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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sin hoja ni ruta

Todos buscamos una hoja de ruta que nos saque del pozo. Para los eurobonos esta pasada noche en Bruselas. O para salir del avispero de Afganistán, hace unos días en Chicago. El mayor inconveniente de esta idea luminosa que nos proporciona una guía sin pérdida posible es que lleva incluido el fracaso en su propio origen. Ahora mismo se cumplen diez años de la hoja de ruta que popularizó la expresión, la hoja de ruta por excelencia que debía conducir a la paz entre israelíes y palestinos en tres años, en 2005 exactamente. En un año, cese de toda violencia, congelación de los asentamientos y reformas políticas y celebración de elecciones en la parte palestina; en otro, restauración de relaciones entre Israel y los países árabes y conferencia internacional para resolver todas las condiciones para la creación del estado palestino, incluyendo las económicas; y en un tercero más, negociación de fronteras definitivas, asentamientos en Cisjordania, refugiados palestinos y Jerusalén.

Ni siquiera se inició la carretera que lleva al primer año, tal fue el tamaño del fracaso. Podríamos utilizar una expresión menos usada, pero si las hojas de ruta salen una y otra vez de la boca de los responsables políticos ante los problemas más variados y difíciles por algo será. Una explicación podría ser que hablamos de hojas de rutas, road maps en su expresión original, precisamente porque estamos totalmente desorientados y no sabemos ni dónde estamos ni hacia dónde hay que tirar. Como si su repetición a título de oración terminara haciendo llover sobre nosotros los mapas de los que carecemos tanto los ciudadanos como, lo que es mucho peor, los dirigentes. Algunos incluso lo dicen sin rebozo: nos adentramos en territorio desconocido y no tenemos ni idea de hacia dónde vamos. Practican entonces la navegación a vista, guiados por las citas electorales o las encuestas que miden su popularidad, el grado de aceptación de las medidas que propugnan o las expectativas electorales. En casos muy singulares, como es el de Rajoy, la presión es más inminente, a vista de 24 horas, y material, porque son las necesidades de liquidez de los bancos o incluso de las administraciones las que guían cada movimiento y declaración, atendiendo así a la prima de riesgo y a las oscilaciones del Ibex 36 y en ningún caso a objetivo alguno que no sea llegar vivo al día siguiente. Utilizar la expresión hoja de ruta para el caso de Afganistán, como hizo Obama en Chicago, es así tan pertinente como descorazonador. De la misión que llevó a la OTAN al país afgano hace diez años solo se sabe una cosa: tuvo la cobertura legal del Consejo de Seguridad y fue en respuesta a los ataques del 11-S organizados por Al Qaeda desde sus bases en el país de los talibanes amigos. Una vez derrocados los talibanes, tan pronto como en el mismo 2001, poco se puede decir de los objetivos o de los resultados durante estos diez años ni ahora mismo porque siempre han sido confusos y nadie ha conseguido explicarlos. El actual presidente, adversario de la guerra de Irak pero partidario de la de Afganistán, supo pronto que no se obtendría más estabilidad ni garantías de un Estado viable en un año que en diez. Declararse vencedor y partir, que es lo que quieren hacer todos los presidentes, era imposible. De ahí esa hoja de ruta, aprobada en la cumbre de Chicago, sin más objetivo ni propósito que terminar ordenadamente de una vez y dejar atrás esos diez años de guerra, la más larga jamás librada por Estados Unidos. No va a ser fácil. Pakistán está en el origen de todo y también estará en el final. Su frontera está ahora cerrada a los suministros a Afganistán, en respuesta a la matanza de 24 soldados paquistaníes en noviembre por bombardeos estadounidenses. Sacar a los 130.000 soldados que tiene la OTAN, y sobre todo su colosal impedimenta, requiere de estas vías que han visto incrementado súbitamente su coste: los paquistaníes cobraban unos derechos de paso de 250 dólares por camión antes de la matanza y piden 5.000 ahora. Hace falta dinero para irse y también hace falta para dejar la seguridad en manos del nuevo ejército afgano al que hay que formar. Eso es lo que Obama pidió a los aliados en Chicago, aunque su preocupación mayor fue que la retirada prematura de Francia no fuera el cornetín de desbandada para los otros aliados, todos ellos sometidos a unas restricciones presupuestarias que han mermado cualquier vocación de intervención exterior. La OTAN sabe o cree saber lo que va a hacer en Afganistán, pero en Chicago también se ha desentendido claramente de la matanza en Siria. Ahí ya no sabe nada. Y de lo que no se puede hablar, mejor callarse del todo. Así parece creerlo una Alianza que se decía guiada por unas ideas y unos valores discretamente arrumbados en la navegación a vista, que es lo habitual cuando no hay ni hoja ni ruta.



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24 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cien días

Nueva moda, inédita en los anales. Los cien primeros días no del Gobierno, sino de la oposición. Después de la herencia recibida, la oposición a la oposición. Y nada mejor que exigir resultados desde el gobierno a quien gobierna la oposición. Cuando la oposición critica, herencia recibida. Cuando ofrece consenso, descalificación por un balance desastroso, no ya del período en que gobernaron sino del nuevo período en que no gobiernan.

Gobernar sin oposición. Ofrecer como único pacto la adhesión incondicional a lo ya decidido. Esta es la fórmula que se desprende de la aritmética parlamentaria: las mayorías absolutas sirven para esto. Para utilizarlas sin necesidad de mendigar ni un solo voto a nadie. Todo esto no basta para explicar la estrategia invertida de un Gobierno que no puede prescindir de la herencia ajena y pide resultados efectivos a la oposición que no gobierna. Si así sucede es porque este Gobierno ya tiene herencia propia y sus cien días como los 50 siguientes del Gobierno no son precisamente brillantes. Cuando no hay mérito propio, hay que esforzarse por proyectar la culpa sobre los otros. Tiene por delante todavía tres años y medio de legislatura, pero parece y habla ya como un gabinete amortizado. Está satisfecho por lo que ha hecho porque cree que no se podía hacer otra cosa. También con Bankia, al parecer. O con la ocultación de los déficits autonómicos. Le sorprende la falta de resultados: que su actuación no haya sido mano de santo, que los mercados o que las instituciones europeas no le hayan erigido ya un monumento de liquidez y crecimiento. Quizás será que ha hecho poco o mal, pero ni siquiera quiere imaginarlo. Todo lo pone en la cuenta del desgaste por la crisis, a compensar con las debidas transferencias de responsabilidades a la oposición. Pero nada de quejas: Merkel y el Banco Central podrían malinterpretarlas. En eso Rajoy sigue fielmente el guión de Sarkozy. Que es el mismo que Aznar siguió con Bush. Arrimarse al árbol que da más sombra. Sin darse cuenta de que el gran árbol puede ceder o cambiar en algún momento. La victoria de Hollande es buena, sí, porque así Angela se echará en brazos de Mariano. Para nada más. Todo se fía al final a la comprensión ajena con los esfuerzos propios. Hemos hecho lo que debíamos, no vamos apoyar nada que desagrade al poderoso, sean eurobonos, estímulos al crecimiento, plazos más amplios para cumplir con el déficit, o sobre todo, liquidez del banco central: eso último lo pediremos discretamente, que se entienda sin que nos lo puedan reprochar. A quien ha hecho lo que debe no se le puede pedir más. Ha culminado su trabajo y solo le queda recoger la cosecha. ¿Y si no hay cosecha? ¿Y si la tempestad sigue y sigue? ¿Y si ha sido este Gobierno quien ha terminado contribuyendo con su parte al vendaval? ¿Y si al final no hubiera nada tan parecido a un Gobierno español como el siguiente Gobierno español de signo distinto? Queda la teoría del pacto, cuya popularidad crece a tanta velocidad como se expande la gangrena. La ventaja de los cien días de la oposición es que nos permite mandar a todos, a los dos grandes partidos y también a los otros, cada uno con su herencia consolidada, cada uno con su incapacidad de consenso, al rincón de castigo donde terminan tejiéndose por desesperación muchos consensos. Ahora no quieren, ni pueden, pero tal como van las cosas lo mejor que les puede pasar y que nos puede pasar a todos es que tengan todavía tiempo para querer este consenso de forma ferviente y efectiva en algún momento. Cien días son los que Napoléon tardó en recuperar el poder a su vuelta del extrañamiento en la isla de Elba. Son también el período de trabajo en que Roosevelt acometió las reformas para frenar la Gran Recesión. No se sabe cuáles son los logros de Rajoy en sus cien días ni en sus cientocincuenta, pero sí sabemos de su interés enorme en saber qué ha hecho Rubalcaba en los suyos. Recuperado un consenso como el que consiguió Adolfo Suárez, bastarían cien días para saber si este país tiene todavía salida o está condenado a despeñarse sin que cese la pelea eterna y el griterío entre romanos y cartagineses.



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21 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Viejos rockeros políticos

París siempre sorprende. Ni en la pendiente pierde su poder de fascinación. Por segunda vez consecutiva, un presidente de la República efectúa una misma jugada, llena de significado político e incluso generacional. Ante los peores tiempos, los mejores políticos: Sarkozy se sacó de la manga a Alain Juppé, y Hollande hace lo propio con Laurent Fabius, para ocupar la segunda cartera en importancia del Gobierno, detrás del primer ministro. El Quai d?Orsay, el palacio en la orilla del Sena y vecino de la Asamblea Nacional, está cargado de historia y de simbolismos sobre la proyección mundial de Francia y alberga uno de los cuerpos diplomáticos más experimentados y eficaces del mundo. De ahí que sea una apuesta mayor situar al frente a un peso pesado del partido mayoritario, aunque sea en ambos casos un auténtico adversario del presidente.

Alain Juppé, de 67 años, había sido ya ministro de Exteriores y primer ministro, apoyó a Jacques Chirac en la campaña presidencial frente a Edouard Balladur, en 1995, y habría sido él mismo candidato presidencial si la mala fortuna no hubiera cargado sobre sus espaldas los pecados de financiación ilegal debidos a su líder. Chirac le llamaba ?el mejor de todos nosotros?, algo que removía las entrañas del ambicioso Sarkozy, que apoyó a Balladur. Cuando la joven promesa neogaullista llegó a la presidencia, no dudó en recurrir a sus servicios, primero como ministro de Defensa y luego de Exteriores, en sustitución precipitada de Michelle Alliot-Marie, pillada en su interesada amistad con el dictador tunecino Ben Ali. Laurent Fabius, de 66 años, fue el niño mimado de François Mitterrand, que le nombró ministro del presupuesto de su primer Gobierno en 1981. Fue su segundo primer ministro de 1984 a 1986. Y era evidente en aquel entonces que le lanzaba a una carrera presidencial que luego nunca se llegó a concretar. Volvió a ser ministro de Estado con el Gobierno de Lionel Jospin. Siempre observó al joven François Hollande por encima del hombro y en los últimos tiempos con la inquina que proporciona la auténtica rivalidad. Pero el mayor enfrentamiento con quien era el secretario general del PS se produjo con motivo del referéndum sobre la Constitución europea, en el que propugnó el voto negativo, en contra de la consigna de su propio partido. Muchos atribuyen a Fabius la victoria del no y buena parte de los males que de ella se siguieron. Jugadas similares no son posibles en todos los países. Se han visto en Italia, en Israel o también en Alemania con Schäuble. Por supuesto, jamás en España, donde las quemaduras del ejercicio del gobierno se consideran definitivas e irreversibles. Ni en mitad de una crisis de caballo, que se puede llevar por delante a instituciones y políticas fundamentales, alguien podría imaginar apuestas como las que París ha hecho tanto con Sarkozy como con Hollande.



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19 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Modesta Francia

La llegada de François Hollande a la más alta magistratura de Francia no casa muy bien con los tópicos sobre la arrogancia francesa. Esta disonancia se observa en todos y cada uno de los elementos que explican y conducen a la segunda presidencia de un socialista en la V República después de los 14 años de reinado de Mitterrand. En su personalidad de dirigente gris y subestimado por la pléyade de barones socialistas íntimamente convencidos tanto de su propia superioridad como de su destino presidencial. En su historia personal de secretario general del Partido Socialista durante 11 años, al servicio de la unidad del partido y de las ambiciones ajenas, incluidas las de quien fue su pareja y madre de sus cuatro hijos, Ségolène Royal. En su historia política como candidato: su carrera es lo que más se parece a una imprevisible y accidentada contienda, culminada con la caída de Dominique Strauss-Kahn a los infiernos, en la que han contado ante todo su cabeza fría y sus pies muy firmemente asentados en el suelo. E incluso en el combate final contra Nicolas Sarkozy, victoria de la humildad y la contención ante la voluntad de poder y la fuerza expansiva.

Pero la nueva modestia presidencial también se manifestó en la primera y solemne jornada presidencial, el día del traspaso de poderes en que el presidente saliente hace entrega de las claves secretas del mando, incluida la del arma nuclear. No hubo un sol radiante que acogiera al presidente electo y convocara a los franceses a vitorearle en el trayecto de su coche descapotable. Tuvo que aguantar el aguacero sin paraguas ni gabardina primero en el vehículo y luego a pie firme. Y como culminación, un rayo atravesó el avión que le llevaba a Berlín, y le obligó a regresar a tierra y tomar otra aeronave, como un aviso de los tiempos difíciles en que le ha tocado regir los destinos de Francia. A diferencia de Mitterrand, que envolvió su primer día presidencial de épica socialista y francesa, Hollande optó por cumplir con todas sus obligaciones ceremoniales sin aspavientos. De su cosecha introdujo dos homenajes, a Jules Ferry, el ministro de Educación que introdujo la escuela pública, laica y gratuita, y a Marie Curie, premio Nobel de Química y Física y emblema de la investigación científica francesa, buena lección cuando muchos países europeos están de recortes presupuestarios para la enseñanza y la ciencia. No pudo, es cierto, ahorrarse cierta solemnidad: le recibieron 21 salvas de artillería, tuvo que escuchar la Marsellesa en seis ocasiones, pronunció cinco discursos y dio una conferencia de prensa conjunta con la canciller Merkel. Pero en todas sus palabras inaugurales puede captarse el espíritu de esta nueva modestia francesa. Está en su idea presidencial, tras cinco años de un poder excesivo y asfixiante para el primer ministro y su Gobierno: ?Estableceré las prioridades pero no decidiré todo, ni en lugar de todos. De acuerdo con la Constitución, el Gobierno determinará y conducirá la política de la nación?. También en las formas: ?El poder del Estado se ejercerá con dignidad pero con sencillez. Con una gran ambición para el país y una escrupulosa sobriedad en los comportamientos?. O en los nombramientos, un clásico de los caprichos presidenciales: ?Las normas de nominación de los responsables públicos se regularán y la lealtad, la competencia y el sentido del interés general serán los únicos criterios para determinar mis decisiones para escoger a los más altos servidores del Estado?. Este es un hombre que solo muy recientemente se ha habituado a manejar la primera persona del singular después de sacrificarse detrás del 'nosotros' socialista durante cuarenta años. No es una anécdota gramatical: el narcisismo de tantos dirigentes políticos, Sarkozy el que más, es ajeno al nuevo presidente. De ahí que, en el único debate electoral, sonara tan verdadera y eficaz a oídos de los franceses la frase repetida una y otra vez en la que ya se situaba en la función presidencial: ?Yo, presidente de la República?. Su modestia es también ideológica, al servicio de los más modestos: ?No puede haber sacrificios para unos, cada vez más numerosos, y privilegios para otros, cada vez menos numerosos?. Modestia no significa falta de ambición. Hollande la tiene. Y no es únicamente francesa, sino europea y universal, en consonancia con la historia y los principios de la República que preside. Modestia no significa tampoco rigor. O al menos no solo rigor. Hollande ha pedido para Europa tres cosas: proyecto, solidaridad y crecimiento, las tres cosas que olvida la Europa de los recortes promovidos por Nicolas Sarkozy y Angela Merkel. La modestia parecía un defecto en la época de la burbuja, pero es una virtud elevada y difícil en época de crisis. En su ensayo 'Modesta España' la predica Enric Juliana para nosotros. François Hollande, presidente de una Francia tenida siempre por arrogante, la predica también para los franceses y la ofrece como ejemplo para europeos, españoles incluidos.



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17 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Rumbo a lo desconocido

Navegamos rumbo a lo desconocido. No lo dice un pasajero susceptible ni un grumete parlanchín. Lo dice el capitán: "Será la primera vez que nos adentraremos en un escenario desconocido". La metáfora sirve para todos los niveles de gobierno con que contamos: para Europa, para España y para Cataluña. Pero no la utilizan los múltiples y descoordinados capitanes de la Unión Europea, ni el sigiloso y sombrío timonel que aparece al mando de la nave de España, sino el comandante del también agitado bajel catalán, en una comparecencia parlamentaria de la pasada semana que ha tenido muy escasa resonancia en los medios, eclipsada por el alud de noticias que nos llegaban de Bruselas, de París, de Atenas y sobre todo de esa balsa de Medusa en que se ha convertido el naufragado sistema financiero español.

Es una frase curiosa. La primera obligación del patrón de una nave es saber a dónde lleva su barco y su gente. No debiera permitirse frivolidades de augur o de observador distanciado. Si tiene dudas sobre el feliz final de su viaje debe callárselas para sí mismo. Sembrar el desconcierto entre la tripulación y el pasaje subrayando su desconocimiento sobre lo que se le viene encima es todo lo contrario a lo que se espera del capitán de un buque. Pero tiene razón y eso es lo grave. El presidente catalán, Artur Mas, ganó las elecciones con la promesa de un "nuevo pacto fiscal en la línea del concierto económico vasco", expresión suficientemente larga, matizada y compleja como para que podamos saber a qué se refiere exactamente. Aseguró que inauguraría con ello una "transición nacional", otra expresión en la que ya desgranó la idea de un viaje sin puerto de llegada claro ni preciso. Su partido, Convergència Democràtica, concretó en su congreso cuál era el puerto soñado: la independencia, es decir, la secesión de España. Este pasado jueves 19 de mayo, en sesión plenaria del Parlamento catalán, sacó una nueva carta de navegar con una ruta muy precisa, inmediata y perentoria: en julio se votará el mencionado pacto fiscal en la cámara catalana; en septiembre se le propondrá al gobierno español y se abrirán a continuación una semanas de negociación; antes de final de año, "se tomará una decisión definitiva". El diputado de Esquerra Republicana interpelante había sido muy apremiante en su petición. "Usted puede hacer un paso claro para conseguir la hacienda propia catalana (?) porque tiene mayoría en esta cámara y hacerlo es una cosa muy sencilla: que su Gobierno les diga a los ciudadanos de Cataluña dónde deben ingresar sus declaraciones de la renta y su IVA". He ahí una iniciativa de comprensión clara pero de aplicación extremadamente confusa y desconcertante, sobre todo para quienes tienen que pagar los impuestos. No es una propuesta extraña viniendo de un partido acostumbrado a gozar de las ventajas de estar en el Gobierno sin dejar de hacer oposición. Lo extraño es que le guste a un partido de Gobierno: "Yo no discrepo del fondo que usted plantea", le respondió el presidente catalán. La determinación del capitán ante el escenario desconocido es absoluta. Artur Mas aseguró que la creación de una Hacienda propia es irrenunciable. "Cataluña tendrá hacienda propia por la vía del pacto o por la vía, digamos, de la propia decisión", señaló. Algo que "nunca se había planteado de esta manera por parte de ningún Gobierno de Catalunya", subrayó para convencer al diputado de ERC. Es la vía del unilateralismo, la decisión autónoma e independiente de cualquier otra instancia o nivel de gobierno europeo o español. Hay mucha experiencia sobre los rumbos solitarios, Sonderweg le llaman los alemanes. Mas cree que es un camino desconocido. Historiadores acreditados dicen que no lleva a ninguna parte. "Generalmente hemos dicho basta en el peor momento, cuando la coyuntura no era desfavorable, cuando había pasado el punto dulce de nuestra fuerza o de nuestra razón. Tiene la culpa de esa falta de acuerdo, sin duda, el debilitamiento del seny en las clases dirigentes". Fue Vicens Vives quien escribió estas frases en Noticia de Cataluña, hace más de 50 años. Acaba de reditarse en castellano (Destino) y sería muy conveniente que algunos la releyeran y otros la leyeran por primera vez.



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15 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El monarca apresurado

El presidente que elige Francia cada cinco años es un monarca apresurado. Que es monarca aunque sea de una República no ofrece duda alguna a los franceses, que cuentan entre las excepciones que diferencian a su país la de elegir a un presidente dotado de la pompa y circunstancia, los poderes e incluso los privilegios de un auténtico soberano reinante. Que es apresurado lo demuestra también la rapidez con que se resuelve la sucesión de un presidente al otro, en abierto contraste con la demora de la república que ha sido siempre espejo y a veces contraste de la francesa.

Estados Unidos elige a su presidente el primer martes después del primer lunes de noviembre y hasta el 20 de enero siguiente no suele producirse la solemne toma de posesión, The Inauguration, de forma que la primera potencia mundial se encuentra durante más de dos meses en una situación de transición de complejas repercusiones políticas. Basta saber, estadística en mano, que es el periodo de mayor riesgo para el país, sobre todo internacional. Francia resuelve su transición presidencial en 10 días. Si pudiera, todavía utilizaría menos, tanta es la premura del tiempo. En la noche de la victoria, apenas proclamados los resultados, todos los espadachines están ya en campaña para las elecciones legislativas que se celebrarán los días 10 y 17 de junio. El presidente entrante quiere una mayoría de su propio color, que le permita aplicar su programa; mientras que los amigos del presidente saliente quieren mantener su vieja mayoría para forzar una cohabitación que ate las manos del que se acaba de instalar. La urgencia del calendario no deriva únicamente de la política interior. La fecha electoral coincide con uno de los picos anuales de la reunionitis internacional. El G-8, el G-20, la OTAN y la permanentemente agitada y reunida UE llenan el calendario del recién elegido sin darle respiro en cosa de 15 días. En pocas horas hay que cambiar de chip y pasar de las promesas electorales y los achuchones populares a las expresiones medidas y los saludos protocolarios de la alta diplomacia. En el caso de François Hollande, que no ha formado parte de ningún Gobierno ni ha pisado hasta ahora las gruesas alfombras de la escena mundial, el contraste es más acusado. La expectación ante el desconocido es enorme. Sobre todo por la dimensión de los rompecabezas que encontrará ante sí, empezando por la crisis europea, con el brazo griego inflamado y el español infectado por el agujero de Bankia. Pero donde toda Europa le observa con atención y suspense es en su relación con Angela Merkel, a la que deberá convencer de que los europeos no devolverán nunca sus deudas si no crecen y no crecerán si solo se les sigue recetando una y otra vez la fórmula del dolor y del recorte. El monarca apresurado tiene que darse prisa.



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14 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Zigzag

Basta una palabra para designar la asombrosa maniobra política protagonizada por el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu entre la noche del lunes al martes en Israel. Los israelíes se acostaron convencidos de que el 4 de septiembre se celebrarían las elecciones que había anunciado el primer ministro tras la disolución anticipada del parlamento o Knesset, y el martes por la mañana se levantaron con las noticias de la suspensión de la convocatoria electoral y la formación de un gobierno de coalición, el más amplio de la historia de Israel, que permitiría a Netanyahu terminar tranquilamente la legislatura y celebrar las elecciones a finales de 2013.

La nueva coalición a la que se ha incorporado el partido Kadima, fundado por Ariel Sharon en 2005 tras abandonar el Likud y dirigido ahora por Shaul Mofaz, contará con 94 diputados de los 120 que tiene la Knesset, donde apenas tendrán peso las voces de la oposición, los laboristas por ejemplo, y su nueva líder, Shelly Yachimovich. Ella es quien ha acertado al escoger la palabra, zigzag, aunque es mucho menos seguro que haya acertado al considerar este brusco quiebro político como el más "ridículo de la historia política de Israel". Más probable es que el movimiento de Netanyahu pase a los anales como una jugada maestra en el inextricable ajedrez político israelí y medio-oriental. Hay datos objetivos, más allá de especulaciones y conjeturas, sobre las ventajas de la maniobra efectuada con nocturnidad y alevosía. La disolución anticipada no era ningún disparate, pues Netanyahu aspiraba a mejorar su anterior resultado electoral y a superar ampliamente a Kadima, el partido de la oposición, actualmente con 28 diputados, uno más que el gobernante Likud. El adelanto iba a facilitarle una ampliación de su base parlamentaria, con algunas incertidumbres sobre la evolución de los laboristas, la nueva formación progresista encabezada por el periodista televisivo Yair Lapid o el destino electoral de Tzipi Livni, ex ministra de Exteriores recién apeada de Kadima y resuelta a envidar de nuevo en la cancha electoral. Netanyahu empezó esta legislatura encabezando el gobierno más derechista de la historia de Israel, en el que cuenta con un ministro de Exteriores como Avigdor Lierberman que roza frecuentemente la xenofobia y el racismo; y pretende ahora terminarla con el gobierno de más amplio espectro y abiertamente equilibrado hacia el centro. Su base al principio era estrecha y fragmentada; ahora es amplia y cohesionada por el acuerdo entre Likud y Kadina, las dos fuerzas con más diputados. Hasta ahora apenas se le conocía otro programa más que mantener un permanente inmovilismo en el momento de mayor cambio geopolítico en toda la región; y ahora concreta con su nuevo socio un programa de cuatro puntos, que afectan a cuestiones centrales de la vida política israelí: limitar los privilegios de los religiosos ultraortodoxos ante el servicio militar, cambiar la ley electoral para acotar la fuerza de los pequeños partidos, modificar los presupuestos con mayor énfasis en políticas sociales y reabrir el proceso de paz con los palestinos. Cada uno de estos puntos es crucial para el futuro de Israel. No es posible que el creciente peso demográfico de los ultraortodoxos no se traduzca en responsabilidades cívicas, la del servicio militar entre otras. Es muy difícil tomar decisiones estratégicas, como son los acuerdos de paz, con la fragmentación parlamentaria actual. La creciente agitación social israelí, mostrada el pasado año con sus propios indignados, constituye un serio foco de preocupación. Finalmente, no habrá futuro para Israel en un contexto demográfico como el árabe si no se aprovechan muy rápidamente las últimas oportunidades de paz que puedan quedar abiertas.Un programa así, con año y medio por delante, es más consistente que todo lo que ha hecho Bibi en esta legislatura, que es comprar tiempo y driblar tanto a sus socios y amigos como a sus adversarios, con Obama en cabeza. A pesar de todo, el zigzag nocturno deja una enorme sensación de engaño y alimenta todos los escepticismos, ya habituales cuando se trata de esta región. La maestría táctica se acerca en muchas ocasiones a la exhibición del cinismo como virtud. Tiene por tanto su lógica buscar bajo la cama del acuerdo nocturno el auténtico motivo del gobierno de unidad nacional. Este tipo de gobiernos se hacen antes de declarar una guerra. Ahora con Mofaz, hay tres ex jefes de Estado Mayor dentro de este gobierno. Y luego están las elecciones estadounidenses de noviembre, que dan explicaciones para todo y para nada. Si se disuelve es para reforzarse ante una victoria de Obama. Si se hace un gobierno de unidad nacional, es para atacar a Irán sin que Obama pueda impedirlo antes de las elecciones. La única realidad es que con el zigzag este primer ministro es ahora más fuerte. Para clausurar asentamientos en Cisjordania y para ampliarlos. Para plantar cara a las sentencias del Tribunal Supremo sobre las colonias o para aplicarlas. Para hacer la guerra o para hacer la paz. Y solo los fuertes pueden hacer auténticas concesiones.



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10 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El hombre de la rosa

La regla se cumple. Nadie escapa a la crisis. No hay hiperpresidente que valga. De poco sirve la agitación permanente. Todavía menos un carácter dominador y despreciativo, capaz de devorar en unos meses todo el capital político acumulado durante una entera carrera política. Ese hombre que hizo su ascensión según los mejores cánones del maquiavelismo político se ha encontrado incapaz de seguir los consejos del florentino en cuanto se ha encontrado encumbrado y ensalzado como el hombre más poderoso de Francia. Así ha sido como ha sembrado la desconfianza entre los suyos, ha dividido su campo y en el último momento no ha tenido otro remedio que meterse de lleno en el ortigal de la extrema derecha para intentar salvar los muebles.

Perdió esta campaña cuando apenas llevaba unos meses en el Elíseo y todos descubrieron bajo los focos del poder soberano todo el trasfondo del personaje. Se vio perfectamente en el debate electoral: no es capaz de dar ni un solo argumento sin ensalzar sus propias virtudes y a la vez humillar a su adversario. Al final el ciudadano deduce que lo que defiende no es un programa, menos todavía una idea. Se defiende a sí mismo, su ego inmenso, su narcisismo fuera de toda medida. Esta ha sido su arma secreta y temible durante toda su carrera política y este ha sido también el instrumento de su perdición y caída. Dos razones iniciales, por tanto: la crisis y el carácter, ambos elementos de una enorme capacidad destructiva para cualquiera, pero sobre todo para un poderoso. De nada han servido la inercia presidencial, el control de la agenda política que proporciona la mayoría y la capacidad de maniobra que da un poder tan concentrado como es de la presidencia de Francia, donde el titular es un monarca electo ante el que se pliegan todos los ricos y poderosos. Solo otro presidente, Valéry Giscard d'Estaing, naufragó antes que Sarkozy en su segunda elección en 1981. Hay muchos puntos en común entre ambas campañas, entre ambas derrotas e incluso entre los caracteres de los dos perdedores. La división de la derecha, con guiño implícito a votar a la izquierda, se ha producido en ambas ocasiones: Jacques Chirac lo hizo de forma discreta en 1981 y François Bayrou con mayor escándalo en 2012. "Si se quiere cambiar de política o hay que cambiar de presidente o hace falta que el presidente haga el esfuerzo de cambiar él mismo", dijo Chirac de Giscard en lo meses previos a las elecciones. Valía ahora para Sarkozy, que en su caso no tan solo no ha cambiado sino que ha acentuado los peores rasgos de su carácter y los trazos más extremistas de su política. El paralelismo con Giscard ha actuado en Sarkozy como el abismo que atrae al suicida. Ha reivindicado una Francia fuerte, expresión que fue utilizada por Giscard en 1981, y se ha pegado al argumento de la experiencia en las difíciles circunstancias de la crisis como el principal atractivo de su candidatura, sin que le hiciera muy buena compañía su mediocre balance. No es algo que haya sucedido en los últimos días de campaña, cuando incluso ha aparecido una acusación morbosa que les acerca: Giscard se encontró con el embarazoso caso de los diamantes de Bokassa, regalados por el monstruoso déspota centroafricano, mientras que Sarkozy se ha tenido que enfrentar con la financiación de su campaña de 2007 con dinero de Gadafi. Hace ya un año, Hollande señaló a Le Monde , que estaba realmente sorprendido por "la analogía entre el final del giscardismo y del sarkozismo" Según el nuevo presidente francés, ambos esgrimieron la ruptura con el pasado, rompieron los códigos presidenciales y practicaron una apertura hacia otras fuerzas, pero también ambos "fueron desestabilizados por la crisis y han conocido una deriva monárquica con un entorno que ha terminado destruyéndoles desde dentro, pues la victoria no se construye a partir de una descomposición". Si Sarkozy ha imitado a Giscard, Hollande lo ha hecho con Mitterrand, que fue quien cayó ante él en 1974 pero le venció en 1981. Esta es otra de las claves de la elección. En un momento de crisis y desconcierto, el vencedor ha echado mano de una imagen que da seguridad. La V República son dos hombres. Los mismos que se enfrentaron en los años fundacionales: de un lado, De Gaulle: del otro, Mitterrand. Para convencer a los franceses hay que ser uno u otro, o mejor todavía, uno y otro. Esto es lo que ha intentado y en buena medida conseguido Hollande, aunque con un ingrediente de reserva y discreción, al estilo de Mariano Rajoy, ante un rival que se ha peleado consigo mismo hasta la autocombustión. Mitterrand fue el hombre de la rosa: "Un hombre, con una rosa en la mano, ha abierto el camino hacia un mañana distinto", le cantaba Barbara. Hollande no significa ilusión de cambio alguno, aunque sí el relato de una sociedad que no se resigna, ante el relato del miedo de Sarkozy. Su rosa está llena de espinas, pero alguna esperanza significa.



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6 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El país de nuestra infancia

"Dulce Francia, el país de nuestra infancia?, reza la vieja canción. Lo fue para la generación que todavía aprendió francés en el bachillerato y se identificó con el mayo del 68, cuando París aun mantenía el tipo en la competencia por la capitalidad del arte y del pensamiento. En aquella época idealizada, el mundo parecía jugarse el futuro en la elección presidencial francesa y los propios franceses se sabían observados como portadores de los enigmas internacionales y de sus claves. La entera construcción de la V República imaginada por De Gaulle echaba sus fundamentos en la proyección mundial de Francia como potencia con vocación diferenciada respecto a los dos imperios, el soviético y el americano, que se dividían y competían por la hegemonía mundial.

Con François Mitterrand se produjo la última apoteosis del mito. El secretario general del Partido Socialista fue elegido presidente en 1981 en su segundo intento frente a Giscard d'Estaing, que le había vencido en 1974. Cuatro comunistas entraron en el gobierno, con un programa de nacionalizaciones que incluía sociedades industriales, bancos y compañías financieras. La izquierda del mundo entero observaba incrédula e ilusionada un nuevo intento de marcha al socialismo dentro de las instituciones de la democracia pluralista. Un ensayo similar es el que había protagonizado Salvador Allende en Chile, trágica y salvajemente interrumpido por Augusto Pinochet un 11 de septiembre, apenas ocho años antes. Desde el espejismo de 1981, las elecciones presidenciales francesas ya no son lo que eran. Ningún otro presidente ha sabido encarnar y proyectar en el mundo con tanta prestancia y gravedad la figura de la primera magistratura francesa. El simpático Chirac se convirtió en el rey holgazán, ocupado en evitar que nada perturbara la siesta de sus compatriotas. El agitado Sarkozy consiguió que le dieran la vez precisamente por sus molinetes y aleteos en el vacío. Marianne, mientras tanto, ha ido perdiendo peso y atractivo, en Europa y en el mundo, hasta alcanzar la metamorfosis de Merkozy, en la que Alemania manda y Francia protagoniza la ficción de su liderazgo europeo perdido. Hoy los franceses deciden de nuevo en las urnas entre dos candidatos tan ensimismados como para olvidar el papel que Francia jugó, y sobre todo, el que quiere jugar en el futuro. Y, enorme paradoja, muchos europeos, acostumbrados a envidiar a los estadounidenses cuando votan al presidente que dirige los destinos del mundo, esta vez nos miramos en el espejo francés como antaño y quisiéramos también aportar nuestro sufragio a una de las dos políticas que se nos ofrecen ante la Gran Recesión: la adhesión incondicional al rigor protestante de Angela Merkel que defiende Sarkozy o las dosis de crecimiento y de estímulo de François Hollande que convienen incluso a Mariano Rajoy o Mario Monti. Por un momento, aunque por razones bien distintas, regresamos al país de nuestra infancia.



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6 de mayo de 2012
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A imagen y semejanza

Hay escasa seguridad en la zona. Los robos nocturnos se suceden en la aldea. Así es como tres hermanos, hombres jóvenes y fuertes en la veintena y la treintena, deciden turnarse para evitar que los ladrones les quiten sus pertenencias. En un cambio de turno, uno de ellos ve por la ventana dos hombres sospechosos que merodean a unos 50 metros de la casa. Llama a sus hermanos y salen los tres, dos de ellos con cuchillos y otro con un palo. Cuando se hallan a pocos metros exigen a los dos sujetos que se identifiquen, momento en que uno de los sujetos desenfunda un arma, dispara y da a uno de los hermanos. Los otros dos saltan sobre los merodeadores que les reciben todavía con más disparos. El primer herido todavía se mantiene en pie y dos yacen en el suelo cuando aparece un pelotón de uniformados, gritando: stop, stop. El alivio inicial con que les reciben los lugareños atacados termina pronto, porque los soldados también les disparan y rematan.

Uno de los hermanos muere a los cinco días en el hospital donde le han operado de los cuatro impactos de bala en el abdomen. Los otros dos sobreviven tras ser también operados de los balazos, uno en el cuello y espalda y el otro con cuatro en el abdomen. Los dos merodeadores que realizaron los primeros disparos eran militares camuflados, que habían penetrado de noche en el pueblecito en unas maniobras acompañados de una unidad entera del ejército. Los servicios de información militares aludieron al principio a un ataque terrorista con palos y cuchillos, aunque pronto abandonaron esta versión de los hechos. Uno de los soldados se halla por el momento separado del servicio y un mes después del ataque mortal el fiscal general militar ha abierto una investigación. La narración que han hecho los dos supervivientes revela una ristra de ilegalidades: el ejército en cuestión realizó maniobras sin aviso previo en una zona de viviendas, dos militares iban vestidos de civil, todos llevaban las armas listas para disparar, no atendieron a los requerimientos de identificación, una vez heridos los paisanos fueron los propios militares quienes dispararon con efectos letales sobre uno de los hermanos, ninguno de los disparos se dirigió a las extremidades inferiores como corresponde cuando se quiere frenar una agresión real o supuesta sino a la parte central y superior del cuerpo. El testimonio ha sido recogido por una ONG de defensa de los derechos humanos, que es la que ha difundido los hechos. No es difícil adivinar dónde. Podría ser un episodio de la conquista del Oeste americano. O un grave incidente de una ocupación bélica: alemanes en Francia, japoneses en China, rusos en Alemania o estadounidenses en Vietnam, Afganistán o Irak. También cuadraría con las guerras coloniales europeas en África, españoles en el Rif, franceses en Argelia o italianos en Abisinia. Incluso serviría de marco para una escena como esta el apartheid surafricano o el profundo sur de Estados Unidos de la discriminación racial. Sucedió el 27 de marzo, en Kafr Ramun, una aldea de la Cisjordania ocupada. Las víctimas fueron los miembros de la familia Shawakhah. Los hechos se han conocido porque el Estado responsable tiene la fortuna de contar con una de las organizaciones de defensa de los derechos humanos más serias y acreditadas que se conoce en la región. Se denomina B?Tselem, nombre hebreo que sale de la frase del Génesis en la que se nos habla de la creación del ser humano: ?Y Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza?. Según esta organización israelí, en la expresión ?a su imagen y semejanza? se concentra la idea de que todas las personas han nacido iguales en dignidad y en derechos, tal como se recoge en la Declaración Universal. B?Tselem no tiene opiniones sobre las soluciones políticas al conflicto entre israelíes y palestinos, pero sí sobre los atentados a la dignidad de las personas y a la igualdad entre los ciudadanos, con independencia de quien los perpetre o los sufra. En su informe de 2011 sobre Gaza y Cisjordania, que no incluye todavía el incidente de Kafr Ramun, señala como cada año las violaciones cometidas por ambas partes. En 2011, 115 palestinos perecieron bajo fuego israelí, 105 en la franja de Gaza y 10 en Cisjordania; 18 de los cuales eran menores de 18 años. De los fallecidos en Gaza, 49 fue en enfrentamientos armados, 14 como objetivos de asesinatos selectivos y 34 sin que tomaran parte en las hostilidades. Dos más murieron alcanzados por fuego de los colonos. Del otro lado, fueron once los israelíes que perecieron en manos de palestinos, como sucedió con los cinco miembros de la entera familia Fogel en el asentamiento de Itamar en Cisjordania; además de seis civiles y un militar que murieron en un ataque con bomba y armas automáticas en Eilat, cerca de la frontera egipcia.

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3 de mayo de 2012
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El Boomeran(g)
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