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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hasta aquí llegó el agua

No son las encuestas, siempre averiadas. Son las expectativas. La marea azul venía subiendo desde que empezó la crisis. Y hasta aquí ha llegado. Andalucía y Asturias marcan el nivel que alcanzó el agua. Rajoy tiene algo que agradecer a su amarga jornada electoral del domingo: justo a los cien días, conoce mucho mejor los límites de su poder. El mayor daño suelen producirlo las medicinas mal administradas. Rajoy quiso dosificar la purga europeísta y le ha salido mal el calendario. Si hubiera sacado menos pecho en Bruselas con el déficit y además hubiera elaborado los presupuestos a tiempo ahora podría atribuir entero el resultado electoral a la reticencia antieuropea de la izquierda española.

El ensueño de un cambio histórico en Andalucía, que le diera por primera vez a una fuerza conservadora la mayoría, se ha desvanecido. El socialismo no ha ganado, que quede claro. Su declive sigue. Quien se beneficia directamente es Izquierda Unida, que reclamará el premio y la prima por su victoria. Pero al cabo de la calle queda demostrado que la roja Andalucía es un dato fijo de la realidad española como lo son Euskadi y Cataluña dominados por los hechos diferenciales del nacionalismo. Recordemos que el único clientelismo que se denuncia es el de los otros, como sucede con la corrupción, y evitemos así la explicación fácil a las victorias ajenas. También se lee de otra forma este primer percance serio de su presidencia. Arenas mandaba demasiado. Este es otro dato de la realidad que se deduce de la campaña, no de los resultados directamente. También en el PP los barones territoriales merman poder y márgenes de maniobra al Gobierno. Y no lo hacen por altruista sentido de Estado, sino por rastreros cálculos electorales: como todos. El vencedor inconsolable, como le ha calificado Ignacio Camacho, condicionó cuanto pudo a Rajoy durante la campaña sin sacar luego fruto alguno del poder propio ni de la debilidad ajena. Alguien deberá sacar conclusiones. Estos son los bueyes con los que hay que arar. O Rajoy busca la base mínima de consenso para salir de la crisis todos juntos, cediendo por tanto cada uno en sus pretensiones, o en caso contrario el sino nefasto de Papandreu empezará a planear como un águila sobre su cabeza. No era Zapatero, era la crisis. No era la socialdemocracia, era la crisis. Las crisis son las que destruyen los gobiernos, con independencia del esfuerzo que con frecuencia hacen los gobernantes para destruirse ellos solos sin ayuda de nadie. Una vez el tsunami se llevó a la izquierda por delante, ahora le toca llevarse lo que queda, que es la derecha. Cabe que esta línea del agua marque el momento en que empezó la caída de la derecha. Pero que nadie eche las campanas al vuelo: así como la destrucción de la izquierda no significa automáticamente la construcción de la derecha, lo contrario tampoco es cierto. No olvidemos otras hipótesis menos convencionales que suelen acompañar a las crisis, capaces de rentabilizar con gran eficacia los escenarios de empeoramiento. Cuidado, pues, con las euforias futbolísticas que suelen acompañar a los resultados electorales. En circunstancias idénticas suelen subir los populismos extremistas de ambos signos.



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26 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Maniobras geopolíticas de la mente

La crisis abre horizontes. Y también cerebros. Despierta la creatividad. Acerca a la realidad posibilidades apenas soñadas. No todo va a ser recorte y sufrimiento. Los proyectos y empresas con profundidad estratégica cuajan durante las crisis y arrancan cuando se avizora la salida del túnel. Hay numerosos proverbios acerca del asunto. Fukushima nos ha dado la imagen plástica de los paisajes después de la crisis y su primer aniversario nos ilustra sobre la dificultad para empezar de nuevo. Seguirá adelante quien se mantenga en pie y tenga una idea, un proyecto, como el pino solitario de Rikuzentakata, convertido en símbolo de la supervivencia.

El presidente de la consultoría política Eurasia Group, Ian Bremmer, ha realizado unas observaciones sobre Grecia en esta dirección, que nos aleccionan sobre los cambios que vamos a ver en cuanto la polvareda se deposite sobre el suelo. Sus ideas, expuestas en un artículo en el Financial Times, son auténticas maniobras mentales geopolíticas, ejercicios probabilísticos para anticipar el futuro que nos pueden servir para orientarnos en el presente. La cuestión va de Grecia, país que tiene todos los motivos para seguir en la Unión Europea, según nos explica Bremmer, después de recibir el paquete de 170.000 millones de euros, de los que 130.000 salen directamente de los bolsillos de los otros países socios. Los griegos, sin embargo, se hallan en una trayectoria de alejamiento respecto a la UE, que probablemente se agravará en las próximas elecciones. No se trata únicamente de la hipotética salida del euro, evocada primero y temida después desde la propia Alemania. Los europeos tendemos a pensar nuestra realidad en términos monetarios y económicos, en consonancia con la geoeconomía en boga, pero solemos olvidamos las consecuencias de este tipo de decisiones en la política, la defensa o las relaciones exteriores. Bremmer hace notar que el resentimiento contra los alemanes y la ausencia de modelo de crecimiento puede conducir a los griegos a optar por un camino alejado de los otros europeos. Y lo señala: el que conviene a las potencias emergentes. Una compañía china ya opera el puerto del Pireo. La rusa Gazprom está atenta a la privatización de las operadoras griegas del gas. Si Atenas alquilara el uso de su puerto a la flota rusa podría sacar hasta unos 200.000 millones, más que el paquete de ayudas de la UE y del FMI, en un contrato de entre 30 y 50 años. Por cierto, en la mesa del Kremlin donde se toman las decisiones más graves está cuestión ya tiene carpeta: si la flota rusa tiene recambio para los puertos sirios de Latakia y Tartus, Moscú podrá prescindir más fácilmente de su amistad con su sanguinario socio Bachar el Asad. Es urgente que en Bruselas (UE y OTAN) se pongan en marcha maniobras mentales como estas.



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26 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Soldados extraviados

No se declara una guerra en vano. Y menos cuando se trata de una guerra global, que es como decir mundial, y contra un enemigo de rostro borroso y evanescente, que se proyecta sobre cualquier otro rostro. Una contienda sin frentes ni territorios a conquistar, librada con armas y métodos fuera de toda norma, y de duración probablemente infinita, intimida y divide a quienes se ven sometidos a su diabólico magnetismo. Solo banderas apocalípticas como las que imaginan una confrontación entre el islam y la civilización judeo-cristiana sirven para tales empresas bélicas.

George W. Bush la declaró en respuesta a los atentados de Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001, preparados y perpetrados por Al Qaeda. La red terrorista de Bin Laden pretendía conducir a la primera superpotencia y al mundo entero a un enfrentamiento cruento de enormes dimensiones que devolviera el islam al esplendor del califato. El presidente de los Estados Unidos, al contrario que muchos de quienes le apoyaban en su empresa bélica, rechazó la designación como enemigo de una entera religión mundial, pero en cambio comprometió para librarla los valores democráticos y los derechos constitucionales estadounidenses y embarró a su país y a buen número de sus aliados en dos guerras sin salida en Irak y Afganistán. Aunque su sucesor Barack Obama quiso reducir su perímetro, que ya no es global ni tiene como enemigo al terror, sino estrictamente a Al Qaeda, la guerra global sigue todavía enganchando a fanáticos de ambas orillas, dispuestos a matar a la menor ocasión en que la llama del odio racista aviva su instinto y sus dotes de asesino. Eliminado Bin Laden por la acción de un comando especial y multitud de dirigentes terroristas por disparos desde aviones no tripulados, Al Qaeda se encuentra ahora en un declive que las revueltas árabes han acelerado con su rechazo al yihadismo. Pero la decadencia no significa inacción, ya sea en células organizadas, como las que secuestran a ciudadanos europeos en el Sahel, o en la actuación individual de muyahidines extraviados como el que acaba de actuar en Toulouse. Mohamed Merah, francés de 24 años, ha asesinado a siete conciudadanos, primero a tres militares, y días después a tres niños y un adulto en un colegio judío de Toulouse, reivindicando su pertenencia a Al Qaeda y aludiendo a la presencia francesa en Afganistán y a los niños de la franja de Gaza. Solo en una mente criminal puede funcionar la conexión entre escenarios tan distantes y sin relación causal alguna. La única conexión efectiva es que Merah se hermana en saña y crueldad con otro asesino en serie que ha ensangrentado las calles de Kandahar en Afganistán estos mismos días. Robert Bales, sargento estadounidense de 38 años, asesinó a 16 civiles afganos, nueve de ellos menores, de los que tres eran niñas con menos de seis años, en una razia tan absurda e inexplicable como la del asesino francés. No hay duda que Bales veía en los afganos a unos enemigos que no merecían vivir, que es como veía Merah a los tres soldados y a los alumnos y profesores de la escuela de Toulouse. La matanza perpetrada por el sargento Bales, sumada a las profanaciones de ejemplares del Corán y de cadáveres de talibanes por parte de soldados estadounidenses, ha trastornado el calendario de retirada ordenada de Afganistán planificada por el Pentágono para 2014. La matanza de Toulouse ha venido a interrumpir, incluso a perturbar, la campaña para la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, que se celebra el 22 de abril. La capacidad tóxica de la violencia terrorista es infinita. El desorden que crea la muerte de inocentes divide e intimida: hace rehenes incluso entre quienes expresan su repulsa. Cualquier palabra mal modulada puede convertirse en munición política, sobre todo en esta época de uso creciente de las redes sociales tan instantáneas y nerviosas. Y hay circunstancias en que las declaraciones y expresiones de repulsa son sometidas a un escrutinio escrupuloso en búsqueda de un reproche rentable. Desde la representante de la política exterior europea Catherine Ashton hasta el presidente Sarkozy, pasando por el candidato centrista François Bayrou, saben lo difícil que es pronunciarse en esta atmósfera tan eléctrica. Todos ellos han recibido algún reproche estos días por palabras que querían aliviar el dolor y el desorden creado por la violencia. Por eso los responsables políticos deben apelar a la unidad cívica cuando se producen. Hay muchas cosas que igualan a los asesinos, lleven o no uniforme, pero hay una diferencia fundamental que les separa: las muertes de Toulouse alegrarán a los partidarios de Al Qaeda, mientras que las de Kandahar entristecen a todos; para los seguidores de Bin Laden la matanza de Toulouse es una hazaña victoriosa, mientras que la de Kandahar es una derrota amarga para Washington y sus aliados. Ambas soplan sobre las brasas de la guerra de civilizaciones que Bin Laden quiso librar.



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22 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Del oratorio de San Felipe a la plaza Tahrir

Ciudadanía y periodismo iban de la mano hace 200 años y van de la mano ahora mismo. Nacieron juntos en el oratorio de San Felipe Neri de Cádiz, con la proclamación de la Pepa, en un día de San José como el de ayer, y enlazados andan hoy mismo allí donde la libertad pugna por nacer, en la Siria mártir que muere bajo las balas de Bachar el Asad o en la cairota plaza de Tahrir, constituida en símbolo de los combates por la democracia de nuestra época.

?Todos los españoles tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas, sin necesidad de licencias, revisión o aprobación alguna anterior a la publicación, bajo las restricciones y responsabilidades que establezcan las leyes?. Así reza el artículo 371 de la Constitución de Cádiz, incluido en el título noveno, ?sobre la instrucción pública?. Los sirios que combaten contra la dictadura y los egipcios que todavía ahora, una vez caído el dictador, pugnan por la supremacía del poder civil sobre el militar, tienen en el ejercicio de su libertad de expresión el arma más eficaz para construir la ciudadanía. Transmitir a todo el mundo las imágenes de la represión es una de las mejores formas de combate en Siria, como lo fue la denuncia de la tortura sistemática que practicaba la policía de Mubarak en Egipto. No puede haber ciudadanía sin libertad de expresión, ni libertad de expresión sin ciudadanía. Las nuevas formas de comunicación han conducido a que la fusión entre ambos conceptos, el periodismo ciudadano, se convierta en la forma más puntera del periodismo y en la más activa de la ciudadanía. ?Nosotros somos la democracia?, recita el rapero y poeta David Bowden en su vídeo Citizen journalism. Lo cuenta con historias de primera mano y agudo sentido de la observación la periodista catalana Lali Sandiumenge, en su libro Guerrillers del teclat. La revolta del bloguers àrabs des de dins (La Magrana), que ha venido siguiendo desde hace casi una década a los ciberactivistas egipcios, tunecinos, saudíes y bahreiníes. Hay un concepto reduccionista que considera la expresión a través de la palabra o de la imagen como una forma meramente instrumental. Es lógico porque es el mismo léxico el que nos conduce a la confusión, al hablar de medios de expresión o de comunicación. Desde Cádiz hasta Tahrir comprobamos la inversión de esta idea de mediación neutra. Comunicar es actuar. Expresar ideas, argumentar, deliberar, es parte esencial de la misma democracia. No son medios, son fines democráticos. El viejo periódico en papel que nació con las ideas de Cádiz organiza y estructura la vida política y construye la democracia, al igual que las redes sociales derrocan ahora las dictaduras y se constituyen en la forma más directa de intervención política, de ciudadanía. No es extraño que la crisis de gobernanza que sufre todo el mundo, empezando por las más viejas democracias representativas, ni sus efectos sobre el universo políticamente petrificado que era el mundo árabe, tenga una estrecha correlación con la crisis del viejo periodismo y el ascenso del periodismo ciudadano. Tampoco lo es que la renovación de la democracia y la búsqueda de formas nuevas de participación lleguen también con tecnologías de punta que permiten conectarnos a mayor velocidad, romper fronteras y censuras, construir comunidades virtuales y en definitiva conferir mayores poderes de acción a los ciudadanos. No todo es bueno en el periodismo ciudadano, al igual que no todo era bueno en el viejo periodismo. No hay que ?creer que la conversación con los lectores, la intercomunicación, puede sustituir a la indagación de los hechos?, tal como señaló Sol Gallego Díez en su conferencia del pasado jueves en la inauguración de curso de la Escuela de Periodismo de EL PAÍS-Universidad Autónoma de Madrid. Tiene toda la razón Soledad cuando reivindica el periodismo como búsqueda de la verdad, como doctrina de la verificación. Así debe ser, por tanto, el periodismo renovado, sin perder nada de lo fundamental del periodismo de siempre. Cuando las opiniones son sagradas y los hechos según la verdad relativista de cada religión política, no queda ni periodismo ni ciudadanía. De Cádiz a El Cairo, periodismo ciudadano, ciudadanos periodistas.



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20 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mentar la bicha

Wen Jiabao lo hizo en su última conferencia de prensa como primer ministro del país más poblado del mundo. La evocación de la Revolución Cultural enerva la memoria de todas las generaciones chinas mayores 40 años. Hay sucesos en el pasado de los países que ejercen un magnetismo disuasivo durante largo tiempo: la construcción europea no se entiende sin las tres guerras entre Francia y Alemania entre 1870 y 1945; tampoco se explica el éxito de la transición española sin el trauma de la guerra civil; la actual vía argelina, sin revolución contra el régimen como en Túnez o Egipto, no se puede comprender sin la huella de la guerra civil terrible que asoló el país magrebí tras el golpe de Estado militar de 1991.

China es un caso especial, porque la bicha allí es la Revolución Cultural, los diez años de agitación y enfrentamientos internos entre los jóvenes guardias rojos y las estructuras del partido comunista, que dejaron un reguero de muertes y de dolor prácticamente en todas las familias. Mencionarla es acudir a una contradicción constitutiva del monopolio del poder comunista, puesto que fue obra del fundador de la actual dinastía roja, Mao Zeodong, que lanzó a los jóvenes chinos contra los cuadros y estructuras del partido para consolidar su poder personal entre 1966 y 1976, tras el desastre económico del llamado Gran Salto hacia Adelante, una política de colectivización e industrialización forzosas que, al revés de lo que su nombre indica, fue un tremendo retroceso para la economía y significó una catástrofe incluso demográfica. Los actuales dirigentes comunistas han sufrido todos en distintos grados las violencias y las deportaciones y castigos de la Revolución Cultural. El Gran Salto lo sufrió la población, pero las víctimas de la Revolución Cultural fueron también los revolucionarios. Es el caso de los príncipes comunistas, hijos de dirigentes de la generación de Mao, como Xi Jinping o Bo Xilai, dos personajes de destinos opuestos: el primero será el próximo presidente de China, en sustitución de Hu Jintao, y el segundo acaba de caer en desgracia esta semana. Todos conservan una pésima memoria de aquellos años, aunque Bo Xilai fundamentaba su línea más izquierdista en una cierta reivindicación del maoísmo. Wen ha requerido reformas políticas para asegurar la solidez de los avances económicos. En caso contrario, ha amenazado, "podría ocurrir de nuevo una tragedia histórica como la Revolución Cultural". No se le ha ocurrido en cambio mentar el auténtico tabú de la actual cúpula comunista, como es la pacífica y fracasada movilización juvenil de 1989, en la plaza de Tiananmen, que terminó en un baño de sangre. Eso es lo que temen de verdad los dirigentes chinos, y de ahí que cubran el puño de hierro con que acallan las protestas con el espantajo de una Revolución Cultural que regresa.



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19 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Presidente, juez y verdugo

¿Puede el presidente de un país ordenar en secreto la ejecución extrajudicial de uno de sus conciudadanos? Esta es una pregunta cuya simple formulación repugna a cualquier persona, sobre todo en países donde no hay pena de muerte y el poder de los gobernantes se halla limitado estrictamente por las leyes. La historia, sin embargo, nos responde que sí puede y que así es como sucede donde no tienen vigencia el Estado de derecho, la división de poderes o el control de legalidad de los actos del poder ejecutivo.

El poder soberano, que en su origen es absoluto, se caracteriza por el derecho a disponer de la vida de los otros; una potencialidad que la evolución del Estado moderno ha ido atemperando hasta reducirla a cero. A nadie se le ocurre formular esta pregunta con relación a Angela Merkel o Mariano Rajoy, a Mario Monti o David Cameron. La interrogación tiene más sentido, en cambio, si hablamos de Putin o Lukashenko, de Raúl Castro o de Kim Jong-un, incluso de Hu Jintao o de Abdalá Bin Abdulaziz Al Saud. La pregunta, en cambio, tiene toda su vigencia, en Estados Unidos, democracia ejemplar por tantos conceptos, y superpotencia admirada, entre otras cosas, por su historia constitucional y su protección a las libertades individuales. Sabemos a ciencia cierta que el actual presidente, Barack Hussein Obama, dio la orden secreta de matar al ciudadano estadounidense Anwar Bin Nasser Bin Abdullah al-Aulaqi, nacido en 1971 en Las Cruces, Nuevo Mexico, que se ejecutó el 30 de septiembre de 2011 en forma de un ataque con misiles, lanzados desde aviones no tripulados y teledirigidos por la CIA. Como suelen hacer todos los presidentes antes de tomar una decisión que puede ser controvertida, la Oficina de Consejo Legal, dependiente del departamento de Justicia, fue requerida para que elaborara un documento en el que se garantizara los fundamentos jurídicos de tal decisión. También Bush contó con memorandos del mismo tipo para la apertura de Guantánamo, la legalización de la tortura, las detenciones extrajudiciales o las entregas extraordinarias a terceros países de combatientes enemigos sin Estado, denominación acuñada para eludir las convenciones de Ginebra sobre prisioneros de guerra. Así fue como un año antes de la ejecución de Al Awlaki, dos empleados de la oficina, los abogados David Barron y Martin Lederman, elaboraron un memorando también secreto de unas 50 páginas, en el que sostienen la legalidad de la orden, en pleno acuerdo con la Constitución y con la Quinta Enmienda que exige el "proceso debido" (due proces) al dictar una pena de muerte. Desde la Casa Blanca y desde el departamento de Justicia nadie ha desmentido ni confirmado la orden secreta de ejecución, como tampoco la existencia del memorando. Pero el periodista Charlie Savage, reportero de The New York Times, apenas ocho días después de la muerte del dirigente de Al Qaeda, publicó una extensa información en la que se recogía el contenido del memorando gracias a fuentes anónimas que lo habían leído. La empresa editora exigió a continuación el acceso al documento acogiéndose a la legislación sobre libertad de información denominada FOIA (Freedom of Information Act), pretensión inmediatamente rechazada por el departamento de Justicia. La argumentación legal se ha conocido en toda su extensión gracias a un discurso pronunciado por el fiscal general y responsable del departamento de Justicia, Eric Holder, el pasado 5 de marzo en la facultad de Derecho de la Northwestern University en Chicago. Veamos: EE UU está en guerra. El presidente tiene los poderes del Congreso para librarla. Los escenarios bélicos no se circunscriben a Afganistán, sino que cambian debido a que el enemigo no se identifica con un Estado. Ejecutar a los jefes enemigos, en este caso los comandantes de Al Qaeda, no difiere del ataque en 1943 contra el almirante japonés Isoroku Yamamoto, responsable del ataque a Pearl Harbour y de la batalla de Midway, abatido en vuelo por EE UU. Holder califica de desafortunada la circunstancia de que un jefe enemigo sea ciudadano estadounidense, cosa que no constituye una excepción a la hora de constituirse en objetivo de un ataque si representa una amenaza inminente, su captura no es factible y cabe liquidarlo según "los principios de la ley de guerra". El historiador Garry Wills, profesor también de la misma universidad donde Holder pronunció su conferencia, sostiene en su libro Bomb Power (El poder de la bomba) que toda esta argumentación es factible gracias a los poderes militares excepcionales que tiene el presidente de EE UU, por encima de la Constitución y de las leyes. La clave está en el arma nuclear, que sustrae el poder de matar de los militares y lo traslada amplificado al presidente. Gracias a esta operación, Wills considera que "el presidente se convierte en prisionero de sus propios poderes" y la administración Obama llega a confundirse con la de su antecesor George W. Bush.



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15 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La natividad de Satán

¿Cuántos tipos como Kony merecerían la fama universal que les condujera detenidos ante el tribunal penal internacional de La Haya? La lista es larga. Es probable incluso que Joseph Kony no llegara a ocupar un lugar muy destacado en ella. Incluso cabe pensar, como ya han sugerido algunos, que el señor de la guerra ugandés, genocida y secuestrador en masa de niños, ni siquiera sea un peligro efectivo en este momento. Y sin embargo, hay algo de ejemplar en esta campaña, a pesar de que ponga los pelos de punta a los vigilantes antibuenistas y antiprogres, siempre atentos, y con razón, a que las buenas intenciones no den pie a la buena conciencia o incluso a acciones reprochables.

Hay que reconocer la excelencia profesional de la campaña. La elección del sujeto es perfecta, limpia, sin matices. No hay excusa que valga con el personaje, su ejército criminal impregnado de simbología y palabrería religiosa, su actuación infame desde hace 26 años, esos millares de niños reclutados a la fuerza como guerrilleros, los ritos parricidas a los que se les obligaba, las mutilaciones, los asesinatos en masa? Pensemos en otros candidatos: cualquier otro genocida, sirio o sudanés para poner un caso, hubiera tropezado inmediatamente con algún tipo de polarización o alineamiento de ideologías, partidos, religiones o incluso países. Kony no: es el malvado perfecto, que suscita el consenso negativo universal. La excelencia profesional se extiende luego al uso de los medios, desde el diseño gráfico de la campaña hasta los vídeos, desde el kit solidario hasta la difusión viral de las imágenes y mensajes. Kony se ha convertido en una marca global potentísima. Este hombre malvado ha pasado a ser la encarnación icónica del mal, es decir, el diablo hecho hombre. Invisible Children ha producido la natividad de Satán, sacando de las profundidades de Africa un caso ejemplar que sirve para movilizar las fuerzas del bien en el mundo. La profesionalidad de los artistas plásticos y audiovisuales, siendo grande, no es el hecho más notable de toda esta campaña. Lo excepcional está en el concepto intelectual y político que significa revertir el procedimiento de la fama. Conocíamos casos en que alguien que había destacado por su actividad violenta o criminal se convertía en un icono universal gracias a las ideas o valores que decía defender con sus acciones brutales. En este caso estamos ante el procedimiento inverso: lanzamos a la fama a un criminal de masas para que encarne en toda su crudeza el mal que ha perpetrado y poder entregarlo así a la justicia. Kony es una estrella del pop, estrella oscura y pestilente como su alma, pero estrella al fin. La operación es arriesgada, sin duda. Se entiende perfectamente que surjan las dudas y las críticas. Pero no se pueden negar ni la valentía ni el sentido del riesgo de sus promotores, tampoco su carácter pionero como experimento comunicativo. Si Kony termina ante el fiscal Luis Moreno Ocampo, como muchos deseamos, quedará abierto un camino, de tránsito polémico y difícil, pero muy interesante para futuras actuaciones políticas y reivindicativas del signo que sea. La campaña Kony 2012 es una nueva forma de movilización global de las opiniones públicas inédita hasta ahora y capaz de levantar alrededor de una causa a una velocidad desconocida a millones de personas. Aunque, ¡cuidado!, si esta vez es una buena causa, igual la siguiente no lo es tanto.



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12 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El reflujo

Tras el primer golpe de mar, la resaca remata la faena. Hace justo un año pegó el tsunami, en Japón el 11 de marzo, con los resultados que ya conocemos: además de casi 16.000 muertos, 3.200 desaparecidos y de cuantiosas pérdidas en las regiones costeras, se produjo el mayor accidente nuclear desde Chernóbil y la devastación de una entera región alrededor de la central de Fukushima. Llevaba una carga doble: era el segundo percance atómico de la historia y también el mayor temblor de tierra en Japón desde que funcionan los registros.

Cuando temblaron las profundidades a 60 kilómetros de la costa, otro terremoto, este político, estaba ya barriendo la superficie del planeta desde el Atlántico hasta el golfo Pérsico. Habían caído dos dictadores, el de Túnez y el de Egipto; dos más estaban en el disparadero, los de Libia y Yemen; ningún rincón del mundo árabe quedaba fuera de la oleada de protestas; prendía la guerra civil en Libia y empezaban las matanzas en Siria. Y otro terremoto más, este económico, que llevaba también azotando desde 2008 al menos, situaba al borde de la quiebra a los países de la periferia del euro y en la zona de peligro a la propia moneda única. En pocas ocasiones un fenómeno natural actúa como imagen tan plástica del acontecer del mundo, sometido a un momento excepcional de aceleración, a un brusco desplazamiento de los centros de poder y a unas crecientes dificultades para gobernar la globalidad desde las estructuras de las instituciones realmente existentes: los Estados nacionales y la arquitectura internacional surgida de la Segunda Guerra Mundial. Las cámaras infinitas con las que nos vigilamos a nosotros mismos se encargaron de grabar las imágenes de la inmensa catástrofe, que nos dieron la idea de cómo podía ser el fin de la civilización humana, es decir, de nuestro mundo. Con Fukushima quedó claro que terminaba una época y empezaba otra nueva, un mundo distinto. Podemos esperar que sea mejor porque no tendremos otro y sería vano compadecerse. Pero ya sabemos que no será fácil acomodarse. Será difícil organizar el suministro de energía, atrapados entre Putin y Arabia Saudí, con menos nucleares y sin dinero público para renovables: sufrirán los piadosos objetivos de limitación de emisiones establecidos en Kioto. No menos difíciles serán las transiciones de los países árabes a la democracia allí donde finalmente se saquen de encima las viejas estructuras. Por no hablar de la salida de la crisis en Europa, donde costará asegurar el mantenimiento del nivel de vida y los sistemas de bienestar. Ahora, un año después, se nota el reflujo. La salida no será verde. De las dictaduras policiales podemos pasar a unas democracias islamistas escasamente liberales como en Pakistán. Y en vez de un capitalismo reformado, nos quieren dar las dos tazas reglamentarias del de siempre.



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12 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El derecho a hacer la guerra

Las revueltas en Siria y el programa nuclear de Irán renuevan el interés e incluso la necesidad del viejo pero siempre vigente debate sobre la guerra justa. ¿En qué condiciones puede alguien declarar la guerra contra el régimen de Bachar el Asad o contra el del ayatolá Ali Jameneí? El primero está perpetrando horribles matanzas entre su población, con uso de armamento pesado, ejecuciones sumarias y uso de la tortura. La dictadura clerical de Teherán, que ha amenazado a Israel y hace explícito su deseo de borrarlo del mapa, está culminando un programa de fabricación de uranio enriquecido que fácilmente puede darle acceso al arma atómica.

Hay una tabla de condiciones para empezar una guerra justa que, con pequeñas variaciones, puede fijarse en seis puntos: la causa debe ser justa, debe decidirlo la autoridad legítima, el objetivo debe ser correcto, hay que agotar todos los medios pacíficos antes de declararla, la acción debe ser proporcionada y hay que contar con altas probabilidades de éxito. Estamos hablando del derecho a empezar una guerra, que inmediatamente se convierte en el derecho durante la guerra, es decir, en resolver el problema de cómo librar una guerra justamente. Es la distinción escolástica, expresada en latín, entre ius ad bellum (derecho a la guerra) y ius in bello (derecho en la guerra), especialmente útil para la guerra de Afganistán, que se acomoda a los criterios de la guerra justa cuando se declara y no en cambio en su desarrollo posterior. Como la intervención de la OTAN en Libia, ajustada a los seis criterios cuando el Consejo de Seguridad autoriza la intervención aérea para proteger a la población y discutible a medida que la actuación internacional se dirige a vencer y derrocar a Gadafi. La teoría de la guerra justa estuvo especialmente en boga cuando George W. Bush decidió atacar a Sadam Husein esgrimiendo el peligro de unas armas de destrucción masiva que podían constituir una amenaza inminente para Estados Unidos y sus aliados. La de Irak en 2003 quedará como ejemplo de guerra injusta: no era justa la causa, no fue declarada por una autoridad legítima, no era correcto el objetivo, había mucho trecho a recorrer en la inspección de Naciones Unidas sobre las armas de destrucción masiva antes de declarar la guerra, no hubo un uso proporcionando de la violencia, y tampoco había altas probabilidades de éxito. Difícil de superar. Ahora se plantean dos nuevos casos, próximos geográficamente pero alejados en cuanto a las amenazas. Con Siria, la justeza de la causa es evidente: nada puede ser más justo que terminar con las matanzas de civiles. La primera dificultad se plantea respecto a la autoridad legítima: Rusia y China van a vetar cualquier resolución del Consejo de Seguridad que autorice el uso de la fuerza. Sin ella, la guerra carece de cobertura jurídica. El objetivo bélico, que no puede ser sino el derrocamiento del régimen, se acomoda a la tabla. También la siguiente condición: se han agotado todos los caminos diplomáticos. Las dos últimas condiciones, uso proporcionado de la fuerza y altas probabilidades de éxito, se podrían cumplir, porque los países implicados tienen los medios para hacerlo, pero solo en caso de que se cumplieran las anteriores. Cinco a uno. En el caso de Irán, en cambio, la primera discusión versa sobre la delimitación del peligro efectivo que supone el programa nuclear iraní. Para el Gobierno de Israel significa una amenaza existencial, que Netanyahu vincula a la repetición de un Holocausto como el que sufrió la población judía europea hace 70 años. Para muchos otros gobiernos, el de EE UU entre otros, la amenaza no es inminente, porque Irán no dispone todavía de la bomba y se halla tan solo entrando en la llamada zona de inmunidad, momento en que ya no es posible evitar que llegue a obtenerla. La exigencia de una autoridad legítima es un problema menor para Israel y también para EE UU, porque se consideran con plena legitimidad para actuar sin permiso ni cobertura de la ONU; lo que no es el caso de la mayoría de los países europeos. Está claro que acudir a la guerra no es el último recurso, y en este punto también divergen Washington y Jerusalén: Obama cree que la diplomacia tiene margen todavía, mientras que Netanyahu está ansioso por atacar. Parece fácil de cumplir que el objetivo, la destrucción de las instalaciones, sea el correcto; así como que el uso proporcionado de la violencia, ataques aéreos muy bien calculados, sea el proporcionado; aunque quedan dudas sobre las probabilidades de éxito: algunos expertos creen que solo la instalación de un régimen pro-occidental en Irán permitiría dar por anulada la amenaza. Cuatro a dos en el mejor de los casos y dos a cuatro en el peor. Y, sin embargo, lo más probable es que no haya guerra contra Asad y sí contra Ahmadineyad.



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8 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Kissinger ya estaba allí

Estuvieron hablando una hora entera en un pequeño pabellón dentro del complejo presidencial. Mao Zedong, de 79 años, estaba ya muy enfermo. Al presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, de 59, le acompañaban su consejero de Seguridad y sigiloso artífice del viaje, Henry Kissinger, y el asistente de este último, Winston Lord. Al chino, su primer ministro Zhou Enlai y su intérprete personal, Tang Wensheng, Nancy para los americanos, la única persona que iba traduciendo las palabras de uno y de otro.

Las frases que se cruzaron fueron sobre todo mutuos elogios no exentos de ironía, más por parte del chino. ?Mis escritos no son nada, no hay nada instructivo en ellos?, dijo Mao ante las palabras aduladoras del presidente americano. ?Los escritos del presidente levantaron una nación y han cambiado el mundo?, le respondió Nixon. ?Yo solo he podido cambiar unos pocos pueblos en las afueras de Pekín?, le contestó el anciano. Mi episodio preferido de este momento estelar de la historia de la humanidad se refiere a las elecciones presidenciales en las que venció Nixon: ?Yo voté por usted?, le dijo Mao, ?me gustan los derechistas?. Al terminar la entrevista, el presidente chino le dijo a su médico: ?Habla claro y no se anda por las ramas, no como los izquierdistas que dicen una cosa y luego hacen otra?. Sucedió hace 40 años, el 21 de febrero de 1972, el primer día del viaje presidencial que culminaría una semana más tarde con el comunicado de Shanghái, el documento conjunto por el que los dos países normalizaban sus relaciones. Lo ha contado Kissinger en múltiples ocasiones, en sus memorias de su época en la Casa Blanca y ahora en el reciente libro 'Sobre China'. Fue ?la semana que cambió al mundo?, según el muy exacto subtítulo de otro libro imprescindible, 'Nixon and Mao', de la historiadora Margaret MacMillan. La integración de China en la economía global, su ascenso como superpotencia y mucho antes la victoria occidental en la guerra fría frente a la Unión Soviética no se explican sin el viaje audaz que llevó a Nixon y Kissinger hasta Pekín. Fue un encuentro de dos malos bien malos, el presidente tramposo que apenas dos años después se vería obligado a dimitir por las escuchas ilegales del caso Watergate y el líder de un partido totalitario, responsable de millones de muertes por hambrunas y matanzas durante la Revolución Cultural. Y sin embargo, con el tiempo esa escena no ha hecho más que crecer en dimensión histórica e incluso mitológica. Sus actores son ya personajes de otra época: no hay dirigentes así, ni nadie podría imaginar que dos países enemigos pudieran realizar una apertura tan súbita y espectacular. Queda Kissinger, es verdad, fiel a sus ideas seminales, que propugna la creación de una comunidad del Pacífico con China al estilo de la relación transatlántica en vez de derivar hacia una rivalidad polarizadora y conflictiva.



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5 de marzo de 2012
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El Boomeran(g)
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