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Escrito por

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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Cardinal Neuman

Suele recomendarse a los fans de un escritor no conocerle personalmente, para no ser víctimas de la decepción. Es un buen consejo: los escritores ponemos (o deberíamos poner, al menos) lo mejor nuestro en cada libro; lo demás es efectivamente lo que nos sobra, aquello que hemos tratado de ocultar de la manera más denodada. ¿Pero qué ocurre cuando conocemos a un escritor antes de leer sus obras? O para mayor angustia: ¿qué ocurre cuando conocemos a un escritor antes que a sus obras, y nos cae muy bien? Esa fue la razón por la cual casi no leo a Andrés Neuman. Nos encontramos en Ecuador, por culpa de la Feria del Libro de Guayaquil, y me pareció un tipo fantástico. Temí que leerlo equivaliese a decepcionarme, que sus libros no fuesen sino un triste remedo del autor. Pero me equivoqué. A veces equivocarse es una alegría.

¿Por qué no lo había leido hasta ahora? Por necio, como ya quedó claro. Pero también porque era argentino, aunque su pasaporte sea español, dado que vive en Granada desde su adolescencia. Ya se sabe, tiendo -por culpa de mi propio pasaporte, seguramente- a desconfiar de la visión que buena parte de mis compatriotas tiene de la literatura. /upload/fotos/blogs_entradas/bariloche1_med.jpgPor último, recordaba que dos de sus novelas, Bariloche y Una vez Argentina, estaban editadas por Anagrama. Temía, por ende, que como alguna otra gente que publica en la misma colección, Neuman fuese tilingo y pretencioso. Y ahora me consta que no lo es. En todo caso, me pareció sensible (uy qué miedo que da este adjetivo, en mi país críticos y escritores sacan los puñales cuando lo oyen) y ambicioso. Cosas que tienen todos los escritores que admiro. Sensibilidad y ambición. Qué tanto.

Leí Bariloche en el avión de regreso. Lo primero que me impresionó fue que un escritor tan joven -tenía veintipocos cuando salió finalista del Herralde de Novela, ahora tiene 32- supiese mantener tan cortitas las riendas del relato. Bariloche es un modelo de contención, un ejercicio rigurosísimo, más meritorio aún tratándose de una primera novela -género que, según es vox populi, suele invitar al desborde. Pero Neuman no se desborda nunca. Lo que se desborda, en todo caso, es el vertedero al que han ido a dar todas nuestras miserias. Bariloche es la historia de Demetrio Rota, un hombre que trabaja como basurero en Buenos Aires y en sus horas libres arma rompecabezas del paisaje sureño que se vio compelido a abandonar, y que ya no es más que un estado de su mente. Precisamente por el minimalismo de la anécdota, el relato reclama para sí la sugestión de un poema -o de un sueño, lo cual viene a ser lo mismo.

Se puede leer Bariloche como una analogía sobre el trabajo del escritor, que también recolecta desperdicios nocturnos. O como una profecía sobre la Argentina de la crisis, que todavía estaba lejana en el momento de su publicación. O como un relato en el límite entre la ciencia ficción y la fantasía, que me evocó a los Bradbury y Cortázar que yo leía cuando niño, sobre el destino de una civilización que no sabe qué hacer con lo que le sobra: ni sus desperdicios, ni su gente. Yo leí la novela de todas esas maneras, y también como la obra de este hombre tan encantador -y sensible, y ambicioso- de beatlemanía y luthiermanía aún mayores que las mías, al que conocí por azar y ya no pienso desconocer. Porque ahora tengo que leer Una vez Argentina, y los cuentos de Alumbramiento, y los aforismos de El equilibrista. Ah, pocos placeres más grandes que el de la anticipación.

No se pierdan al hombre nuevo.

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17 de julio de 2008
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Poderes (y consecuencias) terrenales

Terminé Earthly Powers, nomás. Seiscientas cincuenta páginas en mi edición de Penguin, e imagino que bastantes más en la traducción que según vi acaba de salir en España. Una novela monumental, no tanto por lo obvio -además de su extensión, la ambición de repasar los momentos y las cuestiones cruciales del siglo XX: las dos guerras mundiales, el racismo, la persecución de la homosexualidad, el lado oscuro de la religión institucionalizada-, sino por su voluntad de interrogarse sobre la cuestión última, esto es, la posibilidad del bien en un mundo descorazonador.

Earthly Powers, de Anthony Burgess, es la historia de Kenneth Marchal Toomey, un escritor británico y ocasional letrista que imagino moldeado a imagen de Noel Coward, por su homosexualidad y por su dandismo. Hermano de un comediante popular y de una prestigiosa escultora, cuñado de un compositor de Hollywood y pariente político de un Papa imaginario -Gregorio XVII, un eco de la imagen benévola y progresista de Juan XXIII-, Toomey es un personaje fantástico para narrar el siglo XX por su indiscutible ubicuidad. Puede contar desde la vida cotidiana en Londres durante la Primera Guerra -el racionamiento, el auge del espectáculo escapista- hasta la Alemania del Tercer Reich, que conoce al principio en su carácter de autor adaptado por el cine alemán, y después al intentar rescatar a un Nobel de literatura de manos de los nazis. Es que Toomey ha estado en todas partes, y los ha conocido a todos: desde James Joyce hasta Joseph Goebbels, desde Ernest Hemingway hasta las más fulgurantes estrellas de Hollywood.

Pero en otro sentido -el esencial- Toomey parece el vehículo menos indicado para ocuparse del tema central de la novela. Escritor popular y conscientemente liviano, homosexual encubierto durante la mayor parte de su existencia, Quijote destinado al fracaso en cada una de sus luchas -desde el amor, pasando por el rescate del Nobel, hasta su intervención en un juicio por obscenidad y su participación en el proceso por la canonización de Gregorio-, Toomey no está en la mejor de las condiciones para hablar de la posibilidad del Bien -y por ende, de la Fe. ¿Qué clase de testimonio dará un hombre partido al medio por un Dios que lo creó por amor y otro Dios -el mismo, acaso- que lo ha condenado a una vida de infelicidad al hacerlo tal cual es?

/upload/fotos/blogs_entradas/lanaranjamecanica_med.jpgBurgess hace un gran uso de sus fortes: el lenguaje en todos sus regstros, música antes que nada; su saber enciclopédico; la forma punzante en que mira la Historia, buscando el bosque detrás de cada árbol. No cabe duda que Earthly Powers es su obra más ambiciosa. Y quizás sea la más lograda, porque despliega como ninguna otra su tema favorito, planteado ya en su obra más popular, la novela Una naranja mecánica. ¿Qué clase de criatura es el hombre? ¿Una bestia destinada al mal, desde su origen maculado por pecado original y naturaleza concupiscente? ¿O también una criatura capaz de elevarse por encima de su circunstancia, para producir hechos -la belleza de una obra artística, un acto de bondad o de desprendimiento- que nunca podrán ser medidos por sus resultados, sino apenas por su valor intrínseco?

La novela está atravesada por discusiones filosóficas y religiosas. Parte del mérito de Burgess pasa por el oficio con que, a pesar de ello, hurta el cuerpo al pecado del aburriento. Pero el mérito mayor es otro: la mirada impiadosa, que le impide hacer la más mínima concesión al sentimentalismo o las respuestas facilistas. Este es un mundo complejo, y Earthly Powers es una novela adulta que no se rebaja a alentar falsas expectativas. Aquí una obra genial puede ser ignorada y un milagro producir consecuencias horrendas. Earthly Powers coincide con el Dios de los Testamentos al reafirmar el libre albedrío de los hombres, pero se aparta de la tradición al sostener que no existe juez más inflexible ni más justo de nuestros actos, que aquel que habita en el silencio de nuestro corazón.

Publicada por primera vez en 1980, Earthly Powers es de esas novelas que ya no se escriben.

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16 de julio de 2008
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Los nuevos monstruos

A esta altura la prolongada (ojalá Zapatero me perdone la expresión) crisis por la que atraviesa la Argentina está revelando su costado positivo, aquello que tiene de oportunidad. Por un lado ya ha perdido su impostura de cuestión técnica, que llevó a periodistas y opinólogos a disfrazarse de licenciados en sojología, rentas extraordinarias e interpretación constitucional. Lo que estamos viviendo es, simplemente, el primer intento más o menos organizado de la derecha nativa para condicionar a un Estado que todavía está muy lejos de haberse reconstituido para ejercer su rol a la manera de las grandes democracias.

Si alguien albergase duda alguna al respecto, sólo hay que repasar el elenco de los figurones que representan o apoyan al -autobautizado- ‘campo', y que estarán hoy en la manifestación de Palermo o prestándoles sus votos en el Senado. Mario Llambías, titular de Confederaciones Rurales Argentinas, que la semana pasada definió a los que apoyan al gobierno como ‘zoológico'. (Para aquellos que viven en otras partes: a mediados del siglo XX, una de las formas que la ‘gente de bien' prefería para definir a la masa de trabajadores que apoyaba a Perón era, precisamente, ‘el aluvión zoológico'.) Luciano Miguens, titular de la Sociedad Rural que apoyó cada golpe de Estado que interrumpió la vida institucional de los argentinos. Carlos Saúl Menem, el hombre que redujo al país y al Estado a la condición miserable de la que todavía no hemos logrado reponernos. Adolfo Rodríguez Saa El Breve, cuyo único acto de gobierno como presidente fue declarar un default que nos valió la inquina -y las represalias- de la comunidad económica internacional. Luis Barrionuevo, aquel sindicalista que alguna vez sugirió que el país se arreglaría ‘si dejásemos de robar un par de años' -de quien no se sabe, por cierto, si alguna vez siguió el ejemplo de su propia prédica. La Papisa Elisa Carrió, autora intelectual de la manifestación de hoy en Palermo, mascarón de proa de los intereses de la jerarquía eclesial más conservadora. Y siguen las firmas: Juan Manuel de la Sota, Carlos Reutemann, Alfredo De Angeli -cada vez más parecido a Sordi, pero sin ninguna de las cualidades que lo hacían querible-, el piquetero Raúl Castells que necesita entretenerse ahora que su mujer perdió en Bailando por un sueño... Si Dino Risi resucitase y buscase elenco para una tercera parte de Los monstruos, no encontraría uno mejor en ninguna parte.

Yo iré esta tarde a la otra manifestación, la que se congregará en la Plaza de los Dos Congresos. Me sumaré a la columna del espacio Carta Abierta, que tanto ha hecho en las últimas semanas por sacarnos del marasmo y abrir instancias de debate democrático como yo no veía en este país desde hace mucho pero mucho tiempo. He ahí la oportunidad a que me refería al comienzo. La embestida del adversario esperpéntico nos ha despabilado, propiciando una largamente postergada discusión a fondo sobre la Argentina que queremos -y las políticas indispensables para conseguirla.

A continuación, para aquellos que estén interesados, les adjunto el texto de la convocatoria que Carta Abierta tituló: ‘Más democracia y más distribución'. 

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"Tal como lo hicimos hace menos de un mes, el martes 15 de julio marcharemos en defensa de la democracia y en reclamo por más distribución de la riqueza. Nos sentimos convocados y convocadas a expresar públicamente nuestra posición a raíz de las nuevas manifestaciones de sectores conservadores y privilegiados que intentan condicionar la democracia, a través del rechazo a las decisiones del Congreso Nacional, del desgaste de la autoridad presidencial, el lock-out patronal y el desabastecimiento".

"La fase actual de la embestida, cuando el Senado trata las modificaciones a la ley de retenciones móviles que protegen a los pequeños y medianos productores, demuestra la clara voluntad de la nueva derecha por impedir que parte de las extraordinarias ganancias que tiene el agro puedan destinarse a enfrentar la pobreza y la marginación que aún afectan a millones de compatriotas".

"A ellos no los moviliza la injusticia social y mucho menos la defensa del sistema democrático. Protestan y amenazan porque no están dispuestos a ceder una porción de sus rentas en favor de quienes menos tienen. Si prevalecieran triunfarían el egoísmo, la concentración económica, la desigualdad; sería el triunfo de quienes sólo respetan al Estado si éste se pone a disposición de sus negocios".

"No somos parte del Gobierno nacional, ni tampoco somos parte del PJ, pero estamos comprometidos con la actual etapa histórica de cambios en nuestro país y en la región. Marchamos por una mayor y mejor distribución de la riqueza, en favor de la democracia, del respeto a las instituciones y a la voluntad de los representantes del pueblo. Queremos que el Estado pueda intervenir para garantizar el acceso universal a todos los derechos sociales, políticos y económicos, que se debata y profundice un nuevo modelo productivo y distributivo".

"Somos miembros de distintos partidos políticos, organizaciones sindicales, movimientos sociales, organismos de derechos humanos, asociaciones de pequeños empresarios, economistas, decanos y profesores universitarios, científicos e investigadores, sacerdotes en opción por los pobres, intelectuales y artistas, integrantes del espacio Carta Abierta y ciudadanos y ciudadanas sin militancia partidaria ni institucional".

"Es intolerable que existan altos niveles de hambre y exclusión en uno de los mayores productores de alimentos del mundo y en medio de una gran concentración de la riqueza. Por eso reclamamos una reforma impositiva integral, que grave a todos los sectores que en estos años han tenido beneficios extraordinarios, como la especulación financiera y la minería. Objetamos, entre otras cosas, el no reconocimiento de la CTA, la destrucción del INDEC, el proyecto de construcción del tren bala".

"Pero está claro que la restauración conservadora no apunta contra esas deudas sino a retrotraer los pasos que sí se dieron en estos años: la recuperación institucional tras la crisis 2001-2002, el saneamiento de la Corte Suprema, el juicio a los responsables del Estado terrorista, la caída en los niveles de desocupación, pobreza e indigencia, la mayor y mejor cobertura provisional,  la política exterior independiente, de integración con los gobiernos democráticos de Sudamérica, entre otros avances".

"Cuestionan por autoritario al Gobierno pero amenazan con desabastecer; se quejan por la falta de diálogo pero anticipan su rechazo a toda decisión del Congreso que no satisfaga sus ambiciones económicas. El perjuicio que buscan generarle a la sociedad y a la institucionalidad democrática, es un intento de desestabilización que desmiente el falso espíritu pacífico y patriótico con que intentan encubrir sus objetivos".

"De esta crisis sólo se sale con más democracia y más distribución de la riqueza".

"Por ello, convocamos a todos y a todas a concentrarnos a las 14 horas del martes 15, en la esquina de San José y Av. de Mayo, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, para marchar hacia la Plaza de los Dos Congresos".

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15 de julio de 2008
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Delicias del trabajo hormiga

Una de las preguntas que oí más frecuentemente durante mi estadía en Ecuador fue: "¿Por qué vino aquí, a la Feria del Libro de Guayaquil?" Como si el hecho de haber aceptado la invitación fuese en sí mismo sorprendente. Mi respuesta terminaba aceptándose con naturalidad poco después, cuando me preguntaban qué conocía de la literatura ecuatoriana, o de su cine. Nada, o casi nada. Esa es la respuesta. He ahí el porqué.
 
Vivimos en un subcontinente con una producción cultural tan rica como aislada puertas adentro, en el dique de cada nación. Nuestras editoriales tienden a publicarnos tan sólo en nuestos países natales, salvo error o excepción. Nuestras películas sólo circulan en casa, y en caso de fortuna excepcional, en Europa. Los españoles están más al tanto en materia de cine y literatura argentina que los colombianos, mexicanos o ecuatorianos. Por eso mismo -porque cada uno de nosotros se siente solo en su país, ignorando que la suma de soledades puede ser el origen de una comunidad-, y porque los Estados no desarrollan políticas culturales de intercambio, es que escritores y cineastas aprovechamos cada oportunidad que se nos presenta para saltar estas barreras artificiales. Cargamos nuestros libritos, nuestras peliculitas, y nos lanzamos a la aventura del trabajo hormiga. Lo que el mercado no hace y el Estado no dirige debemos hacerlo nosotros, conspirando con el público ávido de algún estímulo que se aparte del menú habitual, publicitado hasta el cansancio.
 
Estos breves días en Guayaquil fueron muy fructíferos para mí. No sólo por la posibilidad de conocer una ciudad tan bella como exótica. (Cruzando la calle desde mi hotel hay un parque lleno de iguanas, con las que los niños juegan como si fuesen perros. Los bichos se trepan a los árboles hasta colmar sus ramas, fruta extraña. El escritor argentino Andrés Neuman dijo atinadamente que se trataba de un Jurassic Park en miniatura.) Es que la alegría más grande provino de la gente. De los escritores que conocí: Eduardo Varas, Carmen Váscones, Miguel Antonio Chávez, Siomara España, José Núñez de Arco, Solange Rodrígez Pappe, Augusto Rodríguez, de quienes no habría sabido, o al menos no tan rápido, si no hubiese despegado el culo de casa.
 
Pero en especial agradezco a la gente con la que ya me había contactado antes, aunque nunca en persona, por medio de este medio: el blog El Boomeran(g). Hablo de Mayté y de Fátima y de Carlos, junto a quienes subí los 444 escalones que nos separaban de la cima del Santa Ana. Nos reímos mucho la primera noche, cuando por quejarnos de la música ambiente -en el restaurant estaban decididos a hacernos oír las obras completas de Camilo Sesto- nos castigaron justamente, encajándonos un disco de (ugh) Vilma Palma. Cantamos perlas de Les Luthiers, hablamos del presente trance político en Ecuador y volvimos a reír cuando Andrés Neuman y yo manifestamos asombro ante la clase de nombres que allí son frecuentes: Jamilton, Estupendapilsener (la Pilsener es una cerveza), Hagagoles -o algo así- y hasta Horse... Todos ellos me hicieron sentir en casa, como si nos hubiésemos conocido desde siempre. Dios sabe que estas cosas no ocurren a menudo.
 
Gracias también a Jaime, a Biviana, a Lola Márquez, a Marcela Holguín, a Pepe, a Patricio Montaleza, a Gilda Orellana y a Mariella, que me llevó a conocer el Parque Histórico, un sitio que verdaderamente vale la pena. Seguramente me olvido de alguien: por favor discúlpenme. Pero no me olvidaré de Emilia, que me concedió un honor de esos difíciles de empardar: bautizar a su enorme perro de peluche con mi nombre.
 
Ojalá pueda volver pronto.
 
Y después dicen que viajar -y también que Internet- no sirven para nada.

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14 de julio de 2008
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El cruento oficio de las letras

Nadie diría hoy que ser escritor es un oficio duro. La mayoría de los escritores que conozco vive vidas privilegiadas, tan exentas de los avatares que suelen formar parte de la experiencia humana (el esfuerzo físico y el sudor, la necesidad de salir de casa a aventurarse en el mundo, la frustración y el ninguneo) que a nadie extraña que les salgan libros tan sosos. Pero aun así hay que admitir que la profesión entraña ciertos riesgos. Al igual que ocurre con el resto de los artistas, ejercer su métier equivale a quedar expuesto a crueldades que algunos practican con crueldad exquisita.

/upload/fotos/blogs_entradas/john_keats_med.jpgNunca supe mucho de John Keats (quizás le deba la primera mención de su nombre a un viejo tema de The Smiths, que insinuaba dos bandos de lo poético: ‘Keats y Yeats están de tu lado, mientras que Wilde lo está del mío'), más allá de los textos más obvios: Endymion, Ode on a Grecian Urn, To Autumn -esas cosas. Pero leyendo un artículo reciente del New Yorker, me enteré de algunas cosas que me hicieron compadecerme de su pobre, brillante alma. Víctima de una tuberculosis que se lo llevó a los 24 años, Keats murió después de haber sufrido todas las ignominias que se pueden concebir a manos de los críticos de la época -a pesar de lo cual hoy se lo reconoce como uno de los más grandes poetas de la letra inglesa.

Los hermanos Ollier, que habían publicado su primer libro, rompieron lanzas con él de inmediato, diciendo arrepentirse de haber creido en su talento. Endymion fue destrozado en los medios al año siguiente. Un crítico no tuvo problema en confesar que ni siquiera se había tomado el trabajo de leer el poema hasta el final. Otros se mofaban de sus orígenes trabajadores: Keats era hijo de un hombre que trabajaba en un establo, y entrenado él mismo como farmacéutico. El crítico de Blackwood's Magazine le dijo: ‘Es mejor y más sabio ser un farmecéutico hambriento que un poeta hambriento; así que vuelva a la tienda, Mr. John...'

Su tercer libro no obtuvo mejores reseñas. Y entonces Keats supo que tenía tuberculosis, y por ende que no viviría mucho más. ‘No he dejado detrás mío ninguna obra inmortal -nada que haga que mis amigos se enorgullezcan de mi memoria -pero he amado el principio de la belleza en todas las cosas', escribió por entonces. Supongo que eligió irse a Roma con la excusa del buen clima, pero soñando también con poner distancia de todas las experiencias amargas de su vida: ser un extranjero es una cosa, pero ser ignorado es mucho peor.

En una de las últimas cartas se preguntaba: ‘¿Existe otra Vida? ¿Me despertaré para descubrir que todo esto fue un sueño? Debe haberla', concluía, por la más perentoria de las razones: ‘No es posible que hayamos sido creados para esta clase de sufrimientos'.

Sinceramente espero que haya otra Vida, aunque más no sea para compensar a los Keats, los Melville, los Van Gogh, en justa medida por el placer que nos depararon y nunca tuvimos oportunidad de retribuirles.

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11 de julio de 2008
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Dime cómo ves cine…

Hace algunos días Mayté sugirió tema para un post: cómo ha cambiado nuestra manera de ver cine, desde que a la original -en la sala de exhibición, con muy posterior revisionado en TV en versión doblada- se le agregaron múltiples variantes habilitadas por la tecnología.

Cuando yo era chico, el cine se veía en el cine. Las únicas posibilidades de volver a ver una película dependían del albur de una reposición -como ocurría con Ben Hur todos los años, a la altura de las Pascuas, en el cine Gaumont de la avenida Rivadavia. Si uno quería acercarse a los clásicos debía recurrir a los ciclos de la sala Lugones y de la Hebraica, o contar con la improbable exhibición televisiva. Recuerdo, por ejemplo, haberme pegado a la TV en blanco y negro seducido por Strangers On A Train, mucho antes de tener la menor idea de quién era Hitchcock.

La aparición del video fue luz en mi vida. ¿La posibilidad de ver todas las películas que quisiese, cuando quisiese y tanto como quisiese? A eso le llamo yo felicidad. Aunque claro, hoy no toleraría la espantosa definición de la mayoría de las copias. (Ah, la lamentable industria nacional...)

La aparición del cable también fue providencial. Como imaginarán, estoy suscripto a todos los canales de películas. No veo tanto cine de esa manera, pero me tranquiliza saber que las películas están allí, al alcance de mi control remoto...

/upload/fotos/blogs_entradas/map_of_the_human_heart_2_med.jpgDespués vino el laser. Imagen digital, prístina, maravillosa. Aunque me obligaba a cortar la película en la mitad, para dar vuelta el disco tal como se hacía antes con los de vinilo... Todavía conservo muchas películas maravillosas en ese formato, que no he encontrado en otro: Map of the Human Heart de Vincent Ward, por ejemplo.

Y después vino el DVD. A eso le llamo yo calidad de vida. Salvo, por supuesto, cuando uno alquila las copias que aquí se llaman ‘truchas', esto es: copiadas de un original o bajadas de Internet. Ahí empiezan a fallar los subtítulos, por ejemplo, complicándome la posibilidad de ver la película en pareja o con amigos.

El sonido digital también es importante. Cuando veo películas, conecto mi equipo de sonido: nunca es igual el sonido frontal de la TV al sonido envolvente que deriva de la multiplicación de los parlantes. Prefiero la sensación de estar dentro de la acción -y el sonido es vital a este respecto- que la de ver y oír a distancia. (Será por eso, también, que en el cine me gusta sentarme cerca de la pantalla.)

Supongo que mucha gente verá películas en DVD de la misma manera que ve televisión: a saber, conversando encima, desentendiéndose de trozos enteros o parándola para ir al baño o a la cocina. Pero en mi casa, claro, las películas se ven como películas: de un tirón, y en silencio. Bastante sufro ya cuando voy al cine y me topo con gente que se comporta en la sala igual que en casa, comentando estupideces en voz alta y haciendo ruido con la comida.

Fragmentar las películas termina alterando mi percepción. Eso me pasó hace poco con I'm Not There, por ejemplo. La empecé a ver demasiado tarde y dejé el final para el día siguiente. Y ya no fue lo mismo. Todos los directores coincidirían conmigo: los largometrajes están hechos para ser vistos de una sentada, a diferencia de las novelas, cuya lectura por partes suele agregar condimento a la experiencia. (En todo caso, el tiempo de la lectura de las novelas se parece más a la experiencia de seguir una serie, como por ejemplo Lost: la extensión ayuda a la sensación de ‘vivir' esa realidad alternativa y a potenciar la familiaridad con los personajes.)

Pero por supuesto, hay películas que corro a ver en el cine. (Cuento las horas que faltan para el estreno de The Dark Knight, que no veré en cualquier cine sino en un Imax, dado que Chris Nolan filmó seis secuencias de acción con las cámaras enormes de ese formato. En los cines convencionales, el impacto de esas escenas se verá recortado.) Otras que alquilo en DVD. Otras que termino viendo en TV, cuando las pasan al tiempo y no tengo nada más excitante a mano.

Y otras, por supuesto, que no veré nunca aunque me paguen. Las comedias de Will Ferrell, por ejemplo. (Con la excepción de Stranger Than Fiction.) Y cualquier cosa en la que aparezca Nicolas Cage... 

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10 de julio de 2008
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Más que perdido, confundido

¿Seré acaso el único, entre los adictos a la serie, que se sintió un tanto decepcionado por el final de la última temporada de Lost? Es verdad que el final de la temporada anterior había sido impactante, y por ende difícil de superar. Pero esta vez el elemento sorpresa estaba viciado por una pista evidente. Existiendo un personaje llamado John Locke, como el filósofo inglés, ¿cómo podía uno pensar que no lo unía ningún lazo al nuevo y misterioso personaje llamado Jeremy Bentham -como otro filósofo inglés, que además fue influenciado por el Locke original? Y además el elemento más determinante de la trama -la posibilidad de la isla de ‘moverse' de lugar- me pareció pobremente ejecutado. Hasta ahora, todos los elementos fantásticos o sobrenaturales de Lost admitían una posible lectura científica, o cuanto menos cientificista: desde el oso polar a la columna de humo. Incluso podrían pensarse mecanismos lógicos por los cuales la isla pudiese ‘moverse', o en todo caso: dejar de ser vista donde se la solía ver. Si David Copperfield -el mago, no el protagonista de Dickens- pudo ‘desaparecer' un elefante a la vista de todos, ¿qué nos impediría ‘desaparecer' una isla? (Si dejamos que los muchachos del G-8 sigan en el mismo camino, podemos contar con que la isla desaparecerá sola a consecuencia del calentamiento global y la elevación del nivel de las aguas.) Pero que el mecanismo de esta operación pase por una suerte de rueda gigante que Ben Linus (Michael Emerson) empuja como si fuese Conan el Bárbaro, me pareció... ¿cómo decirlo? ...too much.

Sin embargo lo que más me molestó -llámenlo defecto profesional- fue comprender que el impactante final anterior había sido tan sólo una fuga para adelante. ¿Cuál es el sentido de sacar a algunos de los ‘náufragos' de la isla, para una temporada después ponerlos en la necesidad de volver? Que el truco resultó efectivo en su momento es innegable. Pero en términos puramente dramáticos carece de sentido -salvo para prolongar una historia que, ya se sabe, debe continuar dos temporadas más.

De cualquier modo, el primer capítulo de la quinta temporada me encontrará allí, donde siempre: delante del televisor. A esta altura del partido, no soportaría desentenderme del destino de estos náufragos. Cualquier serie que tenga un personaje protagónico que lee Our Mutual Friend, de Charles Dickens, merece mi fidelidad más estricta.

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9 de julio de 2008
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Recuerdos terrenales

Esto del blog le concede a uno extrañas oportunidades. La de crecer en público, por ejemplo, como diría Lou Reed. (Lo cual incluye, por cierto, el trance de equivocarse en público.) Y también la de leer en público, o sea compartir lo que uno está leyendo, a medida que lo va leyendo. /upload/fotos/blogs_entradas/earthly_powers1_med.jpgComo dije hace algunos días, estoy releyendo Earthly Powers, de Anthony Burgess. Si he de guiarme por la cuenta del restaurant veneciano que encontré entre sus páginas (como también dije alguna vez, yo guardo cápsulas de tiempo dentro de los libros), debería decir que leí la novela en 1993. Pero no me acordaba nada. A veces olvido los libros que leí porque en su momento no me dijeron nada, o eran demasiado para mí. Este último es, creo, el caso de Powers. Pero ayer, al llegar a la página 126 de mi edición de Penguin Books, encontré otra razón que seguramente debe haber contribuido a mi conveniente olvido.

En el capítulo 22, la madre del protagonista, el escritor Kenneth Toomey, muere en medio de la epidemia de gripe que asoló a la Inglaterra de posguerra. Aunque avisado de su enfermedad por un telegrama, Toomey, que estaba viviendo en la Europa continental, llega demasiado tarde. Su madre muere mientras golpeaba a la puerta sin que nadie le abriese.

En aquel año 93, la muerte de mi propia madre estaba demasiado fresca. El cáncer de pulmón se le había manifestado demasiado tarde, y murió a los pocos meses del diagnóstico. Toomey se siente culpable, cree que la confesión de su homosexualidad ha precipitado el fin de su madre. Yo también me sentía culpable, porque la había decepcionado al separarme de mi primera mujer e involucrarme cada vez más en el mundo del periodismo y de la cultura rock. (Ella estaba tan convencida de que yo llevaba una vida depravada y entregada a los excesos que me prohibió conseguirle trabajo a mi hermano: temía que lo condujese por el mismo, infausto camino.) Cuando la enfermedad se declaró, yo estaba dando brazadas desesperadas para no hundirme, sobrecargado por la culpa de la separación, las responsabilidades de mi paternidad y mi intento de formar una nueva pareja. Al igual que Toomey, llegué tarde a la última cita. Mi madre ya había muerto en el Hospital Italiano. Nunca pude decirle adiós. De esa necesidad salió Kamchatka, no tengo duda alguna. La vida siempre concede segundas oportunidades, de una u otra manera.

Hoy estoy en condiciones de releer Earthly Powers. No creo que vuelva a olvidarla.

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8 de julio de 2008
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¿Qué le ocurrió a Buenos Aires?

/upload/fotos/blogs_entradas/fito_pez_en_la_rolling_stone_med.jpgLa pregunta surgió leyendo una entrevista a Fito Páez en la Rolling Stone local. Hablando de Buenos Aires, Páez la define como "el gran laboratorio argentino", y al mismo tiempo admite que hoy no tenemos capacidad de ‘leer' a esta enorme ciudad: "La perdimos", dice. Para ejemplificar el estado actual de las cosas acude a pruebas irrefutables. Señala que es la ciudad que consagró a Mauricio Macri como intendente, un hombre que dijo haber leido "una novela de Borges", cuando todo el mundo sabe que Borges no escribió nunca una novela. Agrega que es la ciudad que dio su voto mayoritario para consagrar Presidente de la Nación a Lilita Carrió, o sea la Papisa Elisa, protagonista de la más formidable voltereta ideológica en menos de cinco años, mediante la cual pasó del bando progresista a representar lo más retrógrado -en materia económica y política y social, y en su alianza sin condiciones con la jerarquía de la Iglesia católica- que existe hoy en la Argentina. Más datos que menciona Fito: "Música popular de los 80: Yendo de la cama al living", uno de los grandes discos de Charly García. "Música popular hoy: Arjona... Arjona no hace treinta y cuatro Luna Parks en ningún lado del mundo, loco. ¿Qué pasa? ¿Se han vuelto todos locos? ¿Cómo puede ser? ¿De Yendo de la cama al living a esto? ¿Qué pasó en el medio?"

Las preguntas de Fito son retóricas, pero prefiero pecar de obvio a dejar pasar una oportunidad para pensar. ¿Qué nos pasó? Pasó la dictadura, con su carga de oscurantismo y de miedo y su profunda herida psicológica. (Nadie que haya celebrado el Mundial de fútbol 78 y el fraude de Malvinas en el 82 puede decirse inocente, o virgen de algún grado de locura.) Pasó la decepción de la democracia alfonsinista, que perdonó a todos los criminales y nos mandó a todos a casa deseándonos felices pascuas. Pasaron los 90, que en términos de la banda Divididos sería apropiado denominar la era de la boludez, si no fuese porque al tiempo que los habitantes de Buenos Aires veraneaban en Miami, Menem devastaba el país e hipotecaba la vida de las próximas generaciones. (El mismo Menem que, dicho sea de paso, decía haber leido las obras de Sócrates, aun cuando todos sabemos que Sócrates no escribió obra alguna.)

Pasó la Argentina de la desnutrición, como resultaba inevitable. Pasó el escándalo de las coimas en el Senado y la represión con que De La Rúa se despidió de la presidencia, dejando treinta y uno muertos en su estela. Pasó el vacío de poder, los seis Presidentes en cuestión de días. Pasó el asesinato de Kosteki y Santillán a manos de policías represores. Pasaron los piqueteros originales, que motivaron la primera reacción racista de la clase media porteña en muchos años -la primera de muchas. Pasó Blumberg, que dio letra a lo peor de la clase política -con el apoyo, otra vez, de la clase media local- para pedir bala contra los delincuentes y convertir a todo el morochaje en sospechoso del crimen de portación de cara. Pasó la concentración de los medios (TV abierta, cable, diarios, radios) en manos de unos pocos -oriundos de Buenos Aires, por supuesto. Pasaron los cacerolazos de la "gente como uno", en apoyo de los millonarios del campo y desmedro de un gobierno que se atrevió a plantear la redistribución de la riqueza./upload/fotos/blogs_entradas/elisa_carri_med.jpg

¿Hacen falta más pruebas? Con este derrotero, ¿quién puede sorprenderse por el triunfo de Macri y el prestigio de Carrió, o por el hecho de que Charly García, uno de los mayores artistas de Buenos Aires, esté hoy internado en un neuropsiquiátrico?

En semejante contexto, tampoco sorprende el hecho de que en los últimos años no hayan surgido nuevos músicos populares del nivel de García, Spinetta y Páez, ni cineastas a la altura de Leonardo Favio, ni escritores a la par de Borges y Cortázar. Como si eso fuera poco, nuestra TV ha conseguido el extraño mérito de competir en el ranking de las más lamentables del planeta.

Retomando la idea de Fito: Buenos Aires ha sido el laboratorio de los peores experimentos sociales y políticos de las últimas décadas. Y en este presente falaz, gobernada por el señor que tiene el privilegio de haber leido una novela de Borges, dominada por medios que ni siquiera disimulan sus intereses porque nadie se los cuestiona (en la peculiar ética de buena parte de los porteños, ser rico equivale a ser bueno) y con las calles tomadas por las señoras de las cacerolas importadas y el lenguaje soez, la pregunta más angustiante no es qué nos pasa, sino más bien: ¿qué nos va a pasar?

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7 de julio de 2008
Blogs de autor

Gritos y cascotazos

/upload/fotos/blogs_entradas/mi_nombre_es_rufus_med.jpg¿De qué va la novela Mi nombre es Rufus, de Juan Terranova? No, ya sé que cuenta la historia de una banda ficticia de punk argentino llamada Birmania, y que Mi nombre es Rufus viene a ser el título de una canción de su único disco, pero la pregunta sigue siendo válida: ¿de qué va? Porque no va sobre el punk, eso está claro. Su narrador innominado, guitarrista de la banda ya disuelta, ni siquiera es un punk hecho y derecho. Los punks no aprecian la bossa nova ni el método Carlevaro para aprender guitarra, el mismo hecho de aprender a tocar el instrumento va en contra de su ideología. Tampoco es la historia política del punk local, esa ‘historia social y llena de miseria y de energía' que tal vez haría falta escribir. Por algo el narrador se niega de plano a esa lectura. ‘Yo no la voy a escribir', dice con todas las letras, para a continuación desafiar al lector a dejar de serlo: ‘Escribila vos, si tanto te gusta la idea'.

Quizás haya que hacerle caso a Mick Jagger, cuya opinión transcripta por Don Was aparece en el texto. ‘La música no es sólo acerca de la música', dice el libro que Jagger dijo en 1994: ‘Es acerca de un montón de otras cosas... qué otras cosas estaban pasando ese año, cuáles eran los cortes de pelo, las modas las actitudes'. En ese caso, Mi nombre es Rufus tampoco sería sólo acerca de su materia novelística: la historia que presumiblemente contaría, los personajes, esos elementos propios de la forma narrativa escogida. Ni siquiera trataría sobre las cosas que ocurrieron en la Argentina -muchas, casi todas terribles- durante el tiempo que Birmania existió como banda. La novela alude a esos hechos para que quede claro que elige no narrarlos (si tan importantes te parecen, narralos vos), o mejor: los articula en el texto en el mismo plano que dedica a los gemelos birmanos Htoo, el disco Good de Morphine y las virtudes de Internet. Distintas vistas del mismo paisaje mental, las piezas del rompecabezas que hay que componer -como se compone un tema musical, por cierto.

/upload/fotos/blogs_entradas/the_curious_incident_of_the_dog_in_the_nighttime_med.jpgVaya a saber por qué (la cabeza funciona como quiere, espero que Terranova no se ofenda), después de terminar Rufus pensé en The Curious Incident of the Dog in the Night-Time, la tan popular novela de Mark Haddon. No existen similitudes evidentes entre ambos libros, pero se me ocurrió que había una sintonía en el procedimiento. En The Curious Incident, el narrador -otra vez en primera persona- es un niño que sufre del síndrome de Asperger, una variante del autismo. En consecuencia, piensa el mundo y describe los hechos de acuerdo a las mínimas nociones de que dispone, y a su escasa experiencia. (Todos los narradores hacemos lo mismo, pero The Curious Incident subraya el mecanismo por la vía del absurdo.) La voz que cuenta Rufus funciona de igual modo: habla a partir de lo que sabe -ante todo la música, pero también de algún hecho real, de libros, de conocimientos obtenidos por vía googlesca- pero con conciencia de estar hablando además de otra cosa, del mismo modo en que la música de Birmania era punk y algo más en simultáneo. ‘Ya en ‘Mi nombre es Rufus' había progresiones armónicas que excedían el lenguaje original del punk', dice el narrador hablando de la canción y de la novela a la vez.

Entre otras cosas, es posible que Rufus trate del enojo de los narradores argentinos de hoy con los narradores argentinos del ayer interminable; del deseo de construir algo parecido a un punk narrativo, para oponer a los Rick Wakeman y los Keith Emerson de nuestra literatura. El narrador cita a Clapton, que habría dicho alguna vez: ‘El asunto con los Sex Pistols fue que ellos estaban realmente enojados con toda nuestra indulgencia'. La palabra no puede ser más precisa: si algo define la literatura argentina de las últimas décadas es su autoindulgencia. Quizás no sea casual que, al presentar Rufus en Buenos Aires, el escritor Hernán Vanoli haya hablado de ‘pegar cascotazos' y también de ‘pegar algunos gritos'. Por fortuna Rufus hace mucho más que eso. Pegar cascotazos supone la existencia de un muro o de una ventana, pegar gritos supone la existencia de un oído. Y en este caso no hay nada ni nadie a quien voltear, y nada ni nadie a quien ensordecer. El narrador sabe bien que el paisaje que habita es el del ‘silencio de la noche'. Si lo escucha lo suficiente, encontrará su música.

A diferencia de sus predecesores, Terranova no está buscando un clavo en la pared del canon para colgar su chaqueta. Lo que lo mueve es algo más primal, y por ende más puro: una ansiedad que entiende como potencia. ‘Uno siempre quiere más. Más sonido, más fuerte, más rápido, más lejos...'

Préstenle atención a Terranova. Siempre quiere más.

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4 de julio de 2008
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El Boomeran(g)
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