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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Momentos estelares

De momento no hay foto. Obama y Rohaní no nos van a proporcionar una imagen que describa una época, como hicieron Mao Zedong y Nixon en Pekín en 1972, Reagan y Gorbachev en Rejkiavik en 1986 o Arafat y Rabin en 1993 en la Casa Blanca. La China que hoy conocemos, a la zaga de Estados Unidos, no se explica sin aquel viaje de aires interespaciales entre dos civilizaciones alejadas, que preparó Henry Kissinger y protagonizó Richard Nixon, el presidente más desprestigiado del siglo XX. Tampoco el fin de la guerra fría y la extinción del mundo bipolar se entienden sin el encuentro islandés entre el antiguo actor de Hollywood y el último presidente de la extinta Unión Soviética. O el apretón de manos entre el primer ministro israelí y el jefe palestino ante la mirada complacida de Clinton, emblema desesperanzado y frustrante de una paz nunca alcanzada.

Ambos dirigentes, Obama y Rohaní, así como sus diplomacias respectivas, han hecho todo el trabajo previo. También lo han hecho, como siempre, las circunstancias: el ahogo de la economía iraní, el imprescindible papel de Teherán en la estabilización de Siria, el temor a la bomba nuclear persa, el cansancio bélico de Estados Unidos y occidente en general y el contraste con la disposición israelí al uso de la fuerza... Pero ha faltado el aliento final para fabricar el momento estelar que se esperaba en la cita anual de Naciones Unidas.

La realidad de los hechos es que en este tipo de encuentros no suele suceder nada. La conversación entre el anciano Mao y el inquieto Nixon fue más filosófica que política. Todo lo que había que acordar fue obra de Kissinger y Zou Enlai y quedó registrado en un protocolo de intenciones, conocida como la Declaración de Shanghai, en la que ambos países se proponían normalizar sus relaciones. Algo similar sucedió en la capital de Islandia, donde se encontraron los dos líderes de la guerra fría con el propósito de eliminar los misiles nucleares de largo alcance con los que se amenazaban ambas potencias. No hubo acuerdo pero sí suficiente sintonía como para alcanzarlo un año después y abrir además la puerta al final de la guerra fría. Yitzhak Rabin y Yasser Arafat rubricaron los acuerdos de Oslo, cuyo naufragio persiste a pesar de que entonces prometían conseguirlo todo. La foto que no se hicieron Obama y Rohaní en Nueva York estaba destinada a recorrer un camino similar. Continuación de una multitud de pequeños gestos emitidos desde Washington y Teherán, debía expresar la voluntad de entendimiento que a estas horas parece ya evidente entre ambas capitales. Obama fue el lejano pionero cuando felicitó el año nuevo persa en marzo de 2009 justo después de instalarse en la Casa Blanca con una mención explícita a la República Islámica de Irán. Hubo que esperar al nuevo presidente iraní, Hasan Rohaní, para que surgieran palabras y gestos amistosos, incluso hacia Israel, hasta romper el tabú del islamismo político sobre el reconocimiento del Holocausto.

Alguien, presumiblemente en Teherán, ha decidido por prudencia posponer la foto. Una imagen de este calibre es siempre una promesa, una flecha que señala al futuro e incluso una profecía que se cumple a sí misma. Cuando empieza el deshielo entre dos países que llevan casi 35 años enfrentados basta un apretón de manos y una sonrisa para que se dé por bueno el cambio emprendido. No ha sido ahora el caso. De momento, solo hay palabras conciliadores en los discursos de Obama y de Rohaní ante la Asamblea General. El presidente estadounidense apuesta por la via diplomática y elude la amenazadora frase de rigor acerca de todas las opciones que hay encima de la mesa, que lógicamente incluye el uso de la fuerza. El iraní, por su parte, hace notar esta feliz ausencia en su discurso e insiste una y otra vez en una idea esperanzadora para la política de la zona: la era de los juegos de suma cero ha terminado.

Los astros están en línea, cada uno sigue desgranando gestos y palabras, pero falta la foto, la imagen estelar, el coraje del gesto definitivo. El momento es extraño, porque poco se sabe de la fuerza de Rohaní, finalmente subordinado al supremo ayatola y caudillo de la revolución iraní, Alí Jamenei, a quien pertenece la última palabra sobre el arma nuclear. Y hay serias dudas respecto a la fuerza de Obama, presidente debilitado en casa por un Congreso irresponsable y hostil y fuera por el papel creciente de Putin. Pero no sería la primera vez que de la debilidad de dos negociadores surge la fuerza que dobla el brazo a una vieja historia de antagonismos.



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26 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Frente Nacional

El Frente Nacional es el mejor regalo que se les puede hacer a los indepes. Y el regalo óptimo, sublime, sería que se sumaran los socialistas. Albert Rivera, que es muy astuto, sabe a lo que juega. Los buenos políticos dominan el ajedrez y él está ya en la cuarta o quinta jugada. Su propuesta de pacto contra la Via Catalana es la campaña del no en una consulta e incluso la jefatura de la oposición españolista en una Cataluña que se va. Rivera quiere hacer con Alicia y con Navarro lo que Junqueras ya está haciendo con Mas y Duran. Comérselos. Y lo más sabroso es que los bocados, PP y Convergència, parecen encantados de que les devoren.

El españolismo arcádico, ansonista y pedrojotero levita con Rivera porque sirve para atizar a los socialistas y a Unió, sin darse cuenta de que el líder de Ciutadans está en otra cosa, meramente electoral. La independencia de Cataluña, ese imposible según González, da de comer a muchos de los que están a favor pero también de los que están en contra. Quienes sinceramente piensen que Cataluña no debe constituirse en un Estado independiente deberían dedicarse, sobre todo, a ofrecer alguna alternativa al actual estatus quo. Si la independencia es imposible, también lo es que las cosas se queden tal como están.

Eso nos conduce a la que ya se conoce como Tercera Vía, otro imposible según los indepes y también según el Frente Nacional. Ya van tres. De momento recordar que es la que recomendaron el Financial Times y The Economist, lo que propugnan Durán y Rubalcaba, y lo que esperan todos nuestros socios de la Unión Europea y las instituciones de Bruselas. También la señora Merkel, cuidado, a la que le interesa ante todo una solución que no termine contribuyendo a la malversación de los dineros de todos los europeos.

Aquí la única cuestión que debe someterse a discusión es si debe seguir la escalada verbal en las apuestas de los dos polos radicalizados, el polo independentista y el polo del Frente Nacional, o si debe empezar de una vez y de verdad el diálogo, en el que cada parte escuche a la otra e intenten juntas encontrar una salida. Rajoy y Mas están por la labor sobre el papel, pero de momento hablan sin escucharse, con tapones en las orejas.

El PP tiene tendencia a creer que son los nacionalistas los que se han subido a la parra y que son ellos mismos los que deberán esforzarse por encontrar un camino para bajar. Los nacionalistas catalanes y muchos catalanes que no son nacionalistas piensan, por el contrario, que el gran lío lo ha provocado el PP con su actitud ante Cataluña desde la campaña de recogida de firmas contra el Estatut, el recurso ante el Constitucional y el boicot a los productos catalanes, y que deberá ser por tanto el PP quien ahora lo desanude.

A la vista de ambos análisis está claro que solo se pondrán de acuerdo el día en que decidan responsabilizarse conjuntamente de la salida de este callejón taponado sin echar la vista atrás ni dedicarse a echar las culpas al otro. De momento, estamos todavía muy lejos por lo que fácilmente seguirá la escalada y nos iremos acercando al temible y misterioso momento que se conoce bajo el nombre metafórico del choque de trenes.



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24 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Más difícil todavía

Como en el circo, el debate sobre la independencia de Cataluña nos ofrece cada día imaginativas piruetas argumentales que responden al célebre lema 'más difícil todavía' y provocan entusiastas aplausos y lógicas exclamaciones de admiración de propios y extraños. La última contorsión sirve para demostrarnos la obligada e inevitable permanencia de una Cataluña independiente en la Unión Europea, de otra parte tan lógica para un país que ya era europeísta antes que todos los otros y antes incluso de que se hubiera inventado el europeísmo.

El razonamiento funciona como sigue. Los catalanes deciden o se autodeterminan colectivamente y declaran su independencia de España. Como consecuencia, tal como han aclarado al menos dos comisarios bruselenses y un portavoz del Parlamento Europeo, el nuevo Estado catalán queda fuera del euro y de la Unión Europea. Pero inmediatamente y sin dilación alguna, el Gobierno catalán mantiene la circulación del euro y, a la vez, reivindica los derechos de los catalanes como ciudadanos europeos, condición que nadie puede quitarles.

Vamos a ver cómo se ha producido el milagro. Respecto al euro, no hay secretos, si lo hacen Andorra y Mónaco, Ciudad del Vaticano o Kosovo y Macedonia también puede hacerlo Cataluña. Ahora no tiene representantes en el BCE y entonces tampoco los tendrá, dicen los contorsionistas más audaces. No importa que sean otros quienes hagan la política monetaria, fijen los tipos de interés y le den o no a la maquinilla y otras zarandajas sin importancia. Luego, como ciudadanos, colectivamente los catalanes se van de la UE para poder ser independientes de España, pero individualmente permanecen en la UE gracias a que se les autoriza la doble nacionalidad y a que siguen siendo por tanto ciudadanos españoles.

Con el euro gobernado desde fuera y la ciudadanía europea garantizada por las autoridades españolas desde dentro, alguien podría albergar alguna duda sobre la superioridad de una independencia así concebida respecto al actual autogobierno. Disipémosla inmediatamente. No hagamos caso a este tipo de pensamiento negativo, propio de la política del miedo. En todo caso, queda demostrado que 'todo es posible' y que no hay obstáculos cuando la voluntad y el sentimiento popular acompañan. La intensidad y la extensión del deseo obran prodigios.

No importa si para estar en la UE e incluso permanecer en el Espacio Económico Europeo, como Noruega o Suiza, se requiere la unanimidad y el voto de España, pues con seguir siendo españoles sin que lo sea Cataluña quedamos en paz. Uno de los geniales acróbatas que ha defendido estos argumentos asegura que con acuerdos comerciales bilaterales se conseguirá incluso obtener todas las ventajas del mercado único.

Finalmente, queda el argumento más tumbativo. A la UE y a las grandes empresas no les interesa que Cataluña quede fuera y menos todavía que aparezca un obstáculo arancelario y aduanero entre Francia y España. Estamos a un paso de una colosal conclusión: en Madrid todavía no lo saben y siguen resistiéndose, pero también a los españoles como al resto de los europeos les interesa hasta tal punto entenderse bien con los catalanes que terminarán aceptando la independencia y su pertenencia al euro y a la Unión Europea, aunque sea bajo unas condiciones tan curiosas como las antes mencionadas. Todo esto ya lo supo ver con notable antelación al sabio Francesc Pujols en su preclara sentencia: llegará un día en que los catalanes lo tendrán todo pagado. Esta es una operación redonda, que solo tiene ventajas para todos y el único reproche que merece es que no hayamos descubierto antes este camino de rosas que nos espera. Van a respirar en Madrid en cuanto calibren las ventajas de estar sin estar y de independizarse conservando la ciudadanía española. ¡Haberlo dicho antes, hombre! ¡No había para tanto!



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23 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Elecciones plebiscitarias

Angela Merkel ha salido realmente plebiscitada de las elecciones alemanas. Con un 42% de los votos y una participación en alza respecto a 2009, la canciller ha recibido un rotundo aval a sus políticas por parte del electorado que la sitúa, a falta de que termine el recuento, en el filo de una excepcional mayoría absoluta. Su campaña ha sido todo lo contrario a la trepidación y la polarización de los plebiscitos. Plana, aburrida, centrada en detalles marginales, con una ausencia clamorosa de la idea europea, pero personalizada en su imagen de enérgica y fiable administradora de la economía doméstica. Plebiscitaria en sus resultados aunque no lo haya sido en su planteamiento.

No hace elecciones plebiscitarias quien quiere sino quien puede. Y la canciller Merkel ha podido, situándose con su horizonte de doce años en el poder en lo alto de la tabla en la historia de los cancilleres de la actual república, junto a los padres fundadores, Konrad Adenauer que lo fue de la república de Bonn, 14 años en la cancillería, y Helmut Kohl, de la república unificada, 16 años en el primer despacho ejecutivo. Este emplazamiento especial la habilita a su vez, al menos teóricamente, para constituirse en fundadora alemana del euro definitivamente gobernado y de una UE que acometa finalmente la unión política.

El nuevo mapa electoral nos habla tanto de las preferencias del electorado como de las características de la propia canciller. Su capacidad para gobernar desde el centro y para absorber los programas de los otros partidos es letal para las fuerzas que se asocian a ella, socialdemócratas y liberales sucesivamente, pero incluso lo es también para quienes hacen oposición, Verdes y Alternativa para Alemania. Merkel no deja rincón por barrer. En esta ocasión, además de llevarse los votos, deja en su porción congrua y fuera del Bundestag a los liberales y a los antieuropeos, garantizándose así las manos libres para emprender la gran coalición con menos hipotecas.

El reto de Merkel, encomendado en silencio por su electorado, es que complete la gobernanza del euro y culmine la Europa política. Y que lo haga cumpliendo su promesa, de que mientras viva, solange Ich lebe, no habrá eurobonos ni mutualización de la deuda. La solidaridad deberá pagársela cada uno, tal como han entendido perfectamente los holandeses.

Alcanzar un mínimo de doce años en el poder, asignados desde ayer por las urnas, y con la amplia base que le proporciona el mejor resultado de su partido desde 1957, es suficiente para culminar la tarea que ya empezaron los socialdemócratas con Schröder, mientras ella estaba en la oposición, y que luego continuó al asociarse con ellos en la gran coalición de 2005 a 2009.

El sistema político, incluyendo la ley electoral, está pensado para la estabilidad y no ha hecho más que fabricar estabilidad en sus 64 años de vida: ocho cancilleres, a un promedio de ocho años cada uno y con un uso muy frecuente de las fórmulas de coalición, hijas del consenso y fábrica de consenso ellas mismas. El senado federal en el que están representados los Länder es parte de esta fábrica de estabilidad, porque incluso con una mayoría absoluta Merkel necesita el acuerdo de la segunda cámara federal, donde no tiene mayoría. Las elecciones también plebiscitan la estabilidad política, en dirección contraria a las tendencias que sufre en resto de Europa.



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22 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Secesión

La idea de la independencia de Cataluña ha crecido gracias a la integración europea. Hasta ahora, el catalanismo histórico la descartaba por varias razones, una de ellas la geopolítica: una pequeña nación, nacida como cuña entre Francia y España, estaba destinada a la absorción por uno de los dos vecinos. La novedad geopolítica del neocatalanismo actual es que ya no se siente amenazado por Francia cuando imagina a Cataluña como independiente. Y esto sucede así gracias a la integración europea.

La dificultad que tiene ante sí este nuevo catalanismo es de un orden distinto. Su independentismo ha madurado en el momento más precario para la idea de independencia. Su soberanismo está a punto de caramelo cuando ya no hay soberanía que no sea compartida. Su Estado propio, cuando los Estados nacionales parecen de cartón piedra. ?Eso que ya no sirve para nada?, dijo Xavier Rubert de Ventós en su discurso ante la Via Catalana en El Pertús, ?eso es lo que queremos?.

El espacio en el que se ha expandido el independentismo es el de la Europa postsoberana, pero el que le ha dado energías y fuerzas para la implosión es el momento de la crisis de la deuda de los países mediterráneos, que pone al mando de los presupuestos a la troika (Banco Central, Fondo Monetario y Comisión) a la vez que Alemania se asienta como poder hegemónico. Hay una reacción renacionalizadora ante esta integración bancaria y fiscal forzosa en la que debe incluirse la efervescencia catalana. Cada uno defiende su resto de soberanía, y quien cree que no tiene suficiente, como es el caso de Cataluña, la reclama toda entera. Con el inconveniente de que el formato elegido ya no está a disposición de nadie en el mercado de las naciones soberanas.

Consiste en desconectar del Estado español para conectar directamente con Europa, convirtiendo a Cataluña en un socio nuevo. Y hacerlo como si fuera una operación dentro de la Unión Europea, fundamentada en la ciudadanía europea de los catalanes y en la perfecta integración de su territorio y su economía. El problema es que la UE es una asociación de Estados y que los catalanes son ciudadanos europeos gracias a que son antes ciudadanos españoles. Como resultado, nada se puede hacer en Europa que no sea de la mano y con el permiso del Gobierno español.

Cabe imaginar una Europa que avance hacia la unión política y diluya los poderes de los Estados hasta dar más protagonismo a las regiones de fuerte peso y personalidad que a los pequeños bálticos. Pero en la actual fase de renacionalización defensiva, poco puede esperar el independentismo de las viejas naciones europeas, y menos de Francia, enemiga de Cataluña al menos desde el siglo XVII y responsable en el XVIII de la imposición del modelo centralista que la ha ahogado, con apenas un breve paréntesis, hasta la Constitución de 1978.



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21 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La Europa alemana

Ya sabemos que muy poco cambiará el lunes cuando se conozca la nueva composición del Bundestag que arrojarán las elecciones del domingo. Angela Merkel es la función fija y la variable señala la continuidad con los liberales o el regreso a la gran coalición con los socialdemócratas. Son cuestiones de énfasis las que están en manos de los votantes alemanes, lo más alejado de unas elecciones polarizadas.

La emoción democrática estará casi ausente en estos comicios. Nada como una buena elección polarizada para levantar la pasión política incluso fuera de las propias fronteras. Con mayor razón cuando el país que somete al sufragio la composición de su futuro gobierno es el que conduce a la Unión Europea en la salida de la crisis de gobernanza del euro y el que durante su resolución se ha convertido en la solitaria nación indispensable. Pero no es este el caso: no hay polarización ni hay una política de austeridad europea que en propiedad vaya a someterse al veredicto de las urnas.

No ha lugar entonces a la envidia electoral hacia los alemanes, como nos sucede con las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Observemos no tanto qué votan como hacia dónde se dirigen los alemanes cuando votan, incluyendo el modelo de país y el modelo de Europa, pero también el sistema político que dibujan.

Empezando por esto último, ya ha podido advertirse un cambio de tendencia en las elecciones regionales de Baviera del pasado domingo. Regresa el Volkspartei, el partido de masas, según titulaba un periódico de Munich. La sangría socialdemócrata ha quedado cortada, después de que en 2009 el partido centenario de la clase obrera obtuviera su peor resultado en 60 años. Con un mal candidato como Peer Steinbrück, las encuestas no solo le dan un mejor resultado sino que es muy probable su regreso al Gobierno. Los pequeños seguirán siendo pequeños e incluso lo pueden ser más, sin que ni Verdes ni Liberales, que alguna vez soñaron en una vida adulta, consigan salir de la infancia. Cuando el conjunto de Europa se ve acosada por la fragmentación parlamentaria, el auge de los populismos y la crisis de los grandes, los alemanes nos están preparando un mensaje de vuelta, hecho de estabilidad parlamentaria y de gobierno previsible.

Puede que lo que sucede en Alemania no sea la plantilla. Cabe la posibilidad de que la atención política deba dirigirse hacia los Países Bajos, donde se nos anuncia el final del Estado de bienestar, más que hacia Alemania, donde gracias a la estabilidad casi todo el arco político pretende salvar el Estado de bienestar después de unos sacrificios realizados a tiempo. Los socialdemócratas hicieron el mayor esfuerzo, primero cuando eran el socio mayor de la coalición con los Verdes con Schroeder (1998-2005), y luego como socios menores de la primera Merkel (2005-2009). Si ahora regresan al Gobierno rematarán la doble tarea de reformar y conservar, tarea obligada para todos los países europeos que no quieran seguir el camino holandés.

Descontado el énfasis socialdemócrata, la Alemania modelada por Merkel en sus ya ocho años de cancillería es determinante para el futuro europeo sin necesidad de conocer el resultado del domingo. Cuatro años más, con liberales o con socialdemócratas, poco cambiará en el proyecto europeo, concentrado ahora en la unión bancaria, construida según el método de la unión, que Angela Merkel anunció solemnemente en el Colegio Europeo de Brujas en 2010 como alternativa al método comunitario. El centro de gravedad está en los Estados, a través del Consejo, y no en la Comisión, y aquellos no se dirigen hacia la integración sino al estrechamiento de la cooperación multilateral en una Europa de las naciones gaullista y cada vez menos renana. Si son Estados de bienestar o no, es cuestión de cada uno y de su bolsillo, y en ningún caso del ajeno o del presupuesto europeo: el modelo participativo holandés, aplicado a los países dentro del conjunto europeo, también es un modelo alemán.

Es, en todo caso, una situación ventajista para un país tan central, con tanto peso y con una economía que le permite jugar directamente en el mercado global, ya sin el contrapeso inactivo de Francia. Alemania gobierna y traza el camino incluso sin tomar decisiones, como en política exterior y de defensa, o las toma en dirección contraria, como es la apuesta por las renovables y por el cierre de las centrales nucleares. A Merkel le interesa Europa como bloque comercial con moneda gobernada, una especie de profundización de la posición británica, que se desentiende de la unión más estrecha que predican los tratados europeos y limita su ambición exterior al acompañamiento de la economía.

Sobre el papel no quiere una Europa alemana, pero en la práctica se deja absorber con todo su peso y su ensimismamiento por Europa, cada vez más parecida al cuerpo de mayor tamaño que la habita y la gobierna. No son unas elecciones cruciales para Europa, pero nos señalan el camino que vamos siguiendo.



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19 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El reto de España

España ha superado, al menos, tres retos de suma dificultad en su historia reciente. Salir de una dictadura atroz, situarse entre las naciones que cuentan en el mundo y alcanzar el nivel de vida y bienestar de las otras naciones europeas. Después llegaron la burbuja, el vacío y el vértigo. Una parte de lo que se había construido se asentaba en arena, de forma que el terremoto de la crisis está afectando ahora mismo a la solidez y la integridad del edificio.

No hay peor consejera que la satisfacción excesiva con uno mismo, la autocomplacencia miope que pronto se convierte en arrogancia paralizante. Por ese camino ha derivado el espíritu de la España enriquecida con el ladrillo, gracias a una clase política incapaz de buscar otra salida que no sea seguir excavando en el agujero en dirección al centro de la tierra. Eso es lo que le aconsejan los reflejos constitutivos de la añeja nación centralista e intransigente, una en la lengua, la identidad y la cultura, e incluso en la religión hasta tiempos bien recientes.

El reto que tiene ahora España ante sí se llama Cataluña. Construir una España capaz de comprender a Cataluña es ahora el desafío histórico que se plantea a los españoles. Comprenderla en su doble sentido: con el significado de entenderla y reconocerla, empatizar con los catalanes e incluso simpatizar con sus pulsiones y sentimientos; y con el de seguir incluyéndola gracias a la construcción de una propuesta o proyecto en común.

No es un reto circunstancial, motivado por una súbita efervescencia nacionalista; es el reto histórico, un capítulo pendiente de la transición que afecta a la estructura del Estado; pero es también un reto de futuro: sin el concurso de los catalanes y de Cataluña el futuro de todos los españoles será más difícil: la segunda ciudad, el 18 por ciento del PIB, un contribuyente neto a las arcas del Estado, una imagen moderna y europea, la fuerza de sus profesionales, empresarios y creadores...

Se me dirá, y con poderosas razones, que el futuro de los catalanes sin España sería también muy difícil: sin duda, sobre todo en una separación traumática en la que todos perderían. Y lo sería sobre todo en los primeros y dificiles tiempos; pero a la larga Cataluña es perfectamente sostenible, y sostenibles serían los sacrificios, porque sarna con gusto no pica.

El mejor negocio que puede hacer ahora mismo España es darle la vuelta a esta crisis y convertirla en la oportunidad para hacer la reforma profunda del Estado que nos permita seguir viviendo juntos dando satisfacción a las aspiraciones legítimas de los catalanes. Esos manifestantes festivos y voluntariosos de la Via Catalana no tan solo merecen una respuesta satisfactoria y amistosa por parte del resto de sus conciudadanos, sino que conforman uno de los sectores más dinámicos de la sociedad catalana, cuya inclusión en un proyecto común solo puede producir beneficios para todos.

También cabe otra respuesta, naturalmente. Los diarios Abc y El Mundo la están pidiendo a gritos con sus dedos acusadores: secesión, golpe de Estado, traición. Los gatos al agua arañan y maúllan indignados. Sus columnistas y tertulianos vociferan y amenazan para que el Gobierno ponga a los catalanes en su sitio. Los descerebrados de la extrema derecha ya siguen sus indicaciones. Rajoy con su inmovilidad y sus apelaciones a la mayoría silenciosa remacha el clavo de esta España de siempre, irreconocible desde el ensueño ahora desvanecido de libertad y pluralidad españolas que hemos vivido en algún momento. Se frotan las manos, en cambio, los independentistas de piñón fijo: sin esa caspa, tan desagradable como peligrosa, el independentismo regresaría al rincón. ¡Qué sigan excavando hacia el centro de la tierra!

Déjenme terminar con un chiste adecuado a las circunstancias. Si la Assemblea Nacional Catalana hubiera tenido a su cargo la candidatura de Madrid 2020, ahora estaríamos festejando los Juegos Olímpicos para la capital de España; si los del café con leche en la plaza Mayor y el Gibraltar español hubieran organizado la Vía Catalana, no habrían unido ni siquiera los barrios de la periferia de Barcelona, ni proyectado con tanto éxito la imagen festiva y eufórica de la Diada en los medios internacionales.



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16 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un piloto automático para Europa

Cuanto más rica y decisiva, más silenciosa y discreta. Como los buenos burgueses europeos de antaño. Así aparece Alemania en vísperas de unas elecciones que todos juzgan trascendentales, pero no levantan pasiones ni entre los alemanes que irán a votar ni entre los europeos que se sienten afectados en sus economías y, por tanto, en sus vidas por el Gobierno de Berlín.

Todo lo contrario de una elección presidencial en Estados Unidos o en Francia. Los dos principales candidatos, la canciller Angela Merkel y el exministro de Finanzas socialdemócrata Peter Steinbrück, son lo más alejado que pueda haber de unos candidatos mediáticos, como lo están sus campañas respecto a la política espectáculo.

La atmósfera electoral se corresponde con el espíritu que anima a electores y a candidatos. Nada de experimentos ni de grandes visiones de futuro. Todo según lo previsto. Mantener la estabilidad y el statu quo en casa y en el exterior europeo. La política como un arte del mantenimiento, sobre todo de un Estado social que ya ha sido duramente descrestado. Que todo esté en su sitio y funcione, sin crear expectativas ni decepciones. Poco hay que cambiar cuando las cosas, y especialmente la economía, funcionan razonablemente en casa, especialmente en comparación con las dificultades de los vecinos. Ni siquiera quedan márgenes para algo de incertidumbre, origen de la emoción electoral. La disyuntiva no es entre derecha e izquierda, sino entre los socios de coalición capaces de completar una mayoría conservadora, que parece ya garantizada y por tercera vez bajo la batuta de la señora Merkel: o con los actuales liberales de la FDP, actualmente en el Gobierno como socios minoritarios, o con el SPD, que ya fue su socio entre 2005 y 2009; es decir, continuación o cambio, pero en segundo grado.

Hay más combinaciones teóricas, casi todas ellas impracticables, a menos de una rara sorpresa. Lo que se somete a elección solo es el énfasis, más liberal si sigue la actual fórmula, y ligeramente más socialdemócrata si regresa la gran coalicióncon el SPD, aunque ni siquiera entre los dos grandes partidos hay grandes diferencias en políticas económicas y europeas. Incluso en este último caso, poca aceleración se puede esperar respecto a la actual marcha cansina hacia la unión bancaria, los descartados eurobonos o los inexistentes estímulos al crecimiento, porque las divergencias que plantea el SPD, cuando las hay, son más bien vaporosas.

Alemania es el país más previsible de Europa. Gracias a su peso geoeconómico, de trágica historia cuando era geopolítico, ejerce un liderazgo reluctante que enfrenta a los europeos al vacío. Europa se está haciendo alemana, pero de una Alemania ensimismada que se desentiende de los europeos y sugiere que encarguemos el gobierno a un extraño piloto automático.



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15 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Para qué una consulta?

Para aprovechar la ocasión e irse antes de que amaine la tormenta perfecta, los que quieren hacerla enseguida, en 2014.

Para salvar la cara, los que la han prometido.

Para terminar de una vez y aclarar hacia dónde vamos, los que ya están hartos.

Para apretarle las tuercas a Mariano Rajoy, los que quieren el pacto fiscal y también los que quieren una España federal, confederal o incluso dual como la vieja Austria-Hungría. (Por eso hubo tantos no independentistas en la Via Catalana y por eso hay todavía mucho margen para ampliar la movilización entre los que ni lo son ni fueron a la manifestación de la Diada).

Para muchos jóvenes que no votaron la Constitución y quieren implicarse en la modelación del futuro, porque no ven razones para no hacerla, sin más, y luego que salga el sol por Antequera.

Para todo demócrata, porque la democracia es gobernar con el consentimiento de los gobernados y no es sostenible para un Gobierno que un 80 por ciento de los ciudadanos de una de sus regiones geográficas exija que se le pregunte por el futuro de sus relaciones con el resto y otro 50 y pico por ciento diga en las encuestas que quiere largarse.

Todos estos conforman el 80 por ciento de los catalanes que están a favor de la consulta. Solo los primeros, los indepes apresurados, la exigen para 2014. Es el catatónico Gobierno central el que luego hace el resto de la faena y va echando a los otros grupos en brazos de los primeros.

Cuanto menos y peor reaccione Rajoy mayor será el número de los partidarios de la consulta y de que sea en 2014. Y también aumentará, naturalmente, el número de los partidarios de la independencia.



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14 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Entre dos Diadas

Hace un año Cataluña se situó en el mapa internacional. Hasta la Diada de 2012 nadie la localizaba  en la geografía de los conflictos. Se encargaron de hacerlo, primero, la multitud del ?millón y medio? que ocupó las calles de Barcelona y, luego, la reacción seguidista de Artur Mas, con la disolución del parlamento y la convocatoria de unas elecciones que el presidente quiso convertir en plebiscito. La decepción del resultado electoral hizo su mella en las redacciones de los medios internacionales y en las cancillerías: no había para tanto; habían anunciado un terremoto y no ha pasado de un susto sin importancia. Vuelta a la normalidad.

¿Qué ha sucedido en un año para que Cataluña aparezca de nuevo y ahora todavía con un perfil más dibujado y preciso en los mapas internacionales? Pocas cosas. Pocas en la política catalana, donde hay un gobierno paralizado y sin capacidad para hacer ni siquiera los presupuestos. Pero menos todavía en la política española, donde la Diada de 2012 fue recibida por Rajoy con palabras despectivas --el lío y la algarabía-- y las elecciones fueron leídas como una desautorización ya no de Mas sino del independentismo.

Pues bien, es precisamente la nula reacción política ante un movimiento que hizo su primera gran demostración de fuerza hace un año lo que explica que la repetición se haya convertido en una segunda demostración todavía más intensa. Este tipo de dinámicas funcionan de maravilla en el vacío, que hasta ahora ha sido casi absoluto en La Moncla. Artur Mas, de su parte, sin una mayoría sólida y asfixiado financieramente, apenas ha gobernado y ni siquiera tiene márgenes para gobernar, pero en cambio sí se ha movido. Y no únicamente en dirección al gobierno de Madrid.

El presidente ha hecho dos cosas, cuyo calado se ha ido dibujando justo en las vísperas de la Diada. De entrada, se ha reafirmado en su agenda y calendario, fiel al pacto establecido con ERC, en el que este partido le dio la investidura y obtuvo un cierto 'droit de regard' sobre la acción de Gobierno, a la vez que situaba a su presidente, Oriol Junqueras, como jefe de la oposición. Está claro que Mas contempla todos los pasos, uno detrás de otro, que conducen a intentar la celebración de una consulta en 2014 e incluso intentar que Esquerra se incorpore al gobierno en algún momento, cosa que no significa su renuncia a a mantener la llave de la disolución parlamentaria ni su propósito de mantenerse en cualkuqiera de los casos dentro de la legalidad.  En segundo lugar, y en dirección contraria, ha tendido los puentes del diálogo, que significa tener un buen pulso de lo que piensa el adversario y facilitar lo mismo a la otra parte; y lo ha hecho a pesar de ERC, que solo quiere que se hable para concretar la consulta y la pregunta.

La inacción política ha sido la clave del éxito de la acción en la calle. Y también del éxito mediático. La gran sorpresa de todos los observadores extranjeros la proporciona el quietismo del Gobierno central y su contraste con la perfecta organización de una movilización de masas como la que se desplegó en la Via Catalana, que no se puede hacer sin una logística casi perfecta. En un año se ha pasado de la sorpresa por la espontaneidad a la sorpresa por la excelencia organizativa. Se supo en 2012 que había voluntad y se sabe en 2013 que está organizada. La conclusión es clara: esto va en serio, detrás hay gente que sabe lo que se trae entre manos y es una auténtica frivolidad no tomárselo como tal. El quietismo ya no tiene más recorrido. Rajoy se debate desconcertado entre quienes le piden mano dura con los catalanes, con suspensión de la autonomía y recurso a los tribunales, y quienes le piden una oferta sustancial que actúe como cortafuegos e introduzca un ritmo distinto, le sirva para recuperar la iniciativa y ataje el deslizamiento de la opinión pública hacia la independencia. El éxito de una iniciativa de este tipo dependerá de dos cosas: de la rapidez con que se presente y de la capacidad para convertir esta oferta en un proyecto político y no en una propuesta apaciguadora y oportunista. Si no se hace así, de prisa y con mucha mano izquierda, puede que no sirva para nada.

Y, sin embargo, la tentación de Rajoy, lo que le dicta su carácter, seguirá siendo la de no hacer caso ni a unos ni a otros. Esperar que todo se enfríe un poco para volver al nirvana de la inacción. No meterse en líos, sobre todo. Ni castigar provocadoramente a los catalanes como le piden desde la derecha, aun a costa de alimentar la espiral de la polarización y, por tanto, el independentismo reactivo; ni cederles algo como le insinúan sus moderados, al precio de enajenarse a sus propias bases políticas en el conjunto de España sin ganar ni un solo voto en Cataluña. Justo seguir mareando la perdiz con la vana esperanza de que la economía mejore, escampe el mal tiempo político y los independentistas empiecen a cansarse.

Si se mantiene en sus trece, dentro de un año, en la tercera Diada, el movimiento, todavía más reforzado y seguro, entrará en una nueva etapa, todavía más imposible en todo, incluido el retroceso, y de respuesta desde Madrid cada vez más cara y complicada. Nada permite pensar que decline o ni siquiera que pierda su capacidad de movilización en la calle si persiste el vacío político al otro lado. Seguro que la opinión internacional, ahora todavía distraída y escéptica, empezará entonces a virar hacia una lectura mucho más negativa para el gobierno español.



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13 de septiembre de 2013
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El Boomeran(g)
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