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Escrito por

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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Tráiganme la cabeza de Marc Forster

Marc Forster acaba de realizar la misma clase de anti-hazaña que Joel Schumacher perpetró en Batman & Robin: por la sóla fuerza de sus desméritos, hundir, o al menos poner en riesgo, una franquicia cinematográfica que parecía tan sólida e inhundible como... ¿el Titanic?

Quantum of Solace es un bodrio. Allí donde Casino Royale -la versión moderna, dirigida por Martin Campbell- reinventó a James Bond poniéndolo a la altura de los tiempos, Quantum of Solace lo saca a competir con Jason Bourne... y pierde. No porque la figura del superagente ideado por Robert Ludlum sea más atractiva que la de Bond, todo lo contrario: al lado del hombre de los martinis, la sexualidad a flor de piel y la licencia para matar vivida con un goce oscuro, Bourne es chato y unidimensional. Ocurre que los directores de la franquicia Bourne, Doug Liman y Paul Greengrass, son más que competentes cineastas del género de acción. En cambio Marc Forster es pésimo al respecto -y sin atenuantes./upload/fotos/blogs_entradas/james_bond_007quantum_of_solace_med.jpg

Algo que ni siquiera consiguió disimular contratando a los mismos editores de Bourne. En las películas de Bourne, peleas y persecuciones están presentadas a toda velocidad, mediante cortes frenéticos que de todos modos permiten apreciar los detalles de la acción -una versión extrema de la violencia coreografiada que Sam Peckinpah nos legó. En Quantum of Solace, Forster pretende hacer lo mismo. Pero como no sabe cómo filmar una escena de esa clase, los editores no tienen más remedio que acelerar la velocidad de los cortes para disimular. Y acaban presentando secuencias de acción en las que el espectador no ve nada, ni entiende nada: es casi como ser sometidos a una descarga de flashes. No sé ni siquiera para qué se tomaron el trabajo de filmarlas. ¡Para ver lo que se ve, les habría bastado con pegar imágenes concebidas en un ordenador!

Para colmo, Forster ni siquiera compensa en las escenas que deberían haber sido su forte. No hay drama en las (pocas) secuencias donde no prima la acción. Todo es de una chatura insoportable. No sólo Quantum of Solace hace mal todo aquello que Casino Royale hacía bien: en esencia, Quantum es una mala, malísima imitación de los films de Bourne -que es en sí mismo, desde su concepción, un producto sub-Bond.

Yo comparto el concepto que los dueños de la franquicia Bond lanzaron a partir de Casino Royale: me gusta mucho este Bond actual de Daniel Craig, violento, oscuro y complejo. No quiero retroceder al Bond de la machietta lanzada por Roger Moore y perfeccionada por Pierce Brosnan: detesto el humor infantil de esas películas, sus permanentes chistes de doble sentido sexual, sus gadgets inverosímiles. El problema de Quantum es, simplemente, que le entregaron la antorcha al peor de los directores posibles. Marc Forster no puede dirigir ni el tránsito.

Ay, ¡y para esto esperamos tanto tiempo! 

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11 de noviembre de 2008
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Obama, Roosevelt y el miedo

A modo de coda del texto de ayer, reproduzco la anécdota sobre Franklin Roosevelt que figura en la biografía escrita por H. W. Brands, Traitor to His Class, y que George Packer refirió en el New Yorker. Según parece, la misma noche de su triunfo sobre Hoover en 1932 -esto es, en lo más profundo de la Gran Depresión-, /upload/fotos/blogs_entradas/traitortohisclass_med.jpgRoosevelt habló con su hijo James y le dijo que hasta ese entonces sólo le había temido a una cosa: el fuego. ‘Esta noche -agregó- creo que le temo a algo más'.

James le preguntó a qué le temía, por supuesto.

‘Temo no tener la fortaleza necesaria para llevar adelante esta tarea', respondió Roosevelt. Luego de lo cual le confió que esa noche iba a rezar para pedirle fuerza a Dios. ‘Espero que tú también reces por mí, Jimmy...'

Nosotros rezamos por Obama.

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10 de noviembre de 2008
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Proteger la esperanza

¿Cómo convendrá que consideremos el vaso: medio vacío o medio lleno? Porque más allá de la alegría por el triunfo de Obama sería insensato olvidar algunos hechos que pincharían el globo al más optimista. Por ejemplo, que la diferencia no en cantidad de electores sino en la de votos populares entre Obama y McCain sea tan pero tan pequeña: es decir, que casi la mitad de los americanos haya votado a pesar de la guerra y de la catástrofe económica a ese señor de edad provecta, errática conducta y discutible criterio que eligió como compañera de fórmula a la peligrosísima, por ignorante y por cerrada, Caribou Barbie de Sarah Palin. O que algunos estados -por ejemplo la liberal California, que por lo demás consagró a Obama- hayan aprovechado la votación para rechazar el matrimonio entre ambos sexos. ¿Hasta cuándo vamos a seguir imponiendo nuestro estilo de vida al resto de la gente? Si alguna vez los gays se convierten en mayoría numérica, deberían prohibir al matrimonio entre heterosexuales a modo de retaliación.

O el hecho de que se las hayan arreglado para entregarle el país a Obama en las peores condiciones posibles (en algún lado Hillary se está cagando de risa mientras dice: ‘¡De la que me salvé!'): dos guerras irresueltas, los prisioneros de Guantánamo en un limbo legal, la economía al borde de la implosión y un poderosísimo lobby de industrialistas de la guerra que presionará para seguir vendiendo muerte a destajo tal como ha venido haciéndolo los últimos ocho años. Obama parece muy consciente de esta situación. Fue una orden suya la que canceló los fuegos artificiales que estaban preparados la noche del martes para celebrar el triunfo. Si bien dejó que la gente expresase su alegría, eligió un tono para su mensaje de sobrio regocijo. Lo que les espera, tanto a Obama como al resto de los americanos, es una tarea que no está ni un pelo por debajo de lo épico.

Pero si Obama sugirió en su discurso que a pesar del panorama se sentía más esperanzado que nunca, ¿quién soy yo para desmentirlo? Después de todo, el suyo fue un triunfo obtenido contra todos los pronósticos. Un hombre de color en la Casa Blanca. De middlename Hussein y prosapia musulmana. Hijo de un matrimonio fracturado, descendiente de familias trabajadoras. Que nunca levantó la voz para expresar sus ideas ni recurrió a espantosas zancadillas para desacreditar a sus rivales. (Este es uno de los aspectos que más admiré de la campaña de Obama: su fe en la capacidad de los votantes para comprender un mensaje racional y positivo, tan opuesta a la mala fe de los republicanos, que tratan a la gente como idiotas a los que hay que llenar de miedo y atosigar a lo pavo de consignas tan elementales    -¡Obama sexópata, abortista, socialista!- como mentirosas.) Siendo que  venció todas las barreras, ¿por qué no creer que convertirá esta crisis en una oportunidad?

Obama ya habló de la audacia de la esperanza. Esta es la hora en que, además de audaz, la esperanza debe probar que es resistente.

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7 de noviembre de 2008
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Nadando de noche en la música de R. E. M.

Hace pocos días disfruté de uno de los mejores conciertos de mi vida: la presentación de R.E.M. en Buenos Aires, en el marco del festival Personal Fest. Llegados por segunda vez a la Argentina, durante la gira de su último álbum, Accelerate -una vuelta a la lid, después del sopor de Around the Sun-, los tres sobrevivientes de la banda original (Michael Stipe, Peter Buck y Mike Mills) disfrutaron en escena y produjeron placer equivalente en el público que había acudido a verlos.

Más allá del disfrute compartido, me impactó la lista de temas. Si bien interpretaron varios del nuevo CD, no se privaron de hurgar en su vasto archivo y sacar a luz canciones que imaginé nunca oiría en vivo. Desde la bellísima Fall On Me, del álbum Fables of the Reconstruction, pasando por Let Me In, que reunió a los músicos alrededor del piano en lo que parecía un fogón improvisado pero sonaba con un lirismo desgarrador, hasta el clásico Driver 8, proporcionaron una sorpresa tras otra -y una mejor que la otra. ¿Una noche primaveral, cálida y despejada, con una de mis bandas favoritas de todos los tiempos tocando Nightswimming -que es además una de mis canciones predilectas, Top Five absoluto? Pocos cosas imagino más perfectas en mi vida, y por ende más memorables.

En una de sus conversaciones con el público, Stipe -el cantante tuvo una actuación impecable- no dudó en exponer su posición política. ‘Supongo que saben que nosotros odiamos a nuestro gobierno', dijo antes de manifestar su apoyo a Barack Obama -cuya imagen apareció entonces en las pantallas de video- y aclarar que interpretarían Driver 8 como comentario al saliente gobierno de George Bush: ‘Tómese un descanso, Conductor 8 / Nos hemos movido a esta marcha durante demasiado tiempo... Podemos llegar a destino, pero todavía estamos lejos'. Imagino que Stipe & Co. estarán disfrutando del resultado de las elecciones, allí donde estén.

Con el apoyo de un juego de proyecciones de gráfica e imágenes impecables (que de hecho se entreveraba con imágenes de lo que ocurría en vivo), el concierto fue un lujo visual. El momento en que Stipe se aproximó a una de las pantallas laterales y bailó frente a su propia, gigantesca imagen constituyó una de esas visiones que uno gatilla en su cabeza como foto perfecta. Pero el corazón del asunto estuvo, como era inevitable, fundado en la música misma. De manera leve, como quien no se propone tal cosa, los miembros de R.E.M. nos recordaron que a lo largo de veinte años han producido canciones inolvidables -esa noche tocaron muchas, desde The One I Love a Everybody Hurts a Losing My Religion y a las dos que cerraron el set, sendos homenajes al comediante Andy Kaufman: The Great Beyond y Man in the Moon- que preservamos muy cerca del pecho, para tenerlas a mano cuando hace falta consuelo, iluminación o simplemente belleza.

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6 de noviembre de 2008
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Manifiesto por el retorno del rock progresivo (4)

Precisamente porque este mundo celebra las conductas rastreras y crueles -potenciando, en preserva de equilibrio, la cultura del pasatismo que ‘alivia' de la realidad-, la apuesta por el rock progresivo en general y el sinfónico en particular resultaría desafiante desde el punto de vista creativo.

Porque en sociedades que no parecen conocer otro tiempo que el hoy, esta música conectaría con el pasado (al examinar sus mitologías) y con el futuro (por el simple hecho de haber creado algo nuevo, un sonido que antes no estaba allí).

Porque en sociedades que sugieren la imposibilidad del cambio real, este tipo de música reivindicaría la narrativa -en lo sonoro, en las letras- y la narrativa es sinónimo de cambio, de búsqueda de una transformación: narrar(se) es una forma inequívoca de tomar las riendas de la propia vida, buscándole un sentido.

Porque en sociedades que se conforman con músicas micro, esta que propongo constituiría una música macro: conectada con diversas tradiciones y culturas, en búsqueda de un público igualmente diverso.

Porque en sociedades como las nuestras, que se tienen por (económicamente) pobres, pondría en claro que en realidad somos (culturalmente) ricos: ¿quién sino nosotros podría montar una obra conceptual como The Lamb con apenas dinero para unas máscaras y unos cortinados?

Porque en sociedades que descreen del conocimiento, esta música obligaría a que nos superásemos: sí, los músicos no tendrían más remedio que ser mejores músicos, del mismo modo que su público debería aprender a oír más y mejor.

Porque en el seno de una cultura reaccionaria y quietista, que no busca nada que no sea la satisfacción momentánea, sacudiría nuestra silla y nos conminaría a formularnos preguntas. ¿Y no es eso, en último término, lo que buscamos siempre en el arte imperecedero?

/upload/fotos/blogs_entradas/king_crimson_med.jpgPor supuesto que no estoy proponiendo que las bandas salgan a hacer covers de Yes o de King Crimson. Ni defendiendo la pomposidad de cierto rock viejo, cuando dejaba de ser ambicioso para ser tan sólo pretensioso: en sus mejores momentos el rock progresivo-sinfónico estaba lleno de humor, de ironía, de irreverencia, de loca creatividad, de filos que cortaban de manera inevitable. Lo que propongo es hacer nuestro ese espíritu aventurero, el de los melenudos impresentables que se atrevían e meterse con el sacrosanto legado de la Gran Música, fuese ésta clásica o tango o folklore, para transformarlo en lo que se nos cante -lo que nos resulte necesario hoy para mejorar el escenario de mañana. Porque para crear lo nuevo siempre hay que desordenar lo viejo, animándose a meter las medias en el cajón de los pulóveres. Y aunque esté claro que lo nuevo no es un valor de por sí y que no todo el mundo debe correr en su busca, cualquier cultura que dedica mayor esfuerzo a la tradición que a renovarse es una cultura que declina, así como las sociedades con baja tasa de natalidad: cuando existen más viejos que jóvenes...

Ya lo sé: fui demasiado lejos. ¡Me dejé llevar! Aun así el desafío, por insólito o descolgado que suene, me parece válido. Los invito a volar por los aires la náusea del pop-rock actual. A revisar legados para recrearlos a su antojo. A tomar los hilos sueltos -lo que va de Radiohead a Café Tacuba a Mars Volta- para producir un nudo. A unir los nudos (no basta que música de este tipo exista en algún punto de internet, necesito enterarme de que existe, y esto supone la construcción de puentes dentro del medio) para construir un tejido que nos contenga.

En la vida hay que ser humilde. En el arte, siempre ambicioso.

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5 de noviembre de 2008
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Manifiesto por el retorno del rock progresivo (3)

Dirán: pero el rock sinfónico remitía a una tradición, tanto en lo musical como en su narrativa, que no es la nuestra. A esta altura del partido, esa tradición es ya patrimonio universal. ¿Cuántos de nosotros hemos sido marcados por Beethoven o The Beatles de forma más profunda que tantos alemanes o ingleses de nacimiento? Por lo demás, nosotros tenemos tradiciones de igual clasicismo que pueden encontrar un canal maravilloso en el rock progresivo, y hasta en el sinfónico. Nada que en su momento no hayan sugerido Anacrusa, Arco Iris y Los Jaivas -en la fusión de lo eléctrico con lo folklórico- o el trío Alas, por ejemplo, en la fusión con el tango. Y si Peter Gabriel no tuvo el menor problema en salirse del marco de la mitología propia, esto es la inglesa, para abrevar en otras que le eran tan ajenas como a nosotros -las lamias de The Lamb Lies Down On Broadway, por ejemplo, cortesía de los griegos-, ¿qué nos impide apoderarnos de cuanta puta figura mitológica se nos antoje, empezando por aquellas que son propias del acervo latinoamericano? (Si a esta altura nadie pensó aún en una versión musical de La saga de los confines de Liliana Bodoc es porque la gente está muy distraida. Deben estar calculando si les queda lugar para meter Womanizer en su iPod.)

Dirán: pero el rock sinfónico tiene una tendencia al artificio, a la evasión lírica y cosmogónica, que sería de imbéciles asumir en un mundo con realidades tan poderosas, tan demandantes. En todo caso, el pop-rock de hoy no hace mucho por expresarlas. ¿Dónde encuentro reflejado el mundo de la invasión a Irak, de Guantánamo, de la New Orleans inundada, de los genocidios africanos, de los inmigrantes ilegales que se ahogan en las pateras, de los periodistas silenciados en Rusia, del hambre de los niños en países ricos como la Argentina, de los ricos encerrados en sus barrios-fortaleza, de la crisis económica mundial? ¿Acaso en Taylor Swift, en Beyoncé, en Britney, en T.I., en Katy Perry, en Akon? (Lista confeccionada con las Top Songs de iTunes del momento en que escribo este texto.) Claro que no. Si alguien se asoma a ese mundo desde la música es porque está en los bordes del pop-rock, a punto de caerse del mapa -o directamente del otro lado.

¿Dónde consta que el rock progresivo en general, y el sinfónico en particular, estén genéticamente incapacitados para reflejar y recrear el mundo de hoy? Una de las joyas del rock sinfónico es aquella de Genesis que ya mencioné, The Lamb Lies Down On Broadway. El protagonista de esta obra conceptual es un portorriqueño en New York (campera de cuero, poco afecto por la ley) al que Gabriel bautiza Rael en tanto anagrama de Real. Empujado hasta los límites de la locura por una ciudad que lo trata del modo más salvaje, Rael inicia un viaje onírico donde se mezcla la New York verdadera con la mítica, la visible con la subterránea, la pasada con la futura. Si los críticos que hicieron del punk su bandera fuesen verdaderamente honestos, y no temiesen reconocer mérito en una de las bandas que queda bien despreciar, confesarían que Rael fue el primero de los punks.

The Lamb es de 1974. Un año antes de la formación de los Sex Pistols. 

                                                                              (Continuará.)

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4 de noviembre de 2008
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Manifiesto por el retorno del rock progresivo (2)

El rock sinfónico era esa cosa recargada que hacían Yes, Genesis y Emerson, Lake and Palmer, entre otros. (Por ejemplo Gentle Giant, que de manera involuntaria debe haber inspirado la figura del protagonista de mi novela La batalla del calentamiento.) Canciones que se convertían en suites de múltiples partes, cuerdas o teclados que las imitaban, extensas narrativas a varias voces con aliento épico y/o ecologista y/o cósmico, largos pasajes instrumentales y/o solos... /upload/fotos/blogs_entradas/la_batalla_del_calentamiento_med.jpgPor cierto, no era música que saliese de la nada. Hacía perfecto sentido en un mundo que dejaba atrás el trauma de Vietnam, perdiendo así la causa más cara a su vena rebelde (el rock ya no se cargaba a sí mismo de sentido por vía del testimonio político y social), entrando en cambio en el mundo de la revolución neo-conservadora liderada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, un soponcio del cual, para qué engañarnos, todavía no nos recuperamos. Dada esa situación, que tantos estudiantes de academias de música buscasen capitalizar el tiempo dedicado a Brahms agregándole al mix algo de glamour, drogas psicodélicas, sexo y personajes mitológicos, no deja de hacer perfecto sentido.

Alguien dirá: pero el mundo actual no tiene nada que ver con aquel mundo. ¡Si algo nos sobra hoy son razones para estar indignados! Y sin embargo, vean cuán complaciente es la música popular de estos días...

A mediados de los años 70 apareció el punk, una respuesta al lado oscuro de la revolución neo-conservadora -jóvenes desocupados y alienados sin nada parecido a un futuro: ¿suena familiar?- y a los excesos autocomplacientes de muchos rockeros sinfónicos (léase Rick Wakeman, aquí) convencidos de ser la reencarnación de Richard Wagner cuando, en todo caso, estaban más cerca de Liberace. Conscientes de haber sido expulsados del sistema, los punks -feos, sucios y (por lo general) malos (músicos)- tenían un programa claro, del cual manaba su energía demoledora. Es por eso que Cedric Bixler-Zavala, cantante de Mars Volta, pretende que lo que ellos hacen todavía es punk, cuando más bien suena a mezcla de Led Zeppelin, Weather Report y Loony Tunes: lo que codicia, lo que reclama para sí, es la propulsión incendiaria del punk, sólo que en este caso canalizada por unos músicos estupendos.

/upload/fotos/blogs_entradas/the_clash_med.jpgDesplazados de la posición ex-céntrica de sus comienzos para ser aceptados en el living del sistema, los punks perdieron parte de su gracia. Convertidos en stars, y por ende en máquinas de vender (no sólo música, sino estilo de vida), despilfarraron su legitimidad -con notables excepciones como The Clash, por supuesto. En realidad el asunto terminó siendo peor: muchas de las características que los identificaban -la canción de dos, a lo sumo tres minutos; la expresividad por encima del cuidado en la expresión; las variantes del look (peinados, ropas, accesorios, tatuajes, expresando distintos modos de agresión o autoafirmación); las letras que de tan directas prescindían de toda inspiración poética o sugerente; la crudeza de sonido, comprimida hoy para oídos digitales- se han quedado con nosotros como rasgos del mainstream musical. La mayoría de los productos pop-rock que hoy se exhiben en MTV y aledaños es deudora de alguna página del Gran Libro del Punk, eso sí, pasteurizada, descremada y convertida en el perfecto opuesto de lo que alguna vez pretendió combatir: (light) punk not dead.

En este contexto, ¿qué resultaría más a contracorriente de usos y modas que regresar a las suites impasables por la radio, a las puestas más teatrales del rock, a los grandes relatos que unían pasado y presente así como mitología y realidad? Para ponerlo de otra manera: ¿sería posible concebir algo más punk, en la escena musical de hoy, que un regio show de rock sinfónico? 

                                                                     (Continuará.)

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3 de noviembre de 2008
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Manifiesto por el retorno del rock progresivo

¿Por qué no? ¿Acaso la batea de novedades de pop-rock abunda en cosas dignas de ser escuchadas? Ese género de músicas es hoy tan endeble que las noticias más emocionantes del último tiempo pasaron por el retorno de AC/DC, Metallica y Guns'n Roses -que, dicho sea de paso, nunca descollaron por ser las bandas más innovadoras del planeta. /upload/fotos/blogs_entradas/juanes_posa_tras_la_entrega_de_los_premios_mtv_latinoamrica_2008_med.jpgLos premios MTV, y muy especialmente los latinos, tienen un aire inevitable a Back to the Future II, cuando Marty McFly comprende que las alteraciones que produjo en el continuum temporal resultaron en un presente que más que presente es una broma macabra. En serio: ¿Juanes? Por cada Café Tacuba surgen hoy cien Mirandas. Y el panorama no mejora cuando espiamos las otras bateas. ¿Cuántos gritos y gorgoritos más se pueden tolerar, cuando Britney, Cristina y Beyoncé no ceden un tranco y la competencia -desde las Pussycat Dolls hasta Leona Lewis- lanza un nuevo track cada dos semanas? ¿Cuántas bandas emo cortadas con la misma tijera, cuántos cantantes andróginos más? ¿Alguno de ustedes se siente en condiciones en digerir un nuevo videoclip hip-hopero con morocho parlanchín, mujeres pulposas, autos de lujo y poses de gangster? El reclamo es simple, muchachos: por favor por favor por favor, ¡con una idea más o menos original nos conformamos!

Lo bueno del rock progresivo era que, antes de sucumbir a la tentación de la autoindulgencia, significaba música que desafiaba a su público. Sin llegar al extremo de agredirlo o dejarlo perplejo, producía canciones e instrumentales y hasta obras conceptuales que se atrevían a plantearse la pregunta del comienzo: ¿por qué no? ¿Dónde está la inconvenciencia de saltar barreras, de poner a prueba mixturas extrañas (¿jazz rock? ¡Dios nos guarde!), de sorprender a los demás mediante el simple expediente de haberse sorprendido uno mismo a la hora de imaginar, de componer, de crear? Ya sé, alguno de ustedes está pensando: si no es rock progresivo, ¿cómo llamar a lo que hacen Radiohead, Mars Volta, los mismos Café Tacuba? Si hasta el pillín de Chris Martin llenó Viva la vida de pasajes que suenan a prog rock, cortesía del productor Brian Eno que, de manera inevitable, llegó al estudio con la etiqueta que ayudó a fundar en el orillo.

Pero yo pretendo ir más allá. Dado el aburrimiento lindante con lo comatoso de la escena musical actual (¿otra vez Britney semidesnuda? ¿otra banda con cantante de ojos delineados? ¿otro morocho jugando a ser Tony Montana?), lo que sugiero no es tanto agrandar el nicho de lo que hoy se llama alt rock o rock alternativo -Radioheadlandia- como asaltar los depósitos más olvidados, por desacreditados, de lo que alguna vez se llamó prog rock. Por ejemplo (aquí va, no se asusten): ¿para cuándo la vuelta del rock sinfónico? 

                                                                      (Continuará.)

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31 de octubre de 2008
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La música de Serpico

Desde sus inicios como especie el hombre ha tratado de encontrar razones para ser bueno -o, para decirlo de otro modo, de encontrar métodos que lo ayuden a controlar sus impulsos salvajes. Para eso inventó desde religiones y prácticas políticas hasta dietas vegetarianas. Nada ha sido suficiente al respecto, eso está claro: basta con abrir un diario, en papel o digital, para comprender cuán lejos estamos de asimilar el sentido común que subyace a la práctica de la bondad. /upload/fotos/blogs_entradas/conversaciones_con_al_pacino_1_med.jpgYo me asumo investigador aficionado de estas fallidas recetas históricas, y en carácter de tal, debo decir que nunca encontré razón más elocuente para defender la causa del bien que la expresada por Frank Serpico en Conversaciones con Al Pacino de Lawrence Grobel.

Traducido al español por Juan Gabriel Vásquez, Conversaciones es un libro intensamente disfrutable para todos los que admiramos el arte de Pacino. En uno de sus tramos Grobel le pregunta por Serpico, la película de Sidney Lumet donde Pacino interpreta a un policía real, el mentado Frank Serpico, que arriesgó su vida para exponer ante la Justicia la corrupción policial que era sistémica en la ciudad de New York. Pacino cuenta entonces que conoció al verdadero Serpico, que vivió durante décadas con nombre cambiado en algún lugar de Europa para protegerse de potenciales venganzas. "Una vez estábamos en la casa de playa que yo había alquilado en Montauk", dice Pacino. "Estábamos allí sentados, mirando el agua. Y pensé: ‘Bien, nada me impide ser como todo el mundo y hacer una pregunta estúpida'. La pregunta era: ‘¿Por qué, Frank? ¿Por qué lo hiciste?'" Cosa que no tiene nada de estúpida de acuerdo al mundo donde vivimos, dado que Serpico no sólo se negó a forrarse de dinero cobrando sobornos, sino que además se arriesgó a morir; de hecho estuvo cerca, habiendo recibido un balazo en el rostro durante una celada. Pues, bien, esta fue la respuesta según Pacino: "No lo sé, Al. Supongo que lo hice porque... si no lo hubiera hecho, ¿cómo me sentiría cuando escuchara una pieza de música?"

Ahí lo tienen. No sé ustedes, pero de aquí en más yo ya tengo respuesta a la pregunta de por qué tratar de ser buena gente. Si dejase de serlo, ¿con qué ánimo volvería a enfrentarme a una buena canción, a una película sublime o a un libro que me transporta? No hay mezquindad alguna cuyo fruto compense arruinar el disfrute de, por ejemplo, Norwegian Wood -o ya que estamos en territorio adecuado, de la completa saga de El Padrino.

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30 de octubre de 2008
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Los trucos de la memoria (2)

El último recuerdo que tengo de mi madre viva -he buscado otros desesperadamente, sin mayor suerte- es terrible. Para entonces ya era una enferma terminal, postrada en la cama con un pañuelo que disimulaba la calvicie propiciada por los rayos. Y yo que estaba de pie, fuera del rectángulo que acogía a los somnolientos y a los moribundos, no tuve mejor idea que pelearme con ella.

La causa de la discusión fue nimia. (Todo es nimio, en la vecindad de la muerte.) Yo le había conseguido a mi hermano menor una oportunidad de trabajo. Pero mi madre no quería que mi hermano la aceptase. /upload/fotos/blogs_entradas/fito_pez_1_med.jpgTemía que de hacerlo se ganase las malas compañías que, imaginaba, por aquel entonces me rodeaban a mí, que trabajaba de periodista metido en el mundillo del rock. Supongo que la proximidad de tanto músico rebelde -el por aquel entonces surgente Fito Páez había comido milanesas en la casa familiar, y vivido por breve temporada en mi apartamento- sugirió a mi madre que yo había entrado en una espiral oscura, de la que quería preservar a mi hermano. Presunción que me ofendió profundamente, al punto de instarme a levantarle la voz a una persona postrada que, si no recuerdo mal, por única vez en su vida encajó mis gritos sin retrucarlos.

El contexto de la discusión lo resignifica todo. Yo acababa de separarme de mi mujer, novia desde la más incipiente adolescencia. Mi primera hija tenía pocos meses de vida. La ruptura que propicié le rompió el corazón a mi mujer, privó a mi hija del contacto cotidiano con su padre y sumió a los nuestros -amigos y familia- en el más profundo y desconcertante dolor. (Algún tiempo después mi padre profirió un exabrupto que hoy desconocería, responsabilizándome además por aquel cáncer.) Mi madre creía que yo había empezado a drogarme, o al menos eso supongo: que atribuía mi conducta al efecto de las drogas, culpabilizándolas por ese hijo desconocido al que ya -de manera definitiva, por obra de la muerte- no podría alcanzar; debe haber aspirado a preservar a su hijo más pequeño del mismo desastre. Creo que le grité que no me drogaba, pero de manera poco convincente: porque no estaba seguro de que fuese a creerme -ojalá pudiese haber atribuido mis decisiones a las drogas, hice lo que hice motivado por algo mucho más adictivo: por amor- y porque me preguntaba si no era mejor que persistiese en el error de creerme una víctima, preservando así al menos parte de la imagen idílica que hasta entonces había tenido de mí.

Por más que rebusco, no conservo un recuerdo ulterior más allá del de su lecho de muerte en el Hospital Italiano, al que llegué cuando ya era demasiado tarde. Al entierro acudí solo. La mujer de la que me había enamorado no quiso acompañarme, arguyendo que esas ceremonias le disgustaban.

No pregunten por qué les cuento esta historia. Supongo que por estas cuestiones de los trucos de la memoria. Días atrás conversaba con un escritor amigo, cuya madre también murió muy joven y de cáncer de pulmón (no menciono su nombre para preservar el pudor con el que manejó esa información), y entendí que el de los gritos que propiné a mi madre era el último recuerdo suyo que tenía. /upload/fotos/blogs_entradas/kamchatka_1_1_med.jpgHay gente que cree que el oficio de escritor ofrece a sus practicantes la posibilidad de expresar lo que les ocurre. Ignora que semejante posibilidad es precisamente lo que nos compele a escapar de lo que sentimos. Verter nuestros dolores y sentimientos en el contexto de una historia suele sernos tan difícil como parir por una oreja. Con mucha suerte, mucho tiempo y mucho oficio, logramos exorcizar tan sólo una parte de lo vivido. Yo tardé muchos años en escribir Kamchatka, y ya la había terminado cuando comprendí que, además de una novela, había concebido un artilugio para reencontrarme con mi madre y decirle el adiós que había quedado guardado en mi garganta. Esa es una de las razones por las cuales, habiendo cruzado el Rubicón de tanto dolor, le estoy muy agradecido a mi oficio.

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29 de octubre de 2008
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El Boomeran(g)
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