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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Una grieta en el mausoleo de Mao

El capitalismo salva al comunismo. La prosperidad de la economía china es el cemento sobre el que se asienta el férreo dominio del Partido Comunista. Como en la España franquista del desarrollo, el acceso de unas nuevas y multitudinarias clases medias al consumo y al incipiente bienestar neutraliza las tensiones sociales y la actuación de las escasas energías de quienes se oponen al régimen. Aunque China cuenta con una ventaja adicional: el papel crucial de su economía, como pieza fundamental del capitalismo globalizado, actúa como escudo internacional que protege al Gobierno de las presiones excesivas y de las campañas en contra de sus violaciones de derechos humanos y de sus abusos de poder.

Las críticas y los ataques al régimen tendrán así efectos contraproducentes y favorecerán a los más duros, que contarán entonces con motivos para cerrar la mano si acaso la habían abierto en algo. Tal es el argumento que esgrimen sus defensores y, aunque parezca mentira, también buena parte de la opinión pública internacional. El desarrollismo democrático creía en los efectos benéficos del crecimiento económico, que se traducirían en algún momento en una especie de epifanía liberalizadora, hasta el momento inexistente. Al contrario, la evolución china apunta hacia la instalación de un capitalismo sin democracia, que se consolida en momentos como el de la actual crisis en la que China se revela como una superpotencia económica imprescindible, a la que hay que agradecer la compra de deuda soberana europea y americana y rogar humildemente que abandone el dumping que significa su moneda infravalorada. De ahí la oportunidad y acierto de este Nobel de la Paz para el disidente Liu Xiaobo, condenado a 11 años por defender la libertad de expresión y el pluralismo político, pues es una muestra de escepticismo respecto a la consolidación del capitalismo iliberal chino. Una economía sana y competitiva necesita las reglas del Estado de derecho y las libertades indivisibles que necesariamente deberán alcanzar a la esfera política. La carta de 23 ex dirigentes comunistas a favor de la libertad de expresión indica que Noruega ha dado en la diana. Este premio Nobel interpela al propio primer ministro Wen Jiabao, que fue mano derecha del Gorbachov chino, Zhao Ziyang, purgado por su solidaridad con los estudiantes de Tiananmen en 1989. Los sucesos de la plaza pequinesa donde reposan los restos de Mao se iniciaron a raíz de la muerte de Hu Yaobang, el patrono reformista de Zhao y de Wen. El actual primer ministro ha superado todas las purgas y ahora se espera de él, cuando le quedan apenas dos años de mandato, pues la sucesión está prevista para 2012, que los utilice para aplicar finalmente el programa reformista y liberalizador de sus dos maestros.

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17 de octubre de 2010
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¿Para qué sirve la OTAN?

Es la alianza militar con más éxito de la historia, de acuerdo. Lo dice su secretario general, Anders Fogh Rasmussen. También lo dijo Barack Obama en la cumbre del 60º aniversario de la Alianza en Estrasburgo. Es una de las cantinelas más escuchadas de la historia. Pero el lucimiento de los éxitos pasados, como en los rendimientos de los fondos de inversiones, no garantiza los éxitos futuros. E incluso cabría pensar lo contrario: si se luce tanto de los éxitos de antaño es por la inseguridad sobre el presente y el futuro. Las dificultades en el avispero afgano están ahí para recordarlo: ante tanta salmodia optimista, los más depresivos consideran que el fracaso en Afganistán, de donde todo el mundo quiere irse cuanto antes, sería el final de la Alianza.

Estamos en plena convulsión geopolítica, que produce desplazamientos de poder en el mapamundi, pero también corrimientos de muebles dentro de los países e instituciones como la Unión Europea. A veces incluso en una misma organización, como es la UE, vemos cómo avanza la capacidad de gobierno económico por un lado, impulsada por las exigencias de la crisis financiera, mientras queda prácticamente paralizada la acción política por el otro. De la comparación entre la UE y la Alianza, esta última es la que de momento sale mejor parada, después de unos años en que sucedía lo contrario. Tiene en su haber la paz y la seguridad de Europa occidental hasta 1989, la ampliación de su número de socios y de su perímetro de acción y la estabilización del continente en las dos décadas posteriores. Pero las dudas sobre su futuro son compartidas, porque a fin de cuentas son dudas europeas, como lo son los 21 socios comunes. En Lisboa, donde se reunirá la cumbre de la OTAN el 20 y el 21 de noviembre, empezaremos a salir de este marasmo. Allí, su secretario general presentará un documento bajo el título de Nuevo Concepto Estratégico, el tercero desde que terminó la guerra fría, que hoy empezarán a discutir los ministros de Exteriores y de Defensa en Bruselas. El dato más importante es que la OTAN quiere seguir siendo sobre todo una alianza defensiva basada en el famoso artículo 5: un ataque a un socio es un ataque a todos. Se excluye la idea neocon de una alianza a la que se incorporan aliados occidentales de todo el planeta y que actúa como una policía mundial, incluso en funciones preventivas. Pero la dificultad del momento y de las nuevas guerras introduce muchos interrogantes. Por ejemplo: ¿En qué momento se considera que un ciberataque afecta al artículo 5? ¿Servirá Afganistán como modelo para futuras intervenciones o será la última misión de este tipo? El plato fuerte de Lisboa será la creación de un escudo antimisiles euroatlántico, en el que la OTAN quisiera incluir a Rusia, algo que Moscú observa con recelo, como todo lo que viene de la Alianza. Aunque Obama retiró el escudo antimisiles que Bush quiso desplegar en Polonia y Chequia, sin consultar a los aliados, la actual iniciativa sigue suscitando suspicacias en el Kremlin, donde es difícil olvidar que fue la OTAN quien venció en la guerra fría, desplazó sus fronteras hacia el Este y siguió presionando hasta 2008 con el apoyo a Georgia, candidato al ingreso, en su guerra con Moscú. Amarrar a Rusia a Europa es uno de los objetivos acariciados por Bruselas y Washington: el resetting en las relaciones declarado por Hillary Clinton no tenía otro objetivo. La contraoferta de Moscú es un tratado de defensa mutua que incluya un sistema antimisiles común y englobe y diluya a la OTAN. En Lisboa también se discutirá el desmantelamiento de las armas nucleares tácticas desplegadas en Europa (unas 200), que han dejado de tener sentido tantos años después de la guerra fría. El Gobierno alemán de centro-derecha va a bregar por este objetivo, que uno de sus socios llevaba en el programa electoral. Un buen acuerdo con Rusia lo facilitaría, además de abrir el camino a nuevos pasos en el desarme nuclear entre Moscú y Washington. Según Javier Solana, el abrazo de Europa a Rusia bastaría para dar sentido a la OTAN en la próxima década. Lisboa suscita en los rusos sus propios interrogantes. ¿Somos un socio o una amenaza? ¿Por qué no quiere la OTAN un tratado legalmente vinculante y se limita a ofrecer la simple cooperación entre Bruselas y Moscú? ¿Por qué se negocia en secreto la elaboración del nuevo Concepto Estratégico?

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14 de octubre de 2010
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China merece más premios Nobel

Imaginemos por un momento una corrección de la historia. Boris Pasternak no recibe el premio Nobel de Literatura en 1958. Aleksander Soljenitsin no lo recibe en 1970. Tampoco Andrei Sajarov el de la Paz en 1975. Y mucho menos todavía Lech Walesa en 1983. Imaginemos de nuevo los motivos de la Academia sueca y del comité del parlamento noruego para eludir esos cuatro premios: no hay que irritar a los dirigentes soviéticos, sirve de muy poco premiar a intelectuales disidentes o de la oposición y lo único que se consigue es endurecer el régimen.

Estos premios salvaron y dignificaron a los premios Nobel, sin duda. No son los únicos, es cierto: hay muchos más también acertados. Pero estos galardones a dos escritores rusos, un físico nuclear ruso disidente y un dirigente sindical polaco absuelven de todos los Nobeles desacertados de la historia. Imaginar una historia sin ellos es imaginar un Nobel sin dignidad. Pero es imaginar algo más: pues su concesión también influyó e impulsó el cambio en el bloque comunista. Sin estos cuatro premios Nobel tampoco Mijail Gorbachev lo hubiera recibido en 1990 en la culminación de una historia feliz. Dos son los ciudadanos chinos galardonados hasta ahora. El de Literatura de 2000 fue para Gao Xinjiang, autor exilado en Francia de ?La montaña del alma?, y el de la Paz de 2010 para el disidente Liu Xiaobo. Con el primero, el régimen se limitó a mantener un denso silencio y a señalar en último caso que no le reconocía como escritor chino. Con el segundo, la irritación oficial ha sido extrema. En ambos casos, como en el del Nobel de la Paz para el Dalai Lama en 1989, no han faltado los amigos de China que señalan la inconveniencia de molestar a un gigante emergente que se ha convertido en superpotencia económica imprescindible. También han señalado que nada va a cambiar en China con premios como éstos, cuya concesión ni siquiera llega a conocer la población. Tenemos un viejo ejemplo de esta controversia con el Nobel de 1935, concedido al periodista pacifista alemán Carl von Ossietzky, encarcelado en el momento de la concesión y fallecido en prisión en 1938, antecedente por tanto de Aung San Suu Kyi y de Liu Xiaobo. Es cierto que no cambió ni un milímetro el curso tenebroso de la historia: Alemania se hallaba ya en aquel entonces definitivamente agarrada por la zarpa hitleriana, y las derechas europeas, incluyendo las escandinavas, más apaciguadoras que pacifistas, consideraron el premio como una agresión injustificada contra Berlín. Sin aquel Nobel que salvó al Nobel del totalitarismo fascista no habría habido tampoco más tarde premios Nobel para los disidentes del comunismo. China tiene una historia literaria riquísima. Cuenta también con numerosos ciudadanos dispuestos a combatir por la libertad y el derecho. ¿Cómo evitar que los jurados y el comité de los Nobel, el de Literatura y el de la Paz, se fijen en este gran país que juega un papel creciente en la vida del planeta? Pero no les falta razón a los dirigentes chinos. Primero lo reciben los escritores y los disidentes y acaba recibiéndolo el secretario general del Partido Comunista que se atreve a terminar con la dictadura desde la cúpula misma del sistema. Lo que más miedo les da a los dirigentes chinos ya desde 1989 es que uno de ellos se atreva a seguir los caminos de Gorbachev: por eso se vigilan unos a otros y quieren evitar a toda costa que un dirigente decidido y valiente se haga merecedor del Nobel de la Paz.

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13 de octubre de 2010
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Hacia la teocracia

Quien quiera ser ciudadano de Israel a partir de ahora deberá jurar lealtad al Estado judío. Será fácil para los judíos que emigran a Israel en el futuro, como lo han venido haciendo desde hace decenios, porque poco puede forzar en sus conciencias, incluso en el caso de que se trate de judíos no practicantes o directamente agnósticos, puesto que en su caso la tradición familiar en la que han nacido pertenece a la misma identidad de ese Estado al que deben jurar fidelidad. Fácil no quiere decir aceptable: los israelíes más reacios a la teocracia rampante están en contra de que la ciudadanía se defina de forma obligatoria por la religión o por la etnia. Pero quienes lo tienen de verdad difícil son los ciudadanos palestinos nacidos en territorio del actual Estado de Israel o descendientes de ellos que reivindican el derecho del retorno: en el caso improbable de que sólo se les reconociera a un simbólico grupo de ellos, tal como se ha esbozado en algunas negociaciones, deberían prestar juramento de fidelidad un Estado que reconocerían como judío, algo que los palestinos sean musulmanes como la mayoría, o sean cristianos o laicos, no pueden hacer en ningún caso. Para los más creyentes sería como una especie de apostasía, la misma que significaría obligar a un judío ortodoxo que jurara fidelidad a un Estado islámico o cristiano; y para los laicos es lo que significa para todo laico, palestino o no, la aceptación de una teocracia.

El ministro de Exteriores Avigdor Lieberman es quien ha conseguido la aprobación de esta propuesta en el Consejo de Ministros, con votos en contra de los laboristas y de tres ministros del Likud. Su propósito, como sucede con los asentamientos, tiene una vertiente de fondo: al igual que se cree con derecho a retener tanto territorio palestino como le convenga, tiene también como proyecto un Estado sin población árabe, resultado de intercambios tanto de territorios como de población. No tiene rebozo alguno en imaginar incluso, en un ejercicio de clara limpieza étnica, la expulsión de los ciudadanos árabes israelíes al Estado palestino que se cree en un futuro que, por supuesto, quiere lo más lejano posible. De hecho, la idea original de Lieberman era exigir este juramento a todos los actuales ciudadanos de Israel, de forma que los árabes israelíes se encontraran en el brete de aceptar o perder la ciudadanía y encontrarse en el camino de la expulsión. Pero su propuesta ?moderada? tiene también una vertiente táctica: en el momento en que las negociaciones directas con los palestinos están abiertas, aunque colgadas de un hilo, Lieberman quiere que Israel vaya adelantando la fórmula de solución incluso antes de negociarla. Si construir en determinados asentamientos es resolver la futura línea de la frontera, pues no se construye si no es para quedarse; exigiendo la fidelidad al Estado judío se cierra el capítulo del regreso de los expulsados: sólo regresarán quienes juren, es decir, nadie. Esta vertiente táctica sirve además para que las negociaciones no avancen o, en unos ya conocidos ejercicios de cinismo, plantear nuevas cesiones a los palestinos como contrapartida para retirar o rebajar estas nuevas exigencias. No vamos a congelar las colonias si no nos dan nada a cambio. No vamos a retirar la legislación sobre ciudadanía si los palestinos no ceden también algo por su lado. Una cosa puede ir incluso por la otra: congelo si reconoces el estado judío. El argumento más sorprendente, que podemos ver en discursos y artículos de estos días, señala que Netanyahu no tiene derecho a congelar la construcción en las colonias porque ningún primer ministro israelí anterior lo ha hecho en ninguna de las numerosas negociaciones que se han celebrado. Esto conduce a la evidencia de que el actual Gobierno de Israel quiere negociaciones bilaterales con la Autoridad Palestina, sobre todo para evitar que pierda la cara el amigo de la Casa Blanca; quiere además la paz, pero no tanto como objetivo a conseguir con los palestinos, si no como situación de no guerra: es decir, negociaciones en paz más que negociaciones de paz; pero lo que sobre todo no quiere es que sean para reconocer un Estado palestino en un territorio viable. Conclusión: estas negociaciones a nada conducen porque hay una parte, el gobierno en el que participa Liberman, que sólo quiere calentar la silla, pero no quiere ni alcanzar la paz con los árabes ni el Estado palestino. Netanyahu podría cambiar de rumbo, pero para hacerlo también debería cambiar de ministros: sacar a Lieberman y meter a Tzipi Livni de Kadima.

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12 de octubre de 2010
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Sin polémica, no hay premio

Los mejores premios, al menos para mi gusto, son los que suscitan el disenso. Premiar la obviedad, evitar el riesgo, buscar el aplauso unánime para el jurado acertado, es lo menos estimulante que se le puede pedir a un galardón. Hay premios que son perfectos para esta labor y otros, en cambio, que no sirven. Este último caso es el de los premios que funcionan casi como una carrera, es decir, que son para quien llegó primero y obtuvo los resultados más brillantes. El Nobel de Física para Gueim y Novosiolov, los inventores del grafeno, sólo puede suscitar entusiasmo y admiración, por las aplicaciones que todos podemos ya empezar a barruntar de este material maravilloso en la era digital; pero poca o nula polémica. Los premios Nobel de la Paz y de Literatura, en cambio, casi como cada año, me han suministrado a mí y creo que a mucha otra gente abundante material de debate e incluso de fuerte controversia con amigos y familiares durante el fin de semana.

Estos dos Nobel, concedidos uno por un comité del parlamento noruego y el otro por la Academia Sueca, mantienen una relación compleja pero estrecha. En algunas añadas la relación es explícita, mientras que en otras puede leerse más en filigrana. Los encargados de premiar una obra literaria excelente han demostrado tradicionalmente su interés por la palabra milagrosa, es decir, por las literaturas que no se bastan a sí mismas sino que producen efectos se supone que benéficos sobre la humanidad. Todos sabemos que hay escritores maravillosos que como personas son unos canallas: si alguno ha recibido el Nobel, y yo estoy seguro de ello, es porque han sabido disimularlo en un ejercicio de hipocresía magistral. No falta tampoco el caso del escritor excelente al que una torpe gestión de su imagen pública le relega al desván del olvido o, lo que es peor, al cuarto oscuro de los explícitamente condenados sin Nobel por sus pecados reales o supuestos. Los de la Paz también han flotado tradicionalmente entre el buenismo más descarado y el pragmatismo más coyuntural. Darle el Nobel a Teresa de Calcuta es lo más próximo a sustituir y adelantar la canonización, pero dárselo a Kissinger y Le Duc Tho, a Peres, Rabin y Arafat, gentes responsables en distintos grados de situaciones de violencias colosales, es casi una invitación al escándalo. Si con la excusa de la literatura se ha dado premios de contenido político también lo contrario ha sucedido, y a veces muy justamente. A Soljenitsin se lo dieron en Literatura en 1970 , y el jurado acertó plenamente porque es uno de los pocos casos en que merecía los dos. A Churchill se lo dieron también en Literatura en 1953, probablemente porque nadie se atrevía ni siquiera a insinuar que se lo merecía por la paz en Europa algunos años antes. Sus méritos literarios estaban en los hechos narrados más que en la escritura que no era ni siquiera suya. Obama, que obtuvo el de la Paz en 2009 estando tan o más descalificado que Churchill porque está todavía en guerra ahora, no lo tendrá nunca de Literatura mereciéndolo más que el premier británico por su extraordinario ?Sueños de mi padre?. Y no sigo, porque son infinitas las combinaciones y variaciones que sugieren esos dos premios que sacan punta a todas las controversias de este siglo y del pasado. Sólo decir que la cosecha de 2010 es excelente y reconfortante, también por supuesto porque es polémica. Aunque ya no lo es en el caso de Mario Vargas Llosa, habiéndolo sido durante tanto tiempo, nos viene a recordar la estupidez de quienes se lo negaron, aunque en algo debemos estarles agradecidos, puesto que su retraso produce con el efecto acumulativo un inmenso y gozoso consenso sobre sus méritos. La polémica sorda pero real de este año es de un orden muy distinto de la que se cebó sobre el escritor peruano años antes: Liu Xiaobo, el intrépido disidente chino, suscita una mueca de disgusto en quienes mejor acompañan desde Occidente al ascenso llamado pacífico, yo añadiría inquietante, de la superpotencia económica imprescindible en que se ha convertido la República Popular China. A Vargas Llosa se lo negaba el progresismo izquierdista, mientras que el de Li escuece al pragmatismo de los amigos del capitalismo chino. Es una paradoja que castiguemos con este premio a quienes ahora son nuestros banqueros, han sido quienes nos han suministrado mano de obra barata y esperamos que sean pronto unos enormes consumidores que tiren de nuestras economías. Pocos años, en todo caso, los premios son más justos e incluso necesarios. Ahí está una obra inmensa como la de Vargas Llosa, hasta ahora marginada por la Academia, y ahí está también la acción admirable y valiente desde hace más de veinte años de un hombre sólo ante un régimen totalitario que ha conseguido la proeza de sacar de la miseria a 600 millones de personas sin ceder ni una pulgada de poder a la democracia ni abrir un respiro de libertad a su gente. La excelencia literaria de uno, el sacrificio resistente del otro y el amor a la libertad de ambos certifican la exactitud de la diana conseguida por los dos jurados de ambos premios este año.

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11 de octubre de 2010
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Devaluaciones competitivas

En las crisis, nada más fácil que fastidiar al vecino. Convertir al país de al lado en un mendigo es el camino más sencillo para sentirse grande y creer que se sale de la miseria. Con la salvedad de que el vecino a su vez intentará suministrarnos la misma medicina, en lo que se convierte muy pronto en una espiral inacabable de muy mal acabar. Tan mal que en los años treinta condujo a la Segunda Guerra Mundial.

La política de perjudicar al vecino se aplica sobre todo a la moneda y a las devaluaciones competitivas. Pero algo de estas prácticas podemos observar también en otros ámbitos. Hay gobiernos europeos que expulsan a ciudadanos de terceros países y dirigen los flujos de migración hacia los otros socios. Si llegara a producirse la emulación, a la que ya están contribuyendo Berlusconi y Sarkozy, en poco tiempo podríamos convertir Europa en un infierno. Esta espiral apela a los más bajos instintos y convoca a los peores sujetos para hacerse cargo de algo tan delicado y moralmente exigente como el cumplimiento de la ley y el mantenimiento del orden. Adicionalmente, además de perjudicar al vecino, produce vergonzosas rentas electorales a las que muy pocos políticos son proclives a renunciar. El caso más curioso es el de la política antiterrorista. El Gobierno de Estados Unidos ha advertido a sus ciudadanos de que, en caso de viajar a Europa, especialmente a Reino Unido, Francia y Alemania, tomen precauciones ante la posibilidad de un ataque terrorista. La alarma, muy verosímil, tiene al parecer su origen en la actividad de terroristas salidos de la zona fronteriza entre Afganistán y Pakistán. Pero lo sorprendente ha sido cómo han reaccionado los Gobiernos: el alemán, con escepticismo respecto a la necesidad de una advertencia tan genérica ante la que poco pueden hacer los ciudadanos. El de Reino Unido ha señalado el peligro de viajar a Francia y Alemania. Y Francia ha hecho lo propio respecto a quien viaje a Reino Unido. No se conoce con detalle el objetivo de estas alarmas. Hay expertos norteamericanos en seguridad que las consideran extremadamente interesantes, pues contribuyen a cambiar la cultura de seguridad de unas sociedades como las nuestras que deberán convivir durante años con peligros terroristas. Estos expertos aconsejan que personas y familias hagan planes de contingencia y cuenten con kits de supervivencia ante eventuales ataques. Otros, en cambio, denuncian que la alarma sobre la seguridad amplía los márgenes de actuación en Afganistán o de acción policial. Y como se ha visto, otros más las aprovechan para barrer su rellano y echar la suciedad escalera abajo sobre los otros inquilinos. Conclusión: hay competencia entre los europeos por devaluar, es decir, por echar a perder unos valores de los que podíamos estar orgullosos hasta ahora.

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10 de octubre de 2010
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Después de Josué

Son los últimos compases de una entera etapa presidencial. Las elecciones legislativas del 9 de noviembre, en las que se renueva un tercio del Senado y la entera Cámara de Representantes, dejarán con gran probabilidad a Barack Obama sin mayorías para seguir gobernando con apoyo parlamentario, algo que las urnas suelen hurtar a los presidentes que lo tienen justo a los dos años de iniciar su presidencia. Los extensos poderes presidenciales permiten gobernar sin legislar con el Congreso, pero dentro de unos límites, especialmente acotados cuando se trata de aprobar los presupuestos. Así es como los republicanos intentarán ahogar al Gobierno de Obama, como hicieron en 1994 con Bill Clinton, al que obligaron a cerrar la Administración pública por falta de liquidez para pagar los gastos corrientes.

George W. Bush pudo contar con una mayoría republicana en las legislativas de 2002, tras los atentados del 11-S, gracias a que dirigió la campaña como presidente en guerra, lo contrario de un presidente en crisis económica, como es Obama, a la hora de mantener altos niveles de adhesión. Las segundas elecciones de mitad de mandato de Bush, en 2006, ya fueron el desastre que cabía prever sobre todo después del huracán Katrina. Empezó el pato cojo, una amenaza que pesará ahora sobre Obama si no sabe acomodarse a esta nueva etapa en la que se jugará la eventualidad de renovar su mandato presidencial en 2012. Obama ha empezado a prepararse para después de noviembre. También un buen puñado de colaboradores suyos, que han preferido buscarse la vida antes de que el previsto desastre electoral les obligue a hacerlo precipitadamente. Rahm Emmanuel, su jefe de Gabinete, ya se ha ido. También se ha dispersado parte de su equipo económico: Lawrence Summers, Catherine Rommer y Peter Orszag. Se da por segura la marcha de David Axelrod, el estratega en jefe. Y su secretario de Defensa, Robert Gates, heredado de Bush, insinúa su inminente partida. Hillary Clinton, la secretaria de Estado, que se ha impuesto como auténtico número dos del Gobierno, por encima del vicepresidente Biden, busca cada vez más los focos: podría tener un nuevo papel en la próxima etapa, pero hay pocas dudas de que quiere la vicepresidencia para 2012 y quizás la candidatura presidencial para 2016. Barack Obama pertenece a la generación de Josué, según expresión del director del semanario The New Yorker, David Remnick, en un artículo que luego convirtió en la primera y más brillante biografía del actual presidente de Estados Unidos, El puente, que llega ahora a las librerías españolas. La historia bíblica es bien conocida: Moisés no llegó a pisar la tierra prometida. Fue su hermano más joven Josué quien culminó la travesía del desierto hasta conducir al pueblo de Israel a su destino. Martin Luther King, el líder de los derechos civiles asesinado en 1968, fue también el Moisés que dirigió al pueblo extraviado, pero quien como Josué le hizo alcanzar la libertad han sido Barack Obama y su generación. El símbolo de donde arranca esta historia es el puente de Selma, donde King encabezó una manifestación pacífica en 1965 que terminó con una durísima represión y él mismo en la cárcel. Para entender quién es Obama y la dimensión de su victoria, Remnick ha tenido que desarrollar un variado friso de historias: la del movimiento de los derechos civiles, la descolonización en Kenia, la vida política de Chicago, los presidentes esclavistas, la religiosidad afroamericana, su currículo académico en Columbia, Chicago y Harvard, el desarrollo de un género literario típicamente afroamericano como son las memorias de emancipación, el caucus parlamentario afroamericano, Clinton y sus amigos, la Casa Blanca por dentro, y finalmente la candidatura demócrata, las primarias, la convención demócrata y la campaña. Pocas cosas han escapado a su ojo crítico, que ha fabricado esta narración con gran sentido del ritmo y de la tensión, magnetizado por la envergadura del acontecimiento histórico del que es testigo de primera mano. Obama no habría alcanzado la presidencia si EE UU no estuviera lleno de obamas, jóvenes afroamericanos orgullosos de sus orígenes, instalados en una mentalidad abierta y post-racial, sin la ira de los oprimidos y con responsabilidades en el timón de las colectividades, ciudades, empresas y el país mismo. Sus dos primeros años arrojan un balance sustancioso aunque polémico: reforma sanitaria, estímulos económicos contra la crisis, reforma de Wall Street, retirada de Irak y, sobre todo, cambio de la imagen de EE UU en el mundo; pero su éxito histórico es todavía la superación definitiva del puente que separaba a los americanos por el color de la piel. Es tal la envergadura de su hazaña que se hace difícil pensar que Josué se supere a sí mismo y sea capaz de imponer en el futuro un nuevo y más poderoso perfil presidencial. (Fe de errores: el hermano de Moisés era Aarón; Josué fue su sucesor en la conducción del pueblo de Israel, pero no tenían relación alguna de parentesco. La escritura periodística produce estas malas jugarretas que no tienen excusa. Lo lamento).

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7 de octubre de 2010
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Desgracias holandesas

Depender de la extrema derecha para gobernar y legislar o limitar la libertad de expresión, alegando el respeto a las creencias religiosas de una parte de los ciudadanos, son las dos desgracias que se ciernen sobre la sociedad holandesa de la mano de Geert Wilders y de su Partido de la Democracia. Entre ambas amenazas se tejen las contradicciones de una sociedad hasta hace pocos años estable y feliz y sus dificultades para adaptarse a la inmigración y en el fondo al futuro. Debemos prestarles atención porque la siempre liberal y tolerante Holanda actúa ahora como un laboratorio europeo y hay que reconocer que los experimentos hasta ahora realizados no son precisamente alentadores.

Es, en efecto, una desgracia que un Gobierno formado por partidos democráticos y civilizados tenga que mantenerse vivo gracias al apoyo de un partido que se define fundamentalmente en contra de la inmigración y en contra de una religión, el islam, a la que considera peligrosa y destructiva. Pero también es otra desgracia que pueda ser castigado como un delito expresar puntos de vista contra el islam o considerarlo una religión peligrosa y destructiva, como muchos otros piensan de otras religiones o incluso de cualquier religión. La suma de ambas desgracias es lo más alarmante y lo que constituye la fortaleza de Wilders. Una sociedad que no tiene rebozo en admitir como gobernante a un racista o un xenófobo y a la vez rechaza el derecho a la blasfemia se dirige directamente hacia un conflicto incontrolable que no se resuelve a favor de ninguno de los dos términos contradictorios, sino en contra de todos ellos. La lógica conduciría a deducir que quien está en el parlamento y en la mayoría de Gobierno por sus opiniones no debería ser imputado por sostenerlas. Y a la inversa, quien es procesado por las opiniones que le han llevado al parlamento no debiera ni siquiera contar entre quienes forman mayorías. Pero la lógica democrática debería excluir una cosa y la otra: que el gobierno tuviera apoyos indeseables y que los tribunales procedan contra quien se ha limitado a expresar libremente sus puntos de vista en una sociedad libre.

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6 de octubre de 2010
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La división de Europa

Los alemanes han celebrado este fin de semana el 20 aniversario la unidad alemana. Ha sido una celebración solemne pero contenida. Las susceptibilidades entre europeos están a flor de piel, no tan sólo por las reacciones de mutua culpabilización suscitadas por la crisis. Basta con recordar el último Consejo Europeo en que Sarkozy y Barroso se tiraron los trastos a la cabeza a propósito de los gitanos rumanos en una sala donde se podía cortar el aire por la tensión entre los mandatarios europeos. La economía alemana ha resurgido con fuerza, pero el nuevo Gobierno de centro derecha de la señora Merkel también ha dado muestras de un cierto desencanto europeo. Alemania, a los 20 años de la unificación, se ha despegado totalmente de la paridad con Francia y ahora mira por encima del hombro a los países grandes que pretendían igualarse a su potencial demográfico, económico y sobre todo político. Con la consecuencia de que el europeísmo, antaño perfectamente enraizado entre los alemanes, no pasa ahora sus mejores momentos.

Estas son las razones para una celebración de bajo perfil, pero también las explicaciones para el discurso del principal protagonista político de la unificación, el hombre que echó el resto cuando se le presentó la oportunidad de convertir las dos alemanias en una sola. El canciller de la unificación Helmut Kohl hizo el sábado un reproche sutil a sus conciudadanos a propósito del rescate de la deuda pública griega: ?Tengo la impresión de que algunos han perdido el sentido de lo que significa una Europa unida para todos nosotros?. Kohl no ha sido tan sólo el canciller de Alemania. Ha sido el canciller de Europa: sin su estatura política no tendríamos euro, no habrían existido las políticas de cohesión que tanto han contribuido al crecimiento español y no se habría producido la ampliación. Por eso también apeló a no poner en duda la integración europea desde Alemania. Nos quejamos de que tenemos poca Europa, pero la poca que tenemos la tenemos gracias a personajes como Kohl. También fue interesante el estreno del presidente federal, Christian Wulff, elegido a principios del verano, que pronunció su primer discurso en sus solemnes funciones de personaje moral, por encima de la politiquería. Wulff llegó al palacio presidencial de Bellevue en Berlín sin carisma, en contraste con el candidato de la izquierda Joachim Gauck, y como resultado de una jugada maquiavélica de Angela Merkel, la sosegada canciller que ha ido imponiéndose frente a los barones regionales democristianos con un juego de codos tan paulatino como eficaz. Wulff, este domingo del 20 aniversario de la unidad alemana, ha sabido cazar la oportunidad para prestigiar su figura con un discurso sobre la inmigración que ha merecido aplausos a derecha e izquierda, y que marca distancias con la oleada populista que sube en el conjunto de Europa. El presidente federal ha dicho dos cosas, la primera que los inmigrantes deben integrarse y respetar su Constitución, y la segunda que sus creencias y su identidad religiosa merecen también el máximo respeto. Lo ha dicho con dos frases destinadas a perdurar: se ha declarado presidente de todos, también de los musulmanes; y ha señalado que el Islam, como el cristianismo y el judaísmo, forma parte también de Alemania. Esto es importante en este aniversario porque Europa está dividiéndose de nuevo. Pero esta vez no es un nuevo telón de acero ni un muro el que divide el continente en dos, sino una barrera que está separando a sus sociedades en razón de su identidad cultural, su origen y su religión. Que en mitad de la efervescencia populista y del oportunismo electoral, una vez conservadora se levante contra esta nueva división es una de las mejores noticias que podía deparar el aniversario de la unidad alemana.

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5 de octubre de 2010
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Peligrosos y fascinantes mandarines

Cuando todo empezó había una duda: ¿conducirán la libertad de mercado y la economía capitalista a la democracia y los derechos humanos? Cuando se comprobó el soberbio trecho recorrido por China sin atender a ninguna de ambas cosas, la pregunta empezó a concretarse: ¿terminará apareciendo un nuevo modelo de capitalismo, ajeno a los valores políticos heredados de la Ilustración? Ahora, cuando nadie hace estas preguntas, porque la realidad ya ha dado su respuesta, aparece una nueva advertencia: cuidado con quedarnos embobados ante este nuevo paradigma que tan bien se acomoda a los países emergentes, véase el caso de Rusia, no fuera caso que los propios hijos de la Ilustración, europeos y americanos, cayéramos seducidos por la riqueza sin libertad que nos prometen los mandarines chinos.

La advertencia sobre "la peligrosa fascinación por el mandarinato chino" es de Felipe González, y el momento no puede ser más oportuno. Para salir de la crisis habrá que seguir tomando decisiones dolorosas y difíciles, y cuando salgamos de ella probablemente también habrá que seguir tomando todavía más decisiones dolorosas y difíciles; unas para recortar el déficit público e intentar salvar la almendra del Estado de bienestar, otras para reformar el modelo productivo y acomodarlo a las necesidades del mundo nuevo que emergerá de la destrucción económica. Realizar estas reformas se convierte en todos los países de nuestro entorno en un auténtico calvario. Nada es más difícil en un momento de cambios incluso geopolíticos que gobernar en democracia, a veces con gabinetes de coalición, en otras ocasiones con mayorías muy débiles o Parlamentos hostiles, y casi siempre con dificultades dentro de la propia mayoría. Obama y Sarkozy, Merkel y Zapatero saben mucho de estas situaciones. Wen Jiabao, el primer ministro chino, en cambio, lo tiene mucho más fácil. Si hay que tocar los tipos de interés, no tiene que preocuparse en influir sobre los consejeros de su banco central, le basta con dar la orden. Si quiere construir centrales eléctricas o nucleares, desviar ríos o recortar alguno de los pocos derechos sociales de su población, tampoco tiene que atender a muchos trámites ni dar muchas explicaciones, al menos en público. Bastará con que sepa negociar en las reuniones a puerta cerrada de su partido, el único partido. Cuestiones que aquí levantan enormes polvaredas, como elegir el emplazamiento de un depósito nuclear o el trazado de una vía de tren o de una autovía, allí se resuelven con un chasquido de los dedos. En esta semana que empieza podremos observar de cerca cómo actúa este peligro. Wen está de gira por Europa: Grecia, Bélgica, Italia y Turquía. Pasea con la chequera a punto. Compra deuda pública de los países en dificultades y anuncia inversiones estratégicas. La fascinación que ya ha producido en Atenas ha sido máxima, por la necesidad acuciante de lo primero y por los intereses portuarios y navieros en lo segundo. En Bruselas, a diferencia de Obama bajo presidencia española, el número dos chino se someterá a gusto, bajo la presidencia de un Gobierno belga en funciones, a la disciplina europea de sus tediosas y rutinarias cumbres: primero la octava y bienal de la Cumbre Asia-Europa, con 16 países de un lado y 27 del otro, y luego la anual China-Unión Europea. China está empezando a capitalizar políticamente, todavía con discreción, su papel en la recuperación económica. Si hay un paquete de estímulo a la economía que haya funcionado es el chino. Pekín sigue comprando bonos. Y el tirón alemán tiene que ver con sus importaciones. En la anterior etapa, la del crecimiento sin pausa, en plena exaltación globalizadora, proporcionó la mano de obra barata y el ahorro. Ahora, además, invierte en el exterior, estimula su propia economía y empieza a consumir. Eso sí que es una superpotencia imprescindible. ¿Alguien osará preguntar a Wen por los derechos sindicales de los trabajadores chinos? ¿O por la situación de los ciberdisidentes? Bastará, por el momento, que evitemos la fascinación de un gobierno de los mandarines a espaldas de la gente y de las leyes.

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4 de octubre de 2010
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El Boomeran(g)
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