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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Interrogante 2012

Será difícil superar a 2011, pero 2012 va a intentarlo. Están tendidos los rieles para los grandes acontecimientos, pero sabemos que el máximo asombro no surge de los guiones. Estaba en el guion de este año la larga agonía europea y lo va a estar en el próximo. Lo mismo sucedía con las negociaciones de paz en Oriente Próximo, inexistentes este año y sin previsible reanudación en el próximo. Pero no estaban, en cambio, Fukushima, los tiranos árabes caídos, Bin Laden, Dominique Strauss-Kahn, el asesino noruego Breivik Anders Behring o Berlusconi y su sucesor, Mario Monti. Lo que se sale del guion es lo que da el tono.

Las previsiones para el próximo año bastan para las sensaciones trepidantes. Empezando por lo más próximo, nos acecha la recesión, la recaída, cuyo alcance incluso mundial inquieta en todo el planeta. Esa Europa que elude el protagonismo puede ser un dolor de cabeza del mundo por el efecto arrastre de la crisis de deuda y su indecisión en resolverla. No sabemos si funcionará esa Unión Fiscal forzada por Merkel y Sarkozy, primero ante los omnipotentes mercados; y luego ante los Parlamentos y opiniones públicas de los países que deberán ratificarla. En la agenda está anotada la fecha de marzo y ahí tendremos la primera referencia sobre el cumplimiento de los buenos propósitos. Está en juego el euro, que algunos quieren dar por muerto justo cuando cumple 10 años. No menos trepidantes son las sensaciones que pueden producir los acontecimientos en el norte de África. Vamos a saber qué es el islamismo político en el Gobierno, al menos, de cuatro países: Marruecos, Túnez, Libia y Egipto. Sus dirigentes deberán enfrentarse a problemas que hasta ahora desconocían, empezando por los arcanos de la economía. Pero donde se les observará con atención será en las reformas políticas y constitucionales que afectan a los derechos individuales y a la igualdad entre los ciudadanos, sobre todo en cuestiones como las libertades de expresión y de conciencia. Habrá que ver el rumbo que siguen las revoluciones árabes, así como sus consecuencias geoestratégicas. En el año entrante cabe la caída de Bachar el Asad y el establecimiento de un régimen de la mayoría suní en Siria. Si esto sucede, todo se moverá en la zona, empezando por Líbano, donde el extremismo chií de Hezbolá perderá su contrafuerte en Damasco. En Irak gira en sentido contrario, en favor del chiismo: los suníes se hallan en la puerta de salida de la fórmula de gobierno tutelada por Washington, que apenas cuenta con palancas políticas una vez abandonadas las militares. Irán mueve los hilos en la región para sacar provecho de los movimientos, pero la incógnita es el programa nuclear, es decir, saber si será interrumpido por un bombardeo de Israel con apoyo o autorización de Estados Unidos. Ninguna monarquía árabe ha salido tocada de la oleada de 2011. Las fórmulas son variadas: moverse a tiempo como el soberano marroquí, pedir auxilio a la superpotencia vecina como el de Bahréin, palo y zanahoria en grandes cantidades como el saudí o una imaginativa diplomacia exterior como el de Catar. Veremos cómo les va. Hasta ahora solo han caído presidentes de repúblicas con vocación dinástica; la noticia sería que en 2012 cayera alguno de los monarcas. También lo sería una 'primavera eslava'. Vladímir Putin aparece como una función fija: debe ser presidente de nuevo e instalarse en el Kremlin hasta 2018, después del enroque organizado con Medvédev, que le ha calentado el trono durante un mandato. Pero alrededor del Kremlin viven millones de jóvenes rusos, suficientemente preparados para exigir algo más que unas elecciones trucadas y un relevo organizado desde la vertical del poder. Quieren dar la batalla y seguro que su ejemplo cundirá en los países vecinos donde perdura todavía el esquema autocrático: en Ucrania o Bielorrusia, por no hablar de las repúblicas centroasiáticas. Ahí se parará. En China todo está previsto: llega la quinta generación al poder y será en otoño, nada de primaveras. La campaña electoral en Estados Unidos ocupará casi todo el año. En Iowa empieza la carrera de sacos entre los candidatos republicanos. Si siguen así, el Obama de la gran decepción puede ganar de calle las presidenciales en noviembre. En Francia, Sarkozy irá a la reelección en mayo colgado más que pendiente del euro y vigilado por ambos flancos, el populismo antieuropeo y xenófobo de Marine le Pen, a la derecha, y el socialismo gris de François Hollande, a la izquierda. Las cifras del nuevo año empiezan y terminan con el guarismo del número dos, que es el que más se acerca al signo de interrogación. Las previsiones de la agenda nos señalan las sensaciones fuertes que nos  depara. Fuera de guion y de nuestra  imaginación llegarán sorpresas que nadie es capaz de atisbar aunque se estén cociendo a fuego lento, como sucedió ahora hace un año con las revoluciones árabes.

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29 de diciembre de 2011
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La reinvención del mundo

Las cifras de 2011 serán famosas. Los años son como los seres humanos: hay muchos anodinos y grises y solo unos pocos consiguen permanecer en las memorias al menos para una larga época. Este que ahora termina ha hecho todos los méritos para merecer el recuerdo, con tanto o incluso mayor mérito que el que le precedió en envergadura, que fue 1989, el año de la caída del muro de Berlín y punto final al mundo bipolar y a la guerra fría. Las imágenes emblemáticas de este año son las de los tiranos caídos, entre las que destacan la de Mubarak enjaulado y Gadafi detenido, linchado y sumariamente ejecutado. Los álbumes de fotos de los derrocados no pueden ser más sorprendentes, porque tuvieron las mejores compañías y amistades del universo y en un parpadeo se han visto arrastrados al exilio, la cárcel o la muerte. Nada simboliza más plásticamente el tumbo que ha hecho este año: celebrados como parte de un paisaje inmutable todavía hace doce meses y ahora ya no están. Pero ninguna de estas imágenes de desposesión y deshonra consigue captar por sí sola el tamaño del cambio que alcanza a todo el planeta. Algo más se aproximan las escenas del fin del mundo que nos proporcionó el tsunami de Japón, en el que centenares de cámaras nos ofrecieron un despliegue icónico nunca visto de humanos, casas, enseres y coches arrastrados y tragados como hormigas por las olas gigantes. El símbolo mayor y más abstracto de esa crisálida naciente es que Standard & Poors, una de las denostadas agencias de rating, haya quitado la máxima clasificación triple A a la deuda de Estados Unidos.

Así es como este 2011 emula y supera a 1989 por todos los lados. Una oleada revolucionaria ha quebrado los cimientos del poder y de las alianzas en toda la geografía árabe. El renacimiento nuclear que se esperaba ha quedado ahogado por el tsunami y la catástrofe de Fukushima. Las generaciones conformistas habituadas a los años de abundancia se han convertido en agitadores indignados que han ocupado calles y plazas desde España hasta Estados Unidos como no se había visto desde 1968. Europa ha reaccionado al fin a su crisis fiscal pero a costa de dejar atrás a los británicos en una ruptura de consecuencias históricas, la mayor en las tormentosas relaciones entre Reino Unido y el continente europeo desde su integración en 1973. Y más. Estados Unidos ha ido dando una y otra vez con los límites de su fuerza, aun con la presidencia menos arrogante de su reciente historia: interiormente, en un bloqueo institucional que impide recortar su déficit astronómico e impulsar la creación de puestos de trabajo; exteriormente, en una obligada autolimitación de su poder, que abre huecos estratégicos y conduce en Libia a la primera guerra librada por la OTAN pero sin su liderazgo. Dirigir desde atrás: así ha quedado rotulada esta nueva conformación a una potencia más acotada. Más acotada no quiere decir impotente. Osama Bin Laden, el jefe terrorista que lanzó su desafío hace diez años, cayó abatido por los soldados enemigos desembarcados en su escondite paquistaní, en una acción que refleja la derrota del yihadismo, descabezado de sus jefes y desbordado por la acción pacífica del islamismo político triunfante en las urnas: Washington se impone límites, pero sigue teniendo dientes y vaya sí sigue enseñándolos cuando conviene. Por una extraña inversión entre norte y sur, en el mismo momento en que mengua el terrorismo de la media luna que había atemorizado a las poblaciones europeas y americanas durante una entera década, resurge un terrorismo blanco y europeo, fruto de la siembra populista y xenófoba: jóvenes socialdemócratas fueron las víctimas de la matanza de Utoya en Noruega, y trabajadores inmigrantes, turcos sobre todo, los asesinados por una red de criminales neonazis alemanes; objetivos ambos privilegiados del odio y la denigración verbal por parte de la extrema derecha convencional europea. La idea de cambio queda corta para expresar lo sucedido este año en que todo cambia. Y en que todo sucede a la velocidad de la luz, como si un acelerador hasta ahora desconocido estuviera impulsando cada una de las acciones que pretenden modificar la realidad. En doce meses se han acumulado tantos acontecimientos como en doce años. Conocíamos estos acelerones de la historia, pero no podíamos sospechar hasta ahora que la aceleración pudiera tener explicaciones tecnológicas. Es lo que sostienen muchos expertos, apoyados en el papel que han jugado los teléfonos móviles y las tecnologías digitales en estos terremotos políticos. Las redes sociales, Twitter y Facebook sobre todo, han estallado en 2011 en número de usuarios y en relevancia en todos los ámbitos, pero han destacado como instrumentos de organización y comunicación vírica en los movimientos de los indignados o en las revueltas árabes. También ha sido el año de la transparencia, algo que puede tener relación con la celeridad de los acontecimientos. Aunque la publicación de los papeles del departamento de Estado por Wikileaks y sus cinco socios periodísticos, EL PAIS entre ellos, se inició el año anterior, el 29 de noviembre, sus efectos y secuelas, incluidos los que ha tenido sobre la Primavera Árabe, pertenecen a 2011.Como sucede con los Papeles de Palestina, la filtración protagonizada por la cadena de televisión qatarí Al Yazira que dinamitó lo poco que quedaba del proceso de paz entre israelíes y palestinos. Un mayor acceso a las informaciones y un incremento de la conectividad, debidos ambos a la tecnología, no pueden pasar sin consecuencias. El mundo de 2011 es especialmente reacio a la intermediación en cualquier actividad, política, económica o cultural. Los efectos eléctricos sobre las opiniones públicas y principalmente las nuevas generaciones, los nativos digitales ante todo, son fulminantes. Nunca ha sido neutra la tecnología. Puede servir para hacer revoluciones y para sofocarlas, para mejorar la democracia o para liquidarla. Una guerra silenciosa y subrepticia, que puede suceder y vencerse sin que nadie lo perciba, se ha ido situando este año en el centro de la actividad militar. Los aviones teledirigidos y sin tripulación, los famosos drones o zánganos, se han convertido en los protagonistas en Afganistán, Yemen, Somalia, Gaza o Irán. Sirven para vigilar las instalaciones nucleares iraníes o para liquidar a un dirigente de Al Qaeda en los desiertos de la Península Arábiga. Estados Unidos, mientras completa su retirada de tropas de Irak y prepara la salida de Afganistán, incrementa su actividad sigilosa en la región, incluida una guerra secreta contra Irán para obstaculizar su ascenso armamentístico y sus ambiciones atómicas. El despliegue tecnológico y el repliegue geoestratégico son la cara y la cruz de la superpotencia americana, desgastada por el decenio de guerra global contra el terror y carcomida por el peso de la deuda y del déficit públicos, en buena medido fabricados por la fracasada ambición neocon de cambiar el mundo por la fuerza de los ejércitos. Este es el año en que se ha concretado la debilidad de Estados Unidos en Oriente Medio después de la pasada década de intensa presencia militar. Su geometría de alianzas ha quedado debilitada, ya sea por desaparición del socio, como en Egipto, ya sea por enfriamiento de la amistad, como Arabia Saudí. Por no hablar de la quiebra con apariencia definitiva de sus difíciles relaciones con Pakistán, el único país musulmán que cuenta ya con el arma atómica. Los jeques saudíes del petróleo no pueden estar más insatisfechos con el viejo amigo y aliado americano, al que reprochan todos los males que se les vienen encima: por un lado, las ambiciones de hegemonía del chiismo persa, que cuenta con capacidad de influencia en toda la región del Golfo; por el otro, las revueltas árabes, que ponen en peligro sus coronas y emiratos. No les falta razón: con la guerra de Irak que Washington organizó se abrió el mapa de Oriente Próximo a la irradiación chiita; y con la oleada revolucionaria, que Washington no impidió, las poblaciones de todo el Golfo reciben el mensaje inequívoco de que las tiranías caen y Estados Unidos no está siempre detrás dando su apoyo a los regímenes en plaza. Así, después del reproche por su altiva hegemonía, llegan ahora los reproches por su humilde deferencia. Todos los árabes, no tan solo los saudíes, reprochan a Barack Obama que no haya sido capaz de traducir en hechos las buenas palabras de sus discursos a los iraníes, los turcos y los árabes, con las que tendió la mano para el diálogo y ofreció la paz y los dos Estados conviviendo en el respeto mutuo y en fronteras seguras para israelíes y palestinos. Nada queda del proceso de paz, salvo el resentimiento de las partes. Israel se halla enclaustrada en un aislamiento menos espléndido de lo que fingen sus dirigentes. Y la Autoridad Palestina se encuentra en un callejón sin salida después de su infructuosa petición de reconocimiento internacional en Naciones Unidas. Benjamin Netanyahu, habílisimo jugador de dos tableros, el Congreso estadounidense de un lado y la Knesset del otro, ha desconcertado a todos los adversarios con su canje histórico negociado con Hamas, la maldita organización terrorista que reina en Gaza: un hombre solo, el soldado Gilad Shalit, por mil prisioneros palestinos. Clausurado el proceso de Oslo, las posiciones cambian a ambos lados de la disputa. Unos ahora creen solo en el fortín cercado y en la guerra permanente. Otros en la creación de un solo Estado laico y sin identidad étnica alguna, pero democrático y para todos. Cada vez menos son los que todavía tienen fe en la fórmula de los dos Estados. El cambio de época es tangible en este proceso enquistado y todo se traduce en incertidumbre sobre el mañana en la tierra más disputada del mundo entre el Jordán y el Mediterráneo. Es un momento de redefinición. Muchos conceptos útiles hasta 2011 no sirven a partir de ahora. De ahí que sea un año lleno de quiebros, súbitos cambios de políticas, sorpresas geoestratégicas, inversiones de alianzas, bruscas mutaciones en los mapas. En los colores, sobre todo: Europa teñida toda entera de azul conservador; el mundo árabe virando del gris policial al verde islámico. También cambios en los mapas: en mitad del año y de África, de la costilla de Sudán, país musulmán que era hasta ahora el de mayor extensión territorial de toda Africa y de toda la geografía árabe, ha nacido otro país, Sudán del Sur, mayoritariamente cristiano, situado entre los más pobres de la tierra solo ver el mundo y de dudosa viabilidad futura. La mayor paradoja es que se trata del único cambio de fronteras que se ha producido durante el año de las revoluciones árabes aunque nada tenga que ver con una Primavera Árabe que ni siquiera han rozado a los sudaneses. Ya no es tiempo de emergencias: se han producido en los años recientes; es tiempo de emergidos. África entera crece porque China invierte. Hay que contar con los emergentes para cualquier cosa. Las potencias de antaño puede que sean todavía necesarias, pero es bien claro que son insuficientes. Crujen las cuadernas de la vieja arquitectura internacional, pésimamente adaptadas a los cambios que este año han tomado forma a la vista de todos, gracias a la nula capacidad de adaptación de quienes construyeron sus edificios. Nada expresa mejor las contradicciones de la deficitaria gobernanza mundial que el funcionamiento tanto de Naciones Unidas como del G20, el grupo ampliado de los países más ricos y decisivos del planeta, que ha venido a sustituir al G8 desde que la Gran Recesión empezó a instalarse entre nosotros en otoño de 2008. El Consejo de Seguridad, viejo escenario de todos los vetos y bloqueos a cargo de las superpotencias surgidas de la Segunda Guerra Mundial, consiguió este año, ante los desmanes de Gadafi acosado por su población, la insólita gesta de avalar por primera vez una acción militar en aplicación de la responsabilidad de proteger, incorporada desde 2006 en la Carta de Naciones Unidas. Puede que sea el canto del cisne del nuevo derecho internacional humanitario, como podría demostrar la incapacidad internacional para frenar a continuación la represión del régimen de Bachar el Assad contra los manifestantes que quieren echarle del poder. Pero constituye en todo caso un antecedente que puede valer en el futuro. Basta con observar el pésimo sendero de las negociaciones sobre el protocolo de Kioto sobre cambio climático para tener la medida de las dificultades del multilateralismo. El carbón está de nuevo en alza, los países emergidos quieren seguir emergiendo y por eso avanzan sin miramientos, y la mayoría parlamentaria republicana que reina en Washington jamás ha estado para estas cosas. La conferencia de Copenhague en diciembre de 2009, en la que China se entendió con Estados Unidos a espaldas de Europa, fue la primera señal tajante de este nuevo mundo de difícil gobierno; y la de Durban, ahora dos años después, confirma que solo hay consenso cuando lo que se decide es aplazar la toma de resoluciones. No es solo el gobierno del mundo lo que no funciona, ese G20 casi siempre sin capacidad resolutiva en sus cumbres, sino los gobiernos a secas que antes funcionaban. Funciona China, donde sus ciudadanos apenas tienen noticias del Gobierno, ni buenas ni malas. Funciona Rusia, a pesar de la incipiente desafección electoral contra Putin captada en unos comicios sin garantías. Pero no funciona la Unión Europea, ni funcionan los Estados Unidos de América, donde el veto y el bloqueo, la polarización y el radicalismo, conducen a la inacción y al fatalismo. La crisis galopa a caballo de las transacciones especulativas fulgurantes y la política anda cansina a paso de hormiga. El Tea Party, organizado para frenar los ímpetus reformadores de Obama, se ha convertido en el paradigma de un rampante populismo anarcoide de derechas que prolifera en todas partes. Primero sugirió que no habría nuevo mandato de Obama en 2012, pero ahora ya sugiere que no habrá tampoco candidato republicano útil capaz de vencer a un Obama desgastado y sin pulso, pero todavía vivo. En Europa, en cambio, ha bastado la ruptura de la UE de 27 socios para que los 23 que lo desean empiecen a construir el gobierno posible del euro: el Reino Unido euroescéptico, con la prensa ultraconservadora del australiano Rupert Murdoch como cheerleader, era nuestro Tea Party antes de que se inventara el Tea Party. Todo indica que ha terminado mucho más que una época. Quizás una edad o un eón geológico. El tiempo que se está yendo pedía a gritos nuevas ideas, nuevas esperanzas, formas distintas de hacer las cosas. Sarkozy, el más gallardo de todos, quería refundar el capitalismo. Nada como un buen consenso para no hacer nada o para decidir la fecha en que decidiremos algo. Llegó 2011 y los deberes estaban por hacer. Y así fue como el mundo empezó a reinventarse a sí mismo. Sin avisar, que es como suceden estas cosas.

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25 de diciembre de 2011
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El terremoto que se prepara

Las placas tectónicas se desplazan lentamente, hasta el momento en que chocan y se produce el temblor de tierra que rompe la corteza terrestre. En 2011 se han producido varios temblores, que han derribado Gobiernos y dictadores, cambiado regímenes y sembrado la alarma en muchos países. Pero las placas tectónicas siguen desplazándose, y lo hacen además en una sola dirección, de forma que la tensión se concentra ahora en un punto donde crece la amenaza de un terremoto mayor que los anteriores.

Este punto se halla en la región del golfo Pérsico, donde confluyen numerosas líneas de conflicto. Ahí está Siria, donde la población está movilizada contra la dictadura de Bachar el Asad y al borde de la guerra civil, con 5.000 ciudadanos que han perdido la vida en las revueltas. También Irak, donde regresan los atentados apenas unas horas después de que se fuera el último soldado de Estados Unidos y el primer ministro chiita, Nuri al Maliki, empieza la persecución sectaria de los suníes que participaban en el Gobierno apuntalado por la ocupación. La guerra de Irak rompió los equilibrios de poder en la zona en favor de una de las tres potencias regionales, nada menos que Irán. El régimen de los ayatolás persas cuenta ahora con un área de influencia que se extiende hasta el Mediterráneo, con Irak en manos de la mayoría chiita, Siria de la dictadura amiga alauí y Líbano donde el partido chiita Hezbolá es una fuerza fáctica y de gobierno ineludible. Los enemigos de Teherán ven la larga mano iraní en las revueltas de Bahrein y los conatos de protesta en las regiones orientales de Arabia Saudí, donde hay población chiita. De ahí la actuación 'soviética' de los saudíes, junto a tropas de Emiratos Árabes Unidos y de Pakistán, en la invasión de Bahrein para salvar a la monarquía amiga y vasalla de los Al Jalifa ante el impulso de la revuelta.Pero la palanca iraní más amenazante y temida por los vecinos es el programa nuclear, que desafía a dos poderes nucleares larvados: el de Israel, con sus armas no declaradas, y el de Pakistán, estrecho aliado de Arabia Saudí y único poseedor de la bomba nuclear islámica. A Teherán no le interesa que caiga Asad, por temor a una república suní patrocinada por Arabia Saudí. Esta, a su vez, apoya las revueltas sirias, pero las teme en su casa y le preocupa que un Bagdad exclusivamente chiita viré hacia Teherán. No se puede descartar para ambos países un destino de división que sea malo para todos. Irak, cuarteado entre kurdos, chiitas y suníes, es una pesadilla para Turquía. También lo sería una división sectaria y étnica de Siria, donde de nuevo los kurdos suscitan los peores temores de Ankara. Al fondo de esta partida, Israel observa, cada vez más aislada y con preocupada contención, un desplazamiento de poder lleno de incógnitas que cuestionan su propio futuro. Todos temen al Big One que se cierne sobre Oriente Próximo.

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24 de diciembre de 2011
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Ciudadanas

Ellas son el cambio. Ellas son la revolución. Las hemos visto en primera fila en las manifestaciones, también a la hora de recibir los golpes. Con velo y con la cabeza descubierta, islamistas o laicas, jóvenes o maduras, las mujeres árabes han sido protagonistas como los hombres, al lado de los hombres, de la oleada revolucionaria que ha cruzado este 2011 el mundo árabe desde el Atlántico hasta el golfo Pérsico. Ahí estaban, a veces incluso en papeles destacados en las revueltas. Por ejemplo, como blogueras, que quiere decir animadoras destacadas de este movimiento sin líderes. Tres nombres bastan: la yemení Tawakul Kerman, detenida varias veces y ya premio Nobel de la Paz; la tunecina Lina Ben Mehnni, autora de 'La revolución de la dignidad', donde recoge los textos de su blog en los días del derrocamiento de Ben Ali, y ahora la egipcia Mona Eltahawy, detenida y agredida sexualmente por los soldados del mariscal Tantaui.

No es la primera vez. Todas las historias de las revoluciones y los movimientos de liberación árabes nos cuentan lo mismo. Nunca han faltado a la cita. Ahí estaban, desmintiendo el tópico de unas mujeres retraídas y desinteresadas por la vida política. Luego desaparecen y regresan a la invisibilidad de siempre. Así ha sucedido siempre en el pasado. Este era y es un mundo de hombres, regido por los hombres, amoldado por y para los hombres. Cuando entra en crisis, las mujeres salen por todas partes, incluso en las sociedades que más las ocultan y velan, como en Arabia Saudí, donde este año han reivindicado un derecho tan sencillo como conducir sus automóviles y han obtenido el derecho activo y pasivo de sufragio para las próximas elecciones. Luego, cuando la polvareda de las revueltas se esfuma, el mundo masculino y machista las elimina de nuevo de la escena pública y todo se llena de hombres, barbudos en buena parte. Las presidencias de las Repúblicas, los Gobiernos interinos, los nuevos Parlamentos, las comisiones encargadas de redactar las nuevas Constituciones, todo se llena de hombres. Aunque el Túnez revolucionario impone listas paritarias en sus primeras elecciones, las mujeres no encabezan las listas y al final solo una cuarta parte de los escaños quedan para ellas. La egipcia es una sociedad muy joven: 24 años de edad promedio frente a 40 años en España. Simplificando, una tercera parte de la población tiene menos de 15 años; otro tercio, entre 15 y 25, y el tercio restante, más de 25. La mitad de esta plétora de jóvenes, deseosos de vivir con dignidad y libertad, son mujeres. Solo por estas simples razones estadísticas no podían faltar las jóvenes a las citas revolucionarias. Hay además un cambio generacional y cultural, al hilo de la globalización y de la tecnología de las comunicaciones, que clama por espacios de mayor libertad para las egipcias y tunecinas, las más liberadas, o incluso las saudíes o yemeníes, las más sojuzgadas. Su presencia y protagonismo en las protestas es la revolución misma, y por eso es insoportable para los contrarrevolucionarios. Las violaciones y malos tratos a las mujeres que protestan y se manifiestan se convierten así en instrumentos represivos. Y cuando la revolución sostiene su envite frente al poder militar que se resiste, como ha sucedido en Egipto, son las mujeres las que sufren la represión con especial crueldad. Lo prueba la foto, convertida en símbolo, de una mujer apaleada y despojada de su velo por los soldados en la plaza de Tahrir. O las llamadas pruebas de virginidad a las que los militares sometieron al menos a 17 mujeres con la excusa vergonzosa de que trataban de comprobar si eran prostitutas puesto que se manifestaban y quedaban a dormir en la plaza junto a los hombres. El poder dictatorial, prolongado por los militares, como el de los partidos islámicos, es de los hombres. Los hombres poderosos no quieren que las mujeres se alcen en pie de igualdad, ciudadanas exactamente iguales que los otros ciudadanos. Si no pueden limitar los derechos de los hombres, al menos intentan limitar los de las mujeres. Las ideologías islámicas y el salafismo en especial, ahora en ascenso, siguen expulsando y relegando a la mujer, que es una menor de edad según la legislación coránica, al menos en sus interpretaciones más conservadoras. Las leyes civiles en casi todo el mundo árabe, incluido el Túnez más liberal, discriminan gravemente a las mujeres. Basta con observar el derecho sucesorio, que atribuye a los hijos varones el doble de herencia que a sus hermanas. Habrá que ver qué sucede con la condición femenina en las nuevas Constituciones y en las legislaciones que se deriven de ellas. La foto de la mujer maltratada por los soldados en Tahrir no es una anécdota. Es la imagen misma de lo que está en juego. La condición de la mujer será la prueba del cambio. Los hombres árabes no serán libres si las mujeres no son libres, ciudadanas con los mismos deberes y derechos que los otros ciudadanos. El destino de las mujeres es el de las revoluciones.

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22 de diciembre de 2011
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Con silenciador

Ya no se hacen guerras así. Ahora son silenciosas. Con agentes secretos en tierra, camuflados entre la población, y luego el zumbido nocturno de los drones. Asesinatos selectivos ni siquiera reconocidos como tales: un tipo que desaparece de la puerta de su casa en Teherán, otro que fallece de un ataque cardiaco en un balneario de lujo. Accidentes aéreos o de automóvil, incendios de factorías, virus informáticos que paralizan la producción entera de una planta nuclear. Así son las escaramuzas, las batallas o las armas desplegadas de las guerras sigilosas de las que no tenemos información, que nadie declara ni reconoce y que, finalmente, ni siquiera cuentan con vencedores y derrotados reconocidos y reconocibles.

Esta nueva contienda con silenciador, vaga reminiscencia de la guerra fría, no barre de la escena la acción asimétrica de la guerra terrorista. Al contrario, viene exigida y retroalimenta la acción letal de los suicidas: ¿cuál es la respuesta a un ataque aéreo teledirigido? Es un grado más e incluso una corrección en la asimetría. L a ecuación de intercambio entre Hamás e Israel es elocuente sobre esta deriva. Cuando un soldado israelí vale 1.000 combatientes palestinos estamos a un paso de la abolición del riesgo humano en el combate: hay que hacer la guerra desde el ordenador, cómodamente instalado en la base. No hablemos del riesgo político: la guerra asimétrica declara vencedor a quien más muertos pone en la pelea y perdedor a quien aparentemente consigue sus objetivos bélicos apenas sin bajas. Todo se juega en quién mantiene más alta la amenaza y obtiene más valor propagandístico; es decir, en la capacidad de disuasión. De ahí que la mejor guerra huye de la retórica, se libra en silencio, se vence sin victoria y es solo eficacia con inmediatos resultados políticos. La última guerra como las de antes echa ahora el telón. Empezó hace nueve años con los bombardeos y el avance fulgurante sobre Bagdad. Terminó con el régimen de Sadam Husein en 21 días. El presidente que la declaró se proclamó vencedor en una escena de la que luego se ha arrepentido: descendió en un caza pilotado por él mismo sobre el portaaviones USS Abraham Lincoln, frente a las costas de San Diego en California, a miles de kilómetros de las aguas del Golfo, y allí pronunció un discurso bajo una pancarta donde decía ?Misión cumplida?, la frase que tuvo que tragarse. Lo peor todavía no había empezado en Irak. Con ataques similares a los que lanzó Al Qaeda contra las Torres Gemelas y el Pentágono el 11-S terminaban las guerras del pasado: eran el asalto final al corazón de la potencia enemiga. El siglo XXI recién inaugurado subvertía así la misma sintaxis de la guerra, de la que ahora, con el mutis final en Irak, tenemos el último y discreto episodio. Los soldados se van en silencio en el momento en que el silencio se apodera de la guerra.

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18 de diciembre de 2011
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El año del jazmín

Mohamed Bouazizi debía andar rumiando un día como hoy la decisión terrible que terminó con su vida. Tenía 27 años, sin otro trabajo más que la venta ambulante de fruta por las calles de Sidi Bouzid, ciudad de 40.000 habitantes en el centro de Túnez. El 17 de diciembre de 2010, el sábado se cumple un año, le sucedió lo que ya le había sucedido otras veces. Dos policías municipales le confiscaron la fruta y adornaron su abuso de poder con la humillante bofetada que le propinó una agente, una mujer. Después de que Mohamed fuera a reclamar al gobernador de la provincia, donde nadie le atendió, compró una lata de gasolina en una estación de servicio y se prendió fuego ante la puerta del edificio provincial.

Todo empezó entonces, justo hace un año, y es como si hubiera pasado una vida entera. Ya no hay dictador en Túnez, que tiene un gobierno surgido de las urnas y un presidente elegido por los parlamentarios constituyentes. Han caído los dictadores de Egipto, Libia y Yemen. El de Siria se ha enrocado en la represión, que contabiliza 5.000 víctimas mortales y amenaza con una guerra civil. No hay país árabe donde los gobernantes no hayan movido pieza. Cambios de gobierno y de primer ministro, reformas constitucionales o riego por aspersión de dinero y alimentos para acallar el malestar, los gobernantes han hecho todo cuanto han podido para acallar las protestas. También han encarcelado y torturado, como ha sido todavía el caso en Egipto bajo la junta militar. Bahrein fue invadido por tropas extranjeras, de Arabia Saudí, Emiratos y Pakistán, para sofocar la revuelta. La OTAN ha dirigido una operación aérea en Libia, con participación árabe, de Qatar concretamente, en cumplimiento por primera vez de una resolución de Naciones Unidas en aplicación de la responsabilidad de proteger a la población civil. Este año 2011 que termina ha sido el de las revoluciones árabes, que solo acaban de empezar y no se sabe muy bien cómo y cuándo culminarán. Ciertamente, quienes derribaron a los dictadores no parecen los mismos que se están haciendo ahora con el poder. El islamismo político, desde el inquietante salafismo hasta la escasamente comprobada moderación de los Hermanos Musulmanes, será la fuerza hegemónica con la que habrá que hablar y entenderse. Este tipo de organizaciones apenas han tenido hasta ahora la oportunidad y obligación de gobernar, algo que transforma más a quien lo hace que viceversa. Nos equivocaríamos de nuevo si, después de apoyar a los dictadores, nos mostráramos reticentes desde Europa y Estados Unidos y no nos volcáramos con los gobiernos salidos de las urnas de la democracia. Este cambio basta para llenar un año, pero es evidente a estas horas que el incendio que prendió en Sidi Bouzid ha superado el perímetro de los árabes. Jóvenes armados con teléfonos móviles y dispuestos a expresar su protesta ante un orden injusto han salido a las calles de todo el mundo sin distinción de niveles de renta, educación o ni siquiera de regímenes políticos, incluidos los democráticos. Entre estos manifestantes de países y sistemas tan distintos solo hay dos leves trazos en común. Uno muy material: el teléfono móvil, instrumento de acción pero también acelerador del desplazamiento de poder en el interior de las sociedades y que dota a los individuos de una insólita fuerza organizativa y modificadora de la realidad frente a instituciones, gobiernos o empresas. El otro más inaprensible: este ciudadano se siente despreciado y reivindica su dignidad ante un poder económico o político que no le tiene en cuenta. El incendio llega ahora Rusia, donde son sobre todo los jóvenes profesionales urbanos los que se sienten engañados por el fraude electoral y por el enroque de Putin con Medvedev para perpetuarse en el poder. Nada tienen que ver con los árabes. Putin no es Mubarak. Tampoco Tahrir era la puerta del Sol. Pero ahí están estos dos trazos en común que dibujan una nueva ciudadanía globalizada y tecnológica que reivindica la dignidad. Ai Weiwei, el artista chino que ha entrevistado José Reinoso en Pekín, identifica la tecnología como el amplificador imprescindible para sus críticas: "Antes no estaba implicado en Internet, no sabía cómo comunicar, ahora con Internet puedes expresar tus ideas de forma eficiente". También lo entienden así las autoridades chinas, que durante 2011 han puesto bajo vigilancia al jazmín, emblema de la revolución tunecina, en las comunicaciones de Internet e incluso como adorno público. Weiwei cuenta a Reinoso que la policía detuvo al conserje de su estudio y le preguntó: ¿Conoces el jazmín?

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15 de diciembre de 2011
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Vocación eremita

Noche histórica, una vez más. No la del sábado en Madrid, sino la del jueves al viernes en Bruselas. E histórica por defecto. O por defección. Es decir, no por lo que se decidió, sino por lo que no se pudo decidir y, sobre todo, por quién faltó a la cita decisiva. La Unión Europea venía sumando desde 1957, cuando la firma del Tratado de Roma. Era un tren que iba añadiendo vagones sin descarrilar y acomodándose siempre al paso del más cansino. Hasta la pasada semana, esa madrugada del 9 de diciembre que ha pasado ya a los anales. Esta vez resta. El tren se ha roto. Europa avanzará a más velocidad, pero alguien quedará fuera. Alguien de tanto peso y prestigio como Reino Unido, con su capital financiera y su vocación de cabeza de puente con Estados Unidos y con la globalidad.

Lo que se quiso decidir fue una reforma de los tratados para hacer una Unión Fiscal de 27 socios, todos, una contorsión prácticamente imposible para el primer ministro conservador británico, David Cameron, euroescéptico él mismo, acosado además por el radicalismo antieuropeo del partido conservador y del conjunto de la opinión británica. Por primera vez, Alemania y Francia se presentaron con un plan B y dispuestos a no ceder en nada de lo fundamental: si no había reforma con los 27, habría tratado intergubernamental entre los que quisieran, que de momento fueron ya 23 y quizás serán 26. ¿Veto británico? No lo hubo. Veta quien impide un acuerdo. Hubo acuerdo. Y portazo: me voy, os dejo solos. Como nadie sigue a quien se va, no es veto sino voto ermitaño, soledad y abandono. Eso es lo histórico de aquella madrugada, más tangible de momento que esa Unión Fiscal de la que no sabemos si funcionará ni qué efectos tendrá de inmediato sobre la confianza en las deudas soberanas. Los europeos necesitábamos una noche histórica. Lo hubiera sido con el acuerdo de una Unión Fiscal entre 27, incluso si Cameron hubiera obtenido un arreglo aceptable para todos. Será también histórica, pero por el portazo que desune y resta; pero todavía no por la Unión Fiscal. El regocijo al otro lado del canal es indescriptible. Los que quieren cortar amarras están que no caben en sí de gozo. Piden más. Ahora un referéndum para irse. Luego negociar un estatuto especial. No han identificado todavía las sonrisas enigmáticas de Merkel y Sarkozy. La canciller alemana quería la reforma del Tratado para seguir con los 27 bajo la vigilancia del Tribunal de Luxemburgo y la moneda al mando exclusivo del Banco Central, dos entes independientes de cualquier gobierno: nada para la Comisión y apenas para el Parlamento; era su 'método de la Unión', alternativa al 'método comunitario' que considera obsoleto. Sarkozy quería una Europa intergubernamental, con la Comisión alejada de las decisiones, y un Consejo de presidentes y jefes de gobierno, soberanos en cada país y soberanos juntos, que señalaran el camino a todos, Banco Central incluido. Cameron abre la puerta a la solución de sus diferencias: impide el acuerdo entre 27 y facilita la coartada a la canciller para retirarse hacia la fórmula intergubernamental francesa, aunque ella misma se encargará luego de llenarla de contenido alemán. El error ahora de los conservadores británicos sería seguir yéndose, después de su primer retroceso en 38 años. Es lo que espera el federalismo europeo: tras la Europa fiscal, la Europa social, luego la Europa directamente política, quitarles protagonismo en política exterior, trasladar el peso de la City a París y Francfort... Cameron se va porque no se aceptaron sus exigencias para la City como condición para quedarse. Pero fuera hace mucho frío: será todavía peor. No valdrá ni siquiera la esperanza euroescéptica de que las cosas vayan muy mal en el continente, el euro se pierda y Europa se hunda. Su destino seguirá ligado al de los europeos aunque den un portazo cada día: también ellos se hundirán. No son ya un imperio. No pueden vivir solos en la globalidad. Estados Unidos mira hacia el Pacífico y no hacia las costas europeas, donde en todo caso buscan directamente a Alemania como cabeza de puente.

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12 de diciembre de 2011
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¿Qué dosis de Europa necesitamos?

La frase orteguiana vale para todos en este mundo globalizado. Las viejas naciones son el problema, y Europa es la solución. No hay vías singulares para que los países europeos, desde el más pequeño hasta el más grande, puedan conectarse con el mundo global sin pasar por Europa. Los caminos particulares nacionales conducen al desastre o a la irrelevancia. Alemania y Francia son los que más saben de esta vieja lección de historia europea que el anciano canciller Helmut Schmidt quiso recordar en el congreso socialdemócrata de Berlín hace una semana.

El problema es conocer la dosis exacta de Europa, es decir, la cantidad de soberanía que hay que transferir hacia arriba, cuestión de la que se han ocupado estos pasados días los jefes de Estado y de Gobierno de los 27. Pero no basta con saber cuánta Europa hay que echar en la retorta para dar con la fórmula que corte por lo sano esta crisis de la deuda, sino que además debemos tener en cuenta cuánta nación propia somos capaces de ceder. Ahí ya no juegan los mercados ni las agencias de rating, la opinión de los juristas ni las normalmente sabias estrategias de los banqueros centrales. Pertenece al territorio de dificilísima conducción de los sentimientos, siempre proclive a la demagogia y al populismo. Puede que los países europeos sepan cuánta Europa necesitan, pero puede también que no sean luego capaces de aceptar una dosis tan alta. Este es un problema político insalvable sin romper la unidad de los 27. Los procedimientos de ratificación de las reformas de los tratados, incluyendo en varios casos las consultas vinculantes, son tan largos y difíciles que aseguran por sí solos la avería irreversible. Los diez últimos años de fracaso de la Constitución Europea y de interminables demoras del Tratado de Lisboa están ahí para recordarlo. Luego hay que contar con las posiciones ya fijadas de los países que no están en el euro, no quieren estar en el euro y prefieren que la dosis de Europa sea siempre cuanto más pequeña mejor. Nadie encarna mejor esta posición que Reino Unido, país que necesita un euro estable, pero no quiere una Europa políticamente unida, de la que tendrá que descolgarse. El problema de la dosis desborda el marco europeo. Afecta a Estados Unidos, donde siempre ha interesado una Europa con límites, pero cuando los límites han sido excesivos se ha echado las manos a la cabeza. Ahora el temor, también brasileño o chino, es que la crisis de la deuda europea termine conduciendo a la recesión mundial. El mundo, no tan solo las viejas naciones europeas y Europa misma, necesita al euro. Pero veremos ahora si la dosis de Europa que los europeos vamos a dar al mundo es del gusto de todos: de los británicos no lo es, obviamente. Y si sirve para sacarnos de esta crisis: algo dirán de todo esto en los próximos días los famosos mercados.

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11 de diciembre de 2011
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El infierno del soberanismo

El soberanismo está de luto en Europa. Se está preparando para los próximos días la mayor cesión de soberanía que hayan protagonizado las viejas naciones europeas desde los tratados de Roma y de Maastricht. Con el primero de los tratados, en 1957, se cedió la política arancelaria, sentando así las bases del mercado único. Con el segundo, en 1992, desaparecieron las monedas, símbolos nacionales hasta entonces al mismo título al menos que las banderas, y las políticas monetarias (que permiten la fijación de los tipos de interés y de cambio), sentando a su vez las bases de la actual crisis de las deudas soberanas. Con esta cumbre se quiere demandar a los viejos Estados que cedan entera su política presupuestaria, que es como decir el alma política del Estado nacional.

La intervención directa del Estado en los presupuestos autonómicos españoles que temían algunos al principio de los recortes, sobre todo en Cataluña, se va a producir ahora a gran escala europea con los presupuestos de todos y cada uno de los socios que accedan a esta cesión de su poder soberano. Los gobernantes catalanes no querían perder márgenes de autonomía presupuestaria en favor del Gobierno español, por lo que la píldora será más dulce para ellos si ahora comparten la pérdida con gobiernos de nivel superior, el de Madrid incluido, y además en favor de instituciones europeas. Pero que se desengañen quienes siempre quieren sacar lecciones soberanistas de estos lances: la cesión hacia arriba convierte en obsoletos tanto a los Estados-nación como a quienes aspiren de forma más o menos explícita a hacerse con un estatus parecido. No hay salvación en el mundo global para los socios de la vieja Europa si cada uno va por su cuenta. No la hay ni siquiera para los países que juegan en la liga superior y se llevan todos los campeonatos, el Barça y el Madrid que son Alemania y Francia. No se trata tan solo de existir en el mundo, sino de sobrevivir en condiciones aceptables, que no empeoren sustancialmente el fantástico tren de vida que hemos tenido los europeos en los últimos 30 años. No están en juego tan solo los orgullos nacionales, las sillas en el G20 o en el Consejo de Seguridad, es decir, el peso, la influencia y visibilidad de los europeos en el mundo; sino cuestiones más próximas y tangibles como son lisa y llanamente nuestro bienestar y nuestras formas de vida, que solo se pueden preservar en el marco de una Unión Europea que funcione. La transferencia de soberanía dará lugar a una unión fiscal, pero esta será imperfecta, puesto que quedara en unión de estabilidad presupuestaria y de austeridad en el gasto y no será de transferencias, de solidaridad y de crecimiento. Al menos todavía. El método utilizado tampoco será el comunitario, con el protagonismo de la Comisión, el Parlamento y el Tribunal europeos, que identificamos más directamente con el federalismo y el europeísmo. Será intergubernamental y no va a incorporar a todos los 27 socios. Unos porque no quieren, como Reino Unido; otros porque no saben si quieren, como Dinamarca, y otros porque aunque quieran no han decidido todavía dar el paso, como Polonia. Las dos potencias europeas que más han pugnado entre sí, armas en mano en tres ocasiones, en su condición de ambiciosos y a veces expansivos Estados soberanos, son los que van a proceder a esta liquidación. Nadie más puede hacerlo. Es probable que solo ellos puedan hacerlo. Y lo van a hacer con el mayor protagonismo de ambos en la entera historia de la unidad europea, aunque será en detrimento de su propia soberanía. Francia y Alemania han sido el motor europeo desde la fundación de la Unión, pero ahora son mucho más que un motor; son el vehículo. Hasta el punto de que el proyecto que van a presentar en Bruselas está pensado para que funcione incluso en el caso extremo e improbable de que solo estos dos países estuvieran dispuestos a ponerlo en marcha. Esto ya no es un directorio europeo, es una Europa franco-alemana, federalismo de dos socios que invitan a añadirse a quienes lo deseen. Y si entramos en detalle, veremos que la aparente simetría esconde conceptos alemanes y retórica francesa, con el sigilo de Merkel y la pompa y circunstancia de Sarkozy. Volvemos así a un punto de partida anterior a la creación de la moneda única. El euro va a convertirse en un marco europeo, al igual que anteriormente todas las monedas europeas, incluido el franco francés, se pegaban y seguían al marco alemán en la serpiente monetaria. Y Europa va a dividirse en dos, los países del euro, junto a los que todavía no están pero quieren incorporarse algún día, y los países que ni están ni se les espera, al igual que antes de la adhesión de Reino Unido, cuando existía una potente Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) alternativa a las entonces proteccionistas Comunidades Europeas. En resumen, haremos Europa sin europeísmo o ?federalismo sin federalistas?, tal como ha señalado el director del Centro Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), Mark Leonard ('Cuatro escenarios para la reinvención de Europa'). De nuevo, con la esperanza tan europea y siempre renovada de que algún día la función termine creando el órgano, es decir, el europeísmo y el federalismo políticos que ahora se echan en falta.

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8 de diciembre de 2011
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La conversación democrática

Sin conversación democrática no hay democracia. La vida política no puede reducirse al funcionamiento mecánico de unos procedimientos activados por la correlación de fuerzas, el reparto de votos y escaños. Mal asunto cuando la deliberación se convierte también en parte del procedimiento, pero sin contenido conversacional y argumental alguno. Un país adquiere textura y densidad política cuando es capaz de organizar una buena conversación democrática eficaz en la que todos se sientan partícipes. Por supuesto, las instituciones parlamentarias conforman el corazón de la deliberación democrática, y también los medios de comunicación, sus periodistas, los intelectuales, los lectores al fin.

La gracia de la conversación democrática es que empieza en el rellano de la escalera de casa y ahora además en twitter, facebook o eskup en el caso de los debates que organiza EL PAIS. Cuando el tema lo exige, el país entero se sumerge en ella. Llama positivamente la atención que un entrenador de fútbol, Pep Guardiola, haya querido señalar que es la Cumbre Europea que empieza mañana y no el llamado Clásico entre Madrid y Barça el acontecimiento que importa esta semana, para solicitar al menos un poco de atención de quienes viven sumergidos en la información deportiva y prefieren que su equipo vaya en cabeza aunque el euro se hunda en la miseria. La conversación de esta semana en todo el continente gira en torno a Merkozy, la unión fiscal, el estado de nuestras deudas y déficits, la dimensión de los recortes que sufrimos y el euro. Pero en el caso de la conversación española cabe señalar que llegamos mañana a la Cumbre sin que hayamos escuchado todavía en boca de nuestros presidentes, el saliente y el silente, qué, por qué y cómo vamos a defender los intereses de los ciudadanos españoles en la reunión donde se puede producir la mayor cesión de soberanía nacional desde la firma del tratado de Roma en 1957. La conversación tiene capacidad constructiva o debiera tenerla: hacemos Europa cuanto más nos preocupamos y discutimos los europeos sobre Europa, algo que ahora podemos hacer también a través de las redes sociales. Los periodistas tenemos un papel crucial en esta conversación, por nuestra capacidad para actuar de animadores a través de nuestras informaciones, análisis y, sobre todo, preguntas. El buen periodista es el que sabe trasladar al espacio de la conversación pública las principales preguntas que preocupan a los ciudadanos. Habrá que ver pues si somos capaces estos días de acribillar a nuestros responsables políticos con las buenas preguntas para que al final consigamos entre todos obtener las buenas respuestas a la crisis europea. Yo de momento quería utilizar todo este excurso para presentar y explicar al lector de este blog mi última conversación con Javier Solana, titulada ?Primaveras, terremotos y crisis?, publicada en forma de e-book y a la que los lectores podrán acceder libremente a través de este enlace. Se trata de una ampliación del libro de conversaciones que publicamos ahora hace poco más de un año, bajo el título de ?Reivindicación de la Política. Veinte años de relaciones internacionales?. En este caso, nos reunimos el pasado verano en un par de ocasiones para realizar un nuevo repaso panorámico por los principales acontecimientos ocurridos en el transcurso de 2011 desde el cierre del libro. Los tiempos tan acelerados y trepidantes no han permitido recoger el último tramo de la crisis europea, desde finales de septiembre hasta hoy. Está escrito, antes de todo esto. Pero quiere servir también para situarse un poco ante todo lo que vamos a vivir estos próximos días.

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7 de diciembre de 2011
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El Boomeran(g)
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