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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Tajo, tajante, tajada

Ya tiene dicho que nadie le ha dado la autoridad que él impone. La conquista. ¿Cómo? A ese le perdona, porque le exigirá favores. A ese otro, que nada ha hecho, le ejecuta o le expulsa del poblado. Así va construyendo su autoridad, la única que reconoce. A tiros.

¿Por qué me piden que sea ecuánime, objetivo, ponderado, matizado?? Hay uno que me pide que sea neutro, y eso ya va más allá de lo soportable. ¿Pero no saben lo que se le pide al profesional de esos menesteres? Que haga su tarea con rapidez y pulcritud. Que pueda lucir de su eficacia y saque tajada de su buena fama. Los matices son los remilgos del verdugo ante la única fórmula tajante.

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10 de agosto de 2011
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Arbitrariedad

Hay muchos críticos arbitrarios, pero pocos son críticos sólo gracias a que son arbitrarios.

Ahí entra por la bocacalle, con andar pausado, la mirada fija y las manos arqueadas sobre las pistoleras. A partir de este momento todo es cuestión de suerte. Labrará su fama con las muescas de su revólver. Cuando deje de matar, pasará de inmediato al olvido irremediable.

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9 de agosto de 2011
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El espejo libio

Los dictadores y los monarcas feudales, no tan solo del mundo árabe, están sumamente atentos a la evolución de los acontecimientos en Libia. Saben que en la guerra civil que se está fraguando entre Gadafi y los revolucionarios no se juega únicamente el destino del país africano. En Túnez saltó la chispa. En Egipto es donde prendió, como país central y decisivo que es para los árabes. Y si los ciudadanos egipcios buscaron su espejo en Túnez, y luego todos los árabes lo encontraron en Egipto, es en Libia donde se miran no los ciudadanos sino sus opresores, los mandatarios que temen la propagación de la revuelta hasta sus propios países. Vale para los regímenes árabes, pero también para todas las autocracias, deprimidas estos días por el prestigio creciente de la libertad y de la democracia en el mundo.

Si Gadafi se mantuviera, muchos tiranos se reafirmarían en el camino de la represión El caso libio será tomado como ejemplo en dos cuestiones: en el uso de la fuerza por parte de los gobernantes acosados por los revolucionarios y en el peso y papel de las organizaciones internacionales a la hora de derrocar a un régimen. Y en ambos casos solo contará finalmente el resultado. Si Gadafi consiguiera mantenerse, muchos serían los tiranos y reyezuelos que emprenderían o se reafirmarían en el camino de la represión para ahogar las revueltas. Lo mismo valdría para la comunidad internacional, con Estados Unidos a la cabeza, que en tal caso quedaría de nuevo en evidencia ante todos los dictadores preocupados por la preservación de su poder. Una victoria rápida de los rebeldes, en cambio, conduciría a los resultados opuestos: desprestigiaría a ojos de otros dictadores la represión violenta de la revuelta y prestigiaría los pasos hasta ahora escasos y vacilantes realizados por la comunidad internacional para presionar a Gadafi. Aunque la suerte de Gadafi está echada, la ejemplaridad de la crisis libia se juega ahora en el tiempo. Las dificultades de los rebeldes para organizarse y la lentitud y divisiones de la comunidad internacional juegan a favor de la bunkerización del régimen en Trípoli. No es lo mismo un derrocamiento rápido por parte de los civiles armados que una guerra civil entre Gadafi y un Gobierno provisional formado en territorio rebelde, que provocaría inmediatamente un realineamiento internacional, lejos de la actual unanimidad suscitada en el Consejo de Seguridad. Paradójicamente, solo en una situación como esta podrían hacerse realidad los propósitos más intervencionistas acerca de una zona de exclusión aérea que impidiera moverse a la aviación del régimen y de corredores custodiados por militares para la evacuación de civiles y suministro de ayuda humanitaria. Hay una especie de compás de espera entre los autócratas. Tuvieron una primera reacción perfectamente acorde a su naturaleza: el palo. Pero los consejos de Washington y la incertidumbre les ha conducido luego a entregar zanahorias, en forma de dinero contante y sonante, pequeñas reformas irrelevantes e incluso limitaciones del propio poder para el futuro, como es el caso del dictador yemení, que ya ha excluido la sucesión dinástica e incluso su presentación de nuevo a las elecciones presidenciales. Con esta estrategia pretenden comprar tiempo, a la espera de que amaine el temporal o de que fracase la revolución libia y empiecen a regresar las cosas a su sitio. La prueba es que ni uno solo de los regímenes concernidos, blando o duro, ha emprendido el camino del reformismo democrático. Todo esto vale para las autocracias árabes. Pero puede extenderse al resto del planeta, donde hay muchos regímenes interesados en los resultados de esta prueba de tensión a la que se están sometiendo las organizaciones internacionales con motivo de la crisis árabe. No hay mayor stress test o prueba de estrés que una revolución. Nada que ver con las que se les hace a los bancos para averiguar su grado de solvencia, porque se trata de una prueba de tensión real y efectiva. Vale para los Gobiernos y Estados concernidos, pero también para sus vecinos, y sobre todo para la comunidad internacional. Una oleada revolucionaria como la que ha prendido en todo el mundo árabe pone a prueba, sin duda, a la Unión Europea, a la Alianza Atlántica y a Naciones Unidas. Hace ocho años estas organizaciones fueron ya sometidas a un duro examen con ocasión de la búsqueda de las inexistentes armas de destrucción masiva en Irak, momento en que los europeos se dividieron como no había sucedido nunca antes en su historia, y la ONU fue declarada obsoleta e irrelevante nada menos que por el representante de Estados Unidos, el país fundador y que acoge a su sede central. De las actuales pruebas de tensión, segundas en una década, las organizaciones concernidas pueden salir felizmente vivas y eficaces o definitivamente liquidadas. Quizás George Bush se equivocó en su día al dar por enterrado el multilateralismo con ocasión de la guerra contra Sadam Husein. Por eso el multilateralismo no puede volver a fallar ahora ante un hueso tan duro de roer como es Gadafi.

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3 de marzo de 2011
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Sarkotero y Zapazy

El carácter no es el destino. Al menos en este caso. Nada en sus biografías, en sus virtudes y sus vicios y menos todavía en sus temperamentos acerca a Nicolas Sarkozy y José Luis Rodríguez Zapatero. Menos todavía sus respectivas ideologías. Cabe encontrar, incluso, pulsiones diametralmente opuestas, respecto a Estados Unidos, a la inmigración, al sentimiento nacional, incluso a la mirada sobre las tragedias del pasado de los respectivos países. Y sin embargo, muchas cosas son las que les hermanan y permiten mezclar sus nombres como si fueran intercambiables.

La más evidente de todas es la fecha en que se decidirá su destino y el de sus huestes políticas: en la primera mitad de 2012, momento de las elecciones generales en España y de las presidenciales en Francia. A estas alturas, todavía con tiempo por delante, nadie da ni euro ni por un ni por el otro. Según las quinielas, Zapatero ni siquiera se presentará y Sarkozy perderá. Ambos están amortizados, intentando buscar una prolongación artificial de la vida de sus gobiernos acudiendo a las generaciones anteriores. En el caso de ZP fue Rubalcaba; en el de Sarkozy, Alain Juppé. Ambos componen según muchos de sus propios partidarios unas figuras de mayor carisma político que los titulares máximos del poder. Ambos pertenecen a mundos ajenos al del líder y son mundos superados, el del felipismo uno y el del chiraquismo el otro. Diferencia fundamental: muchos piensan ya en Rubalcaba como sucesor, pero nadie ha pensado que en Francia sea el abuelo el que pueda suceder al nieto. El juego de las similitudes pude dar mucho de sí. Basta con observar los quiebros políticos que han realizado uno y otro, cada uno desde su peculiar posición. Los programas con los que llegaron al poder, progre el uno y antiprogre el otro, han quedado fumigados en ambos casos por la crisis. Sus arrogantes propósitos de liderar iniciativas de alcance mundial, también. En ventaja de Zapatero cabe decir que su Alianza de Civilizaciones se halla en mejor estado de salud que la Unión para el Mediterráneo de Sarkozy. A la vista de las revoluciones árabes, parece mejor orientada hacia el futuro la Alianza que la invención mediterránea. A fin de cuentas, Zapatero se alió con Erdogan y Sarkozy con Mubarak. Para regresar al vínculo que les une, nada secretamente por cierto: ambos aman y ejercen el poder de forma muy similar. Les gusta asumir directamente las responsabilidades. No permiten que se levanten fusibles entre ellos y las decisiones; eso les da todo el mérito cuando lo hay, pero se lo quitan más allá de sus propias responsabilidades cuando las cosas andan mal. La Gran Recesión les ha atropellado a los dos y será muy difícil que consigan levantarse. Lo tiene más difícil Zapatero, porque la economía española es más frágil que la francesa. Pero esa ventaja tiene otra cara: también les está atropellando la revolución árabe, y en este caso quien lleva desventaja, arrollado por la ?Françafrique? todavía viva, es Sarkozy. En sus actuales debilidades Sarko y ZP son hermanos mellizos: si alguno de los dos consigue levantarse contra todo pronóstico se convertirá entonces de verdad en un hombre de Estado.

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2 de marzo de 2011
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Siglo XXI, año cero

El historiador británico Eric Hobsbwam dio por cerrado el siglo XX en 1989 con la caída del Muro de Berlín y a continuación el hundimiento del entero bloque socialista. Los acontecimientos iniciados en Túnez a finales de 2010 y la caída consecutiva de tres dictadores en el norte de Africa permitiría reelaborar la teoría del siglo corto de Hobsbawm y convertirlo en un siglo largo que termina justo en los últimos días del pasado año, cuando al fin un entero fragmento del planeta, los países árabes, rompen los corsés geopolíticos en los que se hallaban aprisionados y empiezan su marcha hacia la libertad, al igual como lo hicieron hace algo más de dos décadas los países de Europa central y oriental.

Es una novedad absoluta la idea de una revolución democrática en un país árabe, donde la dominación colonial fue sustituida por monarquías feudales o dictaduras laicas. Aunque la influencia soviética en la región empezó a declinar mucho antes de que los regímenes comunistas entraran en crisis, los sistemas políticos que se instalaron, bajo la protección occidental, mantuvieron alejados a todos estos países de las fórmulas de gobierno democráticas, como si fueran fósiles de la guerra fría. Sus regímenes garantizaron el control de los flujos migratorios, el suministro de petróleo y la contención del islamismo político, cobrándose sustanciosos beneficios en su asociación con las potencias occidentales, empezando por Estados Unidos. Las dictaduras árabes habían sobrevivido al siglo XX y penetrado en el XXI con los mismos iliberales pertrechos, pero han sido finalmente los ingredientes de la nueva modernidad los que han terminado con ellas. Muchos son los elementos que hacían incompatible esas dictaduras cleptócratas de aspiración hereditaria con la evolución de estos países: su joven demografía, la penetración de las tecnologías de comunicación, la consolidación de televisiones panárabes globalizadas, el desgaste del islamismo político o el ejemplo de la prosperidad que se expande ya no sólo en Europa y Estados Unidos sino incluso a los países llamados emergentes. Este nuevo muro que acaba de caer obliga a Estados Unidos y a la Unión Europea a poner los relojes a cero en su política respecto a Oriente Próximo, después de veinte años de perder el tiempo. En pocas cuestiones es más clara la congelación del status quo que en el conflicto israelo-palestino, que se encuentra en un callejón sin salida después de casi veinte años que han liquidado por agotamiento y esterilidad el Proceso de Oslo. Aunque también Israel se encuentra ante una difícil encrucijada que le obliga a reformular toda su política árabe y plantearse seriamente si es sostenible su actual política de colonización del territorio palestino. La teoría de la incompatibilidad entre los árabes y la democracia, desmentida por los hechos y sobre todo por las aspiraciones de los revolucionarios, echa una nueva luz sobre los errores de la política exterior de Bush y las vacilaciones y dudas de Barack Obama; pero cuestiona mucho más directamente los planteamientos de la derecha extrema israelí, ahora en el poder. La revolución árabe es una fuerza emergente más en un mundo en cambio, con la salvedad de que a ésta no se la esperaba. La potencia que mayor provecho puede sacar de este nuevo vector, sin embargo, no es árabe. Turquía es el país que mayor beneficio atisba en una evolución democrática en la orilla sur del Mediterráneo, zona geográfica antaño controlada desde la capital imperial Istanbul, en una nueva exhibición no tanta de emergencia como de reemergencia. Turquía puede ofrecer un liderazgo internacional islámico y no occidental, tanto en el terreno económico como en el político. La atracción de su modelo no radica tanto en el paradigma de una laicidad finalmente bajo vigilancia militar como en el empeño del partido islamista en el poder por hacer compatibles la modernidad de una sociedad de mercado con libertades políticas y la hegemonía cultural y religiosa del islam. No es el caso de la República Islámica de Irán, que ha enfrentado las revueltas con extraordinaria ambivalencia. Por una parte, la revolución se ha llevado por delante a varios enemigos de los ayatolas y sitúa bajo amenaza a muchos otros, empezando por la monarquía feudal saudí. Pero, por la otra, el ejemplo de Túnez, Egipto y Libia da alas a la oposición y debilita internamente a la dictadura islamista. El mapa geopolítico que saldrá de esta crisis ya es el mapa del siglo XXI. En la correlación de fuerzas resultante Europa y Estados Unidos tendrán menos palancas para la acción. Es probable, además, que los europeos paguemos muy cara nuestra resistencia a la integración de Turquía, que ahora puede volcarse en construir un gran mercado mediterráneo gravitando en Oriente Próximo y capaz de atraer a Irán. El mismo peligro les espera a los israelíes, que han preferido cerrar los caminos a la paz mientras gozaban de todo tipo de ventajas políticas, estratégicas e incluso morales, pero en un futuro más o menos próximo pueden verse forzados a firmarla habiéndolas perdido todas. La mezquindad europea con el entorno árabe y musulmán fácilmente se girará en su contra, a menos que se produzca una rápida reacción, ahora muy improbable, que ofreciera a los países que se conviertan en democracias el mismo trato que se brindó a los países que salieron del comunismo a partir de 1989. Si geográficamente el norte de Africa no es Europa, hay que reconocer el interés que podría significar para el viejo continente, de demografía declinante y sin fuentes propias de energía, la eventual integración de países que tienen todo lo que nos falta a los europeos. Sería la mayor de las ironías que después de cerrar el paso a Turquía, ahora hubiera que abrir las puertas a unos países que tienen las mismas características que sirvieron secretamente para el rechazo.

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1 de marzo de 2011
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Sarkozy, el refundador

Las ola revolucionaria se ha llevado por delante a dos dictadores, tiene a otro acorralado, ha hecho caer al primer ministro tunecino y ha obligado al presidente francés Nicolas Sarkozy a despachar a su ministra de Exteriores, Michèle Alliot-Marie que le ha durado cuatro meses en el cargo. No está mal. Todo sigue teniendo la apariencia de un brillante comienzo: ahí están en cola Bahrein, Yemen, Oman, Argelia, Marruecos, e incluso, Arabia Saudí. No hay que minusvalorar un pequeño detalle significativo: la Autoridad palestina ha cerrado su oficina de apoyo a la negociación de paz. Sarkozy, al anunciar la remodelación de Gobierno, ha anunciado también que hay que refundar la Unión para el Mediterráneo (UpM).

Es una de las noticias más curiosas de la temporada: la UpM arrancó hace tres años en una cumbre en París con un buen puñado de dictadores y no ha conseguido reunirse por segunda vez. Su secretaría, instalada en Barcelona, no funciona todavía a pleno rendimiento y tiene el cargo de secretario vacante, porque el diplomático jordano que lo ocupaba dimitió solo empezar las revueltas árabes. Por cierto, hace bien Sarkozy queriendo refundarla: nominalmente, él y Mubarak son todavía los copresidentes del artefacto. Todos sabemos que el presidente francés tiene algo de Adán. Le gustan los nuevos comienzos y las refundaciones. Quiso refundar el capitalismo, que tiene un poco más de historia que la UpM, y todo quedó en agua de borrajas. La UpM ya fue a su vez una refundación de algo que, mal que bien, tenía más sentido y funcionaba mejor, como era el llamado Proceso de Barcelona, en el que se incluían todos los capítulos políticos y derechos humanos que fueron eliminados del nuevo invento sarkozyano. Quizás, en vez de refundar, habría que regresar simplemente al anterior formato y recuperar los papeles que el presidente francés barrió de la mesa. Michel Rocard, el ex primer ministro socialista francés al que Sarkozy quiso encargar la puesta en marcha de la UpM, ha explicado que ?comprendió en seguida que el punto de partida era la voladura de todo lo que ya existía en cuestión de diálogo euromediterráneo?. Por eso rechazó el encargo. También lo rechazó Alain Juppé, el nuevo ministro de Exteriores nombrado en sustitución de Alliot-Marie. Juppé ha explicado que ?no veía la cosa y como sustitución acepté el Libro blanco sobre política exterior porque me dije que no podía decir que no a todo?. Ambos lo explican en un libro dialogado, de reciente publicación en Francia, seguramente poco oportuno, pues acredita la profunda distancia que hay entre Sarkozy y Juppé, hasta ahora ministro de Defensa. ?El mejor de todos nosotros?, para Jacques Chirac, era Alain Juppé. Es un político tan brillante y valioso como desafortunado. El primer intento de reformar el sistema social y laboral francés fue obra suya, siendo primer ministro de Chirac entre 1995 y 12997, pero solo consiguió que la agitación social y la oleada de huelgas terminara con su gobierno. Luego cargó sobre sus espaldas los mangoneos de la financiación ilegal de su partido, llegando a sufrir condena penal por ello. Juppé ha pagado las facturas de la presidencia de Jacques Chirac, al igual que Sarkozy ha cobrado los beneficios. Juppé apoyó a Chirac en las presidenciales de 1995 mientras que Sarkozy hizo lo propio con el candidato derechista que perdió, Edouard Balladur. Está visto que si hubiera ganado Balladur entonces, quizás ahora Juppé sería presidente. Y a Francia las cosas quizás le habrían ido mejor. La llegada de Juppé a Exteriores es una buena noticia para la diplomacia francesa. Juppé ha criticado abiertamente los recortes y la marginación sufrida por el Quai d?Orsay por parte de Sarkozy con su manía de concentrar todo el poder en sus manos. También es una buena noticia para los europeos. Al fin hay un ministro de Exteriores con cara y ojos, que ya tiene experiencia en el mismo cargo desde 1993 hasta 1995. Aunque es un gaullista, sus convicciones europeas son profundas y serias, mucho más que las de su jefe Sarkozy. En el panorama actual, con una alta representante de la UE de perfil tan bajo como Catherine Ashton, y con un ministro de Exteriores alemán contestado en el interior y sin futuro en el exterior, como Guido Westerwelle, Juppé tendrá márgenes para actuar y la posibilidad de tirar al menos un poco de la apática tropa europea. (Las citas pertenecen al libro ?La politique telle qu?elle meurt de ne pas être. Alain Juppé. Michel Rocard. Un débat conduit par Bernard Guetta. JCLattès)

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28 de febrero de 2011
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Tres preguntas sobre la revolución árabe

La primera y más inmediata cae por su propio peso y es compuesta: ¿cuándo y quién será el siguiente? Nos quedó claro que Egipto no era Túnez, ni Libia es Túnez o Egipto. Pero que eso es una oleada nadie puede discutirlo. Las tres manzanas caídas del árbol son todas distintas, pero todas tienen algo en común. Estaban maduras aunque nadie supiera verlo o como mínimo decirlo. Con tres ya es una muestra que permite enunciar la regla y ver luego si alguien más la cumple. Bahréin y Yemen están en la senda. Marruecos y Argelia solo han dado síntomas elementales. Y a nadie se le ocurre, todavía, que en los emiratos o en Arabia Saudí pueda prender.

Segunda pregunta, conectada con la primera: ¿cuándo nos afectará directamente a nosotros? En ese nosotros estamos los ciudadanos españoles, pero vale para otros. Italia ya se ha visto afectada con Libia; Francia, con Túnez; Estados Unidos, con Egipto y Bahréin. La extensión a Marruecos nos afectaría y de qué manera. Sabemos cómo han utilizado los sucesivos monarcas alauíes los múltiples resortes que nos vinculan con nuestros vecinos del sur como válvulas de descompresión cada vez que han tenido un problema interno. Arriba del todo de la lista se hallan Ceuta y Melilla; pero a continuación está el Sáhara, la inmigración, la seguridad, los marroquíes en España e, incluso, en el límite, las Canarias. No hay que hacer alarmismo ni asustarse con la eventual proximidad de una revuelta en las puertas de casa. Pero si queremos seguir haciéndonos preguntas inquietantes, y esta es una época de preguntas inquietantes, la tercera que toca es la siguiente: ¿quién va a llenar el vacío que dejan esos regímenes mineralizados como losas funerarias? Sabemos que la naturaleza tiene horror al vacío. No se trata únicamente de evitar que estos países su hundan en el caos y restaurar el mínimo orden social para que siga funcionando la economía. Hay que mantener suministros energéticos, preservar la libertad de circulación por el canal de Suez y atender a los tratados y compromisos internacionales firmados. Donde hay un ejército fuerte no parece suscitar dudas que serán los militares quienes lo harán, a riesgo de que se instalen definitivamente. Una segunda posibilidad es que sea el islamismo político el que quiera aprovecharse. Tentaciones no le faltarán, aunque por el momento haya optado por el camino de la discreción. Y la tercera, finalmente, es que estos países consigan poner la locomotora de sus revoluciones en los raíles de una transición democrática. Es lo que todos deseamos, desde Israel y EE UU hasta toda Europa, aunque a veces no lo parezca y se nos antoje lo más difícil. A tener en cuenta para nuestro comportamiento: si han hecho solos su revolución, necesitarán toda la ayuda, dinero y sobre todo visados de inmigración para hacer sus transiciones.

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27 de febrero de 2011
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Vencedores y vencidos

Las crisis tienen vencedores y vencidos. Cuando salimos del túnel nos encontramos con un paisaje recién estrenado, en el que nada está en su sitio. Algunos jugadores han desaparecido. Otros han quedado disminuidos y contarán poco a partir de ahora. Unos terceros son los que han seguido el consejo del nuevo alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, que ha vencido en las elecciones de su ciudad después de dejar la Casa Blanca de Obama, donde fue jefe del gabinete presidencial, el equivalente a un primer ministro: no desaproveches una buena crisis.

Sucede con las crisis económicas como la que estamos atravesando; pero también con las políticas, como las que afectan a todos los países árabes. En este caso, además, es una crisis revolucionaria, que pone de cabeza para abajo los sistemas de poder que han venido funcionando en toda la zona desde que terminó la etapa colonial. Si la crisis de las hipotecas subprime se llevó por delante la banca de Wall Street, esta crisis revolucionaria ya se ha cargado a tres grandes empresas y monopolios de poder que controlaban nada menos que una población total de 100 millones de habitantes, dos millones de kilómetros cuadrados y tres países enteros, con extensos recursos energéticos y turísticos y el control de una vía de comunicación estratégica como el canal de Suez. Aprovechar las crisis quiere decir utilizarlas para sacar grasa de los negocios actuales e imaginar otros nuevos, acordes con los nuevos tiempos. También estamos hablando de negocios políticos. Los clanes mafiosos derrocados poco podrán aprovechar, pero sus socios, amigos y aliados todavía estarán a tiempo, si espabilan. Dos recientes reacciones proporcionan excelentes ejemplos de capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias. El primero es el del presidente israelí, Simon Peres, en su viaje a España, entusiasmado con la revolución árabe: "La democracia de nuestros vecinos es la mejor garantía para la paz". El presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, no le va a la zaga ni en entusiasmo ni en declaraciones. "En lugar de matar a la gente, escúchenla", ha dicho dirigiéndose a Gadafi. Seguro que los bancos, fondos de inversiones y socios empresariales de los tres clanes mafiosos seguirán similar conducta, guiada por las juiciosas y célebres palabras inventadas por Giuseppe Tomasi di Lampedusa en boca de su Gatopardo: "Que todo cambie para que nada cambie". De momento es evidente que algunos se muestran ajenos a la vieja sabiduría del poder y se aferran al mundo antiguo en su hundimiento. La gran mayoría de los países árabes donde la revolución todavía no ha cuajado están maquillando a toda prisa sus miserables sistemas de dominación feudal. Liberación de presos políticos, subsidios a los alimentos, ayudas directas a las familias, destitución de ministros quemados o promesas de reformas constitucionales. Ejemplo de una mediocre reacción a los retos que se les presentan a tales regímenes lo encontramos en las palabras del rey de Marruecos, Mohamed VI, que se niega a responder ante unas pretensiones de democratización que considera demagógicas. Algo similar sucede con las viejas potencias coloniales europeas, perdedoras en sucesivas oleadas de cambios, y perdedoras ahora, a juzgar por sus lamentables reacciones ante la crisis revolucionaria. El caso más sangrante es el de Francia, cuya política exterior ha entrado en barrena al mando de Nicolas Sarkozy, un presidente tachado de aficionado, impulsivo y excesivamente mediático desde las filas de su propia diplomacia. Lo dice el escrito de un grupo de altos funcionarios del Quai d'Orsay, publicado con pseudónimo en el diario Le Monde, en el que denuncian la desaparición de la voz de Francia en el mundo. Todo lo que se aplica a Francia tiene valor también para la Unión Europea, que inaugura el "servicio exterior mayor del mundo" con un naufragio de reglamento. ¿Hay vencedores? Los hay y ya de partida. Turquía, claramente. Quienes buscan la mano que mece la cuna en todo proceso de cambios históricos pueden fijarse en Ankara y en el próspero futuro del islamismo moderado de Recep Tayyip Erdogan. También los habrá por fuerza de su voluntad. Difícil pensar que Israel, abiertamente perjudicado ahora, no pugne por sacar provecho de la crisis. Teherán ya ha movido ficha: dos buques de guerra suyos han entrado en el Mediterráneo por Suez, por primera vez desde 1979. Queda claro que le aprovecha el cambio. Quien nada arriesga, como es el caso de la mayor parte de los países europeos, España incluida, seguro que nada gana. Los rendimientos de las crisis, también las revolucionarias, serán para quien los trabaje.

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24 de febrero de 2011
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Una crisis revolucionaria

De mi viejo y olvidado catecismo juvenil. Ni siquiera sé a quién atribuirlo. ¿Lenin? ¿Gramsci? ¿El propio Marx? Escribo de memoria, sin hurgar entre papeles amarillentos. El viejo orden ya se ha hundido pero el nuevo orden no acaba de nacer. No vamos a entrar ahora en cuestiones escolásticas. Estamos además rozando la mitología. ¿Será una revolución o será una revuelta? Es una oleada, sin duda, que pega fuerte de orilla a orilla del mundo. Y se acomoda como un guante a la vieja definición. Convengamos pues, aunque sólo sea para entendernos, que estamos ante una crisis revolucionaria. Saldrá un mundo nuevo del que es muy difícil decir cómo será. Ni siquiera es seguro que nos guste.

Sigamos recordando las citas olvidadas. La que se refería a los tiempos excepcionalmente felices de antes de las revoluciones. Si nos la creyéramos más allá de la mitomanía y de la literatura, deduciríamos que la tremenda prosperidad que hemos gozado hasta 2008 era el anuncio apocalíptico de los tiempos revolucionarios. Leída desde la actual crisis económica, que parece declinar en todo el mundo menos en Europa, la crisis revolucionaria se nos aparece ahora como la ola principal del tsunami que justo ahora empieza a arrear. Calcémonos para lo que se prepara. Quienes buscan sensaciones fuertes en el futuro de Egipto o de Túnez las encontrarán probablemente en el futuro europeo: ¿está preparada Europa para las consecuencias que puede tener esta crisis revolucionaria? No lo están nuestros líderes, siempre a rastras de los acontecimientos; tampoco lo están los partidos y sindicatos. Apenas algunas instituciones civiles. Pero tampoco lo estamos todos nosotros, los ciudadanos acunados por la bonanza de tantos años y demandantes de mensajes populistas y demagógicos. Sigamos pues con la crisis, la que está llegando, la revolucionaria. Ese viejo mundo que se hunde no es el de las dictaduras árabes. Este ya está hundido. Lo que hemos visto estos días enero y de febrero no será una revolución si tanto nos empeñamos en evitar el nombre, pero ya se ha llevado por delante los tres regímenes que querían instaurar dinastías mafiosas en el poder con la aquiescencia occidental. El mundo que se hunde es el nuestro y la crisis revolucionaria es la que nos pillará a todos nosotros, más a los europeos con nuestras entradas de platea que a los americanos instalados lejos en los palcos y en el gallinero. La chispa ha saltado en los países que tienen lo que a nosotros nos falta: energía y población joven. Sabemos al menos de que mal vamos a morir. También podemos pensar, como el Príncipe de Salina en mitad de la revolución, que si algo cambia es para que nadie cambie. Quien no se consuela es porque no quiere.

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23 de febrero de 2011
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Nos darán las gracias, no os preocupéis

Sí, agradecerán nuestra inhibición. Rendirán homenajes a nuestro ombliguismo. Cantarán loas a nuestros conservadores y a nuestros populistas, que no les quieren en la Unión Europea, ni como ciudadanos en busca de trabajo ni como miembros de pleno derecho. Exaltarán a nuestros socialdemócratas, que se han codeado con sus opresores en la Internacional Socialista. Levantarán altares al atrevimiento y a la impostura de nuestros más radicales izquierdistas, por su capacidad para disfrazar a los dictadores de liberadores. Echarán flores al Papa y a sus cardenales y obispos, por la arrogancia de su supremacismo cristiano. Glosarán la miseria moral de todos nosotros, nuestros empresarios y nuestros diplomáticos, nuestros dirigentes políticos y sindicales, porque preferimos la intimidad de los tiranos a la proximidad con los ciudadanos por razones muy respetables: suministros energéticos, comercio de armas, vigilancia a la inmigración y al terrorismo. También tendrán un detalle para el silencio glacial de nuestra opinión pública, nuestros artistas y cineastas, intelectuales y periodistas, ocupados en asuntos domésticos más jugosos y sustanciales. Cantarán finalmente nuestra debilidad y nuestra ceguera, la frialdad de nuestros corazones, la ineptitud y la corrupción de nuestros dirigentes políticos.

Cuanto mayor es nuestra debilidad moral, mayor es la fortaleza de los revolucionarios. Cuanto más tiempo Berlusconi, Alliot Marie, y otros dignos gobernantes europeos que han intimado con esos dirigentes mafiosos y corruptos, sigan con responsabilidades de gobierno más se abrirá esa nueva fosa mediterránea, la que hay entre la inmoralidad de los amigos de Ben Ali, Mubarak y Gaddafi, y la moralidad de los otros, los ciudadanos que se han rebelado contra sus dictaduras. Los primeros, nuestros honorables representantes, han sido sus amigos, sus socios y sus hermanos con los que han compartido intereses y negocios; los segundos, son los que durante décadas han sufrido los efectos de su crueldad y su codicia y ahora han derrocado a dos de ellos, y van a por el tercero. Pero el mayor mérito de nuestros vecinos del sur, estos hombres y mujeres que arriesgan sus vidas por su libertad como no se había visto desde hacía mucho tiempo, es que combaten sin ayuda de nadie, sobre todo de Europa. Incluso con todas las reticencias y reservas de quienes debiéramos ayudarles porque nos hemos llenado la boca con las palabras solemnes por las que ellos caen abatidos bajo las balas. Están recuperando la soberanía, la independencia y la libertad. Ellos solos. En realidad, esto es lo que más les irrita a algunos: que caigan tiranos y no sea por decisión del Estado Mayor de Occidente, el que había decidido hasta ahora mantenerlos en el poder en nombre de la estabilidad, el suministro y los sacrosantos intereses europeos y estadounidenses. Lo más grave de la posición europea es que es la expresión de una decadencia que a estas alturas parece ya irremediable. En vez de acoger el despertar democrático de los árabes con alegría y esperanza, aquí estamos los europeos taciturnos y preocupados. Que si llegarán más inmigrantes. Que si no podemos acoger a todos los que llegan. Que si el suministro de energía. Que si los fundamentalistas islámicos. Excusas todas de mal pagador para ocultar nuestros intereses y nuestra incapacidad política y lo que es peor, nuestra ceguera voluntaria. Nuestros temores y creencias no cuentan para nada en este envite. Afortunadamente nada podemos hacer en contra. Muchísimo a favor, clamando ante la sordera de nuestros gobiernos y nuestras instituciones, entre otras cosas. Pero lo peor es no hacer nada o esa miserable política declarativa de Bruselas, siempre a verlas venir, incapaz de mover un euro o hacer un gesto enérgico, diplomático o militar ante la matanza. No dudemos que en el futuro nuestras generosas actitudes serán tenidas en cuenta. Si estos estados petroleros y gasísticos consiguen algún día hacerse con unos gobiernos dignos y serios, que cuenten con el consenso mínimo de sus ciudadanos, veremos cómo tratan a los europeos que en estas horas difíciles les estamos dejando en la estacada después de haberles mantenido durante décadas en la estacada. Nos darán entonces las gracias, en efecto, por darles la oportunidad de emanciparse solos, sin ayuda de nadie, pero no dudemos que nos pasarán las facturas. No es pues el egoísmo tan solo lo que paraliza a Europa ante la revolución democrática árabe, es un egoísmo con adjetivos, ciego y suicida, propio de un continente fragmentado y declinante que no sabe a donde va ni qué quiere.

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22 de febrero de 2011
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