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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dura Ucrania

¡Qué tozudos son los hechos! Cuanto más se tarda en reconocerlos, peor. Nada más tóxico que confundirlos con opiniones y deseos, sentimientos o razón moral. En Ucrania son claros y duros. El Gobierno es extremadamente débil e incapaz, su legitimidad de origen, discutible y discutida, y la legitimidad de ejercicio, nula. Primero se dejó arrebatar Crimea en un plisplás y después ha dejado extender la rebelión en una marcha cada vez más inexorable hacia la guerra civil y la división del país. El caos se traduce en deserciones e indisciplina en la policía e incluso en el Ejército, que no consiguen mantener el orden público ni evitar la ocupación de edificios oficiales. Las filas gubernamentales, incluido el Ejecutivo, se hallan trufadas por la extrema derecha e infiltradas por provocadores. La simetría entre las escuadras violentas y golpistas de uno y otro lado es cada vez más evidente e inquietante, con independencia de las etiquetas que utilizan para descalificarse unos a otros. Ucrania es lo más parecido a un Estado fallido que hay ahora mismo dentro de Europa, con el añadido de que se halla fuera del perímetro defensivo de la Alianza Atlántica y en una situación de desequilibrio abismal de fuerzas respecto a Rusia; en la práctica, un territorio abierto y a disposición de Moscú. En cualquier momento, Rusia puede zamparse las provincias secesionistas hasta dejar reducido el territorio bajo soberanía de Kiev a la porción congrua, sin que nadie vaya a mover ni una pestaña para impedirlo, fuera de una oleada más de sanciones de consecuencias tan poco efectivas en los hechos como exageradas en su presentación pública. En esta correlación de fuerzas tan adversa para Kiev, pesa la inhibición de la población de las regiones secesionistas, que no se decantan ni por los grupos rebeldes rusófilos ni por la revuelta proeuropea del Maidán. Nadie quiere en Europa morir por Ucrania. Nadie quiere ver a los soldados europeos arriesgando sus vidas por un país que a estas alturas no sabe ni siquiera si quiere existir. Ni tan solo los militares ucranios quisieron morir por Crimea cuando fue invadida desde dentro por soldados rusos enmascarados y sin insignias. Solo los fanáticos de ambos bandos, y los profesionales, que también los hay, sobre todo en el moscovita, están dispuestos a morir y sobre todo a matar por la causa que sea. Putin lo sabe muy bien, mejor que sus interlocutores europeos. La asimetría entre Bruselas y Moscú, incluso de cara a una negociación, es escalofriante: de un lado, un agente fragmentado y contradictorio, casi con tantas posiciones como Estados conforman la UE, sin claridad de objetivos ni apetito alguno de acción, que no cuenta con el poder duro (hard power) ni siquiera el de las herramientas más elementales que son la información y el espionaje; y enfrente, un autócrata arrogante y seguro, exjefe de la KGB, al mando de una fuerza militar centralizada y disciplinada y de unos excelentes servicios secretos, perfectamente preparados para acciones encubiertas, esmerados en la técnica de la provocación y cada vez más modernizados en la propaganda y el contraespionaje.



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8 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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China es noticia

El mayor país del mundo, 1.300 millones de habitantes, tiene siempre motivos para ocupar las primeras páginas de los noticiarios. No siempre buenos, lógicamente. Sus accidentes, sus catástrofes naturales, e incluso sus purgas políticas, corresponden perfectamente a su tamaño natural y al prominente lugar que ocupa. La última y más reciente no ha salido en los medios de comunicación chinos, sino en el Financial Times, el prestigioso diario de la City londinense, de la mano de su editor económico Chris Giles. Son cosas que suceden con frecuencia en un país donde no hay libertades públicas y menos todavía libertad de prensa, aunque en este caso el motivo de la primicia londinense nada tenga que ver con la censura. Déjenme que mantenga el suspense y desenfunde los adjetivos antes de entrar en materia: la noticia es colosal, de las que, esa sí, merecen el calificativo de histórica. Resulta que este mismo año de 2014 China se convertirá estadísticamente en el primer país del mundo en producción de riqueza, desbancando a Estados Unidos del primer lugar que venía ocupando desde 1872. ¿Cómo se producirá tan inesperada nueva, inicialmente prevista para 2019? El periodista nos cuenta que las cifras acaban de ser actualizadas por el Banco Mundial, a través de su Programa de Comparación Internacional, en el que se compara el PIB de cada uno de los países a partir del coste real de la vida y no de la tasa de cambio. En la última ocasión en que se hizo tal comparación, en 2005, China no llegaba a la mitad de Estados Unidos en PIB. Ahora, de pronto, aparece de nuevo en todo su gigantismo a punto de atrapar a quien ocupaba el primer puesto desde hace 140 años, al igual que en 2010 adelantó a Japón y se colocó en el segundo lugar. La mayor sorpresa no es el sorpasso, previsto y esperado, sino la rapidez con que llega. China es el primer país del mundo en multitud de clasificaciones económicas: mercado de trabajo, exportaciones, productos agrarios y materias primas a porrillo, automóviles o electricidad. Lo es, ante todo, y eso ya explica mucho, en población, algo que matiza su riqueza: en renta per capita es todavía un país pobre, que ocupa el lugar 99 del mundo. Y está muy mal situado en las clasificaciones respecto a libertades públicas y derechos humanos. La noticia ha pillado a Obama de vuelta de su gira por Asia, donde ha simultaneado dos mensajes contradictorios: que defiende a sus aliados asiáticos ante el irredentismo chino sobre peñascos e islas vecinos, y que no busca la polarización ni una política de contención hacia Pekín. El propósito del viaje era reafirmar el compromiso de Estados Unidos con la región asiática del Pacífico, donde se halla el pivote del mundo y donde deberá contar con un socio económico que seguirá creciendo como su principal rival geopolítico.



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3 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los éxitos del fracaso

Kerry ha fracasado. Y detrás de él Obama. Todos los presidentes han tenido su fracaso en la negociación de la paz entre israelíes y palestinos. Incluso Clinton, que tuvo un éxito resonante con los acuerdos de Oslo (1993), fracasó luego al final de su presidencia en Camp David (2000) y quedaron abiertas de par en par las puertas del infierno. También fracasó Bush hijo, que arrinconó a Arafat junto a Bin Laden en su guerra global contra el terror, pero inventó la Hoja de Ruta para la creación del Estado palestino e intentó coronar su presidencia en Annapolis (2007) en una negociación también sin resultado. Obama ha ido más lejos. Ha fracasado dos veces. Lo intentó al llegar a la Casa Blanca, con la imprudente aunque justa exigencia de congelar la construcción de nuevas viviendas en los territorios ocupados por Israel: hubo primero negociaciones indirectas y luego una sesión inicial en Washington en septiembre de 2010, pero las conversaciones propiamente dichas nunca empezaron. Ha repetido ahora, sin directa responsabilidad personal, con el fracaso de John Kerry, su secretario de Estado, en un plan de negociaciones directas que pretendía alcanzar el acuerdo definitivo en solo nueve meses. El plazo venció este 29 de abril sin que se haya obtenido resultado alguno, salvo algunas concesiones para fomentar la confianza mutua. Lo normal de este tipo de negociaciones es que fracasen. Se diría que están hechas para dar rendimientos mientras se celebran sin que importe mucho si terminan conduciendo al final esperado. Todos saben que no llevan a ningún lado pero cada uno se espabila para ver qué saca. El rendimiento más directo se mide en unidades de tiempo. Durar es el primer objetivo de todo político. Desde este punto de vista las negociaciones ahora rotas han sido buenas tanto para Netanyahu como para Abbas, que han ganado tiempo; y malas para Obama y Kerry, que son quienes lo han perdido a espuertas. El israelí ha conseguido demorar las consecuencias del reconocimiento de Palestina en Naciones Unidas y el palestino prolongar su presidencia ya caducada y abrirse ahora a la recuperación de la unidad palestina para convocar elecciones y relegitimar sus instituciones. La duración es siempre especialmente saludable para Israel, puesto que con el tiempo gana siempre territorio. Desde Oslo, Israel nunca ha cesado de avanzar en la construcción de viviendas en los territorios ocupados. Lo ha hecho como respuesta y represalia ante la Intifada y el terrorismo y lo ha hecho como actividad normal durante las negociaciones de paz. Es decir, en cualquiera de los casos. En esta ocasión ha construido 12.000 viviendas más. Pronto serán ya unos 600.000 los israelíes establecidos en los territorios conquistados en 1967, Jerusalén Este incluido. Israel ha atravesado incólume un nuevo cambio geopolítico en la región sin realizar ni una sola concesión sustancial. Superó el final de la guerra fría en 1989, el sueño democrático que acompañó a la caída de los déspotas árabes en 2011 y ahora la decepción del regreso a la dictadura militar en Egipto y la persistencia de la guerra civil y sectaria en Siria. Su única concesión ha sido liberar un grupo de presos anteriores al proceso de Oslo. Es lo que han obtenido los palestinos. Israel se comprometió a soltar a 104, casi todos condenados por delitos de sangre, pero no ha querido liberar a los últimos 26 que quedaban. Es mucho si se considera la personalidad de los liberados. Pero poco en relación con la población palestina en las cárceles israelíes: casi 5.000 condenados y detenidos por delitos de intención política y 1.500 por residencia ilegal.



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1 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Camino de Enlloc

No pregunten dónde está Enlloc. Podría ser el nombre de un santuario: Santa Maria d'Enlloc, o de una remota localidad comarcal: Enlloc de l'Empordà, d'Urgell o de La Sagarra. Yo no sé dónde está, aunque muchos pretendan saberlo ahora mismo, empezando por el presidente de la Generalitat. Me hablan de tal lugar cada día. Cada día pretenden indicarme el sitio que ocupará en el mapa y en la historia. Enlloc, ya saben, quiere decir en castellano en ningún lado o en ninguna parte. Es hacia donde vamos con absoluta certeza y con un grado de resolución y convencimiento realmente admirables. Novelerías. En cualquier caso, no lo sabe Artur Mas, por más que diga, pero tampoco lo sabe Oriol Junqueras, aunque esté último parezca más convincente cuando finge saberlo. No saben cómo se va. Pero tampoco saben ni siquiera por dónde cae. Si al menos ellos tuvieran alguna idea e incluso certeza suficiente de que existe un lugar tan anhelado, al menos ya habríamos avanzado algo. Pero la verdad es que ni ellos, por más que lo oculten, ni nosotros, crédulos o incrédulos, ilusos o escépticos, sabemos que exista e incluso tenemos suficientes datos para pensar que ni siquiera pueda existir a estas alturas. Una palabra vacía. Vamos rumbo a lo desconocido, como dijo prematura y premonitoriamente el propio presidente. Por eso podemos darle el nombre de Enlloc, aunque otros le busquen otros nombres más bellos y acordes con la hipótesis tan improbable de su existencia. Hay muchos que creen fervientemente en ella. Y no tan solo entre sus partidarios sino también entre sus enemigos. Para sus partidarios es una idea que concentra todo la belleza y la bondad del mundo. Exactamente lo contrario que significa para quienes se oponen. Unos y otros trabajan denodadamente, ya sea para recorrer el camino, ya para obstaculizarlo. Esos trabajos a veces titánicos producen unos resultados ciertamente sorprendentes porque son los que dan mayor vida a la quimera que se persigue y a los instrumentos para alcanzarla. Sin obstáculos no hay camino y sin camino no hay obstáculos. Enlloc ha crecido gracias a la fuerza del mundo digital. La imaginación de sus creyentes tiene el dibujo entero de cómo es este no-lugar producido por los poderes meramente mentales del deseo democrático. Es un estado de la mente multiplicado por los centenares de miles de cerebros conectados al ímpetu de una imagen, que encarna y simboliza la estelada. De una tal conexión colectiva salen las movilizaciones y el activismo frenético, hasta ahora incansable, que hemos visto desde la Diada de 2012, pero es dudoso que exista la capacidad, es decir, los poderes, para convertir esos estados mentales en un Estado, material, tangible, reconocido como tal por todos, por más que nos la vendan como lo normal en un país normal. No, esta capacidad democrática de convertir los deseos en realidades pertenece más bien al mundo de lo paranormal. Tan entusiasmados se hallan unos y otros en esta actividad frenética, unos en abrirse camino y otros en cerrarlo, que fingen no tener tiempo para meditar y debatir argumentos en mano sobre lo que va a suceder en cualquiera de los casos. Pero en su fuero interno tropiezan con una idea que inmediatamente rechazan como un inevitable inconveniente para sus reflexiones. Como que no existe, habrá que conformarse con acomodarse con lo que se alcance en el camino. No habrá más remedio que sustituir la brillante quimera por una gris y plana realidad tangible, sustancial y eficaz pero sin adorno alguno de lirismos ni mitos. Eso en el mejor de los casos. También es posible que no haya un punto medio con el que conformarse, sino que el esfuerzo termine en un brutal retroceso respecto a lo que se había conseguido al menos en los últimos 35 años. No sería la primera vez que sucede. El punto medio y gris no gusta. Ni a los perseguidores de la quimera ni a sus enemigos. Los primeros se consideran insultados por la mediocridad de la propuesta y los segundos por el ventajismo que denuncian en quienes piden siempre lo más de sus ensueños para obtener lo menos de sus intereses. Pero saben unos y otros que es ahí donde terminará todo en el mejor de los casos, aunque sea en el último minuto, incluso si se han traspasado todos los rubicones imaginables. Y en el peor, en el de un choque de trenes auténtico, no saldría dañado únicamente el autogobierno sino la propia democracia española, como ha sucedido otras veces, con las consecuencias imprevisibles que deducimos si aplicamos la hipótesis a sus efectos europeos. La ecuación de las sinergias positivas del federalismo maragalliano quedaría diabólicamente invertida en el momento en que la democracia quedara tocada: menos Cataluña, menos España y menos Europa, es decir, una Cataluña más disminuida, en una España menor y dentro de una Europa inexistente. Cuando todos pierden, hora es de apuntarse a que todos ganen, win win, como ha sugerido, por primera y lúcida vez, el líder carismático que guía esta marcha hacia ninguna parte.



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28 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Siempre hay margen para quien lo busca

Quienes daban por amortizado a Mahmud Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina, han quedado con un palmo de narices. Probablemente no hay líder político en el mundo más débil e inerme. Su mandato está caducado. Sus 79 años no le permiten pensar en librar una batalla para presentarse de nuevo en caso de que pueda convocar unas elecciones. Lo que tiene entre manos es menos que un Gobierno regional europeo de un país intervenido por la troika. El suyo está ocupado militarmente, dependiente de la liquidez que le proporciona el ocupante y de las ayudas que le llegan de los donantes internacionales. No controla la franja de Gaza, bajo administración de Hamás, el partido islamista que ganó las elecciones parlamentarias en 2006. Nada ha conseguido desde que llegó a la presidencia, ni siquiera el pleno reconocimiento de Palestina por Naciones Unidas, tal como había prometido. Y, sin embargo, amortizado y sin aparente margen de maniobra, Abbas se ha sacado de la manga una iniciativa que a todos ha cogido por sorpresa. Del presidente palestino se esperaban dos iniciativas: o su renuncia e incluso la disolución de la Autoridad Palestina y la devolución de las llaves de Cisjordania a Netanyahu, o un paso más en la firma de acuerdos internacionales, hasta llevar a Israel ante la Corte Penal Internacional por su ocupación ilegal de los territorios. La ya muy próxima fecha del 29 de abril, día en que vencían los nueve meses de negociaciones de paz patrocinadas por el secretario de Estado John Kerry, hacía temer la inminencia de una de las dos opciones cuando Abbas ha salido con una tercera. Siempre hay margen político para quien quiere buscarlo. Esta es nada menos que la recuperación de la unidad palestina para la convocatoria de unas elecciones que devuelvan la legitimidad y el pleno funcionamiento a las instituciones. Una tal maravilla, imprescindible para que en algún momento se pueda firmar la paz, tiene el inconveniente de que solo se puede hacer gracias a la reconciliación con el islamismo intransigente de Hamás. Por más técnico que sea el Gobierno de unidad, para Israel es un desafío: no puede haber paz ni nada hay a negociar con quien le ha declarado la guerra eterna hasta su destrucción. Así que no hay que esperar al 29 de abril para terminar con las conversaciones de paz. Ya están rotas. Lo peor para Netanyahu, pero también para Obama, es que la iniciativa de Abbas les ha cogido por sorpresa. Los contactos permanentes, las giras diplomáticas y los servicios secretos han servido de poco. No es mérito tan solo del astuto dirigente palestino. La cocina de este acuerdo está en Oriente Próximo mismo, y más concretamente en los opulentos países del Golfo, lejos de los cocineros occidentales, cada vez más despistados e incómodos entre unos pucheros que ya no dominan.



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26 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Moda revolucionaria

A todos nos cuesta tomar conciencia del desplazamiento de poder que se ha producido en el mundo. Le cuesta a Obama, que en 2012 declaró el pivote asiático como su prioridad en política exterior y hasta esta semana misma no dedicará una semana entera a cultivar las relaciones con sus socios del inmenso continente. Y nos cuesta a todos, principalmente a los europeos, cada vez más metidos en los aprietos de nuestras habitaciones interiores y menos concentrados en organizarnos, ya no para un futuro incierto, sino sobre todo para este presente tan delicuescente. Un buen ejemplo del laberinto en el que andamos perdidos lo ofrece la socialdemocracia, condenada una y otra vez en cuanto gobierna a la adopción de políticas ajenas, Tony Blair las de Margaret Thatcher, Manuel Valls ahora las de Angela Merkel. Su tragedia de fondo es que se ha quedado sin el sujeto histórico que le había dado sentido y fuerza. La clase obrera ha desaparecido. O mejor, se ha ido. Está en Asia, garantizando con sus bajos costes salariales el desproporcionado aumento de la riqueza de los últimos treinta años que proporciona la masiva deslocalización manufacturera. No es el único factor que ha contribuido al exagerado incremento del patrimonio de los más ricos, tan bien descrito por El capital en el siglo XXI, el libro de moda sobre la desigualdad del francés Thomas Piketty. La tecnología, la desregulación y la apertura de mercados son factores entrelazados a tener en cuenta. Lo están en la industria de la confección, que obliga a procesos de fabricación fulgurantes en respuesta a un negocio organizado a partir de una frenética rotación de la oferta, cada vez más adaptada a la demanda exacta de un consumo compulsivo. Los socialistas están en Europa, pero los obreros en huelga están en China. Ahora mismo 30.000 de ellos en las factorías de Adidas y Nike en las provincias de Jingxi y Guangdong protagonizan la mayor protesta de la que existe memoria viva, en exigencia de mejoras salariales e indemnizaciones en caso de despido. Quienes les emplean ya están llevándose los encargos hacia el sur, a Blangladesh, donde es posible alcanzar costes de producción todavía más bajos, gracias no tan solo a las ínfimas retribuciones, las más bajas del mundo, si no a las pésimas condiciones de trabajo, salubridad e incluso seguridad física. Hace un año se hundió en Dacca el Rana Plaza, un edificio agrietado y fuera de toda norma legal que producía para las multinacionales de la moda. Perdieron la vida 1.139 personas y otras 2.300 quedaron mutiladas o heridas. Solo una tercera parte de las indemnizaciones han llegado a las víctimas. Un grupo de ong's ha convocado para hoy una jornada de protesta en conmemoración de la mayor catástrofe de la historia del textil y a la vez cruel expresión de los males del capitalismo globalizado. Es el día de la Fashion Revolution, la moda revolucionaria. Las fábricas están en Asia, junto al pivote del mundo, pero la partida se juega en el escenario global, aunque a veces no queramos enterarnos.



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24 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El gigante aturdido

Las revoluciones exigen algunas condiciones. Una de las más claras, una abundante población joven, formada pero desempleada, y por tanto sin ilusión ni futuro. No le falta a Argelia: el 47 por ciento de la población tiene menos de 25 años. Las condiciones ya se dieron en 1988, cuando las revueltas liquidaron el régimen de partido único construido según el modelo soviético un año antes de que cayera el Muro de Berlín, aunque al final desembocaron en la guerra civil que costó 200.000 vidas e inmunizó a los argelinos hasta ahora mismo respecto a los impulsos revolucionarios. Nunca se sabe de Argelia si es un país avanzado o el furgón de cola. Fue precursor de la primavera árabe, pero también del ascenso islamista y de la reacción militar que en 1991 interrumpió las elecciones entre la primera y la segunda vuelta para cerrar el camino al poder del Frente Islámico de Salvación, todo en la línea de lo que acaba de pasar en Egipto. En cambio, en las elecciones de este pasado jueves, de resultados previsibles pero todavía desconocidos cuando escribo estas líneas, muchas cosas se parecen a las elecciones presidenciales que celebraban Ben Ali o Mubarak, los dictadores derrocados en 2011. La candidatura de Abdelaziz Buteflika es directamente absurda. Con 15 años de presidencia a sus espaldas, es un enfermo de 77 años que apenas puede expresarse ni mantener reuniones de trabajo. Han hecho la campaña seis colaboradores en su nombre, mientras que su intervención se ha limitado a comparecer en funciones presidenciales junto a mandatarios extranjeros. Como sucedía antes de 2011 con casi todas las dictaduras árabes, a los europeos nos conviene ver el vaso medio lleno de una democracia defectuosa. Hay elecciones, hay candidatos que compiten, hay partidos y hay una apariencia de pluralismo. Y sin embargo, todo está perfectamente controlado por un poder opaco y omnímodo, que se concentra en el ejército, en los servicios secretos y en las alianzas entre sus distintos clanes, y dosifica sabiamente la zanahoria del reparto de las rentas del gas y del petróleo y las pequeñas dosis de reformismo político con el palo de la represión,a la división de la oposición y el control de la calle. Argelia tiene bazas geopolíticas de primer orden: primer país árabe en territorio (2'3 millones de km2) y primer suministrador de energía (gas y petróleo) del continente africano, tiene una población todavía en ascenso, que en 20 años se situará en los 50 millones, el 75 por ciento urbana. Su estabilidad es la demanda política más consistente que le llega desde Estados Unidos y Europa, y más todavía ante la crisis de suministro energético que está alumbrando el conflicto entre Rusia y Ucrania. Es un gigante que yace aturdido ahí a nuestro lado pero que algún día, más pronto que tarde, echará de una vez a andar.



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19 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vista a la derecha

No todo son intereses. El suministro y el precio del gas cuentan. También las inversiones de los magnates en la City, los clubes de fútbol o la Costa del Sol. Pesan las balanzas comerciales entre el tercer socio comercial de la UE que es Rusia y el primero de Rusia que es la UE. Y no hablemos de diplomacia, porque entonces se diría que estamos encadenados: para el control del programa nuclear de Irán, el desmantelamiento del arsenal químico de Siria y, todavía más, terminar la guerra entre El Asad y la fragmentada oposición armada, e incluso imaginar algún paso adelante en la bloqueada relación entre Israel y Palestina. Todo este entramado constituye la red de interdependencias que blindan a Putin cuando avanza sus peones y alfiles en el tablero de Ucrania. Pero luego están las ideas y los valores, que también pesan a la hora de buscar sintonías más o menos explícitas en las capitales occidentales. Es probable que el esquema de la guerra fría no sirva para describir con precisión la nueva tensión Este-Oeste que tiene como escenario a Europa, pero el Kremlin, ahora como en los viejos tiempos, busca complicidades en la oposición a los partidos que gobiernan, con la particularidad de que si entonces las encontraba en la izquierda ahora empieza a encontrarlas, sobre todo, en la derecha. Y tiene toda su lógica: pocos políticos contemporáneos defienden con mayor ímpetu como Vladimir Putin los valores tradicionales, la discriminación contra los homosexuales, las raíces cristianas de la civilización europea o el nacionalismo etnolingüístico frente al multiculturalismo, el multilateralismo y la integración europea. Las ideas de Putin encuentran simpatía en las nuevas extremas derechas europeas, desde el UKIP británico hasta la Liga Norte, desde Marine Le Pen hasta Alternativa para Alemania. Son también evidentes en la Hungría de Viktor Orbán, que controla estrechamente los medios de comunicación, concede la ciudadanía a las minorías húngaras de los países vecinos y afianza su control autoritario al estilo de la democracia soberana rusa; y esto sucede tanto en el partido de gobierno Fidesz como todavía más en el extremista y antisemita Jobbik. Solo en los países donde hay un contencioso abierto con Moscú, como Rumanía a propósito de Moldavia y Letonia sobre la minoría rusófona o, claro está, en Ucrania, las extremas derechas son antirusas. En toda Europa, Moscú intenta atraer a la ultraderecha e influir incluso en el Parlamento Europeo que salga de las elecciones del 25 de mayo. El historiador alemán Heinrich August Winckler, en un ensayo titulado Las huellas dan miedo, que acaba de publicar el semanario Der Spiegel, ha señalado que los alemanes más comprensivos con Putin pertenecen a una genealogía que se remonta a la casta intelectual, militar y política de la República de Weimar y al ideario nacionalsocialista. Si esto es otra guerra fría, las extremas derechas de ahora ocupan el mismo lugar que los partidos comunistas prosoviéticos durante la guerra fría auténtica.



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17 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una sentencia de Josep Pla

Ha pasado una semana y nadie ha citado la famosa frase atribuida Josep Pla: ?Nada se parece más a un español de derechas que un español de izquierdas?. No ha hecho falta porque hay coincidencia entre los comentaristas más conspicuos del soberanismo y del antisoberanismo: a la hora de encarar la propuesta de consulta sobre la independencia de Cataluña en el Congreso de los Diputados, Rajoy y Rubalcaba son dos gotas de agua. Unos lo denuncian y otros lo celebran, pero ambos coinciden en lo sustancial, la denegación de la transferencia de competencia para efectuar la consulta les une a ambos, incluso en los aplausos cosechados por los diputados, al menos de algunos populares para el líder socialista. ¿Hubo diferencias que desmientan la frase supuestamente planiana? Las hubo en los discursos y en los argumentos. En el diagnóstico: para Rajoy todo es un lío del que son responsables quienes lo han creado; para Rubalcaba hay un problema real de desentendimiento, del que en buena parte es responsable el propio Rajoy. En la solución: Rajoy propone la inmovilidad; Rubalcaba sugiere una reforma constitucional que pueda ser refrendada luego por los catalanes. Pero al final, lo que cuenta es el voto, y ahí no hubo variaciones. Todo estaba en el guión. Cualquier variación, propia de culturas políticas algo más sofisticadas, quedaba fuera de lugar. Es imposible imaginar en un escenario polarizado como el nuestro que los socialistas se hubieran abstenido, sin necesidad de apoyar la propuesta pero dejando que fuera la mayoría absoluta del Gobierno la que cerrara el paso a la propuesta nacionalista. Quien osara hollar este camino, sospechoso de dudas sobre la unidad de la patria común e indivisible, quedaría automáticamente descalificado para optar a gobernar en Madrid. Todavía más difícil es imaginar que hubiera funcionado la pluralidad socialista y la relación federal en forma de un voto diferenciado: en contra el PSOE y abstención del PSC. Rubalcaba hubiera quedado desautorizado y, a efectos prácticos hubiera sido lo mismo que una abstención socialista en bloque. Dejando volar la imaginación, quedaría todavía una tercera posibilidad, más exigente aún respecto a la sutilidad del sistema político que tenemos. Partamos de que la propuesta significaba el inicio de un trámite parlamentario, no la aceptación de la transferencia de la competencia para convocar la consulta. En el parlamento imaginado de Nunca Jamás, se aprobaría la aceptación a trámite, pero luego se discutiría y enmendaría para dejar la proposición de ley en nada o aceptarla en alguna de sus partes. Había una novedad que abonaba el debate sobre esta posibilidad: la sentencia del Constitucional sobre la declaración soberanista que reconoce el carácter legítimo y constitucional de la aspiración a realizar la consulta, aunque la rechaza como ejercicio del derecho de autodeterminación o expresión de una inexistente soberanía catalana. Sentencia en mano, cabía la discusión sobre la necesidad de consultar a los catalanes, las garantías sobre su carácter no vinculante, la oportunidad y constitucionalidad de las preguntas tal como pretende formularlas Artur Mas o la idoneidad de la fecha del 9 de noviembre, cuestiones las dos últimas decididas unilateralmente por una mayoría parlamentaria catalana que no llega a los dos tercios. Si la sentencia del Constitucional apenas entró en el debate es porque no interesa a ninguna de las dos posiciones enfrentadas de forma maniquea. La frase atribuida a Josep Pla tiene la virtud de que admite la dirección inversa: ?Nada se parece más a un catalán de derechas que un catalán de izquierdas?. El tópico implícito en la sentencia es el de una irreductible separación esencial entre lo español y lo catalán, de forma que tanto españoles como catalanes se definen por lo que tienen en común según sus respectivas identidades y no por la separación entre izquierdas y derechas. Arturo San Agustín ha fabricado un libro estupendo alrededor de la pregunta ¿Cuándo se jodió lo nuestro?, con el subtítulo Cataluña-España: crónica de un portazo (Destino), que formula a una veintena de personas (aclaración: yo soy una de ellas). Unos dicen que todo empezó con la sentencia del Estatut, otros con el Estatut mismo, otros más se remontan a los años 80 y algunos apelan a la irreductible diferencia entre españoles y catalanes y sitúan el conflicto en el depósito de las verdades eternas e inmutables, sin remedio pasado alguno y sin atisbo de solución en el futuro. Aterricemos de una vez para comprobar la cita de Pla: Quadern Gris, 28 de septiembre, 1918. ?Lo que más se parece a un hombre de izquierdas en este país es un hombre de derechas. Son iguales, intercambiables, han mamado la misma leche. ¿Podría ser de otra forma? No lo dudes: esta división es inservible?. El escritor pone las palabras en boca de su padre, que puede referirse a l?Empordà, a Cataluña o a España cuando habla de los políticos. Nada hay en la cita que se acerque a las irreductibles esencias nacionales, ajenas al escritor de los matices y de las tonalidades grisáceas, los territorios donde crecen la sutilidad y la capacidad de acuerdo que tanto nos faltan ahora.



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14 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ciudad sin Estado

Esta es una ciudad extraña. Con vocación de capital, pero sin gobierno y ni siquiera Estado que la tome en consideración durante siglos. Provinciana solo administrativamente, ha sido abierta, europea y cosmopolita incluso en sus épocas más oscuras. El alejamiento de la milicia, la justicia y la administración es un hecho normal en larguísimas etapas de su historia. La gente iba a lo suyo, a sus negocios particulares, ajenos a los empleos y presupuestos públicos. Se diría casi una sociedad sin Estado o sin apenas vocación de tenerlo, propensa al individualismo burgués y a la anarquía proletaria. Es verdad que últimamente ha cambiado. Tiene Gobierno, aunque no colme su ambición de autogobernarse; funcionarios propios, entre los que descuellan esos policías de los que históricamente había carecido; su lengua y su cultura, que brillan en lo más alto, reconocidas y difundidas como nunca en su historia, a pesar de que algunos las vean arrastradas por el barro; presupuesto y ahora mismo endeudamiento; y muchas cosas más, buenas y malas. Pero hay una que permanece intacta a lo largo de los siglos, salvo un breve paréntesis. Barcelona no da a España jefes de Estado o de Gobierno, como tampoco lo hace Cataluña. No los ha dado nunca, salvo los tres personajes consecutivos que lideraron la experiencia revolucionaria y republicana desde 1869 hasta 1873: el reusense Joan Prim y los barceloneses Estanislao Figueras y Francesc Pi i Margall. Esta anomalía viene subrayada ahora por el nombramiento de un barcelonés, hijo del barrio de Horta, con raíces y abundantes amigos y parientes en Barcelona, como primer ministro de Francia. Barcelona da a la República Francesa, con toda normalidad, lo que Barcelona solo ha dado a España en aquel remoto interludio de la Gloriosa y la Primera República. Es poco, ciertamente, apenas una referencia en una biografía: aunque de familia catalana, Manuel Valls es francés por los cuatro costados y lo es por elección, que es como mejor se adquiere la ciudadanía; y lo es además con fervor patriótico y entrega admirada a la grandeur de Francia. A la vez es mucho: Valls no es hijo de inmigrante ni de exiliado republicano, sino de un pintor que se trasladó a vivir a París en pleno franquismo a respirar la libertad que exige el arte, como hacían los artistas barceloneses ya en el siglo XIX, en una avanzada de la idea de Europa e incluso del mundo mestizo en el que estamos ya entrando. Valls es la demostración de que la Francia quejumbrosa por la decadencia no lleva razón. Su nombramiento dice mucho de la capacidad de la escuela francesa y de la eficacia de la República para fabricar ciudadanos y proyectarlos hasta lo más alto. Europa entera debiera ser eso que ha sido Francia para Valls y que todavía no son cada uno de sus países miembros, a veces ni siquiera de puertas hacia dentro.



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12 de abril de 2014
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El Boomeran(g)
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