Pocas cosas me angustian más que una obra de arte ignorada. ¿Cuántas maravillas, cuánta belleza se ha visto impedida de producir su magia por los imponderables de la vida? Días atrás, por obra y gracia de mi viejo reproductor de discos laser, volví a ver Map of the Human Heart, de Vincent Ward. Una de las más bellas historias de amor de la historia del cine -de la que casi nadie, ay, ha oído hablar.
Ward se hizo notar a fines de los 80 con un relato fantástico llamado Navigator. Cuando estrenó Map of the Human Heart -la fecha oficial es 1993, la habré visto poco después- yo estaba ansioso de ver qué nos había deparado esta vez. La película superó todas mis expectativas. Narraba la historia de Avik (Jason Scott Lee), un medio esquimal -su padre era blanco- que era trasplantado a Montreal en 1931 para curarse de su tuberculosis y quedaba transfigurado por el mundo occidental, y de Albertine (Anne Parillaud), otra mestiza, en este caso mezcla de blanco e indígena americano, que conocía a Avik en el mismo internado. Avik y Albertine batallan y se enamoran cuando niños. Separados después de un intento de fuga, vuelven a encontrarse años después, en Londres, durante la Segunda Guerra. Para ese entonces Avik es fotógrafo militar, parte de una tripulación aérea que efectúa vuelos de reconocimiento sobre territorio enemigo, y Albertine trabaja en el centro que recibe e interpreta esas fotos.
Su historia podría ser idílica de no ser por dos intervenciones del destino. La primera tiene la forma de Walter Russell (Patrick Bergin), el cartógrafo inglés que rescata a Avik y lo salva de una muerte segura al llevárselo a Montreal. Al reencontrárselo en Londres, Avik descubre que Russell se ha convertido en el amante de Albertine. Es el tercero en discordia, pero no cualquier tercero: tanto para uno como para otro, Russell representa la figura paterna que nunca han conocido.
La segunda intervención es la de la guerra misma. Avik es el único de su tripulación en sobrevivir al infame bombardeo de Dresden, que Vonnegut inmortalizó en Slaughterhouse-Five. Al caer en paracaídas en medio de las llamas, Avik tiene oportunidad de ver de cerca la clase de destrucción que hasta entonces sólo había visto desde el aire. Y allí cobra sentido lo que Russell le ha dicho antes de volar. Al intentar justificar la decisión del bombardeo sobre una población civil, Russell -que sabe o al menos intuye el amor entre Avik y Albertine- empieza dando razones militares para terminar revelando al menos parte de sus razones personales: años atrás amó a una mujer de Dresden que lo traicionó y despreció. ‘Hasta donde yo sé -confiesa Russell-, ella sigue viviendo allí'. Como todo padre, Russell ha dado la vida -y ahora da razones para rebelarse en su contra.
Creo, imagino, que Ward nunca se repuso de la módica repercusión que obtuvo Map of the Human Heart. Todo lo que sé de él a posteriori indica un sendero de caídas cada vez más profundas: lo echaron de Alien 3, filmó un mamarracho -ambicioso y personal, en tanto lidiaba con la necesidad de reconciliarse con la idea de la muerte, pero mamarracho al fin- llamado What Dreams May Come, y después de allí sólo filmó cosas que nunca se estrenaron, o por lo menos no trascendieron internacionalmente, como el film River Queen del año 2005. No me cuesta nada entender su espiral descendente. Cuando uno pone su alma en algo -y Map of the Human Heart tiene ese espíritu en cada fotograma-, aceptar que toda esa belleza será negada puede quebrar al más fuerte.
Si me encontrase con Ward alguna vez me gustaría contarle de mi hija Milena. Ella era pequeñísima cuando compré el disco de Map of the Human Heart, y por supuesto no entendía aún una sola palabra de inglés. Pero después de haber husmeado las imágenes y los sonidos del film por encima de mi hombro, se pasó meses y meses pidiéndome que se la enseñase otra vez. ‘Poné Avik', me decía. Ayer volvimos a verla juntos después de más de una década. Todavía recordaba la risa del niño y las escenas más indelebles: la abuela de Avik sacrificándose por amor, Avik y Albertine en la cúpula del Royal Albert Hall, o flotando encima de un globo aerostático.
Querido Vincent Ward, tu film es tan maravilloso que logró transfigurar el alma de una niña que ni siquiera entendía sus palabras. Ojalá quede en tu espíritu el deseo de producir el milagro otra vez.
