Marcelo Figueras
Esto del blog le concede a uno extrañas oportunidades. La de crecer en público, por ejemplo, como diría Lou Reed. (Lo cual incluye, por cierto, el trance de equivocarse en público.) Y también la de leer en público, o sea compartir lo que uno está leyendo, a medida que lo va leyendo. Como dije hace algunos días, estoy releyendo Earthly Powers, de Anthony Burgess. Si he de guiarme por la cuenta del restaurant veneciano que encontré entre sus páginas (como también dije alguna vez, yo guardo cápsulas de tiempo dentro de los libros), debería decir que leí la novela en 1993. Pero no me acordaba nada. A veces olvido los libros que leí porque en su momento no me dijeron nada, o eran demasiado para mí. Este último es, creo, el caso de Powers. Pero ayer, al llegar a la página 126 de mi edición de Penguin Books, encontré otra razón que seguramente debe haber contribuido a mi conveniente olvido.
En el capítulo 22, la madre del protagonista, el escritor Kenneth Toomey, muere en medio de la epidemia de gripe que asoló a la Inglaterra de posguerra. Aunque avisado de su enfermedad por un telegrama, Toomey, que estaba viviendo en la Europa continental, llega demasiado tarde. Su madre muere mientras golpeaba a la puerta sin que nadie le abriese.
En aquel año 93, la muerte de mi propia madre estaba demasiado fresca. El cáncer de pulmón se le había manifestado demasiado tarde, y murió a los pocos meses del diagnóstico. Toomey se siente culpable, cree que la confesión de su homosexualidad ha precipitado el fin de su madre. Yo también me sentía culpable, porque la había decepcionado al separarme de mi primera mujer e involucrarme cada vez más en el mundo del periodismo y de la cultura rock. (Ella estaba tan convencida de que yo llevaba una vida depravada y entregada a los excesos que me prohibió conseguirle trabajo a mi hermano: temía que lo condujese por el mismo, infausto camino.) Cuando la enfermedad se declaró, yo estaba dando brazadas desesperadas para no hundirme, sobrecargado por la culpa de la separación, las responsabilidades de mi paternidad y mi intento de formar una nueva pareja. Al igual que Toomey, llegué tarde a la última cita. Mi madre ya había muerto en el Hospital Italiano. Nunca pude decirle adiós. De esa necesidad salió Kamchatka, no tengo duda alguna. La vida siempre concede segundas oportunidades, de una u otra manera.
Hoy estoy en condiciones de releer Earthly Powers. No creo que vuelva a olvidarla.