland (obvio, Delerm también consigue rimar Marmande con Disneyland).
La chica de la canción es fina, es lánguida, es inolvidable. Y los long plays de DG, con reproducciones de cuadros románticos en las tapas, se mezclan en el piso de los amantes bohemios con botellas de vino a medio tomar, ceniceros rebosantes y la exquisitez de los gustos compartidos.
Probablemente la unión de música de alto vuelo, diseño atractivo y negocio redondo ya estaba en la mente del fundador de la compañía, el alemán Emile Berliner (1851–1929), quien inventó el gramófono, creó la fábrica para industrializarlo y forjó el primer logo de su marca, el perro que mira dentro de la bocina mientras suena el disco. Es His Master’s Voice, La voz de su amo. Mientras, en Estados Unidos, Thomas Edison inventaba el fonógrafo. Pero el gramófono de Berliner resultó ser más fiel al sonido original, y más fácil de manejar.
La compañía empezó a contratar a los grandes nombres del canto y la interpretación, mientras desarrollaba tecnologías que llevaban el complejo sonido de una orquesta sinfónica al microsurco del disco de pasta, después al de 78, 45 y 33 1/3 revoluciones por minuto. En 1946, fue la primera compañía en desarrollar la grabación magnética.
Doce años más tarde, vino la revolución del disco estereofónico. Deutsche Grammophon lo celebró lanzando en stereo el poema sinfónico de Richard Strauss “Also sprach Zarathustra” dirigido por una de sus estrellas, Karl Böhm.
En la década siguiente, irrumpió en el firmamento de la marca su director emblema: Herbert von Karajan. Con su grabación de las nueve sinfonías de Beethoven en 1963, marcó un hito en las grabaciones “de referencia” y fue un tremendo éxito de ventas.
A lo largo de 40 años, Karajan grabó para DG 405 horas de música, con obras desde el barroco hasta el siglo XX. Su repertorio preferido, el período romántico, incluyó todas las grandes sinfonías y conciertos, muchas veces grabados con distintos solistas. Algunos de sus jóvenes protegidos, como la violinista Anne Sophie Mutter y el pianista Evgeni Kissin, siguen ligados al sello.
El maestro fue un fanático de la perfección artística y de los adelantos tecnológicos. En 1981, Karajan presentó en el Festival de Salzburgo el Disco Compacto junto al gerente de Sony Akio Morita. Su primer CD fue otra obra de Richard Strauss (su sonoridad rotunda y envolvente es ideal para probar los límites de la grabación): La sinfonía alpina, con su Orquesta Filarmónica de Berlín.
Pero las cosas están cambiando en DG. Lo anunció en un artículo de mayo de 2019 el crítico de música clásica de El País Pablo L. Rodríguez: “Deutsche Grammophon mira hacia el futuro con un ojo en el pasado. Lo demuestra la portada de este disco. Actualiza la habitual imagen del director de orquesta de mediana edad que representaba Herbert von Karajan. Y ahora, bajo el mítico sello amarillo de la corona de tulipanes de Hans Domizlaff vemos a una joven llamada Mirga Gražinytė-Tyla. La postura es similar: expresión concentrada, ojos cerrados y batuta apuntando al cielo. Esta lituana de 32 años parece destinada a cambiar la historia”.
En una entrevista en 2020 con la revista Grammophone, el director general de DG, el Dr. Clemens Trautmann enfatizaba que no veía ningún conflicto entre las decisiones y estándares artísticos y las necesidades comerciales.
“La mayoría de las veces, las apuestas más audaces y creativas en términos musicales son también las más lógicas en términos de marketing y ventas. Abren nuevas áreas de mercado”. Y puso el ejemplo del ciclo de Myrga Gražinytė-Tyla, quien no eligió el repertorio habitual sino dos sinfonías del casi desconocido compositor soviético Miroslav Weinberg. “Era muy osado, y fue un éxito de ventas, además de las excelentes críticas”.
Clemens Trautmann es en sí mismo un fascinante ejemplo del nuevo camino del sello amarillo. Se formó como clarinetista y luego se doctoró en derechos de propiedad y adquisiciones. Tras trabajar en la poderosa editorial Axel Springer y en el Instituto Max Planck, volvió a la música para dirigir DG. En la entrevista defiende el acercamiento a nuevos públicos con los Lounges Musicales, sesiones de prestigiosos artistas clásicos en sitios de jazz, rock y música electrónica. Pero su gran avance es la grabación de obras de compositores actuales como Thomas Adès, Max Reich, Philip Glass y John Adams. “¿Hay algo más excitante que escuchar una obra por primera vez, la música que se está componiendo ahora mismo? En un mundo saturado de streaming de las mismas obras, es genial tener esta música fresca”, dice Trautmann.
Los fanáticos del sello no dejaron de notar el cambio. Cuando salió Fragmentos en agosto de 2021, con su desafiante presentación (“¿Qué pasa cuando algunos de los más vanguardistas talentos de la escena musical electrónica son invitados a reimaginar las obras de los pioneros del pasado?”), el miembro del grupo de debate Talkclassical.com que se hace llamar Neo romanza opina: “Yo creo que DG tiene una crisis de identidad. Dios mío, con el maravilloso catálogo de viejas grabaciones que tenía antes de empezar a hacer este kitsch”. SanAntoine le contesta: “Ahí está el punto. Mientras sigan reimprimiendo sus viejos discos, cultivar nuevos mercados es un aspecto distinto de su plan de negocios. No tenemos la obligación de seguirlos en ese camino, pero sospecho que hay un público ahí que ellos buscan”. Y para cerrar la discusión, el moderador, Art Rock, informa: “Hace décadas que cruzaron el río, con las colaboraciones de la mezzosoprano Anne-Sofie von Otter y Elvis Costello, con Tori Amos cantando ciclos basados en temas clásicos, y con Sting tocando baladas de (el laudista del siglo XVII) John Dowland”.
Desde su nacimiento al comienzo del siglo pasado, Deutsche Grammophon se ha mantenido en un sorprendente y extraño balance, entre mantener las esencias y avanzar a lo nuevo. Ya hace medio siglo lanzó un sello plateado, Archiv, para innovar en ser puristas y tocar el barroco con instrumentos originales. Ahora busca alianzas con músicos afines de otras tradiciones, crossover con artistas populares y la presentación de sus estrellas como ídolos actuales. Afuera las corbatas y retratos serios, adentro las melenas al viento y los paisajes vaporosos. Bajo el liderazgo de un entusiasta músico-abogado, este puede ser el camino para que Mozart y Philip Glass se encuentren con la generación de Spotify.

Este reportaje fue publicado en la revista Cultura/s de La Vanguardia el 6 de febrero de 2022.

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3 de marzo de 2022
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