Lluís Bassets
El carácter no es el destino. Al menos en este caso. Nada en sus biografías, en sus virtudes y sus vicios y menos todavía en sus temperamentos acerca a Nicolas Sarkozy y José Luis Rodríguez Zapatero. Menos todavía sus respectivas ideologías. Cabe encontrar, incluso, pulsiones diametralmente opuestas, respecto a Estados Unidos, a la inmigración, al sentimiento nacional, incluso a la mirada sobre las tragedias del pasado de los respectivos países. Y sin embargo, muchas cosas son las que les hermanan y permiten mezclar sus nombres como si fueran intercambiables.
La más evidente de todas es la fecha en que se decidirá su destino y el de sus huestes políticas: en la primera mitad de 2012, momento de las elecciones generales en España y de las presidenciales en Francia. A estas alturas, todavía con tiempo por delante, nadie da ni euro ni por un ni por el otro. Según las quinielas, Zapatero ni siquiera se presentará y Sarkozy perderá. Ambos están amortizados, intentando buscar una prolongación artificial de la vida de sus gobiernos acudiendo a las generaciones anteriores.
En el caso de ZP fue Rubalcaba; en el de Sarkozy, Alain Juppé. Ambos componen según muchos de sus propios partidarios unas figuras de mayor carisma político que los titulares máximos del poder. Ambos pertenecen a mundos ajenos al del líder y son mundos superados, el del felipismo uno y el del chiraquismo el otro. Diferencia fundamental: muchos piensan ya en Rubalcaba como sucesor, pero nadie ha pensado que en Francia sea el abuelo el que pueda suceder al nieto.
El juego de las similitudes pude dar mucho de sí. Basta con observar los quiebros políticos que han realizado uno y otro, cada uno desde su peculiar posición. Los programas con los que llegaron al poder, progre el uno y antiprogre el otro, han quedado fumigados en ambos casos por la crisis. Sus arrogantes propósitos de liderar iniciativas de alcance mundial, también. En ventaja de Zapatero cabe decir que su Alianza de Civilizaciones se halla en mejor estado de salud que la Unión para el Mediterráneo de Sarkozy. A la vista de las revoluciones árabes, parece mejor orientada hacia el futuro la Alianza que la invención mediterránea. A fin de cuentas, Zapatero se alió con Erdogan y Sarkozy con Mubarak.
Para regresar al vínculo que les une, nada secretamente por cierto: ambos aman y ejercen el poder de forma muy similar. Les gusta asumir directamente las responsabilidades. No permiten que se levanten fusibles entre ellos y las decisiones; eso les da todo el mérito cuando lo hay, pero se lo quitan más allá de sus propias responsabilidades cuando las cosas andan mal. La Gran Recesión les ha atropellado a los dos y será muy difícil que consigan levantarse. Lo tiene más difícil Zapatero, porque la economía española es más frágil que la francesa.
Pero esa ventaja tiene otra cara: también les está atropellando la revolución árabe, y en este caso quien lleva desventaja, arrollado por la ?Françafrique? todavía viva, es Sarkozy. En sus actuales debilidades Sarko y ZP son hermanos mellizos: si alguno de los dos consigue levantarse contra todo pronóstico se convertirá entonces de verdad en un hombre de Estado.