Lluís Bassets
Ya sabemos que muy poco cambiará el lunes cuando se conozca la nueva composición del Bundestag que arrojarán las elecciones del domingo. Angela Merkel es la función fija y la variable señala la continuidad con los liberales o el regreso a la gran coalición con los socialdemócratas. Son cuestiones de énfasis las que están en manos de los votantes alemanes, lo más alejado de unas elecciones polarizadas.
La emoción democrática estará casi ausente en estos comicios. Nada como una buena elección polarizada para levantar la pasión política incluso fuera de las propias fronteras. Con mayor razón cuando el país que somete al sufragio la composición de su futuro gobierno es el que conduce a la Unión Europea en la salida de la crisis de gobernanza del euro y el que durante su resolución se ha convertido en la solitaria nación indispensable. Pero no es este el caso: no hay polarización ni hay una política de austeridad europea que en propiedad vaya a someterse al veredicto de las urnas.
No ha lugar entonces a la envidia electoral hacia los alemanes, como nos sucede con las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Observemos no tanto qué votan como hacia dónde se dirigen los alemanes cuando votan, incluyendo el modelo de país y el modelo de Europa, pero también el sistema político que dibujan.
Empezando por esto último, ya ha podido advertirse un cambio de tendencia en las elecciones regionales de Baviera del pasado domingo. Regresa el Volkspartei, el partido de masas, según titulaba un periódico de Munich. La sangría socialdemócrata ha quedado cortada, después de que en 2009 el partido centenario de la clase obrera obtuviera su peor resultado en 60 años. Con un mal candidato como Peer Steinbrück, las encuestas no solo le dan un mejor resultado sino que es muy probable su regreso al Gobierno. Los pequeños seguirán siendo pequeños e incluso lo pueden ser más, sin que ni Verdes ni Liberales, que alguna vez soñaron en una vida adulta, consigan salir de la infancia. Cuando el conjunto de Europa se ve acosada por la fragmentación parlamentaria, el auge de los populismos y la crisis de los grandes, los alemanes nos están preparando un mensaje de vuelta, hecho de estabilidad parlamentaria y de gobierno previsible.
Puede que lo que sucede en Alemania no sea la plantilla. Cabe la posibilidad de que la atención política deba dirigirse hacia los Países Bajos, donde se nos anuncia el final del Estado de bienestar, más que hacia Alemania, donde gracias a la estabilidad casi todo el arco político pretende salvar el Estado de bienestar después de unos sacrificios realizados a tiempo.
Los socialdemócratas hicieron el mayor esfuerzo, primero cuando eran el socio mayor de la coalición con los Verdes con Schroeder (1998-2005), y luego como socios menores de la primera Merkel (2005-2009). Si ahora regresan al Gobierno rematarán la doble tarea de reformar y conservar, tarea obligada para todos los países europeos que no quieran seguir el camino holandés.
Descontado el énfasis socialdemócrata, la Alemania modelada por Merkel en sus ya ocho años de cancillería es determinante para el futuro europeo sin necesidad de conocer el resultado del domingo. Cuatro años más, con liberales o con socialdemócratas, poco cambiará en el proyecto europeo, concentrado ahora en la unión bancaria, construida según el método de la unión, que Angela Merkel anunció solemnemente en el Colegio Europeo de Brujas en 2010 como alternativa al método comunitario.
El centro de gravedad está en los Estados, a través del Consejo, y no en la Comisión, y aquellos no se dirigen hacia la integración sino al estrechamiento de la cooperación multilateral en una Europa de las naciones gaullista y cada vez menos renana. Si son Estados de bienestar o no, es cuestión de cada uno y de su bolsillo, y en ningún caso del ajeno o del presupuesto europeo: el modelo participativo holandés, aplicado a los países dentro del conjunto europeo, también es un modelo alemán.
Es, en todo caso, una situación ventajista para un país tan central, con tanto peso y con una economía que le permite jugar directamente en el mercado global, ya sin el contrapeso inactivo de Francia. Alemania gobierna y traza el camino incluso sin tomar decisiones, como en política exterior y de defensa, o las toma en dirección contraria, como es la apuesta por las renovables y por el cierre de las centrales nucleares.
A Merkel le interesa Europa como bloque comercial con moneda gobernada, una especie de profundización de la posición británica, que se desentiende de la unión más estrecha que predican los tratados europeos y limita su ambición exterior al acompañamiento de la economía.
Sobre el papel no quiere una Europa alemana, pero en la práctica se deja absorber con todo su peso y su ensimismamiento por Europa, cada vez más parecida al cuerpo de mayor tamaño que la habita y la gobierna. No son unas elecciones cruciales para Europa, pero nos señalan el camino que vamos siguiendo.