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Escrito por

Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

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Galería de espectros: Calígula

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el de Calígula.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres al Calígula de Camus?

R.A.: El Calígula de Camus es todavía más inquietante que Calígula entendido como figura histórica, o el Calígula que nos han presentado los historiadores. Es más inquietante porque plantea algo sumamente limítrofe, que es la actitud o conducta de un hombre que ya ha acumulado todo el poder, que ya ha llegado al límite del poder humano, y de lo que ocurre entonces. Ahí es donde se inicia el drama y la sinrazón de Calígula. No es por tanto una obra de teatro sobre el poder, ni una obra en la cual hay una clara premonición del totalitarismo nazi que en aquél momento está ascendiendo, como se ha dicho tantas veces. Su aportación especial es el hecho de plantear qué ocurre no cuando se busca el poder, sino cuando se detenta. En ese sentido se plantea la incógnita de lo que le ocurre al hombre cuando se ha deificado o divinizado, sintiéndose un dios todopoderosos. Eso es lo que pienso que seducía a Camus: intentar investigar qué es lo que ocurre cuando se llega a esos límites. Y no es solamente el reino de la gratuidad, de la arbitrariedad y de lo absurdo; lo que ocurre es todavía más preocupante: es la instalación de la tiranía del tedio y la monotonía. Aquello que verdaderamente atormenta al Calígula de Camus es que una vez lo ha conseguido todo, nada puede hacer contra el principal enemigo del poderoso, que es la propia reiteración, rutina y monotonía. Nos encontramos la paradoja de que la criatura que ha acumulado más poder se ve finalmente envidiando a criaturas más humildes y modestas, para las cuales la tiranía del tedio no es la existencia cotidiana. Por lo tanto Calígula de Camus planteó la crueldad, la violencia y la obtención del poder, y por tanto también políticamente el poder totalitario que se estaba dando en el siglo XX. Pero más allá de ese análisis incluso proyectado hacia el siglo XXI, consiste en el fantasma de lo que ocurre con todos nosotros una vez accedemos a la posesión. Cuando vemos consumada la posesión, empieza algo muy desasosegante, que es la monotonía ulterior a la posesión.

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6 de junio de 2008
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La literatura como arte

"La condition humaine", René Magritte, 1935Rafael Argullol: La diferencia es que en cada momento la máscara literaria va actuando a través de esas metamorfosis.
Delfín Agudelo: Metamorfosis que, por demás, consiste en la condición humana. De allí lo importante y valioso de Todorov en su último libro: le gusta leer porque le hace ser mejor persona, y porque todo lo que ha leído le ha permitido una mejor comprensión de la condición humana. Los clásicos funcionan a manera de una gama de espejos que desde siempre nos han reflejado. Cada día nos encontramos con un tipo de Aquiles, o algún tipo de Héctor.
R.A.: Por eso es tan importante que el escritor no sea conformista. Que sea alguien que entienda la literatura no solamente como una técnica u oficio o manera de ganarse la vida, sino también como un arte. Porque así la literatura, al considerarse también como arte, intentará mantener ese equilibrio entre lo actual y lo atemporal. Expresar lo que siempre ha intentado, que es el claroscuro; pero intentará expresarlo de acuerdo con las señales de cada momento. Para hacer eso se necesita siempre recurrir a la experimentación. De lo contrario, lo que hay es una especie de creación o fabricación de simulacros, que sí pueden servir, por ejemplo, para manifestar lo sociológico de un fenómeno. Pero lo artístico no es solo los sociológico de un fenómeno. Tomemos como ejemplo El Avaro de Molière. Claro que la obra nos ayuda a entender la sociología del inicio del capitalismo, que confirma una figura como la del avaro. Pero también nos ayuda a comprender un movimiento pasional negativo o no, como se quiera, de la condición humana, que es completamente atemporal. Un escritor de nuestros días como lo es Tom Wolfe, escribe La hoguera de las vanidades. No es un favorito mío pero sí es adecuado para comprender un broker de Nueva York a finales del siglo XX. Ahora bien, si uno considera esa novela como arte, al mismo tiempo lo que allí se expresa no tiene que ser solo ese dibujo de la codicia a finales del siglo XX, sino también la expresión de la codicia en un sentido universal. De allí lo importante de continuar reivindicando siempre la literatura como arte frente a aquellos que de una manera más o menos oportunista, demagógica o pragmática quieren reducirla siempre a un oficio, una técnica o algo que se puede aprender pero que no hace falta que asuma riesgos.
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5 de junio de 2008
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Best-seller y best-teller

Rafael Argullol: Siempre encontraremos esa actualidad de lo atemporal.

Delfín Agudelo: La actualidad de lo atemporal es también no considerar que lo actual es pobre; o como alguien dijo alguna vez, los griegos ya lo escribieron todo, y cualquier escritura posterior es una variación. Sin embargo, muchas veces los clásicos son rechazados precisamente por serlo. Es una tragedia que su atemporalidad sea su condena en el momento de ser leídos- o no leídos. Por ejemplo, en Papa Goriot cualquier inmigrante encontrará una arenga lo suficientemente poderosa al leer uno de los monólogos de Vautrin. Pero estos episodios terminan formando parte de una minoría, puesto que generan una pereza que se apropia del lector infrecuente.

R.A.: Nosotros estamos en la misma situación que los griegos. De aquí que frases como aquella sobre los griegos o que la historia de la filosofía es hacer apostillas o notas a pie de página a Platón, son frases que pueden quedar bien o mal en el marco de una academia o de un debate cultural. Pero evidentemente cualquiera sabe que los griegos también fueron modernos respecto a otras antigüedades anteriores y que lo único que ocurre es que nosotros en muchos casos no conocemos los eslabones de la cadena o los hemos perdido. Pero si fuéramos capaces de rastrear en la genealogía lo que fue la cultura clásica, nos encontraríamos con que los griegos eran modernos respecto a otros que lo habían escrito todo. En ese sentido no hay que tener complejo de inferioridad. El hombre, desde el punto de vista de la expresión literaria y artística, ha estado siempre en la misma situación. Otra cosa es que cada época lo afronte con mayor densidad o fuerza. Si eso es así, estaría de acuerdo en que en lo literario, si antes decía que era la conjunción de lo actual y atemporal, siempre hay una especie de eterno retorno. Naturalmente que leyendo la Comedia Humana encontramos una tipología, geografía o mapamundi exactísimos sobre nuestros arribistas, nuestros nuevo-ricos, nuestros demagogos, nuestros  intrigantes, nuestros  banqueros o especuladores. Claro que sí, eso estaba ya reflejado. Y también estaba reflejado en las comedias de Aristófanes. O en las de Shakespeare. La diferencia es que en cada momento la máscara literaria va actuando a través de esas metamorfosis.

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4 de junio de 2008
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¿Tiene lugar en Troya la guerra de Irak?

"La Colère d'Achille", Giovanni Battista Tiepolo, 1757Rafael Argullol: Es fascinante ver este entrelazamiento entre lo que es la calidad literaria y el impacto, porque hay muchas leyes distintas.

Delfín Agudelo: Pienso también en ese impacto en términos de las obras que maduran estando en un estado desconocido. Siempre he pensado que uno de los sueños de la labor del estudiante de literatura es encontrar libros perdidos, olvidados, que por cualquier motivo han quedado ensombrecidos en depósitos de bibliotecas públicas. En esa medida, hay algo latente en la escritura, sobre todo de un clásico, y es cómo volviendo sobre esos viejos textos que todos llaman "ladrillos" -que son aquellos que sólo lee el estudiante cuando tiene que responder un examen- podemos encontrar características actuales de la condición humana más claros de los que se pueden escribir en este momento. No digo con esto que son más o menos buenos, pero que pueden ser equivalentes. Se me ocurre el sentimiento de la guerra en la Ilíada. O la sensación de extravío de la Odisea. Hay algo en la literatura actual que le teme a los clásicos: su propia inserción en una tradición literaria.

Rafael Argullol: Lo que creo que es completamente esencial en la literatura y en el arte es que sus obras sean al mismo tiempo actuales y atemporales. Hemos dicho miles de definiciones de arte y literatura, pero ninguna me parece tan sólida como la que nos llevaría a concluir que las obras literarias o artísticas tienen como exigencia ser al mismo tiempo actuales y atemporales. Con esto quiero decir que lo que diferencia una doctrina científica de una obra artística es que la científica queda obsoleta con el tiempo: la doctrina cosmológica de hace dos mil años ha quedado obsoleta por la actual. En cambio, lo que para mí es imprescindible en una obra literaria es que siempre sea actual. La Ilíada no se puede leer con ojos arqueológicos, y sucede lo mismo con una tragedia griega, el Mahabarata o Shakespeare; hay que leerlos como si fueran interlocutores del presente.

Partiendo de esta idea, que es la mejor definición que se haya dado nunca, es indudable que en el mundo de la guerra que se refleja en la Ilíada, en la confrontación de aqueos y troyanos, hay mucho vinculado con el marco antropológico de aquella época. Eso es lo propio de los arqueólogos o antropólogos. Pero lo propio de la lectura literaria es lo mucho de atemporal que se expresa allí. En definitiva lo que sucede en una guerra actual sucedía ya en la guerra de la Ilíada. Por eso me ha parecido pertinente esa lectura que ha venido haciendo Alessandro Baricco de la Ilíada en estos dos últimos años, porque él trataba de buscar paralelismos y equiparaciones entre lo que se expresaba en la obra y lo que podía ser una guerra como la de Irak o Vietnam. Y efectivamente es que siempre encontraremos esa actualidad de lo atemporal.

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3 de junio de 2008
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Galería de espectros: el Golem

Fotograma "Der Golem", 1920, Dirs. Paul Wegener y Carl BoeseRafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, me ha parecido ver el espectro vacilante del Golem.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres al Golem de Gustav Meyrink?

R.A.: Me refiero fundamentalmente a la recreación final que hizo Meyrink, aunque en general es su figura como tal que me ha causado mucha atracción. Antes de leer su novela tenía ya conocimiento por los estudios que había hecho Scholem, el gran cabalista, y posteriormente con la lectura de la novela de Meyrink que considero una de las principales novelas expresionistas, sino la mejor. En el caso de esa transición me parece muy interesante ver cómo lo que parece en principio una creación mítica y simbólica de la tradición esotérica y hermética judía a través de la cábala -que tiene toda una tradición que surge de la Europa medieval y va atravesando los siglos-, finalmente es recogida a principios del siglo XX y se convierte en una criatura aparentemente viva que deambula por las calles del ghetto judío de Praga. Meyrink consigue crear una enorme tensión alrededor de las apariciones de esa criatura y de su influencia en medio de la colonia judía; pero lo magistral en la obra es que finalmente el Golem deja de ser puramente lo que era en la tradición cabalística para convertirse en una criatura presente en todos nuestros sueños y pesadillas. El Golem se convierte en un caudal universal del cual todos participamos y que al mismo tiempo participa en todos nosotros. Esto es lo verdaderamente turbador de la novela en la aparición moderna y contemporánea: no es una pura abstracción propia de lo que sería una invocación cabalística sino que es una real incantación de las pesadillas del hombre moderno.

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2 de junio de 2008
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Galería de espectros: Lord Jim

Peter O'Toole como Lord Jim (Dir. Richard Brooks, 1965)Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros me ha parecido ver el de Lord Jim.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres a Lord Jim de Conrad?

R. A.: Sí, es un personaje que siempre me ha resultado conmovedor. Si otros personajes de Conrad te reclaman por su fuerza, por su búsqueda como Marlon o por su carácter completamente demoníaco como Kurtz o los personajes que quedan atrapados en ese horizonte extático que es La línea de sombra, en el caso de Lord Jim hay algo tremendamente conmovedor porque es la radiografía de un error, de un error cometido en la juventud, y que posteriormente se convierte en el centro mismo de una vida. E·s la necesidad de purgar al menos en una pequeña parte ese error. Y ahí la historia de Lord Jim me parece ejemplar para todos nosotros, incluso para la época en que hemos vivido, en que tantas veces se ha reclamado la obediencia a ordenes superiores para la realización de determinadas cosas. Ese Lord Jim oficial, jovencísimo, oficial de marina que siguiendo las órdenes de los toros oficiales abandona a los peregrinos musulmanes que iban a la Meca en un naufragio, haciendo que todos ellos perezcan y que de repente se encuentra monstruosamente secuestrado por su propio sentimiento de culpa, a pesar de que todo lo que ha hecho él es obedecer órdenes. Me parece un personaje grandioso, porque precisamente su sentimiento de culpa y la necesidad de reivindicarse parte del hecho de considerar que la peor de las cobardías es la cobardía que se identifica con el haber seguido la cadena de mando.

Lord Jim intenta dar un viraje a lo que ha sido ese inicio terriblemente equivocado de su vida, incluso involuntariamente; ese inicio de cobardía que ha roto todas las leyes y códigos del mal, y el resto de su vida es como un proceso sacrificial en el cual Lord Jim busca la libertad, la catarsis, liberarse de esa mancha tremenda a través de toda una serie de exposiciones a riesgo, al peligro, toda una serie de aventuras. Con la cual se convierte en una especie de personaje bastante inhabitual en la historia de la literatura, al cual podríamos calificar como un hombre que está permanentemente sometido a una prueba iniciática de la cual sabe que nunca saldrá. Y que sin embargo acepta la permanencia o el círculo vicioso de esa prueba iniciática, prueba sacrificial permanente. Me conmueve el hecho de que en el fondo él sabe o piensa que nunca logrará lavar esa mancha, y que sin embargo, a pesar de todo, combate con todo ardor, con toda la fuerza, en esa dirección. Creo que un personaje como Lord Jim es especialmente turbador en una época como la muestra en la cual la apuesta por posiciones fuertes, por principios y valores fuertes es una apuesta que escasea, y ante esta escasez, adquiere una grandeza especial.

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30 de mayo de 2008
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XI. La recepción literaria. El santuario de Davos

Davos (tomado de Wikipedia)Rafael Argullol: La verdad es que son muy oscilantes las preferencias literarias de cada época.

Delfín Agudelo: Oscilante también es el gusto inmediato que se puede sentir por una novela. ¿Cuántas veces ha sucedido que al público lector le hace falta algún tipo de desarrollo histórico para poder comprender -o, más importante aún, disfrutar- de una novela? Hay novelas que fueron publicadas en los años equivocados. Algunas reaparecieron después, pero muchas otras, descartadas ahora y olvidadas para siempre, jamás saldrán de la oscuridad. ¿Y si encontráramos ahora novelas rechazadas hace diez o quince años que otorguen algún tipo de fascinación que entonces no detectamos? O visto desde el presente: ¿cómo será esa novela que, publicada ahora, pase desapercibida hasta dentro de unos años, momento en que la podamos leer?

R.A.: No sé exactamente cómo podría ser si hablamos de una novela inédita; es decir, de la novela que en estos momentos se está escribiendo o del libro que en este momento se está escribiendo. Sí me atrevería a decir que hay determinadas obras que en su momento tuvieron un gran impacto, y que en estos momentos serían mucho más difíciles de hacerlas llegar al público. También podría hablar de obras que en su momento no tuvieron un gran impacto pero que sin embargo después, precisamente por esas oscilaciones del gusto, se convirtieron en obras de referencia. Se me ocurre, entre las primeras mencionadas, La montaña mágica de Thomas Mann. Cuando salió, a pesar de su enorme extensión, tuvo una acogida muy buena por parte del público. Si no recuerdo mal se vendieron alrededor de cien o doscientos mil ejemplares, que son números que actualmente otorgamos a estos best sellers prefabricados del mundo literario. Sin embargo, pienso que si ahora se publicara como inédita La montaña mágica, tendría en principio fuertes dificultades de implantación en el público, lo cual no quiere decir que en un inmediato futuro el tratamiento del tiempo y la enfermedad en el sanatorio de Davos- santuario actual de la globalización económica-, como también el tratamiento de la condición humana, no pudiera llevarle a ser una novela de referencia.

El segundo ejemplo es otro clásico, La línea de sombra o incluso El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Cuando salieron no tuvieron un gran éxito inmediato, y sin embargo al cabo de unos años se convirtieron en escenarios literarios de referencia. Por tanto, hay una ley difícil de identificar, una ley invisible no escrita, que vincula la calidad literaria y el impacto. Esa ley tiene distintas consecuencias. A veces se da una especie de sincronía entre la calidad y el impacto, y a veces hay una diacronía absoluta, sea porque en principio no tiene ninguna repercusión, sea porque la tiene y después desaparece. Hay otro efecto que podríamos llamar subterráneo, que es como las aguas subterráneas que desaparecen pero emergen cuando la gente lo exige.

Pienso también en una obra que más de una vez he citado, Bajo el volcán de Malcolm Lowry. Ésta sería una tipología distinta, porque es el tipo de libro que tiene toda una serie de lectores, una minoría que va manteniendo el culto a ese libro, que mantiene viva su memoria, y que probablemente en un momento determinado puede estallar y convertirse en algo que llega a mucha más gente. Es fascinante ver este entrelazamiento entre lo que es la calidad literaria y el impacto, porque hay muchas leyes distintas.

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29 de mayo de 2008
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Platón "Low Cost"

El otro día un profesor de filosofía me comentó que proyectaba fragmentos de los Diálogos de Platón en la pantalla, a través del power point, con el propósito de que los estudiantes, confundiéndolos con imágenes, se entretuvieran leyéndolos. El pobre profesor, disculpándose, justificó el método: "Sólo se fijan en las imágenes". Naturalmente a él mismo le parecía aberrante. Primero, porque así se descartaba la lectura directa de los libros y, en segundo lugar, porque como profesor de filosofía sabía a la perfección que si algo iba directamente en contra del pensamiento platónico era la desecación de los conceptos en imágenes.

No tenía, por tanto, duda dicho profesor de que un redivivo Platón se pondría las manos en la cabeza al ver sus clases, si es que no la emprendía a bastonazos con el proyector de ídolos. De todos modos, hablando con más calma de esta innovadora didáctica, quedó claro que había otras razones que impulsaban al profesor, además de la confesa idolatría de los estudiantes, que no hacen si no trasladar a la Universidad la idolatría general.

Este profesor, joven y necesitado de promoción profesional, había advertido que su método encajaba con las tendencias y requisitos de la universidad actual. Me dio detalladas explicaciones que ayudan a comprender el perfil del profesor en el inmediato futuro. Me enseñó, por ejemplo, unos formularios dedicados a la evaluación del profesorado en los que aparentemente el mérito mayor radicaba en la capacidad del docente para la renovación tecnológica, sin que la publicación de libros, y cosas así, pareciera tener la menor importancia. Nuestro profesor se había renovado tecnológicamente y soltaba pedazos del Fedro en la pantalla para ver si pillaba a los estudiantes.

Pero era evidente que, para sobrevivir en la universidad, además de la renovación tecnológica, era necesario acumular grandes conocimientos sobre el lenguaje administrativo. La comprensión de los requisitos exigidos por las distintas administraciones -estatales, autonómicas y universitarias- ofrecía más obstáculos que los textos de Kant o Heidegger. Ningún ser ajeno a la universidad podría entender el galimatías de validaciones, acreditaciones, habilitaciones y demás jerga que forma parte del universo mental del profesorado.

Supongo que obligado por las circunstancias el profesor de filosofía había luchado con los sucesivos boletines oficiales y se había convertido en un gran experto en galimatías. No sé si esta lucha a brazo partido con los textos sagrados de la burocracia había ido en detrimento de sus obligaciones para con Aristóteles o Nietzsche. Ni siquiera tuve que preguntárselo porque enseguida me aclaró que en el momento de ser valorados sus méritos el saber burocrático tendría tanta importancia, si no más, que el saber intelectual. Él no estaba de acuerdo pero "las cosas eran así".

Tampoco era un gran amante de las reuniones y sin embargo iba a todas -"a todas", remarcaba- porque no podía permitirse el lujo de quedarse al margen del engranaje. Cierto que había un exceso de las reuniones en las que a menudo las disquisiciones eran mucho más oscuras y complejas que las de las teologías bizantinas. Pero no había más remedio que asistir porque las cosas eran así y, además, podían contar para el currículum.

No se detenían aquí las tribulaciones del joven profesor de filosofía, quien tenía poco tiempo para adentrarse en los vericuetos de Hegel o Kierkegaard porque tenía que buscar afanosamente revistas de impacto donde publicar papers. ¿Qué diablos es todo eso?, preguntarán las almas poco avezadas en el actual espíritu universitario. Un paper es un escrito -valioso o no, depende- que un profesor escribe para que lo lean cuatro gatos de su gremio y, si puede ser, nadie más. Una revista de impacto es una revista especializada que puede tener o no valor científico -depende- y que con frecuencia, sobre todo en el ámbito de las humanidades, es un puro portavoz gremial. Publicar papers en revistas de impacto es el paraíso de quien aspira a hacer carrera universitaria. El aludido profesor de filosofía proclama que le gustaría escribir ensayos de otro tipo, más creativos, pero éstos contarían escasamente para el currículum. "Las cosas son así".

Como en los mejores relatos kafkianos hay algo fatal en esta afirmación. ¿Quiénes son los que hacen que las cosas sean así? ¿Los políticos?, ¿los pedagogos? ¿Cerebros perezosos y agazapados bajo el no menos kafkiano Proceso Bolonia? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Y menos este esforzado profesor de filosofía que corre inquieto de un lado para otro sin horas para dedicar a sus filósofos. Ahora una reunión; ahora un análisis hermenéutico del boletín oficial; ahora la persecución de revistas de impacto; ahora un toque de renovación tecnológica. Y al llegar a clase se pondrá a explicar el mito de la caverna con el power point, a sabiendas de que Platón lo hubiera suspendido sólo con verle hacer eso.

 

El País, 03/05/2008
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28 de mayo de 2008
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El Proteo futuro

"Proteo", Andrea Alciato, 1531Rafael Argullol: Se irá a una especie de nuevo helenismo de carácter universal, en el que conviven distintas estructuras de tradición y de ideología, de religión y lengua, y esa convivencia es lo que llamaremos arte y literatura en el futuro.

D.A.: Las duplas nativo/extranjero y lengua/literatura se verán, por lo tanto, desbordadas. La literatura se promulgará por encima de la lengua en la cual ha sido escrita. Se vaciará para convertirse en un elemento inherente a todas naciones.

R.A.: La idea herderiana, romántica, de la identificación extrema entre la lengua y la literatura ya está desapareciendo. Pero hay muchísimos chicos jóvenes que empiezan a escribir no en la lengua materna, sino en la lengua que han elegido. Ya hay muchos escritores indios, paquistaníes que escriben en inglés, y muestra que cada vez habrá un traspase mayor. Lo importante es que no será la lengua como el lugar o como el escenario patriótico inicial, sino la lengua como el lugar de comunicación entre esos mundos que conviven en la megápolis. Eso será difícil de aceptar. En otras artes ya se ha aceptado, pero en literatura será difícil, porque hay una enorme asimilación literatura-lengua. Incluso nuestras universidades están organizadas así. En el siglo XVIII no era así, y en el XXI tampoco. Sólo en el XIX y en parte del XX se ha producido esa identificación. Uno podrá tener dos o tres lenguas. Lo habitual será que uno tenga dos o tres lenguas. Ya no solo pragmáticas, sino literarias. A algunos nos ocurre, o al menos a mí me ha ocurrido, que generalmente la lengua del amor era la lengua de la mujer con la que estaba en aquél momento, si mínimamente podía conocerlo. Si hablaba francés era el francés, si era italiana era el italiano. Era una especie de Proteo que me adaptaba a la mujer a la que quería. Tenemos que acostumbrarnos a aceptar ese proteísmo para comunicarnos con el mundo que nos rodea, esa especie de orgullo o soberbia más bien romántico-patriótica del español con el español, del catalán con el catalán, o del inglés que camina por el mundo creyendo que no hace falta saber más lenguas que la propia: eso forma parte de una especie de lengua imperial estéril. El futuro estará en el poliglotismo. Habrá policentrismo, politeísmo y poliglotismo.

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27 de mayo de 2008
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Galería de espectros: Josef K.

Anthony Perkins, Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el de Josef K.
Delfín Agudelo: ¿Te refieres al personaje de El proceso de Kafka?
R.A.: Sí. Siempre que pienso en él tengo dos representaciones distintas, una más abstracta, otra más concreta. Una representación previa a contemplar la película de Orson Welles, El Proceso, y otra representación que es posterior a esta contemplación. Antes de El proceso llevado al cine, para mí Josef K. era un personaje en el cual se encarnaban todos los atributos del hombre medio, desde los físicos a los morales, espirituales, incluso a los atributos de vestimenta, de moda. Alguien que se veía sometido a un proceso laberíntico de acusaciones que lo iban empequeñeciendo; en cierto modo, convirtiendo en una sombra de lo humano. Por tanto, Josef K. es como una sombra que se va perdiendo en los pasillos de los juzgados, de los palacios de justicia, se va convirtiendo en una especie de hombre que pierde la corporeidad, la carnalidad a través de este magistral engranaje puesto en marcha por Kafka que es el sentirse acusado, sin saber la procedencia, incluso el fondo o el contenido de la acusación, y al final perdiendo incluso la posible fuente de esa acusación. Es decir, es un hombre que se convierte en sombra porque cae sobre él todo el peso de la ley; es aplastado por ella, sin que llegue a saber exactamente ni por qué le toca a él ni cuál es la ley, ni cuál es el origen de la ley.
Después de la representación de Welles, sin que se me desvaneciera por completo este tipo de traducción en personaje, se me apareció otra que era más bien un hombre que iba quedando progresivamente atrapado en grandes despeñaderos de burocracia. Un hombre que iba atravesando pasillos, archivos, archivos, pasillos, una habitación detrás de otra, sin saber tampoco nunca cuál era su posición en ele mundo. El universo iba quedando reducido a un gran archivo y él era una especie de personaje errante en ese gran archivo que era el mundo. Ahí el personaje encargado por Anthony Perkins es muy adecuado: esa pérdida en medio del universo archivo; e incluso Welles, con gran malintención, convierte una de las músicas que aparentemente parecían un divertimento de la música occidental, el "Adagio" de Albinoni, en una melodía terrorífica e inquietante. Quizá ahora en el momento en que pienso en el espectro de Josef K. pienso en una mezcla de ambos personajes. Por un lado uno que pierde incluso su propia corporeidad y se convierte en sombra, aplastado por el peso de la ley que no comprende; y otro que va avanzando por un pasillo interminable y acaba considerando que el mundo e incluso el universo es un solo archivo.
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26 de mayo de 2008
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El Boomeran(g)
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